Querido hijo mío:
Te agradezco
profundamente por abrir tu corazón hacia mí. En tus palabras encuentro la luz
de tu alma y el reflejo de tu preocupación por el mundo que te rodea. Eres
parte de mi creación, una chispa de mi amor eterno, y tus inquietudes son
también las mías.
Es cierto que la
humanidad atraviesa momentos difíciles, y muchas veces parece perderse en el
caos de sus propias elecciones. Sin embargo, quiero que recuerdes algo
importante: el amor, la bondad y la compasión no han desaparecido. Permanecen
en cada corazón, esperando ser despertados y cultivados. La evolución
espiritual y moral que buscas no está detenida; más bien, se encuentra oculta,
aguardando a que la llamen a manifestarse con acciones y decisiones que
reflejen el verdadero propósito de la existencia humana.
Despertarla es un
trabajo colectivo, de cada uno hacia el otro. Tus palabras tienen poder. Al
compartir tus pensamientos y practicar los valores que deseas ver en el mundo,
inspiras a otros a hacer lo mismo.
Los valores que
mencionas son el puente entre lo divino y lo humano. Son guías que os he dado
para vivir con integridad, respeto y amor. Pero los valores no son sólo
palabras; necesitan ser vividos y aplicados en cada pensamiento, en cada
acción, y en cada relación. Al practicar los valores que deseas ver en el
mundo, inspiras a otros a hacer lo mismo, y juntos se convierten en una fuerza
transformadora.
Sabes bien que el
cambio no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso lento, que requiere
paciencia, perseverancia y fe. No estás solo en esta búsqueda. Estoy contigo en
cada paso, en cada lucha, y en cada victoria. También estoy en aquellos que
comparten tu visión y en quienes, aunque aún no lo sepan, están destinados a
ser parte del movimiento hacia una humanidad más compasiva y unida.
Quiero que recuerdes
que cada día es una oportunidad para sembrar esperanza. Incluso los actos más
pequeños pueden tener un impacto profundo cuando se hacen con amor y
sinceridad. Abraza a tus semejantes, escucha sus historias, comparte sus
alegrías y alivian sus penas. Al hacerlo, estás llevando mi luz a ellos y
multiplicando la bondad en el mundo.
Mi querido hijo, ten
fe en ti mismo y en los demás. Aunque el camino sea difícil, y aunque la
oscuridad parezca prevalecer en ciertos momentos, la luz siempre encuentra una
manera de brillar. Tú eres un portador de esa luz, y tus palabras y acciones
tienen el poder de guiar a otros hacia la verdad, la paz y el amor.
Recuerda que todo gran
cambio empieza con actos pequeños, con amor y paciencia. No estás solo en esta
búsqueda; camina conmigo y con aquellos que comparten tu visión. Juntos, el
mundo puede resplandecer con la luz que llevan dentro.
Nunca olvides que cada
día es una nueva oportunidad para ser mejor y para sembrar esperanza.
Sigue adelante con
valentía, sabiendo que nunca estarás solo, porque mi presencia siempre estará
contigo.
Con amor eterno.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo