Querido hijo:
Reconocer y aceptar
vuestra divinidad es una labor personal e íntima. Es un sendero solitario que
cada uno de vosotros debe recorrer. Sin embargo, no os he dejado desprovistos
de ayuda. Contáis con dos guías. Una de ellas reside en vuestro interior: es la
intuición, esa voz delicada que susurra en lo profundo de vuestra conciencia,
pero que a menudo pasa desapercibida debido al ruido constante que generan
vuestros propios pensamientos. La segunda guía proviene de fuera: son las enseñanzas
y los consejos ofrecidos por las religiones, todas las cuales, en su esencia,
buscan acercaros a Mí, aunque empleen caminos distintos.
Para llegar a todas
estas conclusiones, debéis utilizar vuestra mente. La mente es una herramienta
poderosa, pero también puede ser caprichosa. Si la dejáis actuar sin control,
puede conduciros por caminos oscuros y tortuosos. Dominarla es esencial, y
paradójicamente, el único instrumento capaz de someterla es la propia mente.
Sí, hijo mío, sé que parece un enigma, pero la fuerza de la mente bien dirigida
es también la clave para dominarla.
A menudo os preguntáis
por qué permito el sufrimiento y el dolor en vuestras vidas. Permíteme
explicarlo de forma sencilla. Yo soy responsable de la Creación; y como la
Creación es demasiado vasta para ser comprendida por vuestra mente, imagina una
tarta de cumpleaños. Si tomas una porción y la desmenuzas, descubrirás que cada
miga conserva el mismo sabor y esencia de la tarta original. Pues bien, si Yo
soy la tarta, cada una de esas migas es un alma, creada a Mi imagen y
semejanza. Mi papel como Creador termina allí, ya que cada alma tiene libre
albedrío desde el primer instante de su existencia.
El alma elige
encarnarse en un cuerpo físico, y también elige el aprendizaje que desea
alcanzar en esa vida. Vuestras victorias y derrotas son partes esenciales de
esa experiencia humana, todas ellas inscritas en un Gran Plan, diseñado
cuidadosamente para cada una de las almas que transitan por la materia. Este
Plan de Vida no es aleatorio; es vasto, intrincado y abarca tanto vuestro
pasado eterno como vuestro presente y futuro infinitos. Cada experiencia en
vuestra vida tiene un propósito; cada desafío, cada alegría y cada tristeza
forman parte de vuestro crecimiento espiritual.
Las emociones que
experimentáis -ya sean alegría, dolor o sufrimiento-no son más que la respuesta
de vuestra mente ante los acontecimientos. Comprendo, más de lo que imaginas,
el dolor que puedes sentir ante la enfermedad o pérdida de un ser querido. Pero
recuerda, esas experiencias no son castigos, sino oportunidades de aprendizaje,
crecimiento o, en ocasiones, para redimir deudas kármicas.
Es fundamental
trabajar los pensamientos y buscar la serenidad mental. Si aceptáis las
circunstancias con amor y fortaleza, en lugar de resistirlas con sufrimiento,
os liberaréis del peso emocional que os detiene y podréis entregar lo mejor de
vosotros mismos, tanto para vuestro bienestar como para el de quienes os
rodean.
La clave es el amor.
Aprende a amar como Yo os amo, y descubrirás el propósito más profundo de tu
existencia.
Con
todo mi amor.
CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo