Mi alma, mis libros, mis creencias, mi corazón y mis opiniones.
El viaje del alma
El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión. Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y, para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Se
buscan retiros en el campo, en la costa, en el monte. Pero eso es lo menos
filosófico que existe. Puedes retirarte en ti mismo cuando desees; pues no hay
lugar de retiro más tranquilo ni más libre de ocupaciones que el alma de uno: más
aún si se tiene dentro algo que, con solo inclinarse sobre ello, produce el
mayor bienestar, y por bienestar quiero decir orden. Concédete a ti mismo ese
retiro, una y otra vez, y renuévate.
Que sean sencillos y elementales aquellos
principios que, en cuanto los tengas delante, te basten para eliminar toda
aflicción y llevarte de vuelta en calma junto a las cosas a las que regresas. ¿Qué
te molesta entonces? ¿la maldad humana? Considera que los seres racionales
existen unos por otros, que tener paciencia forma parte de la justicia, que
obran mal involuntariamente, y cuantos que se enemistaron, que desconfiaron,
que odiaron, que se enfrentaron con lanzas están muertos y no son más que
cenizas. Para ya. ¿O acaso estás disgustado con la parte que te ha tocado del
universo? Preséntate esta disyuntiva “o providencia o átomos”, y cuántas cosas
te muestran que el universo es como una ciudad. ¿Son entonces las cosas de tu
cuerpo las que aún te afectan? Piensa que la inteligencia, una vez que llega al
dominio de sí y se da cuenta de su propio poder, no se mezcla de modo suave ni
brusco con ningún espíritu que esté en movimiento. Considera también cuanto has
escuchado y aceptado sobre el dolor y el placer.
¿Acaso
te va a apartar tu pequeña gloria? Considera la rapidez con la que cae todo en
el olvido, cómo la infinitud del tiempo se abre a ambos lados como un abismo,
la vacuidad que comporta la celebridad, la inconstancia y falta de juicio que
acompaña la fama, la estrechez del lugar en la que se circunscribe. La tierra
entera es una mota, y qué pequeño el rincón de esta en el que tú habitas. ¿Cuántos
y quienes serán los que allí te alaben?
Lo
que queda recuerda: la retirada a ese pequeño terreno que es de uno mismo; por
encima de todo no te distraigas ni te desazones en esfuerzos; sé libre y mira
las cosas como hombre, como ser humano, como ciudadano, como animal mortal. Que
entre aquellos principios que tienes a mano, aquellos a los que vuelves tu
mirada, estén estos dos: el primero, que las cosas no afectan el alma, sino que
esta permanece al margen e imperturbable y las turbulencias provienen únicamente
de la opinión interior; el segundo, que todo aquello que tienes ante los ojos
está a punto de cambiar y en un momento no estará ya. No dejes de pensar en los
cambios de los que has sido testigo. El Universo, mutación; la vida, opinión.
Si
está en tus manos, ¿qué haces?, Si en las manos de otro, ¿por qué te enojas?
¿Átomos o dioses? ¿Ambas cosas son extravíos?
No
hay que enojarse con nadie: pues si puedes, corrígelo; si no puedes corregirlo
a él, hazlo con la cosa misma; si tampoco esto es posible, ¿de que te sirve
enojarte? No se debe obrar sin propósito.
Nunca se es demasiado
viejo para marcarte un nuevo objetivo o para tener un nuevo sueño.
(Clive
Staples Lewis, escritor y teólogo)
Durante
los últimos 33 años, me he mirado al espejo
todas
las mañanas y me he preguntado:
“Si
hoy fuese el último día de mi vida,
¿querría
hacer lo que voy a hacer hoy?”.
Si
la respuesta era “no” durante varios días seguidos, entonces sabía que tenía
que cambiar algo.
(Steve
Jobs, empresario).
Sé
el cambio que quieres ver en el mundo.
(Mahatma
Gandhi, político, filósofo y abogado).
Han transcurrido
trescientos cincuenta y nueve días desde la última vez que el Babau se asomó a
las páginas de su diario. A pesar de haber sido un año intenso, colmado de
experiencias suficientes para llenar innumerables páginas, parece que la
desgana y la desubicación se han apoderado de él, como él mismo afirma.
Por ello, he decidido
tomar su lugar y convertirme en su amanuense. Pero no estoy aquí para
simplemente transcribir sus palabras o recopilar su vida, sino para ser la mano
ejecutora de sus avatares y plasmar en el papel cada fragmento de su
existencia.
No parecía que hubiera
cambiado mucho en su pensamiento y estado emocional desde la última vez que
escribió. Hace un año, él mismo definía su estado como un vacío existencial,
una falta de sentido, propósito e ilusión por la vida. Y sí, doy fe: sigue
igual. Sin embargo, en estos primeros compases del año, que marca el cuarto de
siglo, parece, en los tres días que llevamos del nuevo año, que algo empieza a
cambiar en él. Todo fue debido a una serie de pensamientos que aparecieron en
el momento de tomar las uvas con las campanadas que marcaban el tránsito entre
el año que finaliza y el nuevo. En realidad, no fue un pensamiento, fueron doce
pensamientos.
El Babau tenía la
costumbre de pedir un deseo con cada una de las uvas que iba comiendo al compás
de las campanadas, pero este año, en lugar de ir pidiendo deseos de manera
atropellada mientras engullía las uvas, con la primera campanada apareció en su
mente un pensamiento: Pedir un deseo es la tontería más grande del mundo. Es
bueno tener un deseo, pero en lugar de pedirlo y dejarlo ahí, colgado en la
nada, que es la mejor manera de que el deseo no se materialice, lo que se ha de
hacer es trabajar para hacerlo realidad. Como decía Einstein: “No podemos pretender
que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo”.
Con la segunda
campanada, otro pensamiento apareció en su mente: Estás donde tienes que estar,
haciendo lo que tienes que hacer. Y este pensamiento le trajo una calma
inesperada. Comprendió que cada paso, cada decisión, había sido necesaria para
llegar a este momento. No había errores, solo lecciones. Cada desafío
enfrentado, cada lágrima derramada, todo formaba parte de un plan mayor que aún
no podía comprender del todo.
La tercera campanada
resonó y otro pensamiento se deslizó en su mente: El cambio comienza desde
dentro. Si quería ver un cambio en su vida, primero debía cambiar su
perspectiva. La manera en que veía el mundo era un reflejo de su estado
interior.
Con la cuarta
campanada, vino la realización de que el tiempo es su aliado, no su enemigo.
Cada día era una oportunidad para crecer, para aprender y para acercarse más a
sus objetivos. No tenía sentido apresurarse o desesperarse, porque cada cosa
tenía su momento perfecto para florecer.
La quinta campanada le
recordó que las conexiones humanas son fundamentales. Sus relaciones con los
demás eran un espejo de su relación consigo mismo. Debía nutrir sus vínculos,
ser más compasivo y abierto a las experiencias compartidas.
Al sonar la sexta
campanada, comprendió que la gratitud transforma la vida. Agradecer por lo que
tenía, por las personas a su alrededor y por las experiencias vividas, le daba
una nueva perspectiva. La gratitud le llenaba de energía positiva y renovaba su
esperanza.
Con la séptima
campanada, se dio cuenta de que el perdón libera. Perdonarse a sí mismo por sus
errores y perdonar a los demás le daba una sensación de libertad que nunca
había experimentado. El rencor solo envenenaba su alma.
La octava campanada
trajo consigo el pensamiento de que la pasión es el motor de la vida. Encontrar
aquello que le apasionaba y dedicarle tiempo y esfuerzo era esencial para
sentir que su vida tenía propósito y significado, a pesar de los años.
Al llegar la novena
campanada, entendió que la autenticidad es poderosa. Ser fiel a sí mismo, sin
máscaras ni pretensiones, le permitía vivir de manera más plena y en armonía
con sus verdaderos deseos y valores.
Con la décima
campanada, le llegó la convicción de que cada fracaso es una oportunidad. Los
tropiezos y caídas eran parte del camino hacia el éxito. Cada error era una
lección valiosa que le acercaba más a sus objetivos.
La undécima campanada
le trajo la claridad de que la paciencia es una virtud. No todo llegaría en el
momento que él deseara, pero confiar en el proceso y mantener la calma era
fundamental para no desfallecer.
Y finalmente, con la
duodécima campanada, comprendió que él era el arquitecto de su propio destino.
Cada pensamiento, cada acción, moldeaba su futuro. Tenía el poder de cambiar su
vida, de construir un camino lleno de sentido y propósito. Solo necesitaba
creer en sí mismo y dar cada paso con determinación.
-Hoy has conseguido que haya vuelto a
perder la paciencia.
-Cada día parece que encuentras una
nueva manera de sacarme de quicio, como si estuvieras buscando, activamente,
todas las formas posibles de irritarme.
-Te había dicho bien claro que teníamos
que salir a las 5, pero no, hasta las 5:20 no hemos salido por no sé muy bien
que razón, porque excusas nunca te faltan. Y ayer, también me sacaste de quicio
porque sabes, desde siempre, que no me gusta la comida muy caliente y me la pusiste
ardiendo. Y anteayer porque estaba leyendo y tuve que dejarlo para bajar a
recoger un paquete que tú habías pedido. Y así cada día.
-Mantener la calma contigo se ha vuelto
un desafío constante. Parece que tus acciones están diseñadas específicamente
para provocarme, y lo siento, pero así es como lo veo.
Pero…, ¿es, realmente,
así?
¿Qué
pasaría si en lugar de imponer un horario para salir, preguntaras si la hora es
conveniente para la otra persona, sobre todo considerando que la salida era
para dar un paseo?
¿Qué
pasaría si ante el plato de comida caliente, esperaras a que se enfriara o
soplaras un poquito?
Es
más fácil culpar a otros por nuestras frustraciones y decepciones que asumir la
responsabilidad de nuestras propias decisiones y reacciones.
Las miserias con las
que convivimos hacen que están salgan a la luz ante todo aquello que en nuestro
interior parece contrario a nuestros más íntimos deseos.
Y lo más triste es que
no somos conscientes de donde nace la frustración, la decepción, el desencanto,
que hace que lleguemos a explotar, sacando sapos de nuestra boca como sale la
lava por el cráter en un volcán en erupción.
Todo eso es señal
inequívoca de un carácter débil, de vivir la vida desde la dualidad, de tener
un escaso conocimiento de uno mismo, de temer salir de la zona de confort o
carecer de autocontrol, entre otras muchas sombras con las que podemos llegar a
convivir.
La primera pregunta
que habría que hacerse es: ¿Por qué reacciono siempre como un energúmeno ante
ciertas situaciones? Y, la segunda: ¿Cómo podría mejorar mi respuesta la
próxima vez que se presente un conflicto?
Fortalecer el carácter
es un proceso continuo que requiere práctica y dedicación. Sin embargo, el
primer paso para que eso ocurra es tener claro que se necesita un cambio para dejar
de ser un troglodita y, a partir de ahí, buscar información. Seguro que
encuentras miles de páginas que te van a dar consejos sobre cómo conseguirlo.
La vida es un conjunto de cambios
que no esperamos.
No importa con cuanta certeza tengamos
planeadas nuestras expectativas, siempre va a haber algo repentino, siempre va
a haber algo que no tengamos planeado.
No importa cuántas veces la vida
nos haya sorprendido o cuantas veces hayamos cambiado nosotros.
Nuestra esencia, lo que está dentro
de nuestra alma nunca cambia, siempre es para nuestro bien.
Una vez, un rey de un
país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo:
«He mandado hacer un
precioso anillo con un diamante, con uno de los mejores orfebres de la zona.
Quiero guardar, oculto dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme
en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de
desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis
herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma
que quepa debajo del diamante de mi anillo».
Todos aquellos que
escucharon los deseos del rey, eran grandes sabios, eruditos que podían haber
escrito grandes tratados… pero ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres
palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil.
Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía por muchas horas,
sin encontrar nada en que ajustara a los deseos del poderoso rey.
El rey tenía muy
próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también
sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era
tratado como si fuera familia y gozaba del respeto de todos. El rey, por esos
motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:
“No soy un sabio, ni
un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje”
«¿Como lo sabes
preguntó el rey”?
“Durante mi larga vida
en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me
encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su
servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y
como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.
En ese momento el anciano
escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó
al rey.
“Pero no lo leas»,
dijo. «Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida
en una situación”.
Ese momento no tardó
en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado.
Estaba huyendo a
caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo,
y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino
se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle.
Caer por él, sería
fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía
escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.
Fue entonces cuando
recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño
mensaje tremendamente valioso para el momento. Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN
PASARÁ”.
En ese momento fue
consciente que se cernía sobre él, un gran silencio.
Los enemigos que lo
perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de
camino. Pero lo cierto es que lo rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el
trotar de los caballos.
El rey se sintió
profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras
habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo,
reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.
El día de la victoria,
en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile. El rey se sentía muy
orgulloso de sí mismo.
En ese momento,
nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:
“Apreciado rey, ha
llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo”
“¿Qué quieres decir?”,
preguntó el rey. “Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las
personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.
“Escucha”, dijo el
anciano. “Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también
es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado,
también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el
último, sino también para cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo
y leyó el mensaje… “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”
Y, nuevamente sintió
la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y
bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de
comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.
Entonces el anciano le
dijo:
“Recuerda que todo
pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y
la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte
de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.”
La moraleja de esta
historia es que nada en la vida es permanente. Tanto la felicidad como la
tristeza son temporales y pasajeras. El mensaje del anillo sirve para recordar
al rey que debe mantenerse humilde en la victoria y esperanzado en la derrota,
ya que ambos estados son transitorios.
La fábula del rey y el
mensaje "Esto también pasará" es una poderosa lección de humildad y
esperanza. Nos enseña a valorar el momento presente sin aferrarnos demasiado a
él, ya que el cambio es la única constante en la vida. En tiempos de alegría,
nos recuerda disfrutar sin arrogancia, y en tiempos de tristeza, nos ofrece
consuelo y la promesa de que el dolor no durará para siempre. Esta historia
resuena con la idea de que la empatía hacia uno mismo y hacia los demás es
crucial, especialmente durante los desafíos, ya que todos experimentamos
altibajos en la vida. La empatía nos permite conectar con los demás y ofrecer
apoyo, sabiendo que las circunstancias pueden cambiar en cualquier momento.
Este es
el inicio de un largo camino. “Yo Soy” el cambio
Ya
estamos viendo en los países en los que se están empezando a relajar las
medidas de confinamiento cual es la preocupación de los dirigentes que son los
que tendrían que liderar el tan ansiado cambio: Que la economía, tal como la
conocemos, no termine de hundirse y que todo vuelva a la normalidad económica
lo antes posible. Justo a esa normalidad basada en la desigualdad que no
queremos.
Es
posible que se den algunos cambios, sobre todo, alguna mejora de la sanidad,
que está siendo el pilar de contención de la pandemia. Países que estaban
desmantelando su sanidad pública intentarán detener su deterioro y otros que
tienen una sanidad del siglo XIX intentarán adecuarse al siglo XXI. Pero poco
más.
La
pandemia, para los que sobrevivan, no va a servir más que para empobrecer a la
clase media y terminar de hundir a la clase baja. La clase súper alta, que es
la que realmente organiza el mundo a su antojo para su propio beneficio, no se
va a ver afectada en lo más mínimo, salvo que va a enriquecerse un poco más. Incluso
pueden salir mejor parados porque algunos, puede ser que les idolatren aún más
porque donan millones para ayudar a frenar la pandemia. ¿Qué es un millón o dos
o veinte comparado con lo que tienen?, es como para el resto de nosotros dar un
dólar a un pobre a la puerta de una iglesia. Una limosna.
Lo que esta
pandemia ha vuelto a dejar al descubierto es la solidaridad de muchísimas
personas en cualquier parte del mundo. La solidaridad siempre emerge en las
catástrofes, lo cual es fantástico, pero se reduce cuando la situación vuelve a
la normalidad. Y mientras no se consiga una igualdad real, en la que no pase
hambre ni un solo ser humano, la solidaridad va a seguir siendo necesaria.
Por lo
tanto, los que tenemos claro que el orden mundial debería de cambiar tenemos
que liderar el cambio. O, mejor, más que liderar el cambio tenemos que comenzar
a abrir la puerta para que este se realice, porque va a ser una lucha sin
cuartel, silenciosa y larga, muy larga, posiblemente nos lleve más de un siglo.
A no ser que tengamos en unos años una nueva pandemia que mate a dos millones
de personas y se lleve por delante la economía tal como la conocemos.
Casi
todos los que creemos que vivimos en una sociedad injusta e iniciemos ahora la
lucha o, mejor, que seguimos en la lucha que iniciamos hace algún tiempo, es
seguro que volveremos a la vida dentro de cien o doscientos años y, es posible,
que entonces sigan las desigualdades pero tendremos ya un terreno preparado y
abonado por nosotros en esta vida, para que sea más fácil la batalla final, ya
que nuestros hijos, nuestros nietos, bisnietos y tataranietos habrán seguido la
estela que ahora iniciamos nosotros.
¿Cómo
tiene que ser esa lucha? Ahora tiene que ser espiritual, porque nosotros no
podemos cambiar el sistema económico, pero si podemos cambiar la
espiritualidad. Tampoco podemos salir a las calles siete mil quinientos
millones de seres a reclamar un cambio de orden cuando cada uno de los siete
mil quinientos millones tiene una idea de orden diferente en su cabeza. Si no
fuera así, no habría tanto voto disperso. Personalmente nunca he entendido como
un obrero puede votar a la derecha. Pero aunque se vote a la izquierda, da lo
mismo. Son los mismos con una corbata de distinto color. Y lo que necesitamos
no son líderes de derecha o de izquierda, necesitamos lideres humanos, que se
sientan iguales, que amen a sus conciudadanos, que lloren con ellos, que rían
con ellos, que el sufrimiento de uno sea su propio sufrimiento, que no sepan de
economía, que no sepan de leyes, que sepan de justicia humana, de igualdad, de
compasión y de humildad.
Por lo
tanto, hemos de dejar de lado, aunque sigamos en la lucha por reducir la
desigualdad, las batallas política y económica para centrarnos en la batalla
espiritual.
Así como hay diferentes sistemas
políticos y económicos y diferentes religiones, en lo referente a la
espiritualidad, no hay dudas, solo existe un orden, el orden del Amor, que
conlleva inherente todos sus atributos: alegría, fe, igualdad, humildad,
comprensión, justicia social, tolerancia, paz, serenidad, misericordia,
felicidad, generosidad, compasión, libertad, aceptación, bondad, honestidad,
fortaleza, respeto, servicio.
Porque
el cambio, el auténtico cambio, es actuar desde el Amor. El Amor solo tiene una
regla, la Regla de Oro: Trata a los demás como tú mismo quieres ser tratado.
Tenemos que ser el cambio que
propugnamos realizando nuestro propio trabajo interior para ser el Amor que
demandamos al mundo, porque al final de todo el camino, dentro de uno, cinco o
mil años, la energía que va a mover el mundo es el Amor. Ese es el cambio, ese
es el final del camino. Empecemos en nosotros mismos y hagámoslo ya, no
esperemos a mañana.
Nuestro
objetivo tiene que ser elevar nuestra vibración en el Amor para ir influyendo
en los que nos rodean y estos a su vez influir en otros y estos en otros y así
sucesivamente hasta llegar al poder. Es un trabajo lento ¿verdad? Y más lento
porque es una batalla con uno mismo y, aunque sea incruenta, es la más
terrorífica de las batallas.
Para
eso lo mejor es comenzar por el principio. Saber de dónde partimos cada uno de
nosotros, porque el final del camino es el mismo para todos: aprender a Amar.
Como
pasar de donde estamos al Amor no es tarea fácil, mejor vayamos ganando cada
una de las partes, subiendo un peldaño tras otro, que no son otros que las
cualidades del Amor, para llegar al Todo. Hoy trabajo la paciencia, el mes que
viene la tolerancia, al otro el perdón y, así, un día tras otro llegaremos a la
cima.
Voy a
terminar esta entrada con unas preguntas. A partir de la próxima intentaré
desgranar como ganar cada una de las etapas que nos van a llevar a la cumbre.
Podéis
escribir y contestar para unificar ideas.
¿Tenemos
claro que todos SOMOS UNO, que somos lo mismo, todos con el mismo origen, todos
con el mismo fin?
¿Tenemos
claro que somos más que un cuerpo?
¿Tenemos
claro para que venimos a la vida?
¿Tenemos
claro que organizamos nuestra vida antes de encarnar?
¿Tenemos
claro que la pandemia estaba contemplada en nuestro Plan de Vida?
Si
tenemos claro que está contemplada en nuestro Plan de Vida y, por lo tanto,
aceptada por nuestra alma ¿Qué esperábamos ganar con ella?
La
contestación a estas preguntas y, algunas más, lleva implícito el trabajo a
realizar.
Cuídense,
todos somos necesarios, ya que si falta uno tendremos que suplir su vibración
entre los demás.
El
confinamiento se alarga y se estira como si fuera chicle.
He
dejado de ver noticias, son un poco cansinas, como lo son también las
informaciones que van apareciendo por las redes sociales.
He
leído casi diez millones de causas por las que este virus ha mutado para
apoderarse del género humano. Pero sea cual sea la causa, ¿qué más da? Está
aquí y hay que lidiar con él. Desde luego si la causa fuera la nueva tecnología
5G no deberíamos de permitir su expansión, aunque, de ser esta la razón, ya se
encargarán los “auténticos poderes”, que usan a los presidentes de los países y
organizaciones como títeres, para hacernos creer lo contrario.
Pero
hemos de tener presente que nada ocurre por casualidad, y que todos y cada uno
de los seres humanos que habitamos en esta época el planeta ya teníamos
contemplada esta circunstancia en nuestro Plan de Vida y, por supuesto, la
hemos elegido voluntariamente. Somos unos héroes.
Unos
para morir, otros para enfermar y sanar, otros para ayudar a todos a dejar
atrás la enfermedad, otros para vigilar el orden, otros para poner palos en las
ruedas, otros para arrimar el hombro, pero casi todos para sufrir que es la
espoleta del cambio. Unos para encumbrarse y otros para hundirse, Pero todos
para crecer, y para aumentar nuestra vibración y la vibración del planeta. Porque
no existe nada, absolutamente nada, contemplado en el Plan de Vida de cada alma,
que no sea para su crecimiento, para su aprendizaje, para su acercamiento a
Dios.
Terminaba
la entrada anterior diciendo “…. si de esta crisis no sacamos la enseñanza de
que todos somos lo mismo y de que ayudando y respetando al otro, me estoy
ayudando y respetando yo, no habrá servido de nada tantas muertes, tanto dolor,
tanta carencia y tanto sufrimiento”.
Pero
ahora ya sé que todo va a seguir igual.
Es muy
difícil cambiar un régimen capitalista que es el que impera en nuestras
sociedades, ya que son auténticos genios para atontar a los millones de
súbditos que con unas migajas hacen al “gran capital” cada día más y más rico.
De esta
crisis, todos, menos “ellos”, vamos a salir maltrechos, más pobres, más
controlados y, sobre todo, con más miedo, que es la herramienta principal que
utilizan para subyugarnos.
Bueno,
en realidad, todo no va a seguir igual. Algo habrá cambiado, pero será a nivel
individual. Tendrá que ser uniendo esas individualidades como se comience a
gestar el cambio. Ahí es donde radica la posibilidad de cambio. Pero, aunque no
se produzca, no importa, como género humano, nosotros o nuestros descendientes,
tendremos nuevas pandemias, y así será hasta que el cambio se materialice. El
cambio se tiene que realizar sí o sí.
Ya
hemos comprobado que se puede vivir sin futbol, sin toros, sin misas, sin
procesiones, sin políticos, pero no se puede vivir sin un hospital
perfectamente equipado, con un personal dignamente tratado y sobre todo, no se
puede vivir sin una barra de pan o sin un plato de lentejas. Por lo tanto, el
cambio lo tenemos que hacer no haciendo manifestaciones salvajes para conseguir
un día más de vacaciones, o un incremento de sueldo miserable, sino dando la
espalda, todos unidos, a todo lo superfluo que el gran capital ha hecho que
consideremos esencial. Porque si nos manifestamos para conseguir tal o cual
cosa, nos la van a dar para que volvamos a trabajar, pero ya se encargaran de
sacárnosla de otro sitio. Son listos, son muy listos, y nosotros somos tontos,
muy tontos.
Cuando
no vaya gente a los eventos deportivos, no se gastarán millones y millones de
dólares en sueldos para los jugadores. Todos los sueldos deberían oscilar en
una banda de entre 1 como mínimo y 5 como máximo. Es decir, que, si el sueldo
más bajo son 1.000 dólares, el más alto no debería ser superior a 5.000. En
ningún lugar del planeta.
Cuando
nadie vote a los ineptos que se enriquecen a nuestra costa enfrentándonos a los
unos contra los otros, podremos cambiar nuestro sistema político, porque los
políticos, sea cual sea su insignia y su doctrina, enfrentan a los ciudadanos
del norte con los del sur, favoreciendo a los cada vez más ricos y
defenestrando, engañando y manipulando a los cada vez más pobres.
Cuando
los lugares de culto se encuentren vacíos un día sí y otro también, es posible
que los líderes de las religiones reflexionen y se unan para ayudar a hacer un
mundo igualitario y no condenar ni discriminar a nadie, porque entenderán
realmente lo que significa ser hijos de Dios y apostarán por una sola religión:
La religión del Amor.
Cuando
nadie mire la basura televisiva, la cambiarán para enriquecer nuestra alma y no
embrutecer nuestros egos. Y así sucesivamente con cualquiera de los métodos de
atontamiento que utilizan contra la población.
Todos
somos uno, todos somos lo mismo y nos enfrentan los políticos, las religiones,
los deportes, los programas de televisión. Lo único que buscan es la
separación. Divide y vencerás.
Somos
nosotros los que tenemos que comenzar a gestar el cambio. Todos unidos.
Ayudándonos. Vibrando al unísono en el Amor. Hasta entonces todo seguirá igual.
Nos
quejamos de la vida que llevamos, no nos gusta completamente el trabajo que
realizamos. Nos gustaría que nuestra pareja fuera más cariñosa, o más dulce, o
más comprensiva. Los niños, a veces, nos agobian. Sentimos que la casa se nos
viene encima, pero nos aburren las salidas de ella. La familia y los amigos,
normalmente, se pasan la vida juzgando y criticando. En resumen: no nos gusta
la vida que llevamos, aunque aceptamos vivirla de esa manera por mil razones:
la obligación, la sociedad, la falta de dinero, la falta de tiempo para cambiar
nada, el qué dirán, etc.
¿Qué hacer para que cambie?, ¿Se
solucionaría con el premio gordo de la lotería?, ¿Cambiaría algo si
realizáramos un viaje a la otra punta del planeta?, ¿Qué hacer? La respuesta es
fácil: “Cambia, cambia tú”, porque si siempre haces las mismas cosas, el
resultado ha de ser siempre el mismo. “Cambia tú”.
No esperes que cambie tu trabajo, tu
jefe o tus compañeros. No esperes que cambie tu pareja. No esperes que cambien
los niños, ni tu familia, ni tus amigos, porque todos están en la misma
dinámica que tú, todos están tan aburridos de la vida como tú, todos están
esperando un cambio como tú. Sin embargo, tú tienes una cierta ventaja porque
aunque tú te estás aburriendo o estés cansando, tienes la inquietud del cambio,
sólo que con un ligero error en tu planteamiento, estás esperando que el cambio
llegue sólo, y eso, ya te aseguro que no va a suceder. Has de intervenir, has
de tomar las riendas de tu vida, has de cambiar algo para que cambie tu
entorno, has de trabajar para el cambio, has de implicarte.
Es
momento de dejar de jugar a ser espirituales, ya hemos aprendido las
reglas del juego. Ha llegado el momento de incluir la espiritualidad en la vida
cotidiana, es momento de trabajar desde la ética de la conciencia, es momento
de amar, es momento de sanar de manera total, es momento de compartir, de
relacionarse, es momento de practicar y salir de la teoría, es momento de dejar
atrás los prejuicios religiosos, es momento de trabajar para dirigirnos a un
futuro brillante, feliz, abundante, pleno. Y podemos llegar a ese futuro
respetando las reglas del Amor.
En este momento de cambio vamos a
trascender de “ser humano” a “ser espiritual”, y para eso ya no valen ni
escuelas ni maestros, ya que la única escuela válida es nuestro interior,
nuestra intención, nuestro corazón. Porque no hay nada que aprender, todo está
en nosotros, ya tenemos todo el conocimiento de Luz y de Amor, y muchos de
nosotros, o ya hemos cambiado nuestra vibración o estamos en pleno proceso.
En la actualidad el ser humano vive
para él, de manera individual, y ha de salir de ese individualismo para atender
las necesidades del alma, empezando a desarrollar propósitos simples, para una
vez conseguidos continuar con mayores empresas. Pero todo tiene un principio, y
ese principio ha de ser observar si existe alguna contradicción entre lo que se piensa,
lo que se dice y lo que se hace. Si no existe coherencia entre los pensamientos,
las palabras y los actos, el ser humano se engaña a sí mismo.
Hay que escuchar al alma y aceptar la
verdad, aceptar las cosas que resuenan profundamente en el corazón y en el alma,
aceptar lo que impulsa al ser humano a respirar y a sonreír. Hay que separarse
de todo aquello que promueve manipulación, especulación o explotación, y no
participar en nada que coarte la libertad o lesione el respeto. Hay que actuar
de manera honesta, clara, impecable y coherente.
Y sobre todo ama, siente el Amor,
comprométete contigo, únete a tu Ser y no busques más, deja sólo que el Amor te
encuentre. Hace tiempo que el Amor te busca, y si tu mente se mantiene en
silencio, te va a encontrar, y sobre todo, cuando estés sin expectativas,
sentirás, sentirás el Amor, sentirás su fuerza.
Tenemos
que dar un paso más allá para no perder de vista el objetivo real de nuestra
vida física y así no quedarnos atascados en mitad del camino adorando ídolos.
El
auténtico objetivo de todas las almas en su peregrinaje a la materia es
encontrar, de una vez por todas, el camino que las conduzca de vuelta a Dios.
Para
esto el alma se provee de diferentes herramientas: lecturas, talleres, yoga, tai-chi,
chi kung, y un variopinto ramillete de actividades que pueden ayudar al ser a
aceptar su divinidad y a encontrar el camino de vuelta a casa.
Ya
son bastantes las personas que han empezado a cuestionarse la búsqueda de la
felicidad, de la serenidad y de la paz interior desde una nueva perspectiva,
pero muchas de ellas están perdiendo de vista la auténtica razón de nuestra
estancia en la vida, y están considerando a las herramientas que utilizan para conseguir el objetivo como si ellas
fueran el auténtico objetivo.
Es
como si se subiera en un ascensor al piso veinticinco. Unas personas se atascan
en el piso uno, y otras, las que ya han comenzado a ver la vida de diferente
manera, se atascan en el piso veintitrés. Es cierto que están más cerca del
final, pero siguen atascadas, en diferente atasco, pero atascadas.
Es
momento de abrir definitivamente los ojos, es momento de abrir definitivamente
el corazón, es momento de entender que eres un alma, es momento de vivir para
la Divinidad. Basta ya de picoteo, basta ya de jugar a ser espirituales, basta
ya de hablar de los Maestros, basta ya de fariseísmo.
Es
el momento de actuar y de vivir desde el corazón, es el momento de dejar de
vivir desde la mente, de dejar de vivir desde la maquinación, de dejar de vivir
desde el engaño: a vosotros mismos, a vuestros amigos, a vuestra familia; es
momento de vivir la honestidad, es momento de estregarse, es momento de volver
a Dios.
A pesar de que tengamos
guías, maestros, instructores o gurús, la decisión de comenzar a vivir la vida
de otra manera es personal de cada uno.
Nadie va a decidir en qué momento está
preparada el alma para iniciar el camino de vuelta a Casa, el camino de vuelta
a Dios, salvo la propia alma.
Va a ser la persona en la soledad de su corazón y
de su mente la que va a decidir cuándo es el momento de dejar atrás el
sufrimiento e iniciar una nueva vida basada en el respeto, en la comprensión,
en la tolerancia, en el servicio y en el Amor.
Las cosas son como son. La vida es como
es, y sólo te queda aceptarla.
Pero si hay algo que no te gusta y no
puedes aceptar, entonces trabaja para cambiarlo, pero no le des vueltas en tu
mente.
Lo que tu calificas como problemas
dando vueltas y vueltas en tu mente, ensucia y marchita tu cuerpo energético,
envilece y adormece a tu mente, embrutece y enferma al cuerpo físico,
entristece al alma, te aísla de la vida y te separa de Dios.