El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
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sábado, 18 de octubre de 2025
domingo, 7 de septiembre de 2025
Vivir desde lo esencial
Dios habita en lo que no se muestra
Querido Dios:
Hoy, mientras el mundo gira a su
ritmo acelerado, me detengo un instante para escribirte movido por una frase
que ha tocado lo más hondo de mi alma: “Lo importante es invisible a los ojos”.
Estas palabras, nacidas de la sabiduría sutil de “El Principito”, me han
llevado a mirar la vida desde otra perspectiva. Me interpelan, me inquietan, me
invitan a un silencio profundo. Porque en esa sencillez se esconde una verdad
inmensa, casi olvidada por quienes habitamos este tiempo de pantallas y ruido.
¿Cómo no pensar en Ti al leer
esas palabras? Si hay algo, o mejor dicho, Alguien, que encarna lo invisible y
lo esencial, eres Tú. No puedo verte con los ojos del cuerpo, pero intuyo tu
presencia en cada gesto de amor desinteresado, en la mirada limpia de un niño,
en ese abrazo que llega cuando más se necesita. Siento que Tú habitas en lo
secreto, en lo que no busca aplausos, en lo que florece en silencio.
Vivimos en una sociedad que
idolatra lo exterior: la apariencia, la velocidad, la imagen perfecta. Pero
nada de eso calma el alma. Porque el alma no se alimenta de lo que se muestra,
sino de lo que se ofrece en lo oculto, en lo auténtico, en lo verdadero. Esa
frase me recuerda que el valor no está en lo que los demás ven de mí, sino en
lo que Tú ves, cuando callo y me dejo mirar por tus ojos de eternidad.
Lo importante no es lo que
poseo, sino a quién abrazo. No es lo que logro, sino cómo amo. No es lo que
digo, sino lo que soy cuando nadie me mira. Y todo eso, Dios mío, escapa a la
vista, porque lo esencial se capta con los sentidos del alma, con ese corazón
que a veces calla, pero jamás miente.
A veces me pregunto: ¿Cuántas
cosas importantes se me escapan por mirar sin ver? ¿Cuántas veces juzgo una
vida por su envoltorio sin detenerme a descubrir el tesoro que esconde? ¿Cuánto
de lo esencial pasa desapercibido porque me falta el silencio, la pausa, la
contemplación?
Tú lo sabes bien, Señor. Tú, que
elegiste lo pequeño para manifestar tu grandeza. Tú, que naciste en la humildad
de un pesebre y no en un palacio. Que hablaste en parábolas para esconder
perlas a los orgullosos y revelarlas a los sencillos. Que hiciste de lo
invisible, el amor, la gracia, la misericordia, tu lenguaje más claro.
Hoy te pido que me enseñes a mirar
como Tú miras. A reconocer lo importante donde otros solo ven rutina. A ver
belleza donde el mundo ve fracaso. A percibir esperanza donde parece que todo
está perdido. Que mis ojos aprendan a ver lo invisible. Que no me conforme con
lo superficial, que no me distraiga con lo que brilla, pero no transforma.
Enséñame a valorar lo
intangible: la fidelidad silenciosa, la paciencia en lo cotidiano, la ternura
de una caricia, la entrega escondida de quien cuida, la luz que nace de una
palabra dicha a tiempo. Que entienda que muchas veces lo que salva no hace
ruido. Que el amor verdadero no necesita reflectores. Que la santidad se
construye en lo secreto, cuando uno ama, aunque nadie lo vea.
Hoy no busco respuestas ni
milagros grandiosos. Solo quiero aprender a vivir desde lo esencial. Que mi
corazón no se deje atrapar por lo pasajero, sino que se ancle en lo eterno. Que
lo invisible no me cause miedo, sino asombro. Que no necesite verlo todo para
creer, ni entenderlo todo para confiar.
Te agradezco, Señor, por cada
momento en que me hiciste ver más allá. Por cada amistad auténtica que no
necesita palabras. Por cada lágrima compartida en silencio. Por cada gesto de
amor anónimo que cambió mi día. Por esa paz que no se explica pero que inunda.
Porque ahí estabas Tú, escondido, silencioso, fiel.
Y mientras escribo, descubro que
tal vez esta frase no solo sea una bella cita, sino una brújula para el alma.
Un llamado a volver al corazón. A recordar que lo que realmente importa no está
en las vitrinas, sino en el interior. En aquello que no se puede medir, pero sí
sentir. En lo que no se compra, pero se entrega. En lo que no se ve, pero
sostiene.
Seguiré buscando lo invisible,
sabiendo que en ese camino estás Tú. Y aunque a veces no te vea, confío en que
caminas a mi lado. Porque lo importante, Tú lo sabes mejor que nadie, no
siempre se ve… pero siempre se siente.
Gracias,
Señor.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
lunes, 25 de agosto de 2025
Mil vidas en una
Solo necesito una hoja
de papel y un bolígrafo. No hace falta más. En cuanto lo tengo en la mano,
apuntando al papel, algo en mí se transforma. No es magia, ni locura, ni
siquiera un juego. Es una rendición voluntaria al poder de imaginar. Me
convierto en otro. En muchos otros. En todos los que alguna vez soñé ser.
Soy el capitán de un
navío pirata en el siglo XVIII. Mi barco, el “Tempestad Negra”, corta las olas
como cuchilla sobre seda. El viento me obedece, los hombres me temen, y los
mares me respetan. Surco los océanos en busca de galeones repletos de oro, con
mapas robados y leyendas susurradas en tabernas oscuras. El salitre me quema la
piel, pero no me importa. En cada abordaje, en cada cañonazo, en cada grito de
victoria, siento que el mundo me pertenece. Soy libre. Soy temido. Soy leyenda.
Pero el papel me
reclama de nuevo. Y ahora soy el escribidor. No el escritor consagrado, no el
autor de premios ni de portadas. Soy el que lucha por sobrevivir una página
tras otra. El que se enfrenta al vacío blanco como quien se enfrenta a un
monstruo sin rostro. Cada palabra es una batalla. Cada frase, una conquista. Me
duelen los dedos, me arde la espalda, pero sigo. Porque escribir no es solo
contar historias: es resistir. Es existir. Es no rendirse.
Y entonces, sin previo
aviso, me convierto en el hombre que se enfrenta a un fuego. Las llamas rugen
como bestias salvajes. El humo me ciega, el calor me aplasta. Pero allí está
ella: una abuelita atrapada en su casa, con su gato temblando entre los brazos.
No pienso. Actúo. Rompo la puerta, la envuelvo en una manta, la saco entre
chispas y escombros. El gato maúlla, ella llora, y yo sonrío. No soy bombero.
No soy experto. Solo soy alguien que decidió no mirar hacia otro lado.
El
papel tiembla bajo mi mano. Ahora soy el adolescente que descubre el amor. Ella
ríe, y su risa me desarma. Me sudan las manos, me tiemblan las rodillas. Cada
mensaje que le escribo tarda horas en ser enviado, cada palabra es medida como
si fuera oro. Me enamoro de sus gestos, de sus silencios, de sus
contradicciones. Y cuando me besa por primera vez, siento que el universo se
detiene. Que todo lo que soy, todo lo que fui, todo lo que seré, cabe en ese
instante.
Pero el tiempo avanza,
y me convierto en el anciano que recuerda su vida en la soledad de su cuarto.
Las fotos amarilleadas me miran desde la pared. Los relojes ya no marcan horas,
solo nostalgias. Hablo con los muebles, con los libros, con los fantasmas que
me visitan cada noche. Recuerdo a mis hijos, a mis amigos, a mis amores.
Algunos se fueron, otros se perdieron. Pero todos viven en mí. Y aunque la
soledad me abrace, no estoy solo. Estoy lleno de historias.
Soy también el hombre
que lucha por llegar a fin de mes con un sueldo miserable. Me levanto antes que
el sol, viajo en trenes repletos, trabajo en oficinas grises. Mi jefe no sabe
mi nombre, mis compañeros no conocen mis sueños. Pero sigo. Porque tengo una
familia que espera. Porque tengo una dignidad que no se vende. Porque, aunque
el mundo me diga que no valgo, yo sé que cada esfuerzo, cada sacrificio, cada
lágrima, construye algo más grande que yo.
Y entonces vuelo. Soy
el ave que busca el paraíso. Mis alas cortan el cielo, mi canto desafía el
viento. No tengo fronteras, no tengo dueños. Busco un lugar donde todo sea
posible, donde el dolor no exista, donde la belleza sea ley. Lo busco en
montañas, en selvas, en desiertos. Y aunque no lo encuentre, sigo volando.
Porque el paraíso no es un destino: es el viaje.
Pero también soy el
dueño del paraíso. Lo escondo, lo cambio de lugar, lo protejo de los
codiciosos. No quiero que lo encuentren los que lo destruirían. Lo guardo en
palabras, en canciones, en miradas. Lo escondo en cuentos que nadie lee, en
sueños que nadie recuerda. Porque el paraíso, cuando se comparte sin cuidado,
se convierte en mercancía. Y yo prefiero que siga siendo misterio.
Soy el hombre que no
entiende la intransigencia del mundo. No entiendo por qué odiamos lo que no
conocemos. Por qué juzgamos antes de escuchar. Por qué construimos muros en
lugar de puentes. Me duele la violencia, la indiferencia, la arrogancia. Me
duele ver cómo nos alejamos unos de otros. Y aunque no tenga respuestas, sigo
preguntando. Porque entender no es tener razón: es tener corazón.
Y después de todo
esto, me miro en el espejo. Veo a un señor mayor. Las arrugas me cuentan
secretos, las canas me hablan de batallas. Pero en realidad, sigo siendo el
mismo. Nada ha cambiado. O quizás todo ha cambiado. Porque en cada historia que
escribí, en cada personaje que fui, en cada emoción que viví, me encontré a mí
mismo.
No soy uno. Soy muchos. Soy todos. Y todo gracias a una hoja de papel y un bolígrafo.
sábado, 2 de agosto de 2025
Yo también Soy
La paz no llega cuando todo está
“resuelto”, sino cuando me permito ser
Vivimos en un mundo
que nos educa para perseguir la solución. Resolver problemas, tomar decisiones,
cerrar ciclos, alcanzar metas, “arreglar” lo roto: todo parece girar en torno a
ese verbo, “resolver”. La sociedad nos ofrece infinitas fórmulas, rutinas y
consejos para alcanzar una paz que, al final, siempre parece estar en el
horizonte y nunca en el presente. Pero ¿qué ocurre cuando esa paz no se encuentra
en el orden externo, sino en la aceptación interna? ¿Y si la verdadera
serenidad no aparece cuando todo está bajo control, sino cuando simplemente me
permito ser?
Aceptar ser implica
abrir espacio a lo imperfecto. Es dejar de esperar que las cosas sean como
deberían ser, y aprender a habitarlas tal como son. La paz, entonces, no sería
ese silencio pulcro tras una tormenta domesticada, sino la capacidad de
encontrar calma en medio del viento, de mirar el caos sin pretender dominarlo,
y de reconocer que no todo lo que vibra debe ser silenciado.
Desde pequeños nos
enseñan que hay que ordenar la habitación, entender las matemáticas, aprender a
comportarse, corregir errores, y encontrar respuestas. Esa estructura lineal
nos lleva a creer que cada “desorden” es una falla, y que la tranquilidad solo
llega cuando logramos controlarlo todo. Sin embargo, esta narrativa ignora una
verdad esencial: la vida no se resuelve,
se vive.
La constante búsqueda
de resolución suele producir más ansiedad que paz. Cuanto más nos obsesionamos
con cerrar capítulos, más tememos abrir nuevos. Queremos que las emociones
tengan un inicio, desarrollo y final claro. Pero el alma no responde a guiones.
No hay protocolo para el duelo, el amor, la duda, o la incertidumbre. La vida
emocional es más cercana a un río que a una ecuación: fluye, se desvía, se
estanca y, a veces, arrasa. Pretender resolverla es como intentar embotellar el
mar.
Cuando me permito ser,
renuncio a ser el proyecto de alguien más. Dejo de compararme con estándares
externos y empiezo a mirar mi autenticidad como fuente de valor, no de
vergüenza. Esta decisión no se toma una sola vez, se reafirma cada día, en cada
gesto, en cada pensamiento que me recuerda que no necesito estar “listo” para
estar en paz.
Ser implica aceptar
mis contradicciones, mis luces y mis sombras. Implica reconocer que no soy una
idea fija, sino un proceso continuo. Que mi tristeza no invalida mi alegría, ni
mi miedo descalifica mi valentía. Cuando me permito sentir, sin etiquetarme,
empiezo a desmontar la prisión invisible del perfeccionismo. Y en esa rendición
honesta, aparece la paz como compañera, no como premio.
La paz no es una meta
externa, sino una relación con uno mismo. Es el resultado de un diálogo
interior que deja de ser hostil. Cuando dejo de juzgar cada emoción, cada
pensamiento y cada decisión, abro espacio para el respeto propio. Entonces la
paz no llega porque todo esté resuelto, sino porque yo he dejado de pelear
conmigo.
Hay días en que la
mente se llena de ruido. Dudas, preocupaciones, expectativas. En esos momentos,
la paz no se encuentra en forzar una solución, sino en crear silencio interno:
respirar, observarse, entenderse sin prisa. No hay que resolver todo para
descansar. A veces, basta con sostenerse. Con acompañarse. Con decir: “Estoy
aquí, y está bien”.
Permitirse ser también
significa abrazar lo incompleto. Vivimos queriendo “cerrar” ciclos antes de
tiempo, por miedo a quedar expuestos en medio de la transición. Pero la vida
está hecha de inicios a medias, de respuestas fragmentadas, de caminos sin señalizar.
No hay que entenderlo todo para seguir adelante. No hay que sanar completamente
para merecer amor. No hay que tener claridad para tomar decisiones.
La paz nace cuando
dejamos de castigarnos por no tenerlo todo resuelto. Cuando aceptamos que somos
obra en progreso, no producto terminado. El descanso aparece al soltar la
presión de llegar, y comenzar a honrar el trayecto.
Esta paz interior
también transforma nuestra forma de relacionarnos. Cuando estamos en guerra
interna, es difícil conectar con los demás desde la empatía. Pero al
permitirnos ser, también permitimos que el otro sea. Dejamos de exigir
perfección, y empezamos a crear vínculos desde la honestidad, no desde la
necesidad de “arreglar” al otro.
En la convivencia, esto
se traduce en escucha, comprensión y libertad. La paz personal no se encierra
en uno, se expande en los espacios que habitamos. Se vuelve luz suave que no
ciega, sino que ilumina lo esencial.
La frase “la paz no
llega cuando todo está resuelto, sino cuando me permito ser” no es solo una
reflexión, sino una invitación. A soltar la exigencia, a abandonar la máscara,
a quitarse la armadura. Vivimos esperando que el mundo se alinee para sentirnos
en paz, pero tal vez lo único que necesita ordenarse es nuestro vínculo con lo
que somos.
Ser no es fácil.
Requiere valentía, honestidad, y paciencia. Pero en ese acto de presencia—en
ese estar sin condiciones—la paz deja de ser una meta y se convierte en hogar.
viernes, 16 de mayo de 2025
Actuar rectamente
No
actúes contra tu voluntad, ni al margen de lo común, ni sin examen ni a
contracorriente; que la afectación no engalane tu pensamiento; no seas charlatán
ni te pierdas en muchas tareas.
Aún
más: que el dios que hay en ti sea el guía de un ser vivo que es hombre,
maduro, social, romano, un gobernante que ocupa voluntariamente la posición de
alguien que, obediente, espera la orden de salir de la vida, sin necesidad de
juramento ni de testigo. Sereno y sin necesidad de ayuda externa, ni de la tranquilidad
que dan los demás. La tarea es estar recto, no enderezado.
MARCO
AURELIO
jueves, 20 de marzo de 2025
Vivir o sobrevivir
No sé muy bien si estoy viviendo,
o solo me estoy moviendo por la vida
-
Kunturi, hoy te siento, especialmente,
triste.
-
Tienes razón Maestro.
>>
Estoy muy triste. ¡Que terrible es el pensamiento! Le he dejado volar, a su antojo,
y ha impregnado en mi conciencia la sensación de que no tengo vida, de que no sé
muy bien si estoy viviendo o simplemente me estoy moviendo a lo largo de los
días, como una hoja arrastrada por el viento.
>> Hoy he
sentido que mi existencia, es como un río que fluye sin cesar, y me siento como
un corcho flotando, sin control, en mitad de la corriente, dejándome llevar,
sin luchar contra las turbulencias.
