Capítulo III, parte 4. NOVELA "Ocurrió en Lima"
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Casi de inmediato volvió a la sala-
Pues me han dado fiesta el resto de la tarde. Mi paciente ha cambiado la visita
y ya no tengo más.
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Lo siento –supongo que debía de ser
incómodo que diez minutos antes de una cita la anulen.
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No te preocupes, estoy acostumbrada.
Estas cosas pasan con más frecuencia de la que te imaginas. ¿Por dónde íbamos
cuando sonó el teléfono?
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Hablabas del libre albedrío. Pero no
quiero molestarte más. Creo que es hora de irme, haciendo uso de mi libre
albedrío, valga la redundancia. Mi trabajo ha terminado, aunque no he hecho
nada, porque la computadora funciona correctamente.
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No me molestas y ya has oído que tengo
toda la tarde libre. Pero si tienes otras cosas que hacer, espera que te pago
–parecía decepcionada.
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No me debes nada. La computadora estaba
bien y ha sido un placer tomar el té contigo. Además, somos vecinos, no he
venido de lejos, vivo a dos cuadras de tu casa –mi pensamiento, que no pierde
una sola ocasión para mortificarme, dijo de inmediato: “Pues si trabajas por tu
cuenta y regalas todas las visitas vas a pasar mucha hambre”.
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No, por favor. No puedo aceptarlo, es
tu trabajo.
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Indhira, soy muy terco. No te voy a
cobrar.
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De acuerdo, pero hagamos un
intercambio. Yo te hago una terapia a cambio. ¿Qué te parece?
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Está bien, pero no se me ocurre que
puedes hacerme. Yo me siento bien –y era cierto. Aunque mi pensamiento, de
inmediato, encontró su razón: “Tienes miedo”.
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Podemos hacer una regresión –fue la
respuesta de Indhira.
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Disculpa mi ignorancia, pero no sé qué
es una regresión –en realidad, era la primera vez que escuchaba la palabra. Sé
que regresar es volver, pero no se me ocurría asociarla a nada de lo que
pudiera hacer Indhira.
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La regresión es una técnica que se
utiliza para hacer que una persona recuerde acontecimientos de otras vidas –e
Indhira continuó con su explicación- se puede realizar como terapia para entender
el origen de traumas o problemas psicosomáticos o, también, como curiosidad.
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¿Cómo se llega a esos recuerdos? –tengo
que reconocer que me daba un poco de respeto hurgar en otras vidas, si es que
esas existían.
Entre Ángel y esta mujer estaban desmontando mis creencias.
Que si somos una chispa de la Energía Divina, que todos somos iguales, que
estamos naciendo y muriendo hasta que aprendamos a amar, que Dios no interviene
en nuestras vidas, que cuando venimos a la vida lo hacemos con una programación,
que una vez en la vida desconocemos, que tenemos libertad de acción y ni el
mismo Dios sabe cuáles serán nuestras elecciones. Y, ahora, para colmo, que
podemos recordar vidas anteriores con una simple técnica.
Se me ocurre pensar que somos como
conejillos de indias correteando en una gran jaula que se llama Tierra, pero
sin saber cómo hemos llegado aquí ni adónde nos dirigimos en nuestras
correrías. Aunque creamos que si sabemos tras qué corremos. Lo podemos llamar
felicidad, estabilidad, tranquilidad y, para conseguirlo, vamos tras el dinero,
que es lo que consideramos primordial para vivir esa felicidad, de la misma
manera que los conejillos de indias van tras los ramos de apio.
Esto que parece una enseñanza esencial,
¿cómo puede ser que no lo enseñe nadie? Y, como nadie nos enseña, en lugar de
aprender a amar, nos dedicamos a lo contrario, permitiendo que a nuestro
alrededor exista el hambre, la desigualdad, el miedo, la guerra, el odio, la
envidia o la enfermedad, solo por mencionar alguno de los males con los que
convivimos en nuestra sociedad.
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Se puede llegar a través de hipnosis
–respondió Indhira, sacándome de mis pensamientos- pero yo lo hago son una
simple relajación.
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Indhira, no te rías de mí, pero creo
que tiene razón mi pensamiento. Me da un poco de miedo –no me quedó más remedio
que reconocerlo.
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No hay razón para tener miedo, te lo aseguro
–lo decía seria y de manera convincente- Vamos a estar conversando, como ahora,
solo que estarás acostado en la camilla y algo más relajado que ahora porque,
en realidad, pareces un poco tenso y eso que te has ido soltando. Si necesitas
ir asimilándolo podemos hacerla otro día, no hace falta que sea hoy.
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Si, gracias. Creo que necesito
asimilarlo –sentí un gran alivio de no hacerla en ese momento- ¿Cuándo te va
bien?
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¿Qué haces el sábado?, porque yo tengo
todo el día libre.
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Yo tengo libre cada día, estoy sin
trabajo. Me parece bien el sábado, ¿a qué hora te va bien? –creo que me estaba
envalentonando.
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Teniendo en cuenta que necesitamos
entre dos y dos horas y media, ¿qué te parece a las nueve y media?
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Pues no se hable más, a las nueve y
media me tienes aquí –hoy es miércoles, así que tengo dos días para hacerme a
la idea.
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Perdona –dijo Indhira- no quiero
meterme donde nadie me llama, pero ¿cómo puede ser que no tengas trabajo cuando
la informática, hoy, la necesita todo el mundo?
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Porque la empresa donde trabajaba cerró
y aun no encuentro nada –no le comenté sobre mi falta de fe, ¿para qué?
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¡Ah!, creía que te dedicabas de manera
independiente. ¿Por qué no lo haces?
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Es una idea que me ronda la cabeza e,
incluso tu llamada me pareció una especie de señal de que tenía que hacerlo.
Sí, tengo que pensarlo ya, porque no me apetece mucho tener un jefe –mientras
decía esto me daba la sensación de que en mi interior ya estaba tomada la
decisión, solo tenía que llegar a la parte consciente.
Aun
estuvimos hablando dos horas más. En ese tiempo, dos desconocidos, que se
sueltan y se sienten cómodos, que fue lo que nos ocurrió a nosotros, pueden
hablar de muchos temas. Ella supo de mí que estaba soltero, que vivía solo en
un departamento y que le tenía miedo al amor, como ella dedujo. Yo no estaba,
para nada, de acuerdo con sus deducciones y tuvimos un extenso intercambio de
opiniones sobre el tema. Al final, creo que ella tenía razón y que tenía mucho
miedo a comprometerme.
Indhira
tiene treinta años. Nacida en Lima, es psicóloga y mientras estudiaba en la
universidad Mayor de San Marcos fue realizando los cursos y talleres de masaje,
de maestría Reiki, de terapeuta de Sat Nam Rasayan y de terapeuta de
regresiones. Al finalizar la carrera, en lugar de poner un despacho como
psicóloga, puso en centro de terapias y masajes.
Vive
sola, desde hace cinco años, después de mantener una relación de tres años que
terminó de manera abrupta cuando llegó a casa y se encontró a su pareja en la
cama con una amiga suya de la infancia. Desde entonces no ha vuelto a tener, no
solo una relación, sino que, ni tan siquiera, una sola cita. En su caso, ella
misma reconoce que tiene pánico a comenzar una nueva relación y que no pasa por
su cabeza ni una sola vez. Lleva cinco años sola y dice que se ha acostumbrado
a ser la dueña de sus tiempos. Los domingos va a almorzar a casa de sus padres
que, también, viven en Lima y se reúne toda la familia que, además, de sus
padres la componen un hermano mayor, casado con dos hijos, y una hermana casada
que, en la actualidad, está embarazada. Indhira es la pequeña.
Eran
las seis cuando salía de su casa. Ya había caído la noche sobre Lima. La
computadora no había vuelto a presentar ningún fallo. Esta era otra cosa
extraña para añadir al curriculum de Ángel, ya que parece que el fallo solo se
produjo para que Indhira y yo nos conociéramos. ¿Habría sido él el responsable
de la falla de la computadora? Ese hombre es especial.
En la
salida dejamos el formulismo de darnos la mano y nos dimos un casto beso en la
mejilla, quedando emplazados para el sábado a las nueve y media de la mañana.
Estaba
muy confundido. No estaba seguro de que es lo que había pasado cuando me encontré
con Indhira. Se paralizó el mundo, incluidos mis pensamientos, ya que fue como
si toda la energía se concentrara en mis ojos para poder escudriñar, con total
atención, a través de su mirada y sumergirme en su interior. Yo sabía que no la
conocía de nada, sin embargo, la sensación era de familiaridad. Era como ese
amigo al que no ves desde que se acabó el colegio y, un día, al reencontrarle
es como si no hubiera pasado el tiempo.
“Pero
tampoco la conoces del colegio”, terció mi pensamiento que no perdía
oportunidad de martirizarme y, siguió: “puede ser que la conozcas de otra vida.
Búscala el sábado cuando hagas la regresión”. Parece que mi pensamiento sabía
más de regresiones que yo.
Me
apetecía caminar, antes de volver a casa, y aproveché que tenía que comprar
algo de comida para dar un paseo hasta un súper lo suficientemente alejado para
poder pasear, al menos tres cuartos de hora.
En el
paseo hice un repaso de mi encuentro con Indhira. Tenía claro que me había
impresionado. Había estado muy cómodo con ella y hasta me hacía ilusión saber
que en dos días íbamos a volver a encontrarnos. Aunque sentía un cierto temor
por el tema de la regresión, me tranquilizaba su comentario de que era como
mantener una conversación.
Lo que
sí tenía claro era el asunto laboral. Estaba decidido: iba a trabajar por mi
cuenta y por intentarlo no perdía nada. Solo necesitaba un teléfono para que
las personas pudieran contactarme y para que esas personas pudieran saber de mi
existencia decidí hacer una página web y anunciarme, también, en las redes
sociales. En cuanto llegara a casa me ponía manos a la obra.
Así
fue. Una vez en casa, a la vuelta del súper, me puse en la tarea de
confeccionar la página. Era sencilla y al mediodía del jueves estaba concluida
y colgada en la red. Ahora solo faltaban los clientes.
Me
sentía expectante por la llegada del sábado, aunque no sabría muy bien decir si
era por la regresión o por volver a ver a Indhira.
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“Eres un falso” -se apresuró a
sentenciar mi pensamiento-. ”Sabes muy bien que solo es por Indhira y que si
pudieras no hacer la regresión, sería un alivio para ti”.
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“No es cierto” -ya estaba otra vez a la
gresca con mi pensamiento, “Podría no volver a ver a esa chica y no pasaría
nada, seguro que no pensaría en ella ni un minuto, el tema es que hemos quedado
para el sábado y es normal que piense”.
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“Está bien” -concluyó el pensamiento-,
“si quieres engañarte, es problema tuyo, mejor sería que reconocieras que te
gusta y, por cierto, ya es hora de que te guste una mujer, estaba empezando a
creer cosas extrañas, debes de ser el único hombre del mundo que con treinta y
siete años solo haya hecho el amor en dos ocasiones y, de eso, hace tanto
tiempo que ya no te debes acordar”.
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“Se acabó” -le dije al pensamiento y,
de inmediato me puse a tararear una canción para que el pensamiento no tuviera
ni un solo resquicio por el que imponer su dictadura.
En la Página NOVELA "Ocurrió en Perú", puedes leer completos los capítulos I, II y III.