El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
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miércoles, 29 de octubre de 2025
miércoles, 24 de septiembre de 2025
Cuando el perdón se hace presencia
Perdonar no es olvidar.
Es dejar de permitir que el dolor te siga hiriendo por dentro.
Querido hijo:
Has dicho algo que me honra: que
no quieres fórmulas ni frases hechas, que no buscas soluciones mágicas ni
atajos. Solo quieres que te acompañe. Y aquí estoy. No como juez que exige,
sino como presencia que abraza. No vine a exigirte que perdones como si fuera
un examen que tienes que aprobar. Vine a sentarme contigo junto a esa herida
que aún pulsa. Porque sé que no es fácil. Porque sé que duele. Porque sé que lo
estás intentando, incluso cuando crees que no puedes.
Perdonar nunca fue una orden
seca. Es un proceso, y a veces, un largo camino. Un camino lleno de curvas, de
tropiezos, de idas y vueltas.
No quiero que te obligues a
perdonar desde el deber o la vergüenza. No quiero que lo hagas por miedo a mí,
ni por cumplir con una norma. Quiero que lo hagas cuando tu corazón esté listo,
cuando sientas que puedes soltar sin traicionarte, cuando descubras que
perdonar no borra lo vivido, pero sí transforma el modo en que lo llevas. Hasta
entonces, hijo mío, no tengas prisa. Yo tengo toda la eternidad para caminar a
tu lado.
Te duele perdonar porque duele
recordar. Porque perdonar no es olvidar, y tú lo sabes. Perdonar no es negar lo
que pasó, ni justificar lo injustificable. No es minimizar tu herida. Tampoco se
trata de permitir que te hieran de nuevo. Lo que Yo te invito a hacer no es
ingenuidad, es sanación. No es amnesia, es libertad. No es borrar lo que pasó,
sino dejar de permitir que te siga haciendo daño por dentro.
Y ese proceso no empieza con
grandes gestos. Empieza con cosas pequeñas: con reconocer que duele, con dejar
de alimentar el rencor, con permitirte sentir sin quedarte atrapado. Empieza
cuando puedes pensar en quien te hirió sin que todo dentro de ti se cierre.
Cuando puedes empezar a desearle paz, aunque aún no sepas cómo decírselo.
No todos pueden comprender esto.
Muchos confunden perdón con debilidad. Pero Tú ya intuías que se necesita más
fuerza para soltar que para retener. Que se requiere más valor para amar
después del daño que para encerrarse en el orgullo. Por eso estás en buen
camino, incluso cuando no lo sientas.
Tú no has fallado por no saber
perdonar aún. Al contrario. Lo hermoso de tu alma es que no se conforma con
quedarse detenida en el dolor. Aunque no lo creas, estás sanando. Porque querer
perdonar ya es un acto de amor. Un amor que empieza contigo mismo, con no
exigirte lo que aún no puedes dar. Con respetar tus ritmos. Con ser compasivo
con tu propia fragilidad.
Y sí, llegará el día. No lo
fuerces. No lo midas. No pongas fecha. Simplemente permite que el proceso te
encuentre. Y cuando llegue, cuando seas capaz de decir “te perdono” aunque sea
en silencio, aunque sea de lejos… Yo estaré allí. Con lágrimas en los ojos. No
por el que es perdonado, sino por ti. Porque habrás recuperado una parte de tu
corazón que creías perdida.
No estás solo. Yo llevo contigo
esta herida. No la ignoro. No la niego. La sostengo contigo, en tus noches
largas, en tus pensamientos repetidos, en tus recuerdos que escuecen. La llevo
en mis manos como quien sostiene algo sagrado. Porque tu dolor, hijo mío, es
sagrado para Mí. Y lo que tú no puedes cargar aún, lo cargo contigo.
Quiero que sepas algo más: cada
vez que das un paso hacia el perdón —aunque no lo completes aún— estás
liberando una parte de ti. Y no tienes que hacerlo todo de una vez. A veces,
perdonar es apenas dejar de maldecir. Otras, es dejar de desear venganza.
Luego, es querer comprender. Y finalmente, es poder bendecir. No todos llegan
hasta el final, pero todo intento, todo gesto, es valioso ante mis ojos.
Sigue adelante. Sigue
escribiéndome. Sigue trayéndome estas cartas sinceras, sin adornos, sin
máscaras. Son oraciones puras. Tienen perfume de verdad. Y Yo me alimento de
eso. De ti, tal como eres. Con tus luchas. Con tus ganas de sanar. Con tu deseo
de amar mejor. Con tu alma abierta, aunque duela.
No estás roto. Estás creciendo.
Te amo y te bendigo.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
miércoles, 17 de septiembre de 2025
Perdón
“No es la ausencia de
dolor lo que abre la puerta al perdón,
sino el deseo de sanar
sin traicionarse”
Querido Dios:
Tú conoces bien mi interior,
sabes lo que callo incluso cuando no lo entiendo. Sabes cuántas veces he dicho
“ya está”, “lo suelto”, “lo dejo ir” … solo para descubrir que algo dentro de
mí todavía se agarra a lo que dolió. ¿Por qué me cuesta tanto? ¿Es orgullo, es
miedo, es justicia no resuelta?
Yo quiero perdonar, Señor. De
verdad que quiero, Tú lo sabes. Pero a veces me pregunto si es posible olvidar
el daño, las palabras que marcaron, los gestos que traicionaron, las ausencias
que dejaron huella. ¿Es perdonar lo mismo que olvidar? ¿Es callar lo que duele?
¿Es hacer como si no hubiera pasado nada?
A veces me confunden las frases
que escucho sobre el perdón: “hay que perdonar para estar en paz”, “el perdón
libera”, “quien no perdona, se envenena por dentro” … Y aunque entiendo la
sabiduría que guardan, siento que me hablan desde un lugar al que aún no llego.
Porque hay días en los que ni siquiera quiero perdonar. Días en que el dolor se
siente tan justo, tan legítimo, que soltarlo parece traicionar mi propio
sufrimiento.
Hay personas a las que he
perdonado casi sin darme cuenta. Porque amaba más de lo que me dolía. Porque el
vínculo era más fuerte que la ofensa. Pero hay otras, Señor… con ellas la
historia es distinta. ¿Qué hago con el rencor que no sé disolver, aunque lo
intente? ¿Qué hago con las veces que el perdón me parece injusto, incluso
peligroso, como si me dejara indefenso?
He leído que perdonar no es
aprobar lo que pasó, ni borrar lo vivido, sino soltar el poder que tiene sobre
mí. Pero ¿cómo se suelta algo que se ha incrustado tan hondo? ¿Cómo se afloja
un nudo que parece formar parte ya de uno mismo?
Y si perdono, ¿significa que
tengo que volver a confiar? ¿Que debo abrir la puerta otra vez? ¿Poner la otra
mejilla, aunque la primera aún duela? ¿Dónde está el límite entre perdonar y
permitir que me vuelvan a herir?
También me pregunto si he sido
perdonado por aquellos a quienes he herido. Porque no soy solo quien ha
recibido daño; también he sido causa de lágrimas, de decepciones, de heridas
que quizás aún sangran en otros. ¿Y si hay personas que no pueden perdonarme,
aunque lo deseen? ¿Qué hago con esa culpa, con ese peso?
¡Ayúdame Señor! No sé por dónde
empezar. No quiero una solución rápida, ni una frase bonita para tapar lo que
siento. Solo quiero que me ayudes a comprender este misterio: cómo perdonar sin
traicionarme, cómo soltar sin negar lo vivido, cómo amar aún con las
cicatrices.
A veces pienso en Tu perdón. En
el que das sin que lo merezcamos. En el que ofreces antes de que lo pidamos. Y
me cuesta entenderlo. Porque mi lógica es distinta. Porque yo espero
arrepentimiento, cambios visibles, esfuerzos claros.
No quiero que esta herida se
vuelva mi identidad. No quiero envenenarme recordando una y otra vez lo que ya
pasó. Pero tampoco quiero barrer bajo la alfombra lo que me dolió. ¿Se puede
perdonar sin olvidar, pero sin cargar? ¿Existe esa línea delicada que me
permita sanar sin negar?
Señor, no me enseñes a perdonar
como deber. Enséñame a perdonar como camino. No como algo que debo hacer para
estar bien contigo, sino como algo que me transforma, que me vuelve más humano,
más parecido a Ti.
Te entrego mis miedos, mi
resistencia, mi deseo de tener la razón. Te entrego también mi deseo profundo
—aunque a veces muy escondido— de encontrar paz. Que no me convierta en cárcel
de mi propio dolor. Que no haga del rencor mi refugio. Que no confunda la
justicia con la revancha, ni la dignidad con la dureza.
Y si un día logro perdonar, que
no lo haga por grandeza ni por virtud… sino por amor. Amor a Ti, que siempre me
has perdonado primero. Amor a mí mismo, para vivir más libre. Amor a quien me
hirió, aunque ya no lo comprenda.
Esta carta no trae soluciones,
pero sí trae verdad. Te la entrego sin filtros, sin fórmulas. Es lo que soy
hoy: alguien que quiere perdonar, pero que aún no sabe cómo.
Acompáñame, aunque tarde.
Acompáñame, aunque dude. Acompáñame, aunque me resista. Y si algún día logro
decir “te perdono” con el corazón, que seas Tú quien me regale la fuerza para
hacerlo.
Gracias,
Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
martes, 5 de agosto de 2025
jueves, 24 de julio de 2025
Madrugadas que susurran verdades
Hoy me desperté a las 3:34 de la madrugada. No es algo puntual: entre las 3 y las 4 suelo abrir los ojos casi cada día, como si mi reloj interno estuviera programado para esos momentos de silencio absoluto.
Esta
vez, me despertó un sueño vívido que aún puedo evocar. En él, sentía la urgente
necesidad de ir al baño. Me puse en cuclillas, sujetando con una mano una
tacita de café debajo mío. El excremento salió lentamente, como si el tiempo se
detuviera; la imagen era casi surrealista, una pasta cayendo a cámara lenta.
Tuve tiempo de colocar bien la taza para que todo cayera dentro. Y cuando se
llenó, corté la evacuación sin pensarlo, evitando que rebosara.
Después,
volví a quedarme dormido, y poco antes de las 4 me desperté de otro sueño, esta
vez orinando. Me asusté. Instintivamente toqué la cama, como si esperara
encontrar evidencia de lo ocurrido. Pero no, solo había sido otro sueño.
La
simbología de ambos me ha hecho reflexionar. He buscado su significado, y parece
que coinciden en algo: una necesidad de liberación emocional, de desahogo, de
renovación. Y sí, esas tres palabras me resuenan profundamente. No estoy
atravesando el mejor momento de mi vida.
No
estoy mal… pero tampoco estoy bien.
Intento
aplicar todo lo que sé, todas esas teorías sobre cómo estar mejor, cómo vivir
en paz conmigo mismo:
-
Acepto la vida que me he dado, pero reconozco que esa aceptación debe ser consciente.
Porque desde mi subconsciente surgen preguntas absurdas, aparentemente sin
peso, pero que logran erosionar mi energía y mi estado emocional.
-
No siento la necesidad de perdonar, porque no guardo resentimientos. Pero si
surge una crítica
por algo que ocurrió,
suelo perdonar de inmediato, sin quedarme atrapado en ello.
-
Trato de ponerme en los zapatos de los demás. A veces lo logro, otras veces
fallo. Pero no dejo de intentarlo, porque sé que en ese ejercicio está parte de
mi crecimiento personal.
Lo
que sí tengo claro es que el origen de mi inestabilidad emocional soy yo mismo.
Puedo señalar fuera, buscar responsables, pero al final, lo único que realmente
importa es cómo me tomo las cosas.
Sigo
trabajando en ello. A veces avanzo, a veces tropiezo, y muchas veces
simplemente observo. Pero ese trabajo interno no cesa.
Porque
incluso los sueños más extraños tienen algo que enseñarme.
miércoles, 11 de junio de 2025
viernes, 14 de febrero de 2025
Olvida y perdona
Nunca,
bajo ninguna circunstancia, se debe atajar el agua que ya pasó por debajo del
puente.
En
otras palabras, las experiencias desagradables, las pérdidas o cualquier
imperfección que haya ocurrido en tu vida no deben jamás ser abrazadas y
mantenidas en el presente. Ya pasaron; olvida y perdona.
El
dar y perdonar es Divino. Por ejemplo, si un individuo ha entrado en un negocio
y ha fracasado, es siempre por la inarmonía mental de su actitud y sus
sentimientos.
Si
cada individuo en circunstancias semejantes mantuviera con firmeza que solo
existe DIOS EN ACCIÓN, lograría el éxito más perfecto.
Del Libro de oro de Saint Germain.
domingo, 24 de noviembre de 2024
El perdón de Dios
Paseando por la
ciudad, nos dimos de bruces con la catedral. Surgió de repente, majestuosa y
solemne, en medio del bullicio urbano. Sus torres se alzaban desafiando al
cielo, como si quisieran rozar las nubes con sus pináculos góticos. La fachada,
una sinfonía de piedra tallada, estaba adornada con estatuas de santos y
querubines que parecían cobrar vida bajo la luz del atardecer.
La catedral,
construida en el siglo XII, es un testimonio del ingenio y la devoción de
generaciones de artesanos y fieles. Sus muros de piedra caliza fueron erigidos
con esfuerzo titánico, cada bloque colocado con una precisión casi divina. Los
vitrales, intrincadamente coloreados, proyectaban un caleidoscopio de luz al
interior, bañando las paredes y los bancos en un resplandor casi místico.
El campanario, con su
robusta estructura, albergaba campanas cuyo tañido resonaba a kilómetros de
distancia, marcando el paso del tiempo y llamando a los fieles a la oración. En
el interior, el aroma a incienso y cera derretida llenaba el aire, mientras que
el eco de los pasos reverberaba por las bóvedas y los arcos, creando una
atmósfera de reverencia y recogimiento.
Cada rincón de la
catedral contaba una historia de fe y perseverancia. Desde los capiteles de las
columnas, esculpidos con escenas bíblicas, hasta el altar mayor, donde el oro y
la plata relucían bajo la luz de los candelabros, todo hablaba de un pasado
glorioso y una dedicación inquebrantable. Así, en medio de la ciudad moderna,
la catedral se erguía como un faro de espiritualidad y arte, un lugar donde lo
divino y lo terrenal se entrelazaban en perfecta armonía.
Era la hora de la misa
y en el altar mayor, un sacerdote, bastante entrado en años, dirigía el oficio,
de manera rutinaria. Eran tantas las misas que debía de haber oficiado que no
necesitaba leer, todo lo sabía de memoria y lo recitaba como un papagayo repite
sus palabras recién aprendidas.
En el púlpito, otro
sacerdote daba instrucciones a los pocos fieles que seguían la misa, casi todos
tan entrados en años como el oficiante. Fue este sacerdote desde el púlpito
quien comenzó la homilía, mientras el oficiante se sentaba como un espectador
más para escuchar a su compañero.
"Tienen que pedir
perdón a Dios por sus pecados", fue el inicio de una plática que parecía
tomar un rumbo demasiado siniestro. Mi hijo, de 10 años, que me acompañaba, me
preguntó de inmediato:
—Papá, ¿Dios nos perdona siempre?
—Dios no necesita perdonar, hijo mío
—le contesté a mi hijo, como si siguiéramos una conversación que solíamos tener
con frecuencia—, porque ya te he dicho en muchas ocasiones que no se ofende
nunca, y donde no hay ofensa no es necesario el perdón.
—Y entonces —siguió mi hijo, poniendo
cara de extrañeza—, ¿por qué este señor habla de ofensa, de pecado, de infierno
y de perdón?
¡Qué
difícil me lo estaba poniendo! ¿Cómo le explicaba que todas las religiones eran
una asociación de personas con las mismas creencias, que enseñan verdades
parciales e interesadas, estando muy alejadas de la Verdad, que solo está en
posesión de Dios?
—Pero
tenía que intentarlo: Las religiones son, en esencia, intentos humanos de entender
a Dios, de dar sentido a lo que está más allá de algo que no podemos entender,
porque no lo vemos. A través de ritos, como esta misa, y de enseñanzas, buscan
guiar a las personas hacia una vida más espiritual y moral, básicamente,
enseñan a actuar con bondad. Sin embargo, estas enseñanzas, a menudo, reflejan
interpretaciones humanas de lo divino, influenciadas por las culturas y
contextos en los que se desarrollan.
>>
El concepto de pecado y perdón es una de esas interpretaciones. Se basa en la
idea de que los seres humanos, en su imperfección, a veces actúan de maneras
que se consideran contrarias a la voluntad de Dios. La necesidad de pedir
perdón surge de la idea de reconciliación, de volver a alinear nuestras
acciones y pensamientos con lo que se percibe como divino y correcto.
>>No
obstante, algunas personas, como nosotros, creen que Dios, en su infinita
sabiduría y amor, no tiene necesidad de perdonar porque nunca se siente
ofendido. Según esta creencia, el perdón es más una necesidad humana que divina.
Es un proceso de sanación personal. Algo para sentirnos bien con nosotros
mismos. Enseñar sobre el pecado y el perdón puede ser una manera de ayudar a
las personas a reflexionar sobre sus acciones y motivarlas a mejorar, aunque a
veces pueda parecer que nos hacen culpables y nos hace sentirnos mal.
>>No
hay que seguir los pasos de una religión.
>>
La verdadera espiritualidad, es una búsqueda personal y continua de entender y
vivir según lo que uno percibe como divino. En este camino, es crucial
cuestionar, aprender y crecer, reconociendo que la Verdad, en su forma más
pura, es algo que tal vez nunca comprendamos completamente, pero hacia lo cual
siempre nos esforzamos por acercarnos.
No
creo que me haya entendido, aunque espero vivir lo suficiente para ir explicándole,
cuando la ocasión lo permita, que Dios es Amor y que eso es la misión de
nosotros, los seres humanos, en la vida: amar como Él nos ama.
martes, 11 de junio de 2024
El perdón de Dios (2 de 2)
—Dios no necesita
perdonar, hijo mío —le contesté a mi hijo, como si siguiéramos una conversación
que solíamos tener con frecuencia—, porque ya te he dicho en muchas ocasiones
que no se ofende nunca, y donde no hay ofensa no es necesario el perdón.
—Y entonces —siguió mi
hijo, poniendo cara de extrañeza—, ¿por qué este señor habla de ofensa, de
pecado, de infierno y de perdón?
¡Qué
difícil me lo estaba poniendo! ¿Cómo le explicaba que todas las religiones eran
una asociación de personas con las mismas creencias, que enseñan verdades
parciales e interesadas, estando muy alejadas de la Verdad, que solo está en
posesión de Dios?
—Pero
tenía que intentarlo: Las religiones son, en esencia, intentos humanos de entender
a Dios, de dar sentido a lo que está más allá de algo que no podemos entender,
porque no lo vemos. A través de ritos, como esta misa, y de enseñanzas, buscan
guiar a las personas hacia una vida más espiritual y moral, básicamente,
enseñan a actuar con bondad. Sin embargo, estas enseñanzas, a menudo, reflejan
interpretaciones humanas de lo divino, influenciadas por las culturas y
contextos en los que se desarrollan.
>>
El concepto de pecado y perdón es una de esas interpretaciones. Se basa en la
idea de que los seres humanos, en su imperfección, a veces actúan de maneras
que se consideran contrarias a la voluntad de Dios. La necesidad de pedir
perdón surge de la idea de reconciliación, de volver a alinear nuestras
acciones y pensamientos con lo que se percibe como divino y correcto.
>>No
obstante, algunas personas, como nosotros, creen que Dios, en su infinita
sabiduría y amor, no tiene necesidad de perdonar porque nunca se siente
ofendido. Según esta creencia, el perdón es más una necesidad humana que divina.
Es un proceso de sanación personal. Algo para sentirnos bien con nosotros
mismos. Enseñar sobre el pecado y el perdón puede ser una manera de ayudar a
las personas a reflexionar sobre sus acciones y motivarlas a mejorar, aunque a
veces pueda parecer que nos hacen culpables y nos hace sentirnos mal.
>>No hay que seguir los
pasos de una religión.
>>La
verdadera espiritualidad, es como una búsqueda personal y continua de entender
y vivir según lo que uno percibe como lo divino. En este camino, es crucial
cuestionar, aprender y crecer, reconociendo que la Verdad, en su forma más
pura, es algo que tal vez nunca comprendamos completamente, pero hacia lo cual
siempre nos esforzamos por acercarnos.
—No lo he entendido
muy bien papá, pero me quedo más tranquilo sabiendo que Dios nunca se ofende.
El perdón de Dios (1 de 2)
Paseando por la
ciudad, nos dimos de bruces con la catedral. Surgió de repente, majestuosa y
solemne, en medio del bullicio urbano. Sus torres se alzaban desafiando al
cielo, como si quisieran rozar las nubes con sus pináculos góticos. La fachada,
una sinfonía de piedra tallada, estaba adornada con estatuas de santos y
querubines que parecían cobrar vida bajo la luz del atardecer.
La catedral,
construida en el siglo XII, es un testimonio del ingenio y la devoción de
generaciones de artesanos y fieles. Sus muros de piedra caliza fueron erigidos
con esfuerzo titánico, cada bloque colocado con una precisión casi divina. Los
vitrales, llenos de colores, proyectaban un caleidoscopio de luz al interior,
bañando las paredes y los bancos en un resplandor casi místico.
El campanario, con su
robusta estructura, albergaba campanas cuyo tañido resonaba a kilómetros de
distancia, marcando el paso del tiempo y llamando a los fieles a la oración. En
el interior, el aroma a incienso y cera derretida llenaba el aire, mientras que
el eco de los pasos retumbaba por las bóvedas y los arcos, creando una
atmósfera de reverencia y recogimiento.
Cada rincón de la
catedral contaba una historia de fe y perseverancia. Desde los capiteles de las
columnas, esculpidos con escenas bíblicas, hasta el altar mayor, donde el oro y
la plata relucían bajo la luz de los candelabros, todo hablaba de un pasado
glorioso y una minuciosa dedicación. Así, en medio de la ciudad moderna, la
catedral se erguía como un faro de espiritualidad y arte, un lugar donde lo
divino y lo terrenal se entrelazaban en perfecta armonía.
Era la hora de la misa
y en el altar mayor, un sacerdote, bastante entrado en años, dirigía el oficio,
de manera rutinaria. Eran tantas las misas que debía de haber oficiado que no
necesitaba leer, todo lo sabía de memoria y lo recitaba como un papagayo repite
sus palabras recién aprendidas.
En el púlpito, otro
sacerdote daba instrucciones a los pocos fieles que seguían la misa, casi todos
tan entrados en años como el oficiante. Fue este sacerdote desde el púlpito
quien comenzó la homilía, mientras el oficiante se sentaba como un espectador
más para escuchar a su compañero.
"Tienen que pedir
perdón a Dios por sus pecados", fue el inicio de una plática que parecía
tomar un rumbo demasiado siniestro. Mi hijo, de 10 años, que me acompañaba, me
preguntó de inmediato:
—Papá, ¿Dios nos perdona siempre?
sábado, 24 de febrero de 2024
jueves, 15 de septiembre de 2022
La fuerza del perdón
Capítulo VIII, parte 3. NOVELA "Ocurrió en Lima"
Me gustaría tener una familia –lo decía en serio-. Me encantaría tener una familia.
-
¿Cómo lo vas a conseguir si cada vez
que alguna persona despierta algo en ti sales corriendo por si un día decide
dejarte?
- No sé. Tienes razón. Tengo que sacarme este miedo que me paraliza. Pero no sé cómo hacerlo.
-
Tienes que superar la ruptura que
tuviste tiempo atrás.
-
Sí, pero recuerda que la ruptura fue
por un abandono –quise aclararle a Ángel, que lo que pasó fue que me cambiaron
como a un cromo, de la noche a la mañana. Hoy salía conmigo y al día siguiente
ya estaba con el otro.
-
Sea lo que sea, es como una espina, clavada
en ti, que entra más profundo, abriendo la herida y haciendo que sangre, cada
vez que estás o piensas en otra persona que te gusta. Tienes que sacar esa
espina. Mientras no lo hagas te va a seguir pasando lo mismo y vas a sufrir,
cada vez, porque te recuerda la ruptura y es como si estuvieras rompiendo en
ese momento. Para la mente todo es presente. Pueden pasar cincuenta años y tú
puedes seguir sintiendo la misma rabia, el mismo dolor y el mismo sufrimiento.
Tienes que sacar esa espina –concluyó Ángel.
-
Yo no sé cómo hacerlo. Debe de estar
bien clavada la espina porque es un amargo recuerdo que no me abandona.
-
Tienes que perdonar.
-
¿Qué? –este hombre estaba loco, ¿cómo
se puede perdonar una cosa así?
-
Recuerda que todo es energía. La rabia,
la ira y el odio también lo son. Tu ex pareja está viviendo tan feliz y tú, sin
embargo, llevas años recordándola dedicándole tu rabia. Esa rabia lo único que
hace, como bien puedes comprobar en ti, es no dejarte vivir feliz. Solo sufres
y lo pasas mal.
-
¿Tengo que buscarla y decirle que la
perdono?, ¿no es un poco loco?
-
No, para nada. Como la rabia que hay en
ti es energía, solo tienes que sacar esa energía.
-
¿Cómo se hace eso? –tenía la suficiente
fe en Ángel para intentar seguir sus consejos.
-
Cuando te sientes a meditar piensa en
ella. Imagínate que está delante de ti. Imagina un rayo de luz que llega a tu
cabeza y baja hasta tu corazón. Deja que ese rayo salga de tu corazón y llegue
al suyo mientras repites en silencio: Yo te perdono todo lo que me has hecho.
Yo te bendigo con paz y con amor. Te deseo lo mejor. Vete en paz.
>>
Haz eso dos o tres veces cada día durante varios días, o semanas, o meses, o
años.
-
¿Hasta cuándo?
-
Hasta que el recuerdo no te haga daño.
>>
Sacando la rabia se irá el miedo que tienes a comenzar una relación. Estarás
aprendiendo a amar. Pero no se aprende a amar de la noche a la mañana. Los
seres humanos solo venimos a la vida a aprender a amar y para eso necesitamos
muchas vidas. Hasta entonces, hasta que sepas amar, tienes que guiarte por las
sensaciones.
-
¡Qué fácil es decirlo! El sábado tuve
dos sensaciones. Una que me gustaría volver a ver a Indhira y la otra que mejor
no lo hiciera porque podría sufrir. ¿Cómo sé cuál es la buena?
-
La que no te hace sufrir Antay. Y
cuando eres consciente de que has tomado la decisión equivocada, como parece
este caso, solo tienes que rectificar.
-
Bien. Rectifico y la llamo y ¿si no
quiere saber nada de mí? Volveré al punto de partida.
-
Sí, es cierto, pero lo harás desde otra
perspectiva, ya no te sentirás mal por el papelón que hiciste en la despedida,
como ahora. No será por tu miedo. En ese caso solo tienes que aceptar la
situación y será más fácil porque ya no tendrás la duda de que habría pasado.
Habrás vencido al miedo. Y vencer al miedo te acerca al amor.
miércoles, 17 de agosto de 2022
La historia se repite
De la novela "Ocurrió en Lima". Capítulo II, parte 7.
-
No entiendo nada Ángel.
-
Déjame que te hable de Dios y así lo
entenderás. De Dios sería suficiente con que te dijera que “Dios Es”, y lo Es
desde siempre. Pero, ¿cómo empezó todo? Como para nosotros es casi inconcebible
que algo no tenga principio o fin podemos decir que al principio de los tiempos
había Nada y esa Nada era Dios. Fue a partir de esa Nada, es decir de Dios, que
comenzó la Creación. Por lo tanto, todo, absolutamente todo, procede de Dios,
tú y yo incluidos. Todos los seres humanos somos lo mismo, somos hermanos,
todos hijos de Dios. Cada uno de nosotros somos como un átomo de la Energía
Divina. Ese átomo o chispa de energía vive al otro lado de la materia y seguirá
haciéndolo hasta que se encuentre preparado para volver a unirse a Dios.
–aproveché una pausa en el relato de Ángel para hacerle un resumen de lo que yo
estaba entendiendo.
-
Permíteme que te haga un resumen para
ver si lo voy entendiendo. Dios no es, ni ha sido una persona como Jesús, Buda
o Mahoma. Dios es la Energía Suprema de la que procede todo. -¿es correcto?
-
Así es. –corroboró Ángel.
-
Entonces al otro lado de la vida está
Dios y todos los que han vivido o vivirán en la materia.
-
No. Dios no está al otro lado de la
vida. Dios Es, Dios Está. Está aquí y allí. Está a este lado de la materia y
está al otro. Al otro lado están todos los que han vivido o vivirán en la
materia, pero están en Dios. De la misma manera que la luz de una vela está en
la luz del Sol. Iluminadas por el Sol puede haber miles, millones de velas.
>>
Y nosotros en la materia, también, estamos en Dios, porque Dios lo es Todo. ¿Lo
entiendes? –quiso saber.
-
Lo entiendo. Entonces todos existimos
desde siempre y vamos a vivir para siempre de forma independiente o formando
parte de Dios. -sin embargo, había algo que no entendía y así se lo hice saber
a Ángel.
>>
Hay algo que no entiendo muy bien. ¿Por qué cuando una persona tiene una
experiencia cercana a la muerte, cuando vuelve a la vida nos habla de lo bien
que se está al otro lado y de la sensación de amor que ha sentido y, sin
embargo, nosotros en el cuerpo no sentimos ese amor ni esa sensación de
cercanía con Dios como lo sienten ellos? Se supone que, si todos vivimos en
Dios, tanto al otro lado de la vida como en este lado, todos deberíamos de
sentir ese amor. ¿Por qué no lo sentimos?
-
Por un tema de energía, -respondió
Ángel- La vibración cuando estamos en el cuerpo es mucho más baja y no somos
capaces de apreciar la sutileza de la energía que nos envuelve. Aunque, en
realidad, no hay un lado y otro lado de la vida. Lo que pasa es que el alma, lo
que somos, vibra diferente con materia que sin materia.
>>
Este es, justamente, el trabajo que se ha de realizar cuando se está encarnado
en un cuerpo. Primero, llegar a entender, de manera intelectual, que todos
somos hermanos, hijos de un mismo Padre, para, a continuación, comenzar a
percibir esa realidad que se ha comenzado a entender. A eso se llega
incrementando la cantidad de amor.
-
¿Ese es el objetivo de la vida?, ¿es lo
mismo que el propósito que yo tuve claro hace un momento?
-
Exacto –sentenció Ángel-, lo sentiste
hace un momento. Solo tienes que recordar que formas parte de un Todo, que
todos somos lo mismo y que, por lo tanto, hemos de amar a todos como a nosotros
mismos. Ese es el único propósito de la vida. ¿Te suena la frase, ama al
prójimo como a ti mismo?
-
Sí que me suena, pero el que seamos
incapaces de aceptarnos tal como somos es una prueba inequívoca de que no nos
amamos. Así que si no nos amamos y tenemos que amar a todos como a nosotros
mismos, lo tenemos mal.
Mientras
Ángel movía la cabeza afirmativamente, con una mueca de tristeza en su cara, mi
pensamiento realizó un repaso de los grandes conflictos armados, de los
millones de desplazados por la guerra y el hambre, de los millones de niños que
mueren por desnutrición, de la violencia familiar, del nefasto reparto de la
riqueza, de la hipocresía de las religiones, de los dirigentes psicópatas, de
la intolerancia a todo lo que es diferente. Aunque no hace falta desplazarse a
un país en conflicto para vivir todo eso, ya que en el nuestro tenemos un poco
de todo: políticos corruptos, machismo, falta de respeto hacia todo lo que se
mueve, hambre, racismo, pobreza extrema, trabajo precario, corrupción en
cualquier estamento oficial, falta de servicios básicos, inseguridad
ciudadana.
-
Termine mi pensamiento en voz alta- El
mundo, en estos últimos tiempos, parece haberse vuelto loco.
-
En estos últimos tiempos no Antay –me
corrigió Ángel-, en el cuento del Paraíso Terrenal recuerda que Caín mató a su
hermano y solo fue por envidia, es decir, solo fue por un pensamiento.
Pensamiento producido por una falta de amor. Por eso te comentaba en nuestro
primer encuentro que tienes que aprender a amarte. ¿Cómo lo llevas? –preguntó.
-
Creo que lo llevo bien porque he
comenzado a cambiar mi modelo de comparación mientras aprendo a no compararme
con nadie.
-
Es perfecto ese trabajo. Está muy bien
compararte con un modelo menos demandante, pero, como tú bien dices, lo
importante es no compararse. Lo importante es aceptar lo que eres.
-
Ahora que hablas de aceptar, hace unos
días me ocurrió algo curioso. Me senté a meditar para ver si eran ciertos los
beneficios de la meditación que acababa de leer y creo que estuve hablando con
Dios. ¿Tú crees que me estoy volviendo loco? –estaba seguro que Ángel, con la
sabiduría que parece almacenar, era la persona idónea para que opinara sobre mi
posible conversación con Dios.
-
No creo, en absoluto, que te estés
volviendo loco. Si tú crees que hablaste con Dios, es seguro que sí hablaste
con Él, y ¿sobre qué trató la conversación?
-
Sobre la aceptación. Me acordé de ti y se me
ocurrió pensar que aceptarse uno mismo es una prueba de amor. Si me acepto es
que estoy satisfecho conmigo. ¿Qué opinas? –pegunté a Ángel, buscando su
aprobación.
-
Me parece perfecto. Así funciona. La aceptación es una prueba de amor.
>>
Y ahora puedo contestar a tus preguntas. Preguntabas como se llega de manera
consciente a ese estado que tú has denominado como "complitud". Se llega cuando
detienes el pensamiento, cuando te desidentificas del “Yo”.
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No hay nadie que viva en ese estado de manera permanente. Pero si hay personas
que llegan a él. Se puede conseguir en la meditación.
>>
Tú fuiste consciente de que todo tiene un propósito que es aprender a amar,
como Dios nos ama, y para eso se organiza la vida. Cada uno de la manera que
estima conveniente, porque cada alma sabe, antes de venir a la vida, que es lo
que necesita para alcanzar la meta del amor.
>>
Y si no se consigue en la vida, se repite. Por eso nacemos y morimos unas
cuantas veces.
>>
Pero mientras se trabaja para lograr el objetivo máximo, que ya sabes que es
aprender a amar, como Dios nos ama, nos programamos otros pequeños trabajos que
no son otros que cerrar los círculos que se mantienen abiertos de otras vidas.
>>
Esos círculos son las causas pendientes. Pagar lo que debes o cobrar lo que te
deben a ti. Te pongo un ejemplo muy claro: Alguien que mate a una persona tiene
que recibir algo similar o equivalente para que el círculo se cierre.
-
Pensando en tu ejemplo, se me ocurre
pensar que ese círculo no se va a cerrar nunca. En esta vida me matan a mí, en la
siguiente vida mato yo, y volvemos para que me vuelvan a matar y seguiríamos
así indefinidamente. No se acaba nunca.
-
Por supuesto que se acaba, -respondió
Ángel con una sonrisa- Se acaba cuando se perdona. Si en esta vida te toca
matar a ti, pero en lugar de hacerlo perdonas a la persona que te hace el daño,
ahí se acaba y se cierra el círculo.
-
Entiendo. Todo se basa en amar y
perdonar. El único propósito de la vida es ese: amar y perdonar.
-
Aun voy a ir un poco más allá, -me
anunció Ángel- Si amas no necesitarás perdonar, porque nunca te sentirás
ofendido. Y si no hay ofensa, no es necesario el perdón. Por lo tanto, puedes
reducir el propósito de la vida a un solo concepto: amar.
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La programación final la conocen las almas, por eso encarnan, por su afán para
aprender a amar, cuanto antes, para disfrutar del gozo de unirse a Dios. Y las
programaciones para ir cerrando círculos pendientes las organizan, de manera
independiente, cada alma, de acuerdo con las almas involucradas en el círculo
que tratan de cerrar.
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No son propósitos opuestos, solo que cada alma tiene sus propios temas
pendientes. Y si no se cumple el propósito, no pasa nada, volverán a la vida,
una vez más, para poder cumplirlos. Las veces que sean necesarias.
>>
¿Lo tienes más claro?
-
Creo que sí, aunque sigo sin tener muy
claro para que puede servirme en la vida.
-
Para ser feliz. Cuanto más te acercas
al amor más felicidad sientes en tu interior.
>>
Y cambiando de tema, ¿te importa si vamos caminando por donde tú venías? Tengo
que recoger unas cosas en una tienda delante del Parque Kennedy –esto último lo
dijo ya levantándose del banco.
-
No, no me importa. Te acompaño –y
comenzamos a caminar hasta el parque.
Subíamos
lentamente, ahora, hablando de nimiedades, del tiempo y del cambio de ministros
que había ocurrido dos días atrás. Estas sí que eran conversaciones normales,
como las que estaba acostumbrado a mantener, y no como la que habíamos tenido
hasta levantarnos del banco.
Al
llegar a la altura del edificio donde está mi departamento le dije a Ángel que
ya me quedaba en casa. Nos despedimos sin más, como la vez anterior.
No
había dado ni diez pasos hacia el portal de mi casa cuando me crucé con Álvaro,
un vecino de mí mismo bloque.
- ¿Qué
tal Antay?, ¿disfrutando de esta mañana tan magnífica? –fue su saludo.
- Si
–contesté- un día así hay que aprovecharlo.
- Y
siempre solo, ¿no te aburres?
- No me
aburro, estoy acostumbrado, pero hoy no he estado solo, he estado conversando
con un amigo –No sé porque lo dije. Supongo que para justificar mi soledad.
- ¡Ah!,
como te he visto subir solo por el paseo pensé que habías salido solo. Bueno te
dejo, que me esperan –y se alejó dejándome pensativo.
¿Cómo
puede ser que me haya visto solo?, si hasta medio minuto antes de encontrarme
con él estaba con Ángel. ¡Qué extraño! Miré para ver por dónde estaba Ángel y
no le vi por ningún lado. Otra vez había desaparecido y, ahora, no había baño.
Y seguro que Álvaro no estaba haciendo un chiste. Es como si Ángel después de
dejar mi compañía desapareciera sin más y, lo más sorprendente es que parecía
que fuera invisible a los ojos de los demás. ¿Me estará volviendo loco la
soledad?












