El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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lunes, 1 de septiembre de 2025

No hay a quien culpar

 


No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa

 

La frase “No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa” resuena como un eco en medio del caos emocional que suele acompañar, prácticamente, todos nuestros conflictos.

Es una afirmación que desafía nuestras nociones más arraigadas sobre la moral, la justicia y la responsabilidad. ¿Cómo es posible que no haya culpa? ¿No es la culpa el motor que impulsa el arrepentimiento, la reparación, el aprendizaje? Esta declaración nos obliga a mirar más allá del juicio y a explorar las profundidades de la condición humana desde una perspectiva más compasiva, más libre, quizás más radical.

La culpa no es un fenómeno natural; es una construcción cultural. Desde pequeños, aprendemos que ciertas acciones son “malas” y, claro, somos culpables del mal realizado y eso merece castigo y/o arrepentimiento. La religión, la educación, la familia y la sociedad en general nos enseñan a asociar la culpa con la moral. Pero ¿qué pasa si desmontamos esa estructura? ¿Qué ocurre si entendemos que la culpa no es inherente al ser humano, sino impuesta desde fuera?

En muchas culturas orientales, por ejemplo, el concepto de culpa no tiene el mismo peso que en Occidente. En lugar de centrarse en el castigo o el arrepentimiento, se pone el énfasis en el equilibrio, la armonía y la corrección del error sin necesidad de cargar emocionalmente al individuo. Esto nos lleva a pensar que la culpa, tal como la conocemos, podría ser prescindible.

Eliminar la culpa no significa eliminar la responsabilidad. Uno puede asumir las consecuencias de sus actos sin necesidad de flagelarse emocionalmente. La responsabilidad implica conciencia, madurez, capacidad de respuesta. La culpa, en cambio, suele estar teñida de dolor, vergüenza y parálisis.

Imaginemos a alguien que ha cometido un error grave. Si se sumerge en la culpa, puede quedar atrapado en un ciclo de autodesprecio que le impide reparar el daño. Pero si asume su responsabilidad sin culpa, puede actuar, corregir, aprender y evolucionar. En este sentido, la ausencia de culpa no es una evasión, sino una forma más eficaz de enfrentar la vida.

Pero, si no hay culpa, ¿qué queda? Queda la compasión. La compasión hacia uno mismo y hacia los demás. Entender que todos estamos aprendiendo, que todos cometemos errores, que nadie tiene el manual definitivo de cómo vivir. La compasión no justifica el daño, pero lo contextualiza. Nos permite ver al otro como un ser humano en proceso, no como un villano.

La compasión también nos libera del deseo de castigo. En lugar de buscar culpables, buscamos comprensión. En lugar de exigir penitencia, ofrecemos diálogo. Esta actitud transforma las relaciones humanas, las vuelve más honestas, más profundas, más sanadoras.

La culpa está íntimamente ligada al juicio. Juzgamos a los demás, nos juzgamos a nosotros mismos, y en ese juicio se instala la culpa. Pero el juicio es limitado. No ve el contexto, no ve la historia, no ve las heridas. Solo ve el acto y lo etiqueta. Al eliminar la culpa, también cuestionamos el juicio. ¿Quién tiene derecho a juzgar? ¿Con qué criterios? ¿Desde qué lugar?

Cuando dejamos de juzgar, empezamos a comprender. Y la comprensión es el primer paso hacia la transformación. No se trata de justificar lo injustificable, sino de entender lo incomprensible. De abrir espacios para el cambio en lugar de cerrar puertas con etiquetas.

La ausencia de culpa nos da libertad. Libertad para equivocarnos, para aprender, para cambiar. Nos permite ser humanos en toda nuestra complejidad. Nos libera del miedo al error, del peso del pasado, de la necesidad de perfección.

Esta libertad no es irresponsable. Al contrario, es profundamente responsable. Porque cuando actuamos desde la libertad, lo hacemos desde la conciencia, no desde la obligación. Y esa conciencia nos hace más cuidadosos, más atentos, más éticos.

El perdón es otro concepto que se transforma cuando eliminamos la culpa. Si no hay culpa, ¿qué se perdona? Se perdona el dolor, el daño, la ignorancia, la inconsciencia. Se perdona sin necesidad de castigo previo. El perdón se convierte en un acto de amor, no en una transacción moral.

Perdonar sin culpa es más difícil, pero también más poderoso. Porque no exige arrepentimiento, exige humanidad. No espera que el otro se humille, espera que el otro se reconozca. Y ese reconocimiento es el verdadero motor del cambio.

Desde una perspectiva espiritual, la frase “No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa” puede interpretarse como una invitación a ver la vida como un proceso de evolución. Cada experiencia, cada error, cada conflicto es parte del camino. No hay errores, solo lecciones. No hay culpables, solo maestros.

Esta visión nos conecta con una dimensión más amplia de la existencia. Nos saca del ego, del yo que quiere tener razón, que quiere castigar, que quiere controlar. Nos lleva al alma, que quiere comprender, que quiere amar, que quiere crecer.

¿Cómo se vive sin culpa? Se vive con conciencia. Se vive con diálogo. Se vive con apertura. En la educación, por ejemplo, se puede enseñar desde el ejemplo, desde la reflexión, no desde el castigo. En las relaciones, se puede hablar desde la emoción, no desde la acusación. En el trabajo, se puede corregir desde la colaboración, no desde la humillación.

Vivir sin culpa no significa vivir sin límites. Significa vivir con límites conscientes, acordados, respetuosos. Significa construir una ética basada en el respeto, no en el miedo.

 “No hay nadie a quien culpar, porque no hay culpa” es una frase que nos reta, nos incomoda, nos sacude. Pero también nos libera. Nos invita a mirar la vida con otros ojos, a relacionarnos desde otro lugar, a construir una sociedad más compasiva, más consciente, más humana.

La culpa ha sido útil en ciertos momentos de la historia, pero quizás ha cumplido ya su ciclo. Quizás ha llegado el momento de soltarla, de agradecerle su servicio, y de avanzar hacia una nueva forma de entendernos. Una forma donde el error no sea pecado, sino oportunidad. Donde el otro no sea enemigo, sino espejo. Donde nosotros mismos no seamos jueces, sino aprendices.

Porque al final, todos estamos aquí para aprender. Y en ese aprendizaje, no hay culpa. Solo camino.


jueves, 28 de abril de 2022

¡Tuya es la culpa!

           ¡La culpa es tuya!, ¡Estás haciendo que me suba la tensión!, ¡Siempre consigues que lleguemos tarde!, ¡Si tú me quisieras!, ¡Me estás matando!, ¡Ya te lo dije!, ¡Si no fuera por los niños!

           ¿Has oído alguna vez frases como estas?, ¿las has dicho alguna vez?

          Eso se llama culpar a los demás, aunque curiosamente, sólo les culpabilizamos de nuestros errores, de nuestras decisiones erróneas, de las circunstancias adversas. Pero los otros nunca son responsables de nuestras decisiones erróneas, como, tampoco, lo son de nuestras decisiones correctas.

Culpar a los otros es un rasgo de inmadurez, es indicador de que estás estancado en tu evolución, es no aceptar la responsabilidad de tu vida, es maltratar emocionalmente a la persona que culpabilizas, es colocarte siempre en el papel de víctima.

Transitar por el camino de la vida es aprendizaje, y no sólo dejar que pasen los días uno tras otro, eso sólo es envejecer. Vivir es aprender, aprender es madurar, y comportarse con madurez implica, entre otras cosas, tomar decisiones conscientemente y aceptar las consecuencias que implican esos actos, aceptando como propios, tanto los éxitos como los fracasos.

Cuando descargas tus errores sobre otra persona, esta, si es madura y responsable, puede reaccionar dejando que la energía de la culpa que has lanzado sobre ella se disuelva sin más, pero ten cuidado, siempre va a quedar un poso que se va a ir incrementando según vayas amontonando sobre ella culpa tras culpa,  hasta que llegue el día en que, no sólo tus reproches, sino todas tus palabras van a causar el mismo efecto que la lluvia en el cristal, ningún efecto. Pero puede ser que la persona que recibe la culpa de tus errores no tenga la suficiente madurez, y entonces va a sentirse responsable de cada uno de tus fracasos, sintiéndose emocionalmente inmovilizada y culpable por algo que no le ha ocurrido a ella.  

Si eres la persona culpabilizada, ten en cuenta de que eso sucede porque lo admites. Para que no pase, tienes que enseñar a las personas que tienen que ver con tu vida y que tratan de manipularte, por medio de la culpa, de que tú eres muy capaz de enfrentarte con las desilusiones que les provoque tu comportamiento. El resultado puede ser que tarde un poco en llegar, pero el comportamiento de esas personas empezará a cambiar cuando vean que no te pueden forzar a sentirte culpable. Una vez que logres desconectar la culpa, la posibilidad de manipularte y de controlarte emocionalmente habrá desaparecido para siempre.

La mejor manera de gestionar tus errores no es culpabilizando al entorno, es viajar a tu interior: tienes que descubrir la razón de ese sentimiento de impotencia que te hace menospreciar a los demás culpabilizándoles de tus limitaciones. Siempre hay una razón, ¿complejo de inferioridad?, ¿miedo al fracaso?, ¿atacar al prójimo ante la sensación de íntima humillación?, siempre hay una razón, descúbrela antes de humillar a los que te rodean.

Recuerda: “No desees para los demás lo que no deseas para ti”. Imagina que la persona que está delante de ti, a la que vas a culpabilizar, eres tú mismo.



sábado, 29 de agosto de 2015

Por supuesto que toda la culpa es tuya


            Todos los seres humanos estamos plenamente convencidos de que todos nuestros males tienen como origen causas externas, las mismas circunstancias de la vida y por supuesto, la actuación, la mala fe y la manera de ser del resto de seres humanos. Con una excepción, la enfermedad física, de la que no solemos habitualmente culpar a otros, de hecho no culpabilizamos casi nunca a nadie de nuestra mala salud, aunque a veces nos dan tentaciones de culpabilizar a Dios, y si no le culpabilizamos abiertamente, si caemos de la tentación de increparle por dicha enfermedad con la frase: “¿Por qué a mi Señor?, si no hago mal a nadie”.
            Es más que posible que tú también te encuentres entre las personas que culpabilizan de todos sus problemas al resto del mundo. Lo que no se si has pensado alguna vez es que los demás te están culpabilizando también a ti de sus desgracias.
            En fin, que de todo lo que nos ocurre, ya sea física, mental o emocionalmente, la culpa la tienen otros: o la tiene Dios o la tiene el resto del mundo. ¡Qué lejos estamos de la realidad!, medio mundo culpabilizando al otro medio, cuando nadie, absolutamente nadie es responsable de lo que le ocurre a otra persona. Sólo uno mismo es responsable de sus sufrimientos y de sus alegrías, de su salud y de su enfermedad.
            El único problema de casi todos los seres humanos es dejar que la mente campe a su antojo, en unos casos por desconocimiento, y en otros, conocedores del maravilloso poder de la mente, por la falta de voluntad para dominarla y utilizarla en beneficio propio.
            La espoleta de todos nuestros problemas es la mente, hemos de tener en cuenta que la mente siempre está elucubrando, siempre maquinando, siempre imaginando, siempre recordando, siempre comparando, siempre juzgando; la mente no descansa, siempre hay pensamientos: Pensamos en lo que paso ayer, o anteayer, o hace una semana, o el verano pasado, pensamos en lo que dijimos, en cómo lo hicimos, en que lo podíamos haber hecho de otra manera, pero claro después de cómo se comportaron no quedó más remedio que decir eso y de esa manera. Pensamos en lo que nos hicieron, o en lo que nos dijeron, o en aquello que nos contaron que dijeron de nosotros, o que no hicieron aquello que esperábamos que hicieran, o que no fueron agradecidos después del sacrificio que habíamos hecho, etc., etc., etc. Pensamos en lo raro que está fulanito, “¿Será que le habré hecho algo?, yo no merezco un trato así.” Pensamos en mañana, en pasado mañana, en el próximo verano, en lo que haremos, en como lo haremos, en lo que esperamos conseguir, en cómo nos vamos a comportar, en cómo esperamos que se comporten con nosotros. Pensamos, en fin, en un millón de simplezas como estas un minuto tras otro, y así casi eternamente.
 
            Y mientras ocurre todo eso, la vida sigue pasando, pero estamos tan ocupados en nuestro ruido interior que no somos conscientes de casi nada de lo que pasa por delante de nuestras propias narices.
            Todos estos pensamientos producen un determinado tipo de energía en función del tipo de pensamiento. Cada pensamiento genera su característica energía según sea de rabia, de odio, de culpa, de miedo, de ira, de desconfianza, etc. Y es esta energía la que nos hace estar con un determinado sentimiento y con una determinada situación emocional. Justamente esa que achacamos a los demás solo es debido a nuestro pensamiento sobre cada asunto.
            Pero hay más, con esa energía que estamos generando estamos alimentando a nuestro cuerpo físico, y de tanto alimentarlo con energía sucia, se ensucia el cuerpo físico y aparece la enfermedad, de la que podemos culpabilizar al propio Dios, si nos apetece, pero solo nosotros somos responsables.
            Es bien cierto que se puede pensar: “Si no me hubieran hecho tal cosa, o dicho tal otra, yo no le daría vueltas en la cabeza, y así no habría generado ni ese sentimiento ni esa situación emocional, por lo tanto la culpa es del que me hizo tal cosa o me dijo tal otra. Y no es culpa mía por lo tanto el que no salga de mi cabeza”.
            Si alguien piensa esto, lamento decirle, con todo respeto, y siempre desde mi creencia y mi propia experiencia, que se equivoca. Cualquier cosa que nos hagan o nos digan, por muy mala que sea, ocurre en un momento. La persona que nos ha ofendido, se va a quedar tan feliz, o no, pero a nosotros nos da lo mismo. Por más vueltas que le demos en la cabeza a la misma situación, no vamos a solucionar nada, ya no se puede volver atrás en el tiempo, no se puede borra el hecho o las palabras dichas, ¿Para qué recordar siempre lo mismo, sabiendo que nada va a cambiar y sabiendo que además nos afecta negativamente tanto emocional como físicamente?
            Podemos realizar una serie de acciones, como denunciar a la persona, o dejar de hablarla, o separarnos de ella, o etc., pero una acción que no debemos llevar a cabo bajo ningún concepto es pensar en el hecho una y otra vez, señalando en nuestro pensamiento a la persona por ser la culpable de los males que nos aquejan o van a empezar a aquejarnos. Solo nosotros somos responsables de nuestros pensamientos y de todo lo que estos generan, por lo tanto lo único efectivo es tomar las acciones que la situación aconseje, y no volver al mismo pensamiento de manera reiterada.
            De las cuatrocientas y pico entradas que hay en este blog, más del cincuenta por ciento hablan de lo mismo, De los infinitos post que se cuelgan en las redes sociales, más de la mitad hablan de lo mismo. De los miles y miles de libros de ayuda y autoayuda más de la mitad hablan de lo mismo.
            ¿Será que tienen razón?, pues entonces, ¿A qué esperas para dejar de dar pábulo a las simplezas del resto del mundo y centrarte en conseguir la felicidad en tu vida? Si no lo consigues no culpabilices a los demás, es tu responsabilidad.

lunes, 4 de agosto de 2014

Y a mi que más me da


            ¿Qué va a decir la gente si sales a la calle con esa pinta?, ¡Ya sabes que tu padre quiere que seas ingeniero!, ¡La pareja con la que sales no es la adecuada para ti y no nos gusta!, ¡Qué vergüenza, un hijo mío separado! Puedes seguir añadiendo frases que seguro te han dicho, o que tú has dicho, o que has escuchado en múltiples ocasiones.
            Vivir de la opinión de los demás es una de las mayores causas de sufrimiento en los seres humanos, porque por mucho que se haga por satisfacer al resto del mundo, siempre va a haber alguien que no esté de acuerdo con tu conducta, con tus pensamientos, con tus palabras, o con tu manera de respirar, es igual, lo importante es opinar y criticar.
            Y ¡Qué más da! Que critiquen. Qué sabe nadie de tus razones, de tus emociones, de tus sueños, de tus pensamientos, de tus creencias, de tus deseos, de tus anhelos más íntimos, de tus frustraciones o de tus miedos.
          
            Cada ser humano tiene un camino que recorrer, el suyo propio, cada ser humano tiene que vivir su propia vida, cada ser humano tiene que experimentar en carne propia, cada ser humano tiene que adquirir el conocimiento que le corresponde para su alma, cada ser humano ha de vivir su propia experiencia.
            Lo que pueda pensar o decir el resto del mundo no debería de ser más que una pequeña anécdota que añadir en el margen de una página en el libro de la vida, una anécdota que no puede, ni debe, interferir en la propia vida.
            El mundo está lleno de personas frustradas, tristes e infelices que lo único que pretenden es conseguir que el resto del mundo sea tan infeliz y viva con tanta tristeza y frustración como la suya. Su deporte: Juzgar, criticar, opinar: Yo opino que…………, yo creo que lo que tendrías que hacer es…………., parece mentira que fulanito haga…………, no tienes razón en nada de lo que dices……….., hay que ver como viste………, no sé cómo no le da vergüenza………, lo mejor para ti sería………, vaya amigo que se ha echado……….
            ¿Quién ha dicho a nadie que su misión en esta vida sea ejercer de juez, ejercer de crítico, o ejercer de comentarista de la vida del resto del mundo?,  posiblemente nadie, y sin embargo, existen muy pocas conversaciones en las que no se juzgue a alguien, o no se le critique, o no se opine sobre lo que sería mejor para la vida de esa persona.
            Los pensamientos y las creencias de cada uno, ¿Por qué han de ser aplicables al resto del mundo? Los pensamientos y las creencias de las personas no son más que una manifestación de su nivel de evolución, no son más que una manifestación de su carácter, no son más que una falta de respeto, y en ningún caso sirven para ninguna otra persona, porque cada persona está en un nivel de evolución determinado, cada persona vive una circunstancia específica en su vida, distinta a cualquier otra.
            Vivir pendiente del exterior, vivir pendiente de los juicios y de las opiniones de los demás, es poner la vida en sus manos, es entregarles el poder. Qué más da. Por mucho que digan tú no vas a ser ni más alto, ni más bajo, ni más listo, ni más tonto, ni más rico, ni más pobre.
            Así que ante la opinión de los demás puedes repetirles: ¡Y a mí que más me da!
 

sábado, 1 de febrero de 2014

La paja en el ojo ajeno


En una mano lleva la piedra, y con la otra muestra el pan.

Tú, hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo,
 y entonces verás mejor para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Mateo 7:1  

            Los seres humanos tenemos una habilidad especial que no suele ser mencionada en ningún tratado de fisiología: Es una especie de “visión a ciegas”. Somos capaces de ver una motita en el ojo de nuestro hermano con una visión completamente obstaculizada por una viga de enormes dimensiones en nuestro propio ojo.
            Y con esa visión especial, encontrar una aguja en un pajar no suele ser ningún problema, siempre y cuando la aguja sea un defecto y la paja un buen número de virtudes. Somos capaces de reconocer un defecto entre mil virtudes, y además ser ciegos para las virtudes, haciendo una auténtica disección del defecto, analizando las causas, y después de haber masacrado con la palabra al portador del defecto, le podemos ofrecer, con la mejor de nuestra falsa sonrisa los remedios para curar su mal.
            Más que seres humanos tendríamos que llamarnos seres hipócritas, porque somos capaces de fingir creencias, sentimientos, cualidades, opiniones y virtudes que no tenemos, y hablar de ellas como si fuéramos expertos, cuando ni tan siquiera las practicamos. Somos capaces de cambiar una cara que juzga con dureza a una dulce sonrisa en un instante, solo por el mero hecho de ver aparecer “nuestro reo”. Somos capaces de enseñar un pan con una mano, mientras arrojamos piedras con la otra.
Criticando a los demás, lo único que hacemos es esconder nuestros auténticos sentimientos, nuestras verdaderas limitaciones, simular virtudes que no tenemos, y ocultar  defectos reconocidos por nosotros mismos.
¿No sería mejor sacar primero la viga de nuestro ojo, para ver con mayor claridad la paja en ojo ajeno?, ¿Qué pasaría si nos dedicáramos a alabar las virtudes de los que nos rodean, en lugar de resaltar los defectos?, ¿Qué pasaría si primero limpiáramos nuestra casa, antes de criticar la suciedad en casa de los otros?
Para limpiar primero tu casa, te propongo un juego. Diles a tu familia y a tus amigos que te escriban en un papel, aquello que menos les agrada de ti, (por supuesto ruégales que sean honestos). Recíbelo sin juicios, sin críticas y sin justificaciones. Analízalo, y comienza a trabajar para cambiarlo, porque si eso es lo que opinan de ti, eso lo que eres, con independencia de lo que tú opines sobre ti mismo.
El vídeo d’avui està dedicat, amt tot el meu cor als sabadellencs.

martes, 31 de diciembre de 2013

Un nuevo propósito para el Año Nuevo


            Hoy es un día lleno de promesas, lleno de proyectos, lleno de intenciones, lleno de propósitos. Todos buenos, y casi todos incumplidos. Pocas son las personas que en este inicio de año no hacen algún tipo de promesa: En este nuevo año voy a hacer deporte, voy a hacer dieta, voy a dejar de fumar, voy a hacer yoga, voy a meditar cada día, voy a dedicar menos horas al trabajo, voy a jugar más con mis hijos, bla, bla, bla.
            Palabras, palabras, palabras que se lleva el viento, porque si, la intención es buena, pero falta, posiblemente, lo más importante: La voluntad. Puede que incluso, si el propósito se ha formulado seriamente, la persona se sienta mal durante algunos días por su falta de voluntad para el cumplimiento de su propósito.
Aunque no es esta una entrada para tratar sobre la voluntad, si que puede ser de gran ayuda, el saber que si empezamos por prometer la realización de cosas pequeñas, serán más fáciles de cumplir, se comenzará a fortalecer la voluntad y nos sentiremos orgullosos de nuestros logros, aunque sean pequeñitos. Si en un primer intento queremos conseguir grandes logros, estamos abocados al fracaso. De la misma manera que el viaje más largo comienza con un primer paso, la consecución de grandes empresas deben comenzar por pequeñas cosas, que nos den el ánimo suficiente para emprender mayores logros.
Bueno, pues por si fueran pocas todas las promesas que nos hacemos a nosotros mismos en los inicios de cada año, voy a atreverme a proponer otro objetivo. “Tratar de que las personas que están a nuestro alrededor no se sientan mal por alguna de nuestras reacciones: Palabras o acciones ofensivas, silencios, desprecios, engaños, etc.”.
Se supone que convivimos con las personas que nosotros mismos hemos elegido. Se supone que sentimos hacia ellas algún tipo de amor, de afecto o de cariño. Se supone que ha sido una elección libre, y con ella se supone que esperamos alcanzar la felicidad, o al menos un agradable estado de convivencia. Hay una excepción, y son los hijos. Ellos no han elegido a sus padres, pero si sus padres han elegido tenerlos a ellos, por lo que se supone que tratan por todos los medios de que sus hijos, elegidos por ellos, sean totalmente felices.
Si no se dan estos supuestos, lo mejor es plantearse seriamente la situación y abandonar serena, educada, respetuosa y razonadamente la convivencia, o arreglar la situación volviendo a recordar y a tratar de revivir las razones por las que se dio inicio a la convivencia.
Para cualquiera de los dos casos es válido el objetivo propuesto. Es una propuesta también difícil, aunque no esté relacionada directamente con la voluntad. Pero si está relacionada ciento por ciento con la atención. Atención a lo que se siente, porque es en el momento inicial, cuando la persona comienza a hablar consigo misma sobre “¿Cómo es posible que ahora salga con esto?, ¿Cómo es posible que no se de cuenta de que esto me molesta?, ¿Por qué tenemos que hacer siempre lo que el/ella diga?, y otras mil ideas más que pasan por la mente, que son las que hacen que de manera inmediata se encienda el fuego interior, que hace surgir una reacción furibunda, en contra de la persona, que curiosamente amamos y deseamos su bienestar por encima de todo. Es en este momento cuando la persona tiene rápidamente que hacerse un nuevo planteamiento: ¿No será que yo tengo unos deseos que no se están cumpliendo?
Porque, ¿Cuál es el beneficio del enfado, del silencio, de los malos modos, de tantas y tantas reacciones nefastas para la relación y la convivencia? Ninguno. No hay beneficio, todo son perjuicios: Una relación gélida durante una temporada y un deterioro de la misma.
Para evitar esto, podemos utilizar cualquiera de las dos vías: La vía de la palabra o la vía de la aceptación: Hablamos de la situación para llegar a un acuerdo, o aceptamos, sin más, sin reproches, porque “todo está bien”.
Estará bien si consigues hacer deporte, o hacer dieta para adelgazar, o……, pero estará mucho mejor si consigues hacer felices a las personas que libremente has elegido y aceptado para que te acompañen en este tramo de tu vida.
Que tengas suerte y voluntad para cumplir este año tus promesas. En tus manos está el conseguirlo.
¡Feliz Año Nuevo! 

jueves, 28 de noviembre de 2013

Buscar a Dios


            El ser humano tiene un anhelo inconsciente: La unión con Dios, la unión con la Conciencia Divina. Sin embargo, para desgracia del ser humano ese anhelo se encuentra en el fondo del pozo de sus deseos, sin aire, sin luz, sin posibilidad de asomarse a la superficie.
            Pero ese anhelo es tan fuerte que desde el fondo de su reclusión va enviando oleadas que van impregnando casi todos los deseos que se encuentran por encima de él. De tal manera, que en cada acción de vida, salvo algunas excepciones, en las que la acción es dirigida por fuerzas de la oscuridad, se busca a Dios, casi con desesperación, aunque el ser humano no es consciente de la búsqueda. Por eso la insatisfacción que producen, al poco tiempo de conseguidos, la gran mayoría de los deseos.
            La satisfacción por los deseos conseguidos tiene fecha de caducidad. Dura mientras no son reemplazados por un nuevo deseo, o cómo máximo, dura hasta que se termina la vida en la materia.
            La unión con Dios, sin embargo, no caduca, porque es eterna.
            Hay excepciones con algunos deseos, en los que no surge la insatisfacción al poco tiempo de conseguido, y son los deseos que llevan una alta impregnación del anhelo de unión con Dios. Son aquellos deseos ¿espirituales?, que aunque satisfechos en la materia llevan aparejado un alto grado de ayuda, de servicio, de compasión y de unión con el prójimo. Porque ayudar, servir y compadecerse del prójimo, es el primer peldaño que acerca al ser humano a la unión con Dios. Hemos de tener presente que cada ser humano es a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto unirse al prójimo es acercarse a Dios.
            ¿Qué hacer para que ese anhelo enterrado bajo un sinfín de deseos pueda salir a la luz? El pozo de los deseos es la mente, llena de prejuicios, llena de temor, llena de críticas, llena de deseos. Hay que vaciar el pozo, hay que limpiar la mente, y la aspiradora que puede limpiar la mente de tantas cosas inútiles, de tantos pensamientos inútiles, de tantos recuerdos, de tantos deseos inalcanzables y de tantos sueños ilusorios, es la meditación.
            No se debería dejar pasar un solo día sin dedicar un tiempo a esa limpieza, de la misma manera que cada día limpiamos nuestro cuerpo.
            Empieza ahora, medita cada día, y pronto sentirás los progresos de acercamiento a Dios.  

martes, 29 de octubre de 2013

Predicadores


            ¡Qué fácil es predicar!, ¡Qué fácil aconsejar! No cuesta nada decir: “Lo que has de hacer es….”, “Ten fe”, “Vive desde el corazón”, “Detén tu pensamiento”, “No tengas miedo”, “No estés triste”. ¡Qué fácil es!
            Pero, ¿Cuántas veces se coloca el predicador en los zapatos del que sufre, o del que está triste, o asustado?, ¿Cuántas veces ha vivido el predicador una situación similar para dar consejos?, y si la ha vivido, ¿Cómo ha salido de ella?
            Cada circunstancia que se presenta en la vida, ni es, ni ha sido, ni será nunca vivida de la misma manera por diferentes personas. Cada persona vive su circunstancia de manera distinta, porque cada persona se encuentra en una situación completamente diferente a las que se pueden encontrar los otros siete mil millones de habitantes que habitan el planeta. Y son esas situaciones en que se encuentra la persona las que van a determinar que la persona viva su problemática de una u otra manera.
            Porque no es la circunstancia en sí, es el estado de la persona, el que determina como sentirse ante las distintas situaciones que va presentando la vida, y es desde ese estado, desde el que se van a afrontar las situaciones que se presenten. El consejo general puede servir en algunos casos, muy escasos, pero cada persona tiene su matiz distinto, para despertar a la situación y hacerse fuerte frente a ella.
            Algo que desde el exterior puede parecer una tormenta en un vaso de agua, es una verdadera tragedia para quien la vive, es una verdadera tempestad en mitad del océano, y escuchar: “Tranquilo, no es nada, ya pasará”, en vez de ser un salvavidas es una verdadera losa que le hunde más y más en su desdicha, ya que en vez de tenderle una mano, puede sentir que la están restregando por el rostro que se está ahogando en una gota de agua.
            Quiero hacer un llamado desde esta plataforma, (y yo también me apunto), a tantos y tantos predicadores, unos aficionados y otros profesionales, para que se abstengan de dar consejos si junto a estos no va indexada la técnica a utilizar para salir del bache en que se encuentra el aconsejado.
            Y si no se tiene la fórmula para que la persona trabaje, mejor que dar consejos es sencillamente acompañar. Es muy terapéutico, en los momentos más duros y traumáticos, que alguien esté, sencillamente al lado del que sufre. Un abrazo y una caricia hace muchísimo más que el comentario: “Tranquilo, no es nada, ya pasará”.
 

martes, 8 de octubre de 2013

Como amarse a uno mismo (3 y final)


“Nadie puede tener una opinión buena de una persona
que tiene una opinión mala de sí misma.”
Anthony Trollope
“De todas las trampas en la vida la falta de autoestima es la peor y la más difícil de superar, debido a que está diseñada por tus propias manos y se centra en la idea: No vale la pena, no lo puedo hacer.”
Maxwell Maltz
“El respeto comienza con uno mismo.”
Nathaniel Branden 

Hacia una buena autoestima
            Promulgamos el amor al prójimo a los cuatro vientos, repudiamos la agresión y el mal trato a los otros, pero se nos permite, y hasta está bien visto, que regateemos, economicemos y midamos las autoexpresiones de afecto. ¿Por qué debemos ser miserables con nosotros mismos?, ¿Cuántas veces nos auto-elogiamos, nos damos gustos y nos contemplamos? No suele haber tiempo para eso.
            Debemos disponer de tiempo para los hijos, la pareja, los padres, pero no se nos ocurre utilizar algunas horas en beneficio propio. Pensamos que el tiempo mejor aprovechado es el destinado a producir bienes materiales o dinero. No nos interesa la salud mental. Se considera que pensar, soñar, fantasear, dormir, meditar o mirar, no es actuar. Así, dedicarse a uno mismo es sinónimo de vagancia o “buena vida”. Si pensamos de este modo, jamás disfrutaremos de amarnos, ya que siempre podríamos estar haciendo algo más productivo. Es un acto de irresponsabilidad no dedicar tiempo a ti mismo.
Acercarse a un estilo de vida hedonista:
            Hedonismo significa placer, satisfacción, regocijo, goce y bienestar. Una filosofía hedonista significa un estilo de vida orientado a buscar el disfrute y a “sacarle el provecho” a las cosas que nos rodean. La filosofía hedonista encierra la aceptación implícita del derecho a disfrutar.
1.- Saca tiempo para el disfrute:
-          La vida no se ha hecho sólo para trabajar. Se trabaja para vivir, no lo contrario.
-          Tu momento de descanso, de recreación y tus vacaciones no son un “desperdicio de tiempo”, sino una inversión para tu salud mental.
-          No lo postergues todo, esperando el día idóneo.
-          No hay un tiempo para el amor como no hay un tiempo para quererte a ti mismo. Siempre es tiempo.
2.- Decide vivir disfrutando:
-          Acepta que la búsqueda del placer es una condición del ser humano. Forma parte de ti como algo natural.
-          Vive intensamente y ejerce el derecho a sentirte bien.
-          ¿Cuántos momentos de felicidad has perdido por creer que no los merecías?
-          Busca en tu interior y encontrarás un vacío: la pasión.
-          Tienes la obligación de generar alternativas de vida para mantenerte feliz.
-          Tienes un talento innato para vivir “bien”, no lo desaproveches.
3.- Explora, busca, indaga:
-          Una vez que decidas darle importancia al principio del placer, debes comenzar a trabajar para sentirte bien.
-          Tu principal arma es la exploración. No esperes a estar “totalmente seguro” para ensayar cosas nuevas. ¡Arriésgate!
-          No te resistas a probar lo nuevo.
-          No tengas opiniones a priori cuando de conocer se trata.
4.- No racionalices tanto las emociones agradables:
-          La idea no es negar la importancia del pensamiento. El problema es que si intentas explicarte y comprender permanentemente los sentimientos, los obstruyes irremediablemente.
Autoelogio
            Permanentemente estamos hablando en silencio con nosotros mismos y rumiando sobre esto o aquello, a veces de manera automática, inconsciente, y otras de manera controlada o consciente.
            El dialogo interno puede afectarte positiva o negativamente, de manera similar a como las palabras de otros también pueden ejercer un determinado efecto sobre tu estado de ánimo.
            Cuando tengas tus diálogos internos, en lo posible que sean positivos, pero con una dosis de realismo.
            El autoelogio es una manera de hablarte positivamente. Es una forma de reconocer tus actuaciones adecuadas. No es necesario, ni hace falta que lo hagas en voz alta y en público.
            Las razones a las que se apela para negar el auto elogio son varias:
-          No soy merecedor o no fue gran cosa.
-          Era mi deber o era mi obligación.
-          Auto-elogiarse es de mal gusto.
Auto recompensa:
            Es otra manera de auto-expresarte el afecto. La auto-recompensa es el proceso por el cual nos auto-administramos estímulos positivos.
            Tú necesitas la auto-recompensa, de la misma manera que necesitas el autoelogio. Fortalece tu autoestima y no permite el autocastigo y la insatisfacción.
Hacia una buena autoeficacia:
1.- Elimina el “no soy capaz”
-          Si te tratas mal y eres irrespetuoso contigo mismo, tu dialogo obrará como un freno.
-          Elimina de tu repertorio el “no soy capaz”. Cada vez que te lo repites confirmas tu inseguridad.
-          Esta calificación negativa, automáticamente, te inmovilizará.
2.- No seas pesimista:
-          Las personas con baja autoestima anticipan el futuro negativamente.
3.- No seas fatalista:
-          Eres el arquitecto de tu futuro. Construyes tu destino. Por lo tanto tienes el poder de modificar muchas cosas.
-          El pasado no te condena.
-          Tu presente es el pasado de mañana.
4.- Trata de ser realista:
-          Acepta tus éxitos, sería injusto contigo desconocer tus logros.
-          Acepta tu cuota de responsabilidad en tus fracasos.
-          Toma papel y lápiz, y escribe tu contribución real a lo bueno y a lo malo.
5.- No recuerdes sólo lo malo:
-          La visión negativa de uno mismo se alimenta principalmente de los recuerdos.
-          Durante algunos minutos al día intenta activar tu memoria positiva.
6.- Revisa tus metas:
 

            Hacerte cargo de ti mismo es la mayor de las responsabilidades. Tomar conciencia de que existes, eres importante y tienes el derecho a pensar en ti por sobre todas las cosas, te coloca en un lugar de privilegio, pero al mismo tiempo te provoca nuevas angustias. La lucidez tiene un precio: “Se lo que debo hacer, pero no siempre sé cómo hacerlo”.
            No existe una solución, solo tendencias. Como un péndulo que nunca se detiene, solo podemos apaciguar o acelerar su ritmo, pero jamás seremos capaces de que se detenga en un punto exacto. Las orientaciones para quererte a ti mismo no siempre son claras, definidas y fijas. Tienes que arriesgarte.