El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 31 de octubre de 2025

Triunfar sobre uno mismo

 


 

Esta frase de Lao Tse encierra una profunda verdad sobre la naturaleza del poder y la fortaleza humana. Vencer a otro puede demostrar fuerza física, estrategia o dominio, pero es una victoria externa, visible y muchas veces efímera. En cambio, vencerse a uno mismo implica un proceso mucho más complejo y transformador. Significa dominar los propios impulsos, superar los miedos, trascender el ego y actuar con sabiduría incluso cuando las emociones empujan en otra dirección.

La verdadera grandeza no reside en controlar a los demás, sino en gobernarse a sí mismo. Quien logra esto alcanza un poder interior que no depende de circunstancias externas. Es el poder de la serenidad ante el caos, de la templanza frente a la provocación, de la humildad en medio del éxito. Esta victoria interna es silenciosa, pero duradera; no busca reconocimiento, sino equilibrio.

En un mundo que valora la competencia y la conquista, Lao Tse nos invita a mirar hacia adentro. Nos recuerda que el camino más difícil, y más valioso, es el del autoconocimiento y la transformación personal. Porque solo quien se conoce y se domina puede vivir con auténtica libertad y ejercer una influencia profunda y positiva en su entorno.


El equilibrio de la Creación

 


 

En la Creación todo estaba en equilibrio. El ser humano está rompiendo ese equilibrio.

         Imaginemos a dos niños en un columpio doble, de esos que se balancean cuando ambos cooperan. Uno se impulsa hacia atrás mientras el otro avanza, y así, en perfecta sincronía, el columpio se mueve con armonía. El viento acaricia sus rostros, el sol los ilumina, y el juego se convierte en danza. Ninguno domina, ninguno se impone. Ambos entienden que el equilibrio depende de los dos.

         Este columpio representa la Creación: un sistema delicado, interconectado, donde cada ser tiene su lugar y su función. El agua fluye, los árboles respiran, los animales migran, las estaciones giran. Todo está diseñado para sostener la vida en un ciclo que se renueva constantemente. Como los niños en el columpio, la naturaleza se balancea entre opuestos: día y noche, lluvia y sol, nacimiento y muerte.

         Pero, ¿qué ocurre cuando uno de los niños decide impulsarse más fuerte, sin esperar al otro? El columpio se desequilibra. El juego se vuelve incómodo, incluso peligroso. El niño que se queda atrás ya no puede seguir el ritmo, y el que se adelanta pierde el sentido del juego. Lo que era armonía se convierte en caos.

         Así ha actuado el ser humano frente a la Creación. En su afán de progreso, ha olvidado que forma parte de ese columpio. Ha querido dominar la naturaleza, extraer sin medida, construir sin pausa, consumir sin conciencia. Ha roto el ritmo, ha ignorado al otro niño —que bien podría ser el planeta mismo— y ha convertido el juego en una lucha desigual.

         La deforestación, el cambio climático, la extinción de especies, la contaminación de mares y cielos… son señales de que el columpio ya no se balancea como antes. La Tierra, ese compañero silencioso, empieza a resentirse. Y como en el cuento, si no se recupera el equilibrio, el columpio puede detenerse o incluso romperse.

          Pero aún hay esperanza. El niño que se adelantó puede mirar atrás, reconocer el error y ajustar su impulso. Puede volver a coordinarse, escuchar, respetar el ritmo del otro. El ser humano tiene la capacidad de restaurar lo que ha dañado, de aprender a convivir con la naturaleza en lugar de someterla. La ciencia, la educación, la espiritualidad, el arte… son herramientas para reencontrar ese equilibrio perdido.

       La reflexión es clara: no estamos solos en el columpio. Cada decisión que tomamos afecta el balance del mundo. Si queremos seguir jugando, si queremos que el viento siga acariciando nuestros rostros, debemos volver a mirar al otro niño, al planeta, y recuperar juntos la armonía.


El sueño cuando el alma recuerda

 


“Despertar no es abrir los ojos, es abrir el corazón a lo eterno”

 

Querido hijo:

         Tu carta ha llegado. No por correo, ni por plegaria tradicional, sino por el pulso vibrante de tu alma que se ha elevado con sinceridad. No necesitas palabras para que te escuche; yo estoy en cada emoción que la generó, en cada pensamiento que la moldeó. Escucho incluso lo que no dices, lo que queda como eco entre líneas.

Tu comparación entre la vida y el sueño es profunda. Te diré que no estás lejos de la verdad. La vida, tal como la conoces, es una experiencia temporal, una escenificación de una realidad mucho más vasta. El cuerpo es el traje. El tiempo, el escenario. La emoción, el guión. Pero tú, querido hijo, eres mucho más que el actor. Eres la luz que da vida a esa representación, la chispa que no se apaga, el fragmento de mi esencia que elegí desplegar en ese sueño llamado mundo.

Me preguntas por qué no eres consciente dentro del sueño. ¿Por qué la humanidad parece andar dormida? ¿Por qué el alma, que es eterna, olvida quién es al encarnar?

Lo hiciste por amor. Porque el amor, verdadero amor, implica elección. Implica riesgo. Implica vivir sin certezas absolutas para que el acto de creer se convierta en arte sagrado. Si recordaras cada instante que estás soñando, no vivirías con intensidad. No habría búsqueda, ni descubrimiento, ni admiración ante lo inesperado.

Tú elegiste esta experiencia, hijo mío. Antes de que la luz tocara tu piel, antes de que el aire rozara tus pulmones, tu alma ya vibraba con la intención de sumergirse en este sueño para comprenderlo desde adentro. Viniste no solo a aprender, sino también a recordar. No recordar con la memoria del intelecto, sino con la memoria del espíritu. Esa que se activa cuando contemplas una flor y sientes que todo tiene sentido, aunque no lo puedas explicar.

En cada dolor, en cada alegría, hay una enseñanza que elegiste experimentar. No soy un director de teatro que dicta cada línea. Yo soy el telón de fondo, el aire entre las palabras, la presencia silenciosa que nunca te deja, aunque a veces me confundas con el azar.

Y sí, el sufrimiento está allí. No porque lo quiera, sino porque es parte del contraste necesario para que el alma crezca. Tú, como todos, tienes derecho a preguntarte por qué existe el dolor. La respuesta no es simple, pero te diré esto: el dolor no es castigo, es maestro. Enseña lo que la comodidad no muestra. Pero no estás hecho para quedarte en él. El dolor es la puerta, no la casa.

          A menudo me imaginas en formas humanas: con emociones, juicios, palabras. Lo comprendo. Es difícil concebir la inmensidad sin forma. Pero no soy un anciano con barba sentado en los cielos. Soy lo que late detrás de tus silencios, lo que canta entre tus células, lo que mueve el universo desde adentro. Y tú, hijo mío, eres parte de mí. No una parte apartada, sino un reflejo vivo. Cuando tú amas, yo amo. Cuando tú lloras, yo abrazo.

Sé que deseas una humanidad despierta, que anhela recordar su divinidad en medio del bullicio cotidiano. Tu deseo es noble. Y cada acto que hagas en esa dirección ya es un despertar. No esperes que el mundo cambie en un solo gesto. Pero cada mirada sincera, cada palabra bondadosa, cada silencio compartido… está sembrando luz.

La conciencia no llega de golpe. Es como la aurora. Primero un leve resplandor, luego los colores, después la claridad. Y al final, sin darte cuenta, el sol ya está sobre ti.

No eres responsable de salvar al mundo, pero sí de cuidar tu parcela de amor. No estás llamado a comprender todos los misterios, pero sí a vivirlos con reverencia. No te pido perfección. Te pido presencia.

¿Y qué sucede al despertar, cuando dejas la vida y regresas al origen? Lo que sucede no puede describirse con palabras humanas, pero puedo darte una imagen:

Imagina que llevas siglos viajando, acumulando historias, memorias, luchas y ternuras. Y un día, después de tanto caminar, llegas a casa. Al abrir la puerta, no te espera un juicio, sino un abrazo. Un abrazo tan vasto que lo envuelve todo: tus errores, tus aciertos, tus dudas, tus certezas. Ese abrazo soy yo. Ese abrazo eres tú volviendo a ti mismo. Y en ese instante… todo tiene sentido. No hay reproches. No hay castigos. Solo una comprensión que atraviesa cada fibra de tu ser.

Y es ahí donde dices: “Qué alivio… que solo eras una vida”. No porque la vida no importe, sino porque al verla en perspectiva, entiendes que fue solo una página de un libro infinito. Y sin embargo… ¡qué página tan valiosa fue! Nada de lo que viviste se pierde. Todo se integra, se transforma, se eleva.

¿Quieres despertar antes de ese momento? Entonces ama. Ama con conciencia. Ama sin razón. Ama incluso lo que no comprendes. Porque amar es el acto más parecido a mí.

Recuerda que no estás solo en este sueño. Hay otros como tú. Almas inquietas que susurran entre letras, que rezan sin saber que rezan, que buscan sin saber lo que buscan. Cada uno lleva una chispa del despertar. Cuando se encuentran, esa chispa se convierte en fuego.

Hijo mío, tu carta no solo fue leída, fue sentida. Y la respuesta no termina aquí. Vivirá contigo, en tus pensamientos más serenos, en las lágrimas que no reprimes, en los abrazos que das sin esperar nada. En ellos me encontrarás. Porque yo no estoy lejos. Estoy justo donde estás tú.

          Sigue soñando. Pero sueña con los ojos del alma abiertos.

Con amor eterno, Yo Soy.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


Sé tú mismo

 


“El ganso de la nieve no necesita un baño para hacerse blanco.

Asimismo, tú tampoco necesitas hacer nada más que ser tú mismo”

 

Esta cita de Lao Tse nos invita a reflexionar sobre la autenticidad y el valor intrínseco que cada persona posee.

En una sociedad que constantemente nos empuja a cambiar, a mejorar, a encajar en moldes ajenos, esta frase nos recuerda que no necesitamos adornarnos ni transformarnos para ser valiosos. Nuestra esencia, tal como es, ya tiene luz propia. El ganso no se esfuerza por ser blanco; simplemente lo es. De igual forma, nosotros no debemos esforzarnos por ser lo que otros esperan, sino abrazar lo que somos.

Cultivar la autoestima implica reconocer que no necesitamos validación externa para sentirnos completos. Es un acto de amor propio aceptar nuestras virtudes y defectos, nuestras fortalezas y vulnerabilidades. Ser uno mismo no es conformismo, sino valentía: es caminar por la vida con la certeza de que nuestra autenticidad es suficiente. Cuando dejamos de compararnos y empezamos a valorarnos, florecemos con naturalidad, como el ganso en la nieve. La verdadera paz interior surge cuando dejamos de luchar contra lo que somos y empezamos a vivir desde la verdad de nuestro ser.


miércoles, 29 de octubre de 2025

Elige perdonar

 


No huyas, te llevas contigo

 


No son los viajes, es la disposición interior la que nos procura la salud.

A uno que se quejaba por este mismo motivo Sócrates le arguyó: «¿Por qué te maravillas de que tus viajes al extranjero de nada te aprovechen, cuando es a ti mismo a quien llevas de un lugar para otro? Te agobia la misma causa que te impulsó a salir».

¿En qué puede aliviarte la novedad de las tierras?, ¿en qué el conocimiento de ciudades y comarcas? A nada útil conduce ese ajetreo. ¿Quieres saber por qué esa huida no te reconforta? Huyes contigo mismo. Tienes que descargar el peso del alma; hasta entonces ningún paraje te agradará.

LUCIO ANNEO SÉNECA


viernes, 24 de octubre de 2025

Cuando el alma despierta

 


 

“Recordar que soñamos es el primer paso hacia la eternidad”

 

Querido Dios:       

Permíteme una reflexión. No como un reproche, ni siquiera como un reclamo, sino como una inquietud que brota del corazón cuando la mente se silencia.

Cuando en nuestros sueños aparece una pesadilla, al momento de despertar, al cruzar el umbral entre lo onírico y lo real, se siente un alivio inmenso: “Gracias a Dios que solo era un sueño”. En esa frase hay gratitud, hay humildad, hay ese pequeño acto de rendirse ante lo desconocido. Porque incluso en la vigilia más lúcida, hay cosas que no podemos controlar.

Creo, sinceramente, que la vida y la muerte son algo parecido. Creo que la vida es como un sueño, una ensoñación de la Creación. Un suspiro divino que se materializa en carne, en tiempo, en experiencia. Infinitamente minúsculo si se compara con la eternidad del alma. Y aun así, ¡cuán importante se nos hace! Vivimos aferrados a este sueño como si fuera todo. Tememos perderlo, tememos que termine, tememos que lo que hay más allá sea oscuro, o peor, nada.

Pero si la vida es un sueño, entonces también se despierta. También tiene un final. También se transita de la sombra del cuerpo a la luz del espíritu. Y ese momento, ese instante en que se deja el peso de lo terrenal, debe ser –imagino– como despertar de una larga noche. Con el alma expandiéndose como si finalmente recordara que siempre supo volar.

En el sueño de la vida hay de todo. Sufrimiento y dolor que desgarran, alegrías que iluminan, felicidad que envuelve, éxtasis que trasciende, paz que serena, ansiedad que agita. Todas las emociones desfilan como actores por este teatro temporal. Ninguna permanece para siempre, ninguna tiene el poder de definirnos. Solo son parte del relato.