>> Me siento
embargado por una implacable compañera: la rutina. Que me envuelve con su
monótono abrazo. Cada día es igual y, para colmo, esta rutina no es la que yo
había imaginado para esta etapa de mi vida. ¿Es esto vivir? ¿O es, simplemente
existir, como el engranaje en una máquina que sigue girando sin cuestionar su
propósito? ¿Estoy siguiendo un guión preestablecido?
>>
Nunca he sabido cual es la razón de mi vida, aunque como
un iluso, en muchas etapas de mi vida he creído, (al final todo es, solo, una
creencia), que era como una especie de guía espiritual para enseñar el camino
que lleva a Dios. Pero no. Al final ha resultado que solo soy un pobre soñador
al que la vida está despertando a base de cachetadas.
- Hijo
mío, no eres iluso ni soñador. Más pareces un buscador. Siempre haciendo
preguntas, siempre buscando respuestas. Pero a menudo, la claridad se escapa
entre tus dedos, como el agua que se desliza por las rendijas de una roca.
>> Deja de
preguntarte si esto que vives es la vida y vive. En la intensidad de los
momentos está revelada la verdad. Cuando te sumerges en una risa compartida,
cuando sientes el calor de un abrazo sincero, cuando contemplas un atardecer
que tiñe el cielo de colores imposibles, ahí está la vida. No en las tareas
mecánicas, sino en los destellos de emoción y conexión.
>> Es tu
decisión saborear cada bocado de vida, abrazar con pasión, aprender con avidez,
amar con valentía. Es en esas elecciones donde vas a encontrar las respuestas a
tus preguntas. Es en los pequeños detalles: una sonrisa, una melodía, una
mirada cómplice, donde está la vida. Y en esos momentos, cuando el corazón late
con fuerza y la mente se aquieta, es cuando sabes que estás vivo.
>> Deja de preguntarte para que has nacido y vive. Deja de preguntarte cuando es tu misión en la vida y vive. Deja de pedir milagros y hazlos tú.
martes, 23 de enero de 2024
Vivir la vida
“Vivir es nacer a cada instante”
Erich Fromm
Dedica la vida a vivirla, no a vivir la vida de los demás.
La vida es plenitud, y cada segundo que intentas vivir la vida de los demás dejas de vivir la tuya, dejas de vivir un segundo de tu tiempo que no volverá a repetirse, conviertes tu vida en una vida incompleta.
La vida es demasiado hermosa para desperdiciarla, aunque sólo sea un segundo.
Desperdiciar la vida juzgando, opinando o criticando a otros es,
además, un trabajo insulso, ya que ese otro al que estás juzgando, es posible
que siga viviendo su vida tan feliz, sin enterarse de tus críticas o pasando de
ellas, porque sencillamente no las necesita; estás desperdiciando tu vida para
nada.
sábado, 15 de octubre de 2022
Como vivir desde el corazón (1 de 3)
Nuestra vida diaria está regida por los pensamientos. Nos
movemos, actuamos y sentimos en función de lo que va apareciendo en nuestra
mente. Nuestra mente no se detiene ni un momento, hasta el extremo de que no
nos comportamos como lo que realmente somos, sino que nos comportamos como
pensamos que deberíamos ser, en función del entorno en el que nos encontremos.
De alguna manera, nos pasamos la vida actuando, somos actores de la vida, no
nos manifestamos tal como somos, sino como nos gustaría ser, como les gustaría
a nuestros padres que fuéramos, como les gustaría a nuestros educadores, como
le gustaría a nuestro jefe, a nuestros amigos o a nuestra pareja.
En definitiva, son pocos los momentos de nuestra vida en
los que nos podemos considerar auténticos. La mente dirige, por completo,
nuestra existencia, siempre de manera errática, siempre de manera crítica.
Nuestros pensamientos están dirigidos y gobernados por el
pensamiento social, están regidos por las normas y las creencias que la
sociedad impone. Y en la sociedad que nos hemos dado, es muy fácil sentirse
solos en nuestra realidad, porque la mente, desde donde vivimos, es la que nos
dice que existe separación entre nosotros y todo lo demás, y eso no es más que
una ilusión, una fantasía, una mentira, ya que la realidad es que todos y todo
somos uno. Ser uno con todo y con todos, quiere decir que yo no soy mejor, pero
tampoco soy peor, ni tan siquiera soy igual, sencillamente soy uno, soy lo
mismo.
