La verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no desear nada.
Lucio Anneo Séneca
Cada persona piensa,
habla y actúa de manera diferente al resto del mundo. Es natural creer que lo
que uno piensa, dice y hace es lo correcto. Pero, si partimos de esta premisa,
¿significa esto que todas aquellas personas cuyos pensamientos, palabras o
acciones difieren de los míos están equivocadas?
Si aceptáramos esta
lógica, llegaríamos a la conclusión de que todos los seres humanos que habitan
la Tierra llevan una vida equivocada, pues ninguno coincide plenamente con los
demás. Pero la verdad es que cada individuo actúa en función de su propio
pensamiento y percepción, moldeados por su experiencia, su entorno y su forma
de interpretar la realidad.
Por lo tanto, culpas,
errores o reacciones ante cualquier circunstancia no son más que el producto de
nuestra propia mente. Lo que consideramos una desgracia no es responsabilidad
del prójimo ni de su manera de pensar diferente. Atribuirle la culpa a otro es,
en esencia, el resultado de nuestra interpretación subjetiva de los
acontecimientos.
El verdadero poder
reside en el pensamiento. Si logro modificar mi forma de pensar, cambiará mi
manera de percibir el mundo. Y este cambio de pensamiento debe ser profundo,
hasta alcanzar una perspectiva que me permita aceptar con alegría cualquier
circunstancia que la vida me presente.
Este, sin duda, es el
secreto de la felicidad: aprender a transformar nuestra visión del mundo para
encontrar paz, aceptación y gozo en cualquier situación. La felicidad no
depende de las circunstancias externas, sino de la actitud con la que elegimos
enfrentarlas.
“Cuando aprendan a ser felices en el
presente, habrán descubierto el verdadero sendero hacia Dios”, dijo el Maestro
a un grupo de discípulos.
“Son muy pocos, entonces, los hombres
que viven en el presente”, observó un discípulo.
“Ciertamente”, respondió Paramahansaji.
“La mayoría vive centrada en los pensamientos del pasado o del futuro”.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
Todo nuestro mundo,
toda nuestra vida y todo lo que experimentamos están hechos de pensamientos.
Tenemos pensamientos buenos, pensamientos malos y pensamientos neutros.
Nuestra mente está en
un diálogo permanente, a veces, cuestionándolo todo, juzgándolo todo,
culpabilizándonos a nosotros mismos y a nuestro entorno, atemorizándonos; otras
veces, alabándonos, viendo la bondad en los demás y expresando compasión y
ternura. Por lo tanto, nuestra mente, y por extensión nuestra vida, está llena
de claroscuros; nada es puramente luminoso ni completamente oscuro.
Si aceptamos que somos
lo que pensamos y que nuestra vida está moldeada por nuestros pensamientos,
entonces tenemos una herramienta poderosísima para ser felices, estar alegres,
demostrar ternura y ser compasivos. Solo necesitamos permitir los pensamientos
positivos.
Además, si reconocemos
que somos los únicos responsables de nuestros pensamientos y que nadie más nos
obliga a pensar de cierta manera, no deberíamos culpar al vecino por nuestro
dolor o desdicha. Solo nosotros somos responsables de nuestro sufrimiento.
Tu sanación espiritual y tu sanación corporal, es un largo camino.
Está en la buena disposición que puedas tener para cumplir tu Contrato Divino. Está en lo feliz que puedas hacerte a ti mismo y, también está, en lo poco o mucho que puedas hacer para mejorar tu mundo y para mejorar el mundo de las personas que te rodean.
Los seres humanos, en
su búsqueda constante de satisfacción, a menudo intentan llenar sus vacíos
espirituales con bienes materiales. Con un afán casi frenético, recorren un
sendero que parece no tener destino, una ruta que los lleva a un punto muerto
donde la felicidad sigue siendo una ilusión inalcanzable. Se preguntan por qué
la alegría les es esquiva, si aparentemente poseen todo lo que desean. Pero la
realidad es que carecen de lo esencial.
Les falta comprensión,
una comprensión profunda de su verdadera naturaleza y propósito en la vida. No
se trata solo de acumular riquezas o logros, se trata de conocerse a sí mismos,
de entender sus pasiones, sus miedos, sus verdaderas aspiraciones.
Les falta fe, la fe en
la posibilidad de transformación personal, en la idea de que pueden evolucionar
más allá de sus circunstancias actuales.
Les falta voluntad, la
fuerza de voluntad necesaria para emprender el arduo viaje del
autodescubrimiento y el cambio personal.
Y, por último, les
falta paciencia, la paciencia para perseverar a través de los desafíos, para
esperar con tranquilidad y confianza los frutos de sus esfuerzos.
La sociedad moderna
nos bombardea con el mensaje de que la adquisición de objetos es sinónimo de
progreso y felicidad. Nos convencen de que el próximo dispositivo, el coche más
nuevo o la casa más grande nos proporcionará la plenitud que anhelamos. Sin
embargo, este es un espejismo que nos aleja de la riqueza verdadera que reside
en las experiencias humanas auténticas: las relaciones significativas, los
momentos de quietud y reflexión, la apreciación de la belleza natural y el arte.
Para alcanzar un
estado de auténtica felicidad, debemos mirar más allá de lo tangible. Es imprescindible
cultivar nuestro jardín interior, alimentar nuestro espíritu con sabiduría,
compasión y gratitud. Solo entonces podremos comenzar a entender que la
felicidad no se compra, se construye día a día con cada pensamiento consciente,
con cada acto de bondad, con cada paso hacia el autoconocimiento.
Por lo tanto, lo que,
realmente, nos falta no es algo que se pueda adquirir con dinero. Es un tesoro
que se encuentra en el interior de cada uno, esperando ser descubierto a través
de la introspección y el crecimiento personal. Es el viaje más desafiante y
gratificante que uno puede emprender, y es accesible para todos aquellos que
tienen el coraje de buscarlo.
Si
te detienes a reflexionar de manera honesta, serena y profunda, como si fueras un
observador imparcial, sin permitir que te perturben o condicionen los
acontecimientos que envuelven tu existencia, llegarás a la conclusión de que vivir
la vida es mucho más sencillo de vivir de lo que la mayoría de las personas
experimentan.
Considera la última
ocasión en la que te enfureciste o perdiste la paciencia, cuando alzaste la voz
o castigaste a alguien con tu silencio, quizás incluso a alguien muy cercano a
ti. ¿Realmente valió la pena? ¿Lograste resolver algo? ¿Ganaste más alegría, felicidad,
salud o dinero? O, por el contrario, ¿simplemente malgastaste un tiempo valioso
y único, irrecuperable en toda tu vida futura, además de sumergirte en un
estado emocional digno de los moradores de los círculos infernales que Dante
describe en "La Divina Comedia"?
Reflexiona,
también, si esos pensamientos de carencia, de miedo, de dolor, de dudas o de
preocupación por tu incierto futuro. ¿Están, realmente, resolviendo tus
problemas o, simplemente, te mantienen atado a la ansiedad, impidiéndote vivir
una vida plena?
Al analizar esos episodios
de conflicto, observa qué parte de tu deseo no cumplido, posiblemente
desconocido por la otra persona, contribuyó a tu insatisfacción personal o a
tus expectativas sobre el comportamiento ajeno. De esta manera, si buscas
culpables, tal vez te encuentres mirándote a ti mismo.
Si,
a pesar de todo, aún no estás convencido de que la vida puede ser más sencilla
de lo que la estás viviendo, considera que cada suceso, por insignificante que
parezca, es simplemente una manifestación de tu "Contrato Divino" o
tu "Plan de Vida", aceptado antes de tu llegada a este mundo. Todo lo
que ocurre en tu vida ha sido organizado y planificado por ti para cumplir con
el propósito de tu existencia, que quizás no estás llevando a cabo debido a
pensamientos o deseos que te limitan.
Y
si aún albergas dudas sobre lo simple que podría ser la vida, te planteo otra
reflexión: ¿Qué propósito habría servido si tu corazón dejara de latir después
de un episodio de ira, enfado o un pensamiento erróneo?
La felicidad, el bien vivir y el bien
morir, son un arte que hay que aprender y, como no nos lo enseñan desde la cuna, hemos de aprenderlo ahora.
Desde la cuna, nuestros padres,
nuestros educadores, las religiones, y la misma sociedad nos han enseñado
aquello que ellos han aprendido y que consideran imprescindible para poder
desarrollarnos en sociedad, e incluso lo necesario, para triunfar en esta,
nuestra sociedad, tan competitiva. Nos han enseñado que la única manera de
tener éxito es generando y manteniendo un esfuerzo constante, es realizando un
trabajo excesivo, es renunciando a nuestro propio placer, porque eso es
egoísmo. Nos han enseñado que sólo se puede aprender son sufrimiento, que la letra
con sangre entra, que antes de hacer hemos de pensar en “que pensara la gente”.
Es mentira, ¡nos han engañado!
El aprendizaje es una diversión, el
éxito no se persigue, el verdadero éxito llega cuando dejamos de ofrecer
resistencia, cuando no nos agarramos a la vida, porque agarrarse a la vida
persiguiendo el éxito, es perder el éxito y la vida. Hay que romper las
compuertas y limpiar el cauce de escollos para dejar que la vida fluya, sin
paralizarse en el tío vivo de los propios pensamientos, hay que detener el
carrusel de la mente y bajar.
Dejar que la vida fluya, es aceptar. Fluir,
aceptar, no quiere decir cruzarse de brazos con resignación, no, quiere decir
que hemos de elegir la paz en lugar del miedo, quiere decir elegir la
alegría en lugar de la tristeza, quiere decir elegir la acción en lugar de
las dudas, quiere decir que lo importante es la felicidad y no el pensamiento
de los que nos rodean, quiere decir que hemos de elegir el amor ante cualquier
otra circunstancia, quiere decir “si”, “si a la vida”.
Un buen trabajo sería empezar a
aceptarnos a nosotros mismos y empezar a presentarnos ante los demás tal como
somos, sin máscaras.
Para eso te propongo algo nuevo, algo
que seguramente no has hecho nunca: Colócate delante de un espejo y observa la
expresión de tu cara. Toma conciencia de tu expresión, no juzgues si es un
rostro serio, si es lánguido, si parece enfadado……… sólo observa.
Empieza a decir cosas hermosas a ese
rostro que se refleja en el espejo: “Guapo, guapa”, “Te quiero”, “Que ojos tan
bonitos”, sonríe y empieza a ver como es tu rostro cuando sonríes. No juzgues
nada, no busques el por qué de nada, sólo quiérete, solo acéptate, y podrás
observar como tu rostro se relaja y cambia. Haz este ejercicio durante cinco
minutos cada día antes de tu meditación y que sea, luego, ese rostro el que sacas
de casa para presentarte ante el mundo.
A partir de tu propia aceptación, será más fácil aceptar la vida. Poco a poco, vete desterrando el “no”, empieza a utilizar el “si” con esa sonrisa que practicas en el espejo, empieza a aceptar los cambios de la vida sin oponerte, empieza a decidir sin darle vueltas y más vueltas que solo sirven para envenenar tu mente, empieza a vivir.
Los seres
humanos somos capaces de recordar hasta la extenuación los momentos dolorosos
de nuestras vidas. Los recordamos, los sufrimos y lloramos con su recuerdo, los
contamos, unas veces nos corroe la rabia, otras la ira, hablamos de nuestro
dolor sin venir a cuento, nos lamentamos, siendo incluso incapaces de sentir el
dolor ajeno, porque “no es nada comparado con lo que me ha pasado a mí”.
Sin embargo, somos incapaces de
recordar con parecida intensidad los momentos felices. Hasta diría que estos
pasan por nuestra vida sin pena ni gloria. Después de unos momentos de euforia,
caen en el olvido, hasta el extremo de que, si nos piden que recordemos algún
acontecimiento feliz de nuestra vida, podemos quedar dubitativos, tratando de
descubrir alguno de esos momentos.
De la
misma manera nos comportamos ante la enfermedad, nos podemos pasar el día
lamentándonos, sintiendo nuestro dolor, explicando a todo aquel que se cruza
con nosotros lo mal que nos encontramos, lo infelices que nos sentimos, la mala
suerte que parece haberse aliado con nosotros, y un sinfín de desgracias más.
Pero cuando estamos sanos, no explicamos a todas las personas con las que nos
encontramos, que estamos sanos, que nos sentimos bien, que vaya suerte la
nuestra, que nos encontramos felices por la buena salud. ¿Por qué será?
¿Quiere
decir esto que hay muchos más momentos de dolor que momentos felices en las
vidas de las personas? No es así. Normalmente pasamos más tiempos neutros, sin
episodios excepcionales ni de felicidad, ni de dolor, de la misma manera que
pasamos más tiempo de nuestra vida, sanos que enfermos. Y llamo momentos
neutros a momentos que, en realidad, los deberíamos calificar como
excepcionales, como son el amanecer de cada día, ver una salida o una puesta de
sol, sentir el canto de los pájaros, el olor de la tierra después de la lluvia,
escuchar la risa inocente de los niños, sentir el abrazo de los que nos
quieren, tener hambre y poder comer, y un sinfín de cosas más.
Podemos
llorar años la desaparición de un ser querido, pero no festejamos años el
nacimiento de otro ser querido. Podemos lamentarnos mucho tiempo por la pérdida
de un trabajo, pero no nos alegramos el mismo tiempo cuando lo encontramos y
nos contratan. Podría seguir poniendo infinidad de ejemplos, pero no merece la
pena, seguro que cada uno de vosotros puede pensar en su ejemplo favorito.
Sabemos,
al menos, todos los que nos asomamos a esta ventana, que energías iguales se
atraen, sabemos que somos lo que pensamos, sabemos que el Universo nos regala
aquello que permanece en nuestra mente con una cierta intensidad. Pero, es
igual, somos incapaces de cambiar nuestro pensamiento, somos incapaces de
mantener los sucesos buenos en nuestra mente durante más tiempo que los malos,
somos incapaces de ser felices. ¿Será que nos gusta el sufrimiento?, ¿Será que
no terminamos de creernos que somos energía?, ¿Será que, a pesar de todo,
nuestro conocimiento, somos incapaces de dominar a la mente?, ¿Será que
practicamos poco la mucha teoría que atesoramos?, ¿Será que no habremos
integrado en nosotros nuestra divinidad?, ¿Qué será?
Como parece difícil educar en valores
a una
sociedad adulta,
seamos el espejo
que reflejen esos valores al mundo.
Alfonso
Vallejo
Alguna vez he
comentado que es en el momento de la ducha matinal cuando aparecen
informaciones en mi cerebro que, incluso, he llegado a calificar como “resbalaciones”,
(revelaciones con riesgo de resbalar), porque son la base de algún tema que,
más pronto que tarde, tengo que trabajar porque si no me va a seguir
importunando a lo largo de varios días con sus duchas incluidas.
La
última de estas resbalaciones ha sido: Llevo años hablando de Dios, de energía,
de reencarnación, de amor incondicional, de la fuerza del pensamiento, de
crecimiento, del alma o del Plan Divino. Sin embargo, cuando observo la
sociedad, la misma sociedad en la que convivo, me parece anclada a siglos luz
de esa espiritualidad que todos deberíamos de perseguir.
Por
eso, ¿qué pasaría si me centro, un poco menos en el espíritu y un poco más en lo
que parece que, realmente, interesa a la persona?
¿Es posible vivir de manera
diferente?, ¿es posible que los seres humanos conversemos como seres racionales
para llegar a acuerdos y conclusiones válidas para todas las partes?, ¿es
posible vivir en paz y armonía?, ¿es posible un mundo de igualdad de
oportunidades?, ¿es posible que ningún ser humano pase hambre?, ¿sabemos hacia
donde vamos como humanidad?, ¿existe algo más, aparte de la propia
supervivencia?, ¿somos los seres humanos, realmente, dueños de nuestros actos?
A
riesgo de ser calificado de iluso, yo contesto “si” a todas las preguntas. Sin
embargo, por mucho que yo responda sí, es evidente que cada persona daría una
respuesta diferente y, además, con total conocimiento de causa, porque seguro
que su vida es, más o menos, coherente con sus respuestas.
Está
claro que cada cosa que se hace tiene un fin y que, todas las acciones se encaminan
a algún bien, que no tiene por qué ser, necesariamente, el mismo bien que otra
persona crea necesitar. Aunque, personalmente, creo que todos necesitamos lo
mismo.
¿Por
qué existen discrepancias entre diferentes personas?, ¿por qué, incluso,
existen discrepancias en una misma persona, entre lo que hace y lo que dice?
Entre
lo que se hace y lo que se dice que se debe de hacer existe todo un abismo, un
abismo del que, precisamente, se ocupa la Ética.
La Ética, también
llamada filosofía moral, se define como la disciplina que estudia la conducta
humana.
La Ética se relaciona
muy estrechamente con la moral, pero es diferente a esta. Mientras la moral se
refiere a normas adoptadas por tradición, la ética es una disciplina que
reflexiona sobre cuáles acciones serían correctas. Por eso, en el lenguaje
común, la Ética también puede ser entendida como el sistema de valores que guía
y orienta el comportamiento humano hacia el bien.
Los “valores éticos”
son principios que regulan la conducta de un individuo y se basan en lo que se
considera moralmente correcto. Algunos de los valores éticos fundamentales son
la justicia, la libertad, el respeto, la responsabilidad, la integridad, la
lealtad, la honestidad y la equidad. Estos valores se adquieren durante el
desarrollo de cada ser humano en el entorno familiar, social, escolar e incluso
a través de los medios de comunicación. Los valores éticos muestran la
personalidad del individuo, una imagen positiva o negativa, como consecuencia
de su conducta.
Son los valores éticos
los que permiten regular la conducta del ser humano para lograr el bienestar
colectivo y una convivencia armoniosa y pacífica en la sociedad.
Para Aristóteles, la
ética es el móvil y el medio para alcanzar la felicidad.
Hablemos, entonces, de
como conseguir los valores, que cada persona necesita para conseguir la
felicidad, que es, sin ninguna duda el bien que cada persona desea conseguir
con cualquiera de sus pensamientos, palabras y acciones.
Hablemos de Ética.
Hablemos de valores.
¿Te imaginas un mundo en el que lo más importante para cada persona fuera hacer felices a los que le rodean, en todo momento, en cualquier lugar, sea cual sea la situación?
En
ese mundo no habría hambre, no habría guerras, no habría sufrimiento, no habría
soledad ni tristeza ni pobreza, no habría odio ni rencores, no habría
discriminación; sería un mundo lleno de respeto hacia el otro, hacia sus ideas
y sus creencias, sería un mundo sin mentiras, sin juicios y sin críticas, lleno
de paz, de alegría, de felicidad y de amor.
Imagina que todos los que te rodean y
todos los que se acerquen a ti, sólo tengan un deseo: Tu felicidad.
Respetándote completamente, respetando tus ideas, respetando tu manera de ser,
procurándote bienestar por encima de todo, satisfaciendo tus deseos.
Seguramente crees que no puede ser,
que es imposible, que es de ilusos pensar que pueda ser llevado a la práctica,
porque siempre habrá alguien que se salga o no quiera entrar en esa historia y
abuse de los demás. Bueno, qué más da, siempre le podemos ignorar, sin hacerle
daño, con amor. No se puede hacer feliz a quien disfruta con el sufrimiento.
Para hacer feliz a una persona no es,
normalmente necesario, invitarla a comer o regalarle una caja de bombones. Son
muchas las personas que sólo necesitan que alguien las escuche, o les dé la
mano, o un abrazo.
Por
cada gramo de felicidad que demos, recibiremos kilos de ella.
No esperemos a mañana para hacer
felices a los demás, para convertir cada desierto de tristeza con los que nos
encontramos en “pequeños” oasis de alegría permanente.
Si a un
hambriento le colocas delante un plato de comida, se lo come seguro; si a un
sediento le pones un vaso con agua, también se la bebe seguro; de la misma
manera que si le regalas dinero a alguien con problemas económicos, no va a
dudar ni un instante en aceptarlo, como si ofreces un trabajo en el que habría
que trabajar muchas horas, pero que sería magníficamente recompensado con un
gran sueldo, sería también aceptado con los ojos cerrados. Pero si a alguien
con problemas emocionales, que son los problemas que azotan a la inmensa
mayoría de la sociedad, le ofreces la posibilidad de liberarse de esos traumas
emocionales, con un ejercicio que no cuesta dinero y que le ocuparía no más de
quince o veinte minutos diarios, la respuesta será que no tiene tiempo, que no
sabe, que no puede, que le faltará continuidad en el tiempo, y mil razones más.
El ejercicio, en cuestión, sería la
meditación y mantener pensamientos positivos conscientes en la mente para
evitar los nefastos pensamientos que con su energía negativa están perjudicando
a la persona. Pero para eso habría que conseguir derribar las barreras de los
hábitos, de las creencias, del estrés, de los rechazos, de los miedos, del que
dirán, de su falta de tiempo, de su falta de voluntad, de su poca paciencia, de
su falta de madurez, de la debilidad de su carácter y de los millones de
excusas que va a plantear su mente que no quiere perder el control.
Ante esto,
no queda más remedio que preguntarse: ¿Es realmente el ser humano un animal
racional?, ¿cómo es posible que sea capaz de trabajar duro, de sol a sol, a
cambio de un sueldo y no sea capaz de dedicarse a si mismo quince minutos de un
día de veinticuatro horas para conseguir la estabilidad emocional, cuando además
en una actividad completamente gratuita?
El ser humano que es una dualidad
compuesta por materia y espíritu, está, completamente, descompensado: Es, en la
mayoría de los casos, 90% materia y 10% espíritu, cuando debería de ser 50%
materia y 50% espíritu. Porque nadie nos pide que renunciemos a la vida, a la
diversión, a la alegría, sólo habría que entrar en el propio interior quince
minutos al día. ¡Es terrorífica nuestra sociedad!, ¡No tiene tiempo!, cuando, a
lo peor, se pasan más de quince minutos mirando televisión.
Y el problema añadido es que estas
personas están encargadas de la educación de menores, bien porque sean padres,
educadores, o simplemente amigos o parientes de esos menores. El mejor
aprendizaje de un niño es el ejemplo. ¿Qué ejemplo pueden recibir nuestros
niños de una sociedad tan irracional y material?, ¿qué tipo de educación?, ¿qué
tipo de enseñanza? Ninguna. Están haciendo adultos, mental, física y
emocionalmente enfermos, como sus enseñantes.
Espero que al menos al otro lado de la vida nos exijan algún tipo de
responsabilidad por tan gran despropósito. Bueno, no. Ya sé que al otro lado de la vida no se exige nada, pero si que nos la vamos a exigir, nosotros mismos, a la vuelta a la materia. Ahí nos encontraremos otra vez con más de lo mismo. ¿Hasta cuando?, pues hasta que aprendamos. Así que, ya que estamos aquí, aprendámoslo ahora, y en la próxima vida podremos hacer otras cosas.
Miércoles 5 de octubre 2022
Sé que es imprescindible algún movimiento para iniciar un camino. Y,
también sé que, para llegar al final de ese camino que se ha iniciado, el
movimiento debe ser continuo.
¡Uf!, ¡y tan continuo! Yo llevo en él media vida y, aún no vislumbro la
meta.
Llevado a la vida, a nuestra vida, el final del camino podría ser llegar
a vivir en paz, con serenidad. Si me apuran, podría ir un poco más allá y decir
que el final podría ser vivir la felicidad de manera permanente. No me refiero
a momentos de euforia o alegría, me refiero a la felicidad plena. Yo, como soy
un babau, creo que existe.
La felicidad plena es ese estado de paz interior en el que se sabe que
todo está bien como está. Está bien la riqueza y la pobreza, está bien la salud
y la enfermedad, está bien la algarabía y la tristeza, está bien la soledad y
la compañía, está bien la sonoridad y el silencio. Es ese estado del que nada
ni nadie podría sacarte.
Sé otra cosa. Sé que el estímulo que impele al movimiento inicial es,
normalmente, el sufrimiento. Sin sufrimiento es difícil que haya movimiento,
porque cuando una persona está bien no cambia nada, ¿para qué?, no se mueve, no
se inmuta.
Es el sufrimiento, la insatisfacción, la nostalgia y, un sinfín de
emociones negativas, las que sacan a la persona de su zona de confort, para
encontrar un confort diferente que acabe con la negatividad que la invade.
Pero ese sufrimiento solo debe ser la espoleta para iniciar el
movimiento. No se tiene que cargar el sufrimiento durante todo el camino. Y la
razón para no cargar el sufrimiento, de manera permanente, es que no existe,
que solo es una apreciación mental.
Está claro que la vida de todos está salpicada de eventos que nos hacen
daño y que no podemos escapar de ellos. Pero, dependiendo de la capacidad de gestión
de las emociones de cada persona, ese daño puede causar más o menos
sufrimiento. Si tenemos en cuenta que el evento no tiene, por norma, continuación
en el tiempo, mantener el sufrimiento solo depende de la fortaleza mental de la
persona. Es cuestión de ella elegir cuanto y como le va a afectar el
sufrimiento.
Tengo que reconocer que, a pesar de ser un babau, los sufrimientos que van
apareciendo en mi vida, de momento, los voy controlando con mucha dignidad. No
es que me resbalen, sin más, no, es que los trabajo.
La oración, la aceptación y la repetición de pensamientos positivos, son
las herramientas que, me ayudan a evitar o aliviar el sufrimiento.
Aunque, a veces, pienso que me he pasado, porque mi esposa, más de una
vez, me ha recriminado por pasar de puntillas frente a algún problema. Ella
dice que no siento ni padezco. Yo creo que sí, lo que pasa que no me regodeo de
dolor y sufrimiento.
Capítulo X. Parte 5. Novela "Ocurrió en Lima"
Me pareció volver a escuchar la voz de Ángel:
>>
A partir de aquí, solo les queda irse a vivir juntos. Y lo hacen porque vivir
separados les supone un verdadero tormento.
>>
Pero ¿Cuál es el objetivo de la pareja?, está claro que ser felices. Pero
tienen un error de concepto, esperan ser felices con el amor que reciban de la
otra parte. Esperan ser felices cada uno de los miembros de la pareja, pero no
pasa por su cabeza el que sea feliz la otra parte por el amor que uno mismo le
entregue al otro. Los dos quieren recibir, pero no se han planteado que tienen
que dar.
>>
Una cosa está clara, si no tienen en su interior suficiente amor no podrán dar
mucho. Y para dar amor hay que aprender a amar, lo mismo que para respetar hay
que practicar el respeto, ser generoso con uno mismo para poder serlo con los
demás, valorarse uno mismo para valorar al otro, en definitiva, hay que ser
feliz por uno mismo, para ser felices en pareja.
Cuando abrí los ojos, por un momento me asusté porque
sentí movimiento en la cocina, hasta que fui consciente de que Diana estaba en
la casa.
Me asomé a la cocina y la encontré preparando el
desayuno.
-
Buenos
días. Has sido tan amable y me has hecho un favor tan grande que la única
manera que se me ocurrió para compensarte fue preparando el desayuno –me dijo,
y continuó- Nunca entenderás cuanto bien me has hecho con tu compañía. Espero
que no te moleste.
-
Buenos
días. No me molesta en absoluto. Es un placer levantarse y encontrarse el
desayuno preparado –era sincero, aunque mi pensamiento, que había permanecido
en silencio, me decía muy bajito, como si tuviera miedo de que Diana pudiera
escucharle “ten cuidado que hoy te prepara el desayuno y mañana ya veremos a
ver si no se queda a vivir en tu cocina”.
Desayunamos hablando de los planes inmediatos de
Diana. Tenía una semana de fiesta en la empresa en la que trabajaba como
administrativa. En la semana esperaba dejar la casa en condiciones para vivir
lo más cómoda posible. Lo primero era abrir las cajas para ir colocando la ropa
y las cosas que había traído con ella.
-
¿Qué te
parece si paso contigo y probamos el microondas a ver si vuelve a saltar el
interruptor? –pensaba que si no hacíamos eso nos íbamos a encontrar en el punto
de partida.
-
Sí. Gracias. Porque estos primeros días
voy a cocinar poco y todo será a base de microondas.
Cuando
terminamos de desayunar Diana insistió en lavar los platos. Cuando terminó
pasamos a su casa.
El
problema del microondas era un cruce en el enchufe con lo que quedó funcionando
en poco tiempo y viendo todo el trabajo que Diana tenía por delante y
observando que su estado de ánimo había vuelto a resentirse, al entrar en la
casa, me ofrecí a ayudarla a abrir cajas mientras ella colocaba lo que yo iba
sacando de las cajas.
Diana
se encargó de pedir unas pizzas para almorzar y no demorar el trabajo que iba a
buen ritmo, por lo que hoy mismo es posible que su departamento estuviera en
perfecto orden, como si hubiera vivido en él toda la vida.
Capítulo IX. Parte 6. NOVELA "Ocurrió en Lima"
- Aparte de todo lo que me has enseñado y que creo está cambiando mi concepción de la vida, lo ocurrido esta tarde con la progresión y la regresión me hace preguntarme a mí y preguntarte a ti, ya que estás aquí, ¿mi felicidad depende de Indhira?, ¿solo podré formar una familia si estoy con ella? –pensaba que algo tendría que ver ella en todo esto, teniendo en cuenta que apareció en las tres regresiones y que la conocí a la semana de haber encontrado a Ángel.
-
Yo no te he enseñado nada. Solo te he
recordado algo que conoces desde siempre y que, incluso, has practicado en la
materia en más de una vida.
>> La felicidad es un estado de
paz interior y de serenidad. Es el estado que se consigue cuando se sabe que
“todo está bien”. Te diré más, si trabajas por tu felicidad, aunque sigas toda
la vida solo, la recreación de la progresión que has visualizado sería muy
diferente. Estarías en la residencia, también, solo, pero estarías feliz.
Porque no es necesario tener una familia para ser feliz.
>> Nada ni nadie fuera de ti,
incluso una familia, te va a dar la felicidad, porque todo lo que encuentras
fuera de ti te puede dar momentos agradables, alegres, incluso, momentos de
serenidad, pero nada permanente, porque todo lo que encuentres fuera de ti es
caduco, como la misma vida. Esos momentos pueden durar un día, un mes, un año,
o varios, pero se acabará en algún momento. Y cuando esas sensaciones terminen
aún podrás sentirte peor por la ausencia de algo o de alguien con lo que te
sentías bien. De la misma manera que te ha pasado con tus padres o con la que
fue tu pareja.
>> Lo que tú denominas felicidad
son estados de alegría o de euforia. La felicidad es inherente a la esencia de
la persona. Tienes que dejar de vivir el mundo exterior, que es al que te lleva
la mente, y dejar de identificarte con los momentos agradables o desagradables
que se van presentando. Tienes que encontrar el punto medio, ese punto de
equilibrio, donde no hay euforia, donde no hay tristeza, solo serenidad y paz
interior, sin apegos ni deseos.
>> No puedes buscar la felicidad
utilizando la mente, porque lo primero que hace la mente es juzgar y buscar un
calificativo. Poner un calificativo es comparar con algo conocido. Algo que
permanece en la memoria como bueno o como malo, y la felicidad es un estado
neutro, donde solo existe el instante presente, porque pasado y futuro son
apreciaciones mentales. Cuando se vive con atención el presente no hay
sufrimiento por algo pasado y no existen ficticias esperanzas de que se cumplan
los deseos de mañana, porque vas a vivir el momento.
>> Por lo tanto, la segunda
pregunta de si solo podrás formar una familia con Indhira se contesta por si
sola. No. Podrás formarla con quien quieras.
>> Indhira y tú habéis estado
juntos, en múltiples papeles, en muchas vidas. Por eso, en las regresiones,
para ver la diferencia entre vivir con miedo y vivir con amor es normal que
haya aparecido Indhira. Pero ya te aseguro que has vivido otras muchas vidas
felices con otras almas. En la regresión en la que eras un pescador, sin ir más
lejos, tu mamá era Indhira, pero estabas, felizmente, casado con otra persona.
Y en la vida de monja, Indhira estaba ahí, era la madre superiora, pero nada
que ver con la pareja o la familia.
>> Tú eres el único responsable
de tu vida. Dios, en su infinito amor, te ha dado un don maravilloso que se
llama libre albedrio. Gracias a eso eres el único responsable de tu vida. Serás
feliz o infeliz, por tu propia decisión, porque solo tú eres el artífice de tu
vida.
-
Discúlpame Ángel, las palabras suenan
muy bien, pero de que le vale el libre albedrio a un hombre que tiene siete
hijos, que está sin trabajo y sin dinero para alimentar a su familia. ¿Cómo va
a ser feliz? –Es tan elemental que toda la palabrería sobre Dios, la felicidad
y el libre albedrío se cae por si sola.
-
Es seguro que ese hombre ya está
haciendo lo posible y lo imposible para que puedan comer sus hijos. Y seguro
que vive con un dolor en su corazón como si llevara clavados siete puñales en
él, uno por cada hijo. Y, también, es seguro, que ese dolor le impide dar amor
a su familia y que, incluso, se encuentre siempre de mal humor, vociferando a
todos. ¿Qué pasaría si siguiera haciendo
lo posible y lo imposible para que coman sus hijos, pero desde una perspectiva
diferente?
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¿Qué perspectiva? –veremos por donde
sale Ángel ahora.
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Desde el amor. Porque cuando lo hace
desde el mal humor, desde los gritos y desde el sufrimiento no consigue ni un
pan más, ¿para qué le sirve el sufrimiento? Sin embargo, si lo hiciera desde el
amor tampoco conseguiría un pan de más, pero los que pusiera en la mesa
estarían envueltos de amor y no de ira, estarían envueltos de alegría y no de
sufrimiento, estarían envueltos de esperanza y no de miedo. No gritaría a sus
hijos y el amor, con el que les envolvería a todos, les haría mucho más
llevadera la penosa situación por la que atraviesan.
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Y ya no quiero hablarte de que está viviendo esa situación por su propia
decisión, por su planificación de vida. Ha sido organizada por él mismo. ¿Con
que objetivo?, con el mismo objetivo por el que se planifican todas las vidas,
para crecer, para acercarse a Dios, para aprender a amar, para dejar de ser un
inmaduro espiritual o un bebé emocional.
¿Cómo es posible que alguien pueda
decir a otra persona que, si no es feliz es porque no quiere, cuando lo que
busca cada ser humano, casi con desesperación es, precisamente eso, la
felicidad?
Y la busca en cada nueva relación que
inicia, en cada número de lotería que juega, en cada oposición que prepara con
esmero, en cada curriculum que rellena con mimo, en cada moneda ahorrada para
las próximas vacaciones, o en cada reunión familiar o con amigos. En fin,
parece que cada actividad “extraordinaria” del ser humano está encaminada a
conseguir la felicidad. Y digo extraordinaria, porque la rutina diaria es,
justamente, lo que parece que le separa de la felicidad: El trabajo, la
relación de pareja o cumplir los compromisos, solo por mencionar alguna de las
rutinas.
Pero…, ¡Oh!, que pocos parecen
conseguirla.
¿No será que no saben realmente lo que
es la felicidad?, o ¿no será que no saben dónde buscar?, o ¿no será que
confunden la felicidad con la euforia?
Aunque, es posible que lo hayan leído
un millón de veces, y que se lo hayan comentado otro millón, lo recuerdo una
vez más: “La felicidad es un estado interior”.
Eso quiere decir, que todo aquel que
asocie su felicidad a la consecución de sus deseos, y crea que la felicidad
está fuera, esperándole en forma de naranja, “de media naranja”, en forma de
fajo de billetes, en forma de un diploma conseguido por su hijo, en forma de
“Ferrari”, en forma de palacete veraniego, unido todo eso a una salud de hierro
personal y de sus seres queridos, está abocado a la infelicidad, al
sufrimiento, al dolor, a una vida anodina, a una vida de ansiedad esperando no
sabe muy bien qué.
Porque piensen por un instante, si hoy
les toca una millonada a la lotería, que les hace inmensamente felices, pero
mañana contraen una enfermedad grave, puede que incluso terminal ¿dónde
quedaría la felicidad de los millones conseguidos?
Asociar la felicidad a estímulos
externos, la hace caduca porque en un instante pueden cambiar las condiciones
externas y verse de nuevo abocados a la infelicidad. Han de conseguir ser
felices con la pobreza y con los millones, con la buena salud y con la
enfermedad, con la pareja y con el abandono.
Lo que denominan felicidad, después de
conseguir que les toque la lotería, es un momento de euforia y, podríamos
definir como abatimiento encontrarse cara a cara con la enfermedad grave.
La euforia es la cresta de una onda, y
el abatimiento el valle. Entre la cresta y el valle, en el centro, se encuentra
la felicidad. Y ese centro está en el interior del ser humano. Ahí hay que
llegar, porque es en él donde se encuentra la felicidad.
Ese centro es el chakra cardíaco del
ser humano. Es el centro del amor, de la compasión, de la dulzura, de la
ternura, de la misericordia, y se encuentra alejado de euforias y abatimientos.
Es feliz quien “Ama”, no quien cree
que ama. Digamos solo que es “Amar”, y sabrán que amar, es…, otra cosa, que
suele llevar directo a la infelicidad. “Amar” es dar, es entregarse, es no
juzgar, es no criticar, es compartir, es ayudar, es libertad. Quien “Ama” no
entiende de celos, ni de envidias, ni de egoísmos, ni de proyecciones
personales. Quien “Ama” siempre se coloca en el lugar del otro. Quien “Ama”, lo
hace para siempre, en la vida y al otro lado de la vida.
“Amar” de manera incondicional es una
facultad del corazón, (del chakra cardíaco), mientras que amar como hacemos los
seres humanos, mezcla de apego y deseo es una proyección de la mente.
Por lo tanto, si quieren ser felices,
si quieren permanecer en el centro, alejados de euforias y abatimientos, han de
viajar al corazón, han de llegar a su centro, han de “Amar”.
No deposites tu felicidad o tu
bienestar en manos de otros. Todo depende de ti. No esperes que otros te den
amor. Tú solo te tienes que ocupar de dar amor, no de suplicarlo.
La felicidad es un estado
interior. Es un estado de serenidad y de paz. Y nada que provenga del exterior
va a hacer que lo consigas. Conseguirás alegría o euforia, pero será algo
pasajero, mientras la felicidad, la auténtica felicidad es un estado permanente
y se llega a ella cuando aceptas cada una de las situaciones que se van
presentando.
Ya
sé que esto puede sonar muy bien, pero…, ¿Cómo se consigue?
Se
puede llegar a conseguir viviendo el momento presente. Sabiendo que todo está
bien. No preocupándote o sufriendo por un pasado que ya pasó o por un
hipotético futuro que no sabes si llegará.