Lunes 3 de octubre 2022
¡Caray!, cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que pasé por
aquí.
Y es que el día, cada vez, se me hace más corto, porque entre las
tareas, que me tocan, de la casa, y las terapias, se va una buena parte del
día. El resto lo paso escribiendo, pero como lo hago en varias ventanas a la
vez, asomarme al diario es, casi, la última opción.
Pero hoy mientras me duchaba ha pasado una idea por mi cabeza, (que no
es nueva), y que merece archivarse, con honores, en la intimidad de un babau,
es decir, aquí.
Se trata de la muerte.
Decía que no es nueva la idea, porque desde que tengo memoria
espiritual, es un tema recurrente.
Por memoria espiritual me refiero desde el momento que empecé a hacerme
preguntas sobre la vida, hace ya un buen puñado de años. Aunque parece que fue
ayer, porque ha pasado tan rápido, que es como si me hubiera comido la vida de
un tirón, sin sentarme a hacer una buena digestión.
Las preguntas eran las habituales que aparecen en todos los manuales:
¿qué hago aquí?, ¿estaría antes de nacer en algún lugar?, la muerte, tengo
claro, que es un final, pero ¿será, a la vez, un principio o una continuación
de algo?, ¿por qué parece la vida tan injusta, solo en función del lugar y la
familia de nacimiento?
Buscando la respuesta a esas preguntas leí infinidad de tonterías, y
otras, que no lo parecían tanto. Al final, me organicé una creencia a mi
medida, porque no creo que ninguno de los que deambulamos por la vida podamos
afirmar a ciencia cierta, sin temor a equivocarnos, donde estábamos antes de
nacer, como estábamos, si volveremos al mismo lugar a no, cual fue la razón por
la que nacemos y porqué unos nacen en un palacio y otros debajo de un puente.
Por supuesto, al ser mi creencia, la he organizado con una especie de
protección, (que no es de mi invención, ya que, también, aparece en todos los
manuales), para evitar el sufrimiento, en todo
lo que pueda, porque algún sufrimiento resulta casi inevitable. Lo que si
consigo con mi salvaguarda es que el sufrimiento
sea leve y de corta duración.
La protección tiene un nombre, se llama aceptación. El secreto para
vivir una vida feliz es aceptar todos y cada uno de los acontecimientos que se
van sucediendo en nuestra vida. Y mi frase fetiche o de culto es “todo está
bien”.
Pues con mi frase de culto, “todo está bien”, la muerte, que es, en
realidad, el motivo de este escrito, también está bien.
Vuelvo así al tema de la muerte que es la idea que resbalaba por mi
cuerpo con el agua de la ducha esta mañana.
Pero es un tema que voy a terminar mañana, porque son las once y media
de la noche. Para mi tardísimo, teniendo en cuenta que a las cinco ya estoy en
marcha con la primera terapia.
Martes 4 de octubre 2022
La idea que ayer me inundaba a la par que el agua era: ¿por qué las
personas le tendrán miedo a la muerte y no quieren que les llegue con lo
liberadora que es?
Entiendo que la muerte, en muchas ocasiones, viene precedida por la
enfermedad y, posiblemente, el dolor, pero la culminación de esa enfermedad con
la muerte es, sin lugar a dudas, la remisión de cualquier dolor, de cualquier
sufrimiento, de cualquier preocupación.
La muerte solo es un proceso más de la vida, en realidad, es el único
suceso seguro por el que tiene que pasar todo aquello que tiene vida.
No estamos preparados para morir, pero no debe de extrañarnos, porque
tampoco estamos preparados para vivir y, sin embargo, anunciamos a voz en grito
que estamos viviendo.
Según Elisabeth Kübler-Ross, que es una pionera en los estudios sobre la
muerte. Las personas en fase terminal suelen pasar por los siguientes cinco
estadios emocionales: Negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Si nos vamos, directamente, a la última etapa, la aceptación, utilizando
mi frase favorita “todo está bien”, nos ahorraremos un estado emocional que no
es el más alentador cuando aquello que tenemos frente a nosotros es la muerte.
En mi creencia, la muerte es el más fabuloso suceso que nos ocurre a los
que tenemos vida, porque nos devuelve al estado del que partimos
El problema estriba en el desconocimiento de la divinidad del hombre. Este
es, sin ningún género de duda, la primera y principal razón, no solo de la
infelicidad, del sufrimiento, y de la insatisfacción del ser humano, sino,
también del miedo a la muerte.
Pero, es más, ese desconocimiento es la única causa de nuestras repetidas
encarnaciones y de nuestros viajes de la esencia a la materia. Porque la razón de
tanta sinrazón, la razón de tantas reencarnaciones, la razón de tanta vida “que
parece inútil” y de tanta muerte, sólo es para activar el recuerdo de nuestra divinidad y vivir en la materia como vivimos cuando nos encontramos al otro lado de
la vida física.
El origen del hombre es Dios, y ese será su destino. Y a pesar de tantas
vidas absurdas, a pesar de todos los intentos del ser humano por permanecer
dormido, todos llegarán a Dios, más pronto o más tarde, pero todos llegarán.
Sin embardo, para llegar a Dios, hay que encontrarle. Y hay que hacerlo en la
vida física. Es aquí, en la materia, donde el hombre ha de realizar su trabajo
de exploración y de reencuentro con Dios.
Es aquí donde el ser humano tiene que luchar, en soledad, y mantener una
lucha sin cuartel “con su mente contra su mente”. En la batalla para encontrar
a Dios, tiene el guerrero que luchar consigo mismo y vencerse, sin sentirse
derrotado.
El hombre sin Dios es nada, es como una hoja movida por el huracán de su
mente que va posándose, de manera despiadada, sobre los deseos incumplidos,
sobre los amores rotos, sobre las enfermedades del cuerpo y las soledades del
alma.
Es tan profundo el sueño del hombre, que incluso los que sueñan con el
despertar, cuando entreabren los ojos, exclaman en su fuero interno “Ah, ya
entiendo de que se trata”, pero todo se queda en eso, en el entendimiento.
Intelectualizan el concepto de Dios, sin integrar en cada célula de su cuerpo
el concepto de que no sólo él es Uno con Dios, sino que también lo son todos
los que le acompañan en su viaje por la vida, lo son los que le acompañaron en
anteriores viajes, y los que le acompañarán en los siguientes.
Eso quiere decir que todos somos lo mismo, que todos somos Hijos de
Dios, que todos somos Uno con Dios, es decir, que todos somos hermanos.
Para el hombre que integra el concepto de Dios en cada célula se han
acabado las religiones, se han acabado las políticas, las razas, los
nacionalismos, las diferencias de clases, se han acabado los juicios y las
críticas a sus hermanos, se han acabado los miedos. Porque integrar el concepto
de Dios en cada célula significa abrirse al Amor Universal, significa abrirse a
la compasión, a la misericordia, significa olvidarse del perdón porque nunca se
va a sentir ofendido, significa vivir como si Dios estuviera frente a él, en
cada ser humano, en cada animal, en cada planta. Significa que se ha liberado
del miedo a morir.
La mayoría de los seres humanos, tienen terror a la muerte. Sin embargo,
la venida a la vida es muchísimo más aterrador, porque el alma libre, el alma
que recuerda, el alma que vive en el Amor, se ve constreñida en un cuerpo, a
merced de un ego amnésico y de una mente enfermiza, rodeada de una energía
oscura y pesada. Todo lo contrario de la vida al otro lado de la materia, que
es al lugar al que volvemos cuando se acaba la vida.