El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Honestidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Honestidad. Mostrar todas las entradas

martes, 29 de abril de 2025

Honestidad

 


Cuando una persona supera la altura media, se dice de ella que es alta, y seguirá siéndolo en cualquier circunstancia. Lo mismo sucede con quien tiene el cabello negro, rubio, los ojos verdes o azules. Estas características físicas permanecen inalterables, independientemente del lugar donde se encuentre o de las personas que la rodean. 

No hay discusión posible en cuanto a que los aspectos físicos de una persona no cambian por sí solos de un momento a otro, bajo ninguna circunstancia. Podemos afirmar con certeza que, si alguien es alto, continuará siéndolo; si alguien tiene los ojos azules, no los perderá repentinamente. Estas características son objetivas, observables y constantes. 

Sin embargo, cuando nos adentramos en los atributos morales, ¿se aplican las mismas reglas? ¿Permanecen inalterables como las características físicas, o están sujetas a cambios según el entorno, las circunstancias o las decisiones individuales? 

Quiero centrarme en un atributo moral en particular: la honestidad. Este valor fundamental implica actuar con sinceridad, decir la verdad, respetar a los demás y a uno mismo. Sin embargo, la honestidad no parece mantenerse inalterable en un porcentaje significativo de personas, a diferencia de las características físicas. 

Una persona verdaderamente honesta habla y actúa siempre de acuerdo con sus ideales y creencias, sin importar la situación en la que se encuentre o las consecuencias que puedan derivarse de su comportamiento. Sin embargo, la realidad nos muestra que muchas personas pueden ser honestas en ciertos momentos y menos honestas en otros. 

Si se le pregunta a cualquier individuo si se considera honesto, seguramente responderá afirmativamente, convencido de que dice la verdad, actúa con transparencia y no engaña a los demás. Pero si se profundiza en su comportamiento en distintas circunstancias de la vida, podríamos encontrar contradicciones en su respuesta. 

¿Siempre eres honesto con tu pareja y tus hijos? ¿Nunca ocultas información o cuentas medias verdades para evitar conflictos o preocupaciones? 

¿Rindes al cien por ciento en tu trabajo, sin intentar engañar a tu empleador, sin exagerar resultados, sin hacer menos de lo que podrías hacer? 

¿Declaras exactamente lo que corresponde a la hacienda pública, sin omitir ingresos, sin buscar lagunas legales para reducir impuestos de manera indebida? 

¿Cumples todas las normas y ordenanzas sin buscar maneras de esquivarlas? ¿Respetas las reglas de tránsito, aunque nadie te esté observando? 

     Si somos completamente sinceros, probablemente, notaremos que, en ciertas circunstancias, la honestidad no es absoluta. Existen momentos en los que se justifica el ocultar una verdad o en los que la conveniencia personal nos hace actuar con menos transparencia de la que exigiríamos a los demás. 

Es común que las personas busquen justificar ciertos actos que no son completamente honestos. Una de las frases más repetidas es: “Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. Esto refleja la idea de que el engaño o la deshonestidad pueden justificarse si la otra parte ha actuado mal primero. Sin embargo, esta lógica no es válida. La honestidad no depende de cómo actúen los demás, sino de nuestra propia integridad. 

Ser honesto no significa actuar con rectitud solo cuando el entorno es favorable o cuando quienes nos rodean también lo son. La honestidad debe prevalecer sin importar ante quién nos encontramos: el rico y el pobre, el ladrón, el corrupto y el más honrado de los seres. 

La honestidad verdadera es aquella que no cambia según la conveniencia o el contexto. Es un principio arraigado en la ética personal y no debe ser flexible o adaptable según las circunstancias. 

Si analizamos la sociedad en su conjunto, veremos que la honestidad es un valor esencial para la convivencia. Sin ella, el sistema en el que operamos se desmoronaría. Si cada persona actuara bajo el principio de “lo que me conviene en este momento”, sin un compromiso firme con la verdad y la transparencia, viviríamos en un mundo caótico donde la confianza desaparecería. 

Las instituciones gubernamentales dependen de la honestidad para funcionar correctamente; el comercio necesita de la integridad de los vendedores y compradores para establecer transacciones justas; las relaciones personales dependen de la verdad y la sinceridad para construir vínculos sólidos. 

No obstante, sabemos que el engaño existe en múltiples formas. Desde pequeñas mentiras cotidianas hasta fraudes a gran escala, la deshonestidad se manifiesta en distintos niveles. En ocasiones, incluso se premia o se justifica, lo cual socava el valor esencial de la honestidad en nuestra sociedad. 

Entonces, ¿cómo podemos garantizar que la honestidad permanezca inalterable en nuestras vidas? La respuesta está en el compromiso personal. 

Cada persona debe decidir si la honestidad será una base firme e inmutable en su vida o si permitirá que se erosione por la conveniencia, el miedo o la presión social. Este compromiso implica reconocer que, aunque puedan existir momentos difíciles, mantener la sinceridad y la transparencia es fundamental para nuestro propio bienestar y el de quienes nos rodean. 

No se trata solo de evitar las mentiras o los engaños evidentes, sino de asegurarnos de que nuestra palabra y nuestras acciones sean siempre coherentes con nuestros principios. Se trata de actuar con integridad en todos los aspectos de la vida, sin excusas ni excepciones. 

La honestidad, a diferencia de las características físicas, no es un atributo que permanece inalterable por naturaleza. Requiere esfuerzo, compromiso y convicción. Pero al final, la recompensa de vivir con transparencia y rectitud es invaluable. 

Una sociedad basada en la honestidad es una sociedad en la que se puede confiar, en la que las relaciones humanas son genuinas y en la que el respeto mutuo se fortalece. Depende de cada individuo elegir si la honestidad será solo un principio teórico o una realidad tangible en su vida. 

La pregunta final no es si te consideras honesto, sino si eres capaz de demostrarlo con hechos. 


martes, 10 de enero de 2023

Claves para cambiar la sintonía de la propia energía


 

Claves para cambiar la sintonía de la propia energía:

Ser sinceros y honestos: En la sinceridad y la honestidad se igualan los pensamientos, las palabras y las acciones. Ya no hay inconsistencia, ya no hay falsedad.

Evitar el auto-engaño: Hay que permanecer alerta de manera permanente. La mente utiliza millones de estrategias para convencerte de que lo estás haciendo bien.

Discernir lo verdadero de lo falso: Casi todo lo que presenta la sociedad, es ilusión, es falso, es un sueño, porque sólo es un reflejo de las propias mentes que conforman esa sociedad y, en esas mentes, solo hay cabida para la desigualdad, para el egoísmo, para la desunión. Políticos y religiosos se encargan de fomentar la desigualdad y la desunión, inculcando falsos valores sobre la patria o la religión. Los verdaderos valores son la unión, la hermandad, la solidaridad o el amor. Nuestra patria es el Universo, nuestro idioma es el Amor, nuestro Dios es el mismo para todos, y se encuentra tanto en la catedral, en la pagoda, en el castillo y en la choza, como en el corazón de todas las personas.

Abandonar la pereza: El crecimiento interior y el fortalecimiento del carácter, no lo va a dar nadie más que uno mismo con su propio trabajo interno. Ni libros, ni gurús, van a hacer que se avance ni un ápice en el propio crecimiento. Hay una cita que dice: “El maestro abre la puerta, pero es el alumno el que ha de traspasar el umbral”.

Aceptar la vida tal cual es: Aceptar los obstáculos, aceptar las crisis, aceptar los desafíos, porque son, gracias a ellos, como vamos a avanzar y a crecer, son ellos los que fomentan la conexión con nosotros mismos y con Dios. 

Selecciona a las personas con las que te relacionas: Hay mucho fariseo, hay mucho charlatán, que por mucho que se anuncien, están muy lejos de la Luz. Recuerda: ¡Por sus hechos los conoceréis!, mucho más que por sus palabras. Para evolucionar es bueno encontrar a personas que estén vibrando en un nivel alto de evolución, no que ellos digan que están vibrando en tal o cual sintonía. Obsérvalos, observa sus acciones, observa su amor, observa su caridad, observa su falta de juicios, observa su honestidad, observa su solidaridad. 

Practica la humildad: En nuestro nivel, ninguno de nosotros está exento de vanidad. Posiblemente sea una de las mayores batallas que todos tenemos que librar, en mayor o menor medida

No explotar a nadie, no manipular, no especular: Respeta a cada persona como te gustaría que te respetaran a ti. Respeta su proceso. Ni tan siquiera les ayudes, si no desean la ayuda. Ten en cuenta una máxima: Trata a todos como te gusta ser tratado.