Querido hijo:
No es irrespetuoso
nada de lo que comentas sobre mi sordera. Como bien dices no me ofendo nunca,
nada me ofende. Rememora tu pasado cuando tus hijos eran unos bebecitos de
pocos meses. ¿Te ofendías por algo que ellos hicieran en su inconsciencia? Tú y tus hermanos que comparten contigo la encarnación en
la Tierra sois mis amados hijos, sois mis bebés, que estáis creciendo en el
amor y en la bondad.
Quiero comenzar
contestando a la pregunta que haces en tu misiva. Preguntas si, realmente,
estoy ahí. Pues sí, estoy ahí, estoy en el cielo, porque Yo Soy el cielo, pero,
también, estoy en la Tierra, porque Yo Soy la Tierra. Estoy en cada nube, en
cada brizna de hierba y en cada grano de arena, porque Yo Soy la nube, la
hierba y la arena. Estoy en el Sol, en cada planeta, en cada satélite y en cada
estrella, porque Yo Soy el Sol, Soy cada planeta, cada satélite y cada
estrella.
Pero aun hay más,
estoy en ti. Y siento tu emoción sin que me la expliques, conozco tu
pensamiento a la vez que tú, escucho cada palabra que sale de tu boca y cada
anhelo que se escapa de tu corazón, acompaño tu mano cuando acaricia, cuando
bendice y cuando golpea y enjugo las lágrimas que resbalan por tus mejillas.
Por lo tanto, siempre
te escucho ¡hijo mío! Y siempre te contesto. Con palabras que no escuchas por
el ruido que mantienes en tu interior, con las señales que pides, que no sabes
interpretar, con sueños que olvidas porque no los consideras interesantes, con
encuentros que calificas de casuales.
De mil maneras me
comunico contigo, pero no me sientes, y no lo haces porque no estás sintonizando
la emisora correcta. Estás centrado en tus problemas, en tus preocupaciones, en
tus más íntimos deseos, en envidiar lo que otros tienen, en criticar todo lo
que no se ajusta a tu creencia.
Y todo eso en lo
que centras tu atención, tu pensamiento, tu emoción y tus palabras, te hacen
sordo a mis respuestas, te hacen ciego a mis señales, te hacen insensible a las
intuiciones y, lo que es peor, te están separando de la vida. No estás viviendo,
porque la vida pasa a tu lado sin que seas consciente de ella. Y es, entonces,
cuando más agobiado te sientes, cuando te acuerdas de mí y levantas los ojos al
cielo pidiendo, rogando, suplicando, implorando, haciéndome culpable.
Tienes que salir
de ese bucle de sufrimiento y conseguir que la paz, la serenidad, la bondad y
el amor aniden en ti. Entonces estarás listo, no solo para poder escucharme, sino
para no tener que pedirme o suplicarme, porque entenderás la razón por la que
determinado acontecimiento se cruza por tu vida. Y si no llegas a entenderlo,
estarás preparado para aceptarlo, porque entenderás que es necesario para poder
llevar a buen término alguna de las enseñanzas que has decidido, aprender en
esta encarnación.
Te amo hijo mío y
te bendigo.