El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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sábado, 5 de abril de 2025

Religión

 


Religión

 

Hijo mío:

Quiero comenzar hablándote de los que tú dices que son mis representantes, los predicadores de las distintas religiones.

Aunque casi todas las religiones actuales hablan de mí, yo no me identifico con ninguna de ellas, en particular, pero si con todas, en general. Las religiones, que nacieron con las primeras sociedades como una manera de compartir su vida y sus vivencias, han ido evolucionando hasta colocar, 200.000 años después de su aparición, es decir, solo hace 15.000 años, a alguna deidad en la cúspide de la pirámide. Pero son necesarias. Es el primer contacto que tenéis los seres humanos con la espiritualidad.

Me gusta la definición que el primatólogo Frans de Waal hace de la religión: “la reverencia compartida hacia lo sobrenatural, lo sagrado o lo espiritual, así como hacia los símbolos, rituales y adoración con los que se los vincula”.

Si yo promoviera una religión sería la religión del Amor. Sin dogmas, sin rituales, sin paraíso, sin mandamientos, sin infierno y, sobre todo, sin pecado.

Tienes razón cuando dices que lo que denominan pecado sólo es un intento más de dominio y manipulación de las distintas religiones, a través del miedo. No existe el pecado. Yo nunca me ofendo por nada de lo que los seres humanos podáis hacer, decir o pensar, y no me ofendo porque os amo sobre todas las cosas, y sé que cualquier cosa que hagáis, digáis o penséis, es cosa del ego, no del alma.

Solo estáis creciendo, y de la misma manera que el bebé está aprendiendo a vivir en la vida física, vosotros os estáis preparando para vivir la vida eterna. Y en ese aprendizaje, cometéis errores, que no pecados.

Esos errores son necesarios para que el alma asimile la experiencia. A veces, caéis en el error más de una vez, pero no importa, lo importante es rectificar ese error. Ante vuestro error, sólo puedo esbozar una sonrisa, como diciendo: “Vaya, otra vez”. Pero es, precisamente, de esos errores, de donde va a salir el afianzamiento de la experiencia para el alma. Experiencia que, una vez asimilada, va a hacer que nunca más se repita el error, ni en esta, ni en ninguna otra vida, porque lo que se ha aprendido, se conserva para la eternidad.

Aunque no exista el pecado y no seáis condenados al fuego eterno que prometen las religiones, vuestras acciones, sí que tienen consecuencias, tanto en vuestra vida física, como en vuestra vida fuera del cuerpo. Todo eso debido a la Ley de la Causa y el Efecto.

Existe una cierta armonía entre la espiritualidad y la ciencia, ya que hay algunas similitudes entre el concepto de causa y efecto y la tercera ley de Newton. Ambos se basan en la idea de que cada acción tiene una reacción, y que las consecuencias de vuestras acciones dependen de vuestra intención y comportamiento.

Cada acción, cada palabra, cada pensamiento, por pequeñas que perezcan están regidas por esta ley.

Es esta cadena de acciones y reacciones, de caer en el error, levantarse, rectificarlo y aprender, la que os ata a la rueda de nacer y morir, una y otra vez. Y eso será hasta que vuestras acciones, vuestras palabras y vuestros pensamientos, sean sólo impulsados por el Amor, sin deseos, sin apegos, sin esperar nada a cambio, ni recompensas, ni felicitaciones.

Hasta que llegue ese día de esa vida, estaréis aquí. No creas que, porque medites una hora al día, o porque seas voluntario en una organización humanitaria, o vayas al oficio dominical, o porque no cometas los pecados que las organizaciones religiosas pregonan, ya lo tienes todo hecho, no, ni mucho menos. Tendrás todo el trabajo hecho, en la Tierra, cuando la guía que dirige tus pasos sea el Amor. Solo estáis en la materia para aprender a amar.

Existen pensamientos erróneos, existen palabras con intención de ofender, existen malas acciones, y si los representantes de las distintas creencias religiosas, les quieren llamar pecados, está bien, pero no pueden atribuirme a mí, de manera más o menos interesada, la condena a perpetuidad, a no ser que se confiese el pecador, única manera de quedar redimido de los pecados.

Existe una regla que se deriva de estas dos leyes y que son reconocidas por grandes filósofos y por las principales religiones: La Regla de Oro, cuyo enunciado dice que no hagas a los demás lo que no deseas para ti.

Como todas las religiones tienen cosas buenas, permíteme expresarte las enseñanzas de Abdu’l-Bahá, líder religioso del bahaísmo: “Sed padres amorosos para el huérfano, un refugio para los desamparados, un tesoro para los pobres y una curación para los enfermos. Sed los auxiliadores de toda víctima de la opresión, los protectores de los desfavorecidos. Pensad en todo momento en prestar algún servicio a todo miembro de la raza humana”. Siguiendo estas instrucciones estarás mucho más cerca de finalizar tu aprendizaje en la Tierra.

La ley de la Causa y el Efecto, también, se denomina Karma. Y el Karma es Karma, no lo hay ni malo ni bueno. El Karma que se genera se ha de pagar. Si el Karma que se ha generado ha sido debido a una acción negativa, se tiene que recibir una devolución negativa. Si el Karma que se ha generado ha sido debido a una buena acción, se tiene que recibir una devolución positiva.

Así el Karma se va consumiendo según va aprendiendo el ser humano a Amar. Aprender a Amar os va a llevar una serie de vidas, desde que entráis en la rueda del Amor incondicional, ya que este irá aumentando en gradación en cada vida. Según sea mayor vuestro Amor, iréis dejando de tener pensamientos negativos, hablareis con Amor y todas vuestras acciones estarán regidas por la bondad, con lo cual no generareis Karma negativo. Y en cuanto al Karma positivo, tampoco vais a generar, porque todo lo que hagáis en la vida, va a estar regido por el Amor, y no vais a esperar nada a cambio.

Pero, además de que no existe el pecado, tampoco existen el cielo ni el infierno.

Cuando el cuerpo muere, el alma, gloriosa, vuelva al nivel del que partió para encarnar en un cuerpo, siguiendo con su trabajo, que es múltiple y variado. Da lo mismo que el alma haya estado dominada por un ego asesino que por un ego piadoso. Todos van al mismo lugar.

En realidad, si que existe el infierno. El infierno es la vida que viven muchos seres humanos que siguen el dictado de sus pensamientos. Los celos, la envidia, la rabia, la ansiedad, son alguna de las calderas del infierno que cada ser humano ha creado para su desgracia en la propia vida.

Nunca más vamos a hablar de religión, a partir de ahora, hablaremos de amor, espiritualidad y energía.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


domingo, 24 de noviembre de 2024

El perdón de Dios

 


Paseando por la ciudad, nos dimos de bruces con la catedral. Surgió de repente, majestuosa y solemne, en medio del bullicio urbano. Sus torres se alzaban desafiando al cielo, como si quisieran rozar las nubes con sus pináculos góticos. La fachada, una sinfonía de piedra tallada, estaba adornada con estatuas de santos y querubines que parecían cobrar vida bajo la luz del atardecer.

La catedral, construida en el siglo XII, es un testimonio del ingenio y la devoción de generaciones de artesanos y fieles. Sus muros de piedra caliza fueron erigidos con esfuerzo titánico, cada bloque colocado con una precisión casi divina. Los vitrales, intrincadamente coloreados, proyectaban un caleidoscopio de luz al interior, bañando las paredes y los bancos en un resplandor casi místico.

El campanario, con su robusta estructura, albergaba campanas cuyo tañido resonaba a kilómetros de distancia, marcando el paso del tiempo y llamando a los fieles a la oración. En el interior, el aroma a incienso y cera derretida llenaba el aire, mientras que el eco de los pasos reverberaba por las bóvedas y los arcos, creando una atmósfera de reverencia y recogimiento.

Cada rincón de la catedral contaba una historia de fe y perseverancia. Desde los capiteles de las columnas, esculpidos con escenas bíblicas, hasta el altar mayor, donde el oro y la plata relucían bajo la luz de los candelabros, todo hablaba de un pasado glorioso y una dedicación inquebrantable. Así, en medio de la ciudad moderna, la catedral se erguía como un faro de espiritualidad y arte, un lugar donde lo divino y lo terrenal se entrelazaban en perfecta armonía.

Era la hora de la misa y en el altar mayor, un sacerdote, bastante entrado en años, dirigía el oficio, de manera rutinaria. Eran tantas las misas que debía de haber oficiado que no necesitaba leer, todo lo sabía de memoria y lo recitaba como un papagayo repite sus palabras recién aprendidas.

En el púlpito, otro sacerdote daba instrucciones a los pocos fieles que seguían la misa, casi todos tan entrados en años como el oficiante. Fue este sacerdote desde el púlpito quien comenzó la homilía, mientras el oficiante se sentaba como un espectador más para escuchar a su compañero.

"Tienen que pedir perdón a Dios por sus pecados", fue el inicio de una plática que parecía tomar un rumbo demasiado siniestro. Mi hijo, de 10 años, que me acompañaba, me preguntó de inmediato:

—Papá, ¿Dios nos perdona siempre?

—Dios no necesita perdonar, hijo mío —le contesté a mi hijo, como si siguiéramos una conversación que solíamos tener con frecuencia—, porque ya te he dicho en muchas ocasiones que no se ofende nunca, y donde no hay ofensa no es necesario el perdón.

—Y entonces —siguió mi hijo, poniendo cara de extrañeza—, ¿por qué este señor habla de ofensa, de pecado, de infierno y de perdón?

¡Qué difícil me lo estaba poniendo! ¿Cómo le explicaba que todas las religiones eran una asociación de personas con las mismas creencias, que enseñan verdades parciales e interesadas, estando muy alejadas de la Verdad, que solo está en posesión de Dios?

—Pero tenía que intentarlo: Las religiones son, en esencia, intentos humanos de entender a Dios, de dar sentido a lo que está más allá de algo que no podemos entender, porque no lo vemos. A través de ritos, como esta misa, y de enseñanzas, buscan guiar a las personas hacia una vida más espiritual y moral, básicamente, enseñan a actuar con bondad. Sin embargo, estas enseñanzas, a menudo, reflejan interpretaciones humanas de lo divino, influenciadas por las culturas y contextos en los que se desarrollan.

>> El concepto de pecado y perdón es una de esas interpretaciones. Se basa en la idea de que los seres humanos, en su imperfección, a veces actúan de maneras que se consideran contrarias a la voluntad de Dios. La necesidad de pedir perdón surge de la idea de reconciliación, de volver a alinear nuestras acciones y pensamientos con lo que se percibe como divino y correcto.

>>No obstante, algunas personas, como nosotros, creen que Dios, en su infinita sabiduría y amor, no tiene necesidad de perdonar porque nunca se siente ofendido. Según esta creencia, el perdón es más una necesidad humana que divina. Es un proceso de sanación personal. Algo para sentirnos bien con nosotros mismos. Enseñar sobre el pecado y el perdón puede ser una manera de ayudar a las personas a reflexionar sobre sus acciones y motivarlas a mejorar, aunque a veces pueda parecer que nos hacen culpables y nos hace sentirnos mal.

>>No hay que seguir los pasos de una religión.

>> La verdadera espiritualidad, es una búsqueda personal y continua de entender y vivir según lo que uno percibe como divino. En este camino, es crucial cuestionar, aprender y crecer, reconociendo que la Verdad, en su forma más pura, es algo que tal vez nunca comprendamos completamente, pero hacia lo cual siempre nos esforzamos por acercarnos.

No creo que me haya entendido, aunque espero vivir lo suficiente para ir explicándole, cuando la ocasión lo permita, que Dios es Amor y que eso es la misión de nosotros, los seres humanos, en la vida: amar como Él nos ama.


martes, 11 de junio de 2024

El perdón de Dios (2 de 2)

 


—Dios no necesita perdonar, hijo mío —le contesté a mi hijo, como si siguiéramos una conversación que solíamos tener con frecuencia—, porque ya te he dicho en muchas ocasiones que no se ofende nunca, y donde no hay ofensa no es necesario el perdón.

—Y entonces —siguió mi hijo, poniendo cara de extrañeza—, ¿por qué este señor habla de ofensa, de pecado, de infierno y de perdón?

¡Qué difícil me lo estaba poniendo! ¿Cómo le explicaba que todas las religiones eran una asociación de personas con las mismas creencias, que enseñan verdades parciales e interesadas, estando muy alejadas de la Verdad, que solo está en posesión de Dios?

—Pero tenía que intentarlo: Las religiones son, en esencia, intentos humanos de entender a Dios, de dar sentido a lo que está más allá de algo que no podemos entender, porque no lo vemos. A través de ritos, como esta misa, y de enseñanzas, buscan guiar a las personas hacia una vida más espiritual y moral, básicamente, enseñan a actuar con bondad. Sin embargo, estas enseñanzas, a menudo, reflejan interpretaciones humanas de lo divino, influenciadas por las culturas y contextos en los que se desarrollan.

>> El concepto de pecado y perdón es una de esas interpretaciones. Se basa en la idea de que los seres humanos, en su imperfección, a veces actúan de maneras que se consideran contrarias a la voluntad de Dios. La necesidad de pedir perdón surge de la idea de reconciliación, de volver a alinear nuestras acciones y pensamientos con lo que se percibe como divino y correcto.

>>No obstante, algunas personas, como nosotros, creen que Dios, en su infinita sabiduría y amor, no tiene necesidad de perdonar porque nunca se siente ofendido. Según esta creencia, el perdón es más una necesidad humana que divina. Es un proceso de sanación personal. Algo para sentirnos bien con nosotros mismos. Enseñar sobre el pecado y el perdón puede ser una manera de ayudar a las personas a reflexionar sobre sus acciones y motivarlas a mejorar, aunque a veces pueda parecer que nos hacen culpables y nos hace sentirnos mal.

>>No hay que seguir los pasos de una religión.

>>La verdadera espiritualidad, es como una búsqueda personal y continua de entender y vivir según lo que uno percibe como lo divino. En este camino, es crucial cuestionar, aprender y crecer, reconociendo que la Verdad, en su forma más pura, es algo que tal vez nunca comprendamos completamente, pero hacia lo cual siempre nos esforzamos por acercarnos.

—No lo he entendido muy bien papá, pero me quedo más tranquilo sabiendo que Dios nunca se ofende.


viernes, 7 de abril de 2023

Viernes Santo

 



 

Viernes 7 de abril 2023

 

Y hoy es Viernes Santo. Se recuerda la crucifixión y la muerte de Jesús de Nazaret. Es una de las conmemoraciones más profundas para los cristianos, (católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, etc.).  

Pero esta Semana Santa, en lugar de estar imbuido por el espíritu de aquello que representa, (compasión, piedad, misericordia, penitencia), estoy empapado de reflexión, reflexión que me está llevando a realizar un análisis de mi vida, con lo que eso supone de rebuscar en los cajones de la memoria para desempolvar los recuerdos más importantes de una larga vida que, vista desde el origen, es decir, desde mi óptica, está pasando como un suspiro. ¡Que larga parece y que corta es!

