Capítulo XIII. Parte 2. Novela "Ocurrió en Lima"
La oficina de recursos humanos se encontraba en la planta superior, justo al lado del espacio que ocuparían las nuevas oficinas de informática.
El
señor Ramírez era un señor bajito, regordete y calvo. Un espléndido bigote
adornaba su cara en la que destacaba, además del bigote, unos grandes ojos
negros que parecían escudriñar todo. Era un hombre, que debía rondar la
sesentena, afable, educado, respetuoso y servicial.
Durante
dos horas permanecí con el señor Ramírez repasando el contrato y completándolo
con la información de mis datos personales. Allí me enteré cual sería mi
sueldo, ¡cinco veces mayor que el que tenía en mi antiguo trabajo!
Mientras
el señor Ramírez bajaba al despacho del señor Moretti para que este firmara el
contrato, pasé al que sería mi despacho. Había una antesala en la que se
ubicaría mi asistente. Estaba claro que nadie iba a pasar a mi despacho sin que
antes la persona que estuviera en dicha antesala le diera su visto bueno. Una
vez pasado ese filtro se llegaba al que iba a ser mi despacho. Era una sala de
unos 15 metros cuadrados con un gran ventanal que daba a la calle. Delante del
ventanal se encontraba la mesa, un sillón, que parecía muy cómodo, y una
estantería repleta de carpetas, todas iguales, rotuladas en el canto con el
nombre de cada una de las oficinas que la empresa tenía repartidas por todo el
país. No faltaba ningún detalle, teléfono, lápices, hojas de papel, en fin,
todo lo que se puede necesitar en una oficina, excepto computadora.
- Las
computadoras, tanto la suya como la de todo su departamento, serán las que
ustedes vayan retirando de las oficinas, -era la voz de Claudia, la asistente
del señor Moretti- que entraba en ese momento en la sala.
>>
Saliendo de su despacho a la derecha están las oficinas que ocupará su
personal, vamos a verlas, si le parece.
- Sí,
vayamos, gracias, -y salí tras ella para terminar que conocer el espacio que
ocuparían las personas de mi nuevo departamento.
El espacio parecía muy acogedor. Equipado con
mamparas de un metro de altura, podían trabajar, de manera cómoda, 15 personas.
En la
misma planta se encontraba una sala de juntas con capacidad para 20 personas,
baños separados, de hombres y mujeres, y una sala de descanso equipada con una
especie de cocina en la que había un microondas, una cafetera y una maquina
dispensadora de agua fría, natural y caliente.
- Cuando
el señor Moretti encargó el microondas, -comentó Claudia- todos pensamos que
era un gasto inútil y, sin embargo, es una de las piezas que más se utiliza.
Nos viene muy bien para calentar la comida los días que estamos agobiados de
trabajo y no nos da ni tiempo de salir a comer o para los que prefieren
calentar la comida que traen de casa en lugar de comer en cualquier cafetín.