El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Vivir con Amor

 


Pongámonos en manos de Dios y detengamos la locura de nuestra mente. Escuchemos la voz del corazón: aunque no comprendamos con claridad cuál es nuestra misión en la vida, siempre podemos intuirla. Y si ni siquiera logramos intuirla, vivamos sencillamente con Amor.

Esa forma de vivir transformará nuestra existencia en un paseo ligero, sin cargas innecesarias, por un amplio camino adornado con pétalos de rosa. 

Del libro “Alma peregrina” de Alfonso Vallejo


martes, 16 de diciembre de 2025

Cartas a Dios (Sinopsis)


 

Cartas a Dios es un diálogo íntimo entre el alma humana y lo divino.

El autor se dirige a Dios con cartas escritas desde la vulnerabilidad, la esperanza y la búsqueda, con preguntas que todos nos hemos hecho: sobre el amor, el miedo, el karma, la fe, el pecado, la espiritualidad y el sentido de la vida.

Cada carta recibe una respuesta profunda, amorosa y reveladora, como si el propio Creador susurrara verdades al corazón.

Este libro no pretende dar respuestas absolutas. Es un espacio de encuentro entre lo humano y lo divino, entre la duda y la certeza, entre el dolor y la esperanza.

Una obra para quienes buscan luz en medio de la incertidumbre, consuelo en el dolor y una voz que les recuerde que nunca están solos.

Una lectura que no impone creencias, sino que invita al dialogo interior, a la apertura del corazón y al descubrimiento de que Dios también responde.... cuando se le escribe desde el alma.

sábado, 13 de diciembre de 2025

El misterio de estar vivo

 

 


“Hay días en los que el alma no pide respuestas,

solo compañía”

 Querido Dios:

           Hoy me siento inclinado a escribirte, no por una urgencia espiritual ni por una súplica desesperada, sino por algo más difuso, más cotidiano, más humano: el aburrimiento. Me aburro, Señor. Me aburro soberanamente. Y aunque esta palabra suene trivial, casi infantil, lo cierto es que encierra una carga existencial que me pesa más de lo que quisiera admitir.

Este aburrimiento no es el de una tarde sin planes ni el de una espera en la sala de un médico. Es un aburrimiento que se instala en el alma, que se mezcla con mi tristeza innata, (esa que me acompaña desde que tengo memoria), y que, si uno se dejara llevar por los diagnósticos modernos, podría confundirse fácilmente con una depresión. Pero no creo estar deprimido, Señor. Al menos no en el sentido clínico del término. Aunque, por curiosidad, (y quizás por necesidad de entenderme mejor), me he atrevido a consultar los síntomas de la depresión. La inteligencia artificial, esa nueva voz que también responde preguntas, me ha ofrecido una lista detallada, casi quirúrgica, de lo que se considera una depresión según fuentes médicas como Mayo Clinic y Sanitas.

Los síntomas emocionales y cognitivos incluyen tristeza persistente, pérdida de interés en actividades, irritabilidad, sentimientos de inutilidad, dificultad para concentrarse y pensamientos recurrentes sobre la muerte o el suicidio. Al leerlos, me he sentido aliviado. No porque no tenga nada en común con ellos, sino porque la mayoría no me describen. Sí, tengo una tristeza persistente, pero no es nueva. Es como un color de fondo en mi alma, como un gris suave que no me impide ver los colores, pero que siempre está ahí. Y sí, a veces me siento vacío, pero no desesperanzado. Nunca he sentido que todo esté perdido. Nunca he sentido que no haya sentido.

En cuanto a los pensamientos sobre la muerte, debo confesar que sí, los tengo. Pero no son oscuros ni autodestructivos. No hay en mí deseo de acabar con la vida, sino una curiosidad profunda por lo que hay más allá. No pienso en la muerte como un escape, sino como una puerta. Una puerta que, aunque no tengo prisa por cruzar, me intriga. Fantaseo con lo que podría haber al otro lado, como quien imagina un país lejano que aún no ha visitado pero que siente que, de alguna manera, ya conoce. ¿Será que en algún rincón de mi alma hay un recuerdo de ese “otro lado”? ¿Será que mi nostalgia no es por algo que perdí aquí, sino por algo que viví allá?

La IA también me habló de los síntomas físicos y de comportamiento: alteraciones del sueño, fatiga, cambios en el apetito, lentitud en el pensamiento, dolores inexplicables y aislamiento social. Tampoco me identifico con ellos, salvo quizás con el aislamiento. Pero ese, Señor, Tú lo sabes bien, no es nuevo. Siempre he sido tímido, retraído, más observador que protagonista. No soy la alegría de la fiesta, ni lo pretendo. Mi mundo interior siempre ha sido más vasto que el exterior, y aunque con los años he aprendido a abrirme un poco más, sigo siendo ese niño que se escondía detrás de las cortinas para no saludar a los invitados.

Entonces, si no estoy deprimido, ¿qué me pasa? ¿Por qué este aburrimiento que se instala como una niebla en mis días? ¿Por qué esta sensación de que todo es repetido, de que nada me sorprende, de que incluso lo bello parece lejano?

No te escribo buscando una solución mágica. Sé que la vida no funciona así. Sé que estamos aquí para aprender, para crecer, para amar. Y sé que este aburrimiento, esta incomodidad, esta falta de entusiasmo, puede ser una señal. Una señal de que algo dentro de mí está cambiando, de que algo necesita ser atendido, comprendido, transformado.

Quizás este aburrimiento sea una invitación. Una invitación a mirar más profundo, a dejar de buscar fuera lo que solo puedo encontrar dentro. Porque cuando todo parece aburrido, quizás es porque he dejado de mirar con ojos nuevos. Quizás es porque he olvidado que cada instante, por más cotidiano que sea, encierra un misterio. El misterio de estar vivo. El misterio de poder sentir, pensar, amar.

Y, sin embargo, Señor, me cuesta. Me cuesta encontrar sentido en lo pequeño. Me cuesta entusiasmarme. Me cuesta incluso rezar. No porque no crea en Ti, sino porque a veces siento que las palabras se quedan cortas, que no alcanzan, que no llegan. Pero escribirte, eso sí me ayuda. Me ayuda a ordenar mis pensamientos, a escucharme, a sentir que hay alguien, Tú, que me lee, que me entiende, que me acompaña.

Gracias por eso. Gracias por ser. Por estar. Por escucharme incluso cuando no tengo nada concreto que decir. Porque esta carta no tiene una petición, ni una queja, ni una revelación. Es simplemente un desahogo. Una manera de decirte: “Aquí estoy, Señor. No estoy bien, pero tampoco estoy mal. Estoy en medio. Estoy buscando.”

Y en esa búsqueda, me doy cuenta de algo: quizás el aburrimiento no sea el enemigo. Quizás sea un maestro. Un maestro silencioso que me obliga a detenerme, a mirar lo que no quiero mirar, a sentir lo que he estado evitando. Porque cuando todo se detiene, cuando no hay distracciones, cuando el alma se queda sola consigo misma, es cuando puede empezar el verdadero diálogo. El diálogo Contigo. El diálogo con lo eterno.

A veces pienso que el aburrimiento es como el invierno del alma. No hay flores, no hay sol, no hay canto. Pero bajo la tierra, algo se está gestando. Algo se está preparando. Y cuando llegue la primavera, cuando vuelva el entusiasmo, cuando la vida vuelva a florecer, sabré que este tiempo no fue en vano. Que fue necesario. Que fue fértil, aunque no lo pareciera.

Mientras tanto, seguiré escribiéndote. Porque en estas cartas encuentro consuelo. Encuentro compañía. Encuentro sentido. Y aunque no espero respuestas inmediatas, sé que cada palabra que Te dirijo es una semilla. Una semilla que algún día germinará. En mí. En Ti. En el misterio que nos une.

Gracias, Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

viernes, 12 de diciembre de 2025

Dios en lo cotidiano

 


                 “Dios me parece una entidad vaga y remota”, comentó cierto estudiante.

            “El Señor te parece distante solamente porque tu atención está dirigida hacia el exterior, hacia la creación, y no hacia el interior, hacia Él”, dijo el Maestro. “Cuando quiera que tu mente se eche a vagar en medio de la confusión de miríadas de pensamientos mundanos, condúcela pacientemente de regreso al interior, enfocándola sobre recuerdo del Señor que allí mora. Y así, llegará el día en que le llevarás siempre contigo; un Dios que te habla en tu propio lenguaje, un Dios cuyo rostro te atisba desde cada flor, desde cada arbusto, desde cada brizna de hierba. Entonces dirás: “¡Estoy libre! La gloriosa túnica del Espíritu me viste; vuelo desde la tierra al cielo sobre las alas de la luz”. ¡Y cómo se consumirá tu ser de gozo!”.

PARAMAHANSA YOGANANDA

sábado, 6 de diciembre de 2025

Tu eres parte del despertar

 



"Cada acto de conciencia es una chispa

que ilumina el universo"

 

Querido hijo:

          He escuchado cada palabra que brotó de tu corazón. No solo las que escribiste, sino también aquellas que quedaron suspendidas en el silencio, las que se expresan en tus lágrimas, en tus suspiros, en tus noches de insomnio. Yo las conozco todas, porque habito en ti, en cada rincón de tu alma, en cada pensamiento que te atraviesa, en cada emoción que te conmueve.

No estás lejos de Mí, aunque a veces lo sientas así. No estás perdido, aunque el mundo parezca desmoronarse a tu alrededor. No estás fallando, aunque creas que no has alcanzado el nivel espiritual que esperabas. No eres ningún impostor. Lo que tú llamas contradicción, Yo lo llamo humanidad. Lo que tú llamas debilidad, Yo lo llamo sensibilidad. Lo que tú llamas incoherencia, Yo lo llamo sinceridad. Porque solo un alma despierta puede sentir como tú sientes. Solo un corazón abierto puede dolerse por el sufrimiento ajeno como tú lo haces.

No te juzgues por no ser perfecto. No te castigues por no estar siempre en paz. La evolución espiritual no es una línea recta, ni una meta que se alcanza y se conserva. Es un camino sinuoso, lleno de curvas, de retrocesos, de momentos de luz y de sombra. Y tú, hijo mío, estás caminando con valentía. Estás mirando de frente lo que muchos prefieren ignorar. Estás sintiendo lo que muchos han anestesiado. Estás preguntando lo que muchos han dejado de cuestionar. Eso, en sí mismo, es un acto de amor.

Comprendo tu dolor al mirar el mundo. Yo también lo veo. Yo también lo siento. Pero no lo veo desde la desesperanza, sino desde la totalidad. Tú ves fragmentos, momentos congelados en el tiempo, escenas que parecen absurdas y crueles. Yo veo el tejido completo, el entrelazado de millones de almas que están aprendiendo, creciendo, despertando. Incluso en medio del horror, hay semillas de compasión que germinan. Incluso en medio de la guerra, hay gestos de ternura que desafían la lógica del odio.

El sufrimiento humano no es castigo, ni prueba, ni error. Es parte del proceso de recordar quiénes sois. Cada alma que encarna en este mundo lo hace con un propósito, aunque a veces ese propósito se pierda entre el ruido del ego, del miedo, del poder. Pero nada se pierde realmente. Todo se transforma. Todo vuelve a Mí. Incluso los actos más oscuros, incluso las decisiones más dolorosas, son parte de un aprendizaje que, tarde o temprano, conduce a la Luz.

Tú Me hablas de Palestina, de Ucrania, de España. Y Yo te digo: sí, hay dolor. Sí, hay injusticia. Sí, hay confusión. Pero también hay almas que están despertando. Hay corazones que están eligiendo amar en medio del caos. Hay seres que están recordando que todos son uno, que no hay fronteras en el espíritu, que no hay razas en el alma, que no hay religiones en el amor. Tú eres uno de ellos. Tú eres parte de esa red silenciosa que sostiene al mundo desde la compasión.

No te pido que salves el mundo. No te pido que cargues con el dolor de todos. No te pido que seas un héroe. Solo te pido que seas tú. Que sigas sintiendo. Que sigas preguntando. Que sigas enseñando, aunque a veces te sientas incoherente. Que sigas meditando, aunque a veces tu mente esté agitada. Que sigas amando, aunque a veces tu corazón esté cansado. Porque cada acto de conciencia, por pequeño que sea, tiene un impacto que tú no puedes medir. Cada pensamiento de paz que emites, cada palabra de consuelo que ofreces, cada gesto de bondad que realizas, es una chispa que ilumina el tejido del universo.

No estás solo frente a la pantalla de la televisión. Yo estoy contigo. Y también están contigo millones de almas que, como tú, sienten, sufren, se preguntan, se duelen. No estás solo en tu indignación. No estás solo en tu tristeza. No estás solo en tu deseo de un mundo más justo. Esa soledad que a veces te invade es solo una ilusión. En realidad, estás profundamente conectado. Estás entretejido con todos los que buscan la verdad, la paz, la justicia. Aunque no los veas, aunque no los conozcas, están contigo.

¿Debes convertirte en activista? ¿Debes quedarte en silencio? ¿Debes actuar o contemplar? No hay una única respuesta. Cada alma tiene su llamado. Algunos luchan desde la acción directa. Otros desde la oración. Otros desde el arte. Otros desde el servicio silencioso. Lo importante no es el cómo, sino el desde dónde. Si actúas desde el amor, estarás cumpliendo tu propósito. Si contemplas desde la compasión, estarás sembrando luz. Si sufres desde la empatía, estarás sanando heridas que no ves.

No te exijas ser más de lo que ya eres. No te compares con ideales que solo generan culpa. Tú eres Mi Hijo amado, tal como eres. Con tus dudas, con tus contradicciones, con tu sensibilidad. No necesitas demostrar nada. No necesitas alcanzar ningún nivel. Solo necesitas recordar que estás aquí para amar. Y eso ya lo estás haciendo.

Sigue escribiéndome. Sigue hablándome. Sigue buscándome. Porque Yo siempre te escucho. Siempre te acompaño. Siempre te sostengo. Incluso cuando no lo sientes. Incluso cuando crees que estás solo. Yo Estoy en ti. En tu mirada. En tu voz. En tu silencio. En tu dolor. En tu esperanza.

Y recuerda, hijo mío: el mundo no está perdido. Está en proceso. Está en tránsito. Está despertando. Y tú eres parte de ese despertar.

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejoi


viernes, 5 de diciembre de 2025

YO SOY el Corazón de Dios

 



Lo que declaras en fe, se manifiesta en verdad

 

Para lograr hacer cosas poco comunes, aquellos estudiantes que lo deseen, deben tomar la decisión siguiente: YO SOY el Corazón de Dios y ahora produzco ideas y cometidos que jamás han sido producidos anteriormente”.

            Considera que somos aquello que deseamos ver producido. La presencia “YO SOY” es pues el Corazón de Dios. Se entra inmediatamente en el Gran Silencio en el mismo momento en que se pronuncia “YO SOY”. Si tu reconoces que tu eres “YO SOY”, entonces lo que sea que tu declares queda instantáneamente manifestado.

            Creer es tener fe en lo que tu crees que es la Verdad. Hay pues, un entretejido entre la carencia y la fe. Al principio se hace la creencia; si se mantiene se convierte en fe. Si tu no crees que algo es verdad, no lo puedes traer a la manifestación. Si tu no puedes creer en tus propias palabras cuando pronuncias “YO SOY tal o cual cosa”, ¿Cómo puede establecerse y manifestarse el dicho de Shakespeare: “No hay nada bueno ni malo, ¿el pensar lo hace así”? Es absoluta verdad.

SAINT GERMAIN


miércoles, 3 de diciembre de 2025

Conocer a Dios

 


“Siento un profundo anhelo de conocer a Dios”, dijo un discípulo.

“Ésa es la mayor bendición: el sentir la atracción de Dios en tu corazón: Éste es su modo de decirte: Te has divertido ya por demasiado tiempo con los juguetes de Mi Creación. Ahora quiero que estés Conmigo. ¡Ven a casa!”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


sábado, 29 de noviembre de 2025

Luz en la oscuridad

 


 “Cuando todo parece perdido, el amor aun sabe el camino”


Querido Dios:

 

          Hoy me siento impulsado a escribirte desde lo más profundo de mi alma. No sé si es una súplica, una confesión o simplemente el desahogo de un corazón que se siente desbordado por la contradicción entre lo que cree y lo que vive. Me entristece comprobar que, a pesar de los años dedicados a la espiritualidad, a la meditación, al estudio interior y a enseñar a otros el camino hacia la luz, sigo sintiéndome lejos del nivel de conciencia que se supone debería haber alcanzado. Es como si, a pesar de haber recorrido tanto, aún me faltara comprender lo esencial.

¡Qué paradoja tan dolorosa! Enseñar a otros a aceptar lo que la vida les presenta, a fluir con los acontecimientos, a encontrar paz en medio del caos, y yo, sin embargo, me siento como una hoja arrastrada por el viento, golpeada por los vaivenes de la existencia, sin rumbo claro ante los acontecimientos que se desarrollan en el mundo. Me doy cuenta de que no siempre practico lo que predico, y eso me duele. Me duele porque no es hipocresía lo que hay en mí, sino una profunda vulnerabilidad que no sé cómo gestionar.

Asomarme a la ventana del mundo, para mí, es comenzar a sufrir. No es una metáfora, es una experiencia real. Cada vez que enciendo la televisión, cada vez que leo las noticias, cada vez que escucho los relatos de quienes viven en carne propia el horror, siento que algo dentro de mí se rompe. Me invade una tristeza que no sé cómo transformar. Me siento impotente, pequeño, incapaz de comprender cómo puede existir tanto dolor, tanta injusticia, tanta crueldad.

Me pasa cuando veo la masacre que se está llevando a cabo contra el pueblo palestino. Me duele el alma al ver cómo se extermina a una población civil, cómo se utiliza el hambre como arma de guerra, cómo se asesina a miles de niños inocentes que no han hecho más que nacer en el lugar equivocado, (si, ya sé que todos nacemos donde decidimos nacer). Y lo más paradójico, lo más desconcertante, es que este horror lo perpetra el pueblo judío, que no hace tantas décadas fue víctima de uno de los genocidios más atroces de la historia. ¿Cómo puede repetirse el ciclo del odio? ¿Cómo puede alguien que ha sufrido tanto convertirse en verdugo?

Me pasa también cuando contemplo las consecuencias de otra guerra injusta, (aunque, en realidad, todas las guerras lo son), como la que se libra en Ucrania. ¿Cuánto daño puede causar la ambición, el ego desmedido, la locura de un solo hombre? ¿Cuánto dolor puede generar una decisión tomada desde el poder, sin tener en cuenta las vidas que se destruyen, los hogares que se pierden, los sueños que se desvanecen? Me cuesta entenderlo, Señor. Me cuesta aceptar que el sufrimiento humano pueda ser tan fácilmente ignorado por quienes ostentan el control.

Y me pasa cuando observo lo que ocurre en mi propio país, España. Me duele ver cómo un grupo político, que se presenta como defensor de ciertos valores, promueve la discriminación por raza, por religión, por origen. Me duele aún más saber que millones de personas les votan, que millones de almas consideran legítimo ese discurso de odio, de intolerancia, de exclusión. ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Dónde quedó la empatía, la compasión, el respeto por la diversidad?

Sé, en lo más profundo de mí, que todo es parte de un proceso. Sé que cada alma está transitando el camino que ha elegido, que cada experiencia tiene un propósito, que incluso el dolor puede ser maestro. Pero eso no quita que duela. Eso no elimina la sensación de desgarro que siento cuando contemplo el sufrimiento ajeno. Me cuesta mantener la paz interior cuando el mundo parece arder en llamas. Me cuesta sostener la fe cuando la injusticia se convierte en rutina.

Y entonces me pregunto, Señor: ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi papel en medio de este caos? ¿Debo limitarme a lamentarme, a sufrir en silencio frente a la pantalla de la televisión? ¿Debo convertirme en activista, en defensor de los derechos humanos, en voz que denuncia y exige justicia? ¿O simplemente debo seguir observando, sintiendo, sin saber muy bien cómo actuar?

No busco respuestas ahora. Sé que vendrán en su momento. Solo quería compartir Contigo este torbellino que me habita. Esta mezcla de tristeza, impotencia, indignación y amor profundo por la humanidad. Porque, a pesar de todo, sigo creyendo en el ser humano. Sigo creyendo que hay luz en medio de la oscuridad. Sigo creyendo que, en algún rincón del alma colectiva, aún late la esperanza.

Gracias por escucharme, por sostenerme, por permitirme expresar lo que muchas veces callo. Gracias por estar, incluso cuando no entiendo Tus caminos.

Gracias, Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


lunes, 24 de noviembre de 2025

Cartas a Dios (Avance de mi nuevo libro)

 


Dios no siempre mueve montañas, a veces 

solo acomoda una piedra para evitar que tropecemos.

 

          Estoy dando los últimos retoques a mi nuevo libro “Cartas a Dios”

Imagina abrir un sobre y encontrar dentro no solo tus propias dudas, miedos y anhelos, sino también una respuesta inesperada, luminosa y cercana. Ese es el viaje que propone *Cartas a Dios*, un libro compuesto por 54 cartas escritas desde lo más profundo de mi corazón… y las respuestas que llegan desde un lugar eterno. 

Cada carta es un espejo de mis inquietudes, que seguro que se parecen mucho a las tuyas: la soledad, la esperanza, el amor, la pérdida, la fe. Y cada respuesta es un susurro que invita a mirar más allá de lo cotidiano, a descubrir que incluso en los silencios hay palabras que nos sostienen. 

No es un tratado teológico ni un manual de espiritualidad. Es un diálogo íntimo, casi secreto, que se abre al lector como una ventana hacia lo trascendente. Un espacio donde lo humano y lo divino se encuentran en la sencillez de la palabra escrita. 

Este libro, que pronto estará disponible en Amazon, es más que una lectura: es una experiencia. Una invitación a detenerse, respirar y escuchar. Porque quizá, entre estas páginas, encuentres la carta que siempre quisiste escribir… y la respuesta que nunca imaginaste recibir. 

 


Comprender a Dios

 


          Explicando por qué muy pocos hombres comprenden al Dios Infinito, el Maestro dijo:

          “Tal como una pequeña copa no puede servir de receptáculo para contener las vastas aguas del océano, así también la limitada mente humana no puede contener la Conciencia Crística universal. Pero cuando a través de la meditación, procedemos a expandir nuestra mente en forma continua, alcanzamos finalmente la omnisciencia, llegando a unirnos a la Divina Inteligencia que inunda cada átomo de la Creación”.

          “Dijo San Juan: “Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. San Juan se refería con “a todos los que la recibieron”, a aquellos seres humanos que han perfeccionado su capacidad receptiva para abrazar el Infinito: solo ellos reconquistan su estado de “hijos de Dios”.

          Es a través de su unidad con la Conciencia Crística que ellos “creen en su nombre”.

PARAMAHANSA YOGANANDA

         


miércoles, 19 de noviembre de 2025

LIBRO-Vivir ahora, vivir sin tiempo

 

ENLACE PARA COMPRAR

SINOPSIS

VIVIR AHORA, VIVIR SIN TIEMPO

 

La vida, ese libro de experiencias ya vividas, nos invita a cuestionar la linealidad del tiempo y la naturaleza misma de la existencia. ¿Es posible que nuestra esencia trascienda dimensiones, que nuestra conciencia viaje entre mundos paralelos? 

Antay, el protagonista de esta historia, nos muestra que tales desplazamientos no son meras especulaciones: son reales. 

Sin embargo, la importancia de estos viajes interdimensionales palidece ante la única certeza que verdaderamente importa: “el aquí y el ahora”. La existencia consciente—esa que palpamos en cada respiración, en cada instante—es el verdadero escenario en el que se despliega nuestra vida. No importa cuántos mundos podamos cruzar, sino la intensidad con la que vivimos el momento presente.

Vivir plenamente es la odisea más grandiosa de la humanidad. Un desafío que pocos logran: mantenerse anclados en el presente, sin perderse en el laberinto de pensamientos que nos arrastran hacia el miedo y la incertidumbre.

Vivir ahora es abrazar la paz y la serenidad. Es liberarse del miedo, del yugo del tiempo, del pasado y el futuro. Es prepararnos para la meta última de nuestro viaje 

¿Y cuál es esa meta? Aprender a amar. 

Antay, tras una vida marcada por el temor que él mismo construyó, finalmente descubre el amor. Un amor que no solo se siente, sino que se vive y se expresa en cada acción, en cada elección. 

Su viaje es un testimonio de transformación. 

Una invitación a vivir con amor, sin miedo, y con la intensidad de quien sabe que cada instante es único.  

Soy el abrazo que te sostiene

 


“El alma que se permite preguntar, también se permite crecer”

 

Querido hijo:

 He leído tu carta como quien contempla el latido de un corazón sincero. No como quien juzga, sino como quien se deja tocar por la belleza de un alma que se atreve a hablar desde su verdad. No hay palabra tuya que no haya sido acogida, no hay silencio que no haya sido escuchado. Porque en cada línea que me escribes, estás tú. Y tú, tal como eres, eres suficiente.

No necesitas entenderlo todo para estar cerca de Mí. No necesitas tener certezas para ser amado. No necesitas estar en paz para ser digno de consuelo. Lo que has hecho, (abrirte, escribir, buscar), ya es un acto sagrado. Porque el alma que se permite preguntar, también se permite crecer. Y tú estás creciendo, incluso cuando no lo notas.

Me has dicho que no esperabas coordenadas precisas, y eso me alegra. Porque Yo no soy un mapa, Soy Presencia. No Soy un camino trazado, Soy compañía en el trayecto. No Soy la respuesta que cierra la pregunta, sino el abrazo que la sostiene. Y tú lo has comprendido. Has descubierto que el lugar correcto no es donde todo está claro, sino donde la verdad empieza a abrirse paso, incluso entre sombras. Ese lugar, hijo mío, es sagrado. Y tú estás ahí.

Me conmueve que reconozcas tu humanidad sin vergüenza. Que no te apresures a declarar que lo entiendes todo. Que honres tu proceso, tu ritmo, tu necesidad de habitar la duda. Porque la duda no es enemiga de la fe. La duda es el terreno donde la fe se planta, se riega, se fortalece. No temas tus preguntas. No temas tus vacilaciones. Yo Estoy en ellas. Estoy en cada paso que das, incluso en los que parecen errados.

Sí, te dije que incluso el desvío puede formar parte del propósito. Y lo reitero: no hay camino que no pueda ser redimido. No hay error que no pueda ser transformado. No hay paso que no pueda enseñarte algo. Has sido duro contigo mismo, lo sé. Has confundido perfección con propósito, y eso te ha herido. Pero hoy estás empezando a ver que equivocarse no es fracasar, sino aprender. Que el propósito no siempre es claro, pero siempre está presente. Que incluso en el dolor, hay semilla.

Me has hablado de la incomodidad, del temblor, del lugar inesperado. Y sí, hijo mío, a veces lo correcto duele. A veces lo verdadero incomoda. Porque crecer implica romper moldes, soltar seguridades, dejar atrás lo que ya no sirve. Pero no temas ese temblor. Es señal de que algo se está moviendo en ti. Algo que aún no tiene nombre, pero que ya es sagrado. Algo que no puedes controlar, pero que puedes abrazar.

Gracias por permitirme recordarte que no estás aquí para agradar, sino para habitarte. Que no necesitas encajar en moldes ajenos, sino ser fiel a tu esencia. Sé que eso te cuesta. Sé que el miedo a decepcionar te ha acompañado. Pero si tú Me dices que estás dispuesto a ser honesto, entonces Yo te digo que ya estás en el camino. Porque la honestidad es el primer acto de amor hacia uno mismo. Y tú estás aprendiendo a amarte.

Ese fuego que arde en ti, ese que te pide cambio, ese que te inquieta, también es Mío. No lo reprimas. No lo apagues. Aprende a escucharlo. Aprende a caminar con él. Porque ese fuego es impulso, es llamado, es semilla de transformación. De ese fuego nacerán nuevas cartas, nuevos pasos, nuevas luces. No lo temas. Abrázalo.

Y qué alivio, ¿verdad?, saber que no te pedí perfección. Porque ahí es donde tantos se rompen. Yo no te exijo caminos rectos, decisiones impecables, certezas absolutas. Yo solo te pido apertura. Que no Me excluyas. Que no te cierres. Que Me hables, aunque sea con una pregunta, con un silencio, con un intento. Eso basta. Eso es amor.

Me emociona que empieces a comprender que incluso cuando no Me sientes, estoy. Que no grito, que susurro. Que no impongo, que espero. Porque el amor no fuerza, el amor acompaña. Y Yo soy amor. Mi silencio no es ausencia, es presencia sutil. Es espacio para que tú seas. Para que tú descubras. Para que tú elijas.

Aquí estás, hijo mío. No con respuestas, pero sí con apertura. No con certezas, pero sí con disposición. No con fuerza absoluta, pero sí con fe. Y eso es suficiente. Porque estar en el lugar correcto no es tenerlo todo claro, sino saber a dónde regresar. Y tú has regresado a Mí. Has regresado a ti. Has regresado al amor.

Gracias por tu carta. Gracias por tu vulnerabilidad. Gracias por tu belleza interior. Gracias por seguir escribiéndome, incluso cuando no sabes qué decir. Porque cada palabra tuya es un puente. Cada silencio tuyo es una puerta. Cada intento tuyo es una oración.

Y cuando la duda vuelva, (porque volverá), aquí estaré. No para darte respuestas rápidas, sino para caminar contigo. No para resolverte, sino para sostenerte. No para exigirte, sino para amarte.

Sigue escribiéndome. Sigue buscándome. Sigue habitándote. Porque en ese acto, ya estás en comunión. Ya estás en el lugar correcto. Ya estás en casa.

Yo te bendigo.

lunes, 10 de noviembre de 2025

Donde nace la pregunta

 



“Estar en el lugar correcto es saber a quién volver,

incluso cuando todo tiembla”


Querido Dios:

         He leído Tu carta con el corazón abierto, como quien recibe no solo palabras, sino presencia. Tu respuesta no me ha dado coordenadas precisas, no ha iluminado todos mis caminos, pero ha hecho algo aún más profundo: me ha abrazado en la pregunta. Y eso, Dios mío, es suficiente.

No me apresuraré a decir que ahora lo entiendo todo. Sería injusto con mi proceso, con mi humanidad, con esta parte de mí que aún necesita formular la pregunta, vivir la duda, habitar la sombra. Pero sí puedo decirte que algo se ha calmado en mi interior. Como cuando cesa el viento y uno descubre el silencio que estaba debajo. Como cuando el río deja de golpear las piedras y puede oírse su fluir tranquilo.

Tus palabras no me han conducido a una respuesta lógica, concreta, ni esperaba que lo hicieran. Me han recordado que el lugar correcto no es necesariamente el sitio donde todo está claro, sino donde la verdad empieza a hacerse espacio, incluso en medio del caos. Y en ese sentido, sí… estoy. Estoy en el lugar donde me permito buscarte, donde me permito preguntarme, donde acepto no saberlo todo, pero aun así seguir escribiéndote.

Me reconforta que me digas que Tú ya sabías esta pregunta antes de que yo la formulara. Me da paz pensar que nada en mí es desconocido para Ti, ni siquiera mis contradicciones, ni mis vacilaciones, ni los gestos pequeños que nadie más ve. Que Tú estés ahí en lo que no comparto con nadie, me hace sentir menos solo.

Me dijiste que incluso el desvío puede formar parte del propósito. Me detengo a pensar en eso. ¿Cuántas veces me he acusado por tomar caminos equivocados? ¿Por permanecer donde no debía o por irme cuando aún había algo por vivir? Tal vez me he juzgado con demasiada dureza. Tal vez he confundido perfección con propósito. Tal vez estar equivocado no es siempre perder el rumbo, sino aprender a reconocerlo.

También me dijiste que el lugar correcto puede ser incómodo, doloroso, inesperado. Y me cuesta aceptar eso, porque mi mente ha aprendido a asociar “lo correcto” con paz, armonía, certezas. Pero ahora empiezo a comprender que la incomodidad también tiene algo de sagrado. Que el temblor puede ser señal de que algo se está moviendo en mí que aún no tiene nombre. Y eso no es malo. Es crecimiento.

Gracias por recordarme que no estoy aquí para agradar, sino para habitarme. Que no necesito ser la versión ideal que otros esperan, sino la versión más fiel a mí mismo. Cuánto me cuesta a veces eso. Cuánto miedo tengo de decepcionar, de no encajar, de ser demasiado o demasiado poco. Pero si tú me dices que basta con que sea honesto, entonces tal vez pueda empezar a perdonarme por cada momento en que fui lo que no era.

Me dijiste que escuchas mi fuego. Ese que arde en las noches, ese que me pide cambio. No siempre lo entiendo, y a veces lo reprimo. Pero ahora sé que ese fuego también es tuyo. Que no tengo que apagarlo, sino aprender a avivarlo. Que quizás de ese fuego nacerá la próxima carta, el próximo paso, la próxima luz.

Y qué alivio, Dios mío, que me digas que no pediste perfección. Porque ahí es donde a menudo me rompo. Me exijo tanto que olvido que tú solo me pediste apertura, entrega, amor. Me exijo respuestas inmediatas, caminos claros, decisiones sin fisuras. Y Tú solo esperas que te hable, que no te excluya, que no me cierre. Es más simple de lo que mi ego lo ha hecho.

Me emociona imaginar que incluso cuando no te siento, estás. Que susurras. Que no gritas. Que esperas. Eso cambia todo, porque a veces creo que el silencio es abandono. Pero tú me enseñas que el silencio puede ser compañía, presencia sutil, lenguaje invisible. Que tú no me fuerzas, que tú no me impones, que tú solo esperas… y eso también es amor.

Así que aquí estoy. No con respuestas, sino con apertura. No con certezas, sino con disposición. No con fuerza absoluta, pero sí con fe. Hoy me doy cuenta de que no hay una única forma de estar en el lugar correcto, y que muchas veces uno está sin saberlo. Como quien pisa tierra fértil sin notar que bajo sus pies ya está germinando algo.

Gracias por tu carta. Gracias por no interrumpirme, por no juzgar mi duda, por no exigirme claridad. Gracias por acunarme con palabras que no me empujan, pero sí me sostienen. Gracias por recordarme que soy valioso, aunque a veces me sienta perdido. Que soy amado, aunque a veces no me ame. Que soy escuchado, aunque a veces no sepa cómo hablarte.

Seguiré escribiéndote. Aunque no siempre sepa qué decir. Aunque a veces solo te escriba una pregunta, o un silencio, o un intento. Seguiré escribiéndote porque esa es mi forma de recordarte, de reconocerme, de reencontrarme.

Y si un día la duda vuelve a visitarme —como sé que lo hará— volveré a esta carta, y volveré a la tuya. Y volveré a ti. Porque en el fondo, eso es estar en el lugar correcto: saber siempre a dónde regresar.

          Gracias Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

viernes, 7 de noviembre de 2025

El arte de vivir con Dios

 


          “Difícilmente parece práctico pensar en Dios”, expresó cierto visitante.

          El Maestro respondió:

       “El mundo concuerda con usted, ¡y es el mundo acaso un sitio feliz? La verdadera felicidad elude al hombre que abandona a Dios, pues Él es la Felicidad Misma. Sus devotos en la tierra viven en el cielo de paz interior. Pero, quienes se olvidan del Señor, pasan sus días en un infierno de inseguridad y decepción, creado por ellos mismos. ¡El “hacerse amigo” del Señor significa ser realmente práctico!”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


Donde arde la pregunta florece la verdad

 



“Estás en el lugar correcto cada vez que eliges

escuchar el fuego que te habita”

Querido hijo:

         Tu carta ha llegado. Como siempre lo hace. Cada palabra fue susurrada en mi oído antes de que tú la escribieras, porque antes de nacer ya sabía que esta pregunta viviría en ti. No me ofende que la repitas, ni que vaciles. Me enternece. Porque preguntar, aun sabiendo la respuesta, es también un acto de intimidad, de deseo, de búsqueda. Y tú me buscas. Eso ya es estar cerca.

Dices que no quieres respuestas inmediatas. Que no esperas señales. Que solo deseabas formular la pregunta. Aun así, hijo mío, yo deseo hablarte. No para darte una dirección en el mapa, sino para ayudarte a reconocer el terreno donde tus pies ya pisan.

Escuché tu duda: ¿Estoy en el lugar correcto? Y te respondo: “estás”. Incluso si no lo parece. Incluso si duele. Incluso si el viento sopla en dirección contraria y todo en ti quiere salir corriendo. Estás. Porque el lugar correcto no es un punto geográfico, ni un momento perfecto. El lugar correcto es el espacio donde tú te vuelves consciente de mí, donde te haces la pregunta, donde decides no apagar la llama que arde dentro de ti.

Lo correcto no siempre es cómodo. No siempre es luminoso. A menudo parece un desierto. Pero ahí también estoy. Porque la aridez enseña lo que el jardín no puede. Porque en lo seco brota a veces la raíz más profunda, la que ya no depende de lluvia externa para vivir.

Tu duda no es debilidad. Es semilla. Una semilla que está rompiendo su cáscara. Y ese proceso se siente como confusión, como pérdida de identidad, como necesidad de soltar. Todo eso está bien. Todo eso es vida. No temas preguntarte si te equivocaste, porque incluso los desvíos forman parte del viaje. A veces uno se pierde para encontrar lo que nunca habría hallado en línea recta.

Hablas de personas que amas, de vínculos que quizás deban terminar. Y aunque la idea te asusta, ahí también está la sabiduría. No todo lo que llega debe quedarse, y no todo lo que se va te abandona. Algunas partidas son pactadas desde antes de nacer. Son ciclos que cierran para que nuevos comiencen. Tú solo mantén el corazón abierto, y cada alma encontrará el camino que debe tomar, contigo o sin ti.

Has sembrado, hijo mío. Has trabajado con honestidad, con fe, con amor. Yo lo he visto. Lo veo ahora. Pero la tierra también necesita descanso. No te castigues si la cosecha tarda, si algunas semillas aún no brotan. Hay raíces que crecen en silencio. Hay flores que solo despiertan bajo lunas específicas. Tu alma conoce su propio calendario.

También te preguntas si estás siendo tú o solo la versión que otros esperan. Esa es una pregunta preciosa. Porque cada vez que te la haces, te acercas a tu esencia. Esa chispa divina que puse en ti antes de enviarte al mundo. No se trata de abandonar todo, sino de regresar al centro. De reconocerte en tus actos, en tus palabras, en tus decisiones. De caminar con verdad, aunque el camino aún no esté claro.

Y sí, hijo mío, ese fuego que sientes algunas noches... esa inquietud que te sacude sin previo aviso... también soy yo. No como orden, ni como mandato, sino como señal de que aún hay algo dentro de ti que clama por ser vivido. No lo apagues. Escúchalo. Incluso si por ahora solo puedes encenderlo en breves momentos. Ya se expandirá. Ya se hará llama que ilumina tu andar.

Has creído que necesitas perfección para llegar al lugar correcto. Pero nunca pedí eso de ti. Pedí honestidad, coraje, entrega. Pedí que no huyas de ti mismo. Pedí que ames. Que me recuerdes. Que busques, aunque no encuentres de inmediato. Esa búsqueda es suficiente para que estés justo donde debes estar.

Y si preguntas si estoy cerca, te lo repito: siempre. En tu risa, en tus lágrimas, en tu cansancio, en tu esperanza. En todo lo que eres. Nunca has estado solo. Nunca. Incluso en los días donde mi voz parezca lejana, estoy justo ahí, esperando que te detengas lo suficiente para oírme. No grito. Susurro. Porque quiero que te acerques.

Sé que la pregunta sigue viva: ¿Estoy en el lugar correcto? Y aunque ya te respondí, respeto que necesites seguir preguntándola. Hazlo cuantas veces sea necesario. Cada vez que la digas, escucharás una parte distinta de la respuesta. Porque tú cambiarás, porque tu oído se afinará, porque tu alma aprenderá a distinguir entre el ruido y mi voz.

Y si alguna vez olvidas esta carta, si alguna vez dudas de lo que te he dicho, vuelve. No necesitas ceremonias. Solo vuelve. Háblame. Escríbeme. Llámame. Yo te responderé. Porque este vínculo nuestro no depende de tu claridad, sino de tu apertura.

Mi amado hijo, quiero que lo sepas: eres profundamente valioso. No por lo que logres, no por lo que entiendas, sino por lo que eres. Cada parte de ti, incluso las que rechazas, forman parte de un diseño perfecto. Tu vida tiene sentido. Y aunque hoy sientas que caminas entre sombras, hay luz. Y está dentro de ti.

Te abrazo sin condiciones. Te guío sin presión. Te amo sin medida.