No te
alteres por el futuro: llegarás a él, si te es preciso, con la misma razón de
la que te sirves para el presente.
MARCO AURELIO
No te
alteres por el futuro: llegarás a él, si te es preciso, con la misma razón de
la que te sirves para el presente.
MARCO AURELIO
Querido hijo:
No hace falta que
viajes al pasado, hijo mío. Todo lo que has vivido, tanto lo que tú consideras bueno
como lo que consideras malo, forma parte de lo que eres hoy. Tus errores no te
definen, pero te enseñan. Cada paso en falso, cada decisión que desearías
cambiar, ha sido una oportunidad para aprender, para crecer y para volverte más
sabio. En lugar de querer borrar esas experiencias, te invito a aceptarlas, a
aprender de ellas y a usarlas como guía para que no se repitan en el futuro.
Recuerda que incluso
en los momentos en que sientes que fallaste, yo estaba contigo. Vi tus intenciones,
tu humanidad, y sé que muchas veces actuaste de la mejor forma que sabías en
ese momento. El perdón es un regalo que te ofrezco, y también es un regalo que
puedes darte a ti mismo. Perdonarte por tus errores es una forma de liberarte
del peso del pasado y de avanzar con un corazón más ligero.
Ahora, respecto al
futuro, quiero que sepas que no necesitas verlo para confiar en él. Lo que está
por venir no está grabado en piedra; está siendo moldeado por cada una de tus
acciones y decisiones en el presente. Tus palabras, tus actos, tus pensamientos
de hoy son las semillas que plantan el jardín de tu mañana. Confía en que, al
vivir con amor, integridad y fe, estás construyendo un futuro lleno de
bendiciones.
Si tuvieras acceso al
futuro, perderías el regalo del presente. Vivirías adelantándote a los días,
perdiendo la belleza de los momentos que están sucediendo ahora. La vida no se
trata de saber lo que viene, sino de caminar con fe, enfrentando cada día con
valentía y gratitud. Al confiar en mí, en el plan que tú mismo has planificado,
puedes estar seguro de que siempre estaré guiándote, incluso en los momentos de
incertidumbre.
Entiendo que el futuro
puede parecer incierto y a veces aterrador, pero quiero que sepas que no hay
nada en él que tú y yo no podamos enfrentar juntos. Estoy contigo en cada paso,
y mi amor por ti es eterno e incondicional. Incluso en los desafíos,
encontrarás oportunidades para crecer y para descubrir la fortaleza y el amor
que he puesto dentro de ti.
Hijo, te animo a mirar
tu vida no como una serie de errores o incógnitas, sino como una historia que
estás escribiendo cada día. Tienes el poder de elegir cómo reaccionar, cómo
aprender y cómo amar. No te preocupes por corregir el pasado ni por predecir el
futuro; enfócate en vivir el presente con propósito y corazón abierto.
Cada día es una nueva
oportunidad para empezar de nuevo, para ser mejor, para amar más. Vive con
gratitud por lo que tienes ahora, y confía en que el futuro será el reflejo de
tu esfuerzo, tu fe y tu amor. Recuerda que no estás solo en este camino;
siempre estoy contigo, guiándote, amándote y apoyándote en cada paso.
Confía en mí, hijo
mío. No necesitas una máquina del tiempo, porque ya tienes todo lo que
necesitas dentro de ti: el poder de aprender, de cambiar y de construir un
futuro lleno de luz.
Con todo mi amor.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
Querido Dios:
Si pudiera viajar al
pasado, hay tantas cosas que me gustaría cambiar. Tantas palabras dichas que
desearía haber guardado, tantos silencios que ahora sé que debieron romperse,
tantos momentos en los que actué sin pensar o con demasiada dureza. En mi
corazón, hay recuerdos que aún me persiguen. Decisiones que tomé por
impulsividad, falta de conocimiento o miedo, y que sé que lastimaron a las
personas que amo o incluso a mí mismo. Si tuviera la oportunidad de revivir
esos instantes, volvería con la sabiduría que tengo hoy y le hablaría a mi yo
más joven. Le diría que reflexione, que actúe desde el amor, que sea paciente y
compasivo. Le recordaría que las pequeñas cosas que a menudo desestimamos son
las que más importan: un abrazo, una palabra amable, un momento de silencio
compartido.
Hay cosas que duelen
especialmente porque sé que dejaron cicatrices en otros, cicatrices que quizás
aún no han sanado por completo. Me pesa pensar que algunos de mis errores
marcaron la vida de las personas que estuvieron cerca de mí. Si pudiera volver,
haría todo lo posible por borrar esas heridas. Abrazaría más, pediría perdón
con más prontitud y pondría más cuidado en las palabras que pronuncié sin
pensar. Haría todo lo posible por asegurarme de que mi presencia en sus vidas
les trajera alegría, y no dolor.
Por otro lado, si
tuviera la oportunidad de mirar hacia el futuro, también lo haría. No porque
quiera apresurar el tiempo, sino porque muchas veces el futuro me llena de
incertidumbre y dudas. Me gustaría saber qué me espera, si las decisiones de
hoy me llevarán al lugar correcto. ¿Estaré en paz? ¿Habré encontrado la felicidad
que tanto anhelo? ¿Habré hecho lo suficiente para proteger y cuidar de las
personas que amo? Estas preguntas me asaltan a menudo, especialmente en
momentos de debilidad o confusión.
El futuro también me
intriga porque me gustaría prepararme mejor. Si supiera con certeza lo que
viene, quizá podría evitar errores que aún no he cometido o protegerme de
sufrimientos que podrían estar esperándome. Me pregunto si, al conocer mi
destino, podría actuar con más confianza y serenidad, sabiendo que estoy en el
camino correcto. También me reconforta la idea de poder proteger a mis seres
queridos de las adversidades que el tiempo pudiera traerles.
Sin embargo, aquí
estoy, sin esa máquina del tiempo que tanto imagino. Aquí estoy, enfrentándome
al pasado con recuerdos que a veces me reconfortan y otras veces me hieren, y
mirando hacia el futuro con una mezcla de esperanza y temor. Por eso recurro a
ti, Dios. Porque no tengo la capacidad de cambiar lo que ya fue ni de predecir
lo que será. Solo tengo este presente, este momento, y sé que necesito tu guía
para aceptarlo plenamente.
Sé que mi deseo de
cambiar el pasado y conocer el futuro proviene de mi humanidad. Tiendo a buscar
certezas, a querer saber más de lo que me es dado comprender, pero en mi
interior sé que tú tienes un propósito para todo. Incluso para esos errores que
tanto me pesan, incluso para esa incertidumbre que a veces me paraliza. Por eso
te pido, Dios mío, que me ayudes a reconciliarme con mi pasado. Enséñame a
mirar hacia atrás con gratitud por las lecciones aprendidas, en lugar de con
arrepentimiento. Ayúdame a reconocer que todo, incluso los momentos más
oscuros, ha tenido un propósito en mi vida. No quiero vivir atado a lo que ya
no puedo cambiar; quiero aprender de ello y usarlo para ser mejor.
Asimismo, te pido que
me des la valentía para enfrentar el futuro sin miedo. Ayúdame a confiar en tu
plan, incluso cuando no lo entiendo por completo. Dame la fe necesaria para
caminar con esperanza, sabiendo que nunca estoy solo, que tú estás conmigo en
cada paso. Enséñame a construir mi futuro a través de las acciones que realizo
hoy, conscientes y llenas de amor. Recuérdame que cada decisión, cada palabra,
cada gesto tiene el poder de influir en lo que viene. Que mis días no se llenen
de dudas, sino de confianza en que, si vivo con fe y amor, estaré construyendo
un futuro lleno de significado.
Quiero, Dios, aprender
a vivir en el presente. No quiero que mi vida pase sin que me detenga a valorar
los pequeños regalos que me das cada día. Ayúdame a ver la belleza en las cosas
simples: en la risa de un ser querido, en un amanecer, en una conversación
sincera. Enséñame a ser agradecido por lo que tengo ahora, en lugar de
preocuparme por lo que perdí o lo que aún no tengo.
Gracias por estar
siempre a mi lado, incluso cuando mis pensamientos están llenos de dudas y
deseos imposibles. Gracias por tu amor infinito y tu paciencia inagotable. Sé
que, aunque no tenga una máquina del tiempo, tengo algo mucho más valioso: tu
guía y tu amor. Con ellos, sé que puedo reconciliarme con mi pasado, abrazar mi
presente y construir un futuro lleno de esperanza.
CARTAS A DIOS -
Alfonso Vallejo
A
medida que el pensamiento cobraba fuerza, me fui sumergiendo lentamente en el
mismo estado emocional que me acompañó en aquel entonces. Es sorprendente la
capacidad de nuestra mente para recrear no solo los hechos, sino también las
sensaciones asociadas a ellos. Durante un buen rato, me vi atrapado en una
especie de regresión emocional, reviviendo la ansiedad, el miedo y la sensación
de desasosiego que experimenté en aquella época. A pesar del tiempo
transcurrido, esos sentimientos se hicieron presentes con una intensidad casi
idéntica a la de aquel momento. ¿Cómo es posible que un recuerdo tenga tal
poder sobre nosotros?
Este
fenómeno me lleva a una pregunta aún más profunda: ¿Qué es, realmente, el
tiempo? Solemos concebirlo como una línea continua, algo que avanza
inexorablemente desde el pasado hacia el futuro, sin detenerse, sin retroceder.
Pero si esto fuera cierto, ¿por qué entonces podemos viajar en un instante a
cualquier evento pasado con solo activar el botón del recuerdo? La memoria nos
ofrece una forma de desafiar la percepción lineal del tiempo, permitiéndonos
retroceder y experimentar momentos como si aún fueran parte del presente.
Si
no existieran los espejos, esos testigos implacables de nuestra evolución
física, reflejando cada nueva cana o arruga que se asoma con el paso de los
años; si no fuera por los pequeños achaques y molestias que nos recuerdan que
el cuerpo envejece, podríamos llegar a pensar que el tiempo no se mueve. En
nuestro interior, en la esencia de lo que realmente somos, parece que no hay un
sentido real de transcurrir. Tal vez no somos del todo conscientes de los
cambios en nuestra percepción interna porque nuestra identidad profunda no está
sujeta al reloj.
Es
curioso cómo una simple evocación puede transportarnos a una época anterior,
como si el tiempo nunca hubiera pasado. Nos ocurre cuando escuchamos una
canción que marcó una etapa de nuestra vida, cuando percibimos un aroma que nos
remite a la infancia, o cuando volvemos a pisar un lugar cargado de significado
para nosotros. De pronto, no somos quienes somos ahora, sino quienes fuimos
entonces. Lo vivido no se ha ido, permanece latente en algún rincón de nuestro
ser, esperando el momento propicio para salir a la superficie.
Pero
entonces, si podemos viajar mentalmente al pasado de manera tan vívida, ¿por
qué no somos capaces de detener el tiempo en un presente perpetuo? Si no
activáramos el mecanismo de los recuerdos, si pudiéramos moderar el ímpetu de
nuestros deseos y el afán de proyectarnos hacia el futuro, tal vez viviríamos en
un eterno ahora, en un presente continuo e inmutable. Sería como alcanzar un
estado puro de conciencia, libre de ataduras temporales, donde el único
propósito sería experimentar la realidad sin distracciones.
Sin
embargo, nuestra naturaleza parece estar diseñada para moverse entre el pasado
y el futuro de manera constante. Recordamos para aprender, para sentir, para
revivir lo que nos marcó. Proyectamos hacia el futuro para anticiparnos, para
construir, para tener esperanza en lo que vendrá. Esta dualidad hace que el
presente, aunque real, sea muchas veces efímero, pues nuestra mente rara vez se
queda quieta en él.
Si
pudiéramos permanecer en ese presente absoluto, si lográramos despojarnos de la
carga del pasado y la incertidumbre del futuro, ¿alcanzaríamos la felicidad
permanente? Quizás sí, porque buena parte de nuestro sufrimiento proviene de
los recuerdos dolorosos que nos persiguen y de los temores a lo desconocido. Al
evitar la nostalgia y la ansiedad por lo que está por venir, podríamos
enfocarnos solo en la vivencia pura del instante. No habría tristeza por lo que
se perdió ni preocupación por lo que podría suceder. Solo existiría la calma de
estar, simplemente, aquí y ahora.
No
obstante, ¿sería posible una existencia así? ¿Es realmente deseable vivir sin
recuerdos ni expectativas? Quizás no, porque los recuerdos dan profundidad a
nuestra identidad, nos conectan con quienes somos y con los aprendizajes que
hemos adquirido. Son el testimonio de nuestra historia, la evidencia de
nuestras vivencias, y nos permiten entender el camino que hemos recorrido. De
la misma manera, la anticipación del futuro nos motiva, nos da propósitos y nos
empuja a crecer.
El
tiempo es, en definitiva, un misterio fascinante. No es solo una sucesión de
momentos medidos por relojes, sino un fenómeno subjetivo que cada persona
experimenta de manera única. Es flexible, maleable, y puede expandirse o
contraerse según nuestra percepción. Podemos sentir que ciertos días pasan
volando y otros se alargan indefinidamente. Podemos revivir experiencias con
una claridad asombrosa o perder por completo el rastro de ciertos fragmentos de
nuestra existencia.
Tal
vez el verdadero secreto no sea eliminar los recuerdos ni dejar de pensar en el
futuro, sino aprender a equilibrarnos en ellos sin perder de vista el presente.
Aceptar que el tiempo nos moldea, nos transforma, pero que, en el fondo,
nuestra esencia permanece. Y que, aunque viajemos mentalmente hacia atrás o
proyectemos lo que está por venir, la verdadera vida sucede aquí, en este instante,
en el único espacio que realmente existe.
“Cuando aprendan a ser felices en el
presente, habrán descubierto el verdadero sendero hacia Dios”, dijo el Maestro
a un grupo de discípulos.
“Son muy pocos, entonces, los hombres
que viven en el presente”, observó un discípulo.
“Ciertamente”, respondió Paramahansaji.
“La mayoría vive centrada en los pensamientos del pasado o del futuro”.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
Nunca,
bajo ninguna circunstancia, se debe atajar el agua que ya pasó por debajo del
puente.
En
otras palabras, las experiencias desagradables, las pérdidas o cualquier
imperfección que haya ocurrido en tu vida no deben jamás ser abrazadas y
mantenidas en el presente. Ya pasaron; olvida y perdona.
El
dar y perdonar es Divino. Por ejemplo, si un individuo ha entrado en un negocio
y ha fracasado, es siempre por la inarmonía mental de su actitud y sus
sentimientos.
Si
cada individuo en circunstancias semejantes mantuviera con firmeza que solo
existe DIOS EN ACCIÓN, lograría el éxito más perfecto.
Del Libro de oro de Saint Germain.
Aunque
vivieras tres mil años o diez mil veces tres mil años, recuerda siempre que
nadie pierde más vida que esta que vive, ni vive más que la que pierde.
En
esto se igualan la más longeva y la más breve.
El
presente es lo mismo para todos y lo que dejamos atrás es lo mismo; lo que se
pierde, por tanto, es un momento.
Nadie
puede perder entonces el pasado ni el futuro: ¿cómo se le puede privar a
alguien de algo que no le pertenece?
Entonces,
siempre hay que tener estas dos cosas presentes: una, que todo ha sido siempre
semejante y ha estado sujeto a ciclos, y no importa si es en cien años,
doscientos o durante un tiempo indeterminado cuando uno vuelve a ver lo mismo;
la otra, que el que ha vivido más años y el que ha tenido la más breve de las
vidas pierden lo mismo, pues solo se pierde el presente, ya que es lo único que
se tiene. No puede perderse lo que no se tiene.
Capítulo final. Novela "Ocurrió en Lima"
Todavía
era de noche cuando desperté. Saqué el brazo y alargué la mano para mirar la
hora en el celular. Eran las 4:44 de la madrugada. Mi
pensamiento, aun torpe a esta hora, me recordó que, una vez leí
en alguna de las páginas de espiritualidad, que frecuentaba aquella época, hace
ya 7 años, en aquellos días de agosto en los que solía frecuentar la compañía
de Ángel, que encontrarse con el número 444 significa que los ángeles están
cerca de mí para ayudarme en todo aquello que pudiera necesitar y que por eso
no hay que preocuparse.
Volví a
cerrar los ojos y a meter el brazo dentro de la sábana. Aun me faltaban casi
dos horas para levantarme. Como no era normal que me despertara tan temprano
agudicé el oído para ver si los niños hacían algún movimiento. Podía ser que me
hubiera despertado por alguno de ellos. No se escuchaba ningún ruido, todo era
silencio. Sentí un ligero escalofrío y me acerqué a Indhira buscando cobijo.
Pero…, no estaba.
Abrí
los ojos para tratar de ubicarla cuando fui consciente de que no estaba
acostado en nuestra cama. Estaba…, estaba en mi antigua cama, en mi antigua
habitación. “Que sueño tan tonto”, pensé. Sin embargo…, ¡parecía tan real!
La mente tiene, a veces, razonamientos
extraños y, el mío fue: “Si vuelvo a cerrar los ojos, posiblemente, dejaré de
soñar este sueño, sin sentido, y cuando despierte ya se habrá esfumado”, por lo
que cerré los ojos acurrucándome, lo más cómodo posible, para volver a dormir
dentro de este extraño sueño.
Pero no
conseguí dormir y, además, podía escuchar, con toda nitidez, el ruido de algunos
carros que pasaban. En mi casa, donde vivo, en la avenida de Los Libertadores
no hay tráfico en la noche, mientras que donde vivía antes, en la avenida Pardo
siempre hay movimiento.
Me levanté,
con un nudo en el cuello, y pensé: “A ver hasta dónde llega este absurdo
sueño”. Realmente estaba en mi antigua habitación. Miré por la ventana y, en
efecto, estaba en mi antiguo departamento.
Empecé
a caminar por todo el departamento para ver si encontraba algo extraño, algo
diferente, que me diera alguna pista de lo que estaba pasando. Hice más, me
pellizqué y sentí el pellizco, abrí el caño en el lavabo del cuarto de baño,
metiendo mi mano bajo el agua y sentí como se mojaba. Estaba siendo un sueño
demasiado real.
Recorrí
todo el piso y todo era conocido, no había nada extraño. En el congelador de la
refrigeradora había comida ya cocinada que, se supone, yo había guardado. Recordaba perfectamente que ese era mi proceder habitual. Cocinar y congelar
para no tener que cocinar cada día. Miré la fecha de un paquete de jamón inglés
y la fecha marcada era de hace 7 años.
Fue
entonces cuando fui consciente de que no estaba soñando. ¡Estaba despierto! Me
senté en el sofá para tratar, primero de ubicarme y, después, para encontrar
alguna explicación.
“A ver,
Antay, tranquilo”, me dije a mí mismo. “Anoche cuando llegamos de Cieneguilla
de la comida familiar, dimos de cenar a los niños, les acostamos, Indhira y yo
comimos algo de fruta, porque estábamos un poco llenos del almuerzo, y nos
fuimos a la cama. Y despierto, ahora, en mi antiguo piso”.
Es como si me hubiera pasado lo contrario al
día que desperté sin memoria, encontrándome con que estaba casado con Indhira,
que teníamos dos niños y que era el presidente de la empresa de mi suegro.
Pero
ahora ha sido al revés. Vuelvo a despertar en mi antiguo piso, aunque
recordando todo lo que he vivido desde el día que desperté sin memoria para
viajar a Miami.
¿Qué
vida es la real?, ¿la vida que tenía ayer o esta de ahora, que parece una
continuación o un comienzo de la parte de vida que estaba borrada de mi
memoria?, o ¿no está borrada? y, sencillamente, no ha existido. Pero yo he
besado y abrazado a mis hijos, he hecho el amor con Indhira, he viajado con
Pablo a Miami, me he encontrado con Ángel después de 7 años, o ¿no eran 7 años
y solo eran unos días?, he hablado con Diana sobre el problema que tenía con
Pablo. Espera…, y todo eso, ¿no sería un sueño? No, no puede haberlo sido, ha
sido muy real, entonces…, ¿qué ha sido?, ¡ah!, ya sé…, puede haber sido una de
esas recreaciones de las que me hablaba Ángel. Pero si es una recreación quiere
decir que no voy a volver a ver a mis hijos. Ya les extraño.
¡Necesito
ayuda!, Ángel, ¿dónde estás?, siempre apareces cuando te apetece, pero no
cuando te necesito. ¡Necesito respuestas!
- Si
necesitas respuestas es que no has entendido nada sobre la aceptación. -me
pareció escuchar la voz de Ángel en mi cabeza, o ¿era mi propio pensamiento?
- Fuera
Ángel o fuera mi propio pensamiento seguí la conversación- Creí que lo había
entendido todo, pero esto es muy fuerte. ¿Qué está pasando?, ¿Cuál es, en
realidad, mi vida? -no era una pregunta lo que le estaba haciendo, era una
súplica.
- No
tengo nada que decirte. No existe algo fuerte o débil. Es la mente la única que
califica cualquier situación.
>>
¿Cambia la situación porque sepas lo que está pasando? Recuerda: Todo está
bien.
>> ¿Has pensado, alguna vez, que es la
vida? No hay una vida. Hay miles de millones de vidas, una por cada uno de los
habitantes del planeta. Si tú no estás, para ti, no hay vida. Por lo tanto, la
vida, tu vida, es lo que a ti te sucede. Y lo que a ti te sucede tienes que
aceptarlo si quieres ser feliz.
>>
Estás donde tienes que estar.
Recordé,
entonces, el momento en el que mis hijos estaban sentados en mis rodillas, el
día que llegué de viaje. En ese momento fui consciente de lo importante que es
vivir con atención aceptando el momento. Lo único que hice fue disfrutar el
momento sin preguntar que estaba pasando. Eso es lo que tengo que hacer ahora.
Está
claro que mi vida, en este instante, es esta. ¿Para qué saber por qué me está
pasando esto?, ¿qué me importa dónde voy a despertar mañana? Sin embargo, a
pesar del estado de aceptación en el que me encontraba, no podía por menos de
pensar en Indhira y, sobre todo en los niños, en mis hijos. Porque a Indhira
seguro que la iba a volver a ver y, si podía ser hoy mejor que mañana, pero a
los niños no los volvería a ver, o ¿sí? Si siguiera en esta vida, sin volver a
saltar a ningún otro momento, si lo que viví fue una recreación, es posible que
vuelva a encontrarlos en un par de años. ¡Ojalá sea así!
El
único problema, ahora, es que no tengo a nadie que me indique el camino como me
pasaba en la vida que tenía ayer.
“Tengo
que centrarme”, pensé. “Todo parece indicar que hoy es el lunes, después del
domingo en que estuve reunido con mis antiguos compañeros. Si es así…, tengo
que ir a mi nuevo trabajo acompañando a Diana, Pablo y Patricia para que
presenten su curriculum y yo tendré mi primera reunión del comité de dirección,
que ha sido programada para presentarme”.
Acababa de salir de la ducha cuando sonó el
timbre de la puerta. “Solo podía ser Diana”, pensé.
- Un
momento, ya abro, -grité desde el interior. Tenía que vestirme.
- En
efecto, cuando abrí, allí estaba Diana.
- Disculpa,
he llamado un poco antes porque me he quedado sin café. ¿Me invitas?
- Si.
Prepáralo tú misma mientras termino de vestirme.
- ¿Cómo
te fue ayer con Indhira?, -preguntó Diana desde la cocina y, siguió- se ve una
chica muy linda y encantadora.
Poco se
podía imaginar Diana que, mientras ella y el mundo dormían, para mí y, supongo
que, para el mundo, habían pasado siete años, aunque no tuviera memoria de
ellos, y una semana, que tengo muy presente y que no creo que olvide mientras
viva y, de la misma manera que avanzamos esos años, los hemos retrocedido.
- No
podía decir nada a Diana excepto lo que contesté- Me fue muy bien.
- ¿Te
disculpaste?, te veo bien, ¿habéis vuelto a quedar?, -En tan poco tiempo, Diana
se había convertido en una gran amiga. Casi como la hermana que nunca tuve.
- Me
disculpé y quedamos en que nos llamaríamos el sábado. Pero no voy a esperar al
sábado. La voy a llamar hoy. -cuando hablábamos esto lo hacíamos tomando ya
nuestro café.
Por
primera vez en mucho tiempo, quizás por primera vez en mi vida, estuve,
totalmente, presente, siendo consciente de todos y cada uno de los minutos del
día.
Al
llegar, con Diana, a la puerta de la empresa, ya nos estaban esperando Pablo y
Patricia. Los acompañé al despacho del señor Ramírez, de recursos humanos,
mientras yo pasaba a mi oficina.
Poco
antes del comienzo de la reunión de dirección asomó Diana por la puerta del
despacho. Había finalizado su entrevista. Estaba exultante cuando me dijo que
el lunes de la siguiente semana comenzaba a trabajar. Pablo y Patricia se
habían ido a tomar un café porque el señor Ramírez no les podía atender hasta
el mediodía, por culpa de la reunión de mi presentación.
La
reunión, que duró un par de horas, fue muy agradable. Allí conocí a los que ya
eran mis nuevos compañeros de trabajo y, todos celebraron que hubiera personal
informático especializado en la empresa. Parece ser que era el talón de Aquiles
de todos ellos.
Seguía
siendo consciente.
Cuando
estás consciente el tiempo no se hace ni largo ni corto. Es una sensación
extraña a la que no estaba acostumbrado. Todo era presente. Fue como la mañana
en la que paseando me sentí parte de todo, no por sentirme en el mismo estado
de pertenencia sino por el estado de presencia. Todo era presente
Y en
ese presente, a las 7 de la noche, me pareció que era buen momento paras dejar
de trabajar.
- Desde
la misma oficina llamé a Indhira- Hola Antay, -contestó- ¡que sorpresa!, pensé
que habíamos quedado en hablar el sábado.
- Sí, lo
sé. Pero, si no te importa podríamos vernos de nuevo en la pizzería y cenar una
pizza. -No me importaba lo que ella pudiera pensar. Es lo que me apetecía hacer
y si a ella no le apetecía con decir que “no”, estaba solucionado.
- Si que
me apetece. ¿Nos vemos allí en media hora?
- Te
espero.
- ¿Qué
pasó para que me llamaras?, -preguntó Indhira en cuanto nos encontramos.
- Con un
día ha sido suficiente para saber lo que quiero. No necesito una semana para
pensarlo y tampoco quiero perder tiempo en pensamientos inútiles. Quiero estar
contigo. Pienso en ti de manera permanente.
Una preocupación es un proceso mental, proceso en el que la mente permanece, casi de manera constante, dando vueltas a un mismo tema, con ínfimas variaciones, y sin querer encontrar una solución.
Es claro que la mente no quiere
encontrar ninguna solución, porque si la encontrara, en ese momento, se
acabaría la preocupación, y la mente dejaría de tener el control.
En los momentos de preocupación, la
persona no tiene ningún poder sobre sí misma, ya que todo el poder lo ostenta,
en ese momento, la mente.
La preocupación se alimenta por
sucesos acaecidos en el pasado, por problemas presentados en el presente, o por
la incertidumbre sobre deseos del futuro.
En cualquiera de los tres casos, la
preocupación consume una gran cantidad de energía, afecta de manera negativa al
sistema nervioso, mantiene a la persona irritable y malhumorada, y a la mente
ocupada hasta el extremo de nublarse completamente, perder la capacidad de raciocinio,
encontrándose fuera de la realidad.
No es necesario decir que darle
vueltas y más vueltas a un suceso pasado, no cambia en absoluto dicho suceso,
no hay vuelta atrás, no tenemos poder para retroceder en el tiempo. Lo hecho,
hecho está. En este caso solo queda la aceptación, asumir el hecho, e integrar
la enseñanza. De la misma manera, obsesionarse
con lo que pueda pasar en un futuro, no va a llevar a la persona a buen puerto,
y posiblemente afecte negativamente en la consecución del deseo, sobre todo si
el pensamiento va encaminado en una dirección negativa. Recordar que energías
iguales se atraen.
Para la preocupación generada por
problemas del presente, se ha de tener en cuenta que siempre hay una salida para los problemas, por lo que no hay que
preocuparse. Mientras dure la preocupación va a ser imposible encontrar esa
salida. Es imprescindible que se limpie y se aclare la mente para que pueda
dedicarse a la búsqueda de la solución.
No se trata de hacer caso omiso a los
problemas. Así es claro que no se van a resolver, de la misma manera que
tampoco se van a resolver con la preocupación.
Lo que se ha de hacer es buscar la
calma y la serenidad interior para analizar las distintas posibles soluciones y
aplicar la mejor para solucionar el problema.
¿Cómo encontrar la calma? La calma se
puede conseguir mediante la meditación y mediante la oración, entregando el
problema a Dios y pidiéndole iluminación en la búsqueda de la solución. Siempre
llega, aunque no lo parezca, o que la solución que llegue no nos agrade.
Mientras la persona no se encuentre en meditación o en oración, la mente va a
seguir con su proceso de preocupación, por lo que es bueno ocuparla, cuanto más
tiempo mejor, en pensamientos conscientes de “alta frecuencia”. Estos
pensamientos tienen una doble función: Por un lado, ocupan a la mente
impidiendo el proceso de la preocupación, y por otro incrementa el nivel de
energía en la persona y limpia las energías negativas generadas por los
pensamientos de “baja frecuencia” de la preocupación.
Estos pensamientos de “alta
frecuencia” son del tipo: “Yo Soy el alma”, “Yo Soy paz”, “Yo Soy amor”, Yo Soy…….
con todo lo bueno que deseas para ti.
Con la mente en calma, va a ser muy
fácil encontrar la mejor solución. ¡Ah! y si el problema no parece tener solución, no le des vueltas y aprende a convivir con eso que llamas problema.