Me quedé ayer comentando lo terrorífica que fue, emocionalmente, la primera parte de mi vida consciente, (entre los 13 y 17 años), por esa espada de Damocles, que era la amenaza permanente y persistente del infierno como final de una vida de pecado. Porque me pasaba el día pecando, sobre todo en tres de los mandamientos: No santificaba las fiestas ya que, si podía no cumplir con el precepto dominical de la misa, no iba, porque me aburría un montón. Cometía actos impuros, en la intimidad de mi soledad, a diario, porque para mí era una necesidad fisiológica, algo, tan necesario, como sonarse la nariz. Y de los pensamientos y deseos impuros, ya no quiero ni hablar. Solo diré que soñaba dormido y despierto con mi profesora de francés. Era una auténtica belleza.

Estaba claro: Los enseñantes, la religión y los curas eran mis enemigos y, a los enemigos se les puede vencer, te puedes unir a ellos o te puedes alejar.

Opté por la última opción, alejarme, con lo cual, alguna vez, me vi obligado a pecar, también, en el octavo mandamiento, porque tuve que decir alguna mentira para salvar mi piel.

Pero todo eso terminó cuando terminé el bachiller y salí del colegio. Ahí me hice un nuevo replanteamiento de vida: Podía hacer o pensar, todo aquello que no rechinaba en mi conciencia, como cualquier palabra, acción u omisión, que no interfiriera en la libertad de los demás, evitando la crítica o acto similar que pudiera hacer que otra persona se sintiera incomoda o hiciera que se sintiera atacada o que faltara a su respeto y, además, sin miedo a pecar, porque decidí que el pecado es algo que no existe y que solo era una herramienta que “mis enemigos” utilizaban para tratar de dominarme.

A partir de ese momento hubo dos “Yoes”: uno público y otro privado. Es decir, se instauraron dos creencias con respecto a la vida: Una vida muy material, la pública, en la que mi creencia era que quería vivir bien, para lo cual necesitaba dinero y otra, la privada, íntima y personal, en la que se fueron pergeñando diferentes verdades para conseguir la estabilidad emocional.

Y así siguió siendo hasta bien avanzada la mitad de mi vida, por lo que puedo decir que mi crecimiento fue “cero”. No quiero decir que fueron 40 años desperdiciados, porque algo avanzaba en lo que ahora sé que es la misión de mi vida, pero era un avance tan lento que no lo notaba.

Al inicio de la segunda parte de mi vida, mis creencias sobre lo que había venido a hacer en la vida fueron sufriendo cambios muy rápidos, vertiginosos, casi mareantes.  

Esos cambios comenzaron a darse cuando Dios reapareció en mi vida. Un Dios diferente. No era ese dios miserable, vengativo y terrorífico, inventado por unos hombres sin entrañas, que nos vigilaba, de manera permanente, para ver cuando teníamos un pensamiento pecaminoso, no. Era otro Dios. Es ese Dios que cuando Moisés le preguntó quien era Él, y cual era Su nombre, respondió: “Yo soy el que soy”. Diles a los egipcios, siguió diciéndole a Moisés: “El que Es me ha enviado”.

Por lo tanto “Dios Es”. Es decir, no es ni bueno ni malo, ni hombre ni mujer, ni blanco ni negro, ni luz ni oscuridad, ni hermoso ni deforme, “SOLO ES”. Eso quiere decir que es todo, lo blanco y lo negro, la luz y la oscuridad, lo hermoso y lo deforme, porque si fuera blanco estaría negando lo negro, si fuera hombre estaría negando a la mujer, si fuera luz estaría negando la oscuridad y todo ha sido creado por Él. Es el sol que me alumbra, es la tierra que piso, es el aire que respiro, es mi piel, es mi corazón, es yo.

Me quedo aquí. Voy a almorzar, porque a las 4 me voy al cine a ver una película de Mario Bros. Espero no dormirme para que mi hijo pueda ir haciéndome los comentarios sobre la película, (no calla ni debajo de agua).