El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 21 de enero de 2013

Adjetivos


            Nada es bueno, nada es malo, nada es bonito o feo, nada es agradable o desagradable. Todo eso, no es más que una palabra, un adjetivo, con el que vamos calificando desde nuestra mente, a cada suceso y acontecimiento que ocurre en nuestra vida, y lo vamos haciendo en función de las propias creencias y deseos.
             Casi todos sabemos que la causa del sufrimiento es la no consecución de nuestras expectativas hacia algo, es la no consecución de los deseos, en los que hemos depositado nuestras esperanzas y expectativas. Los deseos, que son imprescindibles en su inicio, por ser la espoleta necesaria para poner en marcha cualquier proyecto, una vez iniciado el camino, han de quedar debidamente aparcados.
            Esta es la teoría conocida, pero nunca aplicada, ya que su aplicación supondría que la persona ha completado un aprendizaje importante, posiblemente uno de los más importantes a realizar en este estado de la materia: “no apegarse a los deseos”. El desapego es una prueba evidente de crecimiento, de ese crecimiento en el que todos, casi todos más que menos, estamos implicados.
            Pero en la medida en que vamos ascendiendo los peldaños de la escalera de nuestra evolución, seremos más conscientes de los deseos y de sus consecuencias: de la euforia que nos invade con su realización o de la tristeza que nos inunda ante el fracaso, así como de las etiquetas que le vamos colocando a la vida.
            Pero la vida “es”, “sólo es”, “sin más”, sin calificativos. Lo que es bueno para uno, no resulta tanto para otro, lo que a uno le causa alegría a otro le puede causar tristeza. Esto, también es conocido por casi todos, pero no somos capaces de dejar de colocar la etiqueta de bueno, malo, agradable, alegre o triste, a cada acontecimiento, según va transcurriendo la vida, y lo que es peor, regodearnos y revolcarnos en la energía que esos adjetivos generan en todos nosotros.
            Ya que somos incapaces de dejar de etiquetar, lo que si podríamos hacer, sería no refugiarnos en la emoción que la palabra provoca. Sería “no hacer leña del árbol caído”, es decir, no centrar el pensamiento en aquello a lo que hemos otorgado el calificativo de “malo”, ya que va a ser entonces, cuando la energía de ese pensamiento de dolor o frustración, sirva de alimento para nuestros cuerpos, físico, mental o emocional.
            Hemos de tratar de aceptar, sin más, cualquier acontecimiento. Lo hemos etiquetado, es cierto, pero a partir de ese momento, sea cual sea la calificación, sólo nos queda aceptarlo, para evitar las consecuencias que el adjetivo colocado nos afecte. No hemos de olvidar que cualquier suceso sólo es una lección en la asignatura del curso de la vida, y de la misma manera que en la universidad cuando no se aprueba una asignatura, de nada sirve darle vueltas y más vueltas a la causa del suspenso, ya que lo único que hay que hacer es estudiar un poco más, para que en la próxima evaluación no volvamos a cometer los mismos errores. Ocurre lo mismo en la vida.
            Por lo tanto, mientras no seamos capaces de aparcar los deseos, sólo nos queda agregar una etiqueta más a las muchas que llenan nuestro cajón de la mente, la etiqueta de la aceptación. ¡Vale!, si hemos etiquetado el suceso como “malo”, hemos de añadir a continuación una segunda etiqueta, “lo acepto”, así será más liviano el dolor. 

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