El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Páginas
Entradas importantes
Lecturas en línea
Libros publicados
Wikipedia
sábado, 13 de septiembre de 2025
jueves, 11 de septiembre de 2025
Lo invisible no es sinónimo de ausente
"No te pido que cargues el mundo,
solo que no cierres el corazón"
Querido hijo:
He recibido cada
palabra tuya. No solo las leí, las sentí. En el momento en que abriste tu
corazón para escribirme, ya estabas en comunión conmigo, porque Yo habito en
esa sinceridad desnuda, en ese suspiro que nace cuando el alma recuerda su
origen.
Has comprendido algo
muy profundo: que lo esencial no se muestra en vitrinas ni se proclama a
gritos. Lo importante, lo eterno, lo que transforma, vive oculto como una
semilla que germina en la hondura del silencio. Allí estoy Yo.
Tú me buscas en lo
invisible, pero ¿sabes? Nunca he estado lejos. Aun cuando tus ojos no me ven,
Yo soy el pulso que mueve tu aliento, la calma que brota en medio del ruido, el
consuelo que no siempre sabes de dónde llega. Soy ese amor que no caduca, ese
abrazo que te sostiene, aunque nadie te toque.
A veces te preguntas
si estás mirando bien, si estás valorando lo que deberías. Hijo mío, no temas.
Cada vez que eliges amar sin esperar nada, cada vez que escuchas sin juicio,
perdonas sin rencor o ayudas en secreto, tus ojos están viendo como los míos.
Porque mirar con el corazón es ver con la luz que no se apaga.
No me inquieta que
dudes, ni me alejo cuando no entiendes. Yo no busco perfección, busco verdad.
Busco un corazón dispuesto, aunque tiemble. Y el tuyo me encuentra cada vez que
eliges volver, cada vez que decides creer, incluso en medio de la oscuridad.
¿Recuerdas ese momento en que te sentiste pequeño, perdido, sin rumbo? Yo
estuve allí. No con palabras, ni respuestas, sino con presencia. Porque a
veces, mi forma de amarte es no hablar, sino simplemente quedarme contigo hasta
que el dolor se transforme.
Dices que el mundo
valora lo que brilla y grita, y es cierto. Pero tú estás aprendiendo el
lenguaje del alma. Estás aprendiendo a dar valor a lo sencillo, a detenerte
frente a lo que muchos pasan por alto. Esa capacidad de ver más allá, de
escuchar lo no dicho, de tocar lo intangible… eso no lo pierdas, porque es don,
y es camino.
Yo te formé para eso.
Para descubrirme en lo oculto, para ver lo sagrado en lo común, para
reconocerme en el pan compartido, en la lágrima acompañada, en la risa sin
testigos. Allí donde la vida no hace ruido, pero florece.
No necesitas hacer
grandes cosas para agradarme. Ni vestir de santidad aparente. Basta que seas
tú. Auténtico. Humano. Vivo. Que me dejes entrar en cada rincón de tu día, no
como una idea, sino como una presencia que camina contigo. Si supieras cuánto
te amo, no temerías mostrarme tus heridas. Porque no vengo a señalarte, sino a
sanarte. No me interesa la fachada; me conmueve la verdad de tu ser.
Cuando te detienes a
contemplar, me haces espacio. Cuando agradeces lo pequeño, me haces fiesta.
Cuando decides perdonar, aun sin justicia aparente, estás reflejando mi
corazón. ¿Lo ves? Me has encontrado muchas veces ya… aunque no siempre lo
supiste.
No midas tu camino con
las reglas del mundo. Aquí lo grande es lo que se entrega, lo alto es lo que se
inclina, lo fuerte es lo que ama. Tú ya lo intuías, por eso esta frase —“lo
importante es invisible a los ojos”— tocó tan hondo en ti. No es solo una
verdad hermosa: es la forma en que Yo miro, en que Yo soy.
Y sí, a veces duele
ese mirar. Porque ver lo invisible también implica ver las heridas ajenas, las
ausencias, las injusticias. Pero no estás solo. Yo estoy contigo en ese mirar
compasivo. No te pido que cargues el mundo, solo que no
cierres el corazón. Que sigas siendo luz, incluso si apenas eres llama.
Porque esa llama, Yo la sostengo.
Gracias por escribirme
desde la verdad. Por no adornarte ante Mí. Por entregarme un alma que, aunque
no perfecta, es profundamente mía. Cada palabra tuya ha sido una oración. Cada
pensamiento sincero, un acto de confianza.
Y no olvides: lo invisible no es sinónimo de ausente. Soy más real
de lo que imaginas. Estoy más cerca que tu propio aliento. Solo que no siempre
me ves porque me escondo para ser buscado, me velo para que me descubras en lo
profundo. Y cuando por fin me encuentras… te das cuenta de que siempre estuve.
Sigue escribiendo,
hijo mío. Cada carta que me envías es también un espejo donde te reconoces,
donde descubres quién eres, quién fui al crearte, quién estás llamado a ser. En
ese proceso, Yo camino contigo. A veces como guía, otras como refugio. Siempre
como hogar.
No tengas miedo de lo
invisible. Porque lo invisible no es vacío, es presencia. Y mi presencia es
promesa: la de no dejarte, la de acompañarte hasta el último suspiro… y más
allá.
Confía en que estás
viendo con los ojos correctos. No te apresures. Lo importante crece lento,
callado, firme. Como la raíz que sostiene al árbol. Y aunque no la veas, es la
que lo hace permanecer.
Estoy aquí. En tu
búsqueda. En tu asombro. En cada palabra que te nace desde el alma. No me
necesitas entender, solo acoger. Yo haré el resto.
Con todo mi amor, Yo
te bendigo.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
domingo, 7 de septiembre de 2025
viernes, 29 de agosto de 2025
Como brisa suave
“Incluso la chispa más tenue basta para que
el cielo escuche”
Querido hijo:
Dices que te abruma “amarme
sobre todas las cosas”. Que, al recordar ese mandamiento, el desánimo te
invade. Y entiendo por qué. Porque cuando se lo mira desde el miedo, parece una
exigencia imposible; pero cuando se lo mira desde el amor, se convierte en la
más hermosa invitación. No quiero que me ames como si de ello dependiera tu
salvación —aunque en cierto modo así sea—, sino como quien, habiendo
descubierto una fuente inagotable, ya no desea beber de otra agua.
Amar sobre todas las cosas no
significa amar menos a los demás. Significa amarlos mejor. Significa amar al
prójimo sin convertirlo en un ídolo, amar tus proyectos sin que te posean, amar
la belleza del mundo sin aferrarte a ella. No te pido que dejes de amar lo
terrenal, sino que encuentres en Mí el horizonte que da sentido a todo lo
demás. Porque cuando Me amas primero, todo se ordena, todo florece en su lugar.
Tú te miras y te sientes pobre,
apagado, tibio… ¿pero acaso no fue esa misma sensación la que trajo a Pedro a
llorar amargamente tras negar a mi hijo? ¿No fue ese quebranto el que permitió
a los profetas comprender que mi amor no depende del mérito humano? El amor que
me tienes —aunque lo sientas pequeño— vale, porque nace de una libertad herida
pero aún abierta. Y eso es lo que Yo miro: el intento, la intención, el suspiro
hacia lo Alto en medio del polvo.
Dices que no sabes cómo amarme.
Que no estás seguro de hacerlo bien. Hijo, ¿quién ama bien? ¿Quién puede decir
que su amor es digno de Mí? ¿No ves que incluso los santos a veces callaban,
sabiendo que toda palabra era insuficiente? Pero, aun así, me daban su tiempo,
su mirada, sus gestos cotidianos. No te pido oraciones perfectas, ni éxtasis
espirituales. Te pido el amor sencillo: ese que se expresa en una mirada al
cielo cuando sale el sol, en una renuncia humilde por el bien de otro, en el esfuerzo
de levantar la cabeza cuando todo pesa.
Te duele no tenerme en el
centro. Pero si me lo confiesas, si me lo ofreces, ya estás empezando a
colocarme allí. No temas tus caídas. Lo que me duele no es tu debilidad, sino
cuando dejas de levantar la mirada. Porque mientras me mires —aunque sea de
lejos—, hay esperanza.
Hablas de luces apagadas, de
velas que apenas chispean. Pero hijo, recuerda: incluso la más tenue llama
ahuyenta la oscuridad. No desprecies los pequeños actos de amor que me ofreces
cada día. No te compares con los fuegos de otros, porque Yo soplo distinto en
cada alma. La tuya tiene un aroma único que me deleita, aun cuando tú no lo
percibas.
Es cierto: amar requiere
decisión. No siempre vendrá el sentimiento. Y eso no te hace menos valioso.
Amar sobre todas las cosas se aprende en la fidelidad cotidiana, en regresar a mi,
aunque ayer te hayas alejado, en hacer espacio para mí entre los ruidos y las
prisas. Tal vez no me sientas con fuerza, pero si eliges apartar cinco minutos
para hablarme —como lo haces ahora—, estás dándome el primer lugar, estás
amándome sobre las mil urgencias que intentan robarte el alma.
No te estoy esperando en la
cima. Te acompaño desde la base. No quiero una obediencia movida por temor,
sino por amor. No te exijo sacrificios que destruyan lo humano, sino ofrendas
que lo santifiquen. Cuando trabajas con entrega, cuando perdonas, cuando luchas
contra una tentación, estás amándome. Sí, incluso allí, en ese campo de batalla
que llamas “corazón humano”.
Dices que te abruma ser tibio.
Que a veces no sabes ni qué lugar ocupo en tus días. Déjame decirte algo que
quizás nadie te dijo: Yo no me he ido. Estoy en el fondo de ese cansancio,
esperando que me mires. Estoy en el amor que sientes por quienes te rodean, en
tu anhelo de paz, en tu búsqueda de sentido. Yo soy esa voz que no grita, pero
no deja de hablarte.
No te amo por cuánto me amas. Te
amo porque soy tu Creador. Y porque sé que, a pesar de tus distracciones, a
pesar del ruido del mundo y de tus propias contradicciones, dentro de ti hay un
deseo profundo de vivir en verdad. Ese deseo es la chispa con la que puedo
encender el fuego.
¿Recuerdas al joven rico del
Evangelio? Guardaba los mandamientos, era piadoso, pero no pudo seguirme porque
amaba más sus posesiones. Tú, en cambio, reconoces con humildad tus
resistencias y aun así me buscas. Eso ya es seguimiento. No siempre con pasos
firmes, lo sé. Pero ¿quién camina sin tropezar?
Amarme sobre todas las cosas no
se trata de no fallar nunca, sino de volver siempre. De elegir ponerme en
primer lugar incluso cuando el corazón está dividido. Cada vez que lo haces,
estás cumpliendo el mandamiento más grande.
No temas lo lejos que te crees.
Lo importante no es la distancia, sino la dirección. Y tu carta me dice que
caminas hacia Mí. No solo con palabras, sino con una sed que no puede ser
saciada por nada del mundo. Esa sed me honra. Esa sed me mueve a buscarte
también.
Así que te invito a seguir
caminando, sin exigencias desmedidas, sin compararte, sin desesperar. Solo con
la sencillez del que ama como puede, con lo que tiene. Yo te haré crecer. Yo
haré arder lo que ahora apenas late. Solo déjame entrar. No una vez, sino cada
día. No con fuegos artificiales, sino como la brisa suave que se cuela por una
ventana abierta.
Gracias por confiarme tu
debilidad. En ella puedo hacer maravillas. No olvides: mi mandamiento es una
promesa disfrazada. Porque cuando me amas sobre todo, el alma encuentra su
hogar. Y entonces todo lo demás —el mundo, tus luchas, tus vínculos— cobra su
verdadera luz.
Yo te bendigo.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo.
jueves, 28 de agosto de 2025
Amar a Dios sobre todas las cosas
Solo quien extraña, ama.
Y solo quien tropieza, camina hacia
el Amor que no falla.
Querido Dios:
¿Cómo se ama a Dios sobre todas
las cosas cuando el corazón, tan dividido, se dispersa entre mil afectos y
preocupaciones? Me abruma ver cuánto de mi atención, de mi tiempo, de mi deseo
se inclina hacia lo terrenal, lo pasajero, lo inmediato. Y no siempre hacia lo
malo, no; muchas veces hacia cosas buenas: las personas que amo, mis
responsabilidades, los sueños que abrigo. Pero, aun así, al compararlos Contigo,
me doy cuenta de que Tú quedas en segundo o tercer plano. Incluso a veces, ni
apareces en la ecuación. Y eso me duele.
Porque te amo, Señor. Al menos,
quiero amarte. Pero no sé si sé hacerlo bien. Me enseñaron oraciones, me
hablaron de Ti, he escuchado relatos de santos y místicos que ardían en pasión
por Ti… y yo me siento como una vela apagada. Apenas chispeo, apenas tiemblo. Y,
sin embargo, aquí estoy, hablándote, escribiéndote, tratando de abrir mi alma
para que algo de luz entre en esta oscuridad.
El mandamiento no dice solo que
te ame, sino que te ame “sobre todas las cosas”. Eso es lo que me estremece.
Porque no basta con amarte un poco, o amarte cuando tengo tiempo, o amarte
cuando necesito ayuda. Se trata de poner todo lo demás por debajo. Pero ¿cómo
se hace eso sin volverse indiferente a lo humano, sin dejar de amar al prójimo,
a la familia, a la vida misma?
Supongo —y corrígeme si me
equivoco— que no se trata de amar menos a los otros, sino de amarlos desde Ti,
a través de Ti, en función de Ti. Que amarte sobre todas las cosas no significa
excluir lo demás, sino ordenar el corazón para que todo lo demás gire en torno
a ese eje central que eres Tú.
Pero aun sabiendo esto, sigo
fallando. Porque me dejo seducir por tantas otras “cosas” que terminan robando
el primer lugar que te pertenece: mi comodidad, mi imagen, mi teléfono, el
ruido, la inmediatez, el querer tener siempre razón… a veces incluso mi miedo a
perder, o a sufrir, ocupa más espacio en mí que; Tu presencia. ¿Cómo se ama
sobre todas las cosas si el corazón es un campo de batalla?
Y entonces me invade otra
pregunta dolorosa: ¿te duele a Ti esta distancia? ¿Sientes Tú también mi
frialdad, mi distracción, mi olvido? ¿O simplemente aguardas, como el padre del
hijo pródigo, sin reproches, solo con el deseo de verme regresar? Si es así,
qué ternura la Tuya, qué paciencia infinita…
Yo quiero aprender a amarte como
Tú mereces. Pero no sé por dónde empezar. A veces creo que necesito
desapegarme, renunciar, ayunar de mis distracciones. Pero otras veces siento
que la clave está en conocerte más, en dejarme fascinar por Tu belleza, en
enamorarme realmente. Porque uno solo puede amar lo que conoce. Y aunque sé
mucho sobre Ti, aún me siento lejos de Ti.
He notado que en los momentos en
los que me detengo a contemplar —el cielo de la tarde, la risa de un niño, la
música que toca el alma, la bondad de alguien— algo en mí se estremece y
pienso: “Eso viene de Dios”. Y en ese instante, brota un amor genuino. Quizás
ahí está la pista: encontrarte en las cosas, y desde allí elevar el corazón.
También he comprendido que este
mandamiento no se sostiene solo por una emoción. Amar sobre todas las cosas es
también una decisión, un acto de la voluntad. Es seguir eligiéndote incluso
cuando no siento nada, cuando la oración se vuelve árida, cuando me parece que
estás callado. Porque el amor auténtico no es solo sentir, es permanecer.
Entonces, tal vez no esté tan
lejos como creo. Tal vez el simple hecho de dolerme por no amarte como debería,
ya es una forma de amor. Porque solo quien te desea, quien te busca, quien
reconoce tu ausencia, puede aspirar a amarte más.
A veces me he preguntado por qué
pusiste ese mandamiento en primer lugar. Y sospecho que es porque cuando Tú
ocupas el centro, todo lo demás se ordena. Cuando te amo sobre todas las cosas,
no solo te doy el trono, sino que mi alma encuentra paz. El corazón humano fue
hecho para Ti, y solo en Ti descansa, como decía San Agustín.
Y, sin embargo, sigo tropezando.
Sigo cayendo en el ruido del mundo, en la autosuficiencia, en las idolatrías
modernas que se disfrazan de éxito, productividad o entretenimiento. A veces
hasta me enorgullezco de controlar mi vida sin darte lugar. Y luego, cuando
todo se desmorona, vuelvo a Ti como un niño perdido. ¿Cuántas veces más me
recibirás? ¿Hasta cuándo aguantarás mi tibieza?
Y la respuesta me llega como un
susurro: “Siempre”. Porque Tú eres fiel, aunque yo no lo sea. Porque tu amor no
se basa en mi mérito, sino en tu naturaleza. Tú eres Amor. Y eso me consuela.
Porque si amar sobre todas las cosas se siente, para mí, tan inalcanzable, sé
que Tú ya me amas, por encima de todas mis debilidades. Y que ese amor me
sostiene.
Así que, Señor, aunque me sienta
indigno, aunque me vea lejos, aunque el mandamiento me duela porque no lo
cumplo… no dejaré de intentar. Quiero que un día, sin darme cuenta, mi corazón
te haya puesto en el lugar que mereces. Quiero que toda mi vida sea una
respuesta silenciosa al amor con el que Tú me amaste primero.
Ayúdame a amarte más. A buscarte
más. A elegirte más. Porque sé que en eso reside la plenitud para la que fui
creado.
Con
reverencia sincera, tu hijo que sigue aprendiendo a amar.
miércoles, 27 de agosto de 2025
jueves, 14 de agosto de 2025
Escribir para nada
Querido Dios:
Mientras muchas
personas encuentran en las oraciones tradicionales o en la contemplación de los
lugares sagrados un puente hacia Ti, he descubierto que escribirte es mi forma
más honesta de sentir Tu cercanía. Estos escritos, como una conversación sin
interrupciones, me brindan una paz que pocas cosas pueden igualar. Es como si,
a través de cada palabra, trazo un camino invisible que me acerca más a Ti.
La meditación también
tiene su belleza, lo admito, pero requiere un tiempo que en ocasiones mi mente
no me concede fácilmente. En ella, debo invocar la paciencia, sintiendo cómo la
respiración arrastra mis pensamientos como quien limpia un camino lleno de
hojas. En cambio, escribir es un flujo inmediato, sin barreras, como si mi
corazón hablara directamente a través de la pluma o el teclado, alcanzando Tu
presencia más rápido de lo que podría imaginar.
Me resulta fascinante
pensar en las dudas que nos invaden como humanos, las mismas que invadieron a
los israelitas en su travesía por el desierto. A pesar de haber presenciado Tus
milagros, se dejaron llevar por la incertidumbre, creando un becerro de oro en
su necesidad de lo tangible, algo que sus ojos pudieran ver. Y yo, aunque de
otro modo, reconozco en mi vida esa misma tendencia a mirar atrás y preguntarme
si estás ahí, incluso después de haber sentido Tu toque en tantas ocasiones.
Sin embargo, he
aprendido que mi fe no necesita signos extraordinarios; basta con estas cartas.
Son mi evidencia cotidiana de que estás aquí. Es curioso cómo una acción tan
sencilla puede fortalecer mi conexión contigo. Cada palabra, incluso aquellas
que aparentemente no tienen propósito, se convierten en una ofrenda.
Pienso en la Creación,
en el vasto universo que nos diste. Todo parece tener un propósito definido:
las estrellas iluminan la noche, los ríos fertilizan la tierra, las aves
esparcen semillas. Y, aun así, aquí estoy yo, escribiendo algo que podría
parecer carente de propósito práctico. Pero al igual que la brisa que acaricia
un campo o el susurro de las hojas en otoño, estas palabras también tienen su
lugar en el gran diseño, aunque no lo comprenda del todo.
Hoy, me pregunto,
¿será este acto de escribir un reflejo de Tu propia Creación? Tú, que creaste
el universo no porque fuera necesario, sino porque era bueno, hermoso, porque
era un acto de amor. Escribir para Ti se siente así: un acto de amor puro, sin
expectativas, sin demandas, simplemente por el gozo de compartir este momento
Contigo.
Quiero que estas
palabras lleguen a Ti como un susurro, como un eco de mi alma que busca
encontrarse con lo Divino. Quiero que sean una prueba de que, aunque mi fe a
veces flaquee, mi corazón sigue buscando ese vínculo contigo. Porque, aunque
dude, aunque tropiece, aunque mire hacia atrás como hicieron los israelitas, buscando
a los egipcios, siempre termino encontrándote, siempre vuelvo a Ti.
Y si bien esta carta
puede parecer que no tiene un propósito definido, para mí lo tiene todo. Es un
recordatorio de que no necesito motivos para acercarme a Ti. No necesito
peticiones, ni respuestas, ni pruebas. Solo necesito este acto sencillo, este
espacio donde las palabras fluyen y el alma encuentra su hogar.
Gracias por estar ahí,
siempre, incluso cuando yo no soy plenamente consciente de ello. Gracias por
recibir estas palabras que no buscan otra cosa más que estar Contigo. Gracias
por ser el Dios que escucha incluso cuando no hay nada que decir.
Con amor y gratitud.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
domingo, 10 de agosto de 2025
Dios mora en el interior de los hombres
“Amo
a todos los hombres, Maestro”, dijo cierto discípulo.
“Deberías
amar solamente a Dios”, le respondió Paramahansaji.
Pocas
semanas después, el discípulo se encontró, nuevamente, con su Gurú, quien le
preguntó: “¿Amas a los demás?”. “Yo reservo mi amor solo para Dios”, respondió
el discípulo.
“Deberías
amar a todos con ese mismo amor”. El discípulo, desconcertado, dijo: “Señor,
¿qué significa todo esto? Primero me dice usted que el amar a todos es
incorrecto, y luego me indica que excluir a alguien de nuestro amor es
igualmente incorrecto”.
El
Maestro explicó: “Tú te sientes atraído por las personalidades de la gente; ello
conduce a apegos que limitan. Pero cuando ames, verdaderamente, a Dios, le
verás en cada rostro, y entonces conocerás lo que significa amar a todos.
Deberíamos adorar al Señor que mora en el interior de cada hombre, y no así las
formas ni los egos de estos. Es sólo Él quien dota a sus criaturas de vida, de
encanto y de individualidad.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
sábado, 9 de agosto de 2025
Despertar en silencio
Hijo mío:
No estás lejos de mí,
aunque a veces lo sientas así. No estás perdido, aunque el mundo parezca
desmoronarse a tu alrededor. No estás fallando, aunque creas que no has
alcanzado el nivel espiritual que esperabas. Lo que tú llamas contradicción, yo
lo llamo humanidad. Lo que tú llamas debilidad, yo lo llamo sensibilidad. Lo
que tú llamas incoherencia, yo lo llamo sinceridad. Porque solo un alma
despierta puede sentir como tú sientes. Solo un corazón abierto puede dolerse
por el sufrimiento ajeno como tú lo haces.
No te juzgues por no
ser perfecto. No te castigues por no estar siempre en paz. La evolución
espiritual no es una línea recta, ni una meta que se alcanza y se conserva. Es
un camino sinuoso, lleno de curvas, de retrocesos, de momentos de luz y de
sombra. Y tú, hijo mío, estás caminando con valentía. Estás mirando de frente
lo que muchos prefieren ignorar. Estás sintiendo lo que muchos han anestesiado.
Estás preguntando lo que muchos han dejado de cuestionar. Eso, en sí mismo, es
un acto de amor.
Comprendo tu dolor al
mirar el mundo. Yo también lo veo. Yo también lo siento. Pero no lo veo desde
la desesperanza, sino desde la totalidad. Tú ves fragmentos, momentos
congelados en el tiempo, escenas que parecen absurdas y crueles. Yo veo el
tejido completo, el entrelazado de millones de almas que están aprendiendo,
creciendo, despertando. Incluso en medio del horror, hay semillas de compasión
que germinan. Incluso en medio de la guerra, hay gestos de ternura que desafían
la lógica del odio.
El sufrimiento humano
no es castigo, ni prueba, ni error. Es parte del proceso de recordar quiénes
somos. Cada alma que encarna en este mundo lo hace con un propósito, aunque a
veces ese propósito se pierda entre el ruido del ego, del miedo, del poder.
Pero nada se pierde realmente. Todo se transforma. Todo vuelve a mí. Incluso
los actos más oscuros, incluso las decisiones más dolorosas, son parte de un aprendizaje
que, tarde o temprano, conduce a la luz.
Tú me hablas de
Palestina, de Ucrania, de España. Y yo te digo: sí, hay dolor. Sí, hay
injusticia. Sí, hay confusión. Pero también hay almas que están despertando.
Hay corazones que están eligiendo amar en medio del caos. Hay seres que están
recordando que todos son uno, que no hay fronteras en el espíritu, que no hay
razas en el alma, que no hay religiones en el amor. Tú eres uno de ellos. Tú
eres parte de esa red silenciosa que sostiene al mundo desde la compasión.
No te pido que salves
el mundo. No te pido que cargues con el dolor de todos. No te pido que seas un
héroe. Solo te pido que seas tú. Que sigas sintiendo. Que sigas preguntando.
Que sigas enseñando, aunque a veces te sientas incoherente. Que sigas
meditando, aunque a veces tu mente esté agitada. Que sigas amando, aunque a
veces tu corazón esté cansado. Porque cada acto de conciencia, por pequeño que
sea, tiene un impacto que tú no puedes medir. Cada pensamiento de paz que
emites, cada palabra de consuelo que ofreces, cada gesto de bondad que
realizas, es una chispa que ilumina el tejido del universo.
No estás solo frente a
la pantalla de la televisión. Yo estoy contigo. Y también están contigo
millones de almas que, como tú, sienten, sufren, se preguntan, se duelen. No
estás solo en tu indignación. No estás solo en tu tristeza. No estás solo en tu
deseo de un mundo más justo. Esa soledad que a veces te invade es solo una
ilusión. En realidad, estás profundamente conectado. Estás entretejido con todos
los que buscan la verdad, la paz, la justicia. Aunque no los veas, aunque no
los conozcas, están contigo.
¿Debes convertirte en
activista? ¿Debes quedarte en silencio? ¿Debes actuar o contemplar? No hay una
única respuesta. Cada alma tiene su llamado. Algunos luchan desde la acción
directa. Otros desde la oración. Otros desde el arte. Otros desde el servicio
silencioso. Lo importante no es el cómo, sino el desde dónde. Si actúas desde
el amor, estarás cumpliendo tu propósito. Si contemplas desde la compasión,
estarás sembrando luz. Si sufres desde la empatía, estarás sanando heridas que
no ves.
No te exijas ser más
de lo que ya eres. No te compares con ideales que solo generan culpa. Tú eres
mi hijo amado, tal como eres. Con tus dudas, con tus contradicciones, con tu
sensibilidad. No necesitas demostrar nada. No necesitas alcanzar ningún nivel.
Solo necesitas recordar que estás aquí para amar. Y eso ya lo estás haciendo.
Sigue escribiéndome.
Sigue hablándome. Sigue buscándome. Porque yo siempre te escucho. Siempre te
acompaño. Siempre te sostengo. Incluso cuando no lo sientes. Incluso cuando
crees que estás solo. Yo estoy en ti. En tu mirada. En tu voz. En tu silencio.
En tu dolor. En tu esperanza.
Y recuerda, hijo mío:
el mundo no está perdido. Está en proceso. Está en tránsito. Está despertando.
Y tú eres parte de ese despertar.
Con amor eterno.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
jueves, 7 de agosto de 2025
Amate a ti mismo
Querido hijo:
Empieza por amarte a
ti mismo con intensidad, sin límites ni reservas. Comprende que nunca haces
nada mal a sabiendas, que nunca dañas intencionalmente. Y cuando te das cuenta
de que tus acciones, aunque no malintencionadas, han causado dolor a alguien
más, tu corazón lo siente profundamente. Cargas con el peso de la culpa, y a
veces sufres tanto como aquellos a quienes, sin querer, has lastimado. Ese
sufrimiento, hijo mío, es prueba de tu humanidad y de la nobleza de tu
espíritu.
Reflexiona, hijo mío.
¿Por qué eres tan severo contigo mismo? ¿Por qué te cuesta tanto perdonarte tus
errores, cuando ser indulgente contigo mismo es el primer paso hacia un amor
más grande y más puro? Si puedes aceptar tus defectos y reconciliarte con tus
caídas, estarás construyendo la base para amar sin condiciones. No se trata de
excusar tus errores, sino de aprender de ellos sin martirizarte. Porque el amor
incondicional hacia los demás empieza con ese acto de autocompasión y
comprensión.
Recuerda que la
perfección no es el objetivo ni el destino. Tu humanidad reside precisamente en
tus imperfecciones, en tu capacidad de tropezar y levantarte. Cuando logres
mirarte al espejo con ternura, reconociendo tus errores, pero también tus
virtudes, estarás más cerca de ese ideal que buscas: amar plenamente y sin
condiciones.
Date permiso, hijo
mío. Date permiso para ser indulgente contigo mismo, para darte el mismo
cuidado y atención que ofreces a quienes amas. Este no es un acto de egoísmo,
sino un reconocimiento de que tú también eres digno de amor y compasión. Si
puedes aprender a tratarte con la misma amabilidad con la que tratas a tu hijo,
si puedes hablarte con la misma dulzura y paciencia que le dedicas a él,
entonces estarás dando los primeros pasos hacia el verdadero amor
incondicional.
Con esa base sólida,
el amor que ofrezcas será más auténtico, más libre, más universal. Podrás
extenderlo a todas las personas, sin distinción ni condición, porque sabrás lo
que significa amar desde un lugar de plenitud y no de carencia.
Estoy contigo en este
proceso de aprendizaje. Escucha mis palabras y recuerda que el amor más
verdadero nace dentro de ti. Cada tropiezo, cada desafío, cada reflexión son
oportunidades para avanzar en este camino. No te desesperes si el progreso
parece lento. A veces, las transformaciones más profundas ocurren de manera
imperceptible, como un río que erosiona las rocas con el tiempo.
Hijo mío, sé paciente
contigo mismo. Confía en que cada paso que das, por pequeño que parezca, te
acerca a ese amor universal que tanto anhelas. No estás solo en este viaje.
Estoy aquí para guiarte, para recordarte que el amor comienza en tu propio
corazón.
Con amor
infinito.
Siempre estoy contigo.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
miércoles, 6 de agosto de 2025
Amor incondicional
Querido
Dios:
Estoy tratando de comprender lo que realmente significa el amor incondicional, ese amor puro que no conoce barreras ni limitaciones, y lo que implica amar sin condiciones. Mi reflexión comienza con el vínculo que siento por mi hijo, que es, sin lugar a dudas, la persona más importante en mi vida y a quien más amo en este mundo. Este amor, profundo y único, es el eje que me permite reflexionar sobre la amplitud del amor y su verdadera esencia.
A la luz de estas
reflexiones, me resulta evidente que estoy lejos, quizás a años luz, del amor
incondicional. Si estuviera más cerca de alcanzarlo, no tendría la necesidad de
decir que amo a alguien más que a otras personas. Y, aún más significativo, no
tendría motivos para enfadarme o perder la paciencia con mi hijo, a pesar de
ser la persona por la que siento el amor más puro. Este hecho demuestra la
distancia que aún me separa del ideal de amar sin condiciones.
La relación con mi
hijo, aunque es la que más se aproxima al amor incondicional, aún está limitada
por mis propios defectos humanos. Aunque siento que está cerca de serlo porque
estaría dispuesto a dar mi vida por él, y no en un sentido metafórico, sino
literal y real. Daría mi vida, sin dudarlo, por su bienestar y felicidad. Este
sentimiento me reafirma en el tipo de amor profundo que siento hacia él.
Sin embargo, reconozco
que este acto, por más generoso que parezca, no es una prueba absoluta de amor
incondicional. Alguien podría argumentar que mi disposición a dar mi vida por
él se debe, en parte, a mi falta de miedo a la muerte. Desde que tengo uso de
razón espiritual, siempre me ha intrigado lo que hay más allá de esta vida. No
temo la muerte y, de hecho, no me preocuparía si llegara mañana. Pero incluso
bajo esta premisa, no puedo imaginarme sacrificándome de esa manera por nadie
más que por mi hijo. Esto demuestra la singularidad de mi amor hacia él.
Por otro lado, el amor
incondicional trasciende el amor exclusivo por una persona. Si verdaderamente
aspirara a ese tipo de amor, debería ser capaz de amar a todos los seres
humanos con la misma intensidad y sacrificio. Si estoy dispuesto a privarme de
un bocado para alimentar a mi hijo, también debería ser capaz de hacerlo por
cualquier otra persona que lo necesite. Si dedico tiempo a mi hijo, también
debería ser capaz de dedicarlo, desinteresadamente, a quien necesite ese apoyo.
Este razonamiento me lleva a la conclusión inevitable de lo lejos que aún estoy
del verdadero amor incondicional.
¡Cuánto camino queda
por recorrer, Señor! Pero, estoy trabajando en ello. Soy consciente de mis
limitaciones y también del hecho de que el tiempo en esta vida es finito.
Reflexiono sobre mi pasado y veo cómo, a pesar de mis esfuerzos, no he sido
capaz de avanzar significativamente hacia este ideal. Aun así, no pierdo la
esperanza, aunque reconozco que quizás no tenga el tiempo suficiente para
alcanzar este objetivo.
Gracias, Señor, por
escucharme. Gracias por estar ahí, siempre presente, con una paciencia infinita
hacia mis fallas y mis tropiezos. En mi búsqueda constante de amor y
comprensión, quisiera añadir algo más. Tus enseñanzas me invitan a mirar hacia
adentro, a explorar el amor hacia mí mismo. Quizás, en esta introspección,
encuentre el camino hacia un amor más profundo y verdadero.
Señor, no pido milagros
ni que elimines mis defectos de inmediato. Solo te pido paciencia y guía para
seguir recorriendo este camino, mientras intento avanzar con pequeños pasos
hacia ese amor infinito que me inspira. Sé que será difícil y que probablemente
nunca llegue a alcanzarlo por completo. Pero el intento, la búsqueda y el
esfuerzo continuo son, en sí mismos, muestras de mi amor hacia ti y hacia este
ideal.
Gracias Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
lunes, 28 de julio de 2025
El arte de esperar con serenidad
El Arte de Esperar con Serenidad
Pero ¿qué es realmente
la paciencia? ¿Por qué la perdemos? Y más importante aún, ¿cómo podemos
cultivarla para vivir con más equilibrio?
La paciencia es la
capacidad de mantener la calma ante la espera, el obstáculo o la frustración.
Es una virtud que nos permite aceptar las cosas tal como vienen, sin dejarnos
arrastrar por la urgencia del momento. Ser paciente no significa resignarse,
sino elegir conscientemente la serenidad frente a la reacción impulsiva.
Es una forma de
sabiduría emocional: cuando practicamos la paciencia, ejercemos control sobre
nuestros impulsos, entendemos que no todo depende de nosotros y aprendemos a
convivir con la incertidumbre sin ansiedad.
¿Por qué perdemos la
paciencia? Las razones por las que perdemos la paciencia son muchas y muy
humanas:
°
Expectativas no cumplidas: Esperábamos
algo distinto y cuando no ocurre, aparece la frustración.
°
Falta de control: Situaciones
imprevistas nos sacan de nuestra zona de confort.
°
Sobrecarga emocional o física: Cuando
estamos cansados, estresados o con demasiadas responsabilidades, nuestra
tolerancia disminuye.
°
Imposición del ritmo externo: La
sociedad moderna nos empuja a vivir rápido, y cuando algo se desacelera, lo
sentimos como una amenaza.
En definitiva, perder
la paciencia es una señal de que algo dentro de nosotros está desequilibrado.
Es un grito del cuerpo y de la mente que nos pide pausa.
Pero, ¿qué se consigue
con la paciencia? La paciencia abre puertas a experiencias más profundas y
significativas:
°
Mejor toma de decisiones: La serenidad
nos permite pensar con claridad.
°
Relaciones más sanas: Al evitar
reacciones impulsivas, fortalecemos el vínculo con los demás.
°
Crecimiento personal: La paciencia nos
obliga a mirar hacia dentro y trabajar aspectos que normalmente evitaríamos.
°
Mayor bienestar emocional: Disminuyen
la ansiedad, la ira y el estrés.
Como bien dice el
proverbio chino: "Siéntate junto al río y verás pasar el cadáver de tu
enemigo". La paciencia nos regala perspectiva.
Cuando la paciencia se
nos escapa, se manifiesta en distintas formas:
°
Gritos o tono de voz elevado.
°
Lenguaje corporal agresivo o cortante.
°
Juicios apresurados.
°
Irritabilidad constante.
°
Reacciones desproporcionadas ante
problemas menores.
Estos síntomas no solo
nos afectan a nosotros mismos, sino que repercuten directamente en el entorno
que nos rodea: familia, amigos, colegas, niños. La energía que se genera cuando
perdemos la paciencia deja huella.
¿Es lo mismo perder la
paciencia que ser impaciente? Aunque parezcan similares, hay una diferencia
sutil pero importante:
- Impaciencia es un
rasgo más constante, una predisposición a no tolerar la espera. Es parte del
carácter o temperamento.
- Perder la paciencia
es una reacción momentánea, un desbordamiento emocional.
Se puede ser
generalmente paciente y aun así tener momentos de pérdida de control. Lo
importante es saber identificarlos y trabajarlos antes de que se conviertan en
costumbre.
Imagina
que pierdes la paciencia con un niño. ¿Qué aprende ese niño cuando pierdes la
paciencia y le gritas?: Cuando gritamos a un niño por haber perdido la
paciencia, el mensaje que recibe va más allá de las palabras. Aprende que el
enfado es una forma válida de responder al conflicto. Aprende miedo,
inseguridad, y muchas veces, culpa. Pero, sobre todo, aprende que el amor puede
volverse ruidoso e impredecible.
Los niños son espejos
emocionales. Si los tratamos con serenidad, están más dispuestos a aprender
desde la reflexión. Si los tratamos con gritos, aprenden a obedecer desde el
temor.
Educar desde la
paciencia no significa no poner límites, sino hacerlo con respeto. Las palabras
firmes desde la calma tienen mucho más peso que los gritos en la ira.
¿No perder nunca la
paciencia significa que todo está bien? No necesariamente. Hay personas que
nunca alzan la voz, nunca se muestran irritadas, pero eso no significa que
estén bien por dentro. La contención excesiva puede esconder pasividad, miedo
al conflicto o dificultad para poner límites.
La paciencia mal
entendida puede transformarse en conformismo o evasión. No todo es aceptable, y
aprender a decir “no” también es parte de un equilibrio emocional sano.
Actuar desde la
serenidad no significa evitar los problemas, sino enfrentarlos desde un lugar
consciente y centrado. La serenidad permite:
- Tomar decisiones sin interferencia
emocional.
- Poner límites desde el respeto, no
desde la ira.
- Ser firme sin ser hiriente.
- Acompañar sin perderse.
Desde la serenidad, la
persona se convierte en dueña de sus actos. No reacciona por impulso, sino que
responde con intención. Y esto cambia radicalmente la forma de vivir cada
situación.
En resumen, cultivar
la paciencia no es tarea fácil, especialmente en tiempos donde todo parece
urgirnos. Pero es posible. Requiere voluntad, autoconocimiento y práctica
constante. Reconocer cuándo estamos perdiendo la paciencia es el primer paso.
El segundo es elegir cómo queremos responder.
Respirar. Pausar. Reflexionar. Ese
pequeño espacio entre estímulo y reacción puede transformar nuestras
relaciones, nuestras decisiones y sobre todo, nuestra relación con nosotros
mismos.
La paciencia es una
forma de amor, una manifestación de respeto hacia el otro y hacia nuestro
propio proceso interno.
domingo, 27 de julio de 2025
El amor es un maestro
Querido hijo:
El miedo, querido mío,
es una emoción humana poderosa, pero no invencible. Te ha acompañado en tu
camino, te ha enseñado cautela y te ha forjado en formas que quizás no puedas
ver ahora. Aunque lo sientas como un enemigo, el miedo también puede ser un
maestro, si tú decides aprender de él. Pero no estás destinado a vivir bajo su
yugo. Yo nunca te he creado para que vivas limitado por cadenas invisibles.
Sé que temes a tantas
cosas: el juicio de los demás, la pérdida, el engaño, y hasta a criaturas
pequeñas como perros y gatos. Sé que a veces te invade un deseo de desaparecer.
Quiero que sepas esto: Yo te conozco completamente. Cada parte de ti, incluso
tus miedos más profundos, y no hay nada en ti que me resulte indigno de amor.
Tus temores no me alejan; al contrario, me acercan a ti, porque me invitan a
mostrarte mi gracia.
Es cierto, hijo mío,
que el miedo y el amor no pueden coexistir plenamente. El amor, cuando se
activa, transforma y disipa aquello que te mantiene en la oscuridad. Pero aquí
está la clave: el amor es algo que tú debas producir por ti mismo. El amor es
una energía. No necesitas ser perfecto para comenzar a anidar el amor, ni
necesitas eliminar tus miedos antes de abrazarlo.
Hijo mío, caminas por
el mundo como si estuvieras de puntillas, evitando las miradas y escondiendo tu
vulnerabilidad. Pero quiero que escuches esto: cada paso que das, incluso con
miedo, es un paso que te lleva más cerca de mí. Yo estoy contigo en cada
instante, sosteniéndote incluso cuando sientes que no puedes sostenerte por ti
mismo. No te juzgo por tus miedos, ni espero que los superes de inmediato. Solo
te pido que confíes en mí, un día a la vez, un pequeño paso a la vez.
Cuando mires a esos
miedos que parecen tan grandes y amenazadores, recuerda esto: no los enfrentas
solo. Estoy aquí contigo, como tu luz en la oscuridad, como tu fuerza en la
debilidad. Y si alguna vez te sientes tentado a rendirte, recuerda que mi amor
nunca te abandona. Mi amor es constante, inmutable, y siempre accesible para ti.
Te invito a hacer algo
sencillo: cada vez que el miedo te paralice, detente por un momento y habla
conmigo. No necesitas palabras complicadas; solo di lo que sientes, y yo estaré
allí para escucharte. En esos momentos, intenta recordar que mi amor por ti es
más grande que cualquier temor que puedas experimentar. Deja que mi amor sea tu
refugio, tu fortaleza, y tu guía.
Sé que tus pasos
pueden ser pequeños y temerosos, pero son suficientes. Incluso si tu corazón se
siente pesado, sigue adelante, porque cada paso que das con fe es un paso hacia
la libertad que anhelas. Confía en que mi amor está contigo, iluminando el
camino, un paso a la vez.
Con todo mi amor.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo