En
la batalla para encontrar a Dios,
tiene
el guerrero que luchar consigo mismo
y vencerse, sin sentirse derrotado.
Alfonso Vallejo
El
desconocimiento de la divinidad del hombre es, sin ningún género de duda, la
primera y principal razón de la infelicidad, del sufrimiento, y de la
insatisfacción del ser humano, solo por citar algunos de los males que aquejan
a la sociedad actual. Que son los mismos males que aquejaban a la sociedad
anterior y muy posiblemente los que sufrirán las sociedades futuras.
Pero, es más, ese desconocimiento es la
única causa de sus repetidas encarnaciones y de sus viajes de la esencia a la
materia. Porque la razón de tanta sinrazón, la razón de sus reencarnaciones, la
razón de tanta vida “que parece inútil” y de tanta muerte, sólo es para activar
el recuerdo de su divinidad y vivir en la materia como vive cuando se encuentra
al otro lado de la vida física.
El origen del hombre es Dios, y ese
será su destino. Y a pesar de tantas vidas absurdas, a pesar de todos los
intentos del ser humano por permanecer dormido, todos llegarán a Dios, más
pronto o más tarde, pero todos llegarán. Sin embardo, para llegar a Dios, hay
que encontrarle. Y hay que hacerlo en la vida física. Es aquí, en la materia,
donde el hombre ha de realizar su trabajo de exploración y de reencuentro con
Dios.
Es aquí donde el ser humano tiene que
luchar, en soledad, y mantener una lucha sin cuartel “con su mente contra su
mente”. En la batalla para encontrar a Dios, tiene el guerrero que luchar
consigo mismo y vencerse, sin sentirse derrotado.
El
hombre sin Dios es nada, es como una hoja movida por el huracán de su mente que
va posándose, de manera despiadada, sobre los deseos incumplidos, sobre los
amores rotos, sobre las enfermedades del cuerpo y las soledades del alma.
Es
tan profundo el sueño del hombre, que incluso los que sueñan con el despertar,
cuando entreabren los ojos, exclaman en su fuero interno “Ah, ya entiendo de
que se trata”, pero todo se queda en eso, en el entendimiento. Intelectualizan
el concepto de Dios, sin integrar en cada célula de su cuerpo el concepto de
que no sólo él es Uno con Dios, sino que también lo son todos los que le acompañan
en su viaje por la vida, lo son los que le acompañaron en anteriores viajes, y
los que le acompañarán en los siguientes.
Eso
quiere decir que todos somos lo mismo, que todos somos Hijos de Dios, que todos
somos Uno con Dios, es decir, que todos somos hermanos.
Para
el hombre que integra el concepto de Dios en cada célula se han acabado las
religiones, se han acabado las políticas, las razas, los nacionalismos, las diferencias de
clases, se han acabado los juicios y las críticas a sus hermanos. Porque
integrar el concepto de Dios en cada célula significa abrirse al Amor
Universal, significa abrirse a la compasión, a la misericordia, significa
olvidarse del perdón porque nunca se va a sentir ofendido, significa vivir como
si Dios estuviera frente a él, en cada ser humano, en cada animal, en cada
planta.
¡Que
tarea tan difícil nos hemos puesto los seres humanos!
Continuará……