El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
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viernes, 12 de septiembre de 2025
sábado, 9 de agosto de 2025
El dinero no da la felicidad… pero
El
dinero no da la felicidad… pero sí la tranquilidad que la facilita
Uno de los mayores generadores de
estrés en la vida moderna es la incertidumbre económica. ¿Llegaré a fin de mes?
¿Podré pagar el alquiler? ¿Qué pasa si se rompe el coche o si tengo una
emergencia médica? Estas preguntas, cuando se convierten en parte del día a
día, erosionan la salud mental, las relaciones y la capacidad de disfrutar el
presente. En cambio, cuando el dinero deja de ser una preocupación constante,
se abre espacio para respirar, para pensar con claridad, para vivir con menos
miedo.
Tener estabilidad financiera no
significa vivir en la opulencia, sino saber que lo básico está cubierto. Que
puedes ir al supermercado sin calcular cada céntimo. Que, si tu hijo necesita
gafas nuevas, puedes comprarlas sin tener que sacrificar otra necesidad. Esa
paz, esa seguridad, es una forma de libertad. Y la libertad, en muchos
sentidos, es una de las condiciones necesarias para la felicidad.
Más allá de lo esencial, el dinero
también permite disfrutar de los pequeños lujos de la vida. No hablo de
mansiones ni yates, sino de cosas sencillas que pueden marcar la diferencia:
salir a cenar sin mirar el precio del menú, regalarle algo bonito a alguien que
quieres, viajar a ese lugar que siempre soñaste conocer. Estos caprichos no son
la fuente de la felicidad, pero sí pueden ser catalizadores de momentos
felices.
Hay quienes dicen que el dinero
corrompe, que nos vuelve superficiales, que nos aleja de lo verdaderamente
importante. Y sí, puede hacerlo si se convierte en un fin en sí mismo. Pero cuando
se usa como herramienta para enriquecer experiencias, para compartir, para
explorar, para aprender, entonces se transforma en un aliado poderoso del
bienestar.
Curiosamente, muchas personas que
tienen mucho dinero no son más felices que quienes tienen poco. Esto se debe,
en parte, a que la felicidad no depende solo de lo que tienes, sino de cómo lo
valoras. La abundancia puede generar insatisfacción si se convierte en una
carrera interminable por tener más. También puede aislar, generar desconfianza,
o crear una falsa sensación de control.
Por eso, el mantra “el dinero no da la
felicidad” sigue siendo válido. Nos recuerda que la felicidad no está en el
saldo de la cuenta, sino en la calidad de nuestras relaciones, en el sentido
que damos a nuestras acciones, en la capacidad de disfrutar el momento
presente. Pero también nos invita a reflexionar sobre cómo el dinero, bien
gestionado y bien entendido, puede ser un medio para alcanzar esa felicidad.
La clave está en cambiar la
perspectiva: ver el dinero como una herramienta, no como un objetivo. Cuando lo
usamos para construir una vida más plena, más libre, más conectada, entonces sí
contribuye a la felicidad. Pero cuando lo convertimos en el centro de nuestra
existencia, en el único indicador de éxito, entonces nos aleja de lo que
realmente importa.
Es como tener un coche potente: puede
llevarte más rápido a donde quieres ir, pero si no sabes a dónde vas, de poco
sirve. El dinero puede acelerar el viaje hacia la felicidad, pero no puede
definir el destino.
Otro aspecto fundamental es el uso del
dinero para ayudar a otros. Cuando tienes suficiente, puedes compartir. Puedes
apoyar causas que te importan, ayudar a amigos en apuros, contribuir al
bienestar de tu comunidad. Y ese acto de dar, de contribuir, es una fuente
profunda de satisfacción. Nos conecta con los demás, nos da sentido, nos
recuerda que no estamos solos.
La generosidad, cuando nace de la
abundancia, es una forma poderosa de transformar el dinero en felicidad. Porque
al final, lo que más nos llena no es lo que acumulamos, sino lo que damos.
La felicidad no es un estado
permanente, ni una meta que se alcanza y se mantiene sin esfuerzo. Es un
cultivo diario, una práctica constante. Requiere atención, cuidado, reflexión.
Y en ese proceso, el dinero puede ser como el agua que riega el jardín: no es
la flor, pero sin él, muchas veces cuesta que florezca.
Por eso, aunque estoy de acuerdo con el
mantra de los pobres, también reconozco que el dinero facilita mucho el camino.
No lo garantiza, no lo sustituye, pero sí lo suaviza. Nos da margen, nos da
opciones, nos da tiempo. Y el tiempo, bien usado, es uno de los ingredientes
más valiosos de la felicidad.
sábado, 2 de agosto de 2025
La esencia de las cosas
El soberano bien no aumenta ni
disminuye; la felicidad no crece ni mengua; subsiste siempre en la misma
proporción; haga lo que quiera la fortuna: si el sabio alcanza una vejez
prolongada, o acaba sin llegar a la vejez, la medida de su buenaventura, es la
misma para él, sea cual fuere la diferencia de edad.
Cuando
describes un círculo, grande o pequeño, el espacio varía, pero no la forma: igualmente,
lo que es recto y justo no se mide por el tamaño, la cantidad o la duración. Las
dimensiones varían sin que cambie la esencia de las cosas.
LUCIO ANNEO SÉNECA
jueves, 31 de julio de 2025
La felicidad no es el destino
Querido hijo:
La felicidad que
ansías no es algo que pueda adquirirse o conquistarse en el mundo exterior. No
reside en objetos, títulos, ni relaciones perfectas. Lo que describes -esa
constante búsqueda hacia lo inalcanzable- es una trampa que la humanidad ha
creado para sí misma al confundir los placeres momentáneos con una felicidad
más duradera y profunda.
Déjame decirte algo
importante: la felicidad que buscas no es una meta, ni un destino. Es un
estado, una experiencia que se encuentra únicamente en el momento presente. En
cada respiración, en cada acto de gratitud, en la capacidad de amar y de
aceptar la imperfección de la vida, puedes descubrir destellos de esa felicidad
que tanto ansías. Paradójicamente, cuanto más la busques fuera de ti, más
distante parecerá. Pero si decides hacer una pausa y mirar hacia adentro, puede
que la encuentres.
¿Sabes por qué tantas
personas se sienten frustradas y vacías, incluso cuando obtienen aquello que
pensaban que les haría felices? Es porque han condicionado su felicidad a algo
externo, algo cambiante e impredecible. Pero la verdadera felicidad no depende
de esas cosas. Reside en tu propia capacidad para aceptar, para encontrar
belleza en la impermanencia, para vivir con propósito y en armonía con lo que
te rodea.
Ahora bien, no estoy
diciendo que no disfrutes de los logros o las experiencias externas. Al
contrario, cada momento de alegría es un regalo y una oportunidad para conectar
con lo que eres en esencia. Sin embargo, la clave está en no permitir que tu
sentido de plenitud dependa únicamente de ellos.
Si observas a la
naturaleza, verás que las flores no buscan ser más grandes que las otras, ni
los ríos se preocupan por fluir más rápido. Cada elemento cumple con su
propósito siendo exactamente lo que es. Tú también tienes un propósito único en
este vasto universo, y encontrarlo no requiere una búsqueda frenética, sino un
despertar de la conciencia hacia aquello que ya está presente en ti.
Piensa en aquellos
momentos en los que sentiste felicidad genuina. Tal vez no fueron los días de
grandes celebraciones, sino instantes simples: el calor del sol en tu piel, una
sonrisa compartida con un ser querido, la satisfacción de ayudar a alguien sin
esperar nada a cambio. Estos momentos son recordatorios de que la felicidad
está más cerca de lo que crees.
Si deseas encontrar un
camino hacia esa felicidad, comienza cultivando la gratitud. Agradece cada día,
cada experiencia, incluso aquellas que parecen desafiantes, porque son
oportunidades para crecer y comprender más profundamente. Practica la bondad,
no solo hacia los demás, sino también hacia ti mismo. Aprende a soltar aquello
que no puedes controlar y a abrazar la incertidumbre como parte del misterio de
la vida.
Por supuesto que el
sufrimiento también forma parte de la experiencia humana. Pero no pienses que
es algo de lo que debas huir, porque incluso en el dolor hay lecciones
importantes. Es a través del sufrimiento que puedes desarrollar compasión,
empatía y fortaleza. No te digo esto para justificar el dolor, sino para
recordarte que, incluso en los momentos más oscuros, hay una chispa de
aprendizaje y transformación.
Finalmente, permíteme
compartirte un secreto: tú ya eres suficiente tal y como eres. No necesitas ser
más, hacer más, o tener más para encontrar la paz que buscas. La verdadera
felicidad está en reconocer tu propia valía y en vivir en alineación con
aquello que sientes como verdadero y auténtico.
Querido hijo, tu
búsqueda no es en vano. Cada paso que das, cada pregunta que planteas, te
acerca más a esa verdad que llevas dentro. No tengas prisa, no te compares con
otros. Camina a tu ritmo, con confianza y con amor.
Siempre estoy contigo.
CARTAS
A DIOS – Alfonso Vallejo
miércoles, 30 de julio de 2025
Yo, también, quiero ser feliz
Querido Dios:
Es curioso pensar que
no soy el único que busca este propósito. En realidad, creo que todos los seres
humanos, sin excepción, estamos imbuidos en esta misma búsqueda. La felicidad
parece ser algo universal, un hilo que conecta nuestras vidas y nuestras
acciones. Sin embargo, aunque todos compartimos este anhelo, muy pocos logran
encontrarla de manera genuina; quienes la consiguen parecen ser una rara
excepción, casi como si hubieran hallado un tesoro escondido que los demás no
sabemos siquiera dónde buscar.
Esto me lleva a preguntarme:
¿Será que no la encontramos porque no sabemos exactamente qué es lo que estamos
buscando? Puede que sea así, porque, honestamente, ¿sabemos verdaderamente qué
es la felicidad? Parece que la respuesta no es clara. Nos aferramos a ideas y
conceptos transmitidos de generación en generación, como si la felicidad
tuviera una fórmula definida y universal. Buscamos lo que conocemos, lo que nos
han enseñado, lo que observamos que los demás también persiguen. Vamos tras lo
que la sociedad exalta como el ideal: el éxito, la riqueza, el prestigio.
Buscamos aquello por lo que tanto lucharon nuestros mayores, creyendo que en
esos logros encontraremos el verdadero gozo.
Sin embargo, lo que
encontramos cuando seguimos este camino es, paradójicamente, sufrimiento. La
felicidad no parece hallarse en nada de lo que nos han señalado como deseable.
Si así fuera, muchos la habrían alcanzado. Pero no, la felicidad parece ser
esquiva, y esta búsqueda termina siendo, para la mayoría, un esfuerzo
infructuoso.
¿Por qué ocurre esto?
Tal vez porque hemos confundido la felicidad con el placer, con la euforia
momentánea que nos proporciona un logro, una compra, una experiencia. Pensamos
que, al acumular más bienes, más reconocimiento o más momentos placenteros,
estamos acercándonos a la felicidad. Pero cada vez que logramos algo nuevo, la
sensación de satisfacción se desvanece rápidamente, y volvemos a empezar, como
si estuviéramos atrapados en un ciclo interminable de deseo y frustración.
Esperamos encontrar la
felicidad cuando logramos la pareja perfecta, el empleo soñado, los hijos
ideales... y, no obstante, la experiencia nos demuestra que estas cosas no son
suficientes. Todo lo que esperamos alcanzar es efímero, incompleto. Las
relaciones pueden ser complicadas, los trabajos pueden ser demandantes, y los
hijos, aunque los amemos profundamente, tienen sus propios retos. Así, seguimos
buscando y esperando, siempre en vano.
¿Cómo es posible que
seamos tantos los que buscamos la felicidad, y tan pocos los que se encuentren
con ella? Más aún, ¿por qué parece haber más personas angustiadas que felices?
¿No será que estamos buscando en los lugares equivocados? ¿No será que, quizá,
hemos entendido mal qué significa realmente ser felices?
Hay algo más que
quiero reflexionar contigo, querido Dios. En medio de toda esta búsqueda, he
comenzado a preguntarme si la felicidad es algo que debe ser buscado en
absoluto. Tal vez no sea un objetivo que debamos perseguir con tanta
intensidad, sino algo que deberíamos aprender a reconocer en el presente, en lo
que ya tenemos, en lo que somos. Pero esto no es fácil. Nuestra cultura nos
enseña que siempre debemos querer más, que siempre hay algo mejor, que nunca
somos suficientes tal como somos.
A veces me pregunto si
la felicidad se encuentra en los pequeños momentos, esos que solemos dar por
sentados. El calor del sol en un día frío, la risa de un niño jugando, el sabor
de una comida preparada con amor. Tal vez estos instantes contienen más
felicidad de la que imaginamos, pero estamos demasiado ocupados persiguiendo
algo más grande como para notarlo. Tal vez la felicidad no sea algo monumental,
sino un hilo dorado que se teje en los detalles más humildes de la vida.
Y, aun así, ¿qué pasa
con el sufrimiento? Porque si algo parece ser universal además de la felicidad,
es el dolor, la pérdida, la frustración, la soledad, el miedo. Estos
sentimientos nos visitan a todos en algún momento, y en ocasiones parecen
eclipsar cualquier posibilidad de felicidad. ¿Cómo reconciliamos el sufrimiento
con la idea de una vida feliz?
Pienso que tal vez la
felicidad no sea la ausencia de sufrimiento, sino la capacidad de encontrar
significado incluso en los momentos difíciles. Tal vez se trate de aprender, de
crecer, de transformar lo que duele en algo que nos fortalece. Pero también sé
que esto es más fácil decirlo que hacerlo. En esos momentos de oscuridad, la
felicidad parece una luz demasiado distante, demasiado tenue para alcanzarla.
Por eso, querido Dios,
te escribo esta carta. Porque en medio de todas estas reflexiones, no puedo
evitar buscar respuestas más allá de mí mismo. Me pregunto si tú, que eres
testigo de todas las vidas y todas las luchas, tienes alguna guía que ofrecer.
¿Es la felicidad realmente alcanzable, o es un espejismo que nos impulsa a seguir
adelante? ¿Cómo podemos aprender a vivir plenamente, a aceptar lo bueno y lo
malo, sin perder la esperanza ni el sentido de propósito?
Con cariño y esperanza.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
jueves, 12 de junio de 2025
jueves, 1 de mayo de 2025
Cambio de pensamiento
Cada persona piensa,
habla y actúa de manera diferente al resto del mundo. Es natural creer que lo
que uno piensa, dice y hace es lo correcto. Pero, si partimos de esta premisa,
¿significa esto que todas aquellas personas cuyos pensamientos, palabras o
acciones difieren de los míos están equivocadas?
Si aceptáramos esta
lógica, llegaríamos a la conclusión de que todos los seres humanos que habitan
la Tierra llevan una vida equivocada, pues ninguno coincide plenamente con los
demás. Pero la verdad es que cada individuo actúa en función de su propio
pensamiento y percepción, moldeados por su experiencia, su entorno y su forma
de interpretar la realidad.
Por lo tanto, culpas,
errores o reacciones ante cualquier circunstancia no son más que el producto de
nuestra propia mente. Lo que consideramos una desgracia no es responsabilidad
del prójimo ni de su manera de pensar diferente. Atribuirle la culpa a otro es,
en esencia, el resultado de nuestra interpretación subjetiva de los
acontecimientos.
El verdadero poder
reside en el pensamiento. Si logro modificar mi forma de pensar, cambiará mi
manera de percibir el mundo. Y este cambio de pensamiento debe ser profundo,
hasta alcanzar una perspectiva que me permita aceptar con alegría cualquier
circunstancia que la vida me presente.
Este, sin duda, es el
secreto de la felicidad: aprender a transformar nuestra visión del mundo para
encontrar paz, aceptación y gozo en cualquier situación. La felicidad no
depende de las circunstancias externas, sino de la actitud con la que elegimos
enfrentarlas.
viernes, 25 de abril de 2025
Vivir el presente
“Cuando aprendan a ser felices en el
presente, habrán descubierto el verdadero sendero hacia Dios”, dijo el Maestro
a un grupo de discípulos.
“Son muy pocos, entonces, los hombres
que viven en el presente”, observó un discípulo.
“Ciertamente”, respondió Paramahansaji.
“La mayoría vive centrada en los pensamientos del pasado o del futuro”.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
domingo, 23 de junio de 2024
Pensamientos
Todo nuestro mundo,
toda nuestra vida y todo lo que experimentamos están hechos de pensamientos.
Tenemos pensamientos buenos, pensamientos malos y pensamientos neutros.
Nuestra mente está en
un diálogo permanente, a veces, cuestionándolo todo, juzgándolo todo,
culpabilizándonos a nosotros mismos y a nuestro entorno, atemorizándonos; otras
veces, alabándonos, viendo la bondad en los demás y expresando compasión y
ternura. Por lo tanto, nuestra mente, y por extensión nuestra vida, está llena
de claroscuros; nada es puramente luminoso ni completamente oscuro.
Si aceptamos que somos
lo que pensamos y que nuestra vida está moldeada por nuestros pensamientos,
entonces tenemos una herramienta poderosísima para ser felices, estar alegres,
demostrar ternura y ser compasivos. Solo necesitamos permitir los pensamientos
positivos.
Además, si reconocemos
que somos los únicos responsables de nuestros pensamientos y que nadie más nos
obliga a pensar de cierta manera, no deberíamos culpar al vecino por nuestro
dolor o desdicha. Solo nosotros somos responsables de nuestro sufrimiento.
viernes, 24 de mayo de 2024
sábado, 18 de mayo de 2024
Bases para la sanación
Tu sanación espiritual y tu sanación corporal, es un largo camino.
Está en la buena disposición que puedas tener para cumplir tu Contrato Divino. Está en lo feliz que puedas hacerte a ti mismo y, también está, en lo poco o mucho que puedas hacer para mejorar tu mundo y para mejorar el mundo de las personas que te rodean.
miércoles, 8 de mayo de 2024
En búsqueda de la felicidad
Los seres humanos, en
su búsqueda constante de satisfacción, a menudo intentan llenar sus vacíos
espirituales con bienes materiales. Con un afán casi frenético, recorren un
sendero que parece no tener destino, una ruta que los lleva a un punto muerto
donde la felicidad sigue siendo una ilusión inalcanzable. Se preguntan por qué
la alegría les es esquiva, si aparentemente poseen todo lo que desean. Pero la
realidad es que carecen de lo esencial.
Les falta comprensión,
una comprensión profunda de su verdadera naturaleza y propósito en la vida. No
se trata solo de acumular riquezas o logros, se trata de conocerse a sí mismos,
de entender sus pasiones, sus miedos, sus verdaderas aspiraciones.
Les falta fe, la fe en
la posibilidad de transformación personal, en la idea de que pueden evolucionar
más allá de sus circunstancias actuales.
Les falta voluntad, la
fuerza de voluntad necesaria para emprender el arduo viaje del
autodescubrimiento y el cambio personal.
