Querido Dios
Al principio, cuando
empecé a asumir casi todas las tareas del hogar, este pensamiento me perseguía
de manera constante. Aparecía mientras cocinaba, planchaba, tendía las camas o
realizaba cualquier otra tarea doméstica. Me cuestionaba con amargura: “Los jubilados como yo están paseando,
tomando el sol o disfrutando del espectáculo de ver como avanzan las obras
cerca de sus domicilios”. Eran pensamientos que me llenaban de ira, como si
algo en mi interior se resistiera a aceptar mi nueva realidad.
Pero todo cambió
cuando decidí enfrentarme a esos pensamientos. Empecé una conversación seria
con mi ego, o con quien fuera el que me susurraba esas ideas con tanto descaro.
Dialogaba conmigo mismo:
– ¿Quién crees tú que
debería hacer todo esto que ahora hago?
– ¿Tu esposa?
– ¿Cuándo lo haría, si
trabaja fuera de casa todo el día?
– ¿Una asistenta?
Sabes perfectamente que no tenemos los recursos para pagar a alguien.
– ¿Qué pasa, acaso
eres menos hombre por encargarte de este trabajo?
– ¿Por qué estaría
bien hacerlo si fueras mujer?
Poco a poco, estas
preguntas me llevaron a aceptar en mi interior que este trabajo también era
mío. Cada plato cocinado, cada camisa planchada, cada cama tendida se convirtió
en un pequeño acto de amor y responsabilidad, más allá de los roles impuestos
por una sociedad que tantas veces nos limita.
Sin embargo, no te voy
a mentir. De vez en cuando, como hoy, reaparece ese “machito” que habita en mí,
ese que durante dos tercios de mi vida fue mi guía. Viene de visita, muy de vez
en cuando, pero cuando lo hace, su presencia me resulta incómoda. No porque
quiera recordarme quién era, sino porque sé que ya no tiene lugar en mi vida.
Y eso, querido Dios,
te lo debo a Ti. Gracias a Ti, ese “machito” ya no me acompaña como antes. Sé
que todo esto que estoy escribiendo ya lo sabes, pero aun así quería
compartirlo contigo. Escribir mientras cocino me hace sentir más cerca de Ti, y
eso me da una fuerza inmensa. Me ayuda a mantenerme firme en este camino de
aprendizaje, en este proceso de reconciliarme conmigo mismo.
Gracias por estar ahí,
por escucharme, y por acompañarme mientras corto cebollas, plancho camisas o
tiendo camas. Gracias, porque en cada tarea cotidiana, te siento a mi lado. Y
eso, Dios mío, me basta.
Con cariño y
gratitud,
A pesar de los años, un
aprendiz de la vida.
CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo