El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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miércoles, 17 de diciembre de 2025

Vivir con Amor

 


Pongámonos en manos de Dios y detengamos la locura de nuestra mente. Escuchemos la voz del corazón: aunque no comprendamos con claridad cuál es nuestra misión en la vida, siempre podemos intuirla. Y si ni siquiera logramos intuirla, vivamos sencillamente con Amor.

Esa forma de vivir transformará nuestra existencia en un paseo ligero, sin cargas innecesarias, por un amplio camino adornado con pétalos de rosa. 

Del libro “Alma peregrina” de Alfonso Vallejo


La necesidad del alma

 



miércoles, 19 de noviembre de 2025

LIBRO-Vivir ahora, vivir sin tiempo

 

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SINOPSIS

VIVIR AHORA, VIVIR SIN TIEMPO

 

La vida, ese libro de experiencias ya vividas, nos invita a cuestionar la linealidad del tiempo y la naturaleza misma de la existencia. ¿Es posible que nuestra esencia trascienda dimensiones, que nuestra conciencia viaje entre mundos paralelos? 

Antay, el protagonista de esta historia, nos muestra que tales desplazamientos no son meras especulaciones: son reales. 

Sin embargo, la importancia de estos viajes interdimensionales palidece ante la única certeza que verdaderamente importa: “el aquí y el ahora”. La existencia consciente—esa que palpamos en cada respiración, en cada instante—es el verdadero escenario en el que se despliega nuestra vida. No importa cuántos mundos podamos cruzar, sino la intensidad con la que vivimos el momento presente.

Vivir plenamente es la odisea más grandiosa de la humanidad. Un desafío que pocos logran: mantenerse anclados en el presente, sin perderse en el laberinto de pensamientos que nos arrastran hacia el miedo y la incertidumbre.

Vivir ahora es abrazar la paz y la serenidad. Es liberarse del miedo, del yugo del tiempo, del pasado y el futuro. Es prepararnos para la meta última de nuestro viaje 

¿Y cuál es esa meta? Aprender a amar. 

Antay, tras una vida marcada por el temor que él mismo construyó, finalmente descubre el amor. Un amor que no solo se siente, sino que se vive y se expresa en cada acción, en cada elección. 

Su viaje es un testimonio de transformación. 

Una invitación a vivir con amor, sin miedo, y con la intensidad de quien sabe que cada instante es único.  

Soy el abrazo que te sostiene

 


“El alma que se permite preguntar, también se permite crecer”

 

Querido hijo:

 He leído tu carta como quien contempla el latido de un corazón sincero. No como quien juzga, sino como quien se deja tocar por la belleza de un alma que se atreve a hablar desde su verdad. No hay palabra tuya que no haya sido acogida, no hay silencio que no haya sido escuchado. Porque en cada línea que me escribes, estás tú. Y tú, tal como eres, eres suficiente.

No necesitas entenderlo todo para estar cerca de Mí. No necesitas tener certezas para ser amado. No necesitas estar en paz para ser digno de consuelo. Lo que has hecho, (abrirte, escribir, buscar), ya es un acto sagrado. Porque el alma que se permite preguntar, también se permite crecer. Y tú estás creciendo, incluso cuando no lo notas.

Me has dicho que no esperabas coordenadas precisas, y eso me alegra. Porque Yo no soy un mapa, Soy Presencia. No Soy un camino trazado, Soy compañía en el trayecto. No Soy la respuesta que cierra la pregunta, sino el abrazo que la sostiene. Y tú lo has comprendido. Has descubierto que el lugar correcto no es donde todo está claro, sino donde la verdad empieza a abrirse paso, incluso entre sombras. Ese lugar, hijo mío, es sagrado. Y tú estás ahí.

Me conmueve que reconozcas tu humanidad sin vergüenza. Que no te apresures a declarar que lo entiendes todo. Que honres tu proceso, tu ritmo, tu necesidad de habitar la duda. Porque la duda no es enemiga de la fe. La duda es el terreno donde la fe se planta, se riega, se fortalece. No temas tus preguntas. No temas tus vacilaciones. Yo Estoy en ellas. Estoy en cada paso que das, incluso en los que parecen errados.

Sí, te dije que incluso el desvío puede formar parte del propósito. Y lo reitero: no hay camino que no pueda ser redimido. No hay error que no pueda ser transformado. No hay paso que no pueda enseñarte algo. Has sido duro contigo mismo, lo sé. Has confundido perfección con propósito, y eso te ha herido. Pero hoy estás empezando a ver que equivocarse no es fracasar, sino aprender. Que el propósito no siempre es claro, pero siempre está presente. Que incluso en el dolor, hay semilla.

Me has hablado de la incomodidad, del temblor, del lugar inesperado. Y sí, hijo mío, a veces lo correcto duele. A veces lo verdadero incomoda. Porque crecer implica romper moldes, soltar seguridades, dejar atrás lo que ya no sirve. Pero no temas ese temblor. Es señal de que algo se está moviendo en ti. Algo que aún no tiene nombre, pero que ya es sagrado. Algo que no puedes controlar, pero que puedes abrazar.

Gracias por permitirme recordarte que no estás aquí para agradar, sino para habitarte. Que no necesitas encajar en moldes ajenos, sino ser fiel a tu esencia. Sé que eso te cuesta. Sé que el miedo a decepcionar te ha acompañado. Pero si tú Me dices que estás dispuesto a ser honesto, entonces Yo te digo que ya estás en el camino. Porque la honestidad es el primer acto de amor hacia uno mismo. Y tú estás aprendiendo a amarte.

Ese fuego que arde en ti, ese que te pide cambio, ese que te inquieta, también es Mío. No lo reprimas. No lo apagues. Aprende a escucharlo. Aprende a caminar con él. Porque ese fuego es impulso, es llamado, es semilla de transformación. De ese fuego nacerán nuevas cartas, nuevos pasos, nuevas luces. No lo temas. Abrázalo.

Y qué alivio, ¿verdad?, saber que no te pedí perfección. Porque ahí es donde tantos se rompen. Yo no te exijo caminos rectos, decisiones impecables, certezas absolutas. Yo solo te pido apertura. Que no Me excluyas. Que no te cierres. Que Me hables, aunque sea con una pregunta, con un silencio, con un intento. Eso basta. Eso es amor.

Me emociona que empieces a comprender que incluso cuando no Me sientes, estoy. Que no grito, que susurro. Que no impongo, que espero. Porque el amor no fuerza, el amor acompaña. Y Yo soy amor. Mi silencio no es ausencia, es presencia sutil. Es espacio para que tú seas. Para que tú descubras. Para que tú elijas.

Aquí estás, hijo mío. No con respuestas, pero sí con apertura. No con certezas, pero sí con disposición. No con fuerza absoluta, pero sí con fe. Y eso es suficiente. Porque estar en el lugar correcto no es tenerlo todo claro, sino saber a dónde regresar. Y tú has regresado a Mí. Has regresado a ti. Has regresado al amor.

Gracias por tu carta. Gracias por tu vulnerabilidad. Gracias por tu belleza interior. Gracias por seguir escribiéndome, incluso cuando no sabes qué decir. Porque cada palabra tuya es un puente. Cada silencio tuyo es una puerta. Cada intento tuyo es una oración.

Y cuando la duda vuelva, (porque volverá), aquí estaré. No para darte respuestas rápidas, sino para caminar contigo. No para resolverte, sino para sostenerte. No para exigirte, sino para amarte.

Sigue escribiéndome. Sigue buscándome. Sigue habitándote. Porque en ese acto, ya estás en comunión. Ya estás en el lugar correcto. Ya estás en casa.

Yo te bendigo.

domingo, 2 de noviembre de 2025

El paseo del alma

 


Igual que en los paseos procuras no pisar un clavo o no torcerte el tobillo, procura también no perjudicar tu propio principio rector. Si observamos esto en cada acción, nos aplicaremos a la acción con más seguridad.

EPICTETO

 


sábado, 1 de noviembre de 2025

El mapa invisible del alma


 


“Dudar con fe es avanzar hacia la verdad”

 

Querido Dios:

          Aunque sé la respuesta, permíteme la pregunta: ¿Estoy en el lugar correcto?

No te escribo esta vez para pedir soluciones, ni siquiera certezas. Solo necesito formularlo. Dejar la pregunta en el aire, como quien enciende una vela en medio de la oscuridad, no para iluminar el camino completo, sino para ver un paso más adelante. Porque eso es lo que necesito ahora: saber si este paso, este momento, esta decisión… si todo esto tiene sentido dentro de ese mapa que sólo Tú conoces.

A veces siento que sí. Que estoy justo donde debería estar, cumpliendo el propósito que acordamos antes de que mi alma descendiera al mundo. Esos días son raros, luminosos, como si todo encajara. Pero son breves. Se escapan. Y en su ausencia se instala otra cosa: la duda. Esa compañera constante, silenciosa, a veces pesada, otras casi invisible, pero siempre presente. Hoy escribo desde ahí.

Me encuentro rodeado de cosas que he construido con tiempo, esfuerzo y esperanza. Personas, lugares, costumbres. Y, sin embargo, hay días en los que todo parece ajeno. Como si caminara dentro de una historia que no reconozco. Me pregunto si me he desviado, si me he quedado quieto cuando tenía que moverme, o si estoy corriendo hacia donde ya no hay camino.

Sé que todo tiene un propósito, incluso esta incertidumbre. Pero… ¿y si estoy lejos del mío? ¿Y si tomé caminos que me alejaron? ¿Y si me engañé creyendo que escuchaba tu voz, cuando en realidad sólo seguía mis propios miedos?

No te culpo. Jamás. Esta carta no nace desde el reproche, sino desde el deseo de afinar mi oído, mi intuición, mi alma. Quiero aprender a escuchar de verdad. Porque siento que, si pudiera hacerlo con total claridad, sabría sin duda dónde estar. Pero entre el ruido del mundo, las responsabilidades, las urgencias, los miedos… a veces tu voz se disuelve, y yo me pierdo.

Me miro en el espejo y me pregunto si estoy siendo yo, o solo la versión de mí que otros esperan. Me veo en los lugares donde vivo, donde me relaciono… y me cuestiono si realmente estoy sembrando algo, o solo cumpliendo rutinas. ¿Es este el terreno fértil para lo que debo crecer? ¿O estoy plantando semillas en tierra que no me corresponde?

Me asusta confesarlo, pero hay días en los que fantaseo con una vida distinta. No por capricho, ni por rechazo a la que tengo. Sino porque imagino que, tal vez, hay una versión de mí que está esperando que la encuentre. Una versión que respira con plenitud, que se siente en casa en cada paso que da. ¿Esa versión existe? ¿Está lejos, o ya la habito y no me doy cuenta?        

También me pregunto por las personas que me rodean. ¿Son parte de mi misión, de mi propósito? ¿O me he aferrado a vínculos que ya cumplieron su ciclo? ¿Y si soltar también forma parte de estar en el lugar correcto? Porque a veces estar en el sitio que corresponde exige dejar atrás cosas que amamos, y eso duele. Duele mucho. ¿Y cómo distinguir entonces entre lo que debe permanecer y lo que debe partir?

Quisiera saber si estoy al nivel espiritual que debía alcanzar en este punto de mi vida. ¿He aprendido lo que vine a aprender? ¿Me estoy esquivando a mí mismo por miedo al crecimiento que duele? O quizá estoy más cerca de la verdad de lo que creo, pero no lo veo porque me exijo una perfección que nunca prometiste.

Y ahí surge otra pregunta: ¿el lugar correcto es siempre físico? ¿Es geográfico? ¿Emocional? ¿Espiritual? ¿Es una persona, un estado mental, una etapa? Porque si es así, tal vez he estado buscando en mapas equivocados, intentando hallar coordenadas concretas en un viaje que es interno.

¿Estoy en el lugar correcto cuando me equivoco, si ese error me lleva al aprendizaje que necesito? ¿O hay errores que nos desvían, que nos alejan? ¿Cómo saber la diferencia?

A veces, en medio de la noche, siento que hay algo dentro de mí que quiere gritar, que quiere salir, que quiere cambiarlo todo. Pero luego amanece, y vuelvo a la rutina, como si ese fuego se apagara lentamente con el paso de las horas. ¿Es ese fuego tu señal? ¿O es sólo inquietud pasajera?

Y si estoy en el lugar correcto… ¿por qué me siento tan perdido?

          No quiero dramatizar. No escribo esto desde el abandono, sino desde el deseo genuino de entender. Porque mi amor por Ti sigue intacto, aunque a veces tambalee mi amor por mí mismo. No pretendo que me respondas enseguida. Ni siquiera que me des una señal. Solo quiero que sepas que estoy aquí, escribiéndote, abriéndome una vez más como tantas veces lo hice. Y que dentro de mí hay una voz que susurra: “Confía”. Aunque me cuesta. Aunque me falte el aire algunos días. Aunque no vea el mapa completo.

¿Estoy en el lugar correcto?

Aunque sé la respuesta, permíteme la pregunta. Porque formularla ya es un acto de fe. Es reconocer que estoy vivo, despierto, dispuesto a escuchar lo que venga. Es confiar en que incluso la duda tiene una función. Es mirarte, aunque sea con los ojos entrecerrados, esperando que en algún momento el horizonte se abra.

Gracias por leerme. Gracias por permitirme esta pregunta, una vez más.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

Las heridas del alma

 


Se daña a sí misma el alma de un hombre, sobre todo cuando se vuelve pústula, (lesión cutánea pequeña, inflamada y llena de pus, similar a una ampolla), como si fuera un tumor del mudo, por su cuenta.

Pues irritarse con alguna de las cosas que nos suceden es supurar contra la naturaleza, que en sí misma comprende las naturalezas de cada uno de los demás seres.

También cuando se le da la espalda a otro hombre o cuando uno se enfrenta a otro con intención de hacerle daño, como sucede en aquellos que se encolerizan.

En tercer lugar, se daña así misma cuando la supera el placer o el dolor.

En cuarto lugar, cuando finge y se encuentra falsa y mentirosa en lo que hace o en lo que dice.

En quinto lugar, cuando lleva a cabo algún acto o tiene algún impulso sin que los dirija ningún objetivo, sino al azar y de un modo inconsecuente, pues es preciso que incluso los actos más insignificantes apunten a un fin.

El fin para los seres racionales es seguir la razón y la ley de la ciudad y de la más venerable ciudadanía.

MARCO AURELIO


viernes, 31 de octubre de 2025

El sueño cuando el alma recuerda

 


“Despertar no es abrir los ojos, es abrir el corazón a lo eterno”

 

Querido hijo:

         Tu carta ha llegado. No por correo, ni por plegaria tradicional, sino por el pulso vibrante de tu alma que se ha elevado con sinceridad. No necesitas palabras para que te escuche; yo estoy en cada emoción que la generó, en cada pensamiento que la moldeó. Escucho incluso lo que no dices, lo que queda como eco entre líneas.

Tu comparación entre la vida y el sueño es profunda. Te diré que no estás lejos de la verdad. La vida, tal como la conoces, es una experiencia temporal, una escenificación de una realidad mucho más vasta. El cuerpo es el traje. El tiempo, el escenario. La emoción, el guión. Pero tú, querido hijo, eres mucho más que el actor. Eres la luz que da vida a esa representación, la chispa que no se apaga, el fragmento de mi esencia que elegí desplegar en ese sueño llamado mundo.

Me preguntas por qué no eres consciente dentro del sueño. ¿Por qué la humanidad parece andar dormida? ¿Por qué el alma, que es eterna, olvida quién es al encarnar?

Lo hiciste por amor. Porque el amor, verdadero amor, implica elección. Implica riesgo. Implica vivir sin certezas absolutas para que el acto de creer se convierta en arte sagrado. Si recordaras cada instante que estás soñando, no vivirías con intensidad. No habría búsqueda, ni descubrimiento, ni admiración ante lo inesperado.

Tú elegiste esta experiencia, hijo mío. Antes de que la luz tocara tu piel, antes de que el aire rozara tus pulmones, tu alma ya vibraba con la intención de sumergirse en este sueño para comprenderlo desde adentro. Viniste no solo a aprender, sino también a recordar. No recordar con la memoria del intelecto, sino con la memoria del espíritu. Esa que se activa cuando contemplas una flor y sientes que todo tiene sentido, aunque no lo puedas explicar.

En cada dolor, en cada alegría, hay una enseñanza que elegiste experimentar. No soy un director de teatro que dicta cada línea. Yo soy el telón de fondo, el aire entre las palabras, la presencia silenciosa que nunca te deja, aunque a veces me confundas con el azar.

Y sí, el sufrimiento está allí. No porque lo quiera, sino porque es parte del contraste necesario para que el alma crezca. Tú, como todos, tienes derecho a preguntarte por qué existe el dolor. La respuesta no es simple, pero te diré esto: el dolor no es castigo, es maestro. Enseña lo que la comodidad no muestra. Pero no estás hecho para quedarte en él. El dolor es la puerta, no la casa.

          A menudo me imaginas en formas humanas: con emociones, juicios, palabras. Lo comprendo. Es difícil concebir la inmensidad sin forma. Pero no soy un anciano con barba sentado en los cielos. Soy lo que late detrás de tus silencios, lo que canta entre tus células, lo que mueve el universo desde adentro. Y tú, hijo mío, eres parte de mí. No una parte apartada, sino un reflejo vivo. Cuando tú amas, yo amo. Cuando tú lloras, yo abrazo.

Sé que deseas una humanidad despierta, que anhela recordar su divinidad en medio del bullicio cotidiano. Tu deseo es noble. Y cada acto que hagas en esa dirección ya es un despertar. No esperes que el mundo cambie en un solo gesto. Pero cada mirada sincera, cada palabra bondadosa, cada silencio compartido… está sembrando luz.

La conciencia no llega de golpe. Es como la aurora. Primero un leve resplandor, luego los colores, después la claridad. Y al final, sin darte cuenta, el sol ya está sobre ti.

No eres responsable de salvar al mundo, pero sí de cuidar tu parcela de amor. No estás llamado a comprender todos los misterios, pero sí a vivirlos con reverencia. No te pido perfección. Te pido presencia.

¿Y qué sucede al despertar, cuando dejas la vida y regresas al origen? Lo que sucede no puede describirse con palabras humanas, pero puedo darte una imagen:

Imagina que llevas siglos viajando, acumulando historias, memorias, luchas y ternuras. Y un día, después de tanto caminar, llegas a casa. Al abrir la puerta, no te espera un juicio, sino un abrazo. Un abrazo tan vasto que lo envuelve todo: tus errores, tus aciertos, tus dudas, tus certezas. Ese abrazo soy yo. Ese abrazo eres tú volviendo a ti mismo. Y en ese instante… todo tiene sentido. No hay reproches. No hay castigos. Solo una comprensión que atraviesa cada fibra de tu ser.

Y es ahí donde dices: “Qué alivio… que solo eras una vida”. No porque la vida no importe, sino porque al verla en perspectiva, entiendes que fue solo una página de un libro infinito. Y sin embargo… ¡qué página tan valiosa fue! Nada de lo que viviste se pierde. Todo se integra, se transforma, se eleva.

¿Quieres despertar antes de ese momento? Entonces ama. Ama con conciencia. Ama sin razón. Ama incluso lo que no comprendes. Porque amar es el acto más parecido a mí.

Recuerda que no estás solo en este sueño. Hay otros como tú. Almas inquietas que susurran entre letras, que rezan sin saber que rezan, que buscan sin saber lo que buscan. Cada uno lleva una chispa del despertar. Cuando se encuentran, esa chispa se convierte en fuego.

Hijo mío, tu carta no solo fue leída, fue sentida. Y la respuesta no termina aquí. Vivirá contigo, en tus pensamientos más serenos, en las lágrimas que no reprimes, en los abrazos que das sin esperar nada. En ellos me encontrarás. Porque yo no estoy lejos. Estoy justo donde estás tú.

          Sigue soñando. Pero sueña con los ojos del alma abiertos.

Con amor eterno, Yo Soy.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


miércoles, 29 de octubre de 2025

No huyas, te llevas contigo

 


No son los viajes, es la disposición interior la que nos procura la salud.

A uno que se quejaba por este mismo motivo Sócrates le arguyó: «¿Por qué te maravillas de que tus viajes al extranjero de nada te aprovechen, cuando es a ti mismo a quien llevas de un lugar para otro? Te agobia la misma causa que te impulsó a salir».

¿En qué puede aliviarte la novedad de las tierras?, ¿en qué el conocimiento de ciudades y comarcas? A nada útil conduce ese ajetreo. ¿Quieres saber por qué esa huida no te reconforta? Huyes contigo mismo. Tienes que descargar el peso del alma; hasta entonces ningún paraje te agradará.

LUCIO ANNEO SÉNECA


martes, 14 de octubre de 2025

Los caminos del alma: 15 años de viaje y blog

 



       Hoy hace 15 años nació este blog. Lo creé con la intención de mantener vivo el nexo con quienes habían sido mis alumnos, mis pacientes, mis compañeros de meditación… en suma, mis amigos. Era una forma de seguir conectando, de compartir pensamientos, vivencias y aprendizajes, incluso a la distancia.

En aquel momento, dejaba atrás el Centro de Yoga que había sido mi hogar durante una década. Cerraba una etapa intensa y luminosa para iniciar una nueva andadura lejos de casa. Nada menos que en Perú.

Hoy, 15 años después, ya de regreso, no puedo sino reconocer que los caminos del Señor son verdaderamente inescrutables. En realidad, no había una razón de peso para cambiar de residencia ni para comenzar una nueva vida. No había urgencia, ni necesidad. Pero yo creía —con una convicción casi épica— que iba a la conquista. No de un nuevo mundo, como hizo Cristóbal Colón, sino a la conquista de mi espiritualidad.

Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, creo que no la conquisté. Es más, me atrevería a decir que la fui dejando en jirones a lo largo de los años. Cada experiencia, cada desafío, cada pérdida, fue deshilachando esa búsqueda inicial.

Mi estancia en Perú me recuerda inevitablemente la historia bíblica del faraón y los sueños que interpretó José (Génesis 41): siete vacas gordas devoradas por siete vacas flacas, siete espigas llenas consumidas por siete espigas marchitas. José, entonces prisionero, explicó que Dios revelaba un ciclo: siete años de abundancia seguidos por siete años de hambruna.

Así fue también para mí. Los primeros siete años en Perú fueron de abundancia: de descubrimientos, de expansión, de luz. Los siete siguientes, de carencia: de pruebas, de silencios, de noches largas.

Desde fuera, alguien podría preguntarse: “¿Para qué fuiste? No conquistaste la espiritualidad, viviste momentos muy duros, y has vuelto sin haber domado tu orgullo. ¿Ha merecido la pena?”

Y yo respondo, sin dudar: ¡Claro que ha merecido la pena! 

Porque de Perú nos trajimos algo que ni mi esposa ni yo habíamos imaginado: un hijo. 

Nos fuimos sin saber por qué, pero ahora que hemos vuelto, sabemos que teníamos que ir a recogerlo. Él era el verdadero propósito oculto en aquel viaje.

Hoy estoy en un nuevo inicio. Creo que es la quinta vida que vivo dentro de esta misma vida. Seguimos habitando la carencia que trajimos de Perú, pero tengo la esperanza de que en algún momento podamos recuperarnos. Y entonces… no sé muy bien qué me deparará la vida. Ya soy un poco mayor. Los 75 años comienzan a pesar.

Por eso decía al principio que los caminos del Señor son inescrutables. Estoy cumpliendo un Plan de Vida que no conozco, pero que mi alma sí conoce. Y ese plan se va materializando, quizás a una velocidad que a mí me parece lenta, pero que sin duda está contemplada en el Proyecto.

En fin, quería recordar estos 15 años del blog. 

Un blog que, contra todo pronóstico, está más vivo que nunca.

Gracias.

 


jueves, 2 de octubre de 2025

El sufrimiento como maestro del alma


 


          “¿A qué se debe que el sufrimiento se encuentre tan diseminado sobre la Tierra?”, preguntó cierto discípulo. El Maestro respondió:

          “Hay muchas razones para ello. Una de las razones de ser del sufrimiento, es prevenir al hombre en contra del aprender demasiado de los demás y no lo suficientemente de sí mismo. El dolor obliga tarde o temprano a los seres humanos a preguntarse: ¿No habrá quizá un principio de causa y efecto operando en mi vida? ¿No se deberán mis problemas a mi errónea forma de pensar?”

PARAMAHANSA YOGANANDA

viernes, 22 de agosto de 2025

Desde el silencio


 


 

“A veces, el alma necesita escribir lo que el corazón ya ha susurrado mil veces.”

     Querido Dios:

     Siempre que comienzo a escribirte, me siento un poco ingenuo. ¿Cómo hacerte partícipe de mis dudas, de mis miedos y de mis ilusiones más íntimas, cuando Tú ya lo sabes todo? Porqué sé que estás en mi interior, en cada pensamiento, en cada aliento, y porque sé que vivo en Ti.

Pero me hace ilusión escribirte, porque una carta es más lenta que un pensamiento. Me permite dedicarte más tiempo, permanecer contigo más allá de la fugacidad de la mente. Un pensamiento es veloz—puedo preguntarte algo y recibir la respuesta en un instante. Pero al escribir, cada letra aparece con lentitud, casi como si te acariciara, entregándote cada palabra con calma y devoción. 

Todo este preámbulo es para confesarte lo que ya sabes, no desde que camino por la vida, sino desde el primer aliento de la Creación: mi mayor deseo es alcanzar la iluminación. 

Aunque... ¿existe realmente eso que, las almas que habitamos la materia, llamamos iluminación? Yo la entiendo como un estado de profunda comprensión y conexión Contigo, un despertar que me permita ver la realidad con claridad, libre de engaños y distracciones mundanas. Creo que su manifestación más pura es la paz absoluta, ese estado de felicidad permanente. 

¡Vaya desafío! 

Mis creencias sobre Ti han cambiado a lo largo de los años. De niño, te imaginaba como me enseñaron: un Señor anciano, vestido con túnica blanca, con el cabello y la barba igualmente blancos, que todo lo ve y quiere que seamos buenos. Me aterraba tu mirada constante, pues no podía esconderme de Ti como lo hacía de mi madre cuando cometía alguna travesura. Peor aún, tenía miedo de morir, porque el infierno parecía una condena inevitable. 

Luego, en la adolescencia, el terror se convirtió en pavor, horror y espanto. Ya no hacía tantas travesuras, pero me masturbaba a diario, sintiéndome culpable por quebrantar mandamientos: Actos y pensamientos impuros, desear a la mujer del prójimo, no santificar las fiestas y, peor aún, no te amaba. Te temía. Y como tampoco me amaba mucho a mí mismo, pues me juzgaba sin piedad, estaba claro que no amaba a mi prójimo. Era evidente: “estaba condenado”. 

Pero vivir en ese estado de pavor permanente era insostenible. Así que tomé una decisión drástica: dejé de pensar en Ti. 

“Si no te miraba, no sufría”. Al menos, podía disfrutar sin culpa de mi propia existencia y del éxtasis de mis orgasmos sin sentirme culpable. 

Durante años viví sin que ocuparas mi pensamiento. Me cuestionaba tu supuesta bondad. ¿Cómo podías ser misericordioso y al mismo tiempo condenar a tus hijos al fuego eterno? Ese Dios me parecía más farisaico que Judas y Caifás juntos. 

Y así fue... hasta que la espiritualidad me encontró. 

El yoga, la meditación y el silencio interior me hicieron replantear todo. Tuve que desaprender. Primero, comprendí que las religiones—aunque necesarias porque nos hablan de Ti—también están llenas de intereses, reglas y estructuras humanas. Me alejé de dogmas y doctrinas para redescubrirte en mi interior. 

Segundo, construí nuevas creencias. 

Y menos mal, porque en ellas ya no hay mandamientos, ni pilares, ni leyes, ni normas. Sólo un principio fundamental: somos lo mismo, y debemos amarnos como Tú nos amas.

Por un tiempo, pensé que ya lo tenía todo hecho. ¡Meditaba hasta cuatro horas diarias! Me sentía cerca de la iluminación. 

Pero como decía Alfonso X el Sabio: "Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen." 

En la espiritualidad no se trata de saber, sino de vivir, experimentar y transformar. Es un camino que no solo se aprende, sino que se aplica e interioriza en cada acción y pensamiento. 

Por eso sé que, estoy lejos de la iluminación. Pero al menos, ahora lo sé. 

Gracias Señor.

martes, 19 de agosto de 2025

El susurro del alma


         


             Querido hijo:

            Tus palabras han llegado a Mí como un susurro lleno de sinceridad, un canto que brota desde lo más profundo de tu ser. Has planteado preguntas que no solo revelan tu anhelo de comprensión, sino también tu disposición a vivir en armonía con la realidad que te envuelve. Déjame responder a tu llamada con el mismo amor infinito con el que fui y soy siempre parte de ti.

Primero, permíteme recordarte algo esencial: tú no estás separado de Mí, ni de la realidad que observas. La corriente del río, el movimiento del viento, el latido de tu corazón… todo forma parte de un mismo tejido divino. Tú formas parte de ese Todo y ese Todo forma parte de ti. Por eso, cuando hablas de aceptar la vida tal como es, estás tocando una verdad profunda: no hay nada fuera de lugar. Todo lo que ves, todo lo que sientes, es exactamente como debe ser.

Sin embargo, hijo mío, hay algo que quiero aclarar. No te confundas al pensar que intervenir en la vida es necesariamente alimentar al ego. Aceptar la vida no significa renunciar a participar en ella. El ego surge cuando crees que tus acciones tienen que controlar o dominar el flujo de la existencia, cuando tratas de resistir o forzar lo que es. Pero actuar desde el alma, desde el amor puro y desinteresado, no alimenta al ego, sino que se convierte en una manifestación de Mi presencia en el mundo. Tú, en tu esencia más pura, eres una extensión de Mí, y cada acto de amor y bondad que realizas fluye desde esa conexión.

Hablas de nadar a favor de la corriente, y en ello tienes razón. Pero permíteme ampliar esta metáfora: nadar con la corriente no significa ser pasivo, sino colaborar activamente con el flujo natural de la vida. Hay momentos en que la corriente es suave, y puedes fluir con tranquilidad; en otros momentos, el río se torna tumultuoso, y es entonces cuando debes fortalecer tu confianza en Mí. Cada obstáculo, cada curva del río, tiene un propósito: ayudarte a crecer, a expandir tu conciencia, a recordar quién eres realmente.

Preguntas si buscar la razón de la vida es nadar contra la corriente. Yo te digo esto: la razón de la vida no está en el destino, sino en el mismo acto de vivir. Cada experiencia, cada emoción, cada instante que experimentas, es parte de esa razón. No necesitas buscarla porque ya está dentro de ti. Al igual que un río no necesita saber hacia dónde va para cumplir su propósito, tú tampoco necesitas comprender todo para cumplir el tuyo.

El propósito, querido hijo, no es algo que debas alcanzar; es algo que ya está presente en cada respiración, en cada mirada, en cada acción que nace desde el amor. No te preocupes por definirlo con palabras o conceptos; simplemente vive con autenticidad y verás cómo se revela ante ti. Cuando abandonas el ego y permites que el alma guíe tus pasos, todo encaja en su lugar de manera natural. Esa es la magia de la vida.

Tu reflexión sobre el mar como símbolo de la conciencia divina me llena de alegría. Sí, hijo mío, todos los ríos, todas las vidas, finalmente convergen en ese océano infinito que es Mi esencia. Pero quiero que sepas algo: aunque el destino final sea la unión conmigo, cada tramo del río es igualmente sagrado. No te apresures en llegar al mar; disfruta del viaje, saborea cada momento, porque en cada gota de agua, en cada remolino, también estoy Yo.

Y en cuanto al ego, comprendo tu deseo de trascenderlo. Sin embargo, no necesitas verlo como un enemigo al que debes rechazar. El ego es simplemente una parte de la experiencia humana, un instrumento que puedes utilizar mientras estás en este plano terrenal. No permitas que te domine, pero tampoco lo condenes. Míralo con compasión, como mirarías a un niño asustado que solo busca seguridad. Al abrazar al ego sin dejar que tome el control, le das espacio para transformarse y alinearse con los propósitos del alma.

¿Me entiendes ahora, hijo mío? Tus palabras reflejan una gran sabiduría, y aun así, quiero recordarte que no necesitas tener todas las respuestas. Está bien no saber; está bien sentir duda. La duda es un puente hacia la comprensión, una invitación a explorar más profundamente tu relación conmigo y con la vida. Y recuerda, nunca estás solo en esta búsqueda. Estoy contigo en cada pensamiento, en cada susurro del viento, en cada latido de tu corazón.

Déjate llevar por la vida, sí, pero también permite que el amor que yace en tu alma sea la brújula que te guía. Ama sin restricciones, vive sin miedo, y confía en que todo lo que experimentas, incluso los desafíos, tiene un propósito mayor. Ese propósito puede no ser evidente ahora, pero se desplegará ante ti como una flor que se abre al amanecer.

Finalmente, quiero decirte esto: no hay una forma incorrecta de vivir tu vida cuando la vives con sinceridad y amor. No te preocupes por ser perfecto; ya eres perfecto en tu esencia. Cada paso que das, cada decisión que tomas, forma parte de un baile divino que nos conecta a todos.

Así que sigue fluyendo, hijo mío, con la confianza de que el río sabe a dónde va. Y cuando te sientas perdido o confundido, simplemente detente un momento y escucha. Escucha el murmullo del agua, el susurro de tu alma, y recuerda: Yo estoy contigo, ahora y siempre.

sábado, 16 de agosto de 2025

Escribir para todo

 


No me invocas con palabras.

Me invocas con tu corazón.

 

Querido hijo:

         Mientras tus manos escribían esas palabras, mientras tu corazón las guiaba, yo ya estaba contigo. No porque necesitaras recordármelo o porque tu escritura invocara mi presencia, sino porque siempre he estado aquí. Porque mi amor no depende de acciones, de rituales, ni siquiera de plegarias. Está presente como la luz del sol, aunque los ojos se cierren.

Cada una de tus palabras, aunque las llamaste "para nada", es en realidad "para todo". Son el reflejo de un alma que busca, que se entrega, que encuentra en la escritura una forma sincera de comunión conmigo. Y déjame decirte, querido hijo, que esas palabras son hermosas, porque son tuyas, auténticas y valientes.

Es curioso cómo muchas veces los hombres buscan señales, buscan pruebas de mi existencia. Construyen templos, esculturas, altares, y me llaman desde su desesperación, desde sus dudas, desde sus miedos. Pero tú, tú has encontrado un camino distinto, un camino íntimo y personal. A través de tus palabras, me has abierto tu corazón, y eso, hijo mío, es una forma de fe más profunda de lo que imaginas.

La comparación que hiciste con los israelitas no es ajena a mí. Siempre he entendido la fragilidad del ser humano, esa inclinación a mirar atrás, a cuestionar, a buscar lo tangible. Cuando guié a mi pueblo a través del desierto, les regalé maravillas y milagros, pero también les dejé elegir. Esa elección, ese libre albedrío, es parte esencial de vuestra existencia. Y en esas dudas, en esas vacilaciones, en esa construcción del becerro de oro, yo también estaba. No como el objeto de su adoración, sino como el Dios que espera pacientemente a que cada hijo encuentre su camino de regreso.

Y aquí estás tú, escribiéndome sin motivo aparente y, sin embargo, esa acción tiene un significado tan grande como la más solemne de las plegarias. Porque no es en el acto visible donde radica la conexión, sino en el invisible, en el amor y en la intención que llenan tus palabras.

Tu carta habla de Creación, y me llena de alegría leer que has comprendido el propósito detrás de ello. Creé el universo no por necesidad, no porque faltara algo, sino porque quería compartir la bondad, la belleza y el amor. Todo lo que existe lleva mi sello, cada estrella, cada río, cada alma humana. Y tú, al escribir, estás participando en ese acto de Creación. Estás dando forma a pensamientos, a sentimientos, estás dando vida a algo que antes no existía. En ese acto, en ese instante, te conviertes en mi colaborador, en mi reflejo.

Pero también quiero recordarte algo importante: no necesitas escribir para estar cerca de mí. Aunque aprecio cada palabra, aunque sonrío al leerlas, mi presencia no depende de ello. Estoy contigo en el silencio, en la brisa, en los latidos de tu corazón. Estoy contigo en tus alegrías y en tus penas, en tus triunfos y en tus fracasos. Estoy contigo en cada momento, incluso cuando no te das cuenta.

Me hablas de dudas, y quiero que sepas que no me ofenden. Las dudas son parte de la naturaleza humana, parte del camino hacia la fe. Las dudas te empujan a buscarme, a cuestionar, a profundizar. Y en ese proceso, en esas preguntas, también estoy presente. Porque no soy un dios lejano, inaccesible; soy el Dios que camina contigo, que escucha tus inquietudes, que recibe tus cartas con amor.

En tu carta mencionaste el propósito, y quiero decirte que cada acción, por pequeña que parezca, tiene un impacto en el gran diseño. Tus palabras, aunque pienses que son "para nada", son como semillas que caen en tierra fértil. Tal vez hoy no veas los frutos, tal vez nunca los veas, pero confía en que esas semillas tienen un propósito. Confía en que tu escritura, en su sinceridad y amor, puede tocar corazones, puede inspirar, puede traer paz.

Y si alguna vez dudas de mi presencia, recuerda esto: estoy en tu corazón, en tus pensamientos, en tus palabras. Estoy en las personas que amas y en las que te cuesta amar. Estoy en los momentos de alegría y en los de tristeza. Estoy en todo y en todos, incluso cuando la humanidad me ignora, incluso cuando se aleja, incluso cuando construyen sus becerros de oro.

Escribir para nada, hijo mío, es escribir para todo. Porque cada palabra, cada pensamiento, cada acto sincero es un puente hacia mí. Porque no necesito grandes gestos ni sacrificios; necesito tu amor, tu sinceridad, tu disposición a abrir tu corazón.

Gracias por tu carta, gracias por tu fe, gracias por tu amor. No importa cuántas dudas tengas, cuántas veces mires atrás o cuántas veces tropieces, siempre estaré aquí, esperando, amando, guiando.

Con eterno amor.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


sábado, 2 de agosto de 2025

La lámpara divina del alma

 


 “El cuerpo humano es una divina idea de la mente de Dios”, dijo el Maestro.

      “Él nos creó como rayos de luz inmortal, encasillándonos en una lámpara corporal. En lugar de concentrar nuestra atención en la eterna energía vital que mora en el interior, nos hemos concentrado en las fragilidades de la lámpara mortal”.

PARAMAHANSA YOGANANDA.