Y, por último, les
falta paciencia, la paciencia para perseverar a través de los desafíos, para
esperar con tranquilidad y confianza los frutos de sus esfuerzos.
La sociedad moderna
nos bombardea con el mensaje de que la adquisición de objetos es sinónimo de
progreso y felicidad. Nos convencen de que el próximo dispositivo, el coche más
nuevo o la casa más grande nos proporcionará la plenitud que anhelamos. Sin
embargo, este es un espejismo que nos aleja de la riqueza verdadera que reside
en las experiencias humanas auténticas: las relaciones significativas, los
momentos de quietud y reflexión, la apreciación de la belleza natural y el arte.
Para alcanzar un
estado de auténtica felicidad, debemos mirar más allá de lo tangible. Es imprescindible
cultivar nuestro jardín interior, alimentar nuestro espíritu con sabiduría,
compasión y gratitud. Solo entonces podremos comenzar a entender que la
felicidad no se compra, se construye día a día con cada pensamiento consciente,
con cada acto de bondad, con cada paso hacia el autoconocimiento.
Por lo tanto, lo que,
realmente, nos falta no es algo que se pueda adquirir con dinero. Es un tesoro
que se encuentra en el interior de cada uno, esperando ser descubierto a través
de la introspección y el crecimiento personal. Es el viaje más desafiante y
gratificante que uno puede emprender, y es accesible para todos aquellos que
tienen el coraje de buscarlo.
viernes, 12 de abril de 2024
Reflexión: La vida es más sencilla de lo que parece
Si
te detienes a reflexionar de manera honesta, serena y profunda, como si fueras un
observador imparcial, sin permitir que te perturben o condicionen los
acontecimientos que envuelven tu existencia, llegarás a la conclusión de que vivir
la vida es mucho más sencillo de vivir de lo que la mayoría de las personas
experimentan.
Considera la última
ocasión en la que te enfureciste o perdiste la paciencia, cuando alzaste la voz
o castigaste a alguien con tu silencio, quizás incluso a alguien muy cercano a
ti. ¿Realmente valió la pena? ¿Lograste resolver algo? ¿Ganaste más alegría, felicidad,
salud o dinero? O, por el contrario, ¿simplemente malgastaste un tiempo valioso
y único, irrecuperable en toda tu vida futura, además de sumergirte en un
estado emocional digno de los moradores de los círculos infernales que Dante
describe en "La Divina Comedia"?
Reflexiona,
también, si esos pensamientos de carencia, de miedo, de dolor, de dudas o de
preocupación por tu incierto futuro. ¿Están, realmente, resolviendo tus
problemas o, simplemente, te mantienen atado a la ansiedad, impidiéndote vivir
una vida plena?
Al analizar esos episodios
de conflicto, observa qué parte de tu deseo no cumplido, posiblemente
desconocido por la otra persona, contribuyó a tu insatisfacción personal o a
tus expectativas sobre el comportamiento ajeno. De esta manera, si buscas
culpables, tal vez te encuentres mirándote a ti mismo.
Si,
a pesar de todo, aún no estás convencido de que la vida puede ser más sencilla
de lo que la estás viviendo, considera que cada suceso, por insignificante que
parezca, es simplemente una manifestación de tu "Contrato Divino" o
tu "Plan de Vida", aceptado antes de tu llegada a este mundo. Todo lo
que ocurre en tu vida ha sido organizado y planificado por ti para cumplir con
el propósito de tu existencia, que quizás no estás llevando a cabo debido a
pensamientos o deseos que te limitan.
Y
si aún albergas dudas sobre lo simple que podría ser la vida, te planteo otra
reflexión: ¿Qué propósito habría servido si tu corazón dejara de latir después
de un episodio de ira, enfado o un pensamiento erróneo?
miércoles, 27 de marzo de 2024
El arte de vivir
La felicidad, el bien vivir y el bien
morir, son un arte que hay que aprender y, como no nos lo enseñan desde la cuna, hemos de aprenderlo ahora.
Desde la cuna, nuestros padres,
nuestros educadores, las religiones, y la misma sociedad nos han enseñado
aquello que ellos han aprendido y que consideran imprescindible para poder
desarrollarnos en sociedad, e incluso lo necesario, para triunfar en esta,
nuestra sociedad, tan competitiva. Nos han enseñado que la única manera de
tener éxito es generando y manteniendo un esfuerzo constante, es realizando un
trabajo excesivo, es renunciando a nuestro propio placer, porque eso es
egoísmo. Nos han enseñado que sólo se puede aprender son sufrimiento, que la letra
con sangre entra, que antes de hacer hemos de pensar en “que pensara la gente”.
Es mentira, ¡nos han engañado!
El aprendizaje es una diversión, el
éxito no se persigue, el verdadero éxito llega cuando dejamos de ofrecer
resistencia, cuando no nos agarramos a la vida, porque agarrarse a la vida
persiguiendo el éxito, es perder el éxito y la vida. Hay que romper las
compuertas y limpiar el cauce de escollos para dejar que la vida fluya, sin
paralizarse en el tío vivo de los propios pensamientos, hay que detener el
carrusel de la mente y bajar.
Dejar que la vida fluya, es aceptar. Fluir,
aceptar, no quiere decir cruzarse de brazos con resignación, no, quiere decir
que hemos de elegir la paz en lugar del miedo, quiere decir elegir la
alegría en lugar de la tristeza, quiere decir elegir la acción en lugar de
las dudas, quiere decir que lo importante es la felicidad y no el pensamiento
de los que nos rodean, quiere decir que hemos de elegir el amor ante cualquier
otra circunstancia, quiere decir “si”, “si a la vida”.
Un buen trabajo sería empezar a
aceptarnos a nosotros mismos y empezar a presentarnos ante los demás tal como
somos, sin máscaras.
Para eso te propongo algo nuevo, algo
que seguramente no has hecho nunca: Colócate delante de un espejo y observa la
expresión de tu cara. Toma conciencia de tu expresión, no juzgues si es un
rostro serio, si es lánguido, si parece enfadado……… sólo observa.
Empieza a decir cosas hermosas a ese
rostro que se refleja en el espejo: “Guapo, guapa”, “Te quiero”, “Que ojos tan
bonitos”, sonríe y empieza a ver como es tu rostro cuando sonríes. No juzgues
nada, no busques el por qué de nada, sólo quiérete, solo acéptate, y podrás
observar como tu rostro se relaja y cambia. Haz este ejercicio durante cinco
minutos cada día antes de tu meditación y que sea, luego, ese rostro el que sacas
de casa para presentarte ante el mundo.
A partir de tu propia aceptación, será más fácil aceptar la vida. Poco a poco, vete desterrando el “no”, empieza a utilizar el “si” con esa sonrisa que practicas en el espejo, empieza a aceptar los cambios de la vida sin oponerte, empieza a decidir sin darle vueltas y más vueltas que solo sirven para envenenar tu mente, empieza a vivir.
martes, 27 de febrero de 2024
Disfrutar la vida
Los seres
humanos somos capaces de recordar hasta la extenuación los momentos dolorosos
de nuestras vidas. Los recordamos, los sufrimos y lloramos con su recuerdo, los
contamos, unas veces nos corroe la rabia, otras la ira, hablamos de nuestro
dolor sin venir a cuento, nos lamentamos, siendo incluso incapaces de sentir el
dolor ajeno, porque “no es nada comparado con lo que me ha pasado a mí”.
Sin embargo, somos incapaces de
recordar con parecida intensidad los momentos felices. Hasta diría que estos
pasan por nuestra vida sin pena ni gloria. Después de unos momentos de euforia,
caen en el olvido, hasta el extremo de que, si nos piden que recordemos algún
acontecimiento feliz de nuestra vida, podemos quedar dubitativos, tratando de
descubrir alguno de esos momentos.
De la
misma manera nos comportamos ante la enfermedad, nos podemos pasar el día
lamentándonos, sintiendo nuestro dolor, explicando a todo aquel que se cruza
con nosotros lo mal que nos encontramos, lo infelices que nos sentimos, la mala
suerte que parece haberse aliado con nosotros, y un sinfín de desgracias más.
Pero cuando estamos sanos, no explicamos a todas las personas con las que nos
encontramos, que estamos sanos, que nos sentimos bien, que vaya suerte la
nuestra, que nos encontramos felices por la buena salud. ¿Por qué será?
¿Quiere
decir esto que hay muchos más momentos de dolor que momentos felices en las
vidas de las personas? No es así. Normalmente pasamos más tiempos neutros, sin
episodios excepcionales ni de felicidad, ni de dolor, de la misma manera que
pasamos más tiempo de nuestra vida, sanos que enfermos. Y llamo momentos
neutros a momentos que, en realidad, los deberíamos calificar como
excepcionales, como son el amanecer de cada día, ver una salida o una puesta de
sol, sentir el canto de los pájaros, el olor de la tierra después de la lluvia,
escuchar la risa inocente de los niños, sentir el abrazo de los que nos
quieren, tener hambre y poder comer, y un sinfín de cosas más.
Podemos
llorar años la desaparición de un ser querido, pero no festejamos años el
nacimiento de otro ser querido. Podemos lamentarnos mucho tiempo por la pérdida
de un trabajo, pero no nos alegramos el mismo tiempo cuando lo encontramos y
nos contratan. Podría seguir poniendo infinidad de ejemplos, pero no merece la
pena, seguro que cada uno de vosotros puede pensar en su ejemplo favorito.
Sabemos,
al menos, todos los que nos asomamos a esta ventana, que energías iguales se
atraen, sabemos que somos lo que pensamos, sabemos que el Universo nos regala
aquello que permanece en nuestra mente con una cierta intensidad. Pero, es
igual, somos incapaces de cambiar nuestro pensamiento, somos incapaces de
mantener los sucesos buenos en nuestra mente durante más tiempo que los malos,
somos incapaces de ser felices. ¿Será que nos gusta el sufrimiento?, ¿Será que
no terminamos de creernos que somos energía?, ¿Será que, a pesar de todo,
nuestro conocimiento, somos incapaces de dominar a la mente?, ¿Será que
practicamos poco la mucha teoría que atesoramos?, ¿Será que no habremos
integrado en nosotros nuestra divinidad?, ¿Qué será?
domingo, 18 de febrero de 2024
sábado, 13 de enero de 2024
Ética
Como parece difícil educar en valores
a una
sociedad adulta,
seamos el espejo
que reflejen esos valores al mundo.
Alfonso
Vallejo
Alguna vez he
comentado que es en el momento de la ducha matinal cuando aparecen
informaciones en mi cerebro que, incluso, he llegado a calificar como “resbalaciones”,
(revelaciones con riesgo de resbalar), porque son la base de algún tema que,
más pronto que tarde, tengo que trabajar porque si no me va a seguir
importunando a lo largo de varios días con sus duchas incluidas.
La
última de estas resbalaciones ha sido: Llevo años hablando de Dios, de energía,
de reencarnación, de amor incondicional, de la fuerza del pensamiento, de
crecimiento, del alma o del Plan Divino. Sin embargo, cuando observo la
sociedad, la misma sociedad en la que convivo, me parece anclada a siglos luz
de esa espiritualidad que todos deberíamos de perseguir.
Por
eso, ¿qué pasaría si me centro, un poco menos en el espíritu y un poco más en lo
que parece que, realmente, interesa a la persona?
¿Es posible vivir de manera
diferente?, ¿es posible que los seres humanos conversemos como seres racionales
para llegar a acuerdos y conclusiones válidas para todas las partes?, ¿es
posible vivir en paz y armonía?, ¿es posible un mundo de igualdad de
oportunidades?, ¿es posible que ningún ser humano pase hambre?, ¿sabemos hacia
donde vamos como humanidad?, ¿existe algo más, aparte de la propia
supervivencia?, ¿somos los seres humanos, realmente, dueños de nuestros actos?
A
riesgo de ser calificado de iluso, yo contesto “si” a todas las preguntas. Sin
embargo, por mucho que yo responda sí, es evidente que cada persona daría una
respuesta diferente y, además, con total conocimiento de causa, porque seguro
que su vida es, más o menos, coherente con sus respuestas.
Está
claro que cada cosa que se hace tiene un fin y que, todas las acciones se encaminan
a algún bien, que no tiene por qué ser, necesariamente, el mismo bien que otra
persona crea necesitar. Aunque, personalmente, creo que todos necesitamos lo
mismo.
¿Por
qué existen discrepancias entre diferentes personas?, ¿por qué, incluso,
existen discrepancias en una misma persona, entre lo que hace y lo que dice?
Entre
lo que se hace y lo que se dice que se debe de hacer existe todo un abismo, un
abismo del que, precisamente, se ocupa la Ética.
La Ética, también
llamada filosofía moral, se define como la disciplina que estudia la conducta
humana.
La Ética se relaciona
muy estrechamente con la moral, pero es diferente a esta. Mientras la moral se
refiere a normas adoptadas por tradición, la ética es una disciplina que
reflexiona sobre cuáles acciones serían correctas. Por eso, en el lenguaje
común, la Ética también puede ser entendida como el sistema de valores que guía
y orienta el comportamiento humano hacia el bien.
Los “valores éticos”
son principios que regulan la conducta de un individuo y se basan en lo que se
considera moralmente correcto. Algunos de los valores éticos fundamentales son
la justicia, la libertad, el respeto, la responsabilidad, la integridad, la
lealtad, la honestidad y la equidad. Estos valores se adquieren durante el
desarrollo de cada ser humano en el entorno familiar, social, escolar e incluso
a través de los medios de comunicación. Los valores éticos muestran la
personalidad del individuo, una imagen positiva o negativa, como consecuencia
de su conducta.
Son los valores éticos
los que permiten regular la conducta del ser humano para lograr el bienestar
colectivo y una convivencia armoniosa y pacífica en la sociedad.
Para Aristóteles, la
ética es el móvil y el medio para alcanzar la felicidad.
Hablemos, entonces, de
como conseguir los valores, que cada persona necesita para conseguir la
felicidad, que es, sin ninguna duda el bien que cada persona desea conseguir
con cualquiera de sus pensamientos, palabras y acciones.
Hablemos de Ética.
Hablemos de valores.
viernes, 3 de marzo de 2023
Quiero que seas feliz
¿Te imaginas un mundo en el que lo más importante para cada persona fuera hacer felices a los que le rodean, en todo momento, en cualquier lugar, sea cual sea la situación?
En
ese mundo no habría hambre, no habría guerras, no habría sufrimiento, no habría
soledad ni tristeza ni pobreza, no habría odio ni rencores, no habría
discriminación; sería un mundo lleno de respeto hacia el otro, hacia sus ideas
y sus creencias, sería un mundo sin mentiras, sin juicios y sin críticas, lleno
de paz, de alegría, de felicidad y de amor.
Imagina que todos los que te rodean y
todos los que se acerquen a ti, sólo tengan un deseo: Tu felicidad.
Respetándote completamente, respetando tus ideas, respetando tu manera de ser,
procurándote bienestar por encima de todo, satisfaciendo tus deseos.
Seguramente crees que no puede ser,
que es imposible, que es de ilusos pensar que pueda ser llevado a la práctica,
porque siempre habrá alguien que se salga o no quiera entrar en esa historia y
abuse de los demás. Bueno, qué más da, siempre le podemos ignorar, sin hacerle
daño, con amor. No se puede hacer feliz a quien disfruta con el sufrimiento.
Para hacer feliz a una persona no es,
normalmente necesario, invitarla a comer o regalarle una caja de bombones. Son
muchas las personas que sólo necesitan que alguien las escuche, o les dé la
mano, o un abrazo.
Por
cada gramo de felicidad que demos, recibiremos kilos de ella.
No esperemos a mañana para hacer
felices a los demás, para convertir cada desierto de tristeza con los que nos
encontramos en “pequeños” oasis de alegría permanente.
sábado, 5 de noviembre de 2022
Para los que no son felices
Si a un
hambriento le colocas delante un plato de comida, se lo come seguro; si a un
sediento le pones un vaso con agua, también se la bebe seguro; de la misma
manera que si le regalas dinero a alguien con problemas económicos, no va a
dudar ni un instante en aceptarlo, como si ofreces un trabajo en el que habría
que trabajar muchas horas, pero que sería magníficamente recompensado con un
gran sueldo, sería también aceptado con los ojos cerrados. Pero si a alguien
con problemas emocionales, que son los problemas que azotan a la inmensa
mayoría de la sociedad, le ofreces la posibilidad de liberarse de esos traumas
emocionales, con un ejercicio que no cuesta dinero y que le ocuparía no más de
quince o veinte minutos diarios, la respuesta será que no tiene tiempo, que no
sabe, que no puede, que le faltará continuidad en el tiempo, y mil razones más.
El ejercicio, en cuestión, sería la
meditación y mantener pensamientos positivos conscientes en la mente para
evitar los nefastos pensamientos que con su energía negativa están perjudicando
a la persona. Pero para eso habría que conseguir derribar las barreras de los
hábitos, de las creencias, del estrés, de los rechazos, de los miedos, del que
dirán, de su falta de tiempo, de su falta de voluntad, de su poca paciencia, de
su falta de madurez, de la debilidad de su carácter y de los millones de
excusas que va a plantear su mente que no quiere perder el control.
Ante esto,
no queda más remedio que preguntarse: ¿Es realmente el ser humano un animal
racional?, ¿cómo es posible que sea capaz de trabajar duro, de sol a sol, a
cambio de un sueldo y no sea capaz de dedicarse a si mismo quince minutos de un
día de veinticuatro horas para conseguir la estabilidad emocional, cuando además
en una actividad completamente gratuita?
El ser humano que es una dualidad
compuesta por materia y espíritu, está, completamente, descompensado: Es, en la
mayoría de los casos, 90% materia y 10% espíritu, cuando debería de ser 50%
materia y 50% espíritu. Porque nadie nos pide que renunciemos a la vida, a la
diversión, a la alegría, sólo habría que entrar en el propio interior quince
minutos al día. ¡Es terrorífica nuestra sociedad!, ¡No tiene tiempo!, cuando, a
lo peor, se pasan más de quince minutos mirando televisión.
Y el problema añadido es que estas
personas están encargadas de la educación de menores, bien porque sean padres,
educadores, o simplemente amigos o parientes de esos menores. El mejor
aprendizaje de un niño es el ejemplo. ¿Qué ejemplo pueden recibir nuestros
niños de una sociedad tan irracional y material?, ¿qué tipo de educación?, ¿qué
tipo de enseñanza? Ninguna. Están haciendo adultos, mental, física y
emocionalmente enfermos, como sus enseñantes.
Espero que al menos al otro lado de la vida nos exijan algún tipo de
responsabilidad por tan gran despropósito. Bueno, no. Ya sé que al otro lado de la vida no se exige nada, pero si que nos la vamos a exigir, nosotros mismos, a la vuelta a la materia. Ahí nos encontraremos otra vez con más de lo mismo. ¿Hasta cuando?, pues hasta que aprendamos. Así que, ya que estamos aquí, aprendámoslo ahora, y en la próxima vida podremos hacer otras cosas.