A veces me pregunto si ese desfile de emociones no es más que el alma probando trajes, entendiendo las formas del amor, del miedo, del apego y la compasión. Y a veces siento que, incluso en medio del caos, algo en nosotros sabe que no estamos solos. Que tú estás en cada rincón del sueño, aunque no podamos verte desde esta perspectiva limitada.

Y entonces llega el día. El día del despertar. La muerte. Qué palabra tan cargada de silencios. Dejamos el cuerpo como quien deja una casa después de una larga estancia. La piel se queda, los ojos se cierran, los latidos se aquietan. Pero algo se enciende. Una llama que no se puede apagar, que no depende del oxígeno ni de la materia. El alma, libre al fin, vuela.

Y la sensación de amor supongo que es tan inmensa, que no hay tiempo de pensar: “Qué alivio, que solo eras una vida”. Creo que el amor lo cubre todo. Esa vibración única, inefable, que recorre el espíritu y lo abraza. Como si al despertar nos diéramos cuenta de que éramos parte de ti, desde siempre. De que nunca estuvimos separados.

Pero aquí viene mi pregunta, Señor. En este sueño que llamamos vida, ¿por qué no somos capaces de permanecer conscientes? ¿Por qué no recordamos mientras soñamos que estamos soñando? ¿Por qué no traemos esa misma lucidez espiritual a la vigilia de lo cotidiano?

A veces siento que vivimos dormidos dentro del sueño, como marionetas que han olvidado que están conectadas al cielo. Y otras veces, solo en momentos fugaces de belleza o dolor, algo nos sacude y nos recuerda que hay más. Que hay una verdad que nos espera. Pero dura poco. Se desvanece. Nos distraemos otra vez.

¿Será que hay un propósito en esta inconsciencia? ¿Será que el alma necesita olvidar para aprender desde cero? ¿Será que hay amor incluso en no saber? Porque si supiéramos todo desde el principio, quizás no valoraríamos nada. Quizás no sabríamos lo que significa confiar, avanzar en la oscuridad, buscar respuestas dentro del corazón.

Y aun así… no puedo evitar soñar con una humanidad despierta. Una humanidad que, aun en medio de este sueño, viva con conciencia. Que sepa que está soñando. Que recuerde que el alma es eterna. Que actúe con la certeza de que todo lo que hace reverbera más allá del tiempo.

Gracias Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


El fruto silencioso de la virtud

 


Hay quien cuando hace un favor, enseguida trae a colación su generosidad; hay quien no tan rápido, pero, si se lo guarda considera que el otro está en deuda y es consciente de lo que ha hecho. Pero ha quien ni siquiera es consciente de lo que ha hecho y es igual que una vid que da un racimo de uvas y no pretende nada más allá del fruto que le es propio u que hadado; como un caballo que galopa, un perro que rastrea o una abeja que fabrica miel; un hombre que obra bien no lo proclama, sino que pasa a otra cosa, como la vid en su estación da de nuevo su fruto.

¿Hay que ser entonces como aquellos que actúan sin ocuparse de las consecuencias? Sí, pero hay que tener en cuenta esto: es propio del ser que vive en comunidad que se de cuenta de que obra para la comunidad.

MARCO AURELIO

 


Amar sin condiciones

 


jueves, 23 de octubre de 2025

Prasanna Mudra - Mudra del cabello

 


PRASANNA MUDRA – MUDRA DEL CABELLO

También se denomina “Balayam”. Bala significa cabello y vyayama significa ejercicio. Es “Ejercicio para el cabello”.

Cómo se hace:

Apoya los dos pulgares sobre la parte anterior de los dedos índice respectivos.

Une las uñas de los dedos de las dos manos.

Coloca las manos a la altura del vientre.

Frota de arriba abajo, de manera rápida, rítmica y con una ligera presión las uñas entre sí.

Puedes contar hasta 30.

El frote de las uñas se denomina Sukshuma Kriya.

Sirve para:

Revitalizar el cabello. Fortalece las uñas y los dientes.

Duración:

30 fricciones.

Las veces que quieras.

A la hora que te apetezca.

Beneficios:

Fortalece las uñas

Revitaliza el cabello.

Promueve bienestar general.

Mejora la circulación sanguínea.

Reduce el estrés y la ansiedad.

No recomendado

Mujeres embarazadas.

Personas con hipertensión.


domingo, 19 de octubre de 2025

Dios en acción: Cada pensamiento cuenta

 


          No podré jamás ponderar demasiado la importancia de meditar en el “YO SOY” todo lo más posible, como siendo la Magna Activa Presencia de Dios en ti, en tu hogar, en tu mundo y en tus asuntos.

          Cada respiración es Dios en Acción en ti. El poder de expresar tu pensamiento y tu sentimiento es Dios Activo en ti.

          Como tu tienes libre albedrío, es asunto tuyo calificar la energía que proyectas en pensamiento y sentimiento, determinando como quieres que actúen para ti.

          Nadie puede preguntar: ¿Y cómo debo hacer para calificar la energía? Todo el mundo conoce la diferencia entre lo destructivo y lo constructivo en pensamiento, sentimiento y acción.

SAINT GERMAIN


Deja elegir a Dios



“¿Cuál es la mejor oración?”, preguntó un discípulo. El maestro respondió:

“Dile al Señor: “Te ruego que me des a conocer tu Voluntad”. No pidas: “Dame esto o dame aquello”, sino que confía en que Dios sabe lo que necesitas. Verás que obtienes bienes muy superiores cuando Él los elige por ti”.

PARAMAHANSA YOGANANDA 

sábado, 18 de octubre de 2025

La voz que responde desde el amor

 



“Quien duda con el corazón, ya está orando”

 

Querido hijo:

         He recibido tu carta con ternura, como recibo cada pensamiento sincero que brota de un corazón en busca de Verdad. No imaginas lo cerca que estás de Mí cuando dudas con amor, cuando cuestionas con deseo de comprensión, cuando miras más allá de las palabras aprendidas para tocar el alma de los hechos vividos.

Tu inquietud sobre Jesús, tu hermano mayor, como lo llamas con cariño, no solo es legítima, sino necesaria. Porque no vino al mundo a imponer verdades, sino a invitar a cada uno a descubrirlas desde su propia luz interior. El camino del espíritu no se recorre repitiendo ideas, sino iluminándolas desde la experiencia.

Sé que te duele Su sufrimiento, y lo comprendo. Yo también lo sentí. Aunque no lo viví como castigo, ni como exigencia, ni como sacrificio impuesto. Jesús no murió para que tú te sientas culpable, ni para que creas que eres indigno. Él eligió encarnar y vivir plenamente entre ustedes como muestra de libertad, de compasión absoluta y de entrega consciente. No para redimir un supuesto pecado, sino para encarnar el Amor, ese amor que transforma sin exigir, que libera sin castigar.

Tú lo has intuido bien: el pecado, como se ha entendido por siglos, es una construcción limitada. No hay ofensa posible contra Mí, porque no hay nada en ti que no sea parte de lo que Yo soy. ¿Cómo podría ofenderme una chispa de mi propio fuego? Lo que llaman pecado es, en realidad, ignorancia. Es el olvido de quienes son. Es el cierre momentáneo del corazón a la verdad de su divinidad. Pero incluso en ese olvido, Yo estoy presente.

Cuando dices que Jesús vino a enseñarte a amar, estás tocando el núcleo de su mensaje. Él no vino a sufrir, sino a “vivir con conciencia plena”, a “amar sin condiciones”, a “perdonar incluso cuando el mundo le negaba justicia”. En su caminar humano, te mostró que el Amor verdadero no es un sentimiento que depende de lo que se recibe, sino una energía que se entrega libremente, aún en la cruz, aún entre espinas, aun cuando parece que todo está perdido.

No estabas separado de Mí antes de Jesús. Nunca lo has estado. Ni tú, ni Buda, ni Moisés, ni Abraham, ni los millones que vinieron antes y después. Yo no me enojo. No castigo. No retiro mi presencia. Yo soy el océano en el que cada alma navega, aunque a veces no sepa que está rodeada de agua. Jesús no vino a “reconciliar” lo irreconciliable, sino a recordarte que nunca estuviste solo. Fue espejo, faro, melodía que resonó con una frecuencia de amor tan pura que aún hoy sigue tocando corazones.

Dices que te cuesta entender cómo un acto tan doloroso puede llamarse acto de amor. Te entiendo. Porque el amor que Yo soy no se define por evitar el sufrimiento, sino por “trascenderlo”, por “darle sentido”, por “usar incluso las heridas como puertas hacia la transformación”. Jesús abrazó su humanidad, y en ella te mostró que el alma no se quiebra en el dolor; se revela.

No se trató de un Dios que exige sufrimiento. Se trató de un alma iluminada que dijo: “Sí, viviré este camino, aun si duele. Lo haré por amor, lo haré para que vean, lo haré para que despierten.”

Tu honestidad es oración, hijo mío. Tu cuestionamiento es devoción. Porque no repites por costumbre, sino que te abres a descubrir. Eso, hijo mío, es lo que más me acerca a ti. No hay fórmula ni dogma que me contenga por completo. Pero cuando un corazón sincero me busca desde la humildad, estoy ahí, respirando en cada duda, acariciando cada pensamiento.

Tu comparación con bebés es tierna, y te diré algo: todos ustedes son semillas de eternidad. Y como todo en la vida, requieren tiempo, luz, agua y espacio para florecer. Jesús, en su grandeza, nunca quiso erigirse como superior, sino como guía. Y cada uno de ustedes tiene dentro el mismo potencial: son hijos míos. Hijos de mi Amor. Hijos del mismo fuego.

Encarnar en este mundo no es castigo. Es oportunidad. Es el laboratorio sagrado donde se experimenta el alma. Sí, la vida puede ser cruel. Pero también puede ser maravillosa. Cada día te doy la posibilidad de elegir, de mirar con nuevos ojos, de recordar quién eres. El dolor no es olvido, es señal. Te dice: “aquí hay algo que se puede transformar”.

Tu deseo de aprender a amar es la plegaria más elevada. Porque el Amor no se enseña con palabras. Se aprende viviendo. Y tú estás viviendo, buscando, preguntando, amando aun cuando no todo es claro. Eso es caminar hacia Mí. No estás perdido. Estás en proceso. Estás en el viaje sagrado del alma.

Jesús no vino para que lo veneres como figura distante, sino para que lo imites como compañero de camino. Él también dudó, también sintió miedo, también sudó sangre en su noche oscura. Pero eligió amar. Y eso lo hizo Maestro.

Tú también puedes elegir amar. Incluso cuando no entiendas todo. Incluso cuando el mundo sea caótico. Incluso cuando no tengas respuestas. Porque el Amor no exige saber. Solo pide presencia. Y tú estás presente.

Gracias por tu carta, por tu alma desnuda, por tu valentía espiritual. Yo te abrazo, sin juicio, sin exigencias, con alegría. Porque estás recordando. Porque estás despertando. Porque me reconoces, no solo en lo alto, sino en lo íntimo de tu corazón.

Sigue amando, sigue preguntando, sigue caminando. Aquí estaré, en cada paso, en cada silencio, en cada mirada compasiva que compartas con otro ser.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

Felicidad y virtud

 


La verdadera felicidad reside en la virtud.

¿Qué te aconsejará esta virtud? Que no estimes bueno o malo lo que no acontece ni por virtud ni por malicia; en segundo lugar, que seas inconmovible incluso contra el mal que procede del bien; de modo que, en cuanto es lícito, te hagas un dios.

 ¿Qué te promete esta empresa? Privilegios grandes e iguales a los divinos: no serás obligado a nada, no necesitarás nada; serás libre, seguro, indemne; nada intentarás en vano, nada te impedirá; todo marchará conforme a tu deseo; nada adverso te sucederá, nada contrario a tu opinión o a tu voluntad.

 Pues qué, ¿basta la virtud para vivir feliz? Siendo perfecta y divina, ¿por qué no ha de bastar? Incluso es más que suficiente. ¿Pues qué puede faltar al que está exento de todo deseo?

¿Qué necesita del exterior el que ha recogido todas sus cosas en sí mismo? Pero el que tiende a la virtud, aun cuando haya avanzado mucho, necesita, sin embargo, algún favor de la fortuna, mientras aún lucha entre los afanes humanos, mientras desata aquel nudo y todo lazo mortal. ¿Qué diferencia hay entonces? Que unos están atados, otros amarrados, otros incluso agarrotados: el que ha llegado a una región superior y se ha elevado a más altura, arrastra una cadena floja, todavía no libre, pero ya casi libre.

LUCIO ANNEO SÉNECA


Supervivencia

 


miércoles, 15 de octubre de 2025

Que hablen

 


En las cosas que te propongas, atente a ellas como si fueran leyes, como si fueras a cometer impiedad si las trasgredes. Pero a lo que alguien vaya a decir de ti, no le prestes atención, porque eso ya no es cosa tuya.

EPICTETO


Mudra de la reflexión

 


MUDRA DE LA REFLEXIÓN

MUDRA PARA ENCONTRAR EL SENTIDO A LA VIDA

Cómo se hace:

Apoya en cada mano el pulgar en la base del meñique.

Cierra los puños. Enlaza los dedos índices y sitúa las manos por delante del pecho.

La palma de la mano derecha mira hacia abajo y la palma de la mano izquierda mira hacia el corazón.

Sirve para:

Físicamente estimular el intestino grueso y el meridiano del corazón.

Mentalmente fortalece la capacidad de reflexionar y ayuda a llegar a conclusiones.

Emocionalmente ayuda a vencer los miedos.

Duración:

Practicar tantas veces como se pueda en tu meditación o en tus ejercicios de respiración.

Respira suave y lentamente haciendo una pausa después de la inhalación y de la exhalación.

Concentración en el ajna chakra.

Beneficios:

Estimula el intestino grueso.

Estimula el meridiano del corazón.

Ayuda a reflexionar y llegar a conclusiones.

Ayuda a vencer los miedos.


La vida de Jesús

 


“La luz también se busca en la sombra”

  Querido Dios:

 Hoy me acerco a Ti con el corazón abierto, humilde y lleno de preguntas, buscando comprender el misterio que envuelve la vida de Jesús, mi hermano mayor y mi guía en el camino del amor.

Admiro profundamente a Jesús. Siento una conexión visceral con su historia, con su entrega, con su presencia luminosa en medio de un mundo que a menudo se muestra oscuro. Cada vez que leo, medito o simplemente pienso en su pasión y muerte en la cruz, algo dentro de mí se encoge, se agita, se conmueve. ¿Cómo pudo soportar tanto dolor, tanta humillación, tanto sufrimiento, sin perder la paz interior, sin renunciar al amor, sin dejar de ser compasión pura?

Los maestros de mi tradición religiosa me han enseñado que Jesús murió crucificado para expiar los pecados de la humanidad, y que con ese acto abrió el camino hacia la reconciliación contigo. Se nos dice que su muerte fue un sacrificio voluntario, expresión sublime de tu amor infinito por nosotros.

Sin embargo, estas enseñanzas, aunque las respeto, me dejan con una sensación de inquietud espiritual. Me cuesta comprender el significado real de "expirar los pecados". ¿De qué pecados hablamos? ¿De los errores inevitables que cometemos como parte de nuestro proceso de aprendizaje? ¿De los miedos, ignorancias y reacciones que nos alejan de nuestra propia esencia? En mi corazón no puedo aceptar el pecado como una ofensa contra Ti. Porque si Tú eres Amor, Bondad y Perfección absoluta, entonces no puedes sentirte herido u ofendido por nuestras torpezas humanas. ¿No sería más justo decir que lo que existe son acciones erróneas, pensamientos desalineados con la Verdad, expresiones del ego desconectado?

También me resulta desconcertante la idea de que Jesús vino a reconciliarnos contigo. ¿Acaso estábamos peleados? ¿Tú estabas alejado de nosotros? ¿Podrías estarlo alguna vez? Si Jesús vivió hace 2.000 años, ¿qué ocurrió con los millones de seres humanos que lo precedieron en los siglos anteriores? ¿Qué hay de los sabios y maestros como Buda, Moisés, Abraham y tantos otros que buscaron la luz desde distintas culturas y credos? ¿Estaban distanciados de Ti? ¿O simplemente eran expresiones de Tu presencia en formas distintas a las que el cristianismo reconoce?

La explicación de que todo esto fue una muestra de Tu amor también me desafía. Porque si permitir que Tu Hijo encarne en este mundo para sufrir y morir es amor, ¿qué significa entonces el amor? ¿Dónde está la ternura, la protección, la guía compasiva que asociamos contigo? Y aun así, me doy cuenta: todos nosotros encarnamos para transitar caminos de aprendizaje, de dolor, de desafío. Lo hacemos sin plena conciencia de lo que somos, y nos enfrentamos a la vida desde un estado de vulnerabilidad radical. ¿Será ese también un acto de amor divino? ¿Será que la encarnación en sí misma es una oportunidad para despertar?

Tal vez estoy equivocado. Tal vez estoy siendo ingenuo o irreverente. Pero soy un buscador. Soy un alma que, aún desde su ignorancia, desea amar cada vez más y mejor. Por eso tengo una teoría: yo creo que Jesús no vino a morir, sino a vivir entre nosotros. Creo que su propósito más profundo fue enseñarnos a amar, a recordar que estamos hechos de luz, que la divinidad habita en cada corazón humano, y que podemos perdonar incluso a quienes nos clavan en nuestras propias cruces simbólicas.

Jesús encarnó para mostrarnos el camino del amor incondicional, del perdón sin límites, de la compasión activa, de la presencia divina en lo cotidiano. Su vida fue una revelación. Su muerte, un símbolo. Pero su enseñanza sigue viva, palpitando en cada gesto de bondad, en cada acto de entrega, en cada alma que decide despertar.

