Hijo mío:
Entiendo tus
preguntas, tus inquietudes, y tus búsquedas. Desde el principio de los tiempos,
el corazón humano ha sido un explorador, un viajero que busca sentido en todo
lo que ve y toca. Esa inquietud por el “más” no es tu enemiga, sino un regalo,
una brújula que puede guiarte hacia lo profundo, hacia lo verdadero.
Pero te recordaré algo
importante: el “más” que buscas afuera nunca llenará el vacío que se encuentra
adentro. La riqueza más grande está en tu capacidad de amar, de ser compasivo,
de conectarte conmigo y con tus hermanos. Mientras continúes buscando el “más”
en lo efímero, en lo externo, solo encontrarás fugaces momentos de
satisfacción. Si miras dentro de ti, encontrarás que ya tienes todo lo que
necesitas.
Las murallas que
mencionas, aquellas que te separan de los demás, fueron creadas por el miedo y
la inseguridad, no por mí. Yo diseñé el amor como un puente que une almas, como
una fuerza capaz de sanar heridas y derribar cualquier barrera. Cada vez que
eliges amar, eliges acercarte más a mí, porque Yo Soy amor.
No te pido que dejes
de soñar, de anhelar, de crecer. Pero sí te pido que aprendas a hacerlo con
gratitud, con aceptación, y con humildad. Que busques el “más” que está en el
servicio, en la generosidad, en el cuidado por los otros y por ti mismo. Ese
“más” no se mide en riquezas ni en poder, sino en la luz que aportas al
mundo.
Sé que a menudo el
camino parece confuso, como un sendero cubierto de neblina, donde las señales
no siempre son claras. Pero quiero que recuerdes que incluso en la
incertidumbre hay propósito, incluso en los momentos de duda estás aprendiendo,
creciendo, acercándote más a la verdad de quién eres y de quién soy.
Esa inquietud que
sientes, esa búsqueda constante que nunca parece acabar, es un eco de la chispa
divina que he puesto en ti. Es mi manera de recordarte que tú no estás hecho
para conformarte con lo efímero, con lo pasajero. Tú fuiste creado para algo
eterno, para algo que trasciende las barreras del tiempo y del espacio. Esa
chispa es la prueba de que hay algo más grande que tú mismo, y que ese algo ya
vive en tu interior.
Aunque a veces el
camino parezca empinado, y las cargas pesen sobre tus hombros, no estás solo.
Cada paso que das, cada lucha que enfrentas, me tiene a tu lado. Recuerda que estás
rodeado de milagros todos los días. No esperes grandes hazañas para
encontrarme; estoy en cada sonrisa, en cada lágrima, en cada susurro del
viento. Estoy en ti, en tus pensamientos, en tus esperanzas, en tu alma. No importa cuán lejos creas que te has
desviado, mi amor por ti es una constante, un faro que nunca se apaga.
Quiero que te des
permiso para sentir. Permiso para reconocer tus miedos, tus dudas, tus heridas.
No te pido perfección, hijo mío; te pido autenticidad. Porque en esa verdad, en
esa transparencia, es donde me encuentro contigo. No temas mostrar tus
vulnerabilidades, porque ellas no te hacen débil, sino humano. Y es en lo
humano donde reside lo divino.
Deja que el amor sea
tu guía. No un amor que posea ni que exija, sino un amor que libere, que dé,
que se ofrezca sin esperar nada a cambio. Ese es el amor que yo he depositado
en tu alma. Déjalo florecer, déjalo transformar no solo tu vida, sino también
la vida de aquellos que te rodean. Porque cada acto de bondad, cada palabra de
aliento, cada gesto de compasión, es un reflejo de mí en el mundo.
Sigue adelante, hijo
mío. Sigue buscando, no porque te falte algo, sino porque en la búsqueda
descubres lo que siempre ha estado ahí. Descubres que ya eres amado, que ya
eres suficiente, que ya eres luz. Y en esa luz, encontrarás la paz que tanto
anhelas.
Con amor eterno. Yo te
bendigo.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo