El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 18 de noviembre de 2017

Sanar el alma

           

             Cuando aparece la enfermedad, los seres humanos suelen preguntar, llevando la mirada al cielo: “¿Por qué a mí Señor?”, pero casi ninguno lleva la mirada a su interior y se pregunta: ¿Por qué y para qué esta enfermedad?

            Casi nadie duda, a estas alturas de nuestra evolución, de la conexión entre los problemas emocionales y las enfermedades físicas, es normal que, si le comentas a alguien que te duele la rodilla, te diga que busques la razón por la que no quieres avanzar, o que a las contracturas en los hombros se las asocien con un exceso de carga emocional. Pero todavía nadie, o muy pocas personas, asocian la enfermedad física y el problema emocional con el alma, o con la programación de esa alma para la vida, o con la misión de vida, o con el aprendizaje espiritual pendiente.


            Y es, justamente el alma la que programa la vida, incluidas las enfermedades del cuerpo que ocupa, que para el alma solo es un instrumento.




La resurrección del alma. La muerte del ego


            Es muy difícil la vida del ser humano cuando deja de vivir en la periferia de la conciencia y comienza a darse cuenta de que la vida no es lo que está viviendo, ni él, ni sus contemporáneos. Ese espacio y ese tiempo, en el que los hombres creen que están para satisfacer los caprichos del ego, para sufrir por sus preocupaciones, para luchar por sus falsas creencias, para llorar por la desaparición de sus seres queridos, para batallar con las enfermedades, para alargar, lo más posible, la vida.



            Y así, hasta que un día, toma conciencia de que la vida, es más, porque vislumbra, de alguna manera, que las opciones para satisfacer los sentidos, que antes llenaban su vida, no le garantizan la felicidad esperada; que sus luchas para cumplir lo que cree que son sus prioridades no le satisfacen, aunque tengan un éxito efímero; que con sus enfrentamientos en materias terrenales, como pueden ser las cuestiones políticas, religiosas, deportivas, no consigue más que añadir dolor, ansiedad, incomodidad o miedo.

            ¡Tiene que haber algo más! Y es en ese momento de duda y de reflexión cuando, realmente, se ve abocado a un sufrimiento mayor, originado por la impotencia ante la imposibilidad, aparente, para cambiar la vida que conoce, la vida que vive, la vida que le exigen y que esperan los demás.

            Es entonces cuando sabe que tiene que vivir la vida del alma, pero no sabe cómo.

          En algún momento, después de ser consciente el ser humano, de que la vida es algo más, tiene que atravesar una línea de separación, tiene que existir un punto de inflexión, en el que el hombre se desprenda del ego, y viva, sin ambages desde el alma.

            La historia narra estos puntos de inflexión que existieron en la vida de grandes Maestros y grandes hombres y mujeres: Jesús se dirigió al desierto, estando cuarenta días y cuarenta noches, antes de iniciar su vida espiritual. Mikao Usui (monje zen japonés) afirmó haber redescubierto la técnica de sanación de imposición de manos, (Reiki), tras alcanzar satori, (estado máximo de iluminación y plenitud), durante un retiro espiritual en el monte Kurama de Kioto. Sakhiamuni Gautama se sentó debajo de una higuera durante semanas, hasta alcanzar la iluminación. Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a hacer penitencia, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados, (que todavía hoy es posible apreciar), practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida, hiel como bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.

            Pero nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, no necesitamos tanto sacrifico. O ¿sí? Posiblemente lo necesite alguno, pero serán contados. ¡Bastante tenemos con nuestro dolor! Lo que sí que tiene que existir s ese punto de inflexión, o esa línea de separación, en la que el ego se retire de sus lindes, sin ruido, sin lucha, para dejar el camino expedito a los dictados del alma. Ese punto, ese momento de la vida, en el que el hombre entregue sus miedos, sus dudas, su dolor y su sufrimiento a Dios.

             Ese momento puede ser una enfermedad, la partida de un ser querido, o cualquier otro acontecimiento que le permita al ser humano descubrir, en algún resquicio de su dolor, que él no es lo que creía ser, sino algo mucho más grande. Descubrir e integrar ese conocimiento, hace que se acaben las preocupaciones, los malentendidos, los sufrimientos.


Esa es la muerte del ego. Ese es el final del sufrimiento. Esa es la resurrección del alma.  


martes, 7 de noviembre de 2017

Saber y creer




Para llevar y recoger a mi hijo del colegio tengo que pasar, (bueno, hay otros caminos, pero no son tan agradables), por un parque que hay en San Isidro, que es un distrito de Lima, que se denomina “El bosque del Olivar”, que cuenta con 1.600 olivos, algunos con 400 años de antigüedad.

Cada vez que paso por “El Olivar”, que pueden ser cuatro veces al día, sobre todo cuando voy solo, me da la sensación de que bajo algún olivo centenario me voy a encontrar con Jesús, apoyado en el retorcido tronco del árbol, hablando a sus discípulos.

Y, a veces, es tal la sensación, que trato de agudizar el oído para escuchar sus palabras. Incluso, algunos días, creo sentir Su palabra. Hoy ha sido uno de esos días.

