Como parece difícil educar en valores
a una
sociedad adulta,
seamos el espejo
que reflejen esos valores al mundo.
Alfonso
Vallejo
Alguna vez he
comentado que es en el momento de la ducha matinal cuando aparecen
informaciones en mi cerebro que, incluso, he llegado a calificar como “resbalaciones”,
(revelaciones con riesgo de resbalar), porque son la base de algún tema que,
más pronto que tarde, tengo que trabajar porque si no me va a seguir
importunando a lo largo de varios días con sus duchas incluidas.
La
última de estas resbalaciones ha sido: Llevo años hablando de Dios, de energía,
de reencarnación, de amor incondicional, de la fuerza del pensamiento, de
crecimiento, del alma o del Plan Divino. Sin embargo, cuando observo la
sociedad, la misma sociedad en la que convivo, me parece anclada a siglos luz
de esa espiritualidad que todos deberíamos de perseguir.
Por
eso, ¿qué pasaría si me centro, un poco menos en el espíritu y un poco más en lo
que parece que, realmente, interesa a la persona?
¿Es posible vivir de manera
diferente?, ¿es posible que los seres humanos conversemos como seres racionales
para llegar a acuerdos y conclusiones válidas para todas las partes?, ¿es
posible vivir en paz y armonía?, ¿es posible un mundo de igualdad de
oportunidades?, ¿es posible que ningún ser humano pase hambre?, ¿sabemos hacia
donde vamos como humanidad?, ¿existe algo más, aparte de la propia
supervivencia?, ¿somos los seres humanos, realmente, dueños de nuestros actos?
A
riesgo de ser calificado de iluso, yo contesto “si” a todas las preguntas. Sin
embargo, por mucho que yo responda sí, es evidente que cada persona daría una
respuesta diferente y, además, con total conocimiento de causa, porque seguro
que su vida es, más o menos, coherente con sus respuestas.
Está
claro que cada cosa que se hace tiene un fin y que, todas las acciones se encaminan
a algún bien, que no tiene por qué ser, necesariamente, el mismo bien que otra
persona crea necesitar. Aunque, personalmente, creo que todos necesitamos lo
mismo.
¿Por
qué existen discrepancias entre diferentes personas?, ¿por qué, incluso,
existen discrepancias en una misma persona, entre lo que hace y lo que dice?
Entre
lo que se hace y lo que se dice que se debe de hacer existe todo un abismo, un
abismo del que, precisamente, se ocupa la Ética.
La Ética, también
llamada filosofía moral, se define como la disciplina que estudia la conducta
humana.
La Ética se relaciona
muy estrechamente con la moral, pero es diferente a esta. Mientras la moral se
refiere a normas adoptadas por tradición, la ética es una disciplina que
reflexiona sobre cuáles acciones serían correctas. Por eso, en el lenguaje
común, la Ética también puede ser entendida como el sistema de valores que guía
y orienta el comportamiento humano hacia el bien.
Los “valores éticos”
son principios que regulan la conducta de un individuo y se basan en lo que se
considera moralmente correcto. Algunos de los valores éticos fundamentales son
la justicia, la libertad, el respeto, la responsabilidad, la integridad, la
lealtad, la honestidad y la equidad. Estos valores se adquieren durante el
desarrollo de cada ser humano en el entorno familiar, social, escolar e incluso
a través de los medios de comunicación. Los valores éticos muestran la
personalidad del individuo, una imagen positiva o negativa, como consecuencia
de su conducta.
Son los valores éticos
los que permiten regular la conducta del ser humano para lograr el bienestar
colectivo y una convivencia armoniosa y pacífica en la sociedad.
Para Aristóteles, la
ética es el móvil y el medio para alcanzar la felicidad.
Hablemos, entonces, de
como conseguir los valores, que cada persona necesita para conseguir la
felicidad, que es, sin ninguna duda el bien que cada persona desea conseguir
con cualquiera de sus pensamientos, palabras y acciones.
Hablemos de Ética.
Hablemos de valores.