El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
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sábado, 1 de noviembre de 2025
sábado, 9 de agosto de 2025
Despertar en silencio
Hijo mío:
No estás lejos de mí,
aunque a veces lo sientas así. No estás perdido, aunque el mundo parezca
desmoronarse a tu alrededor. No estás fallando, aunque creas que no has
alcanzado el nivel espiritual que esperabas. Lo que tú llamas contradicción, yo
lo llamo humanidad. Lo que tú llamas debilidad, yo lo llamo sensibilidad. Lo
que tú llamas incoherencia, yo lo llamo sinceridad. Porque solo un alma
despierta puede sentir como tú sientes. Solo un corazón abierto puede dolerse
por el sufrimiento ajeno como tú lo haces.
No te juzgues por no
ser perfecto. No te castigues por no estar siempre en paz. La evolución
espiritual no es una línea recta, ni una meta que se alcanza y se conserva. Es
un camino sinuoso, lleno de curvas, de retrocesos, de momentos de luz y de
sombra. Y tú, hijo mío, estás caminando con valentía. Estás mirando de frente
lo que muchos prefieren ignorar. Estás sintiendo lo que muchos han anestesiado.
Estás preguntando lo que muchos han dejado de cuestionar. Eso, en sí mismo, es
un acto de amor.
Comprendo tu dolor al
mirar el mundo. Yo también lo veo. Yo también lo siento. Pero no lo veo desde
la desesperanza, sino desde la totalidad. Tú ves fragmentos, momentos
congelados en el tiempo, escenas que parecen absurdas y crueles. Yo veo el
tejido completo, el entrelazado de millones de almas que están aprendiendo,
creciendo, despertando. Incluso en medio del horror, hay semillas de compasión
que germinan. Incluso en medio de la guerra, hay gestos de ternura que desafían
la lógica del odio.
El sufrimiento humano
no es castigo, ni prueba, ni error. Es parte del proceso de recordar quiénes
somos. Cada alma que encarna en este mundo lo hace con un propósito, aunque a
veces ese propósito se pierda entre el ruido del ego, del miedo, del poder.
Pero nada se pierde realmente. Todo se transforma. Todo vuelve a mí. Incluso
los actos más oscuros, incluso las decisiones más dolorosas, son parte de un aprendizaje
que, tarde o temprano, conduce a la luz.
Tú me hablas de
Palestina, de Ucrania, de España. Y yo te digo: sí, hay dolor. Sí, hay
injusticia. Sí, hay confusión. Pero también hay almas que están despertando.
Hay corazones que están eligiendo amar en medio del caos. Hay seres que están
recordando que todos son uno, que no hay fronteras en el espíritu, que no hay
razas en el alma, que no hay religiones en el amor. Tú eres uno de ellos. Tú
eres parte de esa red silenciosa que sostiene al mundo desde la compasión.
No te pido que salves
el mundo. No te pido que cargues con el dolor de todos. No te pido que seas un
héroe. Solo te pido que seas tú. Que sigas sintiendo. Que sigas preguntando.
Que sigas enseñando, aunque a veces te sientas incoherente. Que sigas
meditando, aunque a veces tu mente esté agitada. Que sigas amando, aunque a
veces tu corazón esté cansado. Porque cada acto de conciencia, por pequeño que
sea, tiene un impacto que tú no puedes medir. Cada pensamiento de paz que
emites, cada palabra de consuelo que ofreces, cada gesto de bondad que
realizas, es una chispa que ilumina el tejido del universo.
No estás solo frente a
la pantalla de la televisión. Yo estoy contigo. Y también están contigo
millones de almas que, como tú, sienten, sufren, se preguntan, se duelen. No
estás solo en tu indignación. No estás solo en tu tristeza. No estás solo en tu
deseo de un mundo más justo. Esa soledad que a veces te invade es solo una
ilusión. En realidad, estás profundamente conectado. Estás entretejido con todos
los que buscan la verdad, la paz, la justicia. Aunque no los veas, aunque no
los conozcas, están contigo.
¿Debes convertirte en
activista? ¿Debes quedarte en silencio? ¿Debes actuar o contemplar? No hay una
única respuesta. Cada alma tiene su llamado. Algunos luchan desde la acción
directa. Otros desde la oración. Otros desde el arte. Otros desde el servicio
silencioso. Lo importante no es el cómo, sino el desde dónde. Si actúas desde
el amor, estarás cumpliendo tu propósito. Si contemplas desde la compasión,
estarás sembrando luz. Si sufres desde la empatía, estarás sanando heridas que
no ves.
No te exijas ser más
de lo que ya eres. No te compares con ideales que solo generan culpa. Tú eres
mi hijo amado, tal como eres. Con tus dudas, con tus contradicciones, con tu
sensibilidad. No necesitas demostrar nada. No necesitas alcanzar ningún nivel.
Solo necesitas recordar que estás aquí para amar. Y eso ya lo estás haciendo.
Sigue escribiéndome.
Sigue hablándome. Sigue buscándome. Porque yo siempre te escucho. Siempre te
acompaño. Siempre te sostengo. Incluso cuando no lo sientes. Incluso cuando
crees que estás solo. Yo estoy en ti. En tu mirada. En tu voz. En tu silencio.
En tu dolor. En tu esperanza.
Y recuerda, hijo mío:
el mundo no está perdido. Está en proceso. Está en tránsito. Está despertando.
Y tú eres parte de ese despertar.
Con amor eterno.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
viernes, 8 de agosto de 2025
El grito del hombre
Querido
Dios:
¡Qué paradoja tan
dolorosa! Enseñar a otros a aceptar lo que la vida les presenta, a fluir con
los acontecimientos, a encontrar paz en medio del caos… y yo, sin embargo, me
siento como una hoja arrastrada por el viento, golpeada por los vaivenes de la
existencia, sin rumbo claro ante los acontecimientos que se desarrollan en el
mundo. Me doy cuenta de que no siempre practico lo que predico, y eso me duele.
Me duele porque no es hipocresía lo que hay en mí, sino una profunda
vulnerabilidad que no sé cómo gestionar.
Asomarme a la ventana
del mundo, para mí, es comenzar a sufrir. No es una metáfora, es una
experiencia real. Cada vez que enciendo la televisión, cada vez que leo las
noticias, cada vez que escucho los relatos de quienes viven en carne propia el
horror, siento que algo dentro de mí se rompe. Me invade una tristeza que no sé
cómo transformar. Me siento impotente, pequeño, incapaz de comprender cómo
puede existir tanto dolor, tanta injusticia, tanta crueldad.
Me pasa cuando veo la
masacre que se está llevando a cabo contra el pueblo palestino. Me duele el
alma al ver cómo se extermina a una población civil, cómo se utiliza el hambre
como arma de guerra, cómo se asesina a miles de niños inocentes que no han
hecho más que nacer en el lugar equivocado, (si, ya sé que todos nacemos donde
decidimos nacer). Y lo más paradójico, lo más desconcertante, es que este
horror lo perpetra el pueblo judío, que no hace tantas décadas fue víctima de
uno de los genocidios más atroces de la historia. ¿Cómo puede repetirse el
ciclo del odio? ¿Cómo puede alguien que ha sufrido tanto convertirse en
verdugo?
Me pasa también cuando
contemplo las consecuencias de otra guerra injusta, (aunque, en realidad, todas
las guerras lo son), como la que se libra en Ucrania. ¿Cuánto daño puede causar
la ambición, el ego desmedido, la locura de un solo hombre? ¿Cuánto dolor puede
generar una decisión tomada desde el poder, sin tener en cuenta las vidas que
se destruyen, los hogares que se pierden, los sueños que se desvanecen? Me
cuesta entenderlo, Señor. Me cuesta aceptar que el sufrimiento humano pueda ser
tan fácilmente ignorado por quienes ostentan el control.
Y me pasa cuando
observo lo que ocurre en mi propio país, España. Me duele ver cómo un grupo
político, que se presenta como defensor de ciertos valores, promueve la
discriminación por raza, por religión, por origen. Me duele aún más saber que
millones de personas les votan, que millones de almas consideran legítimo ese
discurso de odio, de intolerancia, de exclusión. ¿Qué nos está pasando como
sociedad? ¿Dónde quedó la empatía, la compasión, el respeto por la diversidad?
Sé, en lo más profundo
de mí, que todo es parte de un proceso. Sé que cada alma está transitando el
camino que ha elegido, que cada experiencia tiene un propósito, que incluso el
dolor puede ser maestro. Pero eso no quita que duela. Eso no elimina la
sensación de desgarro que siento cuando contemplo el sufrimiento ajeno. Me
cuesta mantener la paz interior cuando el mundo parece arder en llamas. Me
cuesta sostener la fe cuando la injusticia se convierte en rutina.
Y entonces me
pregunto, Señor: ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi papel en medio de este caos?
¿Debo limitarme a lamentarme, a sufrir en silencio frente a la pantalla de la
televisión? ¿Debo convertirme en activista, en defensor de los derechos
humanos, en voz que denuncia y exige justicia? ¿O simplemente debo seguir
observando, sintiendo, sin saber muy bien cómo actuar?
No busco respuestas
ahora. Sé que vendrán en su momento. Solo quería compartir contigo este
torbellino que me habita. Esta mezcla de tristeza, impotencia, indignación y
amor profundo por la humanidad. Porque, a pesar de todo, sigo creyendo en el
ser humano. Sigo creyendo que hay luz en medio de la oscuridad. Sigo creyendo
que, en algún rincón del alma colectiva, aún late la esperanza.
Gracias por
escucharme, por sostenerme, por permitirme expresar lo que muchas veces callo.
Gracias por estar, incluso cuando no entiendo tus caminos.
Con
amor, tu hijo que aún busca comprender.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
martes, 29 de julio de 2025
Ni bueno ni malo
Cuando
alguien hace algo en contra de ti, piensa al momento que consideración sobre el
bien y el mal tenía cuando obró así en tu contra.
Nada
más que lo entiendas, te compadecerás de él, y ya no te asombrarás ni te
volverás a irritar, pues es posible que tu mismo consideres que aquello era un bien
para él o algo semejante.
Entonces
hay que comprenderlo.
Pero si ya no
consideras que cosas así sean buenas ni malas, te resultará aún más fácil ser
benévolo con el que te mira de reojo.
MARCO AURELIO
martes, 23 de enero de 2024
jueves, 18 de enero de 2024
viernes, 11 de noviembre de 2022
Sobre la compasión
Una de tantas frases bonitas que
circulan por la red de Mahatma Ghandi dice. “Las tres cuartas partes de las
miserias y malos entendidos, en el mundo, terminarían si las personas se
pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”.
Compasión es la capacidad de percibir
lo que otro ser humano pueda sentir. Compasión es la capacidad de sentir
aprecio por los demás y desear la liberación de su sufrimiento. Compasión es un
sentimiento de tristeza que se produce al ver padecer a alguien y que impulsa a
aliviar, remediar o evitar su dolor. Compasión es el deseo de que los demás
estén libres de sufrimiento.
En la compasión la alegría de los
otros es tu alegría, el sufrimiento de los otros es tu sufrimiento, el éxito de
los otros es tu propio éxito y su fracaso el tuyo. En definitiva, la historia
de los otros es tu historia. Esto es Unidad, con la compasión se acaba la
separación y se vive la Unidad. Con la compasión vivimos, aceptamos y
entendemos que todos somos hermanos, que todos somos la misma cosa, que todos
somos Hijos de Dios.
La compasión nos libera de la ilusión
que nos aprisiona en nuestra propia experiencia individual, ya que se enfoca en
descubrir las necesidades y padecimientos de las personas, con una actitud de
servicio. La compasión nos lleva a escuchar y a comprender a las personas, nos
lleva a ponernos en los zapatos del otro, con lo cual entendemos cada razón,
cada causa, y eso hará que se dejen atrás los juicios, ya que juzgar y criticar
son procesos de la mente, mientras que la comprensión que deriva de la
compasión es un proceso del corazón.
La compasión hace aflorar otras
virtudes en las personas: Generosidad y servicio, ya que se ayuda sin esperar
nada a cambio, y se pone a disposición de la persona que sufre tiempo y
recursos personales. Sencillez, porque no se hace distinción entre las personas
por su condición social. Solidaridad, al sentir que los problemas del otro son
problemas propios. Comprensión, por entender las razones de los demás.
Sin embargo, la compasión no debe
crear dependencia hacia la persona que sufre, ni debe generar sufrimiento por
el sufrimiento del otro. La compasión nos debe de llevar a ayudar, a acompañar,
a servir, pero desde un sentimiento de paz, desde un sentimiento de serenidad.
Sólo así podremos ser útil al que sufre, de otra forma nos convertiríamos
nosotros mismos en objeto de compasión.
jueves, 20 de octubre de 2022
Cómo vivir desde el corazón (3 de 3)
Como mantener una mente meditativa durante todo el día es una tarea harto difícil, mantén también la atención en todos los procesos de tu mente. Observa cómo se comporta tu mente, para dar prioridad a algunas de las energías del corazón: Intuición, desapego, compasión, ecuanimidad, amor.
La
intuición es la voz del corazón. Es un murmullo constante. Sentirla es una
señal clara de que la mente comienza a serenarse, ya que el ruido de la mente
impide sentir cualquier otra cosa y aun menos un simple murmullo. Si llegas a
sentirlo, hazle caso, no dejes que la mente analice ese murmullo, ya que sino,
esta se encargará de desprestigiar a la intuición. Te va a decir que debes de
seguir su lógica, ya que es la lógica lo que la sociedad espera que sigas. Sin
embargo, la intuición es la voz del Yo Superior, es la voz del alma, y no hay
nada más objetivo, ya que no está contaminada por las propias creencias, ni por
los juicios que la sociedad está pronta a sentenciar.
Ecuanimidad
es encarar la vida, con todas sus vicisitudes, en calma y con tranquilidad, sin
perturbar la mente. Vivir desde el corazón es vivir la ecuanimidad, “todo está bien”. Para aprender a vivir
desde el corazón se consciente de tus críticas. Desde una mente crítica es
imposible vivir la ecuanimidad. Cuando entras en contacto con otras personas,
has de tener muy claro que tus ideas, tus opiniones, tus creencias, no están en
competencia con las ideas, opiniones y creencias de los otros, sino que todas
tienen el mismo valor para Dios, se complementan, se enriquecen. En la
ecuanimidad vas a entender y a respetar las creencias de los otros. Vas
sencillamente a valorar, a apreciar y a respetar al otro.
Vivir
desde el corazón, es vivir el desapego. El desapego no es un alejamiento frío,
hostil. No es una manera robótica de ir por la vida, absortos y, totalmente, indiferentes a la gente y a los problemas. No es una actitud de inocente dicha
infantil, ni un desentendimiento de lo que son nuestras verdaderas responsabilidades
hacia nosotros mismos y hacia los demás, ni una ruptura en nuestras relaciones.
Desapegarse
es liberarse o apartarse de una persona o de un problema con amor. Viviendo la
propia vida al máximo de capacidad y luchando para discernir qué es lo que se
puede cambiar y que no. Si no se puede solucionar un problema después de
intentarlo, seriamente, hay que aprender a vivir con ese problema o a pesar de
él. Y tratando de vivir felices, concentrándose en lo que de bueno tiene la
vida hoy, y sintiendo agradecimiento por ello. Aprendiendo la mágica lección de
sacarle el máximo provecho a lo que de bueno tiene la vida, ya que eso
multiplica lo bueno en la vida.
El
desapego implica "vivir el momento presente", vivir en el aquí y en
el ahora. Permitiendo que en la vida las cosas se den por sí solas en lugar de
forzarlas y tratar de controlarlas. Renunciando a los remordimientos del pasado
y a los miedos por el futuro. Sacando el mayor provecho a cada día, aceptando
la realidad, aceptando los hechos, aceptando y adentrándose en las experiencias.
Requiere fe en uno mismo, en Dios, en otras personas, en el orden natural y en
el destino de las cosas en este mundo.
Confía
en que todo está bien a pesar de los conflictos. Confía en que Dios sabe más
que tú. Él ha dispuesto lo que está sucediendo, y que puede hacer mucho más por
resolver el problema que tú. De modo que trata de no estorbar en su camino y
dejar que Él lo haga.
Las
recompensas que brinda el desapego son muchas: serenidad, una profunda
sensación de paz interior, la capacidad de dar y recibir amor de una manera que
nos enaltece y nos llena de energía, y la libertad para encontrar soluciones
reales a los problemas.
El
corazón es compasión. Vivir la compasión es vivir la unidad. La alegría de
otras gentes es la propia, el sufrimiento de otras gentes es el propio
sufrimiento, la historia de otras gentes es la propia historia. La compasión
acaba con la separación, liberando de la ilusión de la propia experiencia
individual.
Vivir
la compasión es escuchar y comprender a otras personas, profundamente, lo cual
ayuda a perdonar y a dejar atrás los juicios, ya que el juicio es un proceso de
la mente, mientras que la comprensión lo es del corazón. Así que cuando estés
con otras personas aprovecha la oportunidad para escuchar atentamente, para
comprenderlas, sin juzgarlas. De esta manera te vas a convertir en el amor que
buscas.
Y
ama. Empieza por ti. Amaté, respétate, valórate, acéptate. Para aprender a amar
utiliza la Regla de Oro: “Da a los demás lo que quieres para ti”. “No desees
para los demás lo que no deseas para ti”.
Acuérdate
de ser feliz.
