Los estímulos que nos rodean nos mantienen dentro de nuestra
propia mente, nos mantienen a merced de la mente, la cual siempre está juzgando
todo lo que estamos percibiendo en nuestro entorno. Esta mente crítica, esta
mente que juzga de manera permanente, hace que aparezca en nuestra conciencia
sentimientos como la vergüenza, o la soberbia, o la envidia, por citar solo
algunos, y si aparecen en nuestra conciencia, es eso exactamente lo que vamos a
vivir y va a ser esa la forma de cómo vamos a sentirnos.
La vida no es eso, hay que acercarse a la vida y a todas
las circunstancias que la rodean con calma y con tranquilidad, aceptando la
vida tal cual es, aceptándonos nosotros mismos tal como somos, viviendo y
siendo conscientes de las experiencias que nos toca vivir en cada instante, sin
querer escapar del momento presente ni de los sentimientos que cada experiencia
genera. Todo lo que buscamos lo vamos a encontrar en el momento presente,
porque es ahí donde reside la verdad de lo que estamos buscando, y ninguna
experiencia es ni buena ni mala, solo es.
Pero, ¿cómo vamos a conseguir eso cuando toda nuestra
educación y nuestras creencias nos llevan directamente a la mente? Pues lo
vamos a conseguir trasladándonos de vivir desde el espacio de la mente a vivir
en el espacio del corazón. Podríamos decir que se trata de vivir una vida más
espiritual, no porque tenga que ver con ninguna religión, las religiones son
tan culpables de nuestra sinrazón como el resto de la sociedad. Es vivir una
vida más espiritual porque se trata de darle más chance al espíritu que a la mente,
se trata de vivir desde el corazón que es el abanderado del alma y dejar de
lado la mente que es la abanderada del cuerpo.
Esto
que predican con tanta insistencia las enseñanzas de los gurús de tantos libros
de autoayuda, es más difícil de practicar de lo que parece. Si fuera fácil
todos viviríamos desde el corazón y no serían necesarios más libros, más
cursos, más conferencias, más nada.
Vivir
una vida más espiritual, es decir, vivir desde el corazón, no significa saber
más, leer más, tener más conocimiento, retirarse a una cueva o hacer una vida
monacal. Sólo se trata de amar más, así de fácil es la teoría, la práctica no
lo es tanto.
Vivir
desde el corazón es vivir la libertad, es vivir la eternidad, es vivir la
alegría, es vivir la felicidad, es vivir el amor, es vivir la divinidad. Vivir
desde el corazón es dejar que el corazón hable su propia verdad, es dejar que
exprese su propia sabiduría, es dejar que nos ayude a tomar decisiones en
nuestra vida diaria, ya que siempre nos va a decir cuál es la respuesta y cual
la dirección correcta. Vivir desde el corazón es estar completamente presente,
y convertirse en la personificación del amor, de la ecuanimidad, y de la
libertad. Vivir desde el corazón es el estado natural y auténtico del alma que
ha decidido encarnar, y si no lo vivimos así, es porque hemos sido enseñados y
condicionados para vivir lejos del corazón.
Continuará
miércoles, 24 de mayo de 2017
¿Para qué la vida? (1)
¿Crees que has nacido para liberar de su yugo a los oprimidos?, ¿Crees que has nacido para tener hijos y que estos sean felices?, ¿Crees que has nacido para luchar por el derecho de los animales?, ¿Crees que has nacido para preservar el medio ambiente?, ¿Crees que has nacido para ayudar y servir al prójimo?, ¿Crees que has nacido, sencillamente para vivir, y mientras tanto hacer algo bueno?, ¿Crees que has nacido para trabajar, trabajar y trabajar, para conseguir un respetable montón de dinero, que te de seguridad a ti y a los tuyos?
jueves, 20 de octubre de 2016
Toda una vida
sábado, 16 de julio de 2016
Palos en las ruedas
martes, 12 de julio de 2016
jueves, 30 de junio de 2016
lunes, 13 de junio de 2016
jueves, 9 de junio de 2016
Vive tu vida
jueves, 19 de mayo de 2016
domingo, 15 de mayo de 2016
No viven, solo duermen
Para volver a casa, lo primero y principal es alcanzar a saber quién eres realmente, y por supuesto de dónde vienes, de cuál es tu casa, para volver a recorrer el camino de regreso.



















