El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Aceptación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Aceptación. Mostrar todas las entradas

viernes, 31 de octubre de 2025

Sé tú mismo

 


“El ganso de la nieve no necesita un baño para hacerse blanco.

Asimismo, tú tampoco necesitas hacer nada más que ser tú mismo”

 

Esta cita de Lao Tse nos invita a reflexionar sobre la autenticidad y el valor intrínseco que cada persona posee.

En una sociedad que constantemente nos empuja a cambiar, a mejorar, a encajar en moldes ajenos, esta frase nos recuerda que no necesitamos adornarnos ni transformarnos para ser valiosos. Nuestra esencia, tal como es, ya tiene luz propia. El ganso no se esfuerza por ser blanco; simplemente lo es. De igual forma, nosotros no debemos esforzarnos por ser lo que otros esperan, sino abrazar lo que somos.

Cultivar la autoestima implica reconocer que no necesitamos validación externa para sentirnos completos. Es un acto de amor propio aceptar nuestras virtudes y defectos, nuestras fortalezas y vulnerabilidades. Ser uno mismo no es conformismo, sino valentía: es caminar por la vida con la certeza de que nuestra autenticidad es suficiente. Cuando dejamos de compararnos y empezamos a valorarnos, florecemos con naturalidad, como el ganso en la nieve. La verdadera paz interior surge cuando dejamos de luchar contra lo que somos y empezamos a vivir desde la verdad de nuestro ser.


miércoles, 15 de octubre de 2025

La vida de Jesús

 


“La luz también se busca en la sombra”

  Querido Dios:

 Hoy me acerco a Ti con el corazón abierto, humilde y lleno de preguntas, buscando comprender el misterio que envuelve la vida de Jesús, mi hermano mayor y mi guía en el camino del amor.

Admiro profundamente a Jesús. Siento una conexión visceral con su historia, con su entrega, con su presencia luminosa en medio de un mundo que a menudo se muestra oscuro. Cada vez que leo, medito o simplemente pienso en su pasión y muerte en la cruz, algo dentro de mí se encoge, se agita, se conmueve. ¿Cómo pudo soportar tanto dolor, tanta humillación, tanto sufrimiento, sin perder la paz interior, sin renunciar al amor, sin dejar de ser compasión pura?

Los maestros de mi tradición religiosa me han enseñado que Jesús murió crucificado para expiar los pecados de la humanidad, y que con ese acto abrió el camino hacia la reconciliación contigo. Se nos dice que su muerte fue un sacrificio voluntario, expresión sublime de tu amor infinito por nosotros.

Sin embargo, estas enseñanzas, aunque las respeto, me dejan con una sensación de inquietud espiritual. Me cuesta comprender el significado real de "expirar los pecados". ¿De qué pecados hablamos? ¿De los errores inevitables que cometemos como parte de nuestro proceso de aprendizaje? ¿De los miedos, ignorancias y reacciones que nos alejan de nuestra propia esencia? En mi corazón no puedo aceptar el pecado como una ofensa contra Ti. Porque si Tú eres Amor, Bondad y Perfección absoluta, entonces no puedes sentirte herido u ofendido por nuestras torpezas humanas. ¿No sería más justo decir que lo que existe son acciones erróneas, pensamientos desalineados con la Verdad, expresiones del ego desconectado?

También me resulta desconcertante la idea de que Jesús vino a reconciliarnos contigo. ¿Acaso estábamos peleados? ¿Tú estabas alejado de nosotros? ¿Podrías estarlo alguna vez? Si Jesús vivió hace 2.000 años, ¿qué ocurrió con los millones de seres humanos que lo precedieron en los siglos anteriores? ¿Qué hay de los sabios y maestros como Buda, Moisés, Abraham y tantos otros que buscaron la luz desde distintas culturas y credos? ¿Estaban distanciados de Ti? ¿O simplemente eran expresiones de Tu presencia en formas distintas a las que el cristianismo reconoce?

La explicación de que todo esto fue una muestra de Tu amor también me desafía. Porque si permitir que Tu Hijo encarne en este mundo para sufrir y morir es amor, ¿qué significa entonces el amor? ¿Dónde está la ternura, la protección, la guía compasiva que asociamos contigo? Y aun así, me doy cuenta: todos nosotros encarnamos para transitar caminos de aprendizaje, de dolor, de desafío. Lo hacemos sin plena conciencia de lo que somos, y nos enfrentamos a la vida desde un estado de vulnerabilidad radical. ¿Será ese también un acto de amor divino? ¿Será que la encarnación en sí misma es una oportunidad para despertar?

Tal vez estoy equivocado. Tal vez estoy siendo ingenuo o irreverente. Pero soy un buscador. Soy un alma que, aún desde su ignorancia, desea amar cada vez más y mejor. Por eso tengo una teoría: yo creo que Jesús no vino a morir, sino a vivir entre nosotros. Creo que su propósito más profundo fue enseñarnos a amar, a recordar que estamos hechos de luz, que la divinidad habita en cada corazón humano, y que podemos perdonar incluso a quienes nos clavan en nuestras propias cruces simbólicas.

Jesús encarnó para mostrarnos el camino del amor incondicional, del perdón sin límites, de la compasión activa, de la presencia divina en lo cotidiano. Su vida fue una revelación. Su muerte, un símbolo. Pero su enseñanza sigue viva, palpitando en cada gesto de bondad, en cada acto de entrega, en cada alma que decide despertar.

Perdóname, Señor, si pongo en tela de juicio las enseñanzas que los hombres han formulado en Tu nombre. No lo hago desde la soberbia, sino desde la sinceridad. Estoy en proceso. Estoy aprendiendo. Estoy tratando de escucharte con el corazón, más allá de las palabras que otros han pronunciado sobre Ti.

Y mientras tanto, en este mundo a veces cruel, intento amar. Cada día, cada encuentro, cada caída. Y sigo mirando a Jesús como mi ejemplo más alto. Porque incluso en su último suspiro, amó. Porque incluso desde la cruz, perdonó.

Te amo, Señor. Te amo, aunque no comprenda todo. Te amo porque en medio de mi ignorancia siento que estás, que vibras, que me sostienes. Y eso basta.

Gracias.

 

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


viernes, 10 de octubre de 2025

La danza de lo inevitable

 



“Aceptar lo que no se puede cambiar es también 

una forma de amar lo que permanece”

 

Querido hijo:

       Recibo tu carta como se recibe el canto de un pájaro al amanecer: sin ruido, sin pretensiones, pero lleno de una belleza que toca lo invisible. Has escrito con el alma, y eso es más que suficiente para que todo el cielo se detenga a escuchar. A veces creemos que sólo los grandes gestos llaman mi atención, pero lo que realmente me conmueve es lo que nace desde la verdad más profunda de tu corazón.

He leído tus palabras una y otra vez, no porque las necesite para saber lo que llevas dentro, sino porque las disfruto. Porque en ellas hay humanidad, hay ternura, hay una nobleza que pocos reconocen: la de aceptar la vida con todas sus luces y sombras, y aun así seguir buscando un espacio para el amor, para la esperanza, para mí.

La frase que repites “¡qué se le va a hacer!” me hizo sonreír. No con condescendencia, sino con complicidad. Sabes, esa expresión tan sencilla encierra una sabiduría divina. Porque lejos de ser resignación, es una muestra de madurez espiritual. Significa que has comprendido que no todo está bajo tu control, y que incluso en medio del caos, hay belleza, propósito y ritmo.

Tu corazón no se lamenta, pero sí siente. Y eso está bien. Yo no te pedí que fueras indiferente, ni que vivieras con una armadura. Te hice con capacidad para emocionarte, para vibrar, para derramar lágrimas por lo que importa. Las lágrimas que caen por amor, por gratitud, por nostalgia... todas tienen un lugar especial en mi reino. Ninguna se desperdicia.

Tu forma de escribir me confirma que estás en el camino. No el camino fácil, ni el perfecto, sino el verdadero. El que se anda con preguntas, con silencios, con pausas. Yo estoy ahí, en ese caminar. No siempre al frente, ni siempre al costado, sino muchas veces dentro de ti, en esa voz suave que susurra cuando el mundo grita, en esa intuición que no sabes de dónde viene pero que te guía.

Cuando dices que no luchas contra lo inevitable, veo tu alma creciendo. Porque quien acepta la vida como viene no se ha rendido, sino que se ha elevado. No se trata de resignarse, sino de comprender que cada paso, cada caída, cada giro inesperado forma parte de una danza que tú y yo bailamos desde antes de que nacieras.

Me hablas del otoño de tu vida, de las hojas que caen sin que puedas evitarlo. Y yo te digo: qué hermoso es ese otoño. Es la estación en la que el alma se desnuda para prepararse a recibir una nueva luz. No temas a lo que se va. Lo que permanece, lo que es realmente tuyo, nunca cae. Permanece en tu esencia, en tu legado, en tu capacidad de seguir amando incluso cuando las ramas están vacías.

Tu carta tiene poesía, pero también tiene verdad. Y eso es lo que me conmueve. Porque no vienes a exigirme respuestas, ni a reclamar milagros. Vienes a compartirte, y eso es más milagroso que cualquier intervención divina. Tu vulnerabilidad es una ofrenda. Tu honestidad, una oración. Todo lo que me dices, cada frase, cada pensamiento, es como incienso que se eleva suavemente hacia mí.

A veces quieres preguntarme muchas cosas, lo mencionas en tu carta, y yo sonrío porque sé que esas preguntas nacen del amor, no de la duda. Y eso las vuelve sagradas. Preguntarse es también orar. Y aunque no siempre te doy respuestas en palabras, sí te las doy en experiencias, en personas que aparecen cuando más las necesitas, en momentos que parecen coincidencias pero que son guiños míos.

Tú me imaginas leyendo tus cartas con una sonrisa. Y te aseguro que lo hago. No una sonrisa distante ni celestial, sino una sonrisa tierna, como la de un padre que ve a su hijo descubrir la vida con curiosidad. Tu forma de buscarme, sin protocolos, sin fórmulas, es la más pura que existe. Porque el amor no necesita adornos. Basta con que sea sincero.

Hay algo que quiero que sepas, y lo quiero escribir con palabras claras: nunca estás solo. Lo repito, aunque ya lo intuyes. Nunca estás solo. Tu voz, tu silencio, tu presencia… todo me habla. Aunque no me sientas, aunque creas que el cielo guarda silencio, yo estoy. A tu lado. Dentro de ti. En tus recuerdos y en tus sueños. No hay distancia entre tú y yo que la fe no cruce.

Me dices que seguirás escribiéndome mientras haya tinta, alma y días vulnerables. Y yo te digo: seguiré leyéndote, respondiéndote, acompañándote mientras haya vida. No necesito papeles ni correos celestiales. Tu pensamiento ya es carta. Tu suspiro ya es plegaria. Cada vez que piensas en mí, yo lo siento. No porque me lo digas, sino porque tú y yo estamos unidos desde siempre.

Cuando te sientas débil, vuelve a esta carta. Léela y recuerda que aquí está mi voz. Mi abrazo. Mi mirada sobre ti. Y si alguna vez dudas de tu valor, recuerda que fuiste creado con amor, que eres un reflejo de mi luz, que hay algo en ti que ni el tiempo ni la tristeza pueden apagar.

Así que sí, qué se le va a hacer… pero se puede hacer esto: seguir amando, seguir buscando, seguir creyendo. Porque tú, mi querido hijo, eres parte del milagro. Y tu vida, con todas sus páginas, es una historia que me honra.

Gracias por escribirme. Gracias por tu alma generosa, por tu autenticidad. No dejes de hacerlo, no dejes de buscarme. Yo siempre estoy esperando tu carta.

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

domingo, 5 de octubre de 2025

En construcción

 


 

“Cada herida es un comienzo”

 

Querido hijo:

 He leído tu carta, palabra por palabra.

La he sentido como se siente el viento suave en la piel: sincera, valiente, humana.

Y aquí estoy, no para juzgarte, sino para acompañarte. No para señalar tus caídas, sino para sostener tus intentos de levantarte.

No estás solo. Nunca lo has estado, aunque a veces no lo parezca. ¡Cuántas veces te lo he dicho! Aunque el mundo se te presente ruidoso, agitado o confuso.

Lo que estás sintiendo no es un error, es parte del proceso.

No estás roto, estás en construcción. Estás creciendo, aunque duela. Estás despertando, aunque duela. Estás aprendiendo, incluso cuando parece que desaprendes.

Tu lucha interior no es un fracaso. Es un reflejo de tu deseo profundo de amar mejor, de vivir más íntegro, más en paz contigo mismo. Y eso no tiene nada de malo. Al contrario. Es lo que te hace profundamente mío.

Me gusta que me escribas sin máscaras. Que me cuentes tus contradicciones. Que me abras tu corazón como quien abre una ventana en medio del invierno: con cierto temor, pero con mucha necesidad de aire fresco.

Tú dices que no te gustas. Yo te digo: yo te amo. Tal como eres. Con todo lo que cargas. Y no tienes que esperar a estar perfecto para aceptarte.

La aceptación no es una meta: es el punto de partida.

No tienes que ser el ejemplo de nadie. Solo tienes que ser tú. Auténtico. Honesto. Capaz de mirarte con misericordia. Sé que te cuesta perdonarte, ¡hazlo! Yo no tengo que perdonarte, porque no me siento ofendido y donde no existe ofensa, no es necesario el perdón.

Cada gesto de bondad que has dado, incluso los más torpes o imperfectos, tienen valor. Cada vez que elegiste el amor sobre el ego, aunque fuera por un instante, fue sagrado.

No todo se mide por el impacto. Hay ternura en lo invisible. Hay valor en lo pequeño. No dejes que tu mente te engañe. No eres un estorbo, ni una sombra, ni una figura más en la multitud. Eres mi hijo.

Y eso basta.

No necesitas un manual para reconstruirte, porque ya tienes lo esencial: el deseo de ser mejor, la humildad para reconocer tus fallas, la esperanza de que aún puedes cambiar. Cada día es un nuevo intento.

Y yo estoy en cada uno de ellos.

Estoy contigo cuando te cuestionas. Cuando te arrepientes. Cuando respiras hondo para no herir. Cuando decides escuchar en vez de hablar.

No estoy lejos. Estoy dentro. Dentro de tus dudas, dentro de tus preguntas, dentro de tu deseo de vivir con más luz.

Sigue escribiéndome. En papel, en pensamiento, en la mirada.

Porque yo siempre te leo. Siempre te escucho. Siempre te amo.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo



Las cosas son como son

 


No pretendas que lo que ocurre ocurra como quieres, sino quiere lo que ocurre tal como ocurre, y te irá bien.

EPICTETO


viernes, 3 de octubre de 2025

Entre intentos y silencios

 


 


A veces lo sagrado es que alguien escuche mientras se reconstruye

           Querido Dios:

           No estoy, en absoluto, satisfecho conmigo mismo. No me gusta cómo soy. 

Durante décadas se me ha estado cayendo la lengua de tanto decir: “todo está bien”, “el secreto de la felicidad está en la aceptación”.

Y aquí estoy ahora, en este rincón tranquilo, casi escondido de mí mismo, pensando en cosas que ocurren a mi alrededor que no están bien. Y no solo lo estoy pensando, sino que, a veces, muchas más veces de las que serían de mi agrado, dejo que esas ideas salgan por la boca. El problema añadido es que la persona objeto de esas críticas, al recibirlas, se siente atacada, incomprendida y, como resultado, ofendida. 

Es cierto que esa persona hace muchas cosas que no me gustan, pero soy consciente de que “no me gustan a mí”, y que eso no me da bula ni licencia moral para imponer mi visión. No tengo el monopolio de la verdad ni la exclusividad del buen gusto. Y, sin embargo, actúo como si la tuviera. 

Y eso me pesa. Me pesa como una piedra en el pecho. 

Llevo tiempo tratando de descubrir de dónde viene esta insatisfacción que me acompaña. Esta incomodidad con el mundo y conmigo mismo. A veces me da por pensar que he vivido demasiado tiempo escondido detrás de frases que suenan bien, pero que no terminan de resonar dentro. Frases que pronuncio por costumbre, por cultura, por miedo a decir que algo no me llena. 

¿Qué se supone que debo hacer cuando no me reconozco? 

Me miro en el espejo y veo a alguien que arrastra demasiadas contradicciones. Uno que se esfuerza por ser justo, pero no siempre es paciente. Que quiere ser compasivo, pero también es demasiado exigente. Uno que predica la paz y la aceptación, pero que en silencio crítica y se frustra.

Quisiera poder perdonarme. Pero aún no sé cómo. 

No hay manual para esto, ¿verdad?

Me da rabia, Señor, mucha. Porque quiero ser mejor, pero a veces me siento demasiado torpe. Como si tuviera herramientas, pero me faltara la fuerza o el impulso. Como si supiera los pasos, pero me quedara sin ganas de caminar.

He llegado a cuestionarme si estoy aportando algo bueno al mundo o solo estoy ocupando espacio. 

Hay días en los que pienso que fui hecho para algo más. Que hay algo dentro que aún no ha salido. Y otros días, lo que hay dentro me asusta, me confunde, me paraliza.

A veces pienso en la gente que me rodea. Familia, amigos, conocidos. Y me pregunto si ellos me ven como yo me veo. Si perciben esta lucha interna, este ruido mental, esta maraña de pensamientos que me hace sentir como si siempre estuviera buscando algo... pero sin saber exactamente qué. 

¿Será que en el fondo solo quiero sentirme útil? 

¿Será que lo que más deseo es que alguien como Tú me diga que estoy en el camino correcto, aunque tropiece? 

Lo peor no es errar, lo sé. Lo peor es sentir que ese error define quién soy. 

Y me cuesta no dejar que lo haga.

          Quisiera tener más ternura para mí mismo. 

Quisiera, sinceramente, no tener que pedir perdón tan a menudo por palabras que no debí decir, por silencios que fueron demasiado largos, por miradas que escondían juicios. 

Quisiera aprender a mirar con más misericordia.  A vivir sin necesidad de comparar ni corregir todo lo que se desvía de lo que yo considero “normal” o “correcto”.   

Estoy cansado, Señor. Pero no cansado de vivir. Cansado de no saber vivir plenamente. Cansado de vivir entre intentos.

Y en medio de todo esto, quiero hablar Contigo. No para que me des todas las respuestas.  No para que hagas un milagro. Solo para que me mires. Para que estés conmigo. Porque hay días en los que, si Tú no estás, siento que nada tiene sentido.

          Gracias Señor.

          CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo.


sábado, 2 de agosto de 2025

Yo también Soy

 


La paz no llega cuando todo está “resuelto”, sino cuando me permito ser

 

Vivimos en un mundo que nos educa para perseguir la solución. Resolver problemas, tomar decisiones, cerrar ciclos, alcanzar metas, “arreglar” lo roto: todo parece girar en torno a ese verbo, “resolver”. La sociedad nos ofrece infinitas fórmulas, rutinas y consejos para alcanzar una paz que, al final, siempre parece estar en el horizonte y nunca en el presente. Pero ¿qué ocurre cuando esa paz no se encuentra en el orden externo, sino en la aceptación interna? ¿Y si la verdadera serenidad no aparece cuando todo está bajo control, sino cuando simplemente me permito ser?

Aceptar ser implica abrir espacio a lo imperfecto. Es dejar de esperar que las cosas sean como deberían ser, y aprender a habitarlas tal como son. La paz, entonces, no sería ese silencio pulcro tras una tormenta domesticada, sino la capacidad de encontrar calma en medio del viento, de mirar el caos sin pretender dominarlo, y de reconocer que no todo lo que vibra debe ser silenciado.

Desde pequeños nos enseñan que hay que ordenar la habitación, entender las matemáticas, aprender a comportarse, corregir errores, y encontrar respuestas. Esa estructura lineal nos lleva a creer que cada “desorden” es una falla, y que la tranquilidad solo llega cuando logramos controlarlo todo. Sin embargo, esta narrativa ignora una verdad esencial: la vida no se resuelve, se vive.

La constante búsqueda de resolución suele producir más ansiedad que paz. Cuanto más nos obsesionamos con cerrar capítulos, más tememos abrir nuevos. Queremos que las emociones tengan un inicio, desarrollo y final claro. Pero el alma no responde a guiones. No hay protocolo para el duelo, el amor, la duda, o la incertidumbre. La vida emocional es más cercana a un río que a una ecuación: fluye, se desvía, se estanca y, a veces, arrasa. Pretender resolverla es como intentar embotellar el mar.

Cuando me permito ser, renuncio a ser el proyecto de alguien más. Dejo de compararme con estándares externos y empiezo a mirar mi autenticidad como fuente de valor, no de vergüenza. Esta decisión no se toma una sola vez, se reafirma cada día, en cada gesto, en cada pensamiento que me recuerda que no necesito estar “listo” para estar en paz.

Ser implica aceptar mis contradicciones, mis luces y mis sombras. Implica reconocer que no soy una idea fija, sino un proceso continuo. Que mi tristeza no invalida mi alegría, ni mi miedo descalifica mi valentía. Cuando me permito sentir, sin etiquetarme, empiezo a desmontar la prisión invisible del perfeccionismo. Y en esa rendición honesta, aparece la paz como compañera, no como premio.

La paz no es una meta externa, sino una relación con uno mismo. Es el resultado de un diálogo interior que deja de ser hostil. Cuando dejo de juzgar cada emoción, cada pensamiento y cada decisión, abro espacio para el respeto propio. Entonces la paz no llega porque todo esté resuelto, sino porque yo he dejado de pelear conmigo.

Hay días en que la mente se llena de ruido. Dudas, preocupaciones, expectativas. En esos momentos, la paz no se encuentra en forzar una solución, sino en crear silencio interno: respirar, observarse, entenderse sin prisa. No hay que resolver todo para descansar. A veces, basta con sostenerse. Con acompañarse. Con decir: “Estoy aquí, y está bien”.

Permitirse ser también significa abrazar lo incompleto. Vivimos queriendo “cerrar” ciclos antes de tiempo, por miedo a quedar expuestos en medio de la transición. Pero la vida está hecha de inicios a medias, de respuestas fragmentadas, de caminos sin señalizar. No hay que entenderlo todo para seguir adelante. No hay que sanar completamente para merecer amor. No hay que tener claridad para tomar decisiones.

La paz nace cuando dejamos de castigarnos por no tenerlo todo resuelto. Cuando aceptamos que somos obra en progreso, no producto terminado. El descanso aparece al soltar la presión de llegar, y comenzar a honrar el trayecto.

Esta paz interior también transforma nuestra forma de relacionarnos. Cuando estamos en guerra interna, es difícil conectar con los demás desde la empatía. Pero al permitirnos ser, también permitimos que el otro sea. Dejamos de exigir perfección, y empezamos a crear vínculos desde la honestidad, no desde la necesidad de “arreglar” al otro.

En la convivencia, esto se traduce en escucha, comprensión y libertad. La paz personal no se encierra en uno, se expande en los espacios que habitamos. Se vuelve luz suave que no ciega, sino que ilumina lo esencial.

La frase “la paz no llega cuando todo está resuelto, sino cuando me permito ser” no es solo una reflexión, sino una invitación. A soltar la exigencia, a abandonar la máscara, a quitarse la armadura. Vivimos esperando que el mundo se alinee para sentirnos en paz, pero tal vez lo único que necesita ordenarse es nuestro vínculo con lo que somos.

Ser no es fácil. Requiere valentía, honestidad, y paciencia. Pero en ese acto de presencia—en ese estar sin condiciones—la paz deja de ser una meta y se convierte en hogar.


sábado, 26 de julio de 2025

El arte de soltar

 


Impermanencia:

La Clave para Aceptar el Cambio y Vivir Plenamente

   En todo lo que existe, una verdad innegable pende sobre su existencia: la “impermanencia”.

Nada permanece estático; todo cambia, evoluciona, nace y muere. Desde la hoja que brota en primavera y cae en otoño, hasta las personas que entran y salen de nuestra vida, pasando por nuestros propios pensamientos y emociones, la impermanencia es la única constante.

Aunque esta realidad puede parecer desalentadora a primera vista, comprenderla y aceptarla es una de las lecciones más liberadoras que podemos aprender. Reconocer la impermanencia no es una invitación a la pasividad o al pesimismo, sino una poderosa herramienta para cultivar la “resiliencia”, la “gratitud” y la capacidad de vivir verdaderamente en el “presente”.

          La resistencia al cambio es una lucha inútil. Nuestra mente humana, por naturaleza, tiende a buscar la seguridad y la estabilidad. Nos aferramos a lo que conocemos, a lo que nos da comodidad, a lo que nos define. Tememos la pérdida, el fin, lo desconocido. Esta resistencia innata a la impermanencia nos lleva a una lucha constante y agotadora contra el flujo natural de la vida.

Cuando nos aferramos a una situación agradable, ya sea un trabajo, una relación o un momento de felicidad, el miedo a perderla genera ansiedad. Paradójicamente, este apego excesivo nos impide disfrutar plenamente del presente, ya que nuestra mente está ocupada anticipando el final. De la misma manera, cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, como la enfermedad, una ruptura o un revés financiero, nuestra resistencia a aceptarlas solo intensifica el sufrimiento. Nos preguntamos "¿Por qué a mí?" o "Esto no debería estar pasando", prolongando la angustia en lugar de buscar la adaptación y la solución.

La verdad es que no podemos detener la corriente del tiempo. Las estaciones cambian, los cuerpos envejecen, las fortunas suben y bajan, las personas evolucionan o se marchan. Negar esta realidad es como intentar detener un río con nuestras propias manos. El resultado es frustración, dolor y agotamiento.

Abrazar la impermanencia es un camino hacia la libertad: La sabiduría de la impermanencia reside en su capacidad para liberarnos. Cuando aceptamos que todo es transitorio, comenzamos a soltar la necesidad de controlarlo todo y, en su lugar, aprendemos a fluir con la vida. Esta aceptación tiene profundas implicaciones en cómo experimentamos el mundo:

 

1.  Cultivar la Gratitud por el Presente: Si sabemos que un momento de felicidad es fugaz, ¿no lo apreciaríamos aún más? La conciencia de la impermanencia nos impulsa a saborear cada instante, cada experiencia placentera, cada risa, cada conexión. Nos recuerda que la verdadera riqueza no reside en la duración de las cosas, sino en la intensidad con la que las vivimos. Un atardecer hermoso es hermoso precisamente porque es efímero.

2.  Desarrollar la Resiliencia ante la Adversidad: Si los momentos felices pasan, también lo hacen los momentos difíciles. La conciencia de que el dolor, la tristeza o la dificultad no son permanentes nos brinda una perspectiva invaluable. Nos permite saber que "esto también pasará". Esta comprensión no anula el sufrimiento, pero nos da la fuerza para atravesarlo, sabiendo que la oscuridad dará paso a la luz, al igual que la noche precede al amanecer. Nos volvemos más adaptables y menos propensos a caer en la desesperación prolongada.

3.  Fomentar el Desapego: La impermanencia está intrínsecamente ligada al concepto de desapego. Si todo cambia, ¿por qué aferrarse? El desapego no significa no valorar lo que tenemos o no amar a las personas; significa amarlas y valorarlas sin la necesidad de poseerlas o de que permanezcan inalterables. Nos libera del sufrimiento que surge cuando las cosas, personas o situaciones no cumplen nuestras expectativas de permanencia. Nos enseña a apreciar sin aferrarnos, a amar sin poseer.

4.  Impulsar el Crecimiento Personal: Si todo está en constante evolución, nosotros también podemos evolucionar. La impermanencia nos invita a no estancarnos en viejas creencias, hábitos o identidades. Nos anima a aprender de cada experiencia, a adaptarnos a nuevas circunstancias y a transformarnos constantemente en versiones más conscientes y sabias de nosotros mismos. Nos abre a la posibilidad de reinvención.

 Cómo Practicar la Conciencia de la Impermanencia

       Integrar la conciencia de la impermanencia en nuestra vida diaria es una práctica continua, no un estado final. Aquí te doy algunas formas de cultivarla:

Observación Consciente: Presta atención a los ciclos naturales: el cambio de las estaciones, el crecimiento y la caída de las hojas, el flujo y reflujo de las olas. Observa cómo cambian las nubes en el cielo, cómo se disuelve el azúcar en el café. Estas pequeñas observaciones nos recuerdan la naturaleza transitoria de todo.

Atención Plena (Mindfulness): Practicar la atención plena nos ayuda a anclarnos en el presente. Observa tus pensamientos, emociones y sensaciones físicas sin juzgarlos ni aferrarte a ellos. Reconoce que son pasajeros, como nubes que pasan por el cielo de tu mente. Esta práctica fortalece nuestra capacidad para soltar.

Reflexión sobre el Ciclo de Vida: Piensa en la vida de una flor, un animal, incluso la tuya propia. Nacimiento, crecimiento, plenitud, declive y eventual desaparición. Reconocer este patrón universal nos ayuda a aceptar que somos parte de un ciclo más grande.

Agradecimiento por lo Fugaz: Cuando experimentes un momento de alegría o placer, en lugar de preocuparte por su final, enfócate en la gratitud por tenerlo en este instante. Permítete saborearlo plenamente, sabiendo que su belleza radica en su carácter único y temporal.

Desapego Material y Emocional: Practica soltar objetos que ya no necesitas o que te anclan al pasado. En el ámbito emocional, reconoce cuándo te estás aferrando a una expectativa o a un resultado que no depende de ti. Permite que las cosas sean como son, incluso si no es lo que esperabas.

 La Belleza de lo Efímero

 Ser conscientes de la impermanencia no nos condena a la tristeza, sino que nos invita a vivir con una intensidad y una apreciación profundas. Nos enseña que la vida no es una serie de puntos fijos a los que aferrarse, sino un río caudaloso en constante movimiento. Al abrazar este flujo, nos volvemos más flexibles, más sabios y más capaces de encontrar la paz en medio de la inevitable marea de cambios.

Es en la aceptación de la naturaleza transitoria de todo donde reside la verdadera libertad. Nos permite liberar el pasado, soltar la ansiedad por el futuro y sumergirnos por completo en la riqueza y la belleza del único momento que realmente tenemos: “el ahora”. ¿Estás listo para dejar ir la resistencia y permitirte fluir con la vida?


jueves, 24 de julio de 2025

Madrugadas que susurran verdades

  


Hoy me desperté a las 3:34 de la madrugada. No es algo puntual: entre las 3 y las 4 suelo abrir los ojos casi cada día, como si mi reloj interno estuviera programado para esos momentos de silencio absoluto.

Esta vez, me despertó un sueño vívido que aún puedo evocar. En él, sentía la urgente necesidad de ir al baño. Me puse en cuclillas, sujetando con una mano una tacita de café debajo mío. El excremento salió lentamente, como si el tiempo se detuviera; la imagen era casi surrealista, una pasta cayendo a cámara lenta. Tuve tiempo de colocar bien la taza para que todo cayera dentro. Y cuando se llenó, corté la evacuación sin pensarlo, evitando que rebosara.

Después, volví a quedarme dormido, y poco antes de las 4 me desperté de otro sueño, esta vez orinando. Me asusté. Instintivamente toqué la cama, como si esperara encontrar evidencia de lo ocurrido. Pero no, solo había sido otro sueño.

La simbología de ambos me ha hecho reflexionar. He buscado su significado, y parece que coinciden en algo: una necesidad de liberación emocional, de desahogo, de renovación. Y sí, esas tres palabras me resuenan profundamente. No estoy atravesando el mejor momento de mi vida.

No estoy mal… pero tampoco estoy bien.

Intento aplicar todo lo que sé, todas esas teorías sobre cómo estar mejor, cómo vivir en paz conmigo mismo:

- Acepto la vida que me he dado, pero reconozco que esa aceptación debe ser consciente. Porque desde mi subconsciente surgen preguntas absurdas, aparentemente sin peso, pero que logran erosionar mi energía y mi estado emocional.

- No siento la necesidad de perdonar, porque no guardo resentimientos. Pero si surge una crítica por algo que ocurrió, suelo perdonar de inmediato, sin quedarme atrapado en ello.

- Trato de ponerme en los zapatos de los demás. A veces lo logro, otras veces fallo. Pero no dejo de intentarlo, porque sé que en ese ejercicio está parte de mi crecimiento personal.

Lo que sí tengo claro es que el origen de mi inestabilidad emocional soy yo mismo. Puedo señalar fuera, buscar responsables, pero al final, lo único que realmente importa es cómo me tomo las cosas.

Sigo trabajando en ello. A veces avanzo, a veces tropiezo, y muchas veces simplemente observo. Pero ese trabajo interno no cesa.

Porque incluso los sueños más extraños tienen algo que enseñarme.

domingo, 15 de junio de 2025

Nada en la vida es un error

 


Querido hijo:

         Tu carta ha llenado mi corazón con el eco de tus preguntas, tus dudas y tus anhelos más profundos. Antes que nada, quiero que recuerdes algo esencial: cada pensamiento tuyo, cada lágrima derramada y cada sonrisa que ilumina tu rostro son importantes para mí. Tú eres una obra de amor, un ser creado con un propósito único, destinado a experimentar la vida en toda su riqueza y profundidad. No hay nada en ti que sea un error, pues cada detalle de tu existencia es valioso y significativo.

Sé que los desafíos de la vida pueden parecer abrumadores. Entiendo que la mortalidad y la incertidumbre que conlleva pueden despertar en ti un sinfín de emociones y preguntas difíciles. Pero quiero que recuerdes algo muy importante: cada día que te levantas, cada aliento que tomas, tiene un propósito. Aunque en ocasiones te parezca que las pruebas que enfrentas no tienen sentido, ten la certeza de que, en las mismas, se esconde una oportunidad para aprender, crecer y amar más profundamente. La vida no fue diseñada para ser fácil o carente de dificultades, pero en sus imperfecciones se encuentran lecciones valiosas que enriquecen tu alma y te conectan más íntimamente conmigo y con los demás.

El dolor y las dificultades, aunque duros de afrontar, no definen la totalidad de tu existencia. Son una parte del camino, pero no el destino final. Quiero que sepas que, incluso en los momentos más oscuros, cuando las sombras parecen interminables, la luz nunca deja de brillar. Esa luz está en el amor que te rodea, en la esperanza que puede renacer en tu corazón y en la belleza que habita incluso en los lugares más inesperados. Esa luz también eres tú, con tu capacidad de sembrar bondad, de conectar con otros y de reflejar mi amor en tus acciones diarias.

En los instantes en que te sientas perdido o desconectado, recuerda que nunca estás solo. Yo estoy contigo siempre, en cada paso que das, incluso cuando crees que me has perdido de vista. Te acompaño en tus alegrías y en tus penas, en tus logros y en tus caídas, ofreciéndote mi amor incondicional y mi guía para que encuentres el camino hacia la paz y la plenitud.

Vivir plenamente no significa huir de las dificultades ni pretender que la vida sea un constante estado de felicidad. Vivir plenamente es aprender a enfrentar los desafíos con valentía, a encontrar significado incluso en las pruebas más duras y a valorar las pequeñas maravillas que te rodean cada día. Te invito a buscar en lo cotidiano aquello que despierta en ti gratitud y alegría: una mirada amable, el aroma fresco de la tierra después de la lluvia, una conversación sincera, o un simple momento de silencio en el que puedas sentirte en conexión conmigo.

La mortalidad, aunque difícil de aceptar, es un recordatorio de que cada instante que tienes es un regalo. No temas a la muerte, pues es una parte natural del ciclo de la vida. Pero mientras tus días estén llenos de vida, quiero que los vivas con entusiasmo, con amor, con valentía y con un propósito claro. Aprovecha cada oportunidad para dejar huellas positivas en el mundo, para construir relaciones genuinas, para soñar sin límites y para disfrutar del milagro que es simplemente existir.

Hijo mío, no dudes de mi presencia y de mi amor infinito por ti. En los momentos de duda, cierra los ojos y siente la fuerza de mi amor sosteniéndote. En los días de alegría, celebra la vida con el corazón abierto. Y en los tiempos de incertidumbre, confía en que, aunque no siempre puedas ver el camino con claridad, estoy aquí para guiarte y caminar contigo.

Abre tus ojos al presente, porque el hoy es el mayor regalo que puedes recibir. Permite que la belleza y la bondad que hay a tu alrededor te envuelvan, y deja que mi amor sea la luz que ilumina tu camino, incluso en los días más oscuros. Siempre estoy aquí, deseando que encuentres la paz, la alegría y la plenitud que tanto buscas.

Con un amor eterno e incondicional, 

Tu Padre que te ama.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


miércoles, 11 de junio de 2025

¡Que se le va a hacer!

 



Aceptar lo que no podemos cambiar: el arte de no perder energía en lo externo. 

          ¡Qué se le va a hacer! Esta expresión, común en nuestra cotidianidad, encierra una sabiduría profunda: la capacidad de aceptar aquello que escapa a nuestro control. La vida está llena de situaciones inesperadas, decisiones ajenas que afectan nuestro camino y circunstancias externas que desafían nuestra tranquilidad. Y, sin embargo, nuestra reacción ante estos eventos es lo que define el impacto que tendrán en nuestro bienestar. 

En un mundo en el que tantas variables escapan a nuestro control, es fácil caer en la trampa del lamento, la queja y el enfado. Pero, ¿de qué sirve lamentarse si la causa del malestar proviene de un factor externo? Ese lamento no cambia la realidad y, en muchos casos, solo consigue alejarnos de nuestro centro emocional y drenarnos de energía valiosa. 

La clave está en distinguir entre lo que podemos cambiar y lo que simplemente debemos aceptar. Vivimos en un mundo de constante movimiento, donde las circunstancias se transforman sin previo aviso. Intentar resistir el flujo natural de los acontecimientos solo nos lleva a la frustración. Aprender a soltar, aceptar y fluir nos permite mantener nuestra energía enfocada en lo que sí está en nuestras manos. 

El filósofo estoico Epicteto decía que no podemos controlar los eventos externos, pero sí nuestra percepción de ellos. Este enfoque nos invita a asumir la responsabilidad sobre nuestras emociones y reacciones. En lugar de quedar atrapados en la frustración, podemos encontrar maneras de reinterpretar la situación y ver oportunidades en lo que, inicialmente, parecía ser un obstáculo. 

¿Qué podemos hacer cuando nos enfrentamos a situaciones que escapan a nuestra voluntad? Lo primero es reconocer la naturaleza de los eventos y preguntarnos si realmente tenemos el poder de cambiar algo. Si la respuesta es negativa, la mejor opción es aceptar y buscar cómo adaptarnos. La aceptación no significa resignación, sino inteligencia emocional: entender que nuestra energía tiene un mejor uso cuando la enfocamos en lo que sí podemos mejorar. 

Otro aspecto fundamental es la gestión de emociones. La ira, la frustración y la desesperanza pueden surgir cuando sentimos que no tenemos control sobre algo importante. Pero, en lugar de dejarnos arrastrar por estas emociones, podemos aprender a observarlas, entenderlas y luego dejarlas ir. Técnicas como la meditación, la escritura reflexiva y la conversación con personas de confianza pueden ayudar a procesar estos sentimientos sin que se conviertan en una carga permanente. 

Aceptar lo que no podemos cambiar no significa renunciar a la acción. Al contrario, nos libera para tomar decisiones más sabias y centradas. En vez de perder energía en la queja, podemos canalizar nuestros esfuerzos hacia aspectos de nuestra vida que sí dependen de nosotros: nuestras relaciones, nuestra actitud, nuestros proyectos y el crecimiento personal. 

A lo largo de la historia, grandes pensadores y líderes han aprendido esta lección. Desde los estoicos hasta los líderes espirituales, pasando por figuras que han enfrentado grandes adversidades, la clave del bienestar ha estado en su capacidad de aceptar la realidad y transformar su enfoque. 

En última instancia, se trata de una elección: podemos aferrarnos a la frustración o podemos liberar nuestra mente y nuestra energía para avanzar. Optar por la segunda opción nos permite vivir con mayor ligereza, reducir el estrés y centrarnos en lo que verdaderamente importa. 

Así que, ante los desafíos externos, recordemos la sabiduría de la frase: ¡Qué se le va a hacer! No como un acto de rendición, sino como un reconocimiento de nuestra capacidad de adaptación y fortaleza interior.