Perdóname, Señor, si pongo en tela de juicio las enseñanzas que los hombres han formulado en Tu nombre. No lo hago desde la soberbia, sino desde la sinceridad. Estoy en proceso. Estoy aprendiendo. Estoy tratando de escucharte con el corazón, más allá de las palabras que otros han pronunciado sobre Ti.

Y mientras tanto, en este mundo a veces cruel, intento amar. Cada día, cada encuentro, cada caída. Y sigo mirando a Jesús como mi ejemplo más alto. Porque incluso en su último suspiro, amó. Porque incluso desde la cruz, perdonó.

Te amo, Señor. Te amo, aunque no comprenda todo. Te amo porque en medio de mi ignorancia siento que estás, que vibras, que me sostienes. Y eso basta.

Gracias.

 

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


martes, 14 de octubre de 2025

Cuando no brillas

 


La corriente de la eternidad

 



A través de la sustancia universal, como a través de un torrente, marchan todos los cuerpos, con la misma naturaleza y la misma labor que el todo, como nuestras partes entre sí. ¿A cuántos Crisipos, a cuántos Sócrates, a cuántos Epíctetos ha engullido ya la eternidad? Que esto mismo te venga a la cabeza acerca de cualquier hombre y de cualquier hecho.

MARCO AURELIO


Los caminos del alma: 15 años de viaje y blog

 



       Hoy hace 15 años nació este blog. Lo creé con la intención de mantener vivo el nexo con quienes habían sido mis alumnos, mis pacientes, mis compañeros de meditación… en suma, mis amigos. Era una forma de seguir conectando, de compartir pensamientos, vivencias y aprendizajes, incluso a la distancia.

En aquel momento, dejaba atrás el Centro de Yoga que había sido mi hogar durante una década. Cerraba una etapa intensa y luminosa para iniciar una nueva andadura lejos de casa. Nada menos que en Perú.

Hoy, 15 años después, ya de regreso, no puedo sino reconocer que los caminos del Señor son verdaderamente inescrutables. En realidad, no había una razón de peso para cambiar de residencia ni para comenzar una nueva vida. No había urgencia, ni necesidad. Pero yo creía —con una convicción casi épica— que iba a la conquista. No de un nuevo mundo, como hizo Cristóbal Colón, sino a la conquista de mi espiritualidad.

Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, creo que no la conquisté. Es más, me atrevería a decir que la fui dejando en jirones a lo largo de los años. Cada experiencia, cada desafío, cada pérdida, fue deshilachando esa búsqueda inicial.

Mi estancia en Perú me recuerda inevitablemente la historia bíblica del faraón y los sueños que interpretó José (Génesis 41): siete vacas gordas devoradas por siete vacas flacas, siete espigas llenas consumidas por siete espigas marchitas. José, entonces prisionero, explicó que Dios revelaba un ciclo: siete años de abundancia seguidos por siete años de hambruna.

Así fue también para mí. Los primeros siete años en Perú fueron de abundancia: de descubrimientos, de expansión, de luz. Los siete siguientes, de carencia: de pruebas, de silencios, de noches largas.

Desde fuera, alguien podría preguntarse: “¿Para qué fuiste? No conquistaste la espiritualidad, viviste momentos muy duros, y has vuelto sin haber domado tu orgullo. ¿Ha merecido la pena?”

Y yo respondo, sin dudar: ¡Claro que ha merecido la pena! 

Porque de Perú nos trajimos algo que ni mi esposa ni yo habíamos imaginado: un hijo. 

Nos fuimos sin saber por qué, pero ahora que hemos vuelto, sabemos que teníamos que ir a recogerlo. Él era el verdadero propósito oculto en aquel viaje.

Hoy estoy en un nuevo inicio. Creo que es la quinta vida que vivo dentro de esta misma vida. Seguimos habitando la carencia que trajimos de Perú, pero tengo la esperanza de que en algún momento podamos recuperarnos. Y entonces… no sé muy bien qué me deparará la vida. Ya soy un poco mayor. Los 75 años comienzan a pesar.

Por eso decía al principio que los caminos del Señor son inescrutables. Estoy cumpliendo un Plan de Vida que no conozco, pero que mi alma sí conoce. Y ese plan se va materializando, quizás a una velocidad que a mí me parece lenta, pero que sin duda está contemplada en el Proyecto.

En fin, quería recordar estos 15 años del blog. 

Un blog que, contra todo pronóstico, está más vivo que nunca.

Gracias.