¿Quién
ha dicho a nadie que su misión en esta vida sea ejercer de juez, ejercer de
crítico, o ejercer de comentarista de la vida del resto del mundo?, posiblemente nadie, y sin embargo, existen
muy pocas conversaciones en las que no se juzgue a alguien, o no se le
critique, o no se opine sobre lo que sería mejor para la vida de esa persona.
Cualquier juicio, cualquier opinión,
cualquier crítica, no es más que un reflejo de la propia persona, no es más que
un reflejo de sus pensamientos, no es más que un reflejo de sus creencias.
Pero, los pensamientos y las creencias
de cada uno, ¿Por qué han de ser aplicables al resto del mundo? Los
pensamientos y las creencias de las personas no son más que una manifestación
de su nivel de evolución, no son más que una manifestación de su carácter, y en
ningún caso sirven para ninguna otra persona, porque cada persona está en un
nivel de evolución determinado, cada persona vive una circunstancia específica en
su vida, distinta a cualquier otra.
Para que se termine el juicio, la
opinión y la crítica, sólo hay que aplicar una regla, el respeto. Cuando se
respeta se acepta, y ante la aceptación todo está bien. Cualquier cosa que haga
cualquier persona, ha de ser aceptado y respetado, porque es algo que pertenece
a su vida, a su aprendizaje y su evolución.
Te propongo un ejercicio sencillo,
dedica un día a vivir sin juzgar, sin criticar y sin opinar lo que hagan los
demás, a mirar con otros ojos, a respetar y aceptar cualquier cosa que hagan
las personas de tu entorno, a colocarte en su lugar. Ni tan siquiera tienes que
comprender, solo respeta y acepta.
Con la práctica, te acostumbrarás a
observar las acciones de los demás como observas un día de sol, o las flores, o
el vuelo de los pájaros, sin que te afecte lo más mínimo.
Cuando consigas incorporar a tu vida el
respeto y la aceptación, vas a sentirte libre, ya que el ejercer de juez
permanentemente es agotador.