Querido Dios:
Desde hace mucho
tiempo, siempre he tratado de ser una persona generosa, alguien que da sin
calcular ni medir. En los momentos en que he tenido abundancia, he compartido
con alegría y con una profunda gratitud. No he escatimado cuando me pedían
ayuda, cuando alguien necesitaba un empujón en los momentos difíciles. He dado
con las manos llenas, sin temor y sin reservas, porque creía en la belleza de
la generosidad, en el poder transformador de ayudar a los demás.
Sin embargo, ahora que
mi realidad ha cambiado, siento que esa generosidad que antes irradiaba, ha
quedado relegada. No es que haya desaparecido de mi corazón, pero me encuentro
en una posición vulnerable: una donde las fuerzas se agotan y las necesidades
se acumulan. Y lo que me duele profundamente es que, en esos momentos de
dificultad, cuando he necesitado apoyo, no siempre lo he encontrado.
Se habla mucho de la
promesa de "recibirás ciento por uno". Una frase que durante mucho
tiempo creí fervientemente. Pero ahora que estoy aquí, reflexionando sobre mi
camino y sobre las pruebas que he enfrentado, esa promesa me parece más un
eslogan. ¿Es realmente cierta? ¿Es algo que puedo esperar con confianza, o
simplemente una expresión creada para consolar al que da y motivar al que pide?
Porque, querido Dios,
si soy honesto, cuando más necesitaba ese "ciento por uno", no
siempre se manifestó en mi vida. No digo que nunca haya recibido ayuda ni
bendiciones, pero las circunstancias han sido tan retadoras que, muchas veces,
tuve que luchar incansablemente para salir adelante. Sentí como si estuviera
solo, navegando en un mar turbulento, buscando un puerto seguro que nunca
llegaba.
Sé que la vida está
llena de caminos misteriosos, que hay un equilibrio que a veces no podemos
entender. Pero en este momento, me cuesta encontrarle sentido. ¿Acaso lo que
damos realmente regresa a nosotros? ¿Existe un balance divino, una justicia que
retribuya nuestros actos de bondad? Porque cuando miro hacia atrás, y analizo
todo lo que he dado, no puedo evitar sentir que ese "ciento por uno"
ha sido más bien una meta inalcanzable.
No estoy aquí para
reprochar ni para exigir explicaciones, sino para buscar claridad. Para tratar
de entender el propósito detrás de estas palabras. ¿Qué significa realmente esa
promesa? ¿Es algo que debe ser aceptado sin cuestionar, como un acto de pura
fe? ¿O hay algo más profundo que aún no he alcanzado a comprender? Porque,
aunque me esfuerzo por mantener mi fe intacta, las dudas a veces se apoderan de
mí. Y me pregunto, ¿qué sentido tiene dar sin medida, si al final, cuando me
encuentro necesitado, no siempre recibo lo que se promete?
A pesar de todo, no
pierdo la esperanza de entender Tu mensaje. De descubrir lo que realmente
intentas enseñarme a través de estas experiencias. Porque sé que hay una
sabiduría infinita en Ti, una perspectiva que trasciende la comprensión humana.
Y quiero aprender de esa sabiduría, quiero encontrar respuestas que me ayuden a
entender mi propósito y a aceptar las pruebas con mayor serenidad.
Por último, querido
Dios, quiero agradecerte. No porque todo esté claro, ni porque tenga todas las
respuestas, sino porque sé que estás aquí, escuchando mis palabras y
acompañándome en este camino lleno de retos. A pesar de las dudas, a pesar de
las preguntas sin respuesta, no dejo de creer en Tu amor. Y aunque me cuesta
entender sus formas, sé que Tu presencia es constante, incluso en los momentos
en que me siento perdido.
Gracias por permitirme
abrir mi corazón ante Ti, con transparencia y sin miedo. Por escucharme con
paciencia, por sostenerme con Tu fuerza invisible. Mi fe sigue viva, aunque a
veces vacile, y mi esperanza permanece, incluso en los días más oscuros.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo