El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 18 de septiembre de 2015

La muerte desde el lado de la vida


Quiero dedicar esta entrada a un amigo, a un amigo que me escribió y me dijo que había leído el post con el título “Acabo de morir” en el velatorio de su padre que acababa de morir. Y me comentaba que si algún día me llegaba la inspiración que escribiera para los que sufren, para los que sufrimos el dolor de la pérdida.          
 

¿Por qué le tienes miedo a la muerte?, ¿Por qué el sufrimiento ante la pérdida de un ser querido?, ¿Por qué te produce “repelús” solamente la mención de la palabra muerte?
Hace días colgué un post con el título “Acabo de morir”, en el que una persona que acababa de morir me permitió compartir su estado, con el único propósito de ir aliviando o dulcificando el miedo escénico que casi todos los seres humanos le tienen a la muerte.
            Quiero en esta entrada hacer una reflexión desde el otro lado, desde el lado del vivo que ve, siente y sufre como se marchita hasta morir alguien querido.
            Porque es muy fácil hablar de la muerte desde la segunda fila, desde el otro lado de la computadora, desde el lugar donde no te toca en primera persona. Es imprescindible estar en primera línea para comprobar cómo el sentimiento de pérdida supera a cualquier filosofía, supera a cualquier creencia.
Supongo que casi todos hemos estado en esa situación de dolor, en esa sensación de impotencia, en esa sensación de incredulidad, en esa sensación en la que incluso puedes llegar a dudar de la existencia y de la bondad de Dios.
            La pregunta de ¿Por qué a mí Señor? Se encuentra en muchísimas mentes de los que contraen una enfermedad que parece terminal, e incluso en la de sus seres más allegados. Casi es como pensar porque no enferma el vecino de la otra calle, (al que por supuesto no conozco y no me va a afectar).
            La entrada de “Acabo de morir” tenía ese propósito. El propósito de que los familiares del difunto tuvieran la plena seguridad de que la muerte del cuerpo es un alivio, ya que se pasa a vivir en otro plano con otras condiciones que son mucho más ventajosas que las que disfrutábamos o sufríamos estando en vida.
Ya parece estar bastante claro, para bastantes personas, que abandonar la vida física es un regalo, y para el que muere la muerte es eso, un regalo, pero no lo es para los que nos quedamos. La pregunta es ¿Por qué?
Si tenemos claro que la vida sigue en otro plano, en el que todo lo que se vive es paz, amor, alegría y felicidad, y que es eso precisamente lo que está viviendo nuestro ser amado, ¿Por qué nos entristece tanto la pérdida, si sabemos, o al menos creemos, que sigue con vida, con esa otra forma de vida, que es mucho más placentera que la vida física? La respuesta aunque pudiera parecer fácil, no lo es tanto.
 
Todo es cuestión de creencia, todo es cuestión de pensamiento. La frase de Buda “Somos lo que pensamos”, adquiere aquí un valor máximo. Y con independencia de que el propio pensamiento de la persona en relación a la muerte, sea que solo es un cambio de consciencia, o sea que la vida continua a pesar de la desaparición del cuerpo físico, existe una forma de pensamiento global que cubre la Tierra en su totalidad que contempla la muerte como el fin de la existencia. Y es claro, dejar de existir es aterrador.
El propio pensamiento de los que creen en la reencarnación, y que nada acaba con la muerte del cuerpo es más un deseo que una creencia arraigada e integrada en el ser humano, incluidos muchos de los que predican la teoría; ya que si viviéramos en esa convicción, y estuviera integrada en nosotros, traspasar el umbral de la vida no causaría ningún tipo de trauma. Sería como acostarse a dormir cada día, solo que en vez de decir “Hasta mañana”, seguramente habría que decir “Hasta siempre”.
Es muy curioso lo que sucede: Pensamos conscientemente que la muerte no es el fin, (o deseamos que así sea), que hay vida más allá de la muerte, incluso conscientemente pedimos a los santos por los que la persona siente devoción, lo cual da pie a creer que la persona cree en la vida al otro lado de la vida física, ya que si viven ellos que han estado aquí, igual que nosotros estamos ahora, ¿Por qué no íbamos a vivir nosotros también al otro lado?, pero el terror inconsciente, generado por esa forma de pensamiento global es superior al cualquier creencia o razonamiento consciente.
             Cambiar ese pensamiento global de terror a la muerte, no parece, de momento, tarea fácil, ya que sería necesario que millones y millones de personas empezaran a tener el pensamiento contrario, lo cual no parece muy factible. Ante esto, solo queda la fortaleza del pensamiento de cada persona de manera individualizada.
Hay una segunda razón para sufrir por la muerte de una persona allegada, a pesar de creer que va a seguir con otra forma diferente de vida mucho más placentera. Esta razón es la calidad del amor. Si a cualquiera de nosotros nos preguntan porque sufrimos ante la pérdida de un ser querido, la respuesta sería prácticamente la misma: “Porque le quiero y no le voy a ver más”.
En esa respuesta mezclamos dos conceptos completamente diferentes: Una, “le quiero”, y dos, “no le voy a ver más”. El primer concepto se cae por sí solo, ¿Cómo es posible amar a alguien y sufrir porque se va a un lugar muchísimo mejor? Nuestro amor no es auténtico amor, no es la energía que todo lo llena, es una mezcla de amor y deseo. A esta combinación de amor y deseo bien podríamos llamarla apego, y el apego se define como una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección. El segundo concepto es una consecuencia del primero.
Podemos por lo tanto concluir en que lo que definimos como amor hacia nuestros seres queridos, es más apego que amor, con lo cual es lógico el sufrimiento por la pérdida de alguien que nos acompaña, que nos da seguridad, que nos brinda consuelo, que nos da protección, y un sinfín de cosas más.
Cuando sustituyamos el apego por amor, por auténtico amor, por amor verdadero, por amor incondicional, por el mismo amor con el que Dios nos ama a nosotros, se habrá terminado nuestro sufrimiento ante la muerte.
Hasta entonces es normal nuestro dolor, porque es justamente el aprendizaje de cómo se ama nuestra auténtica razón para venir a la vida.

           

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