“Dudar con fe es avanzar hacia la verdad”
Querido Dios:
No te escribo esta vez para pedir
soluciones, ni siquiera certezas. Solo necesito formularlo. Dejar la pregunta
en el aire, como quien enciende una vela en medio de la oscuridad, no para
iluminar el camino completo, sino para ver un paso más adelante. Porque eso es
lo que necesito ahora: saber si este paso, este momento, esta decisión… si todo
esto tiene sentido dentro de ese mapa que sólo Tú conoces.
A veces siento que sí. Que estoy justo
donde debería estar, cumpliendo el propósito que acordamos antes de que mi alma
descendiera al mundo. Esos días son raros, luminosos, como si todo encajara.
Pero son breves. Se escapan. Y en su ausencia se instala otra cosa: la duda.
Esa compañera constante, silenciosa, a veces pesada, otras casi invisible, pero
siempre presente. Hoy escribo desde ahí.
Me encuentro rodeado de cosas que he
construido con tiempo, esfuerzo y esperanza. Personas, lugares, costumbres. Y,
sin embargo, hay días en los que todo parece ajeno. Como si caminara dentro de
una historia que no reconozco. Me pregunto si me he desviado, si me he quedado
quieto cuando tenía que moverme, o si estoy corriendo hacia donde ya no hay
camino.
Sé que todo tiene un propósito, incluso
esta incertidumbre. Pero… ¿y si estoy lejos del mío? ¿Y si tomé caminos que me
alejaron? ¿Y si me engañé creyendo que escuchaba tu voz, cuando en realidad
sólo seguía mis propios miedos?
No te culpo. Jamás. Esta carta no nace
desde el reproche, sino desde el deseo de afinar mi oído, mi intuición, mi
alma. Quiero aprender a escuchar de verdad. Porque siento que, si pudiera
hacerlo con total claridad, sabría sin duda dónde estar. Pero entre el ruido
del mundo, las responsabilidades, las urgencias, los miedos… a veces tu voz se
disuelve, y yo me pierdo.
Me miro en el espejo y me pregunto si
estoy siendo yo, o solo la versión de mí que otros esperan. Me veo en los
lugares donde vivo, donde me relaciono… y me cuestiono si realmente estoy
sembrando algo, o solo cumpliendo rutinas. ¿Es este el terreno fértil para lo
que debo crecer? ¿O estoy plantando semillas en tierra que no me corresponde?
Me asusta confesarlo, pero hay días en
los que fantaseo con una vida distinta. No por capricho, ni por rechazo a la
que tengo. Sino porque imagino que, tal vez, hay una versión de mí que está
esperando que la encuentre. Una versión que respira con plenitud, que se siente
en casa en cada paso que da. ¿Esa versión existe? ¿Está lejos, o ya la habito y
no me doy cuenta?
También me pregunto por las personas
que me rodean. ¿Son parte de mi misión, de mi propósito? ¿O me he aferrado a
vínculos que ya cumplieron su ciclo? ¿Y si soltar también forma parte de estar
en el lugar correcto? Porque a veces estar en el sitio que corresponde exige
dejar atrás cosas que amamos, y eso duele. Duele mucho. ¿Y cómo distinguir
entonces entre lo que debe permanecer y lo que debe partir?
Quisiera saber si estoy al nivel
espiritual que debía alcanzar en este punto de mi vida. ¿He aprendido lo que
vine a aprender? ¿Me estoy esquivando a mí mismo por miedo al crecimiento que
duele? O quizá estoy más cerca de la verdad de lo que creo, pero no lo veo
porque me exijo una perfección que nunca prometiste.
Y ahí surge otra pregunta: ¿el lugar
correcto es siempre físico? ¿Es geográfico? ¿Emocional? ¿Espiritual? ¿Es una
persona, un estado mental, una etapa? Porque si es así, tal vez he estado
buscando en mapas equivocados, intentando hallar coordenadas concretas en un
viaje que es interno.
¿Estoy en el lugar correcto cuando me
equivoco, si ese error me lleva al aprendizaje que necesito? ¿O hay errores que
nos desvían, que nos alejan? ¿Cómo saber la diferencia?
A veces, en medio de la noche, siento
que hay algo dentro de mí que quiere gritar, que quiere salir, que quiere
cambiarlo todo. Pero luego amanece, y vuelvo a la rutina, como si ese fuego se
apagara lentamente con el paso de las horas. ¿Es ese fuego tu señal? ¿O es sólo
inquietud pasajera?
Y si estoy en el lugar correcto… ¿por
qué me siento tan perdido?
No quiero
dramatizar. No escribo esto desde el abandono, sino desde el deseo genuino de
entender. Porque mi amor por Ti sigue intacto, aunque a veces tambalee mi amor
por mí mismo. No pretendo que me respondas enseguida. Ni siquiera que me des
una señal. Solo quiero que sepas que estoy aquí, escribiéndote, abriéndome una
vez más como tantas veces lo hice. Y que dentro de mí hay una voz que susurra:
“Confía”. Aunque me cuesta. Aunque me falte el aire algunos días. Aunque no vea
el mapa completo.
¿Estoy en el lugar correcto?
Aunque sé la respuesta, permíteme la
pregunta. Porque formularla ya es un acto de fe. Es reconocer que estoy vivo,
despierto, dispuesto a escuchar lo que venga. Es confiar en que incluso la duda
tiene una función. Es mirarte, aunque sea con los ojos entrecerrados, esperando
que en algún momento el horizonte se abra.
Gracias por leerme. Gracias por
permitirme esta pregunta, una vez más.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo













