Mi alma, mis libros, mis creencias, mi corazón y mis opiniones.
El viaje del alma
El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión. Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y, para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Soy la presencia
incansable, la sombra que no se aparta, el eco que resuena aun cuando nadie
escucha. Opine blanco u opine negro, mi esencia no depende del vaivén de mis
pensamientos.
Porque la mente es un
río cambiante, caprichoso, que arrastra certezas y las disuelve en dudas, que
colorea el mundo con matices infinitos. Hoy creo, mañana cuestiono. Hoy afirmo,
mañana dudo. Pero en medio de ese torbellino, una certeza se mantiene
inquebrantable: yo siempre estoy.
Soy el testigo de mis
propias contradicciones, el refugio de mis propias tormentas. No soy lo que
pienso, no soy lo que opino. Soy aquel que observa, que sobrevive a cada
revolución interna.
A pesar de mi mente, a
pesar de sus susurros y sus gritos, sigo aquí. Inmutable, presente. Soy el que
permanece.
No sé muy bien quien soy, y eso, a pesar de llevar conmigo un increíble
número de años, según consta en el documento que habla de mi identidad. Se que
soy un ser humano, por mi capacidad de razonamiento, por tener conciencia de la
muerte, por ser social, (aunque, a veces, la sociedad me canse), por
comunicarme mediante el lenguaje, (poco, pero menos es nada), y por alguna otra
característica que me diferencia de los animales irracionales.
Soy del género masculino. A pesar de que, ahora, parece que ser de un
género determinado, de los antiguos, masculino o femenino, está mal visto, pero
si, solo soy del género masculino.
Estoy algo pasado de peso. Lo sé porque cuando me observo desde mi
atalaya, desde arriba, mi barriga aparece voluminosa como una pelota de esas
que usan, en los centros de yoga y deportivos, para hacer pilates, por ejemplo.
Recuerdo que, hace un tiempo, me molestaba tener esa especie de flotador
rodeando mi cintura. Ahora no. Me da igual, porque me siento estupendo. Además,
cuando no trato de buscarme los pies, no soy consciente de esa masa que me
acompaña a donde quiera que vaya. Incluso cuando estoy parado o sentado,
también está conmigo.
Tengo ciertas dudas, también, de quien soy, porque cuando me asomo a un
espejo, supongo que la imagen reflejada que aparece ante mis ojos, debe ser la
mía. Digo supongo, porque me sorprende la imagen. No concuerda con la imagen
que, de mí, se pasea por mi conciencia. Yo, pobre iluso, en mi conciencia, en
mi pensamiento o en mi interior, manejo la figura de un ser sin edad. Creo que
soy atemporal.
Pero aún tengo otras ideas sobre mí. A veces, cada vez con más
frecuencia, siento que soy una especie de apátrida, como un alienígena paseando
por un mundo al que no pertenece. El mundo me cansa, me aburre, me irrita, me
entristece, me asombra de cómo nos dejamos manipular.
Antes era, más o menos, hincha de un equipo de futbol, siempre votaba,
en las elecciones, a un mismo partido político, no me cuestionaba la religión a
la que me asociaron por nacimiento y me identificaba con un país y sus
símbolos.
Ahora, me parece humillante que se muevan millones de dólares, entre
pillos que contratan a niños, para dar patadas a una pelota, cuando millones de
personas malviven, muy por debajo del umbral de la pobreza. Entiendo que es
necesario este circo para atontar a las masas.
He dejado de votar. Me da igual quien gane, ya sea a la derecha o a la
izquierda, porque la política que es una actividad para “servir”, se ha
convertido en una guarida de hienas carroñeras peleando a ver quién se lleva el
trozo más voluminoso de carnaza.
Y no quiero hablar de religión.
¿Por qué tiene que ser una la única, la auténtica, la verdadera, cuando existen
en la actualidad 4.500 religiones? Mas vividores, más pillos.
Bueno, creo que mejor me vuelvo al espejo a ver si con el reflejo de mi
imagen salgo de la conciencia y me paseo por el mundo, al menos, hasta que me
hagan vomitar los telediarios.
Los
que nos asomamos a esta ventana, a estas alturas del viaje ya somos totalmente
conscientes de que somos un alma.
Es
cierto que es imposible mantener esa conciencia de ser alma de manera
permanente en nuestra mente, que es a fin de cuentas el vehículo que nos sirve
de transporte para desplazarnos a lo largo y ancho de nuestra vida, pero en
condiciones normales, de vez en cuando, durante nuestro día, son varias las
oportunidades, que por una u otra razón, nos acercan al pensamiento de que
somos alma.
También
somos conscientes de que “somos lo que pensamos”. Lo cual quiere decir que cada
vez que pensamos que somos un alma, si somos capaces de mantener ese
pensamiento durante un cierto periodo de tiempo actuaremos como almas, es
decir, con todos los atributos que son inherentes al alma.
Según
Alice Bailey, en su libro “Alma, cualidad de la vida”, las características del
alma son: Inclusividad, amor, alegría, felicidad, participación, soledad,
indiferencia espiritual, impersonalidad, desapego, libertad, serenidad, calma
interna y responsabilidad.
Hemos
de tener presente que un hecho que se repite con frecuencia se convierte en un
hábito, en una costumbre. El pensamiento es energía, la emoción es energía, los
sentimientos son energía, cada vez que se repiten se genera la misma energía, y
esta se va acumulando en los chakras, en el campo energético, y hasta en cada
célula del cuerpo.
Nosotros
somos la energía que hay en nuestros chakras. Cada vez que pensamos y sentimos
que somos el alma, añadimos un plus de la energía del alma y de sus atributos a
nuestra aura, a nuestros chakras y también a cada célula física de nuestro
cuerpo. Pensar y llegar a sentir que somos el alma nos va a hacer actuar desde
ella, pensar y llegar a sentir que somos el alma nos acerca a Dios, que es
nuestro destino final.
El
objetivo es actuar en nuestra vida de manera inconsciente desde el alma y de
que ese actuar sea nuestro estado habitual. Para eso todo nuestro campo
energético ha de estar impregnado de la energía del alma, y de momento, la
única opción que tenemos para mantener el pensamiento de que somos el alma, es haciéndolo
conscientemente.
Le
preguntaron a Jesús sobre cuál es el primero de los mandamientos, y Jesús
respondió: El primero es: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único
Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”. No existe otro mandamiento mayor que éstos.
Supongo
que cuando Jesús contestaba esto ya debía de saber que al prójimo no se le ama
en exceso, y que parece lógico, ya que tampoco nos amamos a nosotros mismos. ¿Sería
alguien capaz de amar a otros si no se ama a sí mismo? Ciertamente no. ¿Por
qué?
Solo
se puede dar algo que se tiene, y amar a otros es darles amor, es darles
respeto, es darles libertad, es valorarles. De la misma manera que no se puede
dar una moneda si no se tiene, no se puede dar amor si no se tiene.
El
amor es algo permanente, es tan permanente que es la energía que mantiene el
Universo en perfecto orden, es tan permanente que Dios lo entrega, desde
siempre, a nosotros, Sus hijos. Decía Einstein en dos párrafos de una carta que
escribió a su hija Lieserl: “Hay una
fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha
encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas
las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el
universo y que aún no ha sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal
es el amor. Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, que es el
amor querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo
trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida”. Al
final de la siguiente entrada (¿Cómo se que me amo?), aparece la carta
completa.
Esa
energía tiene que existir en la persona para poder entregarla a los demás.
Ya
tenemos claro entonces que el amor es una energía, que no un sentimiento, ya
que el sentimiento solo es un estado de ánimo, es una alteración del ánimo
producida por diferentes factores. El amor es inmutable, no se altera, todo lo
que se puede hacer con él es entregarlo y conseguir que crezca.
Por
lo tanto para amar ha de existir esa energía en el interior de la persona, y si
existe solo es porque la persona ha acumulado la suficiente cantidad de
energía, y la única manera de conseguirlo es amándose a sí misma. No se acumula
amor por generación espontanea. Como todo en la vida, hay que trabajarlo.
Es
entonces cuando las cualidades inherentes al amor las está recibiendo la
persona de sí misma. Eso quiere decir que se respeta a sí misma, sin
infringirse ningún tipo de vejación o autocastigo; que se valora en su justa
medida, sin vanidad, sin soberbia, sin orgullo; que no se juzga ni se critica,
porque sabe que todo está bien y que sus actuaciones están regidas por el amor,
y si algo no está bien y ha de cambiarse, lo hará con amor, con voluntad, con
disciplina, con caridad hacia sí misma, con benevolencia.
Ese
trato que la persona que se ama se da a sí misma, va a ser el mismo trato con
el que va a acercarse a los demás.
Y
por supuesto en ese acercamiento a los demás y en el trato con el que va a
dispensar a todos, no hay diferencia entre familiares, amigos o desconocidos.
Cuando se ama no hay distinción.
Ya
sé que esto es difícil, pero es así. Este es el verdadero motivo de nuestra
estancia en la materia.
Pero
tiene un inicio y no podemos saltarnos los pasos. No se puede amar a nadie si
no nos amamos a nosotros mismos, por lo tanto el primer paso es trabajar en
nosotros.
Yo
sé que el cuerpo es capaz de sanarse a sí mismo de cualquier enfermedad y en un
corto espacio de tiempo. Yo sé el cuerpo puede permanecer sano hasta la última
etapa de su existencia. Yo sé que se puede ralentizar el deterioro que
experimenta el cuerpo físico con el paso del tiempo. Yo sé que se puede influir
tanto positiva como negativamente en la salud física, emocional y mental de
otros. Yo sé que se puede vivir en paz cada día. Yo sé que se puede ser feliz
de manera permanente. Yo sé que no hay que buscar porque lo tenemos todo. Yo sé
que el pensamiento es creador y responsable directo de aprisionar y amordazar
este conocimiento. Yo sé que soy Eterno, que soy Luz, que soy un hijo de Dios.
Yo sé que sé todo lo que necesito saber y que tengo todo lo que necesito tener.
Yo sé que la vida tiene un propósito completamente distinto del que la sociedad
enseña. Y no solo lo sé yo, tú también lo sabes.
Y
también sé que para llevar a la práctica este conocimiento no es necesario
retirarse del mundo y vivir en una cueva dedicado a la oración y la meditación.
Sé que no es necesario ser ni un superhombre, ni un yogui, ni un meditador, ni
un Maestro, ni un gurú. Sé que no es necesario comer sólo vegetales. Sé que no
tengo que realizar ningún curso ni leer cientos de libros, salvo aquellos con
los que disfrute. Sé que puedo llevar una vida completamente normal, sin
renunciar a nada. Y no solo lo sé yo, tú también lo sabes.
Lo único, no solo necesario, sino
imprescindible, para que todo esto se haga realidad es el Amor. Amar a todo y a
todos comenzando por uno mismo es el verdadero y auténtico secreto, no hay
otro. Todo lo demás son rodeos.
¿Por qué somos capaces de realizar un
trabajo de atontamiento para atraer más dinero, algo que si se materializa va a
durar como máximo esta vida, y no somos capaces de poner cada una de nuestras
células a trabajar para que aprendan a Amar, que es algo que va a durar una
eternidad, y nos va a dar de una sola vez, no solo dinero, sino la felicidad
total y absoluta?
¿Cómo hacerlo?: Amando. A Amar se
aprende amando, de la misma manera que a cocinar se aprende cocinando.
Sólo tenemos que Amar a todos, sean
amigos, conocidos, desconocidos y hasta enemigos, de la misma manera que una
madre ama a su bebé recién nacido.
Tú también sabes todo esto, y si no lo
haces es porque la sociedad ha hecho muy bien su trabajo. Nos distrae, nos
confunde, nos atonta. El demonio existe, pero no es un espécimen rojo con rabo
y cuernos, es el conjunto de la sociedad liderada por las grandes fortunas, por
los políticos, por el fútbol, por el sexo, por el dinero y el alcohol.
Creo necesario explicar a que me
refiero en esta entrada cuando digo “mi ego”, y también cuando digo “yo”, y que
muy posiblemente no tengan nada que ver con las definiciones dadas a estos
términos por psicólogos, por expertos, por científicos o por estudiosos del
tema.
Cuando digo “mi ego”, me estoy
refiriendo a esa parte de mí que parece tener autonomía propia, incontrolable,
ingobernable, que sale a la luz sin ningún tipo de control, y que incluso
llega, a veces, a avergonzarme a mí mismo, o a crisparme, o consigue que me
sienta culpable. Me refiero a ese pensamiento, casi siempre negativo, que surge
del interior y es expulsado al exterior con la misma fuerza con la que sale a
la superficie la lava de un volcán en erupción. Me refiero a esa palabra, casi
nunca amable, que sin haber pasado por el filtro del pensamiento, o al menos
eso parece, se entromete de manera grotesca en una conversación elevando la
tensión hasta límites insospechados. Me refiero a esas emociones como miedo,
orgullo, ira, ansiedad o tristeza que aparecen como reacción a “algo
desconocido” que no está debidamente trabajado o controlado. Casi podría
resumir el párrafo diciendo que la parte inconsciente que hay en mí es “mi
ego”.
Y por supuesto que conozco cuál es el
origen de esta inconsciencia, es la energía acumulada en cada uno de mis
chakras, es mi carácter, son mis malos hábitos, es toda esa parte de mí en que
me encuentro trabajando para mejorar día tras día y vida tras vida, pero hasta
que cambie esa energía está ahí, y me cuesta controlarla.
Por el contrario, el “yo”, podría decir
que es la parte consciente. Es la parte que conoce cuál es el objetivo que
persigo, tanto espiritual como material, es la parte que analiza la causa de
las emociones descontroladas y trata, no siempre con éxito, de ponerlas a buen
recaudo, es la parte que se dedica a mantener ocupada a la mente con
pensamientos positivos cuando sospecha que está a punto de pensar un exabrupto,
es la parte que se encarga de contar hasta cien para que no salga por la boca
la impertinencia que me ahoga para poder hacerlo.
“Mi ego” y “yo” mantienen una lucha
encarnizada por el poder. Hay temporadas, afortunadamente cada vez más cortas,
en las que el “ego” se erige en ganador y voy dando tumbos emocionales por la
vida, pero para que eso no ocurra, el “yo” ha de permanecer alerta las
veinticuatro horas del día.
Este
es el trabajo que mí “yo” realiza:
üEstoy
empezando a olvidarme de los demás para centrarme en mí, (no es egoísmo), por una razón, si yo estoy bien daré lo mejor de mí, en casa, en la calle, en terapias,
en clases, en charlas, en meditaciones, y hasta en las fiestas. Al final los
demás se verán favorecidos.
ü Estoy tratando de que nada me ofenda para no
tener que perdonar, pero sin embargo, me perdono a mi mismo por todo: Por cada
pensamiento que no sea totalmente positivo, por cada falta de detalle, por la pérdida
de paciencia, por dejar aflorar el orgullo, o cuando me atenaza el miedo, en
fin, perdono todo en mí, sin sentirme culpable.
üEstoy
manteniendo mi mente ocupada con pensamientos positivos de todo tipo, pero
básicamente YO SOY.
üCuando
algo parece que va a afectarme bendigo una y mil veces a la persona o a la
situación.
üMeditar
cada día, cuanto más tiempo mejor.
üY
en lugar de trabajar para amar a los demás, estoy trabajando para amarme a mí
mismo.
Este
último punto, el de amarme a mí mismo es el que más problemas me está causando,
porque no sé muy bien cómo hacerlo. De momento estoy tratando, (porque no
siempre lo consigo), ser yo mismo siempre, sin caretas: Ser el mismo en casa,
en la calle, en el trabajo, escribiendo y pensando, sin dar de mi lo que yo
pienso que la gente espera, sino dando realmente lo que soy. Si les gusta bien,
si no les gusta, pues ¡benditos sean! Porque si realmente me amo, esta claro que he de dar lo mejor de mi, tal cual soy.
Es
posible que dentro de unas cuantas vidas, si en las próximas me acuerdo del
trabajo que comencé en esta, que consiga que “mi ego” y “mi yo” sean la misma
cosa. Lo iremos viendo.