El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
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lunes, 29 de septiembre de 2025
viernes, 22 de agosto de 2025
Desde el silencio
“A veces, el alma necesita escribir lo que
el corazón ya ha susurrado mil veces.”
Querido Dios:
Pero me hace ilusión escribirte,
porque una carta es más lenta que un pensamiento. Me permite dedicarte más
tiempo, permanecer contigo más allá de la fugacidad de la mente. Un pensamiento
es veloz—puedo preguntarte algo y recibir la respuesta en un instante. Pero al
escribir, cada letra aparece con lentitud, casi como si te acariciara,
entregándote cada palabra con calma y devoción.
Todo este preámbulo es para
confesarte lo que ya sabes, no desde que camino por la vida, sino desde el
primer aliento de la Creación: mi mayor deseo es alcanzar la iluminación.
Aunque... ¿existe realmente eso
que, las almas que habitamos la materia, llamamos iluminación? Yo la entiendo
como un estado de profunda comprensión y conexión Contigo, un despertar que me
permita ver la realidad con claridad, libre de engaños y distracciones
mundanas. Creo que su manifestación más pura es la paz absoluta, ese estado de
felicidad permanente.
¡Vaya desafío!
Mis creencias sobre Ti han
cambiado a lo largo de los años. De niño, te imaginaba como me enseñaron: un
Señor anciano, vestido con túnica blanca, con el cabello y la barba igualmente
blancos, que todo lo ve y quiere que seamos buenos. Me aterraba tu mirada
constante, pues no podía esconderme de Ti como lo hacía de mi madre cuando
cometía alguna travesura. Peor aún, tenía miedo de morir, porque el infierno
parecía una condena inevitable.
Luego, en la adolescencia, el
terror se convirtió en pavor, horror y espanto. Ya no hacía tantas travesuras,
pero me masturbaba a diario, sintiéndome culpable por quebrantar mandamientos:
Actos y pensamientos impuros, desear a la mujer del prójimo, no santificar las
fiestas y, peor aún, no te amaba. Te temía. Y como tampoco me amaba mucho a mí
mismo, pues me juzgaba sin piedad, estaba claro que no amaba a mi prójimo. Era
evidente: “estaba condenado”.
Pero vivir en ese estado de
pavor permanente era insostenible. Así que tomé una decisión drástica: dejé de
pensar en Ti.
“Si no te miraba, no sufría”. Al
menos, podía disfrutar sin culpa de mi propia existencia y del éxtasis de mis
orgasmos sin sentirme culpable.
Durante años viví sin que
ocuparas mi pensamiento. Me cuestionaba tu supuesta bondad. ¿Cómo podías ser
misericordioso y al mismo tiempo condenar a tus hijos al fuego eterno? Ese Dios
me parecía más farisaico que Judas y Caifás juntos.
Y así fue... hasta que la
espiritualidad me encontró.
El yoga, la meditación y el
silencio interior me hicieron replantear todo. Tuve que desaprender. Primero,
comprendí que las religiones—aunque necesarias porque nos hablan de Ti—también
están llenas de intereses, reglas y estructuras humanas. Me alejé de dogmas y
doctrinas para redescubrirte en mi interior.
Segundo, construí nuevas
creencias.
Y menos mal, porque en ellas ya
no hay mandamientos, ni pilares, ni leyes, ni normas. Sólo un principio
fundamental: somos lo mismo, y debemos amarnos como Tú nos amas.
Por un tiempo, pensé que ya lo
tenía todo hecho. ¡Meditaba hasta cuatro horas diarias! Me sentía cerca de la
iluminación.
Pero como decía Alfonso X el
Sabio: "Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen."
En la espiritualidad no se trata
de saber, sino de vivir, experimentar y transformar. Es un camino que no solo
se aprende, sino que se aplica e interioriza en cada acción y pensamiento.
Por eso sé que, estoy lejos de
la iluminación. Pero al menos, ahora lo sé.
Gracias Señor.
jueves, 7 de agosto de 2025
sábado, 26 de julio de 2025
Canción sin letra
Hoy me sentí como una canción sin letra
Hoy desperté sintiéndome extraño. No
vacío, pero sí indefinido. Como si fuera música flotando entre las notas, sin
palabras que me expliquen. Como una melodía suave que nadie canta, que nadie
interpreta, pero que existe igual.
Es difícil describir esta sensación.
No es tristeza, tampoco alegría. Es como estar lleno de sonidos que no
encuentran forma, como si mi interior tuviera algo por decir, pero no supiera
cómo. Como si la voz que me cuenta cada día hubiese decidido guardar silencio,
dejándome solo con el ritmo de mi cuerpo y el compás del tiempo.
Me moví por la casa en silencio. El
ruido de la cafetera se volvió mi coro, el crujir del suelo bajo mis pies era
el bajo, y mi respiración entrecortada acompañaba como un suave sintetizador.
Todo estaba presente, menos las palabras. Las ideas llegaban como acordes
incompletos. ¿Qué siento? ¿Qué quiero? ¿Por qué hoy no sé explicarme?
En días así, me doy cuenta de lo
mucho que dependo de las palabras. De los nombres que les doy a mis emociones,
de las frases que me ayudan a ordenar la confusión. Hoy no las tengo. Soy una
melodía que no se ha escrito, una canción en pausa, una sinfonía que todavía no
decide si será triste, alegre, furiosa o esperanzadora.
Hay belleza en esto. Una belleza extraña.
Me obliga a sentir sin entender, a escuchar sin interpretar. El mundo no
necesita mis palabras hoy, y yo tampoco. Puedo simplemente estar.
Me imagino siendo esa canción sin
letra que otros escuchan. ¿Qué transmitiría? ¿El eco de una nostalgia suave? ¿La
inquietud de una búsqueda? ¿La calma de quien por fin se rinde y se deja llevar
por la corriente?
Al final del día, encuentro consuelo
en esta ausencia de palabras. Me descubro más atento a los sonidos externos: el
viento jugando con las cortinas, las risas de niños que pasan por la calle, el
tic-tac del reloj que marca un tiempo que no necesito traducir. Todo es parte
de mi partitura secreta.
Y quizás, en el fondo, todos tenemos
días así. Días en los que no sabemos explicar lo que sentimos. Días en los que
somos canciones incompletas, esperando que alguien nos escuche, nos acompañe
sin exigirnos que hablemos. Días en los que el silencio también canta.
Hoy fui eso. Fui música sin letra. Y
aunque mañana quizá encuentre las palabras, hoy aprendí que también hay sentido
en no tenerlas.
domingo, 14 de abril de 2024
Conversaciones con el Maestro (silencio interior)
Conversaciones con el Maestro
- Kunturi, últimamente, he notado que tu
mente está un tanto agitada. Permíteme recordarte algo que ha fascinado a
filósofos, místicos y buscadores de la verdad a lo largo de la historia: el
silencio interior. Este estado de calma y quietud permite a las personas
conectarse con su ser más profundo.
>> Sin embargo, el silencio interior es esencial para tu bienestar emocional y mental. Te ofrece un refugio del caos exterior y un espacio para reflexionar y recargar energías.
>>
Y, sobre todo, es crucial para el propio crecimiento. Al alejarte del ruido
externo, podrás escuchar tus propias ideas y sentimientos con mayor claridad. Podrás
sintonizar con tu corazón que solo habla bajo los dictados del alma.
- Entiendo, Maestro. Conozco la teoría, como casi todos. Pero la práctica es lo difícil.
>> Sé que alcanzar el silencio interior requiere práctica y paciencia. Y que una de las maneras más efectivas de cultivarlo es a través de la meditación, porque aprendemos a enfocar la atención y a dejar pasar los pensamientos intrusivos sin juzgarlos.
>> Llevo tanto tiempo meditando que la sensación de paz y serenidad perdura incluso fuera de la meditación. Sin embargo, a veces, las emociones y los pensamientos pueden ser abrumadores, especialmente en momentos como este que estoy viviendo.
-
Es comprensible, pero no debes
desistir. Cuando no estés meditando y te encuentres en un estado emocional
desafiante, como ahora, debes permanecer muy atento durante todo el día, atento
a la vida, sin juzgarla. Mantén la atención en tu respiración y aleja las
distracciones, como las redes sociales, que pueden acelerar tus pensamientos.
-
Lo tendré presente Maestro.
-
Recuerda que el silencio interior es
más que la ausencia de ruido. Es un estado de conciencia que te permite
conectarte con tu esencia y vivir una vida más plena y consciente. Aunque el
camino hacia el silencio interior puede ser desafiante, los beneficios que
ofrece son invaluables. Al dedicar tiempo a cultivar la quietud interna, puedes
descubrir una fuente de paz y claridad que enriquecerá todos los aspectos de tu
existencia.
sábado, 6 de abril de 2024
miércoles, 3 de enero de 2024
miércoles, 16 de noviembre de 2022
La gloria del silencio
Las sirenas eran unas ninfas
marinas que, en la mitología, atraían con sus cantos, dulces e insinuantes, a los
marinos hacia los escollos de la costa, donde, tras hacerles naufragar, los
devoraban, no dejando de ellos más que los huesos amontonados.
Advertido por la diosa Circe
de lo peligroso que era el canto de las sirenas, Ulises ordeno taponar con cera
los oídos de sus remeros y se hizo atar al mástil del navío. Si por el hechizo
musical pedía que lo liberasen, debían apretar aun más fuerte sus ataduras.
Gracias a esta estratagema Ulises fue el único ser humano que oyó el canto y
sobrevivió a las sirenas, que devoraban a los incautos que se dejaban seducir.
Empleamos esta expresión
para advertir del peligro de dejarse seducir o llevar a la perdición por falsas
promesas o incitaciones ilusorias. Pero tendríamos que utilizar muchísimo más
esta expresión, porque todos y cada uno de nosotros convivimos con una sirena,
que sabe entonar todo tipo de melodías, que nos incita con sus falsas promesas,
que nos seduce con su dulce música y nos arrastra en pos de sueños que se
convierten en humo al acercarnos a ellos.
Nuestra sirena particular no
es una dulce e insinuante ninfa, es nuestra mente, que, por todo lo que maquina
y promete, más parece una bruja terrorífica y tenebrosa. Todos tendríamos que
tener, como Ulises, un mástil al que poder atarnos y unos remeros que nos
ataran para no seguir los dictados de la mente perversa, que cuando nos atrapa
en sus redes deja amontonados no nuestros huesos, ya les gustaría a muchos que
así fuera, sino que amontona sobre nuestra vida nuestras más lúgubres
emociones.
No es dura la vida. No nos
lleva la vida ni al sufrimiento, ni al dolor. No es la vida la culpable de
nuestros miedos, ni de nuestros fracasos, no lo es de nuestra rabia, ni de
nuestra tristeza. No es la vida la responsable de los infinitos males con los
que convive el ser humano. Es nuestra mente, y más concretamente los cantos de
sirena de nuestra mente.
La mente no tiene ningún
reparo en culpar a los demás de desgracias propias, y de hacernos culpables de
las desgracias ajenas. La mente, cual sirena, nos arrastra con su canto, una y
otra vez, a recordar lo más tenebroso de nuestro pasado y nos impulsa a dudar sin
compasión sobre qué hacer en el futuro, pero es incapaz de mantenerse en
silencio para vivir, escuchar y disfrutar el presente.
No existe manera de
taponarse la conciencia para no escuchar a la mente, este es nuestro sino,
escuchar permanentemente las simplezas de una mente que vaga a la deriva, como
las hojas movidas por el viento, amontonando emociones en recovecos
resguardados del aire. Y aquí nace nuestro trabajo, dejar salir del corazón
nuestra grandeza para dominar con un acto de la voluntad al huracán de la
mente, limpiar el amasijo de emociones acumuladas, para conseguir así la gloria
del silencio.


















