Mi alma, mis libros, mis creencias, mi corazón y mis opiniones.
El viaje del alma
El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión. Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y, para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
“Para el devoto que se encuentra en el
sendero correcto, el desarrollo espiritual de su propio ser le es tan natural y
poco llamativo como su respiración”, dijo el Maestro. “Una vez que el hombre le
ha entregado su corazón a Dios, llega a absorberse tan profundamente en Él, que
apenas si se percata de que ha resuelto todos los problemas de la vida.
Mientras los demás comienzan a llamarle Gurú, él piensa sombrado: ¡Cómo! ¿Es
que este pecador se ha convertido en un santo? ¡Señor, pueda la imagen tuya
iluminar mi faz hasta tal punto, que nadie me vea a mí, sino solo a Ti”
La forma en que una persona reacciona ante la adversidad —o
frente a lo que percibe como una amenaza a sus intereses o creencias— dice
mucho sobre el punto en el que se encuentra en su proceso de evolución
interior, lo que suelo llamar su “camino espiritual”.
Antes de seguir, me parece importante aclarar qué entiendo
por “camino espiritual”. No se trata de acumular conocimientos místicos ni
alcanzar niveles elevados en alguna escala esotérica. Hablo de algo más
cotidiano, más íntimo y a la vez universal: el recorrido que hacemos desde el
nacimiento hasta la muerte, un viaje repleto de estaciones, desafíos y
aprendizajes cuyo único objetivo es nuestro crecimiento como seres humanos.
Ahora bien, crecer no significa volverse más fuerte, más
influyente o más sabio en términos externos. No. Hablo de un crecimiento mucho
más sutil y poderoso: aquel que se mide por la cantidad de amor que vamos
integrando en nuestro interior. Porque, al final de cuentas, la vida es una
escuela del alma, y su única lección esencial es aprender a amar.
Por eso llamo a esta travesía entre el nacimiento y la muerte
“camino espiritual”. Es una búsqueda profunda que trasciende cualquier dogma
religioso. Un viaje interior que cada uno recorre de forma única, movido por el
anhelo de encontrar propósito, paz, conexión y comprensión de uno mismo con el
mundo.
Aunque cada alma tiene su propio ritmo y modo, muchos
comparten ciertas etapas en este camino:
- Despertar: Suele llegar a través de una crisis o un
profundo malestar. Algo dentro de nosotros susurra: “¿De verdad esto es la
vida? Tiene que haber algo más…” Es el momento en que comenzamos a mirar más
allá de lo material.
- Búsqueda: Se abre entonces una etapa de exploración. Nos
acercamos a diferentes filosofías, prácticas, culturas o enseñanzas que
resuenan con algo profundo en nuestro interior.
- Transformación interior: La práctica de la meditación, la
contemplación, la oración o el arte introspectivo empieza a cambiar la manera
en que percibimos la vida. Poco a poco, la persona se transforma desde dentro,
liberándose de viejos patrones.
- Conexión: Surge una sensación más profunda de pertenencia.
Nos sentimos parte del universo, conectados con la naturaleza, lo divino o los
demás seres humanos desde una nueva sensibilidad.
- Servicio y compasión: Como consecuencia natural de la
transformación y la conexión, aparece el deseo genuino de contribuir al bienestar
de otros. Es el amor que ha madurado en nosotros y ahora quiere expandirse.
Por eso decía al principio que nuestras reacciones ante la
vida —sobre todo ante las dificultades— son el mejor termómetro de nuestra
evolución espiritual. Cuanto mayor es nuestra capacidad de responder con amor,
comprensión y ecuanimidad ante lo que nos hiere o incomoda, más cerca estamos
de ese aprendizaje esencial: amar sin condiciones.
Existe
una expresión que dice: “Todos los caminos conducen a Roma". Aunque no
importe mucho para esta entrada, dicha expresión proviene de la época del imperio
romano, donde se construyeron más de 400 vías, unos 70.000 kilómetros, para
comunicar la capital, Roma, considerada el centro donde convergía el poder del
imperio, con las provincias más alejadas.
Cambiemos
a la ciudad de Roma por nuestro propio origen: “Dios”. Con lo cual la expresión
quedaría “Todos los caminos llevan a Dios”, que además es utilizada también con
cierta frecuencia. Aunque en muchos escritos explican que no es, en absoluto,
cierta.
Pues
es totalmente cierta. El origen del hombre es Dios, y su meta también es Dios.
Todos los hombres van a llegar a la meta, unos tardarán más porque irán dando
rodeos kilométricos y otros llegarán más rápido al avanzar por el camino recto,
pero todos, absolutamente todos, volverán al origen, volverán a Dios. Unos de
manera rápida como la liebre, y otros más lentos como la tortuga.
Se
puede afirmar, por lo tanto, que todos los caminos conducen a Dios. Sabemos,
también, que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Así que,
parece claro, que, de todos los caminos, sólo uno va a llevar al hombre
directamente a Dios, sin rodeos. Los caminos restantes pueden dar muchas
vueltas, pasando muchas veces por el mismo lugar, avanzando un paso y
rodeándolo varios kilómetros, que, traducido a la existencia del ser humano,
significa vivir en la materia una y otra vez, sin avanzar ni un solo metro en
cada una de esas vidas.
Algunos
de los vehículos que encaminan al hombre a ese punto que le coloca en el camino
más corto para alcanzar a Dios bien podría ser la práctica de la oración en
cualquiera de las formas que enseñan las diferentes religiones, como rezar el Santo
Rosario, los rezos del Salât, Ardas el rezo de los Sikhs o los tres rezos del judaísmo,
solo por nombrar algunos de los más importantes. Son también vehículos, la meditación,
la práctica del yoga, el servicio en cualquiera de sus formas, hacer el diezmo
de manera desinteresada, o practicar alguna de las infinitas formas que enseña
la sociedad en la actualidad, de silencio, de visualización, de contemplación o
de perdón.
Pero
la herramienta más importante es el Amor. Y ¡nadie enseña a Amar! Cuando el ser
humano Ame a todos y a todo, porque comprende que todo es una Creación de Dios,
se habrá colocado en el centro de ese camino que le va a conducir en línea recta,
sin rodeos y sin demoras a Dios. Sin necesidad de nada más. Sin necesidad de religiones,
ni de rezos, ni de lecturas, ni de técnicas de ningún tipo.
La
mejor manera para aprender a Amar es tratar a todos aquellos que la persona
tenga a su alrededor como si fuera el mismo Dios. Es bien cierto que a Dios le
agradan los rezos y la ayuda al prójimo, pero más le agrada que los hombres,
Sus hijos, se amen de manera incondicional. En el Amor ya está incluida la oración,
el servicio, la compasión, la misericordia, la alegría, la ternura y la
felicidad. Y no Aman cuando juzgan, cuando critican, cuando engañan, cuando
roban, cuando no cumplen la palabra, cuando…
Sin
embargo, el hombre es ¡tan vulnerable!, ¡tan mental!, ¡tan apegado al sueño!,
que necesita de una zanahoria, como los pollinos, para avanzar lentamente en su
camino.
Es
bueno que el ser humano mantenga la zanahoria delante hasta que la llama del
Amor prenda en su corazón, pero sin confundir el estímulo con el objetivo.
El camino de la
Iluminación es la hoja de ruta que ha de seguir cada alma en su etapa terrena
para su unión con Dios, que es la única razón de nuestro viaje a la materia.
Es durante la vida física, cuando el
alma, prisionera del sueño y de la ilusión del ego, necesita Luz para no perder
de vista el camino por el que ha de transitar para volver a Casa.
El taller consta de 5 módulos a realizar
en las siguientes fechas:
19 de Noviembre:
MÓDULO I: La serenidad de saber quién eres. (YO SOY)
26 de Noviembre:
MÓDULO II: El poder de Dios
dentro de ti. (Susurros del corazón).
3 de Diciembre:
MÓDULO III: Una ley superior: El Plan de Vida. (Misión de vida).
10 de Diciembre:
MÓDULO IV: La aventura de
morir. (Volver a Dios).
17 de Diciembre:
MÓDULO V: La Tríada de la
Ascensión.
HORARIO: DE 10:00 am a 1:00 pm.
INVERSIÓN DEL TALLER COMPLETO: 400 soles.
INVERSIÓN MÓDULOS INDEPENDIENTES: 100 soles cada
uno.
se
reconoce de inmediato el camino de retorno a Dios.
Nuestra
real y auténtica misión es encontrar el camino que nos lleve de vuelta Dios. De
él venimos y a Él vamos a volver. Y lo vamos a hacer todos. Unos lo harán con
veinte vidas y otros con veinte mil, pero nadie se va a quedar en el camino.
Pero para recorrer cualquier camino se
ha de hacer con los ojos bien abiertos, es decir, despiertos, porque sino vamos
a tropezar ya que no se puede ver con claridad el camino.
Podríamos pensar que todos los que
hacemos yoga, o meditamos, o escribimos y leemos sobre espiritualidad, o realizamos
cursos, talleres charlas, o que los mismos sanadores y canalizadores, estamos
despiertos.
Pues no es tal. Sólo tenemos un “cierto
conocimiento” que a duras penas traspasa la periferia de nuestra conciencia,
sin estar integrado en el ser. Casi podríamos decir que estamos entreabriendo
los ojos.
¿Cuándo podremos decir que estamos
realmente despiertos? Cuando actuemos, de manera permanente, con amor, con
generosidad, con compasión, con verdad, con humildad, volcados completamente
por y para Dios, sirviéndole a través de nuestros hermanos. La separación, la
discriminación, el orgullo (sobre todo espiritual), el juicio, la crítica, el
menosprecio, la ambición, son signos inequívocos de permanecer dormidos.
Podemos decir que tenemos el
conocimiento del despierto pero seguimos actuando dormidos.
Por eso nos programamos en nuestro Plan
de Vida “misioncitas”, que nos pueden parecer más o menos importantes, sobre
todo para alimento de nuestro orgullo. Pero la autentica misión es reconocer el
camino de vuelta a Dios.
No vivir para Dios es sinónimo
de seguir dormidos.
Nuestra
real y auténtica misión es encontrar el camino que nos lleve de vuelta a Dios. De
Él venimos y a Él vamos a volver. Y lo vamos a hacer todos. Unos lo harán con
veinte vidas y otros con veinte mil, pero nadie se va a quedar en el camino.
Para
recorrer ningún camino se ha de estar despierto porque estando dormidos, con
los ojos cerrados, va a ser muy difícil encontrar nada. Se ha de estar
despierto, por lo tanto despertar es lo primero.
Despertar es abrir el corazón
y una vez abiertos los ojos del corazón buscar el camino de regreso a casa,
buscar el camino de regreso a Dios, es una tarea más fácil.
Tenemos
que dar un paso más allá para no perder de vista el objetivo real de nuestra
vida física y así no quedarnos atascados en mitad del camino adorando ídolos.
El
auténtico objetivo de todas las almas en su peregrinaje a la materia es
encontrar, de una vez por todas, el camino que las conduzca de vuelta a Dios.
Para
esto el alma se provee de diferentes herramientas: lecturas, talleres, yoga,
tai-chi, chi kung, y un variopinto ramillete de actividades que pueden ayudar
al ser a aceptar su divinidad y a encontrar el camino de vuelta a casa.
Ya
son bastantes las personas que han empezado a cuestionarse la búsqueda de la
felicidad, de la serenidad y de la paz interior desde una nueva perspectiva,
pero muchas de ellas están perdiendo de vista la auténtica razón de nuestra
estancia en la vida, y están considerando a las herramientas que utilizan para conseguir el objetivo como si ellas
fueran el auténtico objetivo.
Es
como si se subiera en un ascensor al piso veinticinco. Unas personas se atascan
en el piso uno, y otras, las que ya han comenzado a ver la vida de diferente
manera, se atascan en el piso veintitrés. Es cierto que están más cerca del
final, pero siguen atascadas, en diferente atasco, pero atascadas.
Podemos hacer, en nuestras manos está, que toda la vida sea plácida y
serena, desterrando los miedos que son como una losa que los seres humanos
tenemos que ir arrastrando por el camino de nuestra vida, porque además no sirve para nada ese pesado equipaje.
Pongámonos en manos de Dios. Detengamos la locura de nuestra mente.
Dejemos hablar al corazón, y si no entendemos con claridad cuál es nuestra
misión en la vida, podremos intuirlo, y si ni tan siquiera lo intuimos, vivamos
con amor, esa manera de vivir va a hacer que nuestra vida sea un paseo, libre
de equipaje, por un ancho camino sembrado de pétalos de rosa.
A pesar de que tengamos
guías, maestros, instructores o gurús, la decisión de comenzar a vivir la vida
de otra manera es personal de cada uno.
Nadie va a decidir en qué momento está
preparada el alma para iniciar el camino de vuelta a Casa, el camino de vuelta
a Dios, salvo la propia alma.
Va a ser la persona en la soledad de su corazón y
de su mente la que va a decidir cuándo es el momento de dejar atrás el
sufrimiento e iniciar una nueva vida basada en el respeto, en la comprensión,
en la tolerancia, en el servicio y en el Amor.
¿Quiere decir que
todos van a acceder a ese conocimiento? Si, con matices. Cualquiera que llegue
a un nivel determinado de energía va a tener acceso a ese conocimiento, a esos
dones, a esos regalos, a no ser que existan ciertas clausulas en su Plan de
Vida que lo impidan, ya que el Plan de Vida es la auténtica hoja de ruta por la
que se rige toda la vida en la materia.
Conozco una persona,
que me permite contar sus vivencias en cuanto a los dones se refiere, pero no
dar pistas sobre su identidad, y que desde que tiene uso de razón ha suspirado
por ver la energía y por escuchar a los maestros, y que no ha conseguido, a
pesar de que parece caminar con paso firme por el camino que conduce a Dios.
Dice que tiene que conformarse con una intuición a la que escucha y sigue como
si de la autentica palabra de Dios se tratara, y algo que define como
clarisensibilidad, que es la base para realizar su trabajo de sanador, que es como
le gusta definirse, pero nada más, a pesar incluso de realizar cursos y
trabajos específicos para activar, al menos, la clarividencia. El dice: “Llegue
a estar obsesionado, cuando veía a otras personas, con dotes de clarividencia o
clariaudiencia a las que yo con mi desmedida soberbia, calificaba como no
merecedores de esos dones”.
Su trabajo personal,
sobre todo para eliminar su orgullo, y sus meditaciones, le fue serenando, y
llegó así a la aceptación de que por alguna razón desconocida él no era merecedor
de tales privilegios.
“La razón desconocida”, cuenta, “era mi Plan
de Vida. En Él aparece contemplado que voy a realizar mi camino de retorno a
Dios y cumplir con mi misión, en solitario, sin ayuda, o al menos sin una ayuda
tan evidente como la que tus guías te puedan prestar sobre como es el camino y
los obstáculos con los que te puedes ir encontrando”.
“A cambio”, prosigue,
“he aprendido a confiar plenamente en la intuición y a traducir las sensaciones
de mi cuerpo físico. Y si bien no me hablan, en muchísimas ocasiones van
poniendo pensamientos en mi mente, que yo sé que no son míos. Pensamientos
necesarios para la realización de las terapias, aunque nunca para algún aspecto
concreto de mi propia vida”.
Este es un magnífico
ejemplo de que no hay dos vidas iguales, ni tan siquiera en el logro de algo
que se encuentra al alcance de todos cuando llegan a cierto punto en su
crecimiento. Es como el montañero que sabe que en lo alto de la montaña hay una
fuente de agua clara, pura, limpia y cristalina, porque todos los que han
llegado a la cima relatan que han bebido, y después de una ascensión a la cima
de la montaña, más o menos penosa, encuentra que debido a las últimas lluvias,
el agua de la fuente sale turbia.
No piensan los que se
inician en el camino de retorno a Dios que van a conseguir este o aquel don, o
al menos no deberían pensarlo. El objetivo del viaje, el objetivo de la vida,
no es conseguir un don, es encontrarse con Dios. Por lo que los que se inician
en el camino, cuando se encuentran con ese don, lo aceptan y siguen su camino
sin darle importancia, ya que cuando han llegado a él, su alma ya sabe que
puede sucederle eso, y aun más cosas, y por sabido no es sorprendente. No es el
objetivo del camino conseguir un don, el objetivo es encontrarse con Dios.
Estamos en un viaje de ida y vuelta y nuestras
pertenencias materiales a la vuelta van a ser las mismas que a la ida. Nuestra
maleta de vuelta sólo va a contener las experiencias del alma: más paciencia
que a la ida, más amor, más voluntad, más misericordia, más hermandad.
Seguro
que sabes que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Lo que no
se si sabes es que el camino que te queda por recorrer en la materia es el que aun
te separa de Dios.
Lo sepas o no, lo creas o no, es así,
estamos caminando para volver a Dios. Si lo sabes y lo crees camina en línea
recta, no des vueltas, no pierdas tiempo y visualiza la meta, manteniendo en tu
mente a Dios.
Si no crees en Dios, entonces se supone
que crees en el hombre, pues en lugar de caminar en línea recta, camina
rectamente, manteniendo en tu mente al hombre, respétale, ayúdale, sírvele, trátale
como lo que es para ti, tu ídolo.
Aunque
es conveniente que sepas, que tratando así al hombre también vas a llegar a
Dios.
Seguro que nadie duda ya de esa parte del
Principio de Vibración que dice que “Energías iguales se atraen”, y es este principio
la base de prácticamente todos los cursos, talleres, técnicas y métodos de
crecimiento, de expansión de la conciencia, de construcción del carácter, de
espiritualidad y sanación. Aprendemos a meditar para tratar de vaciar la mente
de tantos y tantos pensamientos negativos con los que convivimos sin ser
realmente conscientes, para que no atraigan la miseria que estamos generando.
Aprendemos técnicas para atraer aquello que deseamos, a base de generar
pensamientos conscientes positivos hasta conseguir la emoción correspondiente.
Realizamos talleres para aprender a liberarnos de nuestros miedos y de nuestras
limitaciones, que son muchas. Asistimos a clases de yoga y similares para
liberarnos del estrés y mantener la serenidad y la calma. Leemos ávidamente un
libro tras otro con lo que nuestra sabiduría en temas de “espiritualidad” se
incrementa después de cada lectura, pero sin hacer prácticamente ningún uso de
esa sabiduría, salvo impresionar a los demás. Y es posible que con todo esto consigamos
algunos pequeños éxitos, es posible que consigamos ganar alguna “batallita”:
Que se serene un poco la mente, que consigamos algunas de las muchas cosas que
deseamos, que desaparezca el terror a la muerte y hasta que consigamos vivir
una vida más serena. Pero… ¿Nos podemos conformar con eso?, y ¿Por qué no
intentamos ganar la “guerra”?
Si nuestra vida se circunscribiera al
espacio de tiempo transcurrido entre el nacimiento y la muerte, sería más que
suficiente, ya que el único objetivo de la vida sería vivir bien, sería vivir
una vida feliz, carente de problemas y preocupaciones, una vida en la que
consiguiéramos satisfacer todos nuestros caprichos.
Pero el espacio de tiempo que
transcurre entre el nacimiento y la muerte solamente es una vida física, es
como esa “batallita” que comentaba en el párrafo anterior. Nuestra vida abarca
más, mucho más, muchísimo más, tanto como una eternidad. Esta es la auténtica “guerra”,
y nuestro objetivo, no es vivir bien, o vivir una vida feliz, o conseguir
nuestros caprichos. Nuestro objetivo es otro, nuestro objetivo es la unión con
Dios, lo cual no quiere decir que tengamos que renunciar a esos pequeños
placeres.
Los cursos, talleres, técnicas y
métodos de crecimiento y sanación, con los que nos movemos todos en la
actualidad son una excelente herramienta para poder acercarnos a vivir una vida
feliz, para ir vaciando la mente de pensamientos, incluso para realizar un
tímido acercamiento a vivir una vida desde el corazón, una vida basada en el
amor. Pero en caso de conseguirse, lo cual es bastante difícil para un
porcentaje importante del total de personas que tratan de transitar por este
sendero, puede ser válido para la vida actual, pero de poco alcance para
nuestra eternidad, porque el aprendizaje del alma va a ser limitado, ya que se
va a circunscribir a pequeñas ganancias, que si que vamos a mantener para
nuestra siguiente vida, pero que nos va a obligar a volver muchas veces e ir caminando vida tras vida
a paso lento.
Y nuestro avance va a ser tan lento que
nos va a obligar a encarnar un sin fin de vidas más, cuando podríamos intentar,
incluso sin tantas técnicas, avanzar a paso ligero y recorrer en una sola vida tanto
trayecto como veinte o treinta vidas con los pequeños aprendizajes anteriores.
Me
encuentro en un punto de mi camino hacia Dios, como todos, cada uno en el suyo.
Le
pido a Dios que me ilumine para no sentirme inferior cuando miro a los que van
por delante, ni superior cuando miro a los que van por detrás. Que los que van
por delante sean mi acicate, mientras ayudo con humildad a los que van por
detrás.