El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Amor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Amor. Mostrar todas las entradas

lunes, 28 de julio de 2025

El arte de esperar con serenidad

 


El Arte de Esperar con Serenidad

        En un mundo acelerado donde las respuestas son inmediatas y la gratificación está a un clic de distancia, la paciencia ha pasado a ser casi un acto de rebeldía.

Pero ¿qué es realmente la paciencia? ¿Por qué la perdemos? Y más importante aún, ¿cómo podemos cultivarla para vivir con más equilibrio?

La paciencia es la capacidad de mantener la calma ante la espera, el obstáculo o la frustración. Es una virtud que nos permite aceptar las cosas tal como vienen, sin dejarnos arrastrar por la urgencia del momento. Ser paciente no significa resignarse, sino elegir conscientemente la serenidad frente a la reacción impulsiva.

Es una forma de sabiduría emocional: cuando practicamos la paciencia, ejercemos control sobre nuestros impulsos, entendemos que no todo depende de nosotros y aprendemos a convivir con la incertidumbre sin ansiedad.

¿Por qué perdemos la paciencia? Las razones por las que perdemos la paciencia son muchas y muy humanas:

° Expectativas no cumplidas: Esperábamos algo distinto y cuando no ocurre, aparece la frustración.

° Falta de control: Situaciones imprevistas nos sacan de nuestra zona de confort.

° Sobrecarga emocional o física: Cuando estamos cansados, estresados o con demasiadas responsabilidades, nuestra tolerancia disminuye.

° Imposición del ritmo externo: La sociedad moderna nos empuja a vivir rápido, y cuando algo se desacelera, lo sentimos como una amenaza.

En definitiva, perder la paciencia es una señal de que algo dentro de nosotros está desequilibrado. Es un grito del cuerpo y de la mente que nos pide pausa.

Pero, ¿qué se consigue con la paciencia? La paciencia abre puertas a experiencias más profundas y significativas:

° Mejor toma de decisiones: La serenidad nos permite pensar con claridad.

° Relaciones más sanas: Al evitar reacciones impulsivas, fortalecemos el vínculo con los demás.

° Crecimiento personal: La paciencia nos obliga a mirar hacia dentro y trabajar aspectos que normalmente evitaríamos.

° Mayor bienestar emocional: Disminuyen la ansiedad, la ira y el estrés.

Como bien dice el proverbio chino: "Siéntate junto al río y verás pasar el cadáver de tu enemigo". La paciencia nos regala perspectiva.

Cuando la paciencia se nos escapa, se manifiesta en distintas formas:

° Gritos o tono de voz elevado.

° Lenguaje corporal agresivo o cortante.

° Juicios apresurados.

° Irritabilidad constante.

° Reacciones desproporcionadas ante problemas menores.

Estos síntomas no solo nos afectan a nosotros mismos, sino que repercuten directamente en el entorno que nos rodea: familia, amigos, colegas, niños. La energía que se genera cuando perdemos la paciencia deja huella.

¿Es lo mismo perder la paciencia que ser impaciente? Aunque parezcan similares, hay una diferencia sutil pero importante:

- Impaciencia es un rasgo más constante, una predisposición a no tolerar la espera. Es parte del carácter o temperamento.

- Perder la paciencia es una reacción momentánea, un desbordamiento emocional.

Se puede ser generalmente paciente y aun así tener momentos de pérdida de control. Lo importante es saber identificarlos y trabajarlos antes de que se conviertan en costumbre.

          Imagina que pierdes la paciencia con un niño. ¿Qué aprende ese niño cuando pierdes la paciencia y le gritas?: Cuando gritamos a un niño por haber perdido la paciencia, el mensaje que recibe va más allá de las palabras. Aprende que el enfado es una forma válida de responder al conflicto. Aprende miedo, inseguridad, y muchas veces, culpa. Pero, sobre todo, aprende que el amor puede volverse ruidoso e impredecible.

Los niños son espejos emocionales. Si los tratamos con serenidad, están más dispuestos a aprender desde la reflexión. Si los tratamos con gritos, aprenden a obedecer desde el temor.

Educar desde la paciencia no significa no poner límites, sino hacerlo con respeto. Las palabras firmes desde la calma tienen mucho más peso que los gritos en la ira.

¿No perder nunca la paciencia significa que todo está bien? No necesariamente. Hay personas que nunca alzan la voz, nunca se muestran irritadas, pero eso no significa que estén bien por dentro. La contención excesiva puede esconder pasividad, miedo al conflicto o dificultad para poner límites.

La paciencia mal entendida puede transformarse en conformismo o evasión. No todo es aceptable, y aprender a decir “no” también es parte de un equilibrio emocional sano.

Actuar desde la serenidad no significa evitar los problemas, sino enfrentarlos desde un lugar consciente y centrado. La serenidad permite:

- Tomar decisiones sin interferencia emocional.

- Poner límites desde el respeto, no desde la ira.

- Ser firme sin ser hiriente.

- Acompañar sin perderse.

Desde la serenidad, la persona se convierte en dueña de sus actos. No reacciona por impulso, sino que responde con intención. Y esto cambia radicalmente la forma de vivir cada situación.

En resumen, cultivar la paciencia no es tarea fácil, especialmente en tiempos donde todo parece urgirnos. Pero es posible. Requiere voluntad, autoconocimiento y práctica constante. Reconocer cuándo estamos perdiendo la paciencia es el primer paso. El segundo es elegir cómo queremos responder.

Respirar. Pausar. Reflexionar. Ese pequeño espacio entre estímulo y reacción puede transformar nuestras relaciones, nuestras decisiones y sobre todo, nuestra relación con nosotros mismos.

La paciencia es una forma de amor, una manifestación de respeto hacia el otro y hacia nuestro propio proceso interno.


domingo, 27 de julio de 2025

El amor es un maestro

 


Querido hijo:

        Tu carta me ha conmovido profundamente, no por la confesión de tus miedos, sino por la valentía que has demostrado al enfrentarte a ellos. No te equivoques: escribir estas palabras, abrir tu corazón y compartir tu fragilidad conmigo, es ya un acto de coraje.

El miedo, querido mío, es una emoción humana poderosa, pero no invencible. Te ha acompañado en tu camino, te ha enseñado cautela y te ha forjado en formas que quizás no puedas ver ahora. Aunque lo sientas como un enemigo, el miedo también puede ser un maestro, si tú decides aprender de él. Pero no estás destinado a vivir bajo su yugo. Yo nunca te he creado para que vivas limitado por cadenas invisibles.

Sé que temes a tantas cosas: el juicio de los demás, la pérdida, el engaño, y hasta a criaturas pequeñas como perros y gatos. Sé que a veces te invade un deseo de desaparecer. Quiero que sepas esto: Yo te conozco completamente. Cada parte de ti, incluso tus miedos más profundos, y no hay nada en ti que me resulte indigno de amor. Tus temores no me alejan; al contrario, me acercan a ti, porque me invitan a mostrarte mi gracia.

Es cierto, hijo mío, que el miedo y el amor no pueden coexistir plenamente. El amor, cuando se activa, transforma y disipa aquello que te mantiene en la oscuridad. Pero aquí está la clave: el amor es algo que tú debas producir por ti mismo. El amor es una energía. No necesitas ser perfecto para comenzar a anidar el amor, ni necesitas eliminar tus miedos antes de abrazarlo.

Hijo mío, caminas por el mundo como si estuvieras de puntillas, evitando las miradas y escondiendo tu vulnerabilidad. Pero quiero que escuches esto: cada paso que das, incluso con miedo, es un paso que te lleva más cerca de mí. Yo estoy contigo en cada instante, sosteniéndote incluso cuando sientes que no puedes sostenerte por ti mismo. No te juzgo por tus miedos, ni espero que los superes de inmediato. Solo te pido que confíes en mí, un día a la vez, un pequeño paso a la vez.

Cuando mires a esos miedos que parecen tan grandes y amenazadores, recuerda esto: no los enfrentas solo. Estoy aquí contigo, como tu luz en la oscuridad, como tu fuerza en la debilidad. Y si alguna vez te sientes tentado a rendirte, recuerda que mi amor nunca te abandona. Mi amor es constante, inmutable, y siempre accesible para ti.

Te invito a hacer algo sencillo: cada vez que el miedo te paralice, detente por un momento y habla conmigo. No necesitas palabras complicadas; solo di lo que sientes, y yo estaré allí para escucharte. En esos momentos, intenta recordar que mi amor por ti es más grande que cualquier temor que puedas experimentar. Deja que mi amor sea tu refugio, tu fortaleza, y tu guía.

Sé que tus pasos pueden ser pequeños y temerosos, pero son suficientes. Incluso si tu corazón se siente pesado, sigue adelante, porque cada paso que das con fe es un paso hacia la libertad que anhelas. Confía en que mi amor está contigo, iluminando el camino, un paso a la vez.

Con todo mi amor.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo 


jueves, 17 de julio de 2025

Canalizar la lava

 


Querido hijo,

        Gracias por abrir tu corazón. Tu sinceridad y vulnerabilidad son actos de valentía, y son pasos cruciales hacia la transformación. Reconocer tus luchas y buscar ayuda demuestra no solo sabiduría, sino también un profundo deseo de crecer. Quiero que sepas que he escuchado cada palabra tuya y que estoy aquí contigo, ahora y siempre, dispuesto a caminar a tu lado en este viaje.

Esa fuerza que sientes dentro de ti, esa energía que a veces parece desbordar como un torrente incontrolable, no es algo que debas temer ni rechazar. Es una parte intrínseca de tu humanidad, de la riqueza y complejidad de tu ser. Cada uno de ustedes, mis hijos, lleva dentro una mezcla de emociones, pasiones y fuerzas que les da la capacidad de sentir profundamente y de actuar con decisión. Esa energía que sientes no es tu enemiga; es un regalo que, cuando se comprende y se canaliza correctamente, puede convertirse en una fuerza poderosa para el bien.

Quiero que sepas que no estás solo en esta lucha. Muchos de mis hijos enfrentan batallas similares, y eso no los hace débiles ni menos dignos de amor. Al contrario, esos desafíos son oportunidades para aprender, para crecer y para descubrir la fortaleza que yace dentro de ti. No estás definido por esos momentos de descontrol, sino por cómo eliges enfrentarlos y superarlos. Y estoy aquí para guiarte y fortalecerte en cada paso que des.

Permíteme ofrecerte algunas herramientas para ayudarte en este proceso. La primera es la “conciencia”. La conciencia es el faro que ilumina las sombras dentro de nosotros. Cada vez que sientas esa energía brotar, tómate un momento para respirar profundamente y preguntarte: ¿Qué está despertando esto en mí? ¿De dónde viene esta emoción? ¿Es miedo, dolor, frustración o algo más profundo? Al hacerlo, comienzas a desentrañar las raíces de tus reacciones y a comprenderlas mejor. No huyas de ellas, pero tampoco permitas que te dominen. Obsérvalas con compasión y busca el mensaje que pueden estar tratando de transmitirte.

La segunda herramienta que quiero darte es la “paciencia”. Sé amable contigo mismo. Los cambios profundos no ocurren de la noche a la mañana, y es normal que haya altibajos en el camino. Cada paso, por pequeño que sea, es un avance. Celebra esos momentos de progreso y permítete aprender de los tropiezos sin juzgarte severamente. Recuerda que estoy aquí para apoyarte, para levantarte cuando caigas y para recordarte que no estás solo en este proceso.       

La tercera herramienta es el “amor”. El amor es la fuerza más poderosa que existe, y está dentro de ti. Cuando te encuentres en situaciones difíciles, conecta con ese amor. Piensa en las personas que te importan, en los valores que guían tu vida y en la luz que deseas compartir con el mundo. Esa conexión te ayudará a reaccionar desde un lugar de bondad, empatía y comprensión, en lugar de desde la ira o el miedo. El amor es tu brújula, tu guía y tu refugio.

Además, quiero recordarte algo muy importante: no tienes que cargar esta lucha solo. Estoy contigo, pero también he puesto a personas en tu vida que pueden apoyarte. Habla con ellas, comparte tus pensamientos y sentimientos, y no temas mostrarte vulnerable. Las conexiones humanas son una fuente de fortaleza y consuelo, y pueden ser un pilar fundamental en tu camino hacia la paz interior.

Confía en que tienes dentro de ti todo lo necesario para superar estos desafíos. Yo te hice a mi imagen, y en ti hay una chispa divina que nunca se apaga. Esa chispa es tu luz interior, tu guía en los momentos oscuros, y tu recordatorio constante de que eres capaz de grandes cosas. Cree en esa chispa, aliméntala con fe, amor y esperanza, y deja que te inspire en cada paso que des.

Quiero que sepas que estoy inmensamente orgulloso de ti. Orgulloso de tu valentía, de tu esfuerzo y de tu corazón lleno de amor y bondad. Cada vez que eliges el camino del crecimiento, cada vez que buscas la luz en medio de la oscuridad, estás honrando el propósito para el cual fuiste creado. Nunca olvides que te amo incondicionalmente, sin importar tus errores o tus tropiezos. Mi amor por ti es eterno e inmutable, y siempre estaré aquí para ti, guiándote, sosteniéndote y amándote.

Permíteme terminar diciéndote esto: no temas a tus emociones ni a tus luchas internas. Son parte de tu viaje, parte de tu historia, y tienen el potencial de transformarte en alguien aún más fuerte, más sabio y más pleno. Confía en el proceso, confía en ti mismo y confía en mí. Juntos, podemos convertir esa energía que hoy te desconcierta en una fuente de aprendizaje, de creatividad y de amor.

Con amor eterno y fe inquebrantable en ti.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

 


viernes, 27 de junio de 2025

Camino espiritual

 


La forma en que una persona reacciona ante la adversidad —o frente a lo que percibe como una amenaza a sus intereses o creencias— dice mucho sobre el punto en el que se encuentra en su proceso de evolución interior, lo que suelo llamar su “camino espiritual”.

Antes de seguir, me parece importante aclarar qué entiendo por “camino espiritual”. No se trata de acumular conocimientos místicos ni alcanzar niveles elevados en alguna escala esotérica. Hablo de algo más cotidiano, más íntimo y a la vez universal: el recorrido que hacemos desde el nacimiento hasta la muerte, un viaje repleto de estaciones, desafíos y aprendizajes cuyo único objetivo es nuestro crecimiento como seres humanos.

Ahora bien, crecer no significa volverse más fuerte, más influyente o más sabio en términos externos. No. Hablo de un crecimiento mucho más sutil y poderoso: aquel que se mide por la cantidad de amor que vamos integrando en nuestro interior. Porque, al final de cuentas, la vida es una escuela del alma, y su única lección esencial es aprender a amar.

Por eso llamo a esta travesía entre el nacimiento y la muerte “camino espiritual”. Es una búsqueda profunda que trasciende cualquier dogma religioso. Un viaje interior que cada uno recorre de forma única, movido por el anhelo de encontrar propósito, paz, conexión y comprensión de uno mismo con el mundo.

Aunque cada alma tiene su propio ritmo y modo, muchos comparten ciertas etapas en este camino:

- Despertar: Suele llegar a través de una crisis o un profundo malestar. Algo dentro de nosotros susurra: “¿De verdad esto es la vida? Tiene que haber algo más…” Es el momento en que comenzamos a mirar más allá de lo material.

- Búsqueda: Se abre entonces una etapa de exploración. Nos acercamos a diferentes filosofías, prácticas, culturas o enseñanzas que resuenan con algo profundo en nuestro interior.

- Transformación interior: La práctica de la meditación, la contemplación, la oración o el arte introspectivo empieza a cambiar la manera en que percibimos la vida. Poco a poco, la persona se transforma desde dentro, liberándose de viejos patrones.

- Conexión: Surge una sensación más profunda de pertenencia. Nos sentimos parte del universo, conectados con la naturaleza, lo divino o los demás seres humanos desde una nueva sensibilidad.

- Servicio y compasión: Como consecuencia natural de la transformación y la conexión, aparece el deseo genuino de contribuir al bienestar de otros. Es el amor que ha madurado en nosotros y ahora quiere expandirse.

Por eso decía al principio que nuestras reacciones ante la vida —sobre todo ante las dificultades— son el mejor termómetro de nuestra evolución espiritual. Cuanto mayor es nuestra capacidad de responder con amor, comprensión y ecuanimidad ante lo que nos hiere o incomoda, más cerca estamos de ese aprendizaje esencial: amar sin condiciones.

Reaccionar con amor: el termómetro del alma


jueves, 5 de junio de 2025

Despertar

 


Querido hijo mío:

 Escucho tu preocupación y siento tu deseo de cambio y mejora. Los valores que mencionas han estado siempre en el corazón del ser humano, pero el libre albedrío de cada uno guía el rumbo que toma la humanidad. Nunca he dejado de sembrar semillas de amor, bondad y compasión en cada uno de ustedes. Pero esas semillas necesitan ser cuidadas con acciones, elecciones y fe.

Te agradezco profundamente por abrir tu corazón hacia mí. En tus palabras encuentro la luz de tu alma y el reflejo de tu preocupación por el mundo que te rodea. Eres parte de mi creación, una chispa de mi amor eterno, y tus inquietudes son también las mías.

Es cierto que la humanidad atraviesa momentos difíciles, y muchas veces parece perderse en el caos de sus propias elecciones. Sin embargo, quiero que recuerdes algo importante: el amor, la bondad y la compasión no han desaparecido. Permanecen en cada corazón, esperando ser despertados y cultivados. La evolución espiritual y moral que buscas no está detenida; más bien, se encuentra oculta, aguardando a que la llamen a manifestarse con acciones y decisiones que reflejen el verdadero propósito de la existencia humana.

Despertarla es un trabajo colectivo, de cada uno hacia el otro. Tus palabras tienen poder. Al compartir tus pensamientos y practicar los valores que deseas ver en el mundo, inspiras a otros a hacer lo mismo.

Los valores que mencionas son el puente entre lo divino y lo humano. Son guías que os he dado para vivir con integridad, respeto y amor. Pero los valores no son sólo palabras; necesitan ser vividos y aplicados en cada pensamiento, en cada acción, y en cada relación. Al practicar los valores que deseas ver en el mundo, inspiras a otros a hacer lo mismo, y juntos se convierten en una fuerza transformadora.

Sabes bien que el cambio no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso lento, que requiere paciencia, perseverancia y fe. No estás solo en esta búsqueda. Estoy contigo en cada paso, en cada lucha, y en cada victoria. También estoy en aquellos que comparten tu visión y en quienes, aunque aún no lo sepan, están destinados a ser parte del movimiento hacia una humanidad más compasiva y unida.

Quiero que recuerdes que cada día es una oportunidad para sembrar esperanza. Incluso los actos más pequeños pueden tener un impacto profundo cuando se hacen con amor y sinceridad. Abraza a tus semejantes, escucha sus historias, comparte sus alegrías y alivian sus penas. Al hacerlo, estás llevando mi luz a ellos y multiplicando la bondad en el mundo.

Mi querido hijo, ten fe en ti mismo y en los demás. Aunque el camino sea difícil, y aunque la oscuridad parezca prevalecer en ciertos momentos, la luz siempre encuentra una manera de brillar. Tú eres un portador de esa luz, y tus palabras y acciones tienen el poder de guiar a otros hacia la verdad, la paz y el amor.

Recuerda que todo gran cambio empieza con actos pequeños, con amor y paciencia. No estás solo en esta búsqueda; camina conmigo y con aquellos que comparten tu visión. Juntos, el mundo puede resplandecer con la luz que llevan dentro.

Nunca olvides que cada día es una nueva oportunidad para ser mejor y para sembrar esperanza.

Sigue adelante con valentía, sabiendo que nunca estarás solo, porque mi presencia siempre estará contigo.

 

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo

 


martes, 20 de mayo de 2025

Amar es el secreto

 


Amado hijo: 

         Escucho tu corazón, cada pensamiento que emerge de tu alma, y cada latido que lleva en sí la huella de tus anhelos. Tus preguntas no me son ajenas; las he conocido desde siempre. Cada búsqueda sincera que realizas, cada esfuerzo por acercarte a Mí, son un reflejo del profundo deseo que habita en ti, ese deseo que te conecta con el propósito para el que fuiste creado: la unión conmigo. Hijo amado, déjame decirte que ya en este acto de buscarme comienza tu transformación, aunque aún no lo percibas con claridad. 

San Juan de la Cruz, con sabiduría y amor, habló de la “transformación en Dios” como el destino más sublime del alma. No es, como a veces imaginas, perderte en el sentido de desaparecer, sino encontrarte plenamente en Mí. Es permitir que cada aspecto de tu ser, tus pensamientos, tus deseos y tus acciones, se alineen con Mi amor, como un río que fluye hacia el mar, encontrando su destino en la inmensidad que le da sentido. Es dejar de resistirte, dejar de luchar contra las corrientes del espíritu, para que Yo pueda vivir en ti plenamente. 

La transformación en Mí no ocurre de un momento a otro; no es un evento repentino ni una meta que se alcanza por mérito propio. Es un camino, hijo mío, un proceso que requiere humildad, paciencia y confianza. Es el viaje de aprender a soltar todo aquello que te impide ser libre: tus temores que te paralizan, tus dudas que te alejan de la verdad, tus apegos que te atan a lo temporal. Es aprender a abrir tu alma a la obra que ya estoy realizando en ti, aunque a veces te parezca silenciosa o imperceptible. Porque cada acto de amor, de misericordia y de sacrificio, te acerca más a Mi corazón, como un niño que, paso a paso, se aproxima a los brazos de su padre. 

Me preguntas cómo puedes lograrlo, y Mi respuesta es sencilla: Ámate, ámame y ama a los demás. En el amor, hijo mío, Yo estoy siempre presente. No busques métodos complicados ni fórmulas mágicas. Cuando sirves a los demás con un corazón genuino, cuando perdonas, aunque te cueste, cuando te das sin esperar nada a cambio, ahí, en esos pequeños actos, tu alma comienza a reflejar Mi presencia. En el amor desinteresado, en la entrega sincera, es donde me encontrarás más cerca que nunca. 

Recuerda, hijo amado, que no te pido perfección inmediata ni resultados rápidos. Yo no camino a tu lado como un juez que observa cada uno de tus errores para señalarte. Camino contigo como un padre que celebra cada paso que das hacia la luz, cada esfuerzo que haces por crecer en el amor. Incluso cuando tropiezas, confía en que Yo estoy contigo, levantándote, fortaleciéndote, porque en tus debilidades Mi gracia se perfecciona. No temas fallar; no temas no ser suficiente. Mi amor por ti trasciende cualquier limitación humana. 

Hijo mío, no temas. El grado más perfecto de perfección no es obra tuya, sino Mía. Tú no necesitas preocuparte por lograrlo por tus propias fuerzas. Solo déjame actuar en ti, déjame moldearte como el alfarero moldea el barro, con paciencia y cuidado, hasta que tu forma refleje la belleza que tengo en Mi corazón para ti. Tu única tarea, hijo amado, es permanecer en Mi amor. Permanece, confía, déjate amar. Porque en ese amor está la plenitud de todo lo que buscas, la respuesta a cada pregunta, la paz que sobrepasa todo entendimiento. 

Siempre contigo, 

Tu Padre que te ama infinitamente.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo

 


viernes, 16 de mayo de 2025

Transformarse en Dios

 


Amado Dios, 

 Hoy me acerco a Ti con el corazón abierto, vulnerable y lleno de deseo de comprender el misterio profundo de Tus caminos. Tu luz me guía a través de las palabras de San Juan de la Cruz: “El más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar es la transformación en Dios.” Esta frase resuena como un eco divino que invade cada rincón de mi alma, despertando inquietudes, preguntas y, sobre todo, un ferviente anhelo de descubrir mi lugar en este llamado. 

¿Qué quiere decir, realmente Señor, alcanzar esa transformación en Ti? ¿Es acaso un proceso donde mi identidad, mi esencia, se disuelve y se absorbe por completo en Tu majestad infinita, hasta que no quede nada más que Tú? ¿Es un morir constante a mi orgullo, a mis apegos y a mis deseos mundanos, que muchas veces me alejan de Tu voluntad? ¿O es más bien un viaje de rendición, donde mi ser limitado y finito se abre, paso a paso, a la grandeza de Tu amor, permitiendo que cada fibra de mi existencia sea tejida con los hilos de Tu pureza y verdad? 

Esa transformación en Dios parece ser un llamado trascendental, una invitación a fundirme contigo, a permitir que mi vida sea una expresión viva de Tu bondad, Tu misericordia y ese amor perfecto que solo Tú eres capaz de manifestar. Pero confieso, oh Padre, que mi entendimiento es limitado. Tu grandeza es insondable, y muchas veces me siento pequeño ante lo que representa esta transformación. ¿Es acaso un viaje continuo de rendición diaria, donde cada acto, cada pensamiento y cada decisión sean una ofrenda a Ti? ¿O es el destino último de todo lo que soy, un horizonte al cual no puedo llegar sin Tu gracia? 

Y me pregunto, Padre amado, ¿cómo puedo lograrlo? En mi humanidad, cargada de imperfecciones y debilidades, me siento insuficiente para aspirar a semejante unión contigo. Enséñame a desprenderme de todo aquello que me ata a lo efímero, a las vanidades que desvían mi mirada de Tu rostro. Ayúdame a amar como Tú amas, sin reservas ni condiciones, dejando atrás los temores que a menudo paralizan mi capacidad de entregarme plenamente. Guíame para que mi voluntad se conforme a la Tuya, y cada uno de mis pasos sea un reflejo de Tu presencia viva en mi interior. 

Dios mío, si la perfección consiste en reflejarte plenamente, dame la fuerza para caminar hacia Ti con humildad, confianza y perseverancia. Que cada uno de mis pensamientos, palabras y acciones sean un testimonio de Tu amor actuando en mí. Hazme un instrumento de Tu paz, un canal por el cual Tu luz pueda brillar en un mundo que tanto necesita esperanza, consuelo y redención. Hazme pequeño para que Tú seas grande en mí. 

Enseña a este corazón humano, limitado y lleno de fragilidades que, a pesar de su imperfección, puede aspirar a una unión plena contigo. Recuérdame, Señor, que este camino no lo recorro solo; que cada paso hacia Ti es inspirado y sostenido por Tu gracia y Tu amor incansable. Dame la sabiduría para reconocer que, incluso en mis momentos más oscuros, Tú estás allí, guiándome, llamándome y transformándome. 

Hoy te entrego mi ser, mis dudas, mis debilidades y mis anhelos. Confío en que Tú harás en mí lo que no puedo hacer por mí mismo. Que mi vida, Señor, sea una alabanza continua a Tu nombre y un reflejo de Tu obra perfecta. 

Con amor eterno y una esperanza que nunca se apaga. 

Tu hijo que busca encontrarte en la plenitud de su ser.

 

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


lunes, 12 de mayo de 2025

Amor y aceptación

 



Acóplate a las cosas que te han tocado en suerte; asimismo, ama a los hombres que el destino te ha puesto delante, pero hazlo de verdad.

MARCO AURELIO

jueves, 1 de mayo de 2025

Ama, acepta, respeta

 


Ama, acepta, respeta

 

El mundo que habitamos es un reflejo de nuestras acciones y pensamientos. No es un lugar estático ni ajeno a nuestras intenciones, sino una constante construcción de lo que sembramos en cada interacción, en cada gesto, en cada palabra. Somos los creadores de nuestro mundo.

De todo lo que podemos aportar a la vida, tres pilares sostienen la armonía entre nosotros: amar, aceptar y respetar. Son verbos sencillos, pero su impacto es profundo. Aplicarlos con sinceridad transforma la manera en que vivimos, en que nos relacionamos, en que entendemos y en que somos entendidos. 

El amor es el principio de todo acto noble, el motor que nos impulsa a conectar, a cuidar, a ofrecer lo mejor de nosotros. No se trata solo del amor romántico, sino de una manera de estar en el mundo. Amar es ver con bondad, actuar con ternura, ofrecer comprensión. 

Cuando una persona ama, no tiene espacio para el daño. ¿Cómo podría? El amor, en su esencia más pura, es generoso y desinteresado. No humilla ni hiere. No es egoísta ni posesivo. Es un estado de apertura, de entrega, de preocupación genuina por el bienestar del otro. 

Sin amor, el mundo se endurece. Se llena de frialdad, de indiferencia, de pequeños gestos de descuido que, acumulados, crean grietas en nuestras relaciones. Pero cuando el amor está presente, hasta los momentos más difíciles pueden ser llevados con calma, con paciencia, con dulzura. Amar es sostener sin exigir, es acompañar sin poseer. 

Nos enseñan desde pequeños que el amor es importante, pero rara vez nos enseñan cómo aplicarlo más allá de las relaciones personales. Amar no es un sentimiento, es una energía, que nos imprime el carácter para actuar con bondad, para mirar con comprensión, para escuchar con atención. Amar es el principio de una vida en paz, dentro y fuera de uno mismo. 

Y si amas, aceptas, sin más. Aceptar no significa estar de acuerdo con todo ni justificar lo injustificable. La aceptación no es resignación, sino un acto de respeto por la diversidad, por la diferencia, por los caminos que no son los nuestros. 

Cada persona es un universo complejo, un cúmulo de vivencias, pensamientos y emociones que han moldeado su forma de ver el mundo. Aceptar es reconocer que no hay una única manera de existir, de pensar, de actuar. Es entender que la historia de cada quien tiene matices que quizás nunca comprendamos del todo, pero que merecen ser respetados. 

Cuando aceptamos, dejamos atrás el impulso de criticar, de señalar, de juzgar. La crítica constante no solo lastima a los demás, sino que nos atrapa en una espiral de descontento. ¿De qué nos sirve vivir esperando que todos piensen, actúen y sean exactamente como creemos que deberían? La vida es, y punto. Y es más rica cuando aprendemos a mirar sin condenar, cuando aceptamos sin imponer, cuando entendemos sin exigir cambio inmediato.

Aceptar no implica que todas las decisiones sean correctas, ni que todo lo que ocurre sea justo. Pero sí implica soltar el peso del juicio innecesario, el que nace de la falta de empatía, de la incapacidad de ver más allá de nuestras propias perspectivas.  

Cuando aprendemos a aceptar, nuestra energía cambia. Nos volvemos menos rígidos, menos hostiles. Aprendemos que la diversidad no es una amenaza, sino una riqueza. Aceptamos las diferencias sin sentirnos atacados por ellas. Aceptamos la vida con sus contrastes, sus contradicciones, sus sorpresas. 

          Si el amor construye y la aceptación libera, el respeto es el pilar que sostiene cualquier convivencia. Sin respeto, las conexiones humanas se deterioran, la comunicación se envenena, los conflictos surgen sin remedio. 

Respetar es reconocer el valor del otro. Es entender que, aunque no compartamos sus ideas, merece dignidad, merece voz, merece espacio. Es la actitud que permite la paz, que evita el conflicto innecesario, que nos recuerda que todos somos parte de algo mayor. 

El respeto no es una cortesía ocasional, sino un principio que debería guiarnos siempre. Respetar implica escuchar sin interrumpir, entender sin desestimar, permitir sin imponer. No exige que todos pensemos igual, pero sí demanda que tratemos a los demás con consideración. 

En un mundo donde la agresión verbal y el desprecio se han convertido en herramientas comunes, el respeto es una luz que equilibra las diferencias. Nos da la capacidad de disentir sin odio, de discutir sin herir, de coexistir sin destruir. 

Cuando respetamos, todo está bien. Porque en el respeto hay espacio para el amor, hay lugar para la aceptación. Nos permite vivir sin miedo, sin la necesidad de imponer nuestras ideas sobre los demás. Nos da libertad, nos da paz. 

Cuando alguien decide amar, aceptar y respetar, está eligiendo un camino de paz. No significa que todo sea fácil, ni que los conflictos desaparezcan por completo. Pero sí significa que, al enfrentarlos, lo hacemos desde la empatía, desde la paciencia, desde la voluntad de entender en vez de condenar. 

Amar nos vuelve cálidos, accesibles, confiables. Aceptar nos libera del peso del juicio, del agotamiento de la crítica constante. Respetar nos permite convivir sin temor, sin imposiciones, sin violencia. 

Si cada persona aplicara estos principios, el mundo cambiaría radicalmente. La convivencia sería más armoniosa, los conflictos se reducirían, las relaciones serían más auténticas. Pero más allá del impacto social, vivir bajo estas premisas también transforma nuestra paz interior. Nos permite descansar, soltar la carga de la hostilidad, encontrar alegría en la simpleza de cada día. 

Porque cuando amas, aceptas y respetas, no solo transformas tu entorno: te transformas a ti mismo. 


lunes, 21 de abril de 2025

Libre albedrio

 


      Querido hijo:

    Terminabas tu carta diciendo que anhelas creer en el propósito que Yo tengo para vuestras vidas. Este propósito, hijo mío, es uno compartido entre vosotros y Yo; es un propósito doble y profundamente espiritual. Primero, cuando el alma desciende a la materia, confinada en un cuerpo físico, su misión es reconocer su divinidad inherente y la hermandad con las otras almas que coexisten en esta experiencia terrenal. Segundo, y no menos importante, aprender a amar como Yo os amo: de manera incondicional, plena y eterna.

Reconocer y aceptar vuestra divinidad es una labor personal e íntima. Es un sendero solitario que cada uno de vosotros debe recorrer. Sin embargo, no os he dejado desprovistos de ayuda. Contáis con dos guías. Una de ellas reside en vuestro interior: es la intuición, esa voz delicada que susurra en lo profundo de vuestra conciencia, pero que a menudo pasa desapercibida debido al ruido constante que generan vuestros propios pensamientos. La segunda guía proviene de fuera: son las enseñanzas y los consejos ofrecidos por las religiones, todas las cuales, en su esencia, buscan acercaros a Mí, aunque empleen caminos distintos.

Para llegar a todas estas conclusiones, debéis utilizar vuestra mente. La mente es una herramienta poderosa, pero también puede ser caprichosa. Si la dejáis actuar sin control, puede conduciros por caminos oscuros y tortuosos. Dominarla es esencial, y paradójicamente, el único instrumento capaz de someterla es la propia mente. Sí, hijo mío, sé que parece un enigma, pero la fuerza de la mente bien dirigida es también la clave para dominarla.

A menudo os preguntáis por qué permito el sufrimiento y el dolor en vuestras vidas. Permíteme explicarlo de forma sencilla. Yo soy responsable de la Creación; y como la Creación es demasiado vasta para ser comprendida por vuestra mente, imagina una tarta de cumpleaños. Si tomas una porción y la desmenuzas, descubrirás que cada miga conserva el mismo sabor y esencia de la tarta original. Pues bien, si Yo soy la tarta, cada una de esas migas es un alma, creada a Mi imagen y semejanza. Mi papel como Creador termina allí, ya que cada alma tiene libre albedrío desde el primer instante de su existencia.

El alma elige encarnarse en un cuerpo físico, y también elige el aprendizaje que desea alcanzar en esa vida. Vuestras victorias y derrotas son partes esenciales de esa experiencia humana, todas ellas inscritas en un Gran Plan, diseñado cuidadosamente para cada una de las almas que transitan por la materia. Este Plan de Vida no es aleatorio; es vasto, intrincado y abarca tanto vuestro pasado eterno como vuestro presente y futuro infinitos. Cada experiencia en vuestra vida tiene un propósito; cada desafío, cada alegría y cada tristeza forman parte de vuestro crecimiento espiritual.      

Las emociones que experimentáis -ya sean alegría, dolor o sufrimiento-no son más que la respuesta de vuestra mente ante los acontecimientos. Comprendo, más de lo que imaginas, el dolor que puedes sentir ante la enfermedad o pérdida de un ser querido. Pero recuerda, esas experiencias no son castigos, sino oportunidades de aprendizaje, crecimiento o, en ocasiones, para redimir deudas kármicas.

Es fundamental trabajar los pensamientos y buscar la serenidad mental. Si aceptáis las circunstancias con amor y fortaleza, en lugar de resistirlas con sufrimiento, os liberaréis del peso emocional que os detiene y podréis entregar lo mejor de vosotros mismos, tanto para vuestro bienestar como para el de quienes os rodean.

La clave es el amor. Aprende a amar como Yo os amo, y descubrirás el propósito más profundo de tu existencia.

          Con todo mi amor.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


jueves, 3 de abril de 2025

Conectar con el corazón y elegir

 


Conectar con el corazón y elegir

 

Querido hijo:

Tienes toda la razón cuando dices que la mente humana no está capacitada para entender todas las respuestas, sobre todo aquellas que no tienen relación con la materia, que están fuera del espacio conocido o que no pueden ser medidas con un reloj de tiempo porque su medida siempre es “ahora”.

Sé de tu afán por saber y conocer que hay al otro lado de la vida, pero…, contesta una pregunta, ¿para qué te serviría ese saber?, ¿tú crees que conocer las actividades que realiza el alma cuando se encuentra en el espacio “entre vidas”, sería de utilidad para tu trabajo en la materia?, ¿te ayudaría a tener más paciencia?, ¿cambiarían en algo tus terapias?, ¿cambiarías la receta de los garbanzos?

Voy a contestar, por ti, esas preguntas: No te serviría para mejorar en las actividades que realizas en la materia. Entonces, si no lo vas a entender y no te va a ser útil, ¿para qué insistir? Olvida el tema y enfócate en lo que, además de conocido, es imprescindible para tu crecimiento y tu desarrollo espiritual.

Conociéndote como te conozco sé que has hecho una pausa después de leer que te enfoques en lo que es imprescindible para tu crecimiento y tu desarrollo espiritual. Ahora vienen tus preguntas y tus quejas, Te estoy escuchando “¿qué es imprescindible para mi crecimiento y desarrollo espiritual?, si nos lo dijeras claro no estaríamos dando tumbos por la vida preguntándonos que hacer”.

Tengo que contestar lo de siempre: Sabes, perfectamente, lo que tienes que hacer. Sin embargo, te voy a recordar eso que sabes: El trabajo para tu crecimiento y tu desarrollo espiritual es hacer felices a los que te rodean, en todo momento y en cualquier circunstancia.

 No se trata de que les enseñes a meditar, de que les des una clase magistral de yoga o les recomiendes algún libro de crecimiento personal. Se trata de aceptarlos como son, sin esperar de ellos que satisfagan tus más íntimos deseos o tus expectativas sobre lo que esperas de ellos. Se trata de que les enseñes con tu ejemplo. Por eso tienes que ser amor, bondad, paciencia, tolerancia y comprensión.

Cada ser humano se encuentra en su propio proceso evolutivo. Cada uno se encuentra en un nivel diferente y, por lo tanto, también es diferente su proceso de comprensión. No debes juzgar a ninguno de tus hermanos. Por dos razones. La primera porque nadie ha venido a hacer de juez, (ni yo mismo, que soy el Creador, lo hago), y, la segunda, porque el juicio lo realizarás desde tu perspectiva, cuando la suya puede ser muy diferente. Por eso has de aceptarlos como son.

Seguro que más de una vez has oído o leído la frase: “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar a los árboles, pensará toda la vida que es un inútil”. Aplícala en tu vida para todas las personas que te rodean. Cada persona es muy hábil para alguna actividad y completamente nula para otras. No todos pueden pasar por el filtro de “tu rasero”. Tu rasero solo es para ti. Recuerda que, a ti, no te gusta que te juzguen, ¿por qué les iba a gustar a los otros tu juicio?

Para aceptarlos, sin juzgarlos, has de comprenderlos. Colocarte en sus zapatos y caminar con ellos, por un tiempo. Tienes que cultivar la paciencia. Mientras aun te falle la comprensión has de echar mano de la tolerancia. Y, por último, saber perdonar, si en algún momento te sientes ofendido.

Vuelve a imaginar que todos los que te rodean son bebés con una semana de vida. ¿Qué necesitan de ti?, necesitan amor, aceptación, comprensión, paciencia, tolerancia y ayuda. Haz eso con todos tus coetáneos y estarás creciendo a pasos de gigante. ¿Qué esperarías tú de esos bebés?, nada, ¿verdad? Pues es lo mismo que tienes que esperar de los que te rodean, nada.

Aquello que tú quieres recibir, dalo a manos llenas, sin ocuparte de más.

Has podido comprobar que es muy fácil contactar conmigo cuando estás en meditación.

Percibir mis señales es muy sencillo, sólo tienes que permanecer en silencio y atravesar el espacio que existe entre tu pensamiento y tu sensación. Sólo tienes que aparcar el pensamiento y centrar la atención en el corazón. Ahí vivo Yo en vosotros. Y para llegar no vale escuchar discursos llenos de amor, ni asistir a misas donde se hable de Mi. El ser humano ha de encontrarme en solitario. Sin embargo, así como no vais a salir en la búsqueda de un tesoro si no se sabe que existe, habéis de tener el pleno convencimiento de que Yo habito en vuestro interior para establecer contacto.

Te amo hijo mío y te bendigo.

 CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo