Miércoles 8 de marzo 2023
No sé muy bien quien soy, y eso, a pesar de llevar conmigo un increíble
número de años, según consta en el documento que habla de mi identidad. Se que
soy un ser humano, por mi capacidad de razonamiento, por tener conciencia de la
muerte, por ser social, (aunque, a veces, la sociedad me canse), por
comunicarme mediante el lenguaje, (poco, pero menos es nada), y por alguna otra
característica que me diferencia de los animales irracionales.
Soy del género masculino. A pesar de que, ahora, parece que ser de un
género determinado, de los antiguos, masculino o femenino, está mal visto, pero
si, solo soy del género masculino.
Estoy algo pasado de peso. Lo sé porque cuando me observo desde mi
atalaya, desde arriba, mi barriga aparece voluminosa como una pelota de esas
que usan, en los centros de yoga y deportivos, para hacer pilates, por ejemplo.
Recuerdo que, hace un tiempo, me molestaba tener esa especie de flotador
rodeando mi cintura. Ahora no. Me da igual, porque me siento estupendo. Además,
cuando no trato de buscarme los pies, no soy consciente de esa masa que me
acompaña a donde quiera que vaya. Incluso cuando estoy parado o sentado,
también está conmigo.
Tengo ciertas dudas, también, de quien soy, porque cuando me asomo a un
espejo, supongo que la imagen reflejada que aparece ante mis ojos, debe ser la
mía. Digo supongo, porque me sorprende la imagen. No concuerda con la imagen
que, de mí, se pasea por mi conciencia. Yo, pobre iluso, en mi conciencia, en
mi pensamiento o en mi interior, manejo la figura de un ser sin edad. Creo que
soy atemporal.
Pero aún tengo otras ideas sobre mí. A veces, cada vez con más
frecuencia, siento que soy una especie de apátrida, como un alienígena paseando
por un mundo al que no pertenece. El mundo me cansa, me aburre, me irrita, me
entristece, me asombra de cómo nos dejamos manipular.
Antes era, más o menos, hincha de un equipo de futbol, siempre votaba,
en las elecciones, a un mismo partido político, no me cuestionaba la religión a
la que me asociaron por nacimiento y me identificaba con un país y sus
símbolos.
Ahora, me parece humillante que se muevan millones de dólares, entre
pillos que contratan a niños, para dar patadas a una pelota, cuando millones de
personas malviven, muy por debajo del umbral de la pobreza. Entiendo que es
necesario este circo para atontar a las masas.
He dejado de votar. Me da igual quien gane, ya sea a la derecha o a la
izquierda, porque la política que es una actividad para “servir”, se ha
convertido en una guarida de hienas carroñeras peleando a ver quién se lleva el
trozo más voluminoso de carnaza.
Y no quiero hablar de religión.
¿Por qué tiene que ser una la única, la auténtica, la verdadera, cuando existen
en la actualidad 4.500 religiones? Mas vividores, más pillos.
Bueno, creo que mejor me vuelvo al espejo a ver si con el reflejo de mi imagen salgo de la conciencia y me paseo por el mundo, al menos, hasta que me hagan vomitar los telediarios.