El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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sábado, 2 de agosto de 2025

Yo también Soy

 


La paz no llega cuando todo está “resuelto”, sino cuando me permito ser

 

Vivimos en un mundo que nos educa para perseguir la solución. Resolver problemas, tomar decisiones, cerrar ciclos, alcanzar metas, “arreglar” lo roto: todo parece girar en torno a ese verbo, “resolver”. La sociedad nos ofrece infinitas fórmulas, rutinas y consejos para alcanzar una paz que, al final, siempre parece estar en el horizonte y nunca en el presente. Pero ¿qué ocurre cuando esa paz no se encuentra en el orden externo, sino en la aceptación interna? ¿Y si la verdadera serenidad no aparece cuando todo está bajo control, sino cuando simplemente me permito ser?

Aceptar ser implica abrir espacio a lo imperfecto. Es dejar de esperar que las cosas sean como deberían ser, y aprender a habitarlas tal como son. La paz, entonces, no sería ese silencio pulcro tras una tormenta domesticada, sino la capacidad de encontrar calma en medio del viento, de mirar el caos sin pretender dominarlo, y de reconocer que no todo lo que vibra debe ser silenciado.

Desde pequeños nos enseñan que hay que ordenar la habitación, entender las matemáticas, aprender a comportarse, corregir errores, y encontrar respuestas. Esa estructura lineal nos lleva a creer que cada “desorden” es una falla, y que la tranquilidad solo llega cuando logramos controlarlo todo. Sin embargo, esta narrativa ignora una verdad esencial: la vida no se resuelve, se vive.

La constante búsqueda de resolución suele producir más ansiedad que paz. Cuanto más nos obsesionamos con cerrar capítulos, más tememos abrir nuevos. Queremos que las emociones tengan un inicio, desarrollo y final claro. Pero el alma no responde a guiones. No hay protocolo para el duelo, el amor, la duda, o la incertidumbre. La vida emocional es más cercana a un río que a una ecuación: fluye, se desvía, se estanca y, a veces, arrasa. Pretender resolverla es como intentar embotellar el mar.

Cuando me permito ser, renuncio a ser el proyecto de alguien más. Dejo de compararme con estándares externos y empiezo a mirar mi autenticidad como fuente de valor, no de vergüenza. Esta decisión no se toma una sola vez, se reafirma cada día, en cada gesto, en cada pensamiento que me recuerda que no necesito estar “listo” para estar en paz.

Ser implica aceptar mis contradicciones, mis luces y mis sombras. Implica reconocer que no soy una idea fija, sino un proceso continuo. Que mi tristeza no invalida mi alegría, ni mi miedo descalifica mi valentía. Cuando me permito sentir, sin etiquetarme, empiezo a desmontar la prisión invisible del perfeccionismo. Y en esa rendición honesta, aparece la paz como compañera, no como premio.

La paz no es una meta externa, sino una relación con uno mismo. Es el resultado de un diálogo interior que deja de ser hostil. Cuando dejo de juzgar cada emoción, cada pensamiento y cada decisión, abro espacio para el respeto propio. Entonces la paz no llega porque todo esté resuelto, sino porque yo he dejado de pelear conmigo.

Hay días en que la mente se llena de ruido. Dudas, preocupaciones, expectativas. En esos momentos, la paz no se encuentra en forzar una solución, sino en crear silencio interno: respirar, observarse, entenderse sin prisa. No hay que resolver todo para descansar. A veces, basta con sostenerse. Con acompañarse. Con decir: “Estoy aquí, y está bien”.

Permitirse ser también significa abrazar lo incompleto. Vivimos queriendo “cerrar” ciclos antes de tiempo, por miedo a quedar expuestos en medio de la transición. Pero la vida está hecha de inicios a medias, de respuestas fragmentadas, de caminos sin señalizar. No hay que entenderlo todo para seguir adelante. No hay que sanar completamente para merecer amor. No hay que tener claridad para tomar decisiones.

La paz nace cuando dejamos de castigarnos por no tenerlo todo resuelto. Cuando aceptamos que somos obra en progreso, no producto terminado. El descanso aparece al soltar la presión de llegar, y comenzar a honrar el trayecto.

Esta paz interior también transforma nuestra forma de relacionarnos. Cuando estamos en guerra interna, es difícil conectar con los demás desde la empatía. Pero al permitirnos ser, también permitimos que el otro sea. Dejamos de exigir perfección, y empezamos a crear vínculos desde la honestidad, no desde la necesidad de “arreglar” al otro.

En la convivencia, esto se traduce en escucha, comprensión y libertad. La paz personal no se encierra en uno, se expande en los espacios que habitamos. Se vuelve luz suave que no ciega, sino que ilumina lo esencial.

La frase “la paz no llega cuando todo está resuelto, sino cuando me permito ser” no es solo una reflexión, sino una invitación. A soltar la exigencia, a abandonar la máscara, a quitarse la armadura. Vivimos esperando que el mundo se alinee para sentirnos en paz, pero tal vez lo único que necesita ordenarse es nuestro vínculo con lo que somos.

Ser no es fácil. Requiere valentía, honestidad, y paciencia. Pero en ese acto de presencia—en ese estar sin condiciones—la paz deja de ser una meta y se convierte en hogar.


sábado, 26 de julio de 2025

El arte de soltar

 


Impermanencia:

La Clave para Aceptar el Cambio y Vivir Plenamente

   En todo lo que existe, una verdad innegable pende sobre su existencia: la “impermanencia”.

Nada permanece estático; todo cambia, evoluciona, nace y muere. Desde la hoja que brota en primavera y cae en otoño, hasta las personas que entran y salen de nuestra vida, pasando por nuestros propios pensamientos y emociones, la impermanencia es la única constante.

Aunque esta realidad puede parecer desalentadora a primera vista, comprenderla y aceptarla es una de las lecciones más liberadoras que podemos aprender. Reconocer la impermanencia no es una invitación a la pasividad o al pesimismo, sino una poderosa herramienta para cultivar la “resiliencia”, la “gratitud” y la capacidad de vivir verdaderamente en el “presente”.

          La resistencia al cambio es una lucha inútil. Nuestra mente humana, por naturaleza, tiende a buscar la seguridad y la estabilidad. Nos aferramos a lo que conocemos, a lo que nos da comodidad, a lo que nos define. Tememos la pérdida, el fin, lo desconocido. Esta resistencia innata a la impermanencia nos lleva a una lucha constante y agotadora contra el flujo natural de la vida.

Cuando nos aferramos a una situación agradable, ya sea un trabajo, una relación o un momento de felicidad, el miedo a perderla genera ansiedad. Paradójicamente, este apego excesivo nos impide disfrutar plenamente del presente, ya que nuestra mente está ocupada anticipando el final. De la misma manera, cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, como la enfermedad, una ruptura o un revés financiero, nuestra resistencia a aceptarlas solo intensifica el sufrimiento. Nos preguntamos "¿Por qué a mí?" o "Esto no debería estar pasando", prolongando la angustia en lugar de buscar la adaptación y la solución.

La verdad es que no podemos detener la corriente del tiempo. Las estaciones cambian, los cuerpos envejecen, las fortunas suben y bajan, las personas evolucionan o se marchan. Negar esta realidad es como intentar detener un río con nuestras propias manos. El resultado es frustración, dolor y agotamiento.

Abrazar la impermanencia es un camino hacia la libertad: La sabiduría de la impermanencia reside en su capacidad para liberarnos. Cuando aceptamos que todo es transitorio, comenzamos a soltar la necesidad de controlarlo todo y, en su lugar, aprendemos a fluir con la vida. Esta aceptación tiene profundas implicaciones en cómo experimentamos el mundo:

 

1.  Cultivar la Gratitud por el Presente: Si sabemos que un momento de felicidad es fugaz, ¿no lo apreciaríamos aún más? La conciencia de la impermanencia nos impulsa a saborear cada instante, cada experiencia placentera, cada risa, cada conexión. Nos recuerda que la verdadera riqueza no reside en la duración de las cosas, sino en la intensidad con la que las vivimos. Un atardecer hermoso es hermoso precisamente porque es efímero.

2.  Desarrollar la Resiliencia ante la Adversidad: Si los momentos felices pasan, también lo hacen los momentos difíciles. La conciencia de que el dolor, la tristeza o la dificultad no son permanentes nos brinda una perspectiva invaluable. Nos permite saber que "esto también pasará". Esta comprensión no anula el sufrimiento, pero nos da la fuerza para atravesarlo, sabiendo que la oscuridad dará paso a la luz, al igual que la noche precede al amanecer. Nos volvemos más adaptables y menos propensos a caer en la desesperación prolongada.

3.  Fomentar el Desapego: La impermanencia está intrínsecamente ligada al concepto de desapego. Si todo cambia, ¿por qué aferrarse? El desapego no significa no valorar lo que tenemos o no amar a las personas; significa amarlas y valorarlas sin la necesidad de poseerlas o de que permanezcan inalterables. Nos libera del sufrimiento que surge cuando las cosas, personas o situaciones no cumplen nuestras expectativas de permanencia. Nos enseña a apreciar sin aferrarnos, a amar sin poseer.

4.  Impulsar el Crecimiento Personal: Si todo está en constante evolución, nosotros también podemos evolucionar. La impermanencia nos invita a no estancarnos en viejas creencias, hábitos o identidades. Nos anima a aprender de cada experiencia, a adaptarnos a nuevas circunstancias y a transformarnos constantemente en versiones más conscientes y sabias de nosotros mismos. Nos abre a la posibilidad de reinvención.

 Cómo Practicar la Conciencia de la Impermanencia

       Integrar la conciencia de la impermanencia en nuestra vida diaria es una práctica continua, no un estado final. Aquí te doy algunas formas de cultivarla:

Observación Consciente: Presta atención a los ciclos naturales: el cambio de las estaciones, el crecimiento y la caída de las hojas, el flujo y reflujo de las olas. Observa cómo cambian las nubes en el cielo, cómo se disuelve el azúcar en el café. Estas pequeñas observaciones nos recuerdan la naturaleza transitoria de todo.

Atención Plena (Mindfulness): Practicar la atención plena nos ayuda a anclarnos en el presente. Observa tus pensamientos, emociones y sensaciones físicas sin juzgarlos ni aferrarte a ellos. Reconoce que son pasajeros, como nubes que pasan por el cielo de tu mente. Esta práctica fortalece nuestra capacidad para soltar.

Reflexión sobre el Ciclo de Vida: Piensa en la vida de una flor, un animal, incluso la tuya propia. Nacimiento, crecimiento, plenitud, declive y eventual desaparición. Reconocer este patrón universal nos ayuda a aceptar que somos parte de un ciclo más grande.

Agradecimiento por lo Fugaz: Cuando experimentes un momento de alegría o placer, en lugar de preocuparte por su final, enfócate en la gratitud por tenerlo en este instante. Permítete saborearlo plenamente, sabiendo que su belleza radica en su carácter único y temporal.

Desapego Material y Emocional: Practica soltar objetos que ya no necesitas o que te anclan al pasado. En el ámbito emocional, reconoce cuándo te estás aferrando a una expectativa o a un resultado que no depende de ti. Permite que las cosas sean como son, incluso si no es lo que esperabas.

 La Belleza de lo Efímero

 Ser conscientes de la impermanencia no nos condena a la tristeza, sino que nos invita a vivir con una intensidad y una apreciación profundas. Nos enseña que la vida no es una serie de puntos fijos a los que aferrarse, sino un río caudaloso en constante movimiento. Al abrazar este flujo, nos volvemos más flexibles, más sabios y más capaces de encontrar la paz en medio de la inevitable marea de cambios.

Es en la aceptación de la naturaleza transitoria de todo donde reside la verdadera libertad. Nos permite liberar el pasado, soltar la ansiedad por el futuro y sumergirnos por completo en la riqueza y la belleza del único momento que realmente tenemos: “el ahora”. ¿Estás listo para dejar ir la resistencia y permitirte fluir con la vida?


jueves, 24 de julio de 2025

Madrugadas que susurran verdades

  


Hoy me desperté a las 3:34 de la madrugada. No es algo puntual: entre las 3 y las 4 suelo abrir los ojos casi cada día, como si mi reloj interno estuviera programado para esos momentos de silencio absoluto.

Esta vez, me despertó un sueño vívido que aún puedo evocar. En él, sentía la urgente necesidad de ir al baño. Me puse en cuclillas, sujetando con una mano una tacita de café debajo mío. El excremento salió lentamente, como si el tiempo se detuviera; la imagen era casi surrealista, una pasta cayendo a cámara lenta. Tuve tiempo de colocar bien la taza para que todo cayera dentro. Y cuando se llenó, corté la evacuación sin pensarlo, evitando que rebosara.

Después, volví a quedarme dormido, y poco antes de las 4 me desperté de otro sueño, esta vez orinando. Me asusté. Instintivamente toqué la cama, como si esperara encontrar evidencia de lo ocurrido. Pero no, solo había sido otro sueño.

La simbología de ambos me ha hecho reflexionar. He buscado su significado, y parece que coinciden en algo: una necesidad de liberación emocional, de desahogo, de renovación. Y sí, esas tres palabras me resuenan profundamente. No estoy atravesando el mejor momento de mi vida.

No estoy mal… pero tampoco estoy bien.

Intento aplicar todo lo que sé, todas esas teorías sobre cómo estar mejor, cómo vivir en paz conmigo mismo:

- Acepto la vida que me he dado, pero reconozco que esa aceptación debe ser consciente. Porque desde mi subconsciente surgen preguntas absurdas, aparentemente sin peso, pero que logran erosionar mi energía y mi estado emocional.

- No siento la necesidad de perdonar, porque no guardo resentimientos. Pero si surge una crítica por algo que ocurrió, suelo perdonar de inmediato, sin quedarme atrapado en ello.

- Trato de ponerme en los zapatos de los demás. A veces lo logro, otras veces fallo. Pero no dejo de intentarlo, porque sé que en ese ejercicio está parte de mi crecimiento personal.

Lo que sí tengo claro es que el origen de mi inestabilidad emocional soy yo mismo. Puedo señalar fuera, buscar responsables, pero al final, lo único que realmente importa es cómo me tomo las cosas.

Sigo trabajando en ello. A veces avanzo, a veces tropiezo, y muchas veces simplemente observo. Pero ese trabajo interno no cesa.

Porque incluso los sueños más extraños tienen algo que enseñarme.

domingo, 15 de junio de 2025

Nada en la vida es un error

 


Querido hijo:

         Tu carta ha llenado mi corazón con el eco de tus preguntas, tus dudas y tus anhelos más profundos. Antes que nada, quiero que recuerdes algo esencial: cada pensamiento tuyo, cada lágrima derramada y cada sonrisa que ilumina tu rostro son importantes para mí. Tú eres una obra de amor, un ser creado con un propósito único, destinado a experimentar la vida en toda su riqueza y profundidad. No hay nada en ti que sea un error, pues cada detalle de tu existencia es valioso y significativo.

Sé que los desafíos de la vida pueden parecer abrumadores. Entiendo que la mortalidad y la incertidumbre que conlleva pueden despertar en ti un sinfín de emociones y preguntas difíciles. Pero quiero que recuerdes algo muy importante: cada día que te levantas, cada aliento que tomas, tiene un propósito. Aunque en ocasiones te parezca que las pruebas que enfrentas no tienen sentido, ten la certeza de que, en las mismas, se esconde una oportunidad para aprender, crecer y amar más profundamente. La vida no fue diseñada para ser fácil o carente de dificultades, pero en sus imperfecciones se encuentran lecciones valiosas que enriquecen tu alma y te conectan más íntimamente conmigo y con los demás.

El dolor y las dificultades, aunque duros de afrontar, no definen la totalidad de tu existencia. Son una parte del camino, pero no el destino final. Quiero que sepas que, incluso en los momentos más oscuros, cuando las sombras parecen interminables, la luz nunca deja de brillar. Esa luz está en el amor que te rodea, en la esperanza que puede renacer en tu corazón y en la belleza que habita incluso en los lugares más inesperados. Esa luz también eres tú, con tu capacidad de sembrar bondad, de conectar con otros y de reflejar mi amor en tus acciones diarias.

En los instantes en que te sientas perdido o desconectado, recuerda que nunca estás solo. Yo estoy contigo siempre, en cada paso que das, incluso cuando crees que me has perdido de vista. Te acompaño en tus alegrías y en tus penas, en tus logros y en tus caídas, ofreciéndote mi amor incondicional y mi guía para que encuentres el camino hacia la paz y la plenitud.

Vivir plenamente no significa huir de las dificultades ni pretender que la vida sea un constante estado de felicidad. Vivir plenamente es aprender a enfrentar los desafíos con valentía, a encontrar significado incluso en las pruebas más duras y a valorar las pequeñas maravillas que te rodean cada día. Te invito a buscar en lo cotidiano aquello que despierta en ti gratitud y alegría: una mirada amable, el aroma fresco de la tierra después de la lluvia, una conversación sincera, o un simple momento de silencio en el que puedas sentirte en conexión conmigo.

La mortalidad, aunque difícil de aceptar, es un recordatorio de que cada instante que tienes es un regalo. No temas a la muerte, pues es una parte natural del ciclo de la vida. Pero mientras tus días estén llenos de vida, quiero que los vivas con entusiasmo, con amor, con valentía y con un propósito claro. Aprovecha cada oportunidad para dejar huellas positivas en el mundo, para construir relaciones genuinas, para soñar sin límites y para disfrutar del milagro que es simplemente existir.

Hijo mío, no dudes de mi presencia y de mi amor infinito por ti. En los momentos de duda, cierra los ojos y siente la fuerza de mi amor sosteniéndote. En los días de alegría, celebra la vida con el corazón abierto. Y en los tiempos de incertidumbre, confía en que, aunque no siempre puedas ver el camino con claridad, estoy aquí para guiarte y caminar contigo.

Abre tus ojos al presente, porque el hoy es el mayor regalo que puedes recibir. Permite que la belleza y la bondad que hay a tu alrededor te envuelvan, y deja que mi amor sea la luz que ilumina tu camino, incluso en los días más oscuros. Siempre estoy aquí, deseando que encuentres la paz, la alegría y la plenitud que tanto buscas.

Con un amor eterno e incondicional, 

Tu Padre que te ama.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


miércoles, 11 de junio de 2025

¡Que se le va a hacer!

 



Aceptar lo que no podemos cambiar: el arte de no perder energía en lo externo. 

          ¡Qué se le va a hacer! Esta expresión, común en nuestra cotidianidad, encierra una sabiduría profunda: la capacidad de aceptar aquello que escapa a nuestro control. La vida está llena de situaciones inesperadas, decisiones ajenas que afectan nuestro camino y circunstancias externas que desafían nuestra tranquilidad. Y, sin embargo, nuestra reacción ante estos eventos es lo que define el impacto que tendrán en nuestro bienestar. 

En un mundo en el que tantas variables escapan a nuestro control, es fácil caer en la trampa del lamento, la queja y el enfado. Pero, ¿de qué sirve lamentarse si la causa del malestar proviene de un factor externo? Ese lamento no cambia la realidad y, en muchos casos, solo consigue alejarnos de nuestro centro emocional y drenarnos de energía valiosa. 

La clave está en distinguir entre lo que podemos cambiar y lo que simplemente debemos aceptar. Vivimos en un mundo de constante movimiento, donde las circunstancias se transforman sin previo aviso. Intentar resistir el flujo natural de los acontecimientos solo nos lleva a la frustración. Aprender a soltar, aceptar y fluir nos permite mantener nuestra energía enfocada en lo que sí está en nuestras manos. 

El filósofo estoico Epicteto decía que no podemos controlar los eventos externos, pero sí nuestra percepción de ellos. Este enfoque nos invita a asumir la responsabilidad sobre nuestras emociones y reacciones. En lugar de quedar atrapados en la frustración, podemos encontrar maneras de reinterpretar la situación y ver oportunidades en lo que, inicialmente, parecía ser un obstáculo. 

¿Qué podemos hacer cuando nos enfrentamos a situaciones que escapan a nuestra voluntad? Lo primero es reconocer la naturaleza de los eventos y preguntarnos si realmente tenemos el poder de cambiar algo. Si la respuesta es negativa, la mejor opción es aceptar y buscar cómo adaptarnos. La aceptación no significa resignación, sino inteligencia emocional: entender que nuestra energía tiene un mejor uso cuando la enfocamos en lo que sí podemos mejorar. 

Otro aspecto fundamental es la gestión de emociones. La ira, la frustración y la desesperanza pueden surgir cuando sentimos que no tenemos control sobre algo importante. Pero, en lugar de dejarnos arrastrar por estas emociones, podemos aprender a observarlas, entenderlas y luego dejarlas ir. Técnicas como la meditación, la escritura reflexiva y la conversación con personas de confianza pueden ayudar a procesar estos sentimientos sin que se conviertan en una carga permanente. 

Aceptar lo que no podemos cambiar no significa renunciar a la acción. Al contrario, nos libera para tomar decisiones más sabias y centradas. En vez de perder energía en la queja, podemos canalizar nuestros esfuerzos hacia aspectos de nuestra vida que sí dependen de nosotros: nuestras relaciones, nuestra actitud, nuestros proyectos y el crecimiento personal. 

A lo largo de la historia, grandes pensadores y líderes han aprendido esta lección. Desde los estoicos hasta los líderes espirituales, pasando por figuras que han enfrentado grandes adversidades, la clave del bienestar ha estado en su capacidad de aceptar la realidad y transformar su enfoque. 

En última instancia, se trata de una elección: podemos aferrarnos a la frustración o podemos liberar nuestra mente y nuestra energía para avanzar. Optar por la segunda opción nos permite vivir con mayor ligereza, reducir el estrés y centrarnos en lo que verdaderamente importa. 

Así que, ante los desafíos externos, recordemos la sabiduría de la frase: ¡Qué se le va a hacer! No como un acto de rendición, sino como un reconocimiento de nuestra capacidad de adaptación y fortaleza interior. 

domingo, 1 de junio de 2025

Descubrir lo que tienes

 


Hijo mío: 

 Entiendo tus preguntas, tus inquietudes, y tus búsquedas. Desde el principio de los tiempos, el corazón humano ha sido un explorador, un viajero que busca sentido en todo lo que ve y toca. Esa inquietud por el “más” no es tu enemiga, sino un regalo, una brújula que puede guiarte hacia lo profundo, hacia lo verdadero. 

Pero te recordaré algo importante: el “más” que buscas afuera nunca llenará el vacío que se encuentra adentro. La riqueza más grande está en tu capacidad de amar, de ser compasivo, de conectarte conmigo y con tus hermanos. Mientras continúes buscando el “más” en lo efímero, en lo externo, solo encontrarás fugaces momentos de satisfacción. Si miras dentro de ti, encontrarás que ya tienes todo lo que necesitas. 

Las murallas que mencionas, aquellas que te separan de los demás, fueron creadas por el miedo y la inseguridad, no por mí. Yo diseñé el amor como un puente que une almas, como una fuerza capaz de sanar heridas y derribar cualquier barrera. Cada vez que eliges amar, eliges acercarte más a mí, porque Yo Soy amor. 

No te pido que dejes de soñar, de anhelar, de crecer. Pero sí te pido que aprendas a hacerlo con gratitud, con aceptación, y con humildad. Que busques el “más” que está en el servicio, en la generosidad, en el cuidado por los otros y por ti mismo. Ese “más” no se mide en riquezas ni en poder, sino en la luz que aportas al mundo. 

Sé que a menudo el camino parece confuso, como un sendero cubierto de neblina, donde las señales no siempre son claras. Pero quiero que recuerdes que incluso en la incertidumbre hay propósito, incluso en los momentos de duda estás aprendiendo, creciendo, acercándote más a la verdad de quién eres y de quién soy. 

Esa inquietud que sientes, esa búsqueda constante que nunca parece acabar, es un eco de la chispa divina que he puesto en ti. Es mi manera de recordarte que tú no estás hecho para conformarte con lo efímero, con lo pasajero. Tú fuiste creado para algo eterno, para algo que trasciende las barreras del tiempo y del espacio. Esa chispa es la prueba de que hay algo más grande que tú mismo, y que ese algo ya vive en tu interior. 

Aunque a veces el camino parezca empinado, y las cargas pesen sobre tus hombros, no estás solo. Cada paso que das, cada lucha que enfrentas, me tiene a tu lado. Recuerda que estás rodeado de milagros todos los días. No esperes grandes hazañas para encontrarme; estoy en cada sonrisa, en cada lágrima, en cada susurro del viento. Estoy en ti, en tus pensamientos, en tus esperanzas, en tu alma.  No importa cuán lejos creas que te has desviado, mi amor por ti es una constante, un faro que nunca se apaga. 

Quiero que te des permiso para sentir. Permiso para reconocer tus miedos, tus dudas, tus heridas. No te pido perfección, hijo mío; te pido autenticidad. Porque en esa verdad, en esa transparencia, es donde me encuentro contigo. No temas mostrar tus vulnerabilidades, porque ellas no te hacen débil, sino humano. Y es en lo humano donde reside lo divino. 

Deja que el amor sea tu guía. No un amor que posea ni que exija, sino un amor que libere, que dé, que se ofrezca sin esperar nada a cambio. Ese es el amor que yo he depositado en tu alma. Déjalo florecer, déjalo transformar no solo tu vida, sino también la vida de aquellos que te rodean. Porque cada acto de bondad, cada palabra de aliento, cada gesto de compasión, es un reflejo de mí en el mundo. 

Sigue adelante, hijo mío. Sigue buscando, no porque te falte algo, sino porque en la búsqueda descubres lo que siempre ha estado ahí. Descubres que ya eres amado, que ya eres suficiente, que ya eres luz. Y en esa luz, encontrarás la paz que tanto anhelas. 

Con amor eterno. Yo te bendigo. 

 

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo

 


lunes, 12 de mayo de 2025

Amor y aceptación

 



Acóplate a las cosas que te han tocado en suerte; asimismo, ama a los hombres que el destino te ha puesto delante, pero hazlo de verdad.

MARCO AURELIO

jueves, 1 de mayo de 2025

Ama, acepta, respeta

 


Ama, acepta, respeta

 

El mundo que habitamos es un reflejo de nuestras acciones y pensamientos. No es un lugar estático ni ajeno a nuestras intenciones, sino una constante construcción de lo que sembramos en cada interacción, en cada gesto, en cada palabra. Somos los creadores de nuestro mundo.

De todo lo que podemos aportar a la vida, tres pilares sostienen la armonía entre nosotros: amar, aceptar y respetar. Son verbos sencillos, pero su impacto es profundo. Aplicarlos con sinceridad transforma la manera en que vivimos, en que nos relacionamos, en que entendemos y en que somos entendidos. 

El amor es el principio de todo acto noble, el motor que nos impulsa a conectar, a cuidar, a ofrecer lo mejor de nosotros. No se trata solo del amor romántico, sino de una manera de estar en el mundo. Amar es ver con bondad, actuar con ternura, ofrecer comprensión. 

Cuando una persona ama, no tiene espacio para el daño. ¿Cómo podría? El amor, en su esencia más pura, es generoso y desinteresado. No humilla ni hiere. No es egoísta ni posesivo. Es un estado de apertura, de entrega, de preocupación genuina por el bienestar del otro. 

Sin amor, el mundo se endurece. Se llena de frialdad, de indiferencia, de pequeños gestos de descuido que, acumulados, crean grietas en nuestras relaciones. Pero cuando el amor está presente, hasta los momentos más difíciles pueden ser llevados con calma, con paciencia, con dulzura. Amar es sostener sin exigir, es acompañar sin poseer. 

Nos enseñan desde pequeños que el amor es importante, pero rara vez nos enseñan cómo aplicarlo más allá de las relaciones personales. Amar no es un sentimiento, es una energía, que nos imprime el carácter para actuar con bondad, para mirar con comprensión, para escuchar con atención. Amar es el principio de una vida en paz, dentro y fuera de uno mismo. 

Y si amas, aceptas, sin más. Aceptar no significa estar de acuerdo con todo ni justificar lo injustificable. La aceptación no es resignación, sino un acto de respeto por la diversidad, por la diferencia, por los caminos que no son los nuestros. 

Cada persona es un universo complejo, un cúmulo de vivencias, pensamientos y emociones que han moldeado su forma de ver el mundo. Aceptar es reconocer que no hay una única manera de existir, de pensar, de actuar. Es entender que la historia de cada quien tiene matices que quizás nunca comprendamos del todo, pero que merecen ser respetados. 

Cuando aceptamos, dejamos atrás el impulso de criticar, de señalar, de juzgar. La crítica constante no solo lastima a los demás, sino que nos atrapa en una espiral de descontento. ¿De qué nos sirve vivir esperando que todos piensen, actúen y sean exactamente como creemos que deberían? La vida es, y punto. Y es más rica cuando aprendemos a mirar sin condenar, cuando aceptamos sin imponer, cuando entendemos sin exigir cambio inmediato.

Aceptar no implica que todas las decisiones sean correctas, ni que todo lo que ocurre sea justo. Pero sí implica soltar el peso del juicio innecesario, el que nace de la falta de empatía, de la incapacidad de ver más allá de nuestras propias perspectivas.  

Cuando aprendemos a aceptar, nuestra energía cambia. Nos volvemos menos rígidos, menos hostiles. Aprendemos que la diversidad no es una amenaza, sino una riqueza. Aceptamos las diferencias sin sentirnos atacados por ellas. Aceptamos la vida con sus contrastes, sus contradicciones, sus sorpresas. 

          Si el amor construye y la aceptación libera, el respeto es el pilar que sostiene cualquier convivencia. Sin respeto, las conexiones humanas se deterioran, la comunicación se envenena, los conflictos surgen sin remedio. 

Respetar es reconocer el valor del otro. Es entender que, aunque no compartamos sus ideas, merece dignidad, merece voz, merece espacio. Es la actitud que permite la paz, que evita el conflicto innecesario, que nos recuerda que todos somos parte de algo mayor. 

El respeto no es una cortesía ocasional, sino un principio que debería guiarnos siempre. Respetar implica escuchar sin interrumpir, entender sin desestimar, permitir sin imponer. No exige que todos pensemos igual, pero sí demanda que tratemos a los demás con consideración. 

En un mundo donde la agresión verbal y el desprecio se han convertido en herramientas comunes, el respeto es una luz que equilibra las diferencias. Nos da la capacidad de disentir sin odio, de discutir sin herir, de coexistir sin destruir. 

Cuando respetamos, todo está bien. Porque en el respeto hay espacio para el amor, hay lugar para la aceptación. Nos permite vivir sin miedo, sin la necesidad de imponer nuestras ideas sobre los demás. Nos da libertad, nos da paz. 

Cuando alguien decide amar, aceptar y respetar, está eligiendo un camino de paz. No significa que todo sea fácil, ni que los conflictos desaparezcan por completo. Pero sí significa que, al enfrentarlos, lo hacemos desde la empatía, desde la paciencia, desde la voluntad de entender en vez de condenar. 

Amar nos vuelve cálidos, accesibles, confiables. Aceptar nos libera del peso del juicio, del agotamiento de la crítica constante. Respetar nos permite convivir sin temor, sin imposiciones, sin violencia. 

Si cada persona aplicara estos principios, el mundo cambiaría radicalmente. La convivencia sería más armoniosa, los conflictos se reducirían, las relaciones serían más auténticas. Pero más allá del impacto social, vivir bajo estas premisas también transforma nuestra paz interior. Nos permite descansar, soltar la carga de la hostilidad, encontrar alegría en la simpleza de cada día. 

Porque cuando amas, aceptas y respetas, no solo transformas tu entorno: te transformas a ti mismo. 


lunes, 21 de abril de 2025

Todo está bien

 



 

         Para la piedra lanzada a lo alto no hay nada malo en caer, ni nada bueno en subir.

MARCO AURELIO


jueves, 10 de abril de 2025

Aceptar y respetar

 


Sobre la aceptación

 

Hijo mío:

Tienes toda la razón sobre el Karma. Lo has expuesto de manera perfecta. No tengo nada que añadir.

En mi respuesta anterior me centré en temas religiosos y dejé de lado temas muy importantes que no podemos echar en saco roto.

Para evitar el juicio y la crítica son necesarias dos actitudes: la aceptación y el respeto.

Decía Carl G. Jung:” Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”

La aceptación es esa actitud que va a permitirte reconocer y tolerar las situaciones, pensamientos, emociones o aspectos de vosotros mismos o del mundo que os rodea, sin intentar cambiarlos o evitarlos. La aceptación os ayuda a afrontar los problemas de forma más efectiva, a aprender de vuestras experiencias y a cultivar la resiliencia emocional. La aceptación no significa resignarse o conformarse, sino asumir la realidad y buscar soluciones. La aceptación se puede practicar y mejorar a lo largo de la vida, y es una herramienta poderosa para vivir de forma más plena y equilibrada.

Cualquier juicio, cualquier opinión, cualquier crítica, no es más que un reflejo de la propia persona, no es más que un reflejo de sus pensamientos, no es más que un reflejo de sus creencias.

Pero, los pensamientos y las creencias de cada uno, ¿por qué han de ser aplicables al resto del mundo? Los pensamientos y las creencias de las personas no son más que una manifestación de su nivel de evolución, no son más que una manifestación de su carácter, y en ningún caso sirven para ninguna otra persona, porque cada persona está en un nivel de evolución determinado, cada persona vive una circunstancia específica en su vida, distinta a cualquier otra.

Para que se termine el juicio, la opinión y la crítica, sólo hay que aplicar una regla, el respeto. Cuando se respeta se acepta, y ante la aceptación todo está bien. Cualquier cosa que haga cualquier persona, ha de ser aceptado y respetado, porque es algo que pertenece a su vida, a su aprendizaje y su evolución.

Te propongo un ejercicio sencillo, dedica un día a vivir sin juzgar, sin criticar y sin opinar lo que hagan los demás, a mirar con otros ojos, a respetar y aceptar cualquier cosa que hagan las personas de tu entorno y, a colocarte en su lugar. Si por cualquier causa la mente pudiera contigo y surgiera la crítica, ni tan siquiera tienes que comprender, solo respeta y acepta.

El respeto y la aceptación es entrenamiento y práctica, por lo que la crítica va a surgir. No te enfades contigo, si la crítica ha sido mental, pide perdón mentalmente y comienza nuevamente, observando lo mejor de la persona, focalizando tu atención en sus cualidades. Con la práctica te acostumbrarás a observar las acciones de los demás como observas un día de sol, o las flores, o el vuelo de los pájaros, sin que te afecte lo más mínimo.

Cuando consigas incorporar a tu vida el respeto y la aceptación, vas a sentirte libre, ya que el ejercer de juez, de manera permanente, es agotador.

Dedica la vida a vivirla, no a vivir la vida de los demás. La vida es plenitud, y cada segundo que intentas vivir la vida de los demás dejas de vivir la tuya, dejas de vivir un segundo de tu tiempo que no volverá a repetirse, conviertes tu vida en una vida incompleta. La vida es demasiado hermosa para desperdiciarla, aunque sólo sea un segundo. Desperdiciar la vida juzgando, opinando o criticando a otros es, además, un trabajo insulso, ya que ese otro al que estás juzgando, es seguro que, a seguir viviendo su vida tan feliz, sin enterarse de tus críticas o pasando de ellas, porque sencillamente no las necesita; estás desperdiciando tu vida para nada.

Empieza ahora a mirar con otros ojos, empieza ahora a aceptar y a respetar, no esperes a mañana, no desperdicies más tu vida.

¿Sabes qué es lo que hay debajo de vuestra necesidad de juzgar?, sólo miedo, miedo a enfrentaros con vuestra propia oscuridad, casi me atrevería a decir que es miedo a vivir, es falta de Amor.

No juzgues nada, las cosas son como son y no has de tener ningún interés en como deberían ser, en como tendrían que ser, en como piensas tú que han de ser.

La conciencia social, políticos, religiosos, los estándares de salud y de belleza os dan modelos y normas de cómo deberían ser las cosas, o de cómo deberíais comportarnos. Tratan de definiros lo que es bueno, lo que hay que hacer, lo que está bien visto.

  ¿Quién ha dicho a nadie que su misión en esta vida sea ejercer de juez, ejercer de crítico, o ejercer de comentarista de la vida del resto del mundo?  Posiblemente, nadie y, sin embargo, existen muy pocas conversaciones en las que no se juzgue a alguien, o no se le critique, o no se opine sobre lo que sería mejor para la vida de esa persona.

Yo te bendigo hijo mío.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


jueves, 3 de abril de 2025

Conectar con el corazón y elegir

 


Conectar con el corazón y elegir

 

Querido hijo:

Tienes toda la razón cuando dices que la mente humana no está capacitada para entender todas las respuestas, sobre todo aquellas que no tienen relación con la materia, que están fuera del espacio conocido o que no pueden ser medidas con un reloj de tiempo porque su medida siempre es “ahora”.

Sé de tu afán por saber y conocer que hay al otro lado de la vida, pero…, contesta una pregunta, ¿para qué te serviría ese saber?, ¿tú crees que conocer las actividades que realiza el alma cuando se encuentra en el espacio “entre vidas”, sería de utilidad para tu trabajo en la materia?, ¿te ayudaría a tener más paciencia?, ¿cambiarían en algo tus terapias?, ¿cambiarías la receta de los garbanzos?

Voy a contestar, por ti, esas preguntas: No te serviría para mejorar en las actividades que realizas en la materia. Entonces, si no lo vas a entender y no te va a ser útil, ¿para qué insistir? Olvida el tema y enfócate en lo que, además de conocido, es imprescindible para tu crecimiento y tu desarrollo espiritual.

Conociéndote como te conozco sé que has hecho una pausa después de leer que te enfoques en lo que es imprescindible para tu crecimiento y tu desarrollo espiritual. Ahora vienen tus preguntas y tus quejas, Te estoy escuchando “¿qué es imprescindible para mi crecimiento y desarrollo espiritual?, si nos lo dijeras claro no estaríamos dando tumbos por la vida preguntándonos que hacer”.

Tengo que contestar lo de siempre: Sabes, perfectamente, lo que tienes que hacer. Sin embargo, te voy a recordar eso que sabes: El trabajo para tu crecimiento y tu desarrollo espiritual es hacer felices a los que te rodean, en todo momento y en cualquier circunstancia.

 No se trata de que les enseñes a meditar, de que les des una clase magistral de yoga o les recomiendes algún libro de crecimiento personal. Se trata de aceptarlos como son, sin esperar de ellos que satisfagan tus más íntimos deseos o tus expectativas sobre lo que esperas de ellos. Se trata de que les enseñes con tu ejemplo. Por eso tienes que ser amor, bondad, paciencia, tolerancia y comprensión.

Cada ser humano se encuentra en su propio proceso evolutivo. Cada uno se encuentra en un nivel diferente y, por lo tanto, también es diferente su proceso de comprensión. No debes juzgar a ninguno de tus hermanos. Por dos razones. La primera porque nadie ha venido a hacer de juez, (ni yo mismo, que soy el Creador, lo hago), y, la segunda, porque el juicio lo realizarás desde tu perspectiva, cuando la suya puede ser muy diferente. Por eso has de aceptarlos como son.

Seguro que más de una vez has oído o leído la frase: “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar a los árboles, pensará toda la vida que es un inútil”. Aplícala en tu vida para todas las personas que te rodean. Cada persona es muy hábil para alguna actividad y completamente nula para otras. No todos pueden pasar por el filtro de “tu rasero”. Tu rasero solo es para ti. Recuerda que, a ti, no te gusta que te juzguen, ¿por qué les iba a gustar a los otros tu juicio?

Para aceptarlos, sin juzgarlos, has de comprenderlos. Colocarte en sus zapatos y caminar con ellos, por un tiempo. Tienes que cultivar la paciencia. Mientras aun te falle la comprensión has de echar mano de la tolerancia. Y, por último, saber perdonar, si en algún momento te sientes ofendido.

Vuelve a imaginar que todos los que te rodean son bebés con una semana de vida. ¿Qué necesitan de ti?, necesitan amor, aceptación, comprensión, paciencia, tolerancia y ayuda. Haz eso con todos tus coetáneos y estarás creciendo a pasos de gigante. ¿Qué esperarías tú de esos bebés?, nada, ¿verdad? Pues es lo mismo que tienes que esperar de los que te rodean, nada.

Aquello que tú quieres recibir, dalo a manos llenas, sin ocuparte de más.

Has podido comprobar que es muy fácil contactar conmigo cuando estás en meditación.

Percibir mis señales es muy sencillo, sólo tienes que permanecer en silencio y atravesar el espacio que existe entre tu pensamiento y tu sensación. Sólo tienes que aparcar el pensamiento y centrar la atención en el corazón. Ahí vivo Yo en vosotros. Y para llegar no vale escuchar discursos llenos de amor, ni asistir a misas donde se hable de Mi. El ser humano ha de encontrarme en solitario. Sin embargo, así como no vais a salir en la búsqueda de un tesoro si no se sabe que existe, habéis de tener el pleno convencimiento de que Yo habito en vuestro interior para establecer contacto.

Te amo hijo mío y te bendigo.

 CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


miércoles, 2 de abril de 2025

Aceptar lo que venga

 


Cuerpo, alma, intelecto: por el cuerpo, las sensaciones; por el alma, los impulsos; por el intelecto, las doctrinas. Recibir una impresión de los sentidos también le sucede a los animales; ser arrastrado por los impulsos, como un muñeco es lo que les pasa a las bestias; mantener siempre el intelecto como guía de lo que parecen deberes también lo hacen los que no creen en los dioses, los que abandonan a su patria, los que se entregan a cualquier cosa en cuanto cierran la puerta. 

Si tenemos estas cosas en común con aquellos, queda lo propio del hombre bueno: amar, recibir con buen ánimo lo que venga y lo que le ha sido urdido por el destino; no confundir ni turbar con una muchedumbre de impresiones al genio interior asentado en su pecho, sino cuidar de que esté contento, que siga al Dios con buena disposición, sin decir nada contrario a la verdad, ni hacer nada contrario a la justicia. 

Y si todos los demás hombres desconfían de él, por vivir de manera sencilla, modesta y honrada, no se encoleriza con nadie, no se desvía del camino que conduce hacia el fin de la vida, por lo que hay que caminar puro, tranquilo, desprendido, voluntariamente adaptado a su propia suerte.

MARCO AURELIO