El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Páginas
Entradas importantes
Lecturas en línea
viernes, 12 de diciembre de 2025
jueves, 13 de noviembre de 2025
Reflejo de lo que falta
"Cuando
nos miramos en el espejo no vemos lo que somos,
sino
lo que nos falta ser"
El
espejo, ese objeto cotidiano que nos devuelve una imagen aparentemente fiel de
nosotros mismos, es en realidad un escenario donde se proyectan nuestras
inseguridades, anhelos y expectativas. No vemos solo un rostro o un cuerpo;
vemos una historia inacabada, una versión incompleta de lo que aspiramos a ser.
Esta frase nos invita a cuestionar la forma en que nos percibimos y a reconocer
que, muchas veces, nuestra mirada está teñida por la insatisfacción y el deseo
de transformación.
Cuando
nos miramos, no vemos con objetividad. Vemos a través del filtro de nuestras
comparaciones, de los estándares impuestos por la sociedad, de las metas que
aún no alcanzamos. El espejo se convierte entonces en un juez silencioso que
nos recuerda lo que creemos que nos falta: más éxito, más belleza, más
valentía, más amor propio.
Pero
esta percepción también puede ser una oportunidad. Reconocer lo que “nos falta
ser” no tiene por qué ser una condena, sino una invitación al crecimiento. Nos
impulsa a imaginar versiones más plenas de nosotros mismos, a trazar caminos
hacia la autenticidad. El problema surge cuando esa brecha entre lo que somos y
lo que deseamos ser se convierte en una fuente de angustia en lugar de
inspiración.
Aceptar
lo que somos en el presente, con nuestras luces y sombras, es el primer paso
para avanzar. El espejo no debería ser un enemigo, sino un aliado que nos
recuerde que estamos en constante evolución. Cada día nos ofrece la posibilidad
de acercarnos un poco más a esa imagen ideal, no desde la exigencia, sino desde
la compasión.
En
última instancia, tal vez el verdadero desafío no sea alcanzar esa versión
ideal, sino aprender a mirarnos con amor, incluso cuando el reflejo no coincide
con nuestras expectativas. Porque solo cuando aceptamos lo que somos, podemos
construir con libertad lo que queremos llegar a ser.
viernes, 31 de octubre de 2025
Sé tú mismo
“El
ganso de la nieve no necesita un baño para hacerse blanco.
Asimismo,
tú tampoco necesitas hacer nada más que ser tú mismo”
Esta
cita de Lao Tse nos invita a reflexionar sobre la autenticidad y el valor
intrínseco que cada persona posee.
En
una sociedad que constantemente nos empuja a cambiar, a mejorar, a encajar en
moldes ajenos, esta frase nos recuerda que no necesitamos adornarnos ni
transformarnos para ser valiosos. Nuestra esencia, tal como es, ya tiene luz
propia. El ganso no se esfuerza por ser blanco; simplemente lo es. De igual
forma, nosotros no debemos esforzarnos por ser lo que otros esperan, sino
abrazar lo que somos.
Cultivar
la autoestima implica reconocer que no necesitamos validación externa para
sentirnos completos. Es un acto de amor propio aceptar nuestras virtudes y
defectos, nuestras fortalezas y vulnerabilidades. Ser uno mismo no es
conformismo, sino valentía: es caminar por la vida con la certeza de que
nuestra autenticidad es suficiente. Cuando dejamos de compararnos y empezamos a
valorarnos, florecemos con naturalidad, como el ganso en la nieve. La verdadera
paz interior surge cuando dejamos de luchar contra lo que somos y empezamos a
vivir desde la verdad de nuestro ser.
miércoles, 15 de octubre de 2025
La vida de Jesús
“La luz también se busca en la sombra”
Querido Dios:
Hoy me acerco a Ti con el corazón abierto, humilde y lleno de preguntas, buscando comprender el misterio que envuelve la vida de Jesús, mi hermano mayor y mi guía en el camino del amor.
Admiro profundamente a Jesús. Siento
una conexión visceral con su historia, con su entrega, con su presencia
luminosa en medio de un mundo que a menudo se muestra oscuro. Cada vez que leo,
medito o simplemente pienso en su pasión y muerte en la cruz, algo dentro de mí
se encoge, se agita, se conmueve. ¿Cómo pudo soportar tanto dolor, tanta
humillación, tanto sufrimiento, sin perder la paz interior, sin renunciar al
amor, sin dejar de ser compasión pura?
Los maestros de mi tradición religiosa
me han enseñado que Jesús murió crucificado para expiar los pecados de la
humanidad, y que con ese acto abrió el camino hacia la reconciliación contigo.
Se nos dice que su muerte fue un sacrificio voluntario, expresión sublime de tu
amor infinito por nosotros.
Sin embargo, estas enseñanzas, aunque
las respeto, me dejan con una sensación de inquietud espiritual. Me cuesta
comprender el significado real de "expirar los pecados". ¿De qué
pecados hablamos? ¿De los errores inevitables que cometemos como parte de
nuestro proceso de aprendizaje? ¿De los miedos, ignorancias y reacciones que
nos alejan de nuestra propia esencia? En mi corazón no puedo aceptar el pecado
como una ofensa contra Ti. Porque si Tú eres Amor, Bondad y Perfección
absoluta, entonces no puedes sentirte herido u ofendido por nuestras torpezas
humanas. ¿No sería más justo decir que lo que existe son acciones erróneas,
pensamientos desalineados con la Verdad, expresiones del ego desconectado?
También me resulta desconcertante la
idea de que Jesús vino a reconciliarnos contigo. ¿Acaso estábamos peleados? ¿Tú
estabas alejado de nosotros? ¿Podrías estarlo alguna vez? Si Jesús vivió hace
2.000 años, ¿qué ocurrió con los millones de seres humanos que lo precedieron
en los siglos anteriores? ¿Qué hay de los sabios y maestros como Buda, Moisés,
Abraham y tantos otros que buscaron la luz desde distintas culturas y credos?
¿Estaban distanciados de Ti? ¿O simplemente eran expresiones de Tu presencia en
formas distintas a las que el cristianismo reconoce?
La explicación de que todo esto fue una
muestra de Tu amor también me desafía. Porque si permitir que Tu Hijo encarne
en este mundo para sufrir y morir es amor, ¿qué significa entonces el amor?
¿Dónde está la ternura, la protección, la guía compasiva que asociamos contigo?
Y aun así, me doy cuenta: todos nosotros encarnamos para transitar caminos de
aprendizaje, de dolor, de desafío. Lo hacemos sin plena conciencia de lo que
somos, y nos enfrentamos a la vida desde un estado de vulnerabilidad radical.
¿Será ese también un acto de amor divino? ¿Será que la encarnación en sí misma
es una oportunidad para despertar?
Tal vez estoy equivocado. Tal vez estoy
siendo ingenuo o irreverente. Pero soy un buscador. Soy un alma que, aún desde
su ignorancia, desea amar cada vez más y mejor. Por eso tengo una teoría: yo creo
que Jesús no vino a morir, sino a vivir entre nosotros. Creo que su propósito
más profundo fue enseñarnos a amar, a recordar que estamos hechos de luz, que
la divinidad habita en cada corazón humano, y que podemos perdonar incluso a
quienes nos clavan en nuestras propias cruces simbólicas.
Jesús encarnó para mostrarnos el camino
del amor incondicional, del perdón sin límites, de la compasión activa, de la
presencia divina en lo cotidiano. Su vida fue una revelación. Su muerte, un
símbolo. Pero su enseñanza sigue viva, palpitando en cada gesto de bondad, en
cada acto de entrega, en cada alma que decide despertar.
Perdóname, Señor, si pongo en tela de
juicio las enseñanzas que los hombres han formulado en Tu nombre. No lo hago
desde la soberbia, sino desde la sinceridad. Estoy en proceso. Estoy
aprendiendo. Estoy tratando de escucharte con el corazón, más allá de las
palabras que otros han pronunciado sobre Ti.
Y mientras tanto, en este mundo a veces
cruel, intento amar. Cada día, cada encuentro, cada caída. Y sigo mirando a
Jesús como mi ejemplo más alto. Porque incluso en su último suspiro, amó.
Porque incluso desde la cruz, perdonó.
Te amo, Señor. Te amo, aunque no
comprenda todo. Te amo porque en medio de mi ignorancia siento que estás, que
vibras, que me sostienes. Y eso basta.
Gracias.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
viernes, 10 de octubre de 2025
La danza de lo inevitable
“Aceptar lo que no se puede cambiar es también
una forma de amar lo que permanece”
Querido hijo:
He leído tus palabras
una y otra vez, no porque las necesite para saber lo que llevas dentro, sino
porque las disfruto. Porque en ellas hay humanidad, hay ternura, hay una
nobleza que pocos reconocen: la de aceptar la vida con todas sus luces y
sombras, y aun así seguir buscando un espacio para el amor, para la esperanza,
para mí.
La frase que repites
“¡qué se le va a hacer!” me hizo sonreír. No con condescendencia, sino con
complicidad. Sabes, esa expresión tan sencilla encierra una sabiduría divina.
Porque lejos de ser resignación, es una muestra de madurez espiritual.
Significa que has comprendido que no todo está bajo tu control, y que incluso
en medio del caos, hay belleza, propósito y ritmo.
Tu corazón no se
lamenta, pero sí siente. Y eso está bien. Yo no te pedí que fueras indiferente,
ni que vivieras con una armadura. Te hice con capacidad para emocionarte, para
vibrar, para derramar lágrimas por lo que importa. Las lágrimas que caen por
amor, por gratitud, por nostalgia... todas tienen un lugar especial en mi reino.
Ninguna se desperdicia.
Tu forma de escribir
me confirma que estás en el camino. No el camino fácil, ni el perfecto, sino el
verdadero. El que se anda con preguntas, con silencios, con pausas. Yo estoy
ahí, en ese caminar. No siempre al frente, ni siempre al costado, sino muchas
veces dentro de ti, en esa voz suave que susurra cuando el mundo grita, en esa
intuición que no sabes de dónde viene pero que te guía.
Cuando dices que no
luchas contra lo inevitable, veo tu alma creciendo. Porque quien acepta la vida
como viene no se ha rendido, sino que se ha elevado. No se trata de resignarse,
sino de comprender que cada paso, cada caída, cada giro inesperado forma parte
de una danza que tú y yo bailamos desde antes de que nacieras.
Me hablas del otoño de
tu vida, de las hojas que caen sin que puedas evitarlo. Y yo te digo: qué
hermoso es ese otoño. Es la estación en la que el alma se desnuda para
prepararse a recibir una nueva luz. No temas a lo que se va. Lo que permanece, lo
que es realmente tuyo, nunca cae. Permanece en tu esencia, en tu legado, en tu
capacidad de seguir amando incluso cuando las ramas están vacías.
Tu carta tiene poesía,
pero también tiene verdad. Y eso es lo que me conmueve. Porque no vienes a
exigirme respuestas, ni a reclamar milagros. Vienes a compartirte, y eso es más
milagroso que cualquier intervención divina. Tu vulnerabilidad es una ofrenda.
Tu honestidad, una oración. Todo lo que me dices, cada frase, cada pensamiento,
es como incienso que se eleva suavemente hacia mí.
A veces quieres
preguntarme muchas cosas, lo mencionas en tu carta, y yo sonrío porque sé que
esas preguntas nacen del amor, no de la duda. Y eso las vuelve sagradas.
Preguntarse es también orar. Y aunque no siempre te doy respuestas en palabras,
sí te las doy en experiencias, en personas que aparecen cuando más las
necesitas, en momentos que parecen coincidencias pero que son guiños míos.
Tú me imaginas leyendo
tus cartas con una sonrisa. Y te aseguro que lo hago. No una sonrisa distante
ni celestial, sino una sonrisa tierna, como la de un padre que ve a su hijo
descubrir la vida con curiosidad. Tu forma de buscarme, sin protocolos, sin
fórmulas, es la más pura que existe. Porque el amor no necesita adornos. Basta
con que sea sincero.
Hay algo que quiero
que sepas, y lo quiero escribir con palabras claras: nunca estás solo. Lo
repito, aunque ya lo intuyes. Nunca estás solo. Tu voz, tu silencio, tu
presencia… todo me habla. Aunque no me sientas, aunque creas que el cielo
guarda silencio, yo estoy. A tu lado. Dentro de ti. En tus recuerdos y en tus
sueños. No hay distancia entre tú y yo que la fe no cruce.
Me dices que seguirás
escribiéndome mientras haya tinta, alma y días vulnerables. Y yo te digo:
seguiré leyéndote, respondiéndote, acompañándote mientras haya vida. No necesito
papeles ni correos celestiales. Tu pensamiento ya es carta. Tu suspiro ya es
plegaria. Cada vez que piensas en mí, yo lo siento. No porque me lo digas, sino
porque tú y yo estamos unidos desde siempre.
Cuando te sientas
débil, vuelve a esta carta. Léela y recuerda que aquí está mi voz. Mi abrazo.
Mi mirada sobre ti. Y si alguna vez dudas de tu valor, recuerda que fuiste
creado con amor, que eres un reflejo de mi luz, que hay algo en ti que ni el
tiempo ni la tristeza pueden apagar.
Así que sí, qué se le
va a hacer… pero se puede hacer esto: seguir amando, seguir buscando, seguir
creyendo. Porque tú, mi querido hijo, eres parte del milagro. Y tu vida, con
todas sus páginas, es una historia que me honra.
Gracias por
escribirme. Gracias por tu alma generosa, por tu autenticidad. No dejes de
hacerlo, no dejes de buscarme. Yo siempre estoy esperando tu carta.
Con amor eterno.
domingo, 5 de octubre de 2025
En construcción
“Cada
herida es un comienzo”
Querido
hijo:
La he sentido como se siente el
viento suave en la piel: sincera, valiente, humana.
Y aquí estoy, no para juzgarte,
sino para acompañarte. No para señalar tus caídas, sino para sostener tus
intentos de levantarte.
No estás solo. Nunca lo has
estado, aunque a veces no lo parezca. ¡Cuántas veces te lo he dicho! Aunque el
mundo se te presente ruidoso, agitado o confuso.
Lo que estás sintiendo no es un
error, es parte del proceso.
No estás roto, estás en
construcción. Estás creciendo, aunque duela. Estás despertando, aunque duela.
Estás aprendiendo, incluso cuando parece que desaprendes.
Tu lucha interior no es un
fracaso. Es un reflejo de tu deseo profundo de amar mejor, de vivir más
íntegro, más en paz contigo mismo. Y eso no tiene nada de malo. Al contrario.
Es lo que te hace profundamente mío.
Me gusta que me escribas sin
máscaras. Que me cuentes tus contradicciones. Que me abras tu corazón como
quien abre una ventana en medio del invierno: con cierto temor, pero con mucha
necesidad de aire fresco.
Tú dices que no te gustas. Yo te
digo: yo te amo. Tal como eres. Con todo lo que cargas. Y no tienes que esperar
a estar perfecto para aceptarte.
La aceptación no es una meta: es
el punto de partida.
No tienes que ser el ejemplo de
nadie. Solo tienes que ser tú. Auténtico. Honesto. Capaz de mirarte con
misericordia. Sé que te cuesta perdonarte, ¡hazlo! Yo no tengo que perdonarte,
porque no me siento ofendido y donde no existe ofensa, no es necesario el
perdón.
Cada gesto de bondad que has
dado, incluso los más torpes o imperfectos, tienen valor. Cada vez que elegiste
el amor sobre el ego, aunque fuera por un instante, fue sagrado.
No todo se mide por el impacto.
Hay ternura en lo invisible. Hay valor en lo pequeño. No dejes que tu mente te
engañe. No eres un estorbo, ni una sombra, ni una figura más en la multitud.
Eres mi hijo.
Y eso basta.
No necesitas un manual para
reconstruirte, porque ya tienes lo esencial: el deseo de ser mejor, la humildad
para reconocer tus fallas, la esperanza de que aún puedes cambiar. Cada día es
un nuevo intento.
Y yo estoy en cada uno de ellos.
Estoy contigo cuando te cuestionas.
Cuando te arrepientes. Cuando respiras hondo para no herir. Cuando decides
escuchar en vez de hablar.
No estoy lejos. Estoy dentro.
Dentro de tus dudas, dentro de tus preguntas, dentro de tu deseo de vivir con
más luz.
Sigue escribiéndome. En papel,
en pensamiento, en la mirada.
Porque yo siempre te leo.
Siempre te escucho. Siempre te amo.
Yo te bendigo.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
Las cosas son como son
No
pretendas que lo que ocurre ocurra como quieres, sino quiere lo que ocurre tal
como ocurre, y te irá bien.
EPICTETO
viernes, 3 de octubre de 2025
Entre intentos y silencios
A veces lo sagrado es que alguien escuche mientras
se reconstruye
No estoy, en absoluto, satisfecho conmigo mismo. No me gusta cómo soy.
Durante
décadas se me ha estado cayendo la lengua de tanto decir: “todo está bien”, “el
secreto de la felicidad está en la aceptación”.
Y aquí
estoy ahora, en este rincón tranquilo, casi escondido de mí mismo, pensando en
cosas que ocurren a mi alrededor que no están bien. Y no solo lo estoy
pensando, sino que, a veces, muchas más veces de las que serían de mi agrado,
dejo que esas ideas salgan por la boca. El problema añadido es que la persona
objeto de esas críticas, al recibirlas, se siente atacada, incomprendida y,
como resultado, ofendida.
Es
cierto que esa persona hace muchas cosas que no me gustan, pero soy consciente
de que “no me gustan a mí”, y que eso no me da bula ni licencia moral para
imponer mi visión. No tengo el monopolio de la verdad ni la exclusividad del
buen gusto. Y, sin embargo, actúo como si la tuviera.
Y eso me
pesa. Me pesa como una piedra en el pecho.
Llevo
tiempo tratando de descubrir de dónde viene esta insatisfacción que me
acompaña. Esta incomodidad con el mundo y conmigo mismo. A veces me da por
pensar que he vivido demasiado tiempo escondido detrás de frases que suenan
bien, pero que no terminan de resonar dentro. Frases que pronuncio por
costumbre, por cultura, por miedo a decir que algo no me llena.
¿Qué se
supone que debo hacer cuando no me reconozco?
Me miro
en el espejo y veo a alguien que arrastra demasiadas contradicciones. Uno que
se esfuerza por ser justo, pero no siempre es paciente. Que quiere ser
compasivo, pero también es demasiado exigente. Uno que predica la paz y la
aceptación, pero que en silencio crítica y se frustra.
Quisiera
poder perdonarme. Pero aún no sé cómo.
No hay
manual para esto, ¿verdad?
Me da
rabia, Señor, mucha. Porque quiero ser mejor, pero a veces me siento demasiado
torpe. Como si tuviera herramientas, pero me faltara la fuerza o el impulso.
Como si supiera los pasos, pero me quedara sin ganas de caminar.
He
llegado a cuestionarme si estoy aportando algo bueno al mundo o solo estoy
ocupando espacio.
Hay días
en los que pienso que fui hecho para algo más. Que hay algo dentro que aún no
ha salido. Y otros días, lo que hay dentro me asusta, me confunde, me paraliza.
A veces
pienso en la gente que me rodea. Familia, amigos, conocidos. Y me pregunto si
ellos me ven como yo me veo. Si perciben esta lucha interna, este ruido mental,
esta maraña de pensamientos que me hace sentir como si siempre estuviera
buscando algo... pero sin saber exactamente qué.
¿Será
que en el fondo solo quiero sentirme útil?
¿Será
que lo que más deseo es que alguien como Tú me diga que estoy en el camino
correcto, aunque tropiece?
Lo peor
no es errar, lo sé. Lo peor es sentir que ese error define quién soy.
Y me
cuesta no dejar que lo haga.
Quisiera tener más ternura para mí
mismo.
Quisiera,
sinceramente, no tener que pedir perdón tan a menudo por palabras que no debí
decir, por silencios que fueron demasiado largos, por miradas que escondían
juicios.
Quisiera
aprender a mirar con más misericordia. A
vivir sin necesidad de comparar ni corregir todo lo que se desvía de lo que yo
considero “normal” o “correcto”.
Estoy
cansado, Señor. Pero no cansado de vivir. Cansado de no saber vivir plenamente.
Cansado de vivir entre intentos.
Y en
medio de todo esto, quiero hablar Contigo. No para que me des todas las
respuestas. No para que hagas un
milagro. Solo para que me mires. Para que estés conmigo. Porque hay días en los
que, si Tú no estás, siento que nada tiene sentido.
Gracias Señor.
CARTAS
A DIOS – Alfonso Vallejo.
miércoles, 24 de septiembre de 2025
sábado, 9 de agosto de 2025
viernes, 8 de agosto de 2025
sábado, 2 de agosto de 2025
Yo también Soy
La paz no llega cuando todo está
“resuelto”, sino cuando me permito ser
Vivimos en un mundo
que nos educa para perseguir la solución. Resolver problemas, tomar decisiones,
cerrar ciclos, alcanzar metas, “arreglar” lo roto: todo parece girar en torno a
ese verbo, “resolver”. La sociedad nos ofrece infinitas fórmulas, rutinas y
consejos para alcanzar una paz que, al final, siempre parece estar en el
horizonte y nunca en el presente. Pero ¿qué ocurre cuando esa paz no se encuentra
en el orden externo, sino en la aceptación interna? ¿Y si la verdadera
serenidad no aparece cuando todo está bajo control, sino cuando simplemente me
permito ser?
Aceptar ser implica
abrir espacio a lo imperfecto. Es dejar de esperar que las cosas sean como
deberían ser, y aprender a habitarlas tal como son. La paz, entonces, no sería
ese silencio pulcro tras una tormenta domesticada, sino la capacidad de
encontrar calma en medio del viento, de mirar el caos sin pretender dominarlo,
y de reconocer que no todo lo que vibra debe ser silenciado.
Desde pequeños nos
enseñan que hay que ordenar la habitación, entender las matemáticas, aprender a
comportarse, corregir errores, y encontrar respuestas. Esa estructura lineal
nos lleva a creer que cada “desorden” es una falla, y que la tranquilidad solo
llega cuando logramos controlarlo todo. Sin embargo, esta narrativa ignora una
verdad esencial: la vida no se resuelve,
se vive.
La constante búsqueda
de resolución suele producir más ansiedad que paz. Cuanto más nos obsesionamos
con cerrar capítulos, más tememos abrir nuevos. Queremos que las emociones
tengan un inicio, desarrollo y final claro. Pero el alma no responde a guiones.
No hay protocolo para el duelo, el amor, la duda, o la incertidumbre. La vida
emocional es más cercana a un río que a una ecuación: fluye, se desvía, se
estanca y, a veces, arrasa. Pretender resolverla es como intentar embotellar el
mar.
Cuando me permito ser,
renuncio a ser el proyecto de alguien más. Dejo de compararme con estándares
externos y empiezo a mirar mi autenticidad como fuente de valor, no de
vergüenza. Esta decisión no se toma una sola vez, se reafirma cada día, en cada
gesto, en cada pensamiento que me recuerda que no necesito estar “listo” para
estar en paz.
Ser implica aceptar
mis contradicciones, mis luces y mis sombras. Implica reconocer que no soy una
idea fija, sino un proceso continuo. Que mi tristeza no invalida mi alegría, ni
mi miedo descalifica mi valentía. Cuando me permito sentir, sin etiquetarme,
empiezo a desmontar la prisión invisible del perfeccionismo. Y en esa rendición
honesta, aparece la paz como compañera, no como premio.
La paz no es una meta
externa, sino una relación con uno mismo. Es el resultado de un diálogo
interior que deja de ser hostil. Cuando dejo de juzgar cada emoción, cada
pensamiento y cada decisión, abro espacio para el respeto propio. Entonces la
paz no llega porque todo esté resuelto, sino porque yo he dejado de pelear
conmigo.
Hay días en que la
mente se llena de ruido. Dudas, preocupaciones, expectativas. En esos momentos,
la paz no se encuentra en forzar una solución, sino en crear silencio interno:
respirar, observarse, entenderse sin prisa. No hay que resolver todo para
descansar. A veces, basta con sostenerse. Con acompañarse. Con decir: “Estoy
aquí, y está bien”.
Permitirse ser también
significa abrazar lo incompleto. Vivimos queriendo “cerrar” ciclos antes de
tiempo, por miedo a quedar expuestos en medio de la transición. Pero la vida
está hecha de inicios a medias, de respuestas fragmentadas, de caminos sin señalizar.
No hay que entenderlo todo para seguir adelante. No hay que sanar completamente
para merecer amor. No hay que tener claridad para tomar decisiones.
La paz nace cuando
dejamos de castigarnos por no tenerlo todo resuelto. Cuando aceptamos que somos
obra en progreso, no producto terminado. El descanso aparece al soltar la
presión de llegar, y comenzar a honrar el trayecto.
Esta paz interior
también transforma nuestra forma de relacionarnos. Cuando estamos en guerra
interna, es difícil conectar con los demás desde la empatía. Pero al
permitirnos ser, también permitimos que el otro sea. Dejamos de exigir
perfección, y empezamos a crear vínculos desde la honestidad, no desde la
necesidad de “arreglar” al otro.
En la convivencia, esto
se traduce en escucha, comprensión y libertad. La paz personal no se encierra
en uno, se expande en los espacios que habitamos. Se vuelve luz suave que no
ciega, sino que ilumina lo esencial.
La frase “la paz no
llega cuando todo está resuelto, sino cuando me permito ser” no es solo una
reflexión, sino una invitación. A soltar la exigencia, a abandonar la máscara,
a quitarse la armadura. Vivimos esperando que el mundo se alinee para sentirnos
en paz, pero tal vez lo único que necesita ordenarse es nuestro vínculo con lo
que somos.
Ser no es fácil.
Requiere valentía, honestidad, y paciencia. Pero en ese acto de presencia—en
ese estar sin condiciones—la paz deja de ser una meta y se convierte en hogar.
sábado, 26 de julio de 2025
El arte de soltar
Impermanencia:
La Clave para Aceptar el Cambio y Vivir
Plenamente
Nada permanece
estático; todo cambia, evoluciona, nace y muere. Desde la hoja que brota en
primavera y cae en otoño, hasta las personas que entran y salen de nuestra
vida, pasando por nuestros propios pensamientos y emociones, la impermanencia
es la única constante.
Aunque esta realidad
puede parecer desalentadora a primera vista, comprenderla y aceptarla es una de
las lecciones más liberadoras que podemos aprender. Reconocer la impermanencia
no es una invitación a la pasividad o al pesimismo, sino una poderosa
herramienta para cultivar la “resiliencia”, la “gratitud” y la capacidad de
vivir verdaderamente en el “presente”.
La
resistencia al cambio es una lucha inútil. Nuestra mente humana, por
naturaleza, tiende a buscar la seguridad y la estabilidad. Nos aferramos a lo
que conocemos, a lo que nos da comodidad, a lo que nos define. Tememos la
pérdida, el fin, lo desconocido. Esta resistencia innata a la impermanencia nos
lleva a una lucha constante y agotadora contra el flujo natural de la vida.
Cuando nos aferramos a
una situación agradable, ya sea un trabajo, una relación o un momento de
felicidad, el miedo a perderla genera ansiedad. Paradójicamente, este apego
excesivo nos impide disfrutar plenamente del presente, ya que nuestra mente
está ocupada anticipando el final. De la misma manera, cuando nos enfrentamos a
situaciones difíciles, como la enfermedad, una ruptura o un revés financiero,
nuestra resistencia a aceptarlas solo intensifica el sufrimiento. Nos
preguntamos "¿Por qué a mí?" o "Esto no debería estar
pasando", prolongando la angustia en lugar de buscar la adaptación y la
solución.
La verdad es que no
podemos detener la corriente del tiempo. Las estaciones cambian, los cuerpos
envejecen, las fortunas suben y bajan, las personas evolucionan o se marchan.
Negar esta realidad es como intentar detener un río con nuestras propias manos.
El resultado es frustración, dolor y agotamiento.
Abrazar la impermanencia
es un camino hacia la libertad: La sabiduría de la impermanencia reside en su
capacidad para liberarnos. Cuando aceptamos que todo es transitorio, comenzamos
a soltar la necesidad de controlarlo todo y, en su lugar, aprendemos a fluir
con la vida. Esta aceptación tiene profundas implicaciones en cómo
experimentamos el mundo:
1. Cultivar la Gratitud por el Presente:
Si sabemos que un momento de felicidad es fugaz, ¿no lo apreciaríamos aún más?
La conciencia de la impermanencia nos impulsa a saborear cada instante, cada
experiencia placentera, cada risa, cada conexión. Nos recuerda que la verdadera
riqueza no reside en la duración de las cosas, sino en la intensidad con la que
las vivimos. Un atardecer hermoso es hermoso precisamente porque es efímero.
2. Desarrollar la Resiliencia ante la Adversidad:
Si los momentos felices pasan, también lo hacen los momentos difíciles. La
conciencia de que el dolor, la tristeza o la dificultad no son permanentes nos
brinda una perspectiva invaluable. Nos permite saber que "esto también pasará". Esta comprensión no anula el
sufrimiento, pero nos da la fuerza para atravesarlo, sabiendo que la oscuridad
dará paso a la luz, al igual que la noche precede al amanecer. Nos volvemos más
adaptables y menos propensos a caer en la desesperación prolongada.
3. Fomentar el Desapego:
La impermanencia está intrínsecamente ligada al concepto de desapego. Si todo
cambia, ¿por qué aferrarse? El desapego no significa no valorar lo que tenemos
o no amar a las personas; significa amarlas y valorarlas sin la necesidad de
poseerlas o de que permanezcan inalterables. Nos libera del sufrimiento que
surge cuando las cosas, personas o situaciones no cumplen nuestras expectativas
de permanencia. Nos enseña a apreciar sin aferrarnos, a amar sin poseer.
4. Impulsar el Crecimiento Personal:
Si todo está en constante evolución, nosotros también podemos evolucionar. La
impermanencia nos invita a no estancarnos en viejas creencias, hábitos o
identidades. Nos anima a aprender de cada experiencia, a adaptarnos a nuevas
circunstancias y a transformarnos constantemente en versiones más conscientes y
sabias de nosotros mismos. Nos abre a la posibilidad de reinvención.
Observación
Consciente: Presta atención a los ciclos naturales: el cambio
de las estaciones, el crecimiento y la caída de las hojas, el flujo y reflujo
de las olas. Observa cómo cambian las nubes en el cielo, cómo se disuelve el
azúcar en el café. Estas pequeñas observaciones nos recuerdan la naturaleza
transitoria de todo.
Atención
Plena (Mindfulness): Practicar la atención plena nos ayuda
a anclarnos en el presente. Observa tus pensamientos, emociones y sensaciones
físicas sin juzgarlos ni aferrarte a ellos. Reconoce que son pasajeros, como
nubes que pasan por el cielo de tu mente. Esta práctica fortalece nuestra
capacidad para soltar.
Reflexión
sobre el Ciclo de Vida: Piensa en la vida de una flor, un
animal, incluso la tuya propia. Nacimiento, crecimiento, plenitud, declive y
eventual desaparición. Reconocer este patrón universal nos ayuda a aceptar que
somos parte de un ciclo más grande.
Agradecimiento
por lo Fugaz: Cuando experimentes un momento de
alegría o placer, en lugar de preocuparte por su final, enfócate en la gratitud
por tenerlo en este instante. Permítete saborearlo plenamente, sabiendo que su
belleza radica en su carácter único y temporal.
Desapego
Material y Emocional: Practica soltar objetos que ya no
necesitas o que te anclan al pasado. En el ámbito emocional, reconoce cuándo te
estás aferrando a una expectativa o a un resultado que no depende de ti.
Permite que las cosas sean como son, incluso si no es lo que esperabas.
Es en la aceptación de
la naturaleza transitoria de todo donde reside la verdadera libertad. Nos
permite liberar el pasado, soltar la ansiedad por el futuro y sumergirnos por
completo en la riqueza y la belleza del único momento que realmente tenemos: “el
ahora”. ¿Estás listo para dejar ir la resistencia y permitirte fluir con la
vida?
jueves, 24 de julio de 2025
Madrugadas que susurran verdades
Hoy me desperté a las 3:34 de la madrugada. No es algo puntual: entre las 3 y las 4 suelo abrir los ojos casi cada día, como si mi reloj interno estuviera programado para esos momentos de silencio absoluto.
Esta
vez, me despertó un sueño vívido que aún puedo evocar. En él, sentía la urgente
necesidad de ir al baño. Me puse en cuclillas, sujetando con una mano una
tacita de café debajo mío. El excremento salió lentamente, como si el tiempo se
detuviera; la imagen era casi surrealista, una pasta cayendo a cámara lenta.
Tuve tiempo de colocar bien la taza para que todo cayera dentro. Y cuando se
llenó, corté la evacuación sin pensarlo, evitando que rebosara.
Después,
volví a quedarme dormido, y poco antes de las 4 me desperté de otro sueño, esta
vez orinando. Me asusté. Instintivamente toqué la cama, como si esperara
encontrar evidencia de lo ocurrido. Pero no, solo había sido otro sueño.
La
simbología de ambos me ha hecho reflexionar. He buscado su significado, y parece
que coinciden en algo: una necesidad de liberación emocional, de desahogo, de
renovación. Y sí, esas tres palabras me resuenan profundamente. No estoy
atravesando el mejor momento de mi vida.
No
estoy mal… pero tampoco estoy bien.
Intento
aplicar todo lo que sé, todas esas teorías sobre cómo estar mejor, cómo vivir
en paz conmigo mismo:
-
Acepto la vida que me he dado, pero reconozco que esa aceptación debe ser consciente.
Porque desde mi subconsciente surgen preguntas absurdas, aparentemente sin
peso, pero que logran erosionar mi energía y mi estado emocional.
-
No siento la necesidad de perdonar, porque no guardo resentimientos. Pero si
surge una crítica
por algo que ocurrió,
suelo perdonar de inmediato, sin quedarme atrapado en ello.
-
Trato de ponerme en los zapatos de los demás. A veces lo logro, otras veces
fallo. Pero no dejo de intentarlo, porque sé que en ese ejercicio está parte de
mi crecimiento personal.
Lo
que sí tengo claro es que el origen de mi inestabilidad emocional soy yo mismo.
Puedo señalar fuera, buscar responsables, pero al final, lo único que realmente
importa es cómo me tomo las cosas.
Sigo
trabajando en ello. A veces avanzo, a veces tropiezo, y muchas veces
simplemente observo. Pero ese trabajo interno no cesa.
Porque
incluso los sueños más extraños tienen algo que enseñarme.
domingo, 15 de junio de 2025
Nada en la vida es un error
Querido hijo:
Sé que los desafíos de
la vida pueden parecer abrumadores. Entiendo que la mortalidad y la
incertidumbre que conlleva pueden despertar en ti un sinfín de emociones y
preguntas difíciles. Pero quiero que recuerdes algo muy importante: cada día
que te levantas, cada aliento que tomas, tiene un propósito. Aunque en
ocasiones te parezca que las pruebas que enfrentas no tienen sentido, ten la
certeza de que, en las mismas, se esconde una oportunidad para aprender, crecer
y amar más profundamente. La vida no fue diseñada para ser fácil o carente de
dificultades, pero en sus imperfecciones se encuentran lecciones valiosas que
enriquecen tu alma y te conectan más íntimamente conmigo y con los demás.
El dolor y las
dificultades, aunque duros de afrontar, no definen la totalidad de tu
existencia. Son una parte del camino, pero no el destino final. Quiero que
sepas que, incluso en los momentos más oscuros, cuando las sombras parecen
interminables, la luz nunca deja de brillar. Esa luz está en el amor que te
rodea, en la esperanza que puede renacer en tu corazón y en la belleza que
habita incluso en los lugares más inesperados. Esa luz también eres tú, con tu
capacidad de sembrar bondad, de conectar con otros y de reflejar mi amor en tus
acciones diarias.
En los instantes en que
te sientas perdido o desconectado, recuerda que nunca estás solo. Yo estoy
contigo siempre, en cada paso que das, incluso cuando crees que me has perdido
de vista. Te acompaño en tus alegrías y en tus penas, en tus logros y en tus
caídas, ofreciéndote mi amor incondicional y mi guía para que encuentres el
camino hacia la paz y la plenitud.
Vivir plenamente no
significa huir de las dificultades ni pretender que la vida sea un constante
estado de felicidad. Vivir plenamente es aprender a enfrentar los desafíos con
valentía, a encontrar significado incluso en las pruebas más duras y a valorar
las pequeñas maravillas que te rodean cada día. Te invito a buscar en lo
cotidiano aquello que despierta en ti gratitud y alegría: una mirada amable, el
aroma fresco de la tierra después de la lluvia, una conversación sincera, o un
simple momento de silencio en el que puedas sentirte en conexión conmigo.
La mortalidad, aunque
difícil de aceptar, es un recordatorio de que cada instante que tienes es un
regalo. No temas a la muerte, pues es una parte natural del ciclo de la vida.
Pero mientras tus días estén llenos de vida, quiero que los vivas con
entusiasmo, con amor, con valentía y con un propósito claro. Aprovecha cada
oportunidad para dejar huellas positivas en el mundo, para construir relaciones
genuinas, para soñar sin límites y para disfrutar del milagro que es
simplemente existir.
Hijo mío, no dudes de
mi presencia y de mi amor infinito por ti. En los momentos de duda, cierra los
ojos y siente la fuerza de mi amor sosteniéndote. En los días de alegría,
celebra la vida con el corazón abierto. Y en los tiempos de incertidumbre,
confía en que, aunque no siempre puedas ver el camino con claridad, estoy aquí
para guiarte y caminar contigo.
Abre tus ojos al
presente, porque el hoy es el mayor regalo que puedes recibir. Permite que la
belleza y la bondad que hay a tu alrededor te envuelvan, y deja que mi amor sea
la luz que ilumina tu camino, incluso en los días más oscuros. Siempre estoy
aquí, deseando que encuentres la paz, la alegría y la plenitud que tanto
buscas.
Con un amor eterno e
incondicional,
Tu Padre que te ama.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo














