El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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miércoles, 2 de abril de 2025

Big Bang

 


Big Bang

 

Querido Dios:

 Cuando he recibido tu contestación me he vuelto loco de alegría. Pensaba, cuando escribía, que el destino de la carta sería como el de las palabras, difuminarse, lentamente, hasta desaparecer.

Pero no, en la primera meditación llegó tu respuesta, de manera rápida y clara, hasta el extremo de que, por la rapidez, tuve ciertos problemas para poder ir transcribiendo toda la información.

Que me ronde o se deslice la alegría en mí interior, no es muy habitual, ya que mi estado emocional acostumbra a transitar por distintos matices de la tristeza, como pueden ser la melancolía y la nostalgia.

A veces pienso que alguna célula de mi cuerpo debe haber recibido algún input de mi vida al otro lado de la vida y que, de vez en cuando, va dejando salir ráfagas de nostalgia y soplos de melancolía que hacen que, sin tener ningún recuerdo de la vida del alma, sienta la tristeza como si sintiera añoranza de esa vida. Algo inconsciente debe de haber, porque son muchísimas las veces en que me encuentro pensando en la muerte como una liberación de la tristeza y de la monotonía de la vida.

Siempre me he preguntado para que nacemos, aunque tengo claro que voy a dejar esta vida sin saber para que he nacido, pero que seguro lo sabré en cuanto muera. Es una paradoja, vivir toda una vida sin saber para que vivimos. Como decía Stephen Hawking: “Si encontramos la respuesta al porqué de nuestra existencia y la del universo, sería el triunfo definitivo de la razón humana, pues entonces conoceríamos la mente de Dios".

Estoy convencido de que todas las preguntas “existenciales” que me llevo haciendo desde que tengo uso de razón espiritual, como son ¿para qué la Creación?, ¿para qué la vida?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿qué he venido a hacer? y, alguna más, quedarán contestadas en el momento de traspasar el umbral del “otro lado” y que, además, aunque ahora estemos ávidos por saber, no será una sorpresa, porque es algo que conocemos desde siempre.

La hipótesis del Big Bang, puede ser una explicación de cómo se formó el universo: Un punto muy pequeño, pero enormemente denso, que, de repente, estalló irradiando una cantidad fabulosa de energía, dando inicio al comienzo del Universo, formándose la materia, el espacio y el tiempo.

Pero no hay hipótesis sobre el porqué. Aunque asumo lo que dijo el papa Benedicto XVI: “La Creación es un don de Dios y es consecuencia de un acto de amor. Decir Creación significa afirmar que el mundo está orientado a la realización del proyecto de amor del Creador”.

Aunque, si el mundo mismo es Dios, tal como indicas en tu contestación, todo es parte de lo mismo. Es decir, de Ti. Por lo tanto, el ser humano sólo puede ser un chispazo transitorio del todo. Una parte que se ha separado temporalmente y que manifiesta, durante esa temporalidad, una conciencia personal, pero que está llamada a unirse y fundirse en el Todo,

Es posible que el ser humano esté diseñado para que esa temporalidad fuera corta, de muy pocas vidas. Y que esa temporalidad fuera el tiempo necesario para experimentar el amor incondicional, y una vez experimentado pueda el alma independiente volver a unirse con la Energía Divina.

Sin embargo, En algún punto del camino, los seres humanos olvidamos, no solo, cuál era la razón de la vida, sino también, de donde procedemos. Por ello, la razón de la vida que era experimentar el amor, en un tránsito efímero por la materia, se convirtió en un viaje de cientos o miles de vidas con dos objetivos: Saber que nuestra procedencia es Dios y que Dios es nuestro destino al que llegaremos una vez conseguido el segundo objetivo, anidar la energía del amor en nuestro interior.

Reflexionar sobre todo lo que puede haber al otro lado de la materia supone la formulación de infinitas preguntas que dudo mucho de que con nuestra mente estemos capacitados para entender las respuestas.

No te molesto más. Gracias por escucharme.

 


lunes, 31 de marzo de 2025

El hombre, manifestación de Dios

 


Dios siempre está

 


Dios siempre está

 

Querido hijo:

No es irrespetuoso nada de lo que comentas sobre mi sordera. Como bien dices no me ofendo nunca, nada me ofende. Rememora tu pasado, cuando tus hijos eran unos bebecitos de pocos meses. ¿Te ofendías por algo que ellos hicieran en su inconsciencia? Tú y tus hermanos, que comparten contigo la encarnación en la Tierra, sois mis amados hijos, sois mis bebés, que estáis creciendo en el amor y en la bondad.

Quiero comenzar contestando a la pregunta que haces en tu misiva. Preguntas si, realmente, estoy ahí. Pues sí, estoy ahí, pero, también estoy aquí y estoy allá y estoy en el cielo, porque Yo Soy el cielo, pero, también, estoy en la Tierra, porque Yo Soy la Tierra. Estoy en cada nube, en cada brizna de hierba y en cada grano de arena, porque Yo Soy la nube, la hierba y la arena. Estoy en el Sol, en cada planeta, en cada satélite y en cada estrella, porque Yo Soy el Sol, Soy cada planeta, cada satélite y cada estrella.

Pero aún hay más, estoy en ti. Y siento tu emoción sin que me la expliques, conozco tu pensamiento a la vez que tú, escucho cada palabra que sale de tu boca y cada anhelo que se escapa de tu corazón, acompaño tu mano cuando acaricia, cuando bendice y cuando golpea y enjugo las lágrimas que resbalan por tus mejillas.

Por lo tanto, siempre te escucho ¡hijo mío! Y siempre te contesto. Con palabras que no escuchas por el ruido que mantienes en tu interior, con las señales que pides, que no sabes interpretar, con sueños que olvidas porque no los consideras interesantes, con encuentros que calificas de casuales.

De mil maneras me comunico contigo, pero no me sientes, y no lo haces porque no estás sintonizando la emisora correcta. Estás centrado en tus problemas, en tus preocupaciones, en tus más íntimos deseos, en envidiar lo que otros tienen, en criticar todo lo que no se ajusta a tu creencia.

Y todo eso en lo que centras tu atención, tu pensamiento, tu emoción y tus palabras, te hacen sordo a mis respuestas, te hacen ciego a mis señales, te hacen insensible a las intuiciones y, lo que es peor, te están separando de la vida. No estás viviendo, porque la vida pasa a tu lado sin que seas consciente de ella. Y es, entonces, cuando más agobiado te sientes, cuando te acuerdas de mí y levantas los ojos al cielo pidiendo, rogando, suplicando, implorando, haciéndome culpable.

Tienes que salir de ese bucle de sufrimiento y conseguir que la paz, la serenidad, la bondad y el amor aniden en ti. Entonces estarás listo, no solo para poder escucharme, sino para no tener que pedirme o suplicarme, porque entenderás la razón por la que determinado acontecimiento se cruza por tu vida. Y si no llegas a entenderlo, estarás preparado para aceptarlo, porque entenderás que es necesario para poder llevar a buen término alguna de las enseñanzas que has decidido aprender en esta encarnación.

Te amo hijo mío y te bendigo.

sábado, 29 de marzo de 2025

Sordera Divina

 


Sordera divina

 

Querido Dios:

Son infinitas las veces que hablo Contigo o, mejor dicho, son infinitas las veces que hablo solo, siendo Tú el protagonista principal al que dedico mis palabras. Yo le llamo soliloquios, porque, en realidad, hablo conmigo mismo. Es un monologo dedicado a Ti.

A mí, como a todos los que se dirigen a Ti, haciéndote preguntas, pidiendo alguna gracia, realizando ofrendas, prometiéndote algún sacrificio a cambio de algo, encarándose Contigo por algo que la persona no entiende como puede proceder de Ti o, incluso, agradeciendo algo que ha llegado, más o menos, cuando se esperaba, me gustaría obtener alguna respuesta, en forma de palabra, de señal inequívoca o de sueño consciente. Pero no. Tú callas. Por toda respuesta, silencio y más silencio. No respondes nunca. No das señales ni de escuchar ni de responder. No sé cómo se sentirán los demás, pero yo, como norma, me siento muy solo, a veces, muy decepcionado y, siempre, muy triste.

En ocasiones, te disculpo, explicándome a mí mismo que no debes oír bien, que tienes algún problema de audición, ya que, si yo, por la edad, empiezo a tener algunos problemas, Tú, con muchos más años que yo, (eres eterno), debes estar sordo total.

Creo que la primera pregunta que tendríamos que hacer es ¿realmente estás ahí?, porque si no estás es normal que no te enteres de que los seres humanos nos pasamos la vida levantando los ojos al cielo, que se supone que es donde habitas, para hablar Contigo.

Se me ocurre que cuando crees la sexta o séptima raza-raíz pongas a los humanos un ojo adicional en la cresta de la cabeza para que no tengan que hacer tanto esfuerzo mirando al cielo, con peligro de padecer una tremenda contractura en el cuello.

Ahora que he llegado hasta aquí, pienso en si lo escrito no será una falta de respeto por mi parte. Aunque amparado por mis creencias, sé que no te ofendes nunca. Sé que estás ahí y sé que escuchas y que, en ocasiones, nos contestas, aunque no te escuchemos porque los sordos somos nosotros.

Esto solo es un reflejo de mi frustración y soledad. Realmente sí que me gustaría escucharte alguna vez, aunque solo fuera sentir mi nombre. 

Por hoy no te molesto más. Y ahora para despedirme se me plantea un problema añadido, no sé si despedirme con un abrazo, con un hasta pronto, con un sinceramente Tuyo, con una bendición o con un amén.

En fin, lo haré con agradecimiento por escucharme.

 


Soy un hijo de Dios

 


Cierto discípulo que sentía que había fracasado en una difícil prueba espiritual se encontraba entregado al autorreproche, cuando el Maestro le dijo:

“No pienses en ti mismo como en un pecador. El hacerlo es profanar la Imagen Divina que mora en tu interior. ¿Por qué identificarte con tus propias debilidades? En lugar de ello, afirma esta verdad: Soy un hijo de Dios. Órale a Él”: “Malo o bueno, yo te pertenezco. ¡Despierta nuevamente en mí tu recuerdo, oh Padre Celestial.”

PARAMAHANSA YOGANANDA


sábado, 1 de marzo de 2025

Dos caminos para llegar a Dios

 


Dos caminos para llegar a Dios

         Existen básicamente dos caminos para alcanzar la unión con Dios: la senda externa y la senda interna o trascendental. La senda externa consiste en la actividad correcta: amar y servir a la humanidad con la conciencia centrada en Dios; la senda trascendental es esotérica y se basa en la meditación profunda.

Por la senda trascendental tomarás plena conciencia de todo lo que no eres y descubrirás aquello que eres: “No soy el aliento, ni el cuerpo, ni los huesos, ni la carne. No soy la mente, ni el sentimiento. Soy Aquello que está tras el aliento, el cuerpo, la mente y el sentimiento”.

Cuando te remontas más allá de la conciencia de este mundo, sabiendo que no eres el cuerpo ni la mente y, sin embargo, más consciente que nunca de que existes, experimentarás esa divina conciencia que es lo que en verdad eres. Eres Aquello que da origen a todo cuanto existe en el Universo.

¿Por qué no indagas más allá de la oscuridad de los ojos cerrados? Es allí donde debes explorar. “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Juan 1:5). Inmensas luces y fuerzas cósmicas están actuando allí.

Paramahansa Yogananda


jueves, 27 de febrero de 2025

Todo procede de Dios

 


En el camino de la fe y la espiritualidad, muchos se encuentran en una encrucijada entre la confianza en Dios y el deseo de cambiar sus circunstancias. Este dilema, común entre los creyentes, merece una reflexión profunda y una comprensión más amplia de la relación entre el ser humano y Dios.

Es natural que los seres humanos, incluso aquellos con una fe firme, atraviesen momentos de duda y ansiedad. Buscamos consuelo en la oración, pidiendo a Dios por salud, prosperidad o cambios en nuestras circunstancias. Sin embargo, esta actitud puede revelar una contradicción interna: Mientras, por un lado, reconocemos a Dios como fuente de todo, por otro, cuestionamos o deseamos cambiar lo que Él ha dispuesto para nosotros.

Esta paradoja nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de nuestra fe y/o espiritualidad y nuestra comprensión del plan divino.

La idea de que nuestra vida actual es el resultado de un acuerdo previo con Dios antes de nuestra encarnación es un concepto profundo que merece consideración.

Ese acuerdo previo implica que cada experiencia tiene un propósito específico, que las dificultades no son castigos, sino oportunidades de crecimiento y que nuestra vida actual es exactamente lo que necesitamos para nuestra evolución espiritual.

Esta perspectiva nos desafía a ver más allá de nuestros deseos inmediatos y a buscar el significado más profundo de nuestras experiencias.

Es imprescindible para nuestra mantener nuestra paz interior, aceptar que Dios siempre proporciona lo que más nos conviene requiere un acto de fe y humildad.

Eso supone reconocer que la perspectiva divina es más amplia que la nuestra, que lo que percibimos como negativo puede ser beneficioso a largo plazo y que nuestros deseos inmediatos no siempre se alinean con nuestro mejor interés espiritual.

Por eso, en lugar de rebelarnos contra nuestras circunstancias, podemos adoptar una actitud de aceptación activa:

- Observación consciente: Examinar nuestras situaciones sin juicio.

- Búsqueda de lecciones: Identificar qué podemos aprender de cada experiencia.

- Gratitud: Cultivar el agradecimiento por lo que tenemos, incluso en momentos difíciles.

- Confianza: Desarrollar una fe profunda en que todo tiene un propósito superior.

La verdadera transformación ocurre cuando aceptamos nuestra realidad presente. Esto no significa resignación, sino una apertura a las enseñanzas que cada situación nos ofrece, ya que, al hacerlo, liberamos energía que antes gastábamos en resistencia, a la vez que nos abrimos a nuevas perspectivas y soluciones y, además, aceleramos nuestro crecimiento espiritual y personal.

Yo diría que es de vital importancia encontrar un equilibrio entre la aceptación de nuestra situación actual y la acción constructiva. Mientras aceptamos lo que es, podemos trabajar en nuestro crecimiento personal, podemos buscar formas de servir a los demás y, sobre todo, mejorar aspectos de nuestra vida que están bajo nuestro control.

Por lo tanto, para conseguir vivir en paz y acercarnos a la felicidad, hemos de aceptar que nuestra vida actual es un regalo de Dios, con todas sus complejidades y desafíos. Esa aceptación nos libera de la constante lucha contra lo que es y nos permite enfocarnos en nuestro crecimiento espiritual.

Al adoptar esta perspectiva, no solo honramos el plan divino para nuestras vidas, sino que también nos abrimos a una felicidad más auténtica y duradera. Esta felicidad no depende de circunstancias externas, sino de nuestra conexión interna con lo divino y de nuestra capacidad para encontrar significado y propósito en cada experiencia que la vida nos ofrece.


¿Algo más?

 

La decisión de los dioses

 


         Si los dioses han decidido sobre mí y sobre lo que tiene que pasarme, han decidido bien: no cabe concebir a un dios decidiendo mal. ¿Qué le puede impulsar a hacerme mal? ¿Qué podrían sacar de ello por sí mismos o para lo común que es para lo que miran?

MARCO AURELIO


lunes, 17 de febrero de 2025

Sobre Dios



Dios es...

 

¿Qué había antes del Universo?, antes del famoso Big Bang.

Nada. Antes del Universo había Nada. Pensando en el “antes de”, se me ocurre pensar en ¿cuánto antes? y ¿cuándo sería el principio de ese Nada?, sobre todo teniendo en cuenta que antes del Big Bang no había materia y por lo tanto no existía el tiempo. Y resulta que no hay principio, que ese Nada existe desde siempre. Algo inconcebible para la pobre limitación de la mente humana, porque podemos entender intelectualmente que algo exista desde siempre, que no tenga principio ni fin, es decir, que sea eterno, Pero a pesar de ese entendimiento intelectual, casi nos surge la pregunta: “Ya, pero ¿cuándo comienza ese infinito?”.

Después de entender, aunque solo sea de manera intelectual, el “antes”, aún queda otro concepto de reflexión. Ese concepto es “Nada”. ¿Qué es “Nada”’, y sobre todo ¿cómo a partir de esa Nada se crean los Universos?, con todo lo que albergan?”.

      La “Nada” es la Energía origen de todo lo creado. Se podría seguir llamando Energía, pero alguien, no sabemos ni quien, ni cuando, la denominó Dios.

     Por lo tanto, podemos decir, sin temor a equivocarnos que todo es Dios, y no es que Él creara el mundo, es que el mundo es Él mismo. El mundo es Dios. El Universo es Dios y todo lo que en él existe es Dios.

            Dios Es. Dios es la vida que cada uno de los hombres somos, es la tierra que pisamos, es el aire que respiramos, es el color de la piel y la suavidad del tacto.

Dios es el viento sobre el agua, es el cambio de hojas, es la simplicidad y la belleza de la flor.

Dios es el concepto más elevado y sublime que la mente humana puede concebir. Es la esencia misma de la existencia, la totalidad del universo y la realidad en sí. Dios trasciende los límites de nuestra comprensión, siendo a la vez inmanente en todo lo que existe y trascendente más allá de ello.

Dios es omnipresente, abarcando cada rincón del cosmos y cada partícula de la materia. No hay lugar donde Dios no esté, pues Él es la estructura misma de toda la existencia. Esta omnipresencia implica una conexión profunda entre el todo y cada una de sus partes, incluyéndonos a nosotros mismos.

Dios es omnipotente, no en el sentido limitado de un ser supernatural que realiza milagros, sino como la totalidad de todas las fuerzas y leyes que rigen el universo. El poder de Dios se manifiesta en cada interacción física, en cada proceso químico y en cada fenómeno natural.

Dios es omnisciente, conteniendo en sí mismo todo el conocimiento y la información del universo. Cada pensamiento, cada descubrimiento y cada misterio son parte de la mente infinita de Dios.

Dios es eterno, existiendo fuera del tiempo tal como lo concebimos. Para Dios, todos los momentos son simultáneos, abarcando pasado, presente y futuro en un eterno ahora.

Dios es la fuente de toda vida y consciencia. Es el fundamento del ser, la razón última de por qué existe algo en lugar de nada. En su infinita complejidad, Dios contiene todas las posibilidades y potencialidades del ser.

Dios es el misterio último, siempre más allá de nuestra comprensión total. Cuanto más aprendemos sobre el universo, más nos maravillamos ante su vastedad e intrincada complejidad, reflejando la naturaleza insondable de Dios.

Dios es la base de toda moralidad y valor. Como la totalidad de la existencia, Dios encarna el bien supremo y es la fuente de todo significado y propósito.

Cuando Moisés preguntó a Dios cuál era su nombre, Dios se reveló a Moisés como "YO SOY EL QUE SOY", afirmando su naturaleza como la existencia misma, el ser en su forma más pura y absoluta. Al enviar a Moisés ante el faraón, Dios se presentó como YAHVEH, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, estableciendo así una conexión entre lo eterno y lo temporal, entre lo infinito y lo finito.

Dios es, en última instancia, el todo y el uno, la unidad subyacente a toda la diversidad del cosmos. Es el misterio que nos rodea y nos penetra, invitándonos a una exploración sin fin de las maravillas de la existencia.

 

 

  

viernes, 14 de febrero de 2025

Otra forma de espiritualidad

 


En busca de "algo" que no sabía definir, me encontré inesperadamente con el yoga y la meditación. A partir de ese momento, y gracias a la información proporcionada por diversos instructores de yoga y guías de meditación, comencé a investigar y leer sobre espiritualidad, reencarnación, iluminación y otros temas relacionados.

Mi sistema de creencias empezó a transformarse, experimentando una sensación de alivio al descubrir un camino que me acercaba a Dios sin depender de las religiones tradicionales. Esta búsqueda de cercanía con lo divino había sido una constante desde mi adolescencia. Aunque no me consideraba religioso ni seguía estrictamente los preceptos de la Iglesia Católica, a la que pertenecía por nacimiento, solía visitar una basílica cercana a mi colegio una o dos veces por semana. Allí, me sentaba en un banco para mantener mis soliloquios con Dios.

Mi tema predilecto en estas conversaciones internas era cuestionar la aparente monotonía e injusticia de la vida. En aquella época, aceptaba sin cuestionamientos lo que mis mayores me habían enseñado. Sin embargo, ninguno de ellos pudo explicarme satisfactoriamente el propósito de la existencia. Todos coincidían en la importancia de ser bueno, pero mis experiencias vitales parecían contradecir esta enseñanza.

A medida que crecía y observaba el mundo a mi alrededor, notaba una discrepancia cada vez mayor entre la bondad que me inculcaban y la realidad que percibía. Esta contradicción me llevó a cuestionar no solo las enseñanzas recibidas, sino también el sentido mismo de la existencia.

El descubrimiento del yoga y la meditación marcó un punto de inflexión en mi búsqueda espiritual. Estas prácticas me ofrecieron una nueva perspectiva, permitiéndome explorar la espiritualidad desde un ángulo diferente al de las religiones tradicionales. A través de ellas, encontré herramientas para conectar con lo divino de una manera más personal y directa.

La exploración de temas como la reencarnación y la iluminación expandió significativamente mi comprensión de la espiritualidad. Estos conceptos me proporcionaron un marco más amplio para entender la existencia, más allá de las limitaciones de una sola vida y una única perspectiva religiosa.

En resumen, mi viaje espiritual evolucionó desde los cuestionamientos adolescentes en una basílica hasta el descubrimiento de prácticas y filosofías orientales. Este camino me ha permitido desarrollar una relación más personal y significativa con lo divino, al tiempo que ha ampliado mi comprensión de la vida y su propósito.

A medida que avanzaba en mi evolución espiritual, nuevas preguntas comenzaron a surgir en mi mente. Una de las más inquietantes fue: Si solo una pequeña fracción de la población practica yoga y meditación, ¿significa esto que el resto de los seres humanos están condenados a no crecer espiritualmente?

Esta duda me llevó a una profunda reflexión, y durante una de mis sesiones de meditación, gradualmente, una especie de discurso interno fue tomando forma en mi conciencia:

Llegué a la conclusión de que cualquier ser humano puede alcanzar un crecimiento espiritual completo, independientemente de sus prácticas o estilo de vida. Este crecimiento no está limitado a quienes meditan o practican asanas de yoga. Puede manifestarse en personas que: No siguen una dieta vegetariana por preferencia personal, que fuman o tienen otros hábitos considerados poco saludables o que no frecuentan lugares de culto debido a su escepticismo hacia las religiones organizadas

La verdadera espiritualidad, comprendí, se revela en las acciones y actitudes de una persona hacia los demás. Se manifiesta en aquel que: Está siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesite, ya sea económicamente o dedicando su tiempo, en el que ofrece compañía, escucha activa y comprensión a los demás, aquel que respeta a todos por igual, sin importar sus diferencias y que nunca se queja, ni critica a otros, ni se deja afectar por las opiniones ajenas sobre su persona

Este entendimiento me llevó a ampliar mi perspectiva sobre la espiritualidad. Comprendí que las prácticas formales como el yoga y la meditación son herramientas valiosas, pero no son el único camino hacia el crecimiento espiritual. La verdadera esencia de la espiritualidad reside en cómo uno se relaciona con el mundo y con los demás.

La compasión y el servicio desinteresado emergieron como pilares fundamentales de este entendimiento. Reconocí que aquellos que viven con un corazón abierto, dispuestos a tender una mano a quien lo necesite, están cultivando una profunda espiritualidad, aunque no la etiqueten como tal.

Otro aspecto crucial que identifiqué fue la ausencia de ego. Aquellas personas que no se dejan llevar por la necesidad de quejarse, criticar o enfadarse, y que no se preocupan por lo que otros piensen de ellas, demuestran un nivel de desapego y sabiduría que es profundamente espiritual.

Esta revelación me llevó a redefinir mi concepto de espiritualidad. Ya no la veía como un conjunto de prácticas específicas, sino como una forma de ser y estar en el mundo. Una espiritualidad que se manifiesta en la bondad, la compasión y la autenticidad de nuestras acciones cotidianas.

En conclusión, este nuevo entendimiento expandió mi visión del crecimiento espiritual, haciéndome apreciar la diversidad de caminos que pueden conducir a una vida plena y significativa. Reconocí que la verdadera espiritualidad trasciende las formas y se revela en la esencia de nuestro ser y en cómo nos relacionamos con el mundo que nos rodea.


Olvida y perdona

 

           


             Nunca, bajo ninguna circunstancia, se debe atajar el agua que ya pasó por debajo del puente.

      En otras palabras, las experiencias desagradables, las pérdidas o cualquier imperfección que haya ocurrido en tu vida no deben jamás ser abrazadas y mantenidas en el presente. Ya pasaron; olvida y perdona.

           El dar y perdonar es Divino. Por ejemplo, si un individuo ha entrado en un negocio y ha fracasado, es siempre por la inarmonía mental de su actitud y sus sentimientos.

          Si cada individuo en circunstancias semejantes mantuviera con firmeza que solo existe DIOS EN ACCIÓN, lograría el éxito más perfecto.

 

Del Libro de oro de Saint Germain.


domingo, 2 de febrero de 2025

Edad

 



DECRETO: Para convertirte en un Poder invencible

 



No dejes para mañana....

 


          Piensa desde cuando estás dejando esto para más tarde y cuantas veces los dioses te han señalado el plazo y tú lo has dejado pasar.

          Es necesario ya que te des cuenta de qué mundo eres parte y que eres una emanación de aquello que gobierna el mundo; que tienes un límite de tiempo fijado, que, si no utilizas para apaciguarte, se marchará, y tú también te marcharás, y no habrá una segunda vez.

Marco Aurelio


sábado, 25 de enero de 2025

Intuición



El ego, en su incesante monólogo, pretende dominar cada momento. Sin embargo, su discurso es efímero y provisional. La voz definitiva pertenece al alma, esa esencia profunda que resuena en armonía con la melodía divina.

Cuando el ego se sumerge en el silencio, los sutiles susurros del alma se vuelven audibles, revelando una claridad serena y misteriosa. Este murmullo, tan frágil como un soplo de viento, es lo que llamamos intuición. Es la brújula interna que nos guía hacia lo eterno, hacia lo más puro de nuestra existencia.