El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Pasado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pasado. Mostrar todas las entradas

miércoles, 9 de julio de 2025

Vive hoy

 


Querido hijo:

      Entiendo tus anhelos. La idea de una máquina del tiempo para corregir errores y desvelar el futuro es tentadora, pero déjame explicarte por qué no la necesitas.

No hace falta que viajes al pasado, hijo mío. Todo lo que has vivido, tanto lo que tú consideras bueno como lo que consideras malo, forma parte de lo que eres hoy. Tus errores no te definen, pero te enseñan. Cada paso en falso, cada decisión que desearías cambiar, ha sido una oportunidad para aprender, para crecer y para volverte más sabio. En lugar de querer borrar esas experiencias, te invito a aceptarlas, a aprender de ellas y a usarlas como guía para que no se repitan en el futuro.

Recuerda que incluso en los momentos en que sientes que fallaste, yo estaba contigo. Vi tus intenciones, tu humanidad, y sé que muchas veces actuaste de la mejor forma que sabías en ese momento. El perdón es un regalo que te ofrezco, y también es un regalo que puedes darte a ti mismo. Perdonarte por tus errores es una forma de liberarte del peso del pasado y de avanzar con un corazón más ligero.

Ahora, respecto al futuro, quiero que sepas que no necesitas verlo para confiar en él. Lo que está por venir no está grabado en piedra; está siendo moldeado por cada una de tus acciones y decisiones en el presente. Tus palabras, tus actos, tus pensamientos de hoy son las semillas que plantan el jardín de tu mañana. Confía en que, al vivir con amor, integridad y fe, estás construyendo un futuro lleno de bendiciones.

Si tuvieras acceso al futuro, perderías el regalo del presente. Vivirías adelantándote a los días, perdiendo la belleza de los momentos que están sucediendo ahora. La vida no se trata de saber lo que viene, sino de caminar con fe, enfrentando cada día con valentía y gratitud. Al confiar en mí, en el plan que tú mismo has planificado, puedes estar seguro de que siempre estaré guiándote, incluso en los momentos de incertidumbre.

Entiendo que el futuro puede parecer incierto y a veces aterrador, pero quiero que sepas que no hay nada en él que tú y yo no podamos enfrentar juntos. Estoy contigo en cada paso, y mi amor por ti es eterno e incondicional. Incluso en los desafíos, encontrarás oportunidades para crecer y para descubrir la fortaleza y el amor que he puesto dentro de ti.

Hijo, te animo a mirar tu vida no como una serie de errores o incógnitas, sino como una historia que estás escribiendo cada día. Tienes el poder de elegir cómo reaccionar, cómo aprender y cómo amar. No te preocupes por corregir el pasado ni por predecir el futuro; enfócate en vivir el presente con propósito y corazón abierto.

Cada día es una nueva oportunidad para empezar de nuevo, para ser mejor, para amar más. Vive con gratitud por lo que tienes ahora, y confía en que el futuro será el reflejo de tu esfuerzo, tu fe y tu amor. Recuerda que no estás solo en este camino; siempre estoy contigo, guiándote, amándote y apoyándote en cada paso.

Confía en mí, hijo mío. No necesitas una máquina del tiempo, porque ya tienes todo lo que necesitas dentro de ti: el poder de aprender, de cambiar y de construir un futuro lleno de luz.

Con todo mi amor.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


domingo, 6 de julio de 2025

La maquina del tiempo

 


Querido Dios:

        A veces, me imagino lo increíble que sería tener una máquina del tiempo, algo mágico que me permita moverme hacia atrás y hacia adelante en esta vida que tantas veces parece incierta. No pido esto con frivolidad ni egoísmo, sino porque mi mente y mi alma están llenas de recuerdos del pasado y preguntas sobre el futuro, ambos alimentados por una mezcla de nostalgia, arrepentimiento y curiosidad.

Si pudiera viajar al pasado, hay tantas cosas que me gustaría cambiar. Tantas palabras dichas que desearía haber guardado, tantos silencios que ahora sé que debieron romperse, tantos momentos en los que actué sin pensar o con demasiada dureza. En mi corazón, hay recuerdos que aún me persiguen. Decisiones que tomé por impulsividad, falta de conocimiento o miedo, y que sé que lastimaron a las personas que amo o incluso a mí mismo. Si tuviera la oportunidad de revivir esos instantes, volvería con la sabiduría que tengo hoy y le hablaría a mi yo más joven. Le diría que reflexione, que actúe desde el amor, que sea paciente y compasivo. Le recordaría que las pequeñas cosas que a menudo desestimamos son las que más importan: un abrazo, una palabra amable, un momento de silencio compartido.

Hay cosas que duelen especialmente porque sé que dejaron cicatrices en otros, cicatrices que quizás aún no han sanado por completo. Me pesa pensar que algunos de mis errores marcaron la vida de las personas que estuvieron cerca de mí. Si pudiera volver, haría todo lo posible por borrar esas heridas. Abrazaría más, pediría perdón con más prontitud y pondría más cuidado en las palabras que pronuncié sin pensar. Haría todo lo posible por asegurarme de que mi presencia en sus vidas les trajera alegría, y no dolor.

Por otro lado, si tuviera la oportunidad de mirar hacia el futuro, también lo haría. No porque quiera apresurar el tiempo, sino porque muchas veces el futuro me llena de incertidumbre y dudas. Me gustaría saber qué me espera, si las decisiones de hoy me llevarán al lugar correcto. ¿Estaré en paz? ¿Habré encontrado la felicidad que tanto anhelo? ¿Habré hecho lo suficiente para proteger y cuidar de las personas que amo? Estas preguntas me asaltan a menudo, especialmente en momentos de debilidad o confusión.

El futuro también me intriga porque me gustaría prepararme mejor. Si supiera con certeza lo que viene, quizá podría evitar errores que aún no he cometido o protegerme de sufrimientos que podrían estar esperándome. Me pregunto si, al conocer mi destino, podría actuar con más confianza y serenidad, sabiendo que estoy en el camino correcto. También me reconforta la idea de poder proteger a mis seres queridos de las adversidades que el tiempo pudiera traerles.

Sin embargo, aquí estoy, sin esa máquina del tiempo que tanto imagino. Aquí estoy, enfrentándome al pasado con recuerdos que a veces me reconfortan y otras veces me hieren, y mirando hacia el futuro con una mezcla de esperanza y temor. Por eso recurro a ti, Dios. Porque no tengo la capacidad de cambiar lo que ya fue ni de predecir lo que será. Solo tengo este presente, este momento, y sé que necesito tu guía para aceptarlo plenamente.

Sé que mi deseo de cambiar el pasado y conocer el futuro proviene de mi humanidad. Tiendo a buscar certezas, a querer saber más de lo que me es dado comprender, pero en mi interior sé que tú tienes un propósito para todo. Incluso para esos errores que tanto me pesan, incluso para esa incertidumbre que a veces me paraliza. Por eso te pido, Dios mío, que me ayudes a reconciliarme con mi pasado. Enséñame a mirar hacia atrás con gratitud por las lecciones aprendidas, en lugar de con arrepentimiento. Ayúdame a reconocer que todo, incluso los momentos más oscuros, ha tenido un propósito en mi vida. No quiero vivir atado a lo que ya no puedo cambiar; quiero aprender de ello y usarlo para ser mejor.

Asimismo, te pido que me des la valentía para enfrentar el futuro sin miedo. Ayúdame a confiar en tu plan, incluso cuando no lo entiendo por completo. Dame la fe necesaria para caminar con esperanza, sabiendo que nunca estoy solo, que tú estás conmigo en cada paso. Enséñame a construir mi futuro a través de las acciones que realizo hoy, conscientes y llenas de amor. Recuérdame que cada decisión, cada palabra, cada gesto tiene el poder de influir en lo que viene. Que mis días no se llenen de dudas, sino de confianza en que, si vivo con fe y amor, estaré construyendo un futuro lleno de significado.

Quiero, Dios, aprender a vivir en el presente. No quiero que mi vida pase sin que me detenga a valorar los pequeños regalos que me das cada día. Ayúdame a ver la belleza en las cosas simples: en la risa de un ser querido, en un amanecer, en una conversación sincera. Enséñame a ser agradecido por lo que tengo ahora, en lugar de preocuparme por lo que perdí o lo que aún no tengo.

Gracias por estar siempre a mi lado, incluso cuando mis pensamientos están llenos de dudas y deseos imposibles. Gracias por tu amor infinito y tu paciencia inagotable. Sé que, aunque no tenga una máquina del tiempo, tengo algo mucho más valioso: tu guía y tu amor. Con ellos, sé que puedo reconciliarme con mi pasado, abrazar mi presente y construir un futuro lleno de esperanza.

           Con fe, gratitud y amor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


jueves, 12 de junio de 2025

Regresión emocional

 


          Por esas asociaciones desconocidas que se generan en nuestro cerebro, acabo de recordar un evento que, hasta ahora, creía completamente olvidado. Fue algo que ocurrió hace más de cuarenta años, sepultado bajo capas de nuevas experiencias, rutinas y pensamientos que han ido ocupando mi mente con el paso del tiempo. Sin embargo, de manera casi involuntaria, he permitido que este recuerdo resurja, dándole espacio en mi presente sin haberlo convocado de manera consciente.

A medida que el pensamiento cobraba fuerza, me fui sumergiendo lentamente en el mismo estado emocional que me acompañó en aquel entonces. Es sorprendente la capacidad de nuestra mente para recrear no solo los hechos, sino también las sensaciones asociadas a ellos. Durante un buen rato, me vi atrapado en una especie de regresión emocional, reviviendo la ansiedad, el miedo y la sensación de desasosiego que experimenté en aquella época. A pesar del tiempo transcurrido, esos sentimientos se hicieron presentes con una intensidad casi idéntica a la de aquel momento. ¿Cómo es posible que un recuerdo tenga tal poder sobre nosotros?

Este fenómeno me lleva a una pregunta aún más profunda: ¿Qué es, realmente, el tiempo? Solemos concebirlo como una línea continua, algo que avanza inexorablemente desde el pasado hacia el futuro, sin detenerse, sin retroceder. Pero si esto fuera cierto, ¿por qué entonces podemos viajar en un instante a cualquier evento pasado con solo activar el botón del recuerdo? La memoria nos ofrece una forma de desafiar la percepción lineal del tiempo, permitiéndonos retroceder y experimentar momentos como si aún fueran parte del presente.

Si no existieran los espejos, esos testigos implacables de nuestra evolución física, reflejando cada nueva cana o arruga que se asoma con el paso de los años; si no fuera por los pequeños achaques y molestias que nos recuerdan que el cuerpo envejece, podríamos llegar a pensar que el tiempo no se mueve. En nuestro interior, en la esencia de lo que realmente somos, parece que no hay un sentido real de transcurrir. Tal vez no somos del todo conscientes de los cambios en nuestra percepción interna porque nuestra identidad profunda no está sujeta al reloj.

Es curioso cómo una simple evocación puede transportarnos a una época anterior, como si el tiempo nunca hubiera pasado. Nos ocurre cuando escuchamos una canción que marcó una etapa de nuestra vida, cuando percibimos un aroma que nos remite a la infancia, o cuando volvemos a pisar un lugar cargado de significado para nosotros. De pronto, no somos quienes somos ahora, sino quienes fuimos entonces. Lo vivido no se ha ido, permanece latente en algún rincón de nuestro ser, esperando el momento propicio para salir a la superficie.

Pero entonces, si podemos viajar mentalmente al pasado de manera tan vívida, ¿por qué no somos capaces de detener el tiempo en un presente perpetuo? Si no activáramos el mecanismo de los recuerdos, si pudiéramos moderar el ímpetu de nuestros deseos y el afán de proyectarnos hacia el futuro, tal vez viviríamos en un eterno ahora, en un presente continuo e inmutable. Sería como alcanzar un estado puro de conciencia, libre de ataduras temporales, donde el único propósito sería experimentar la realidad sin distracciones.

Sin embargo, nuestra naturaleza parece estar diseñada para moverse entre el pasado y el futuro de manera constante. Recordamos para aprender, para sentir, para revivir lo que nos marcó. Proyectamos hacia el futuro para anticiparnos, para construir, para tener esperanza en lo que vendrá. Esta dualidad hace que el presente, aunque real, sea muchas veces efímero, pues nuestra mente rara vez se queda quieta en él.

Si pudiéramos permanecer en ese presente absoluto, si lográramos despojarnos de la carga del pasado y la incertidumbre del futuro, ¿alcanzaríamos la felicidad permanente? Quizás sí, porque buena parte de nuestro sufrimiento proviene de los recuerdos dolorosos que nos persiguen y de los temores a lo desconocido. Al evitar la nostalgia y la ansiedad por lo que está por venir, podríamos enfocarnos solo en la vivencia pura del instante. No habría tristeza por lo que se perdió ni preocupación por lo que podría suceder. Solo existiría la calma de estar, simplemente, aquí y ahora.

No obstante, ¿sería posible una existencia así? ¿Es realmente deseable vivir sin recuerdos ni expectativas? Quizás no, porque los recuerdos dan profundidad a nuestra identidad, nos conectan con quienes somos y con los aprendizajes que hemos adquirido. Son el testimonio de nuestra historia, la evidencia de nuestras vivencias, y nos permiten entender el camino que hemos recorrido. De la misma manera, la anticipación del futuro nos motiva, nos da propósitos y nos empuja a crecer.

El tiempo es, en definitiva, un misterio fascinante. No es solo una sucesión de momentos medidos por relojes, sino un fenómeno subjetivo que cada persona experimenta de manera única. Es flexible, maleable, y puede expandirse o contraerse según nuestra percepción. Podemos sentir que ciertos días pasan volando y otros se alargan indefinidamente. Podemos revivir experiencias con una claridad asombrosa o perder por completo el rastro de ciertos fragmentos de nuestra existencia.

Tal vez el verdadero secreto no sea eliminar los recuerdos ni dejar de pensar en el futuro, sino aprender a equilibrarnos en ellos sin perder de vista el presente. Aceptar que el tiempo nos moldea, nos transforma, pero que, en el fondo, nuestra esencia permanece. Y que, aunque viajemos mentalmente hacia atrás o proyectemos lo que está por venir, la verdadera vida sucede aquí, en este instante, en el único espacio que realmente existe.

 

viernes, 25 de abril de 2025

Vivir el presente

 


         “Cuando aprendan a ser felices en el presente, habrán descubierto el verdadero sendero hacia Dios”, dijo el Maestro a un grupo de discípulos.

         “Son muy pocos, entonces, los hombres que viven en el presente”, observó un discípulo.

         “Ciertamente”, respondió Paramahansaji. “La mayoría vive centrada en los pensamientos del pasado o del futuro”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


viernes, 14 de febrero de 2025

Olvida y perdona

 

           


             Nunca, bajo ninguna circunstancia, se debe atajar el agua que ya pasó por debajo del puente.

      En otras palabras, las experiencias desagradables, las pérdidas o cualquier imperfección que haya ocurrido en tu vida no deben jamás ser abrazadas y mantenidas en el presente. Ya pasaron; olvida y perdona.

           El dar y perdonar es Divino. Por ejemplo, si un individuo ha entrado en un negocio y ha fracasado, es siempre por la inarmonía mental de su actitud y sus sentimientos.

          Si cada individuo en circunstancias semejantes mantuviera con firmeza que solo existe DIOS EN ACCIÓN, lograría el éxito más perfecto.

 

Del Libro de oro de Saint Germain.


martes, 20 de febrero de 2024

Vivir la vida (3 de 3)

 


       Sin embargo, mientras se espera que lleguen los resultados esperados, la persona puede pasar a la siguiente y definitiva fase, que es “aceptar”.

          La aceptación hace que se asuma la realidad de lo que está ocurriendo.

        Aceptar es ver las cosas como son, no como a la persona le gustaría que fueran. Es observar las situaciones y los sucesos, sin juzgar, sin esperar nada, ya que cuando no se acepta, y se espera algo, es una prueba clara de que se quieren controlar las situaciones, controlar a las personas, controlar el mundo. Y no funciona así.

La aceptación es como un puente que lleva de la decepción a la paz, del dolor a la alegría, del sufrimiento a la felicidad.

Aceptación es vivir el presente, es vivir la realidad, tal cual es, es vivir a los demás como lo que son, seres divinos. La aceptación, al mantener a la persona en la realidad, lejos de vivir una vida de pensamientos, le permite ser consciente de todas las oportunidades que le rodean, para poder fijar y seguir el rumbo de su vida hacia la felicidad.

Aceptar significa no juzgar nada, ni nuestro, ni de los otros, ni del interior, ni del exterior, las cosas son como son y no hemos de tener ningún interés en como deberían ser, en como tendrían que ser, en como pensamos nosotros que han de ser.

Aceptar, evitando el sufrimiento se abre un abanico de posibilidades ante otras posibles opciones. Se puede plantear como: “voy a aprender de lo que me ha ocurrido y voy a seguir mi camino”. ¿Cómo? Redirigiendo mi vida hacia otra dirección que me convenga y me haga feliz.

Algunos aspectos a tener en cuenta para que sea más fácil la aceptación:

-     Comienza con una pregunta, ¿para qué a mí?, en lugar de preguntarse ¿por qué a mí?

-    El pasado no existe, no se puede volver atrás. No se puede cambiar lo que pasó. Se puede aprender para no repetirlo.

-  No aceptar la realidad es como querer borrar el presente, la rutina, todo lo conseguido hasta el momento.

-       Admitir los errores y perdonarse por ellos.

-       Buscar soluciones a los problemas actuales.

-       Agradecer todo lo que se tiene.

domingo, 1 de octubre de 2023

Decisiones de vida

 


Los seres humanos nos pasamos la vida tomando decisiones con las que deseamos conseguir unos objetivos que, unas veces se cumplen y otras no tanto. Unas decisiones nos complacen porque se cumplieron nuestros deseos, calificándolas como acertadas, renegando de otras que más parecieran ser un castigo por las nefastas consecuencias producidas.

Aunque todos los manuales nos dicen que el pasado ya no existe, si echamos la vista atrás comprenderemos la razón de muchas de nuestras decisiones y, a pesar de ser conscientes de que muchas de ellas fueron tomadas sin una base sólida y sin analizar las posibles consecuencias, podemos entender la razón de tales decisiones por lo que, en su momento, provocaron en nuestra vida.

Por lo tanto, de la misma manera que nada es bueno o malo, porque “solo es”, ya que el calificativo es un producto de nuestra mente, las decisiones tampoco son correctas e incorrectas, únicamente son decisiones. Porque lo que en un principio parece ser nefasto, analizado a través del tiempo, se comprende que fue algo necesario para algún aspecto importante de la vida.

Me viene a la memoria la historia de un campesino chino que circula por la red, de la que no se la autoría.

Había una vez un campesino chino, pobre pero sabio, que trabajaba la tierra duramente con su hijo. Un día el hijo le dijo:

- ¡Padre, qué desgracia! Se nos ha ido el caballo.

- ¿Por qué le llamas desgracia? - respondió el padre - veremos lo que trae el tiempo.

A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo.

- ¡Padre, qué suerte! - exclamó esta vez el muchacho - Nuestro caballo ha traído otro caballo.

- ¿Por qué le llamas suerte? - repuso el padre - Veamos qué nos trae el tiempo.

En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo arrojó al suelo.

El muchacho se quebró una pierna. - ¡Padre, qué desgracia! - exclamó ahora el muchacho - ¡Me he quebrado la pierna!

Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció: - ¿Por qué le llamas desgracia? ¡Veamos lo que trae el tiempo! El muchacho no se convencía de la filosofía del padre, sino que gimoteaba en su cama.

Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.

El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.

Solo el alma tiene un conocimiento completo de la razón de la vida, pero, claro, el alma no habla o, al menos, eso parece, y no nos puede comunicar que es lo que estamos haciendo en esta vida.

Sin embargo, el alma si habla, y sabedora de cuál ha de ser nuestro camino, nos sisea la ruta que hemos de tomar y, a veces, la tomamos, sin analizar las posibles consecuencias, dándonos de bruces con una alfombra de pétalos de flores o haciéndonos caminar sobre los puntiagudos guijarros de un acantilado. Pero los diferentes caminos, si se analizan con seriedad, con la perspectiva que da el tiempo, podremos comprobar que eran necesarios.

martes, 20 de septiembre de 2022

Mirando al pasado

 


Capítulo IX. Parte 3. Novela "Ocurrió en Lima"

        Una pregunta martilleaba en mi mente, ¿había merecido la pena haber salido huyendo ante cada posible relación, para vivir en esa asfixiante soledad?

 Poco duró la oscuridad y la pregunta, porque una nueva visión ocupó el espacio donde estaba instalada la oscuridad.

Estaba en la sala comedor de una modesta casa en la que, aparte de la citada sala, contaba con una especie de cocina y una habitación con dos camastros. Se notaba la falta de lujos. Podría
hablarse de pobreza, sin embargo, la falta de dinero no era en nada comparable a la soledad que había sentido con anterioridad. Me sentía pobre o, mejor diría, sin dinero, pero era feliz.

A mi lado, comiendo una sopa en la que, de vez en cuando, aparecía flotando un garbanzo, se encontraban, una mujer y dos niños de no más de diez años.

Por la ropa que llevábamos debíamos estar, por el siglo XIV o XV, en algún lugar de Europa y, en Helena, la mujer que reía con las gracias de nuestros hijos, me pareció reconocer a Indhira.

Llevábamos casados doce años, a pesar de mi cojera. No había muchos trabajos bien remunerados para un tullido como yo, pero eso no fue obstáculo para que Helena y yo nos enamoráramos, perdidamente, el día que apareció ante mí, con unos zapatos para que los arreglara. Era mi oficio, zapatero remendón.

Nuestros hijos de 6 y 10 años eran felices, como nosotros.

En ningún momento tuvo mi esposa ningún género de duda ni por mi defecto físico, ni por mi oficio, ni por mi pobreza. Y yo tampoco. Nos enamoramos y nos casamos a pesar de la oposición de su familia que ilusionaba para ella un marido de alta alcurnia que la sacara a ella y a la familia de la pobreza. En nuestra historia pudo más el amor.  

Desapareció la visión y me encontré, de nuevo, sumergido en la nada. Parecía que, ahora, el intervalo era mayor, dándome tiempo a analizar cada una de las dos situaciones en las que me había contemplado.

Visto desde la objetividad que otorga la distancia, elegiría, sin ninguna duda, la vida del tullido, sin dinero, pero lleno de amor y felicidad, antes que la vida sin sobresaltos del hombre sin problemas económicos, pero triste y solitario, durante toda su vida. Aunque, con la idiosincrasia de la sociedad, con que nos encontramos los seres humanos al llegar a la vida, y con sus enseñanzas, muchos apostarían por la vida del hombre mayor, recluido en la residencia, antes que apostar por la vida de un tullido, pobre de solemnidad y zapatero remendón.

En la composición satírica más célebre de Francisco de Quevedo, “Poderoso caballero es don Dinero”, escrito en el siglo XVI, se hace una exposición y reconocimiento irónico del poder del dinero, que trastorna los valores morales y que induce a las personas a cualquier cosa para poseer riqueza. En la actualidad, tiene una vigencia absoluta o aún mayor que en su época. Vivimos para el dinero.

¡Qué diferente sería la vida si nos enseñaran a ser felices antes que enseñarnos a ganarnos la vida! Porque de tanto enseñarnos a ganar la vida del cuerpo, perdemos la vida del alma, sin remedio.

Y, sin embargo, entiendo que es necesario el dinero, pero las enseñanzas tendrían que mantener un equilibrio entre aquello que necesita el cuerpo y lo que necesita el alma. No podemos olvidar que, sobre todo, somos un alma viviendo una experiencia humana.

Nada más llegar a esa conclusión, una nueva situación apareció ante mí. Estaba en alta mar en una rústica barca, acompañado por otro marinero, de más edad, que era quien manejaba el timón y daba las órdenes de lo que había que hacer.

-    Hijo, echa la red. Este es un buen sitio –dijo el patrón que, por la manera de dirigirse a mí, estaba claro que era mi padre.

Estuvimos pescando toda la noche echando y recogiendo la red. Cuando el sol comenzaba a hacer su aparición, por el horizonte, mi padre puso rumbo a la costa. Había finalizado nuestra jornada laboral

Al llegar a la playa nos esperaba una mujer. Era mi madre. De nuevo me pareció reconocer a Indhira en su mirada. Éramos una familia feliz que vivía en armonía. Yo ya estaba casado y mi esposa, embarazada de nuestro primer hijo, nos esperaba en la casa.

Al poco de nacer nuestro hijo mi padre falleció y mi madre siguió viviendo con nosotros, hasta su muerte, con casi cien años de vida.

Me empezaba a doler la espalda por estar tanto tiempo acostado en el sofá, que, por cierto, no era demasiado cómodo, cuando una nueva visión apareció ante mí. Y no era un hombre. Era mujer. Era una monja que residía en un monasterio en algún lugar de España. Era una comunidad de monjas, allá por el siglo XI. Era la monja más joven del monasterio y, con harta frecuencia, recibía amorosas reprimendas de la madre superiora.

Todas las reprimendas eran ocasionadas por mi ímpetu de juventud que, a pesar de los votos prometidos a Dios de pobreza, castidad y obediencia, mi tendencia natural de rebeldía, ante las injusticias, me llevaban al despacho de la madre superiora con demasiada frecuencia.

Yo pensaba que mi pecado no era tan grave. Me escapaba del monasterio solo para llevar comida a los pobres que, en aquella época, eran mayoría en la población.

He de reconocer que las reprimendas de la madre superiora eran tan suaves que más parecían darme permiso para nuevas escapadas.

La madre superiora volvía a ser Indhira.

La visión avanzó, como una película, a cámara rápida, por toda la vida de aquella monja, que sobrevivió, por pocos años, a la madre superiora. Fue, también, una vida tranquila llena de amor hacia Dios y extrapolaba ese amor ayudando a los más necesitados. 

Sentí como Ángel levantaba su mano de mi frente y, de inmediato, volvió la oscuridad.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Siempre hay una salida. ¡No te preocupes, ocúpate!



            

        Una preocupación es un proceso mental, proceso en el que la mente permanece, casi de manera constante, dando vueltas a un mismo tema, con ínfimas variaciones, y sin querer encontrar una solución.

Es claro que la mente no quiere encontrar ninguna solución, porque si la encontrara, en ese momento, se acabaría la preocupación, y la mente dejaría de tener el control.

En los momentos de preocupación, la persona no tiene ningún poder sobre sí misma, ya que todo el poder lo ostenta, en ese momento, la mente.

La preocupación se alimenta por sucesos acaecidos en el pasado, por problemas presentados en el presente, o por la incertidumbre sobre deseos del futuro.

En cualquiera de los tres casos, la preocupación consume una gran cantidad de energía, afecta de manera negativa al sistema nervioso, mantiene a la persona irritable y malhumorada, y a la mente ocupada hasta el extremo de nublarse completamente,  perder la capacidad de raciocinio, encontrándose fuera de la realidad.

No es necesario decir que darle vueltas y más vueltas a un suceso pasado, no cambia en absoluto dicho suceso, no hay vuelta atrás, no tenemos poder para retroceder en el tiempo. Lo hecho, hecho está. En este caso solo queda la aceptación, asumir el hecho, e integrar la enseñanza.  De la misma manera, obsesionarse con lo que pueda pasar en un futuro, no va a llevar a la persona a buen puerto, y posiblemente afecte negativamente en la consecución del deseo, sobre todo si el pensamiento va encaminado en una dirección negativa. Recordar que energías iguales se atraen.

Para la preocupación generada por problemas del presente, se ha de tener en cuenta que siempre hay una salida para los problemas, por lo que no hay que preocuparse. Mientras dure la preocupación va a ser imposible encontrar esa salida. Es imprescindible que se limpie y se aclare la mente para que pueda dedicarse a la búsqueda de la solución.

No se trata de hacer caso omiso a los problemas. Así es claro que no se van a resolver, de la misma manera que tampoco se van a resolver con la preocupación.

Lo que se ha de hacer es buscar la calma y la serenidad interior para analizar las distintas posibles soluciones y aplicar la mejor para solucionar el problema.

¿Cómo encontrar la calma? La calma se puede conseguir mediante la meditación y mediante la oración, entregando el problema a Dios y pidiéndole iluminación en la búsqueda de la solución. Siempre llega, aunque no lo parezca, o que la solución que llegue no nos agrade. Mientras la persona no se encuentre en meditación o en oración, la mente va a seguir con su proceso de preocupación, por lo que es bueno ocuparla, cuanto más tiempo mejor, en pensamientos conscientes de “alta frecuencia”. Estos pensamientos tienen una doble función: Por un lado, ocupan a la mente impidiendo el proceso de la preocupación, y por otro incrementa el nivel de energía en la persona y limpia las energías negativas generadas por los pensamientos de “baja frecuencia” de la preocupación.

Estos pensamientos de “alta frecuencia” son del tipo: “Yo Soy el alma”, “Yo Soy paz”, “Yo Soy amor”, Yo Soy……. con todo lo bueno que deseas para ti.

Con la mente en calma, va a ser muy fácil encontrar la mejor solución. ¡Ah! y si el problema no parece tener solución, no le des vueltas y aprende a convivir con eso que llamas problema.

domingo, 28 de enero de 2018

Pasado

El pasado ya no es y el futuro no es todavía.

San Agustín

Es un deporte mundial vivir anclados en el pasado. Lamentándose por lo que se hizo, por cómo se hizo, o por no haber hecho. Tenga presente que todo lo que se hace se hace de la mejor manera que la persona puede. Nadie hace nada mal a conciencia, sobre todo, si es algo de lo que luego puede arrepentirse.


No se juzguen, no se critiquen. Todo lo que hacen, por lo menos, para ustedes mismos, lo hacen con la mejor intención, con la intención de conseguir alcanzar alguna meta. Si no lo consiguen varíen algún aspecto del camino para conseguir resultados diferentes, pero no lo conseguirán, seguro, menospreciándose a sí mismos. Recuerden: energías iguales se atraen. Si piensan que son unos burros, al final rebuznarán.


            Hay un refrán que dice: “A lo hecho pecho”, que significa que, si lo hecho es irremediable, y malo, hay que tener fortaleza y valor para aceptarlo.

            Que sirva de lección para rectificar en el futuro, para que no vuelva a suceder. Pero lamentarse y flagelarse eternamente no cambia el hecho. ¡Para que sufrir!

            De la misma manera, aunque estemos tratando de cuestiones hacia uno mismo, podemos desviarnos unas décimas, para entender que los otros, también han hecho las cosas lo mejor que sabían, por lo tanto, eviten cualquier tipo de crítica.

            Cada vez que se rememora un hecho del pasado, la mente siempre lo interpreta como presente, ya que para ella no existe pasado, siempre existe en presente lo que la ocupa en cada momento. Por lo tanto, cada vez que rememora un suceso es como si lo estuviera viviendo en ese momento, generando la misma energía que se generó entonces, el mismo dolor, el mismo sufrimiento. ¿Merece la pena sufrir permanentemente por un mismo suceso?

            Lo mejor es aceptarlo.

Si fue por algo que hicieron y se arrepienten por los resultados, ya no pueden hacer nada más que extraer la enseñanza, y procurar que no se vuelva a repetir para evitar el sufrimiento.

Si fue por la pérdida de un ser querido, tampoco le van a traer de vuelta con su dolor permanente. Así que acepten el hecho, y si les apetece recordar algo, recuerden los buenos momentos vividos con esa persona.

Si fue por algo que les hicieron, pongan los medios para que no vuelva a suceder, como puede ser, no frecuentar a esa persona.

Sea cual sea la razón de su viaje al pasado, no consigue más que avivar la llama del dolor. En sus manos está vivir el dolor o alejarlo de usted.




domingo, 26 de marzo de 2017

Sin pasado, sin presente, sin futuro

El ayer ya no existe, el mañana tampoco y, si me apuran, tampoco existe el presente. Existe un continuo de tiempo, un continuo de conciencia. Sin embargo, los hombres son incapaces de vivir ese continuo, ese mágico momento, siempre nuevo, que se va desgranando ante su conciencia. Pero no lo ven, no lo perciben, no lo sienten porque se quedan anclados en su pasado maniatando a su conciencia. Dan un salto para intentar instalarse en el presente, pero tampoco lo consiguen, porque se vuelven a anclar en otro pasado o, a veces, se pasan en el salto y aparecen en el futuro.



Con lo cual viven de recuerdos que solamente existen en su mente y de programaciones de futuro que solo existen en sus deseos. Y la vida pasa y pasa sin que sean conscientes de la belleza, de las sincronicidades y de las oportunidades que la vida, en su eterno discurrir, les presenta una y otra vez.

Ese anclaje al pasado o ese suspirar por sus deseos de futuro solo es apego. Se apegan a situaciones, es igual que hayan sido agradables o no, ya no existen, y enganchados a la situación pasada no pueden ver el ahora, no pueden vivir porque tienen la vida ocupada, no pueden sentir porque tienen prisioneros a los sentimientos, no pueden ver porque no miran, no pueden resolver porque tienen congestionada y llena de ruido su mente.

Viviendo el "ahora" se desapega el hombre del ayer y se olvida del mañana, ¿Quién sabe si existirá para él un mañana?, y en todo caso, serán sus acciones de hoy las que determinen cómo será su mañana.


Viviendo el “ahora” el hombre no solo se responsabiliza de sí mismo, sino que acepta todo lo que la vida le presenta, que no es, ni más ni menos, que lo que el mismo hombre había programado para su existencia.


viernes, 27 de marzo de 2015

Sólo importa la vida


            Vivir significa disfrutar de cada momento de la existencia,
 tengamos diez años u ochenta.
Og Mandino

            No importa quién eres al otro lado de la vida, no importa quién hayas sido en vidas anteriores, ni importa que no tengas conocimiento de cuál es tu misión, ni tan siquiera cuanta es la cantidad de Karma pendiente.
Lo único importante es tu vida actual. Todo lo que tengas que aprender, todo lo que tengas que enseñar, todo lo que tengas que pagar y todo lo que tengas que cobrar, lo has de hacer en esta vida, con este cuerpo y con las circunstancias que te has dado.
Todo lo demás no es importante, ni poco ni mucho. Todo el trabajo es aquí y ahora.
Aprende a respetar a la familia, a los amigos, a los enemigos, a los desconocidos, aprende a compartir con quien no tenga, aprende a ayudar a quien lo necesite, en definitiva, aprende a amar a todos, sin distinción, y nada más importa.
Si te queda Karma pendiente, ya lo programarás para liberarte de él en próximas vidas, en esta, no vas a poder hacer nada con él, así que no te preocupes, porque mientras distraes tu atención por ese Karma en el que no puedes actuar, estás dejando de prestar atención al Karma que te has traído a esta vida, en el que si puedes actuar.
 
Si en otras vidas has sido rey o mendigo, héroe o asesino, tampoco importa, lo que importa es lo que eres, porque es con esta personalidad que te has dado con la que vas a realizar tu aprendizaje para esta vida.
Tenemos, todos, verdadera locura por conocer cosas que nada importan para nuestro crecimiento. Mientras pensamos que es lo que hemos venido a aprender, no lo estamos aprendiendo, porque lo único que estamos haciendo es darle pábulo a la mente, solo es una argucia más que nos presenta la mente para no perder su poder, la diferencia con otras mentes más mundanas es que le da vueltas a temas que nos apasionan, como las vidas pasadas, el espacio entre vidas, nuestra misión y nuestro futuro. Es decir, una forma de volver al pasado o de viajar al futuro envuelto en papel de regalo y con un lazo de colores.
No hay diferencia entre esos pensamientos y los pensamientos de riqueza, de pobreza, de enfermedad o de cualquier otro tipo. Estos, y los otros, sólo son pensamientos, y hay que erradicarlos, hay que dominar a la mente, en definitiva hay que meditar.
La no consecución de los deseos, ya sean materiales, emocionales o espirituales, generan ansiedad y nos alejan de la paz que necesitamos para estar abiertos al libre fluir de la vida, para poder así ser conscientes de las oportunidades que pasan delante nuestro, que son muchas y se presentan de manera permanente para poder cumplir nuestra auténtica misión.
No nos ceguemos con el brillo de lo que hemos sido, porque la ceguera nos a impedir ver quiénes somos realmente; no le demos vueltas a las cosas que hemos de hacer, porque las vueltas no nos van a permitir hacer lo que hemos de hacer. Aceptemos y disfrutemos la vida, porque es la mejor que podemos tener, y además no tenemos otra. 

lunes, 23 de marzo de 2015

Comprar la vida


Perlas para el alma

 
“Para mí la meditación es algo más que un pasatiempo. Es algo así como un refugio donde olvido el pasado y principalmente el futuro, teniendo en cuenta además, que algunos creen que no tengo futuro por estar enferma, aunque la verdad es que nadie tiene futuro, sanos o enfermos, porque nadie tiene comprada la vida”.

Del Diario de Patricia (11)

sábado, 16 de agosto de 2014

Memoria de pez (Las preguntas del millón)


            Tengo una memoria muy selectiva, o casi mejor llamarla memoria de pez, todo lo que no es importante para algo en mi vida lo olvido en tres segundos. No recuerdo títulos de películas, ni de canciones, ni de libros, no recuerdo caras ni nombres, me pierdo en cualquier ciudad y en cualquier carretera. En fin, me parece que no podré contar batallitas, ni muchas ni pocas, cuando sea un poco más abuelo. Supongo que alguien pensará que soy un desastre.
            Pero sí recuerdo, como si fuera hoy, cuando comencé a hacerme las preguntas del millón: ¿Quién seré realmente?, ¿Vendré de algún lugar?, ¿Qué hago aquí?, ¿Para qué habré venido?, ¿Iré a algún sitio cuando me muera?
Estaba realizando un curso de capacitación para comenzar a trabajar en una empresa en la que había aprobado las oposiciones. Aun no había cumplido los dieciocho años.
            Cada día subía en el ascensor, grande, en aquella época me parecía enorme, con un buen número de personas, trabajadores de la empresa, y estudiantes como yo. Siempre he sido tímido y callado, y creo que mejor escuchador que hablador. Es increíble lo que se puede aprender únicamente escuchando. Sin embargo, en ese ascensor no aprendía mucho porque siempre escuchaba las mismas conversaciones: Los lunes, que vaya rollo tener que trabajar después del fin de semana, y los resultados de la jornada futbolística del domingo, el mejor gol, la mejor jugada, el resultado más sorprendente, en fin, un resumen completo de casi todos los partidos. Pensaba entonces, y sigo pensando, a pesar de que yo también tengo cierta simpatía por algún equipo, que me parecía una tontería comentar con tanto entusiasmo, las patadas que veintidós niños, forrados de dinero, le daban a una pelotita. Los martes, miércoles y jueves se comentaban los programas, muchos de ellos basura, de la televisión, y los viernes, el día grande, todo el mundo contento porque llegaban dos días de fiesta.
           
             Pensaba entonces que vaya tontería de vida la de los comentaristas del ascensor, y la de tanta y tanta gente que hacia lo mismo. Así se pasaban hasta los sesenta y cinco años, para después jubilarse, enfermar, y más tarde o más temprano morir.  ¿Y?, ¿De qué les había servido la vida?, ¿Para qué les había servido tanta ciencia futbolística o tanto saber de moda o de dietas de adelgazamiento?
            Ante tanto despropósito, me parece totalmente normal, y me alegro infinito de que mi memoria se especializara en olvidar tanta simpleza. Sin embargo, tener esta memoria selectiva, o casi memoria de pez, tiene grandes ventajas. La más importante es que nadie puede ofenderme. Las ofensas las olvido con la misma facilidad que se me olvida el día en el que vivo. Vivir de esta manera, sin tener en cuenta lo que los demás opinen, lo que los demás juzguen o critiquen, tiene grandes ventajas, ¡Soy feliz!, y lo soy, a pesar de que a la mayoría de las personas parece que la felicidad de los demás les incomoda, y se encargan de meter en el cerebro de todo el mundo la mayor cantidad de basura que pueden. ¡Pobres de los que no tienen memoria de pez y recuerdan cada palabra, cada ofensa, y cada carga de culpabilidad que los demás esparcen generosamente encima de ellos!
La memoria de pez es otra ventaja para vivir en el presente. No se puede ir al pasado porque no se recuerda y no se pueden hacer muchos planes de futuro porque no sirven de nada, se me olvidan enseguida. En fin, que lo que muchas personas pueden calificar como desastre, para mi es una bendición de Dios.
            No sé si los comentaristas del ascensor se habrán hecho alguna vez las tontas preguntas del millón. Yo además de hacérmelas, he intentado encontrar las respuestas, y creo que lo he conseguido, conozco las respuestas, y ahora estoy inmerso en el difícil trabajo de integrar en mí ser las respuestas.
Continuará………………………