La muerte es el único hecho que podemos predecir con absoluta seguridad y, sin embargo, la mayoría de los seres humanos se niega a considerarlo, hasta que se enfrentan a la muerte de un modo inminente y personal.
La mente del ser humano está tan poco desarrollada, que el temor a lo desconocido, el terror a lo no familiar, y el apego a la forma, han provocado una situación, en la que uno de los acontecimientos más benéficos en el ciclo de vida es visto como algo que debe ser evitado y postergado el mayor tiempo posible.
La muerte, es una de las actividades que más hemos practicado. Hemos muerto muchas veces y moriremos muchas más. Muerte es, esencialmente, cuestión de conciencia. En cierto momento estamos conscientes en el plano físico; en otro, nos retraemos a otro plano y estamos allí activamente conscientes.
En la medida en que nuestra conciencia se identifica con el aspecto forma, con la materia, la muerte continuará manteniendo su antiguo terror. Tan pronto nos reconozcamos como almas y hallemos que somos capaces de enfocar a voluntad nuestra conciencia y nuestro sentido de percepción, en cualquier forma o plano, o en cualquier dirección dentro de la forma de Dios; la muerte ya no existirá, ya no conoceremos la muerte.
La muerte para el ser humano medio es un fin desastroso, pues implica la terminación de todas las relaciones humanas, la cesación de toda actividad física, la ruptura de todos los signos de amor y afecto, y el tránsito, (involuntario y disconforme), a lo desconocido y temido. Nos creemos que es lo mismo que salir de una habitación iluminada y agradable, cordial y familiar, donde están reunidos nuestros seres queridos, y pasar a la noche fría y oscura, solo y aterrorizado, sin saber lo que vendrá y sin ninguna seguridad.
Las personas olvidan por lo general que todas las noches, durante las horas de sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro lugar. Olvidan también que han adquirido ya la facilidad de dejar el cuerpo físico, aunque aún no pueden conservar en la conciencia del cerebro físico los recuerdos de esa muerte y el consiguiente intervalo de vida activa, y no relacionan la muerte con el sueño.
Después de todo, la muerte es sólo un intervalo más extenso en la vida de acción en el plano físico; nos vamos “al exterior” por un periodo más largo. Pero el proceso del sueño diario y el proceso de la muerte ocasional son idénticos, con la única diferencia que en el sueño el hilo magnético o corriente de energía, a través del cual corren las fuerzas vitales, se mantiene intacto, y constituye el camino de retorno al cuerpo. Con la muerte, este hilo de vida se rompe. Cuando esto ha ocurrido, la entidad consciente no puede volver al cuerpo físico denso, y al faltarle a ese cuerpo el principio de coherencia, se desintegra.
El temor a la muerte está basado en:
El terror, en el proceso final del desgarramiento en el acto de la muerte.
El horror a lo desconocido y a lo indefinido.
La duda respecto a la Inmortalidad.
El pesar por tener que abandonar a los seres queridos o ser abandonado por ellos.
Las antiguas reacciones a las pasadas muertes violentas, arraigadas profundamente en el subconsciente.
El aferrarse a la vida de la forma, por estar principalmente identificados con ella en la conciencia.
Las viejas y erróneas enseñanzas referentes al cielo y al infierno, siendo ambas, perspectivas desagradables para cierto tipo de personas.
Pero la muerte no existe. Sólo es una entrada en una vida más plena. Sólo es una liberación de los obstáculos del vehículo carnal.
Para los seres no evolucionados, la muerte es un sueño y un olvido, porque la mente no está bastante despierta para reaccionar, y el archivo de la memoria está prácticamente vacío.
Para los demás, la muerte es la continuidad en su conciencia del proceso de la vida, y lleva a cabo los intereses y tendencias de esa vida. Su conciencia y sentido de percepción son los mismos e invariables. No percibe mucha diferencia, y a menudo no se da cuenta que ha pasado por la muerte.
Para el perverso y cruel egoísta, el criminal y esos pocos que viven únicamente para el aspecto material, se produce una situación denominada “atados a la tierra”. Los vínculos, que han forjado con la tierra, y la atracción hacia ella, de todos sus deseos, los obliga a permanecer cerca de la misma y de su último medio ambiente terreno. Tratan desesperadamente por todos los medios posibles, de ponerse en contacto y volver a penetrar en él.
En contadisimos casos, un gran amor personal por quienes han dejado, o el incumplimiento de un deber reconocido y urgente, mantienen a quienes poseen bondad y belleza, en semejante situación.
Para el ser evolucionado, la muerte es la entrada inmediata en una esfera de servicio y de expresión a la que ya está muy acostumbrado, percibiendo enseguida que no es nueva. En las horas de sueño ha desarrollado un campo de servicio activo y de aprendizaje. Ahora sencillamente funciona en él durante las veinticuatro horas, (hablando en términos de tiempo del plano físico), en vez de las breves horas de sueño en la tierra.
Otro temor que induce a la humanidad a considerar la muerte como una calamidad es el que ha inculcado la religión teológica, particularmente los Protestantes fundamentalistas y la Iglesia Católica Romana: el temor al infierno, la imposición de castigos, comúnmente fuera de toda proporción a los errores cometidos durante una vida, y el terror impuesto por un Dios iracundo.
Le dicen al hombre que debe someterse y que no hay escapatoria posible. Como bien sabéis, no existe un Dios iracundo ni un infierno. Sólo existe un gran principio de amor que anima a todo el universo; existe la Presencia de Cristo, indicando a la humanidad la realidad del alma y que somos salvados por la vivencia de esa alma, y que el único infierno que existe es la tierra misma, donde aprendemos a trabajar por nuestra propia salvación, impulsados por el principio de amor y de luz e impelidos por el ejemplo de Cristo y el anhelo interno de nuestra propia alma.
A medida que las erróneas ideas enseñadas por la iglesia vayan desapareciendo, será eliminado, de la mente del ser humano, el concepto del infierno y reemplazado por la comprensión de la Ley del Amor, que hace al ser humano lograr su propia salvación en el plano físico, lo cual conducirá a corregir los males cometidos durante sus vidas en la tierra. La energía del Amor, lo puede todo.
El actual temor a la muerte debe ceder su lugar a una inteligente comprensión de la realidad y ser sustituido por el concepto de continuidad, que niega toda interrupción, y acentuar la idea de que existe una vida, una Entidad consciente, que adquiere experiencia en muchos cuerpos.
La muerte constituye, actualmente para el ser humano, un momento de catastrófica crisis: La cesación y fin de todo lo amado, lo familiar y lo deseable, la irrupción en lo desconocido e incierto, y la abrupta terminación de todos los planes y proyectos. No tiene importancia cuánta fe pueda haber en los valores espirituales, ni como sea de claro el razonamiento de la mente acerca de la inmortalidad, ni tampoco la evidencia que tenga, (por sus estudios y lecturas), de la supervivencia y eternidad; siempre existe una duda, el reconocimiento de la posibilidad de que todo termina y la negación y fin de toda actividad, de todas las reacciones cardíacas, de todo pensamiento, emoción, deseo, aspiración y de las intenciones enfocadas alrededor del núcleo central del ser del hombre. El anhelo y la determinación de sobrevivir y el sentido de continuidad, todavía dependen, aun para el creyente más ferviente, de una probabilidad, de una base inestable y del testimonio de otros, que en realidad nunca han vuelto para contar la verdad.
El instinto de autoconservación tiene su raíz en un innato temor a la muerte; mediante la presencia de ese temor, la raza ha luchado hasta alcanzar el presente punto de longevidad y resistencia. Las ciencias que conciernen a la preservación de la vida, al conocimiento médico en la actualidad, y a las proezas de la comodidad de la civilización, todo, ha surgido de este temor básico. Todo, ha tendido hacia la conservación del individuo y su persistente condición de ser. La humanidad persiste, como raza y reino de la naturaleza, y el resultado de la tendencia a ese temor, trae la reacción instintiva de la unidad humana a la propia perpetuación.
Es necesaria una reflexión serena para que el tema de la muerte pueda configurarse en vuestra mente con más firmeza y sensatez, tratando de obtener un nuevo ángulo sobre el tema de la muerte, procurando cambiar el temor por lo que es el propósito y la belleza de la transición.
Después de eso, trataremos un día del proceso de la muerte tal como lo registra el alma.
(Es un extracto del libro “La muerte una gran aventura” de Alice Bailey)