Hoy el niño, (tiene cinco años), que no calle ni debajo de agua, tenía un día sorprendentemente callado, con lo que los dos caminábamos de la mano en silencio, enfrascados cada uno en sus propios pensamientos. Supongo que los suyos girarían en torno a “Scrat”, la ardilla de la película “La era de hielo”, porque desde el fin de semana anterior, que vio una de las películas de la saga, y desde que tiene una “Scrat” de peluche, es su tema favorito.

Mis pensamientos eran otros. Estaba dándole vueltas a mis propias miserias, pensando: “no estoy preparado”, “no tengo suficiente información” para enseñar a nadie. La verdad es que últimamente es un pensamiento recurrente.

Supongo que los Maestros, al otro lado de la vida, deben estar un poco aburridos de mis monotemáticos lamentos y decidieron darme la respuesta en forma de regalo, permitiendo que escuchara la plática con la que en ese momento el Maestro instruía a sus discípulos bajo el olivo más antiguo del parque.

Y esto fue lo que me permitieron escuchar:

“Ya lo sabéis todo”, pero más importante que saber es creer. Tenéis que creer en vosotros, porque si no creéis en vosotros mismos, no podréis ayudar a otros. Por más que estudiéis, por más que escuchéis, si no creéis en vosotros, no desarrollareis nada.

Ni siquiera es importante si os equivocaos o no. Lo importante es que creáis en vosotros. ¿Has oído Pedro?, tienes que creer en ti, porque vas a ayudar a personas mientras creas en ti mismo.

Las personas a quienes la gente cree, son las que hablan con seguridad de sí mismas. Y hablan con seguridad porque se lo creen.

Solamente podréis ayudar a la gente si creéis en lo que hacéis, si creéis en lo que decís.

No importa si más adelante cambiáis de opinión. Si cambiáis de creencia también lo comunicareis, contareis vuestra evolución de como habéis llegado a esa nueva creencia, mientras tanto confiar en lo que creéis hoy y transmitir lo que creéis hoy.

Estáis de sobra preparados para enseñar a los que se acerquen a vosotros. Los que necesiten saber otras cosas ya buscarán a los maestros en esas materias.

Como decía Marcos, (4:9): Si alguien tiene oídos para oír, que oiga.




miércoles, 1 de noviembre de 2017

Reflexión sobre el Amor





Quiero hacer una reflexión sobre el amor, referido, sobre todo, al amor a la familia, al amor a los amigos.

Todo es energía. El amor también lo es y, no es cualquier energía, es la energía más poderosa que existe.

El amor es la única razón para volver a la vida una y otra vez. Podemos pensar que, si estamos volviendo una y otra vez a la vida para aprender a amar, es porque no estamos aprendiendo, y eso que en cada vida tenemos padres, hijos, parejas, hermanos, a los que se supone que amamos. ¿Quiere eso decir que no amamos a los nuestros, a nuestra familia y a nuestros amigos?, ¿quiere esto decir que los seres humanos no sabemos amar?

Por supuesto que sabemos amar. La pregunta es ¿en qué medida?, o ¿cómo es la calidad de nuestro amor?, porque el aprendizaje consiste en aprender a amar como Dios nos ama, y si estamos naciendo y muriendo, decenas, cientos, o miles de veces, es porque no lo conseguimos.

El problema es que la calidad del amor que profesamos los seres humanos tiene un porcentaje de energía y otro porcentaje de sentimiento. Y todo el amor ha de ser 100 por 100 energía.

El porcentaje de energía es amor, el auténtico amor, mientras que el porcentaje de sentimiento es apego.

La manifestación del amor es libertad, afecto, comprensión, dialogo, respeto, compañía, tolerancia, solo por citar algunas de las virtudes que acompañan al amor. Mientras que el apego no manifiesta ninguna virtud, todo son defectos, que son precisamente los antónimos del amor, es decir, atadura, cautiverio, dominio, esclavitud, opresión, represión, tiranía, celos, envidia, intolerancia, crítica.

Mientras en nosotros haya más sentimiento que energía, seguiremos buscando compañía y la confundiremos con amor, buscaremos comprensión y la confundiremos con amor, creeremos que la pasión y el deseo son amor, y confundiremos con amor la dependencia del otro. Todo eso es apego.

El amor es algo diferente. Es algo que se da porque sí, sin más, y no se espera recibir nada a cambio. Quien ama, solo desea la felicidad de la persona amada, ya sea pareja, padres, hijos, hermanos o amigos.

Permítanse un momento de reflexión: Hagan un recuento de las personas a las que aman, y piensen que es lo que están haciendo para su felicidad. Piensen si hay un solo instante en el día, un solo instante, el que esa persona amada pueda no ser completamente feliz por alguna palabra suya, por alguna acción, por alguna omisión.

Si eso es así, posiblemente tendrían que hacer una nueva reflexión sobre la calidad de su amor.

Y no importa lo que ellos hagan o digan, estamos hablando de usted, de su amor por esa persona. Recuerden que amar es desear la felicidad de la persona amada, por encima de todo. Una infelicidad por algún comportamiento suyo no es amor. Es un extraño amor, teñido de apego.

Reflexionen sobre la calidad de su amor.

Bendiciones.