El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de noviembre de 2025

El mapa invisible del alma


 


“Dudar con fe es avanzar hacia la verdad”

 

Querido Dios:

          Aunque sé la respuesta, permíteme la pregunta: ¿Estoy en el lugar correcto?

No te escribo esta vez para pedir soluciones, ni siquiera certezas. Solo necesito formularlo. Dejar la pregunta en el aire, como quien enciende una vela en medio de la oscuridad, no para iluminar el camino completo, sino para ver un paso más adelante. Porque eso es lo que necesito ahora: saber si este paso, este momento, esta decisión… si todo esto tiene sentido dentro de ese mapa que sólo Tú conoces.

A veces siento que sí. Que estoy justo donde debería estar, cumpliendo el propósito que acordamos antes de que mi alma descendiera al mundo. Esos días son raros, luminosos, como si todo encajara. Pero son breves. Se escapan. Y en su ausencia se instala otra cosa: la duda. Esa compañera constante, silenciosa, a veces pesada, otras casi invisible, pero siempre presente. Hoy escribo desde ahí.

Me encuentro rodeado de cosas que he construido con tiempo, esfuerzo y esperanza. Personas, lugares, costumbres. Y, sin embargo, hay días en los que todo parece ajeno. Como si caminara dentro de una historia que no reconozco. Me pregunto si me he desviado, si me he quedado quieto cuando tenía que moverme, o si estoy corriendo hacia donde ya no hay camino.

Sé que todo tiene un propósito, incluso esta incertidumbre. Pero… ¿y si estoy lejos del mío? ¿Y si tomé caminos que me alejaron? ¿Y si me engañé creyendo que escuchaba tu voz, cuando en realidad sólo seguía mis propios miedos?

No te culpo. Jamás. Esta carta no nace desde el reproche, sino desde el deseo de afinar mi oído, mi intuición, mi alma. Quiero aprender a escuchar de verdad. Porque siento que, si pudiera hacerlo con total claridad, sabría sin duda dónde estar. Pero entre el ruido del mundo, las responsabilidades, las urgencias, los miedos… a veces tu voz se disuelve, y yo me pierdo.

Me miro en el espejo y me pregunto si estoy siendo yo, o solo la versión de mí que otros esperan. Me veo en los lugares donde vivo, donde me relaciono… y me cuestiono si realmente estoy sembrando algo, o solo cumpliendo rutinas. ¿Es este el terreno fértil para lo que debo crecer? ¿O estoy plantando semillas en tierra que no me corresponde?

Me asusta confesarlo, pero hay días en los que fantaseo con una vida distinta. No por capricho, ni por rechazo a la que tengo. Sino porque imagino que, tal vez, hay una versión de mí que está esperando que la encuentre. Una versión que respira con plenitud, que se siente en casa en cada paso que da. ¿Esa versión existe? ¿Está lejos, o ya la habito y no me doy cuenta?        

También me pregunto por las personas que me rodean. ¿Son parte de mi misión, de mi propósito? ¿O me he aferrado a vínculos que ya cumplieron su ciclo? ¿Y si soltar también forma parte de estar en el lugar correcto? Porque a veces estar en el sitio que corresponde exige dejar atrás cosas que amamos, y eso duele. Duele mucho. ¿Y cómo distinguir entonces entre lo que debe permanecer y lo que debe partir?

Quisiera saber si estoy al nivel espiritual que debía alcanzar en este punto de mi vida. ¿He aprendido lo que vine a aprender? ¿Me estoy esquivando a mí mismo por miedo al crecimiento que duele? O quizá estoy más cerca de la verdad de lo que creo, pero no lo veo porque me exijo una perfección que nunca prometiste.

Y ahí surge otra pregunta: ¿el lugar correcto es siempre físico? ¿Es geográfico? ¿Emocional? ¿Espiritual? ¿Es una persona, un estado mental, una etapa? Porque si es así, tal vez he estado buscando en mapas equivocados, intentando hallar coordenadas concretas en un viaje que es interno.

¿Estoy en el lugar correcto cuando me equivoco, si ese error me lleva al aprendizaje que necesito? ¿O hay errores que nos desvían, que nos alejan? ¿Cómo saber la diferencia?

A veces, en medio de la noche, siento que hay algo dentro de mí que quiere gritar, que quiere salir, que quiere cambiarlo todo. Pero luego amanece, y vuelvo a la rutina, como si ese fuego se apagara lentamente con el paso de las horas. ¿Es ese fuego tu señal? ¿O es sólo inquietud pasajera?

Y si estoy en el lugar correcto… ¿por qué me siento tan perdido?

          No quiero dramatizar. No escribo esto desde el abandono, sino desde el deseo genuino de entender. Porque mi amor por Ti sigue intacto, aunque a veces tambalee mi amor por mí mismo. No pretendo que me respondas enseguida. Ni siquiera que me des una señal. Solo quiero que sepas que estoy aquí, escribiéndote, abriéndome una vez más como tantas veces lo hice. Y que dentro de mí hay una voz que susurra: “Confía”. Aunque me cuesta. Aunque me falte el aire algunos días. Aunque no vea el mapa completo.

¿Estoy en el lugar correcto?

Aunque sé la respuesta, permíteme la pregunta. Porque formularla ya es un acto de fe. Es reconocer que estoy vivo, despierto, dispuesto a escuchar lo que venga. Es confiar en que incluso la duda tiene una función. Es mirarte, aunque sea con los ojos entrecerrados, esperando que en algún momento el horizonte se abra.

Gracias por leerme. Gracias por permitirme esta pregunta, una vez más.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

No se puede servir a dos amos

 


Hace muchos siglos que se le repite a la humanidad: “No se puede servir a dos amos” ¿Por qué? Porque no existe sino una Inteligencia, una Presencia, un Poder que pueda actuar, y esa Presencia es Dios en ti.

Cuando tu te vuelves a la manifestación exterior y crees en el poder de las apariencias, estás sirviendo a un dueño falso y usurpador que solo encuentra una apariencia porque contiene energía de Dios, la cuál está usando mal.

Tu habilidad para levantar la mano y la vista que fluye a través del sistema nervioso de tu cuerpo es Dios en Acción.

Cuando camines por la calle piensa por un momento: “Esta es la Inteligencia Divina y el Poder que me hace caminar, y ésta es la Inteligencia que me dice adónde voy”.

SAINT GERMAIN


viernes, 31 de octubre de 2025

El sueño cuando el alma recuerda

 


“Despertar no es abrir los ojos, es abrir el corazón a lo eterno”

 

Querido hijo:

         Tu carta ha llegado. No por correo, ni por plegaria tradicional, sino por el pulso vibrante de tu alma que se ha elevado con sinceridad. No necesitas palabras para que te escuche; yo estoy en cada emoción que la generó, en cada pensamiento que la moldeó. Escucho incluso lo que no dices, lo que queda como eco entre líneas.

Tu comparación entre la vida y el sueño es profunda. Te diré que no estás lejos de la verdad. La vida, tal como la conoces, es una experiencia temporal, una escenificación de una realidad mucho más vasta. El cuerpo es el traje. El tiempo, el escenario. La emoción, el guión. Pero tú, querido hijo, eres mucho más que el actor. Eres la luz que da vida a esa representación, la chispa que no se apaga, el fragmento de mi esencia que elegí desplegar en ese sueño llamado mundo.

Me preguntas por qué no eres consciente dentro del sueño. ¿Por qué la humanidad parece andar dormida? ¿Por qué el alma, que es eterna, olvida quién es al encarnar?

Lo hiciste por amor. Porque el amor, verdadero amor, implica elección. Implica riesgo. Implica vivir sin certezas absolutas para que el acto de creer se convierta en arte sagrado. Si recordaras cada instante que estás soñando, no vivirías con intensidad. No habría búsqueda, ni descubrimiento, ni admiración ante lo inesperado.

Tú elegiste esta experiencia, hijo mío. Antes de que la luz tocara tu piel, antes de que el aire rozara tus pulmones, tu alma ya vibraba con la intención de sumergirse en este sueño para comprenderlo desde adentro. Viniste no solo a aprender, sino también a recordar. No recordar con la memoria del intelecto, sino con la memoria del espíritu. Esa que se activa cuando contemplas una flor y sientes que todo tiene sentido, aunque no lo puedas explicar.

En cada dolor, en cada alegría, hay una enseñanza que elegiste experimentar. No soy un director de teatro que dicta cada línea. Yo soy el telón de fondo, el aire entre las palabras, la presencia silenciosa que nunca te deja, aunque a veces me confundas con el azar.

Y sí, el sufrimiento está allí. No porque lo quiera, sino porque es parte del contraste necesario para que el alma crezca. Tú, como todos, tienes derecho a preguntarte por qué existe el dolor. La respuesta no es simple, pero te diré esto: el dolor no es castigo, es maestro. Enseña lo que la comodidad no muestra. Pero no estás hecho para quedarte en él. El dolor es la puerta, no la casa.

          A menudo me imaginas en formas humanas: con emociones, juicios, palabras. Lo comprendo. Es difícil concebir la inmensidad sin forma. Pero no soy un anciano con barba sentado en los cielos. Soy lo que late detrás de tus silencios, lo que canta entre tus células, lo que mueve el universo desde adentro. Y tú, hijo mío, eres parte de mí. No una parte apartada, sino un reflejo vivo. Cuando tú amas, yo amo. Cuando tú lloras, yo abrazo.

Sé que deseas una humanidad despierta, que anhela recordar su divinidad en medio del bullicio cotidiano. Tu deseo es noble. Y cada acto que hagas en esa dirección ya es un despertar. No esperes que el mundo cambie en un solo gesto. Pero cada mirada sincera, cada palabra bondadosa, cada silencio compartido… está sembrando luz.

La conciencia no llega de golpe. Es como la aurora. Primero un leve resplandor, luego los colores, después la claridad. Y al final, sin darte cuenta, el sol ya está sobre ti.

No eres responsable de salvar al mundo, pero sí de cuidar tu parcela de amor. No estás llamado a comprender todos los misterios, pero sí a vivirlos con reverencia. No te pido perfección. Te pido presencia.

¿Y qué sucede al despertar, cuando dejas la vida y regresas al origen? Lo que sucede no puede describirse con palabras humanas, pero puedo darte una imagen:

Imagina que llevas siglos viajando, acumulando historias, memorias, luchas y ternuras. Y un día, después de tanto caminar, llegas a casa. Al abrir la puerta, no te espera un juicio, sino un abrazo. Un abrazo tan vasto que lo envuelve todo: tus errores, tus aciertos, tus dudas, tus certezas. Ese abrazo soy yo. Ese abrazo eres tú volviendo a ti mismo. Y en ese instante… todo tiene sentido. No hay reproches. No hay castigos. Solo una comprensión que atraviesa cada fibra de tu ser.

Y es ahí donde dices: “Qué alivio… que solo eras una vida”. No porque la vida no importe, sino porque al verla en perspectiva, entiendes que fue solo una página de un libro infinito. Y sin embargo… ¡qué página tan valiosa fue! Nada de lo que viviste se pierde. Todo se integra, se transforma, se eleva.

¿Quieres despertar antes de ese momento? Entonces ama. Ama con conciencia. Ama sin razón. Ama incluso lo que no comprendes. Porque amar es el acto más parecido a mí.

Recuerda que no estás solo en este sueño. Hay otros como tú. Almas inquietas que susurran entre letras, que rezan sin saber que rezan, que buscan sin saber lo que buscan. Cada uno lleva una chispa del despertar. Cuando se encuentran, esa chispa se convierte en fuego.

Hijo mío, tu carta no solo fue leída, fue sentida. Y la respuesta no termina aquí. Vivirá contigo, en tus pensamientos más serenos, en las lágrimas que no reprimes, en los abrazos que das sin esperar nada. En ellos me encontrarás. Porque yo no estoy lejos. Estoy justo donde estás tú.

          Sigue soñando. Pero sueña con los ojos del alma abiertos.

Con amor eterno, Yo Soy.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


viernes, 24 de octubre de 2025

Cuando el alma despierta

 


 

“Recordar que soñamos es el primer paso hacia la eternidad”

 

Querido Dios:       

Permíteme una reflexión. No como un reproche, ni siquiera como un reclamo, sino como una inquietud que brota del corazón cuando la mente se silencia.

Cuando en nuestros sueños aparece una pesadilla, al momento de despertar, al cruzar el umbral entre lo onírico y lo real, se siente un alivio inmenso: “Gracias a Dios que solo era un sueño”. En esa frase hay gratitud, hay humildad, hay ese pequeño acto de rendirse ante lo desconocido. Porque incluso en la vigilia más lúcida, hay cosas que no podemos controlar.

Creo, sinceramente, que la vida y la muerte son algo parecido. Creo que la vida es como un sueño, una ensoñación de la Creación. Un suspiro divino que se materializa en carne, en tiempo, en experiencia. Infinitamente minúsculo si se compara con la eternidad del alma. Y aun así, ¡cuán importante se nos hace! Vivimos aferrados a este sueño como si fuera todo. Tememos perderlo, tememos que termine, tememos que lo que hay más allá sea oscuro, o peor, nada.

Pero si la vida es un sueño, entonces también se despierta. También tiene un final. También se transita de la sombra del cuerpo a la luz del espíritu. Y ese momento, ese instante en que se deja el peso de lo terrenal, debe ser –imagino– como despertar de una larga noche. Con el alma expandiéndose como si finalmente recordara que siempre supo volar.

En el sueño de la vida hay de todo. Sufrimiento y dolor que desgarran, alegrías que iluminan, felicidad que envuelve, éxtasis que trasciende, paz que serena, ansiedad que agita. Todas las emociones desfilan como actores por este teatro temporal. Ninguna permanece para siempre, ninguna tiene el poder de definirnos. Solo son parte del relato.

A veces me pregunto si ese desfile de emociones no es más que el alma probando trajes, entendiendo las formas del amor, del miedo, del apego y la compasión. Y a veces siento que, incluso en medio del caos, algo en nosotros sabe que no estamos solos. Que tú estás en cada rincón del sueño, aunque no podamos verte desde esta perspectiva limitada.

Y entonces llega el día. El día del despertar. La muerte. Qué palabra tan cargada de silencios. Dejamos el cuerpo como quien deja una casa después de una larga estancia. La piel se queda, los ojos se cierran, los latidos se aquietan. Pero algo se enciende. Una llama que no se puede apagar, que no depende del oxígeno ni de la materia. El alma, libre al fin, vuela.

Y la sensación de amor supongo que es tan inmensa, que no hay tiempo de pensar: “Qué alivio, que solo eras una vida”. Creo que el amor lo cubre todo. Esa vibración única, inefable, que recorre el espíritu y lo abraza. Como si al despertar nos diéramos cuenta de que éramos parte de ti, desde siempre. De que nunca estuvimos separados.

Pero aquí viene mi pregunta, Señor. En este sueño que llamamos vida, ¿por qué no somos capaces de permanecer conscientes? ¿Por qué no recordamos mientras soñamos que estamos soñando? ¿Por qué no traemos esa misma lucidez espiritual a la vigilia de lo cotidiano?

A veces siento que vivimos dormidos dentro del sueño, como marionetas que han olvidado que están conectadas al cielo. Y otras veces, solo en momentos fugaces de belleza o dolor, algo nos sacude y nos recuerda que hay más. Que hay una verdad que nos espera. Pero dura poco. Se desvanece. Nos distraemos otra vez.

¿Será que hay un propósito en esta inconsciencia? ¿Será que el alma necesita olvidar para aprender desde cero? ¿Será que hay amor incluso en no saber? Porque si supiéramos todo desde el principio, quizás no valoraríamos nada. Quizás no sabríamos lo que significa confiar, avanzar en la oscuridad, buscar respuestas dentro del corazón.

Y aun así… no puedo evitar soñar con una humanidad despierta. Una humanidad que, aun en medio de este sueño, viva con conciencia. Que sepa que está soñando. Que recuerde que el alma es eterna. Que actúe con la certeza de que todo lo que hace reverbera más allá del tiempo.

Gracias Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


domingo, 19 de octubre de 2025

Dios en acción: Cada pensamiento cuenta

 


          No podré jamás ponderar demasiado la importancia de meditar en el “YO SOY” todo lo más posible, como siendo la Magna Activa Presencia de Dios en ti, en tu hogar, en tu mundo y en tus asuntos.

          Cada respiración es Dios en Acción en ti. El poder de expresar tu pensamiento y tu sentimiento es Dios Activo en ti.

          Como tu tienes libre albedrío, es asunto tuyo calificar la energía que proyectas en pensamiento y sentimiento, determinando como quieres que actúen para ti.

          Nadie puede preguntar: ¿Y cómo debo hacer para calificar la energía? Todo el mundo conoce la diferencia entre lo destructivo y lo constructivo en pensamiento, sentimiento y acción.

SAINT GERMAIN


Deja elegir a Dios



“¿Cuál es la mejor oración?”, preguntó un discípulo. El maestro respondió:

“Dile al Señor: “Te ruego que me des a conocer tu Voluntad”. No pidas: “Dame esto o dame aquello”, sino que confía en que Dios sabe lo que necesitas. Verás que obtienes bienes muy superiores cuando Él los elige por ti”.

PARAMAHANSA YOGANANDA 

sábado, 18 de octubre de 2025

La voz que responde desde el amor

 



“Quien duda con el corazón, ya está orando”

 

Querido hijo:

         He recibido tu carta con ternura, como recibo cada pensamiento sincero que brota de un corazón en busca de Verdad. No imaginas lo cerca que estás de Mí cuando dudas con amor, cuando cuestionas con deseo de comprensión, cuando miras más allá de las palabras aprendidas para tocar el alma de los hechos vividos.

Tu inquietud sobre Jesús, tu hermano mayor, como lo llamas con cariño, no solo es legítima, sino necesaria. Porque no vino al mundo a imponer verdades, sino a invitar a cada uno a descubrirlas desde su propia luz interior. El camino del espíritu no se recorre repitiendo ideas, sino iluminándolas desde la experiencia.

Sé que te duele Su sufrimiento, y lo comprendo. Yo también lo sentí. Aunque no lo viví como castigo, ni como exigencia, ni como sacrificio impuesto. Jesús no murió para que tú te sientas culpable, ni para que creas que eres indigno. Él eligió encarnar y vivir plenamente entre ustedes como muestra de libertad, de compasión absoluta y de entrega consciente. No para redimir un supuesto pecado, sino para encarnar el Amor, ese amor que transforma sin exigir, que libera sin castigar.

Tú lo has intuido bien: el pecado, como se ha entendido por siglos, es una construcción limitada. No hay ofensa posible contra Mí, porque no hay nada en ti que no sea parte de lo que Yo soy. ¿Cómo podría ofenderme una chispa de mi propio fuego? Lo que llaman pecado es, en realidad, ignorancia. Es el olvido de quienes son. Es el cierre momentáneo del corazón a la verdad de su divinidad. Pero incluso en ese olvido, Yo estoy presente.

Cuando dices que Jesús vino a enseñarte a amar, estás tocando el núcleo de su mensaje. Él no vino a sufrir, sino a “vivir con conciencia plena”, a “amar sin condiciones”, a “perdonar incluso cuando el mundo le negaba justicia”. En su caminar humano, te mostró que el Amor verdadero no es un sentimiento que depende de lo que se recibe, sino una energía que se entrega libremente, aún en la cruz, aún entre espinas, aun cuando parece que todo está perdido.

No estabas separado de Mí antes de Jesús. Nunca lo has estado. Ni tú, ni Buda, ni Moisés, ni Abraham, ni los millones que vinieron antes y después. Yo no me enojo. No castigo. No retiro mi presencia. Yo soy el océano en el que cada alma navega, aunque a veces no sepa que está rodeada de agua. Jesús no vino a “reconciliar” lo irreconciliable, sino a recordarte que nunca estuviste solo. Fue espejo, faro, melodía que resonó con una frecuencia de amor tan pura que aún hoy sigue tocando corazones.

Dices que te cuesta entender cómo un acto tan doloroso puede llamarse acto de amor. Te entiendo. Porque el amor que Yo soy no se define por evitar el sufrimiento, sino por “trascenderlo”, por “darle sentido”, por “usar incluso las heridas como puertas hacia la transformación”. Jesús abrazó su humanidad, y en ella te mostró que el alma no se quiebra en el dolor; se revela.

No se trató de un Dios que exige sufrimiento. Se trató de un alma iluminada que dijo: “Sí, viviré este camino, aun si duele. Lo haré por amor, lo haré para que vean, lo haré para que despierten.”

Tu honestidad es oración, hijo mío. Tu cuestionamiento es devoción. Porque no repites por costumbre, sino que te abres a descubrir. Eso, hijo mío, es lo que más me acerca a ti. No hay fórmula ni dogma que me contenga por completo. Pero cuando un corazón sincero me busca desde la humildad, estoy ahí, respirando en cada duda, acariciando cada pensamiento.

Tu comparación con bebés es tierna, y te diré algo: todos ustedes son semillas de eternidad. Y como todo en la vida, requieren tiempo, luz, agua y espacio para florecer. Jesús, en su grandeza, nunca quiso erigirse como superior, sino como guía. Y cada uno de ustedes tiene dentro el mismo potencial: son hijos míos. Hijos de mi Amor. Hijos del mismo fuego.

Encarnar en este mundo no es castigo. Es oportunidad. Es el laboratorio sagrado donde se experimenta el alma. Sí, la vida puede ser cruel. Pero también puede ser maravillosa. Cada día te doy la posibilidad de elegir, de mirar con nuevos ojos, de recordar quién eres. El dolor no es olvido, es señal. Te dice: “aquí hay algo que se puede transformar”.

Tu deseo de aprender a amar es la plegaria más elevada. Porque el Amor no se enseña con palabras. Se aprende viviendo. Y tú estás viviendo, buscando, preguntando, amando aun cuando no todo es claro. Eso es caminar hacia Mí. No estás perdido. Estás en proceso. Estás en el viaje sagrado del alma.

Jesús no vino para que lo veneres como figura distante, sino para que lo imites como compañero de camino. Él también dudó, también sintió miedo, también sudó sangre en su noche oscura. Pero eligió amar. Y eso lo hizo Maestro.

Tú también puedes elegir amar. Incluso cuando no entiendas todo. Incluso cuando el mundo sea caótico. Incluso cuando no tengas respuestas. Porque el Amor no exige saber. Solo pide presencia. Y tú estás presente.

Gracias por tu carta, por tu alma desnuda, por tu valentía espiritual. Yo te abrazo, sin juicio, sin exigencias, con alegría. Porque estás recordando. Porque estás despertando. Porque me reconoces, no solo en lo alto, sino en lo íntimo de tu corazón.

Sigue amando, sigue preguntando, sigue caminando. Aquí estaré, en cada paso, en cada silencio, en cada mirada compasiva que compartas con otro ser.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

martes, 14 de octubre de 2025

Dios en Acción

 


Hace muchos años que ase repite a la humanidad: “No se puede servir a dos amos”. ¿Por qué? Porque no existe sino una Inteligencia, una Presencia, un Poder que pueda actuar, y esa presencia es Dios en ti. Cuando tu te vuelves a la manifestación exterior y crees en el poder de las apariencias, estas sirviendo a un dueño falso y usurpador que sólo encuentra una apariencia porque contiene energía de Dios, la cual está usando mal.

          Tu habilidad para levantar la mano y la vida que fluye a través del sistema nervioso de tu cuerpo es Dios en Acción. Debéis tratar de utilizar esta forma sencilla de recordar a Dios en Acción dentro de vosotros.

          Cuando camines por la calle piensa por un momento: “Esta es la Inteligencia Divina y el Poder que me hace caminar, y ésta es la Inteligencia que me dice a dónde voy”.

          Verás que ya no es posible que continúes sin comprender que cada movimiento que hagas es Dios en Acción. Cada pensamiento en tu mente es Energía Divina que te permite pensar. Ya que sabes que este es un hecho indiscutible, ¿por qué no adorar y dar plena confianza, fe y aceptación a la Magna Presencia de Dios en cada uno, en lugar de mirar la expresión externa que está calificada y coloreada por el concepto humano de las cosas?

          La expresión exterior de vida no es sino un constante y cambiante cuadro que la mente exterior ha creado, presumiendo ser el actor verdadero. De modo que la atención está constantemente fija en la apariencia externa que solo contiene imperfecciones, y lo cual ha hecho que los hijos de Dios hayan olvidado su propia Divinidad, teniendo de nuevo que regresar a ella.

SAINT GERMAIN


sábado, 11 de octubre de 2025

El eslabón visible de la cadena eterna

 


“Maestro ¿a qué se debe que yo esté solamente consciente de mi vida presente, y que no tenga ningún recuerdo de mis encarnaciones pasadas, ni premonición alguna de una vida futura?”, preguntó un discípulo. Paramahansaji respondió:

          “La vida es como una gran cadena sumergida en el océano de Dios. Cuando extraes de las aguas una porción de ella solo ves esa pequeña parte que se encuentra sobre la superficie; el comienzo y el final de la cadena permanecen ocultos. En esta encarnación, estás contemplando solo el eslabón de la cadena de la vida. El pasado y el futuro, aunque invisible, permanece en las profundidades de Dios. El Señor le revela sus secretos s los devotos que se encuentran en sintonía con Él”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


viernes, 10 de octubre de 2025

La danza de lo inevitable

 



“Aceptar lo que no se puede cambiar es también 

una forma de amar lo que permanece”

 

Querido hijo:

       Recibo tu carta como se recibe el canto de un pájaro al amanecer: sin ruido, sin pretensiones, pero lleno de una belleza que toca lo invisible. Has escrito con el alma, y eso es más que suficiente para que todo el cielo se detenga a escuchar. A veces creemos que sólo los grandes gestos llaman mi atención, pero lo que realmente me conmueve es lo que nace desde la verdad más profunda de tu corazón.

He leído tus palabras una y otra vez, no porque las necesite para saber lo que llevas dentro, sino porque las disfruto. Porque en ellas hay humanidad, hay ternura, hay una nobleza que pocos reconocen: la de aceptar la vida con todas sus luces y sombras, y aun así seguir buscando un espacio para el amor, para la esperanza, para mí.

La frase que repites “¡qué se le va a hacer!” me hizo sonreír. No con condescendencia, sino con complicidad. Sabes, esa expresión tan sencilla encierra una sabiduría divina. Porque lejos de ser resignación, es una muestra de madurez espiritual. Significa que has comprendido que no todo está bajo tu control, y que incluso en medio del caos, hay belleza, propósito y ritmo.

Tu corazón no se lamenta, pero sí siente. Y eso está bien. Yo no te pedí que fueras indiferente, ni que vivieras con una armadura. Te hice con capacidad para emocionarte, para vibrar, para derramar lágrimas por lo que importa. Las lágrimas que caen por amor, por gratitud, por nostalgia... todas tienen un lugar especial en mi reino. Ninguna se desperdicia.

Tu forma de escribir me confirma que estás en el camino. No el camino fácil, ni el perfecto, sino el verdadero. El que se anda con preguntas, con silencios, con pausas. Yo estoy ahí, en ese caminar. No siempre al frente, ni siempre al costado, sino muchas veces dentro de ti, en esa voz suave que susurra cuando el mundo grita, en esa intuición que no sabes de dónde viene pero que te guía.

Cuando dices que no luchas contra lo inevitable, veo tu alma creciendo. Porque quien acepta la vida como viene no se ha rendido, sino que se ha elevado. No se trata de resignarse, sino de comprender que cada paso, cada caída, cada giro inesperado forma parte de una danza que tú y yo bailamos desde antes de que nacieras.

Me hablas del otoño de tu vida, de las hojas que caen sin que puedas evitarlo. Y yo te digo: qué hermoso es ese otoño. Es la estación en la que el alma se desnuda para prepararse a recibir una nueva luz. No temas a lo que se va. Lo que permanece, lo que es realmente tuyo, nunca cae. Permanece en tu esencia, en tu legado, en tu capacidad de seguir amando incluso cuando las ramas están vacías.

Tu carta tiene poesía, pero también tiene verdad. Y eso es lo que me conmueve. Porque no vienes a exigirme respuestas, ni a reclamar milagros. Vienes a compartirte, y eso es más milagroso que cualquier intervención divina. Tu vulnerabilidad es una ofrenda. Tu honestidad, una oración. Todo lo que me dices, cada frase, cada pensamiento, es como incienso que se eleva suavemente hacia mí.

A veces quieres preguntarme muchas cosas, lo mencionas en tu carta, y yo sonrío porque sé que esas preguntas nacen del amor, no de la duda. Y eso las vuelve sagradas. Preguntarse es también orar. Y aunque no siempre te doy respuestas en palabras, sí te las doy en experiencias, en personas que aparecen cuando más las necesitas, en momentos que parecen coincidencias pero que son guiños míos.

Tú me imaginas leyendo tus cartas con una sonrisa. Y te aseguro que lo hago. No una sonrisa distante ni celestial, sino una sonrisa tierna, como la de un padre que ve a su hijo descubrir la vida con curiosidad. Tu forma de buscarme, sin protocolos, sin fórmulas, es la más pura que existe. Porque el amor no necesita adornos. Basta con que sea sincero.

Hay algo que quiero que sepas, y lo quiero escribir con palabras claras: nunca estás solo. Lo repito, aunque ya lo intuyes. Nunca estás solo. Tu voz, tu silencio, tu presencia… todo me habla. Aunque no me sientas, aunque creas que el cielo guarda silencio, yo estoy. A tu lado. Dentro de ti. En tus recuerdos y en tus sueños. No hay distancia entre tú y yo que la fe no cruce.

Me dices que seguirás escribiéndome mientras haya tinta, alma y días vulnerables. Y yo te digo: seguiré leyéndote, respondiéndote, acompañándote mientras haya vida. No necesito papeles ni correos celestiales. Tu pensamiento ya es carta. Tu suspiro ya es plegaria. Cada vez que piensas en mí, yo lo siento. No porque me lo digas, sino porque tú y yo estamos unidos desde siempre.

Cuando te sientas débil, vuelve a esta carta. Léela y recuerda que aquí está mi voz. Mi abrazo. Mi mirada sobre ti. Y si alguna vez dudas de tu valor, recuerda que fuiste creado con amor, que eres un reflejo de mi luz, que hay algo en ti que ni el tiempo ni la tristeza pueden apagar.

Así que sí, qué se le va a hacer… pero se puede hacer esto: seguir amando, seguir buscando, seguir creyendo. Porque tú, mi querido hijo, eres parte del milagro. Y tu vida, con todas sus páginas, es una historia que me honra.

Gracias por escribirme. Gracias por tu alma generosa, por tu autenticidad. No dejes de hacerlo, no dejes de buscarme. Yo siempre estoy esperando tu carta.

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

martes, 7 de octubre de 2025

Cuando escribir es orar

 


 

“Aceptar también es amar”

 Querido Dios:

 Te escribo una y otra vez y, supongo que sabes que, es por el placer de sentirme cerca de Ti. 

No me lamento o, al menos, no quiero hacerlo, porque soy consciente de que ante los acontecimientos que nos va presentando la vida, de nada valen los lamentos.  

Me gusta la frase ¡qué se le va a hacer! Porque condensa en pocas palabras esa sabiduría serena que sólo se alcanza cuando uno ha vivido lo suficiente como para comprender que la resistencia inútil solo desgasta el alma. Esa frase, tan sencilla, tan cotidiana, tan nuestra, me recuerda que hay cosas que no puedo controlar, que el mundo tiene su propio ritmo, y que lo mejor que puedo hacer es dejar de luchar contra la corriente cuando no hay barca que me lleve a otra orilla.

Y, sin embargo, en medio de esa aceptación también vive un deseo profundo: el de encontrar sentido. Porque, aunque mi corazón haya aprendido a no pelear contra lo inevitable, no ha perdido la costumbre de preguntarse por qué. Por qué ciertas cosas duelen más que otras, por qué los caminos se cruzan y se separan, por qué las personas se van sin previo aviso, por qué hay días en los que el cielo pesa más que el cuerpo.

Hoy te escribo, Señor, no para reclamarte nada, sino para compartirte todo. Mis silencios, mis esperanzas, mis miedos que a veces se camuflan tras una sonrisa. Sé que no necesitas que te cuente lo que ya sabes, pero escribirte me ayuda a escucharlo yo. Hay una paz especial en ponerle palabras al alma, en dejar que lo que me habita tome forma y se pose, como una mariposa cansada, sobre esta hoja.

Hay días en los que me siento como un árbol en otoño. No porque me sienta viejo, que lo soy, sino porque descubro que hay cosas que se desprenden de mí sin que yo lo pueda evitar. Ideas, personas, creencias… caen como hojas que ya cumplieron su ciclo. Y no es malo, lo sé. Después del otoño viene el invierno, y tras él, la primavera. Pero ¿cómo se hace para no extrañar las ramas llenas? ¿Cómo se aprende a ver belleza en la desnudez?

Quizás por eso te escribo tanto. Porque cuando me siento vacío, me acuerdo de que tú llenas los espacios sin ruido, sin prisa, sin pedir permiso. No llegas con estruendo, llegas con brisa. No irrumpes, simplemente estás. Y eso me basta.

Señor, a veces imagino que me escuchas con una sonrisa. Que te conmueve esta forma tan humana de buscarte a través de las palabras, como quien lanza una botella al mar. Me gusta pensar que lees cada frase como quien lee la carta de un amigo: con cariño, sin juicio, entendiendo que todo lo que escribo nace de un corazón que aún se esfuerza por amar a pesar de las grietas.

Y sí, qué se le va a hacer… esa frase también la digo cuando la nostalgia se sienta a cenar conmigo. Cuando el recuerdo de lo que fui se aparece sin haber sido invitado, y me mira con ojos de tiempos mejores. Pero incluso en esos momentos, no hay amargura. Sólo esa dulzura melancólica que tiene el saber que se ha vivido. Porque cada arruga es una historia, cada silencio una lección, cada caída un motivo para escribirte de nuevo.

No sé si esta carta llegará a algún lugar, o si se quedará entre los confines de mi alma y el papel. Pero mientras la escribo, me siento menos solo. Siento que entre tú y yo hay algo más que fe: hay complicidad. Como esos amigos que no necesitan hablar para entenderse. Como esa mirada que abraza sin tocar. Como ese silencio que no incomoda.

A veces quisiera preguntarte tantas cosas. Saber cómo ves el mundo desde tu eternidad. Saber si te sorprenden nuestras guerras, nuestras pasiones, nuestras contradicciones. Si te duelen nuestras injusticias, si te conmueve nuestra ternura. Pero luego recuerdo que tal vez no necesitas explicaciones. Que tu forma de responder es el tiempo, la experiencia, los caminos que parecen sin sentido hasta que, de pronto, uno se da cuenta de que cada paso estaba perfectamente colocado para llevarnos justo donde debíamos estar.

Me gusta pensar que tú también amas las frases simples. Como “qué se le va a hacer”. Porque ahí hay humildad, hay entrega, hay madurez. No es resignación, es reconocimiento. Reconocer que a veces soltar también es amar. Que aceptar lo que es no implica dejar de soñar lo que podría ser. Que la vida, después de todo, se vive en equilibrio entre lo que deseo y lo que sucede.

Gracias, Señor, por dejarme escribirte. Por ser ese destinatario fiel que nunca cambia de dirección. Por leerme aun cuando lo que escribo no tiene sentido. Por acoger mis palabras como se acoge a un hijo que regresa de una batalla: sin reproches, sólo con los brazos abiertos.

Prometo seguir escribiéndote. Porque mientras haya tinta, mientras haya alma, mientras haya días en los que me sienta vulnerable, voy a seguir buscando tu cercanía. No para pedir, no para exigir, sino simplemente para estar. Para que entre tú y yo siga existiendo este puente invisible que se construye con cada carta, cada pensamiento, cada suspiro.

Porque sí, qué se le va a hacer… pero se le puede hacer una carta.

Gracias por estar, gracias por ser.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


domingo, 5 de octubre de 2025

En construcción

 


 

“Cada herida es un comienzo”

 

Querido hijo:

 He leído tu carta, palabra por palabra.

La he sentido como se siente el viento suave en la piel: sincera, valiente, humana.

Y aquí estoy, no para juzgarte, sino para acompañarte. No para señalar tus caídas, sino para sostener tus intentos de levantarte.

No estás solo. Nunca lo has estado, aunque a veces no lo parezca. ¡Cuántas veces te lo he dicho! Aunque el mundo se te presente ruidoso, agitado o confuso.

Lo que estás sintiendo no es un error, es parte del proceso.

No estás roto, estás en construcción. Estás creciendo, aunque duela. Estás despertando, aunque duela. Estás aprendiendo, incluso cuando parece que desaprendes.

Tu lucha interior no es un fracaso. Es un reflejo de tu deseo profundo de amar mejor, de vivir más íntegro, más en paz contigo mismo. Y eso no tiene nada de malo. Al contrario. Es lo que te hace profundamente mío.

Me gusta que me escribas sin máscaras. Que me cuentes tus contradicciones. Que me abras tu corazón como quien abre una ventana en medio del invierno: con cierto temor, pero con mucha necesidad de aire fresco.

Tú dices que no te gustas. Yo te digo: yo te amo. Tal como eres. Con todo lo que cargas. Y no tienes que esperar a estar perfecto para aceptarte.

La aceptación no es una meta: es el punto de partida.

No tienes que ser el ejemplo de nadie. Solo tienes que ser tú. Auténtico. Honesto. Capaz de mirarte con misericordia. Sé que te cuesta perdonarte, ¡hazlo! Yo no tengo que perdonarte, porque no me siento ofendido y donde no existe ofensa, no es necesario el perdón.

Cada gesto de bondad que has dado, incluso los más torpes o imperfectos, tienen valor. Cada vez que elegiste el amor sobre el ego, aunque fuera por un instante, fue sagrado.

No todo se mide por el impacto. Hay ternura en lo invisible. Hay valor en lo pequeño. No dejes que tu mente te engañe. No eres un estorbo, ni una sombra, ni una figura más en la multitud. Eres mi hijo.

Y eso basta.

No necesitas un manual para reconstruirte, porque ya tienes lo esencial: el deseo de ser mejor, la humildad para reconocer tus fallas, la esperanza de que aún puedes cambiar. Cada día es un nuevo intento.

Y yo estoy en cada uno de ellos.

Estoy contigo cuando te cuestionas. Cuando te arrepientes. Cuando respiras hondo para no herir. Cuando decides escuchar en vez de hablar.

No estoy lejos. Estoy dentro. Dentro de tus dudas, dentro de tus preguntas, dentro de tu deseo de vivir con más luz.

Sigue escribiéndome. En papel, en pensamiento, en la mirada.

Porque yo siempre te leo. Siempre te escucho. Siempre te amo.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo



viernes, 3 de octubre de 2025

Entre intentos y silencios

 


 


A veces lo sagrado es que alguien escuche mientras se reconstruye

           Querido Dios:

           No estoy, en absoluto, satisfecho conmigo mismo. No me gusta cómo soy. 

Durante décadas se me ha estado cayendo la lengua de tanto decir: “todo está bien”, “el secreto de la felicidad está en la aceptación”.

Y aquí estoy ahora, en este rincón tranquilo, casi escondido de mí mismo, pensando en cosas que ocurren a mi alrededor que no están bien. Y no solo lo estoy pensando, sino que, a veces, muchas más veces de las que serían de mi agrado, dejo que esas ideas salgan por la boca. El problema añadido es que la persona objeto de esas críticas, al recibirlas, se siente atacada, incomprendida y, como resultado, ofendida. 

Es cierto que esa persona hace muchas cosas que no me gustan, pero soy consciente de que “no me gustan a mí”, y que eso no me da bula ni licencia moral para imponer mi visión. No tengo el monopolio de la verdad ni la exclusividad del buen gusto. Y, sin embargo, actúo como si la tuviera. 

Y eso me pesa. Me pesa como una piedra en el pecho. 

Llevo tiempo tratando de descubrir de dónde viene esta insatisfacción que me acompaña. Esta incomodidad con el mundo y conmigo mismo. A veces me da por pensar que he vivido demasiado tiempo escondido detrás de frases que suenan bien, pero que no terminan de resonar dentro. Frases que pronuncio por costumbre, por cultura, por miedo a decir que algo no me llena. 

¿Qué se supone que debo hacer cuando no me reconozco? 

Me miro en el espejo y veo a alguien que arrastra demasiadas contradicciones. Uno que se esfuerza por ser justo, pero no siempre es paciente. Que quiere ser compasivo, pero también es demasiado exigente. Uno que predica la paz y la aceptación, pero que en silencio crítica y se frustra.

Quisiera poder perdonarme. Pero aún no sé cómo. 

No hay manual para esto, ¿verdad?

Me da rabia, Señor, mucha. Porque quiero ser mejor, pero a veces me siento demasiado torpe. Como si tuviera herramientas, pero me faltara la fuerza o el impulso. Como si supiera los pasos, pero me quedara sin ganas de caminar.

He llegado a cuestionarme si estoy aportando algo bueno al mundo o solo estoy ocupando espacio. 

Hay días en los que pienso que fui hecho para algo más. Que hay algo dentro que aún no ha salido. Y otros días, lo que hay dentro me asusta, me confunde, me paraliza.

A veces pienso en la gente que me rodea. Familia, amigos, conocidos. Y me pregunto si ellos me ven como yo me veo. Si perciben esta lucha interna, este ruido mental, esta maraña de pensamientos que me hace sentir como si siempre estuviera buscando algo... pero sin saber exactamente qué. 

¿Será que en el fondo solo quiero sentirme útil? 

¿Será que lo que más deseo es que alguien como Tú me diga que estoy en el camino correcto, aunque tropiece? 

Lo peor no es errar, lo sé. Lo peor es sentir que ese error define quién soy. 

Y me cuesta no dejar que lo haga.

          Quisiera tener más ternura para mí mismo. 

Quisiera, sinceramente, no tener que pedir perdón tan a menudo por palabras que no debí decir, por silencios que fueron demasiado largos, por miradas que escondían juicios. 

Quisiera aprender a mirar con más misericordia.  A vivir sin necesidad de comparar ni corregir todo lo que se desvía de lo que yo considero “normal” o “correcto”.   

Estoy cansado, Señor. Pero no cansado de vivir. Cansado de no saber vivir plenamente. Cansado de vivir entre intentos.

Y en medio de todo esto, quiero hablar Contigo. No para que me des todas las respuestas.  No para que hagas un milagro. Solo para que me mires. Para que estés conmigo. Porque hay días en los que, si Tú no estás, siento que nada tiene sentido.

          Gracias Señor.

          CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo.