Capítulo XIII. Parte 4. Novela "ocurrió en Lima"
Como
todavía no tenía asistente pasé por el despacho de la señora Claudia para
informarla de mi visita a la oficina “Uno de San Isidro”, y me fui para casa.
Camino
de casa iba pensando en que, después del almuerzo, iba a llamar a todos mis ex
compañeros para ver si les interesaba el trabajo. No creía que todos hubieran
conseguido ocuparse.
Una vez
en casa, comiendo lo primero que encontré en la refrigeradora, fui consciente
de que el miedo que me había consumido, solo dos días atrás, se había
transmutado en ilusión y responsabilidad. Hasta ahora pensaba que ya había
vivido suficiente miedo en el tema de las relaciones, imaginando una posible
ruptura, pero no había sido nada comparado con el terror al que me fue llevando
el pensamiento ante la posibilidad de fracasar si aceptaba el trabajo.
Había
experimentado que es vivir en el infierno y, no había necesitado bajar a las
calderas de Pedro Botero, lo había vivido aquí, en la vida. No había necesitado
morirme.
Puedo
decir bien alto, por la experiencia vivida, que el verdadero infierno está en
la persona, está en la mente, pues es ella la que va llevando al ego por los
vericuetos del pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la mente la
que, pensamiento a pensamiento, va desgranando ideas, creencias, desgracias,
males, sufrimientos y torturas, que hacen que la persona sufra un verdadero
infierno.
Son
esos pensamientos, creencias, males y desgracias las que vive realmente la
persona. Pero para mí eran reales. El dolor que yo he sufrido, el miedo, la
ansiedad o la angustia, solo han sido un producto de mi mente, porque nada está
ocurriendo, solo es mi apreciación. Ahora tengo claro que cuando consiga
mantener la mente en silencio habré alcanzado la dicha.
Si los
seres humanos consiguiéramos invertir la tendencia de nuestros pensamientos se
invertiría nuestra vida. Pasaríamos de ser infelices y de vivir atenazados por
el miedo, como me ha pasado a mí, a vivir, si no la felicidad, si un estado de
serenidad que debe de ser un estado muy próximo a la felicidad. Cambiaríamos la
tristeza por la alegría y la ansiedad por la paz interior.
Desde
luego, no es una tarea fácil que una persona pueda cambiar el pensamiento, pero
tampoco es imposible. Si yo lo he conseguido, al menos de momento, que soy el
paradigma del miedo, puede conseguirlo cualquiera. Mis herramientas han sido la
meditación, la atención, la oración y el canto de mantras. Espero conservarlas
para no volver a las andadas.