Un ciclo es un espacio de vida, sin
duración definida en el tiempo, en el que la persona desarrolla ciertas
actividades, rodeada de un determinado grupo de personas. Así mismo, dentro de
cada ciclo pueden establecerse una especie de miniciclos que son situaciones que
se repiten y, se repiten y, se repiten hasta el aburrimiento en la vida de la
persona, casi como si de un mal sueño se tratara. Estos miniciclos sólo son
lecciones no aprendidas, y podemos tener claro que se van a repetir una y otra
vez, sin ningún tipo de misericordia.
El mayor de los ciclos, es el tiempo
que comprende una vida, y de la misma manera que no permanecemos eternamente en
la vida de la materia, no hemos de intentar permanecer tampoco en ninguno de
los ciclos o etapas que comprende la vida. Intentar permanecer más tiempo del
necesario hace que empiecen a no funcionar las cosas, hace que perdamos la
alegría y la ilusión.
No tenemos normalmente mucha
conciencia de la finalización de las etapas, salvo casos excepcionales, en los
que se siente que el ciclo en el que nos encontramos ha finalizado. Tenemos,
por tanto, que permanecer atentos a las señales, que pueden ser de diferentes
tipos, en función del tipo de etapa finalizada. Dichas señales, como pueden ser
aburrimiento, desgaste excesivo en relación con personas, trabajo o cualquier
otra actividad, son los síntomas de que debemos cerrar una puerta y encararnos
hacia la siguiente.
La finalización de cada etapa lleva
consigo el inicio de un nuevo ciclo y, para eso, en función del tipo de cambio,
no está preparada la sociedad, ni por supuesto nosotros, que somos una parte de
esa sociedad. A la sociedad le gusta vernos revolcarnos en la miseria del
presente, antes de aceptar cualquier tipo de cambio. Así, mientras nos
revolcamos, la sociedad puede sentirse útil culpabilizándonos, compadeciéndonos
y dándonos consejos. Sin embargo, si encaramos nuestra vida y realizamos los
cambios que demanda nuestro corazón, ya tienen la frase preparada: “Estás
loco”.
No aceptar la finalización del ciclo y
cerrar bajo llave la puerta de la etapa anterior, supone un desgaste de energía
enorme, que hace que físicamente la persona deje de vivir para empezar a
vegetar. Caminar dejando puertas abiertas, “por si acaso”, impide una vida
plena.
La vida es un continuo, y aferrarse a
una etapa acabada es tratar de detener la vida, y la vida no se detiene.
Aferrarse a una etapa finalizada puede hacer que la propia vida se pudra y
huela tan mal como el agua estancada.
No se puede vivir añorando situaciones
del pasado. Hay que soltar las amarras, hay que cerrar los círculos, hay que
cerrar las puertas. Es importante deshacerse de recuerdos, cambiar de casa, de
ciudad, de país, si la situación lo requiere, hay que romper documentos, romper fotos
y regalar libros.
Hay que tener
en cuenta que negar los cambios es negar el propio crecimiento interior, porque
los cambios externos pueden ser sinónimo de procesos internos de crecimiento.
Recuerda que
nada ni nadie es imprescindible, y quien siente eso, solo son apegos. Deja que
fluya la vida, suelta, despréndete de lo innecesario, cierra puertas, clausura,
oxigénate, vive.