El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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miércoles, 27 de marzo de 2024

El arte de vivir



La felicidad, el bien vivir y el bien morir, son un arte que hay que aprender y, como no nos lo enseñan desde la cuna, hemos de aprenderlo ahora.

Desde la cuna, nuestros padres, nuestros educadores, las religiones, y la misma sociedad nos han enseñado aquello que ellos han aprendido y que consideran imprescindible para poder desarrollarnos en sociedad, e incluso lo necesario, para triunfar en esta, nuestra sociedad, tan competitiva. Nos han enseñado que la única manera de tener éxito es generando y manteniendo un esfuerzo constante, es realizando un trabajo excesivo, es renunciando a nuestro propio placer, porque eso es egoísmo. Nos han enseñado que sólo se puede aprender son sufrimiento, que la letra con sangre entra, que antes de hacer hemos de pensar en “que pensara la gente”. Es mentira, ¡nos han engañado!

          El aprendizaje es una diversión, el éxito no se persigue, el verdadero éxito llega cuando dejamos de ofrecer resistencia, cuando no nos agarramos a la vida, porque agarrarse a la vida persiguiendo el éxito, es perder el éxito y la vida. Hay que romper las compuertas y limpiar el cauce de escollos para dejar que la vida fluya, sin paralizarse en el tío vivo de los propios pensamientos, hay que detener el carrusel de la mente y bajar.

          Dejar que la vida fluya, es aceptar. Fluir, aceptar, no quiere decir cruzarse de brazos con resignación, no, quiere decir que hemos de elegir la paz en lugar del miedo, quiere decir elegir la alegría en lugar de la tristeza, quiere decir elegir la acción en lugar de las dudas, quiere decir que lo importante es la felicidad y no el pensamiento de los que nos rodean, quiere decir que hemos de elegir el amor ante cualquier otra circunstancia, quiere decir “si”, “si a la vida”.

          Un buen trabajo sería empezar a aceptarnos a nosotros mismos y empezar a presentarnos ante los demás tal como somos, sin máscaras.

Para eso te propongo algo nuevo, algo que seguramente no has hecho nunca: Colócate delante de un espejo y observa la expresión de tu cara. Toma conciencia de tu expresión, no juzgues si es un rostro serio, si es lánguido, si parece enfadado……… sólo observa.

Empieza a decir cosas hermosas a ese rostro que se refleja en el espejo: “Guapo, guapa”, “Te quiero”, “Que ojos tan bonitos”, sonríe y empieza a ver como es tu rostro cuando sonríes. No juzgues nada, no busques el por qué de nada, sólo quiérete, solo acéptate, y podrás observar como tu rostro se relaja y cambia. Haz este ejercicio durante cinco minutos cada día antes de tu meditación y que sea, luego, ese rostro el que sacas de casa para presentarte ante el mundo.

          A partir de tu propia aceptación, será más fácil aceptar la vida. Poco a poco, vete desterrando el “no”, empieza a utilizar el “si” con esa sonrisa que practicas en el espejo, empieza a aceptar los cambios de la vida sin oponerte, empieza a decidir sin darle vueltas y más vueltas que solo sirven para envenenar tu mente, empieza a vivir. 

martes, 20 de febrero de 2024

Aceptación

 




Vivir la vida (3 de 3)

 


       Sin embargo, mientras se espera que lleguen los resultados esperados, la persona puede pasar a la siguiente y definitiva fase, que es “aceptar”.

          La aceptación hace que se asuma la realidad de lo que está ocurriendo.

        Aceptar es ver las cosas como son, no como a la persona le gustaría que fueran. Es observar las situaciones y los sucesos, sin juzgar, sin esperar nada, ya que cuando no se acepta, y se espera algo, es una prueba clara de que se quieren controlar las situaciones, controlar a las personas, controlar el mundo. Y no funciona así.

La aceptación es como un puente que lleva de la decepción a la paz, del dolor a la alegría, del sufrimiento a la felicidad.

Aceptación es vivir el presente, es vivir la realidad, tal cual es, es vivir a los demás como lo que son, seres divinos. La aceptación, al mantener a la persona en la realidad, lejos de vivir una vida de pensamientos, le permite ser consciente de todas las oportunidades que le rodean, para poder fijar y seguir el rumbo de su vida hacia la felicidad.

Aceptar significa no juzgar nada, ni nuestro, ni de los otros, ni del interior, ni del exterior, las cosas son como son y no hemos de tener ningún interés en como deberían ser, en como tendrían que ser, en como pensamos nosotros que han de ser.

Aceptar, evitando el sufrimiento se abre un abanico de posibilidades ante otras posibles opciones. Se puede plantear como: “voy a aprender de lo que me ha ocurrido y voy a seguir mi camino”. ¿Cómo? Redirigiendo mi vida hacia otra dirección que me convenga y me haga feliz.

Algunos aspectos a tener en cuenta para que sea más fácil la aceptación:

-     Comienza con una pregunta, ¿para qué a mí?, en lugar de preguntarse ¿por qué a mí?

-    El pasado no existe, no se puede volver atrás. No se puede cambiar lo que pasó. Se puede aprender para no repetirlo.

-  No aceptar la realidad es como querer borrar el presente, la rutina, todo lo conseguido hasta el momento.

-       Admitir los errores y perdonarse por ellos.

-       Buscar soluciones a los problemas actuales.

-       Agradecer todo lo que se tiene.

viernes, 16 de febrero de 2024

Vivir la vida (1 de 3)

 


Señor, concédeme

la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,

valor para cambiar las que sí puedo y

sabiduría para discernir la diferencia.

(San Francisco de Asís)


Existen tantas maneras de vivir la vida física como seres humanos viviéndola, pero si hablamos de las sensaciones que llegan a sentir los ocho mil millones de vividores que pueblan el planeta, como consecuencia de cada una de las interacciones con el mundo, el número se reduce drásticamente. Podemos nombrar algunas: felicidad, alegría, satisfacción, bienestar, tristeza, miedo, sufrimiento, vergüenza, ira, asombro, amor, gratitud, esperanza, culpa.

Por supuesto, son muchas menos que ocho mil millones, pero se podrían agrupar aún más, hasta dejarlas reducidas a la mínima expresión:

-   Regodearse con el sufrimiento que van generando los acontecimientos del momento.

-  Alternar el sufrimiento con alguna de las técnicas leídas, aprendidas o escuchadas, para cambiar el devenir de tus miserias.

-       Aceptar.

La primera opción, la de regodearse con el sufrimiento es la más fácil, porque es un hábito arraigado en nosotros desde nuestra más tierna infancia. Solamente hay que observar cómo se desenvuelve el ser humano en sociedad, solo hay que observar cuáles son sus conversaciones, cuáles son sus comentarios y cuáles sus carencias, para determinar, sin temor a equivocarnos, que el ser humano es adicto al sufrimiento, adicto al dolor, adicto a la pena, a la tristeza y al miedo, de la misma manera que se puede ser adicto a las drogas, a la nicotina, a la comida o al alcohol.

            Y de la misma manera que para liberarse de la opresión de las adicciones físicas se ha de hacer un sobreesfuerzo y, puede que, incluso internarse en una clínica de desintoxicación, para liberarse de las adicciones emocionales se ha de realizar, también, un ejercicio de voluntad intenso, se ha de realizar un ejercicio de aceptación de la realidad de la vida, se ha de tener el convencimiento de que solamente con el dolor es imposible, no solo ser feliz, sino que es imposible hacer felices a los demás. Se ha de cambiar la creencia de que la felicidad es algo que nos llega del exterior como un regalo, sino que es un estado interior al que se llega por propia voluntad, sin tener en cuenta “el qué dirán”, sin esperar nada de nadie.

            No podemos liberarnos del sufrimiento por el mero hecho de pensar: “Desde mañana no voy a sufrir y voy a ser feliz”, porque el hábito de sufrir, es una enseñanza tan arraigada en nosotros, que deshacerse de ella es casi como ser infiel al amor de nuestros progenitores, que son, los que con su ejemplo, ¡nefasto ejemplo de sufrimiento!, nos han inculcado que es, no solo normal, sino casi un deber, sufrir con el padecimiento de los demás, y sobre todo con el padecimiento de los que nos quieren.


miércoles, 14 de febrero de 2024

Popurrí (Alma, ego, vida, muerte, felicidad, etc.)

 


Tenía una idea, pero no puede expresarla en un solo día. Fueron 3 los días que tardé en expresar la idea y al final, la idea se desvirtuó y salió este popurrí.

Una creencia es una actitud mental que consiste en aceptar una idea o una teoría, considerándola verdadera, sin tener el conocimiento o las evidencias de que sea o pueda ser cierto.

Los seres humanos tenemos en nuestro baúl de almacenaje mental una gran cantidad de actitudes mentales de este tipo. Con ellas intentamos complacer nuestras necesidades, a través de algún tipo de explicación más o menos verosímil.

Las creencias pueden cambiar y evolucionar, pueden desaparecer y generarse nuevas creencias. Hay que tener en cuenta que solo son un pensamiento y, ya conocemos la volatilidad del pensamiento.

He hecho un repaso de mis creencias, (son un montón), para reflexionar sobre ellas, para actualizar las que están desactualizadas, para modificar las que han ido evolucionando con el tiempo y para borrar de un plumazo aquellas que son inservibles y, completamente inútiles.

Y voy a comenzar con la que tenía que ser la última: La muerte. El pensamiento de que las creencias sobre la muerte tendrían que aparecer en último lugar solo es porque llega a nosotros como desenlace de la vida. Es como la bajada del telón en una obra de teatro.

A fin de cuentas, la vida es como una obra de teatro.

Se abre o se levanta el telón en el nacimiento. Alguien podría pensar, creencia), que el neonato llega a la vida sin participación alguna por su parte. Tremendo error, (otra creencia), el bebé llega a la vida en el momento preciso, (día y hora), en el que él establece, en el lugar que él ha decidido, con la forma física necesaria para llevar a cabo el trabajo organizado por él y con los padres consensuados, que suelen ser almas que están encarnando con ese bebé en el 99% de sus vidas, en diferentes papeles.

Cuando llegamos a la vida lo hacemos con el libreto, marcado a fuego, en el alma, en el que aparece reflejado el trabajo, escrupulosamente, planeado, para llevar a buen puerto, cada una de las actividades con las que se va encontrando el actor en cada una de las diferentes escenas que completan los diferentes actos de la obra de su vida.

El alma conoce el guion de la vida, pero quien tiene que controlar y gobernar la vida, que es el ego, no solo tiene un total desconocimiento del guion, sino que ni tan siquiera conoce que tal guion exista.

El ego es una especie de identidad personal que construimos a partir de nuestras enseñanzas, creencias, experiencias, deseos y necesidades. El ego es esa parte de nosotros que dice “yo soy”, “yo quiero”, “yo pienso”.

El ego es como un caballo salvaje que campa a sus anchas por nuestra propia vida eligiendo los acontecimientos para involucrar a su dueño sin tener en cuenta el plan de vida del alma, porque lo desconoce. Ni que decir tiene que el plan establecido por el alma, no se va a cumplir en su totalidad y, suerte tendrá si que cumple, al menos, en una parte.  

Y al finalizar la obra, tan contradictoria, de su vida, se cierra el telón, es decir, aparece la muerte. En ese momento finaliza el plan que había establecido el alma para la vida que acaba de finalizar. Habrá que esperar a otra oportunidad, (una nueva vida), para retomar el trabajo. 

El ser humano, durante todo el tiempo de vida, de esa vida, de la que desconoce que tiene un plan establecido, en el que aparece un trabajo a realizar y un conocimiento que adquirir, lucha con todas sus fuerzas para conseguir algo que casi nunca consigue: la felicidad.

Es triste. El ser humano no solo no consigue completar el plan establecido por el alma, sino que, ni tan siquiera consigue llevar a buen puerto el plan terrenal que el ego se ha marcado como objetivo.

Lo que el ego no sabe es que tiene al alcance de la mano la consecución de cualquier objetivo emocional que se proponga, siempre y cuando sea capaz de reconocer y aceptar sus propias limitaciones, necesidades y deseos, siempre y cuando sea capaz de trascender su propia ilusión y de conectarse con su verdadera esencia, que es conciencia sin forma, paz y amor.

Y para que eso ocurra, el ego solo tiene que activar una nueva función en su mente: Aceptar.

La aceptación es una actitud que consiste en reconocer y asumir una situación, un pensamiento, una emoción o un aspecto de uno mismo o del mundo, sin intentar cambiarlo o evitarlo. La aceptación puede ayudarnos a afrontar mejor los problemas, a aprender de nuestras experiencias y a encontrar una mayor paz interior. La aceptación no significa resignarse o conformarse con lo que nos ocurre, sino asumir la realidad y buscar soluciones o alternativas.

Esa actitud de aceptar que nos ayuda a encontrar paz interior es la antesala de la felicidad. Así el objetivo principal del ego estará cumplido.  


jueves, 11 de enero de 2024

Juzgar y criticar

 

Para evitar el juicio y la crítica son necesarias dos actitudes: la aceptación y el respeto.

Decía Carl G. Jung: ”Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”

La aceptación es esa actitud que va a permitirte reconocer y tolerar las situaciones, pensamientos, emociones o aspectos de nosotros mismos o del mundo que nos rodea, sin intentar cambiarlos o evitarlos. La aceptación nos ayuda a afrontar los problemas de forma más efectiva, a aprender de nuestras experiencias. La aceptación no significa resignarse o conformarse, sino asumir la realidad y buscar soluciones. La aceptación se puede practicar y mejorar a lo largo de la vida, y es una herramienta poderosa para vivir de forma más plena y equilibrada.

Cualquier juicio, cualquier opinión, cualquier crítica, no es más que un reflejo de la propia persona, no es más que un reflejo de sus pensamientos, no es más que un reflejo de sus creencias.

Pero, los pensamientos y las creencias de cada uno, ¿por qué han de ser aplicables al resto del mundo? Los pensamientos y las creencias de las personas no son más que una manifestación de su nivel de evolución, no son más que una manifestación de su carácter, y en ningún caso sirven para ninguna otra persona, porque cada persona está en un nivel de evolución determinado, cada persona vive una circunstancia específica en su vida, distinta a cualquier otra.

Para que se termine el juicio, la opinión y la crítica, sólo hay que aplicar una regla, el respeto. Cuando se respeta se acepta, y ante la aceptación todo está bien. Cualquier cosa que haga cualquier persona, ha de ser aceptado y respetado, porque es algo que pertenece a su vida, a su aprendizaje y su evolución.

Te propongo un ejercicio sencillo, dedica un día a vivir sin juzgar, sin criticar y sin opinar lo que hagan los demás, a mirar con otros ojos, a respetar y aceptar cualquier cosa que hagan las personas de tu entorno, a colocarte en su lugar si por cualquier causa la mente pudiera contigo y surgiera la crítica. Ni tan siquiera tienes que comprender, solo respeta y acepta.

El respeto y la aceptación es entrenamiento y práctica, por lo que la crítica va a surgir. No te enfades contigo, si la crítica ha sido mental, pide perdón mentalmente y comienza nuevamente, observando lo mejor de la persona, focalizando tu atención en sus cualidades. Con la práctica, te acostumbrarás a observar las acciones de los demás como observas un día de sol, o las flores, o el vuelo de los pájaros, sin que te afecte lo más mínimo.

Cuando consigas incorporar a tu vida el respeto y la aceptación, vas a sentirte libre, ya que el ejercer de juez, de manera permanente, es agotador.


miércoles, 6 de diciembre de 2023

Quién espera desespera

 


Esperar……. Esperar……. ¿Quiénes de los que estáis leyendo esto no estáis en este momento esperando algo?: ¿La pareja ideal?, separarte de tu pareja?, ¿el viaje de vacaciones?, ¿qué llegue el verano, o el invierno?, ¿qué te toque la lotería?, ¿la contestación a la petición de trabajo?, ¿alcanzar la iluminación en tu próxima meditación?, ¿esperando un hijo?, ¿qué llegue el fin de semana?, ¿qué llegue la noche para cenar?, ¿esperando la cita con tu medico?, etc., etc., etc. Todos estamos esperando algo y, casi todos, estamos esperando de manera permanente.

              Y, ¿cuánto tiempo de tu vida has pasado sin esperar nada?, no mucho ¿verdad?

              Existen esperas de todos los tipos, materiales, emocionales y espirituales. Da igual el tipo de espera, porque la espera genera infinidad de sentimientos: Miedo, estrés, angustia, alegría, ansiedad, dudas, emoción, y un sinfín de sentimientos más, que, normalmente, salvo contadas ocasiones, nos afectan negativamente.

 ¿Qué hacer?, porque ya sabemos que, para no esperar, hay que eliminar los deseos, pero entiendo que es muy difícil, o por lo menos es muy difícil eliminarlos todos. ¿Qué hacemos entonces?

              Podemos intentar dos cosas: Por un lado, lo conocido, ¡Paciencia!, porque la paciencia nos puede dar la fuerza para soportar cualquier espera, cualquier contratiempo, cualquier contrariedad. Y, por otro lado, analizar serenamente aquello que se espera: ¿Para qué es necesario?, si hasta este momento he vivido sin “eso”, podré seguir viviendo igual. Este pensamiento nos sirve para la generalidad de un deseo material, pero existen esperas más conflictivas, como ejemplo, puede servirnos un problema de salud: Ante esperas de una salud perfecta, que parece no llegar, nos queda la “aceptación”. Aceptar la situación libera del estrés de la espera. Si somos creyentes, nos puede servir el pensamiento: “Es la voluntad de Dos”. Si no lo somos, o en cualquier otra situación: ¿Para qué sufrir si no está en mis manos la solución? ¡Será lo que tenga que ser!, ya que cualquier sentimiento negativo aun afectará más negativamente a la salud.

De cualquier forma, hemos de pensar que “todo está bien”, “que siempre es lo que tiene que ser”. Y para llegar a integrar esa creencia en nosotros, hemos de realizar un viaje a nuestro interior. De hecho, la única espera importante es la cita que tenemos con nosotros mismos desde el momento de nuestro nacimiento. Todas las esperas sólo son producto de la insatisfacción producida por el desencuentro con nosotros mismos.

viernes, 10 de febrero de 2023

Meditación: Creando autoamor

 

La meditación "Creando Autoamor" en Kundalini Yoga es una práctica destinada a cultivar el amor propio y la autoaceptación. Esta meditación se enfoca en dirigir pensamientos y energía hacia uno mismo con el fin de fortalecer la relación interna y promover la autoestima positiva.

 Al practicar la meditación "Creando Autoamor", se pueden experimentar beneficios como:

1. Mayor autoestima: Al dirigir amor y energía hacia uno mismo, se fortalece la percepción positiva de uno mismo y se construye una mayor confianza en uno mismo.

2. Aceptación personal: Esta meditación ayuda a cultivar la aceptación de uno mismo tal como es, con todas sus virtudes y defectos, fomentando la compasión y el perdón hacia uno mismo.

3. Sanación emocional: Al dedicar tiempo para nutrir el amor propio, se pueden sanar heridas emocionales pasadas y liberar bloqueos emocionales que puedan estar interfiriendo con la capacidad de amarse a uno mismo.

4. Equilibrio emocional: La práctica regular de esta meditación puede ayudar a mantener un equilibrio emocional saludable, reduciendo la autocrítica y promoviendo la autoaceptación incondicional.

La meditación "Creando Autoamor" es una práctica valiosa para fortalecer la relación con uno mismo, promover la autoestima positiva y cultivar un profundo amor propio.


jueves, 8 de diciembre de 2022

La Verdad



 Y es que, en el mundo traidor, nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira.

Ramón de Campoamor

Si la Verdad solo es una y está en poder de la Divinidad, los miles o millones de verdades que nos venden es claro que no llegan a ser ni una minúscula parte de la verdad.

Y si esto pasa con la Verdad Absoluta, ¿qué no pasará con las relativas verdades de los hombres? Cada ser humano está en posesión de “su verdad” y, para él, esa verdad es única, es real, es auténtica, y podría llegar a matar para defenderla.

Ante esto, es obvio que no todos vemos la misma realidad, y si a esa realidad la recubrimos con las verdades personales, pasándola por el filtro de nuestros valores, nuestras creencias, nuestros intereses, nuestros recuerdos, etc., lo que nos queda es una visión bastante sesgada de la realidad de los otros. Quedarse anclado en la propia perspectiva contribuye a limitar, todavía más, “la verdad del otro”, ya que ni se ve, ni se entiende esa verdad, puesto que lo que se ve es la interpretación de la verdad.

Esto da lugar a malentendidos, discusiones, enfados, desencuentros, errores de interpretación, equivocaciones, disgustos, indignación, etc., etc.

Las cosas no siempre son lo que parecen. En la vida hay situaciones que simplemente suceden, sin que nosotros tengamos absolutamente ningún control sobre ellas, y la única opción que existe cuando esto ocurre es aceptarlas.

Muchas de las situaciones a las que nos enfrentamos, por lo general, no las podemos elegir, pero lo que si podemos escoger en todo momento es cómo respondemos ante ellas, y esta respuesta va a estar condicionada, en gran medida, por la perspectiva desde la que observamos las mismas. Ya que la situación no la podemos cambiar, lo que nos queda es modificar la perspectiva hacia la misma por otras que nos permitan enfrentarla de manera más efectiva y menos traumática.

Cuando ampliamos nuestras perspectivas, automáticamente ampliamos nuestra capacidad de acción, ya que esto nos hace poder elegir alternativas que antes, a pesar de estar disponibles, no éramos capaces de observar.

Para una misma situación pueden existir multitud de perspectivas, las cuales por si mismas no son correctas o incorrectas, de hecho, no es adecuado clasificarlas de este modo, la distinción verdaderamente importante que hay que realizar es si el punto de vista actual que tenemos sobre una situación trabaja a nuestro favor o en nuestra contra. Cualquier perspectiva que ayude a crecer, a desarrollarse, a superar retos y alcanzar metas será una buena perspectiva y cualquiera que incapacite o limite será una mala perspectiva que debe de ser cambiada.

Por lo tanto, podemos cambiar el color del cristal, aunque si lo hacemos corremos el riesgo de escorarnos hacia otro lado. Mejor sería ponernos unas gafas multicolores, unas gafas con los suficientes colores que nos permitan:

-          Ponerse en el lado del otro.

-          No dar importancia a las cosas que carecen de ella.

-          Aceptar todas las situaciones.

-          Tolerar todo lo que se presente.

-          Sentir como propio el hacer ajeno

-          No opinar, no juzgar, no criticar.

-          Aceptar razones que no conocemos.

-          Sentir que todo es relativo.

-          Mirar con los ojos del alma.

-          Saber que todo está bien.

 

sábado, 10 de septiembre de 2022

Ama y haz lo que quieras

        




Capítulo VIII. Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima"

        Antay salió de la inmobiliaria pensando en lo pequeño y lo irónico que es el mundo. Desde el miércoles pasado, que conoció a Indhira, toda su vida emocional y su pensamiento giraban a su alrededor y, podría decir que su trabajo, también, ya que las dos únicas actuaciones laborales habían sido para ella y la empresa de su padre.

Su pensamiento quiso intervenir en la conversación que Antay mantenía consigo mismo: “A pesar de que Ángel dice que la casualidad no existe, esto ha sido lo que sea que sustituye a la casualidad, pero a lo grande”. “Si, esta vez no me queda más remedio que darte la razón, porque ha sido increíble”. “Y si como dice Ángel, todo está programado, está ha sido una programación espectacular. ¡Es una pena no tener acceso a esas programaciones, caso de ser ciertas!”.

No había recorrido ni una cuadra cuando me pareció que la persona que caminaba delante de mí no era otro que Ángel. Aceleré al paso para darle alcance y pude comprobar que, en efecto, era Ángel que no pareciera ir a ningún lugar por la lentitud de su caminar.

-    Ángel, -llamé cuando estaba a punto de llegar a su altura.

-    Se volvió, como sorprendido al escuchar su nombre– Hola Antay, es un placer verte, ¿cómo estás?

-    Hola Ángel, estoy bien –dijo Antay contestando a la pregunta de su interlocutor- y tú, ¿cómo vas?, hace tiempo que no nos encontramos.

-    Es cierto. Justamente hoy me he levantado pensando en ti. ¿Cómo va tu trabajo de amor y aceptación?

-    Yo diría que bien, aunque ayer tuve un mal día. Fue tan malo que me senté a meditar y…, volví a hablar con Dios.

-    ¿De qué trató la conversación?

-    Bueno, conversación poca, Él habla y yo escucho. ¡Como contigo! Me habló del amor y de la atención. Empiezo a tener claro que el pilar de todo este tinglado de la vida es el amor.

-    Puedes estar bien seguro de eso. ¿Qué pasó para que te sentaras a meditar?

Teniendo en cuenta que Ángel era como mi confesor y, además, como me lo había encontrado en la regresión, le conté todas mis peripecias con Indhira, incluidos el ridículo del primer encuentro, mi lastimosa despedida del sábado, y mi penoso estado emocional.

-    Y como no podía dejar de pensar en ella, lo intenté meditando. Mejoré algo y, del todo, cuando recibí la llamada de una empresa para un trabajo y resultó ser la empresa del padre de Indhira. De ahí vengo. Es como si los hados se hubieran puesto de acuerdo para mantenerla en mi mente. Tuve que reparar, también, la computadora en el despacho de su padre y, allí, delante de mí, estaba la foto de Indhira. 

>> No entiendo cómo puedo estar pensando de manera permanente en ella, si solo estuvimos juntos un día. Es de locos, y tampoco entiendo tanta casualidad, o lo que sea, ya sé que tú me has dicho que no existe la casualidad. Pero no sé cómo llamar a esto.

-    No le llames nada, ¿qué más da?, ¿cambia algo porque le des un nombre?

>> Los seres humanos tenemos la costumbre de querer darle nombre a todo, de querer entender todo, de querer saber, pero las cosas pasan con nombre o sin nombre, entendiéndolas o no. Con la energía que se gasta tratando de ponerle nombre o buscando una explicación, a todo lo que sucede en la vida, se pierde la vida y se escapan los detalles porque la mente está ocupada eligiendo que nombre ponerle a eso que se le está escapando a la persona de las manos.

-    Sí. Tienes razón, pero es lo que hemos hecho siempre, es lo que nos han enseñado y lo que vamos a enseñar a las siguientes generaciones. ¿Cómo se puede cambiar esa dinámica?

-    Aceptando lo que es, sin más. Recuerda que “todo está bien”. Ya estás trabajando en ello.

jueves, 18 de agosto de 2022

Aceptar


 Capítulo III, parte 1 de la novela "Ocurrió en Lima"

Estaba finalizando el mes de agosto con más pena que gloria. No había vuelto a salir el sol, lo cual es normal, porque en el hemisferio sur, agosto es el mes más frío del invierno. No me había contactado ninguna de las empresas en las que había entregado mi curriculum. En mis salidas, escasas, todo hay que decirlo, no me había vuelto a encontrar con Ángel.

El trabajo de aceptación de las situaciones que se iban presentando en mi vida y la atención a mis pensamientos, para desarrollar el amor hacia mí, es posible que avanzara demasiado despacio para mi gusto. Ni tan siquiera sabía si estaba obteniendo resultados positivos. Hay que tener en cuenta que vivía solo y que me relacionaba poco, por lo que era difícil encontrar diferencias con alguna situación anterior.

Pero yo seguía intentándolo.

Dejé de compararme con otros cuando fui consciente de que en las comparaciones siempre salía perdiendo. La comparación solo era un mecanismo más de mi mayor enemigo, mi mente, para mantenerme alejado de la realidad. Fue muy importante, para conseguirlo, el reconocer cuando la mente empezaba el maligno juego de empequeñecimiento de mí mismo y del tremendo daño que me estaba causando, al valorar más, según la consideración de mi mente, la invención de mis carencias que la realidad de mi abundancia. 

Ya no me comparaba con nadie y eso hacía que me sintiera más tranquilo, menos agresivo con la vida y conmigo mismo. No sé cuánto podía haber avanzado en el auto amor y, tampoco creo que nadie pudiera hacer una medición. Que yo sepa no existe un medidor de amor. Tendría que ser yo mismo el que calibrara la cantidad de amor que había en mí o estaba logrando desarrollar.

Pero sí tenía claro que planteaba mi futuro con algo más de tranquilidad, sin infravalorarme y, sobre todo, sin ansiedad. Cada vez se presentaba con más frecuencia el pensamiento de intentar ser mi propio jefe, trabajando desde casa en la reparación de computadoras y en el diseño de programas y páginas web. Yo iba dejando que ese pensamiento se pasease por el cerebro, sin intervenir, como esperando que tomase fuerza o que algo en mi interior saltara de júbilo y gritara: “¡Sí, ese es tu futuro!”.   

Lo que no había hecho era sentarme a meditar. Supongo que, en realidad, tenía miedo de volver a encontrarme con Dios. No por el hecho de que fuera Él, sino porque tendría que replantearme la creencia, que yo tenía sobre Dios, de que nunca parece que haga o resuelva nada.

Sin embargo, ahora lo debía de estar pensando con una sola neurona, porque era un pensamiento con muy poca fuerza, ya que yo mismo después de la conversación con Ángel en la que me explicó que Dios, sencillamente, Es, y que, no solo, es el Creador, sino que mantiene todo lo creado, me sentía más tolerante sobre la idea de Dios. Ya que, si todos vivimos en Él, parece que su trabajo ya no es tan inútil.

Unir este pensamiento con la sensación de “complitud”, que sentí paseando el último día que me encontré con Ángel, generaba en mí interior una sensación de serenidad que no me abandonaba desde entonces. Todo esto unido, hacía que me sintiera diferente, más tranquilo, más en paz, menos aburrido de la vida. ¡Faltaba ver cuánto iba a durar ese estado!

Estaba planchando, paseando por estos pensamientos, cuando comenzó a sonar el celular. Miré la pantalla y no apareció ningún nombre. Era un número que no figuraba en mi lista de contactos.

-    Hola –contesté, esperando que al otro lado surgiera alguna voz tratando de venderme cualquier tontería.

-    Hola, ¿eres Antay? –preguntó una voz de mujer.

-    Sí. ¿con quién hablo? –si se hubiera presentado me habría ahorrado la pregunta.

-    Si, disculpa. Mi nombre es Indhira. Soy masajista y terapeuta y, un paciente mío, un señor mayor que se llama Ángel, me dio tu número, porque tengo un problema en la computadora y él me dijo que te llamara que eres un experto en computadoras, - ¡vaya!, pensé, parece que el encuentro con Ángel ha servido para algo tangible.

-    Perdona, conozco a Ángel, pero no soy consciente de haberle dado mi número –y era verdad.

-    Sí, es cierto, tuvo que buscarlo en las redes. Y lo hizo delante de mí. Bueno, la pregunta es si podrías pasar por mi domicilio para mirar mi computadora y, también, cuanto me costaría la visita.

-    A lo mejor esta era la respuesta al pensamiento de ser mi propio jefe que se paseaba por mi cerebro, desde hacía días, pero necesitaba saber dónde vivía- ¿Cuál es tu dirección?

-    Estoy en Miraflores en la cuadra once de Pardo –contestó.

-    ¿Qué te parece ciento cincuenta soles por la visita? y darte un diagnóstico o repararla, si se puede, en el momento –Supongo que no sería un precio excesivo.

-    Me parece perfecto. ¿Cuándo puedes pasarte?, si fuera esta tarde a primera hora sería genial.

-    ¿A las tres?, -tenía todo el tiempo del mundo, por lo que fue muy fácil satisfacer a mi interlocutora.

-    Es una buena hora. Pero se puntual, porque a las 4 tengo un paciente –claro, ella no sabía que yo era el paradigma de la puntualidad. Ya sé que soy un peruano atípico, pero…

-    Siempre soy puntual. Pásame la dirección completa por WhatsApp. Nos vemos a las tres.

-    Gracias, hasta la tarde.

Desconectamos la llamada y el primer pensamiento que llegó a mi mente fue:

jueves, 11 de agosto de 2022

Cambio de modelo



Como no sabía muy bien por donde comenzar. Para aprender a amarme, decidí hacerlo en las partes visibles de mi anatomía, es decir, en mi aspecto físico.

Siempre me comparaba con personas que eran más altas, más atractivas o más inteligentes, según mi criterio. El resultado era claro, siempre me veía más bajo, menos atractivo y menos inteligente, que el modelo elegido, lo cual hacía que me sintiera mal. Era lógico. Si me comparaba con alguien más alto, siempre me iba a ver más bajo. Si el modelo era más rico, siempre me iba a ver más pobre. Eso me llevó a pensar que para estar satisfecho conmigo tenía que cambiar el modelo, porque siempre iba a haber alguien más alto, más atractivo y más inteligente que yo.

Y cambié el modelo. Me comencé a comparar con quien era más bajo, menos atractivo y menos inteligente que yo. El resultado fue espectacular. Comencé a sentirme orgulloso de mi aspecto. Teniendo en cuenta que había nacido en Cusco y, seguro que por mis venas corre sangre inca, medir un metro setenta y dos centímetros parece una altura más que considerable. Lo que se espera de un descendiente de los incas es que sea moreno de ojos oscuros, y hubiera podido explicar muy mal mi ascendencia de haber salido blanquito, de cabello rubio y con ojos azules. Más que descendiente de los incas hubiera parecido descendiente de los vikingos. Si estaba orgulloso de mis padres, también, tenía que estarlo de los genes que hicieron que fuera tal como soy. En ese momento pensé en algo que había dicho Dios, y era que yo había hecho una primera elección antes de venir a la vida. Por lo tanto, si yo era moreno y con ojos negros debía de haberlo elegido. Me sigue pareciendo una tontería, pero…

Y, aún comencé a hacer algo más. No compararme. Con independencia de si lo había elegido o no. A fin de cuentas yo no sabía nada de otras vidas. Lo único de lo que podía dar fe era de esta vida y empezaba a tener claro que cada uno es como es y punto. Si no me comparo, ni gano ni pierdo, todo está bien, todo está como tiene que ser. Yo voy a seguir siendo el mismo. Seguro que Ángel, con su filosofía, me habría dicho que soy como soy por alguna determinada razón. ¿Quién era yo para desear cambiar una razón que, aunque desconocida, debía de existir? 

En cuanto a la inteligencia, estaba claro que nunca iba a ganar un Nobel, en ninguna especialidad, pero cuando me sentaba delante de una computadora esta no tenía ningún secreto para mí, ni en cuanto al software, ni en lo que respecta al hardware. ¿Para qué necesitaba más? era suficiente.

Fui consciente de que compararme con los demás siempre hacía que me sintiera frustrado, triste, infeliz y, además, generaba en mí un sentimiento de envidia que no podía ser bueno para mi estabilidad emocional.

Un nuevo pensamiento comenzó a hacerse un lugar en mi mente, comenzando con una pregunta: “¿Si tanto me gusta compararme, por qué no lo hago conmigo mismo?, ¿por qué no retarme a ser mejor cada día?, ¿por qué no trato de vencer mis propios miedos, que es algo consustancial conmigo?

Este sería un nuevo trabajo, además de aceptar la vida, y vivir con atención, ahora, tenía que observarme para comprobar de donde procedían mis miedos para erradicarlos. ¡Tremendo trabajo!

Sin embargo, mis pensamientos antiguos trataban de engañarme y llevarme a su terreno con demasiada frecuencia. Sin ser consciente de cómo llegaban esos pensamientos, estos se encargaban de ir disparando dardos venenosos que iban dejando su poso: “Lo único que estás intentando es engañarte a ti mismo para estar bien, pero esa no es la realidad. La realidad es que te gustaría ser rubio, con ojos azules y eres moreno con ojos negros”. Recordé entonces que este pensamiento era exactamente igual al pensamiento sobre el dinero muy arraigado en mí: “El dicho de que el dinero no da la felicidad es solo un slogan para que los pobres se conformen con su mala suerte”.

De nuevo recordé las palabras de Ángel: “Como decía Buda: Somos lo que pensamos. Es decir, que si piensas en el miedo tendrás miedo y si piensas en la felicidad serás feliz”.

Ahora no solo lo entendía, sino que lo estaba comprobando en mí mismo. Mi propio pensamiento me estaba boicoteando, trataba de desequilibrarme y, bastantes veces, lo conseguía. Debía permanecer muy atento y, una vez consciente del pensamiento, poner la voluntad para cambiarlo. ¡Era un ingente trabajo!, porque cuando menos lo esperaba ya estaba el pensamiento diciéndome muy bajito al oído: “Ese que acaba de pasar es más alto que tú. La verdad es que no eres tan alto”. Y cuando pasaba uno más bajito, se callaba, el muy…, a pesar de que pasaban un buen número de personas más bajas que yo.

Era como si conviviera con un demonio en mi interior que además actuaba sin ningún tipo de control por mi parte. Estaba completamente desatado, estaba como loco, aprovechaba cualquier resquicio para maltratarme. ¡Parece mentira que fuera mío!, más parecía un enemigo. Aparecía en cualquier momento, ante cualquier situación y, un gran porcentaje de veces, me encontraba tan indefenso que me ponía a conversar con él dándole la razón y sintiéndome muy mal por lo bajito y lo morenito que era. 

Me preguntaba ¿por qué sería el pensamiento tan malvado?, ¿por qué solo llegaban esos pensamientos malignos y no aparecía ningún pensamiento contrario, algo más benévolo, sobre algo que me hiciera sentir bien?, ¿de dónde procedían? Si es Dios quien habita en nuestro interior y no el demonio, todos los pensamientos deberían ser positivos, creados por Él y, sin embargo, todos son negativos, como si fuera el mismo Lucifer quien ocupara nuestro corazón.

Hasta el momento no había sido consciente de lo perverso del pensamiento porque mi actitud, cuando aparecía, era seguirle la corriente, darle conversación, seguir sus normas y, así, parecía que nos llevábamos bien. Solo discutíamos de alguna nimiedad, porque en las cuestiones importantes él guiaba y organizaba mi vida.