Alfonso Vallejo Gago
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La conversión de un pragmático
OCURRIÓ EN LIMA
La conversión de un pragmático
© COPYRIGHT 2022. Alfonso Vallejo
Primera Edición: 2022
ISBN-13:
ISBN-10:
Todos los derechos reservados. Ninguna
parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en ningún formato
electrónico o físico sin el permiso explícito y por escrito del autor.
DEDICATORIA: A Elisenda
Cuando
vives consciente,
cuando
vives ahora,
todo es
presente.
No
existe el tiempo
Introducción
La vida es una
búsqueda constante de significado, propósito, felicidad y verdad. Nos
preguntamos qué es la vida, qué es la felicidad, qué es la verdad. Podemos
imaginar que la vida comienza en un momento de amor, placer y locura, donde un
espermatozoide, aparentemente el más fuerte, tiene su momento de gloria al
fertilizar un óvulo. La sabiduría de la naturaleza desencadena una serie de
reacciones que, tras nueve meses, resultan en el nacimiento de un bebé. La
perfección de este proceso es asombrosa, y aunque la ciencia ofrece respuestas,
aún nos preguntamos sobre el principio: ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo surgió el
primer humano, animal, planta, grano de arena, célula o átomo?
Tras nacer, crecemos,
estudiamos y trabajamos, a menudo hasta el agotamiento, para ganar dinero que
gastamos en vacaciones y otras necesidades, esperando la jubilación sin querer
aceptar la vejez o la muerte. Y luego, inevitablemente, llega la muerte, esa
gran desconocida que siempre hemos temido. En este proceso, es natural
preguntarse si esto es todo lo que hay. ¿Cómo es posible que, entre todos los
planetas, satélites, estrellas, asteroides y cometas, solo conozcamos la vida
en la Tierra? ¿Por qué fuimos elegidos para experimentar una vida consciente?
¿Hay algo más allá? ¿Existen otros tipos de vida? ¿Venimos de algún lugar antes
de nacer? ¿Continuamos existiendo en otro lugar, de otra forma, después de esta
vida?
Si estás leyendo esta
novela, es probable que ya te hayas hecho estas preguntas y muchas más. Tal vez
tengas respuestas que sugieren que existimos en otros planos y formas, antes y
después de la vida física, y que la vida es solo un breve período de tiempo,
elegido por nosotros para un propósito desconocido. ¿Es posible que ya creas en
esto o algo similar?
Si tienes respuestas,
reflexiona sobre lo que es la vida: ¿un instante en comparación con nuestra
existencia eterna? ¿Un período de aprendizaje? Y si es así, ¿es necesario que
este aprendizaje venga acompañado de sufrimiento? ¿Podemos aprender con
alegría? ¿Con amor? ¿Será que el verdadero aprendizaje es vivir con amor?
Reflexiona ahora sobre
tu vida: ¿Eres feliz?, ¿sientes amor por todo lo que haces?, sabiendo todo lo
que sabes ¿merece la pena que vivas una vida que no te resulta plena?, ¿estás enseñando a tus hijos a ser felices, o
a que sean seres humanos de provecho?, ¿estás haciendo feliz a la persona que
has elegido para que te acompañe en un tramo de tu vida?, ¿sientes que todos
somos hermanos?, ¿existe en ti algún tipo de discriminación hacia alguno de esos
que son tus hermanos?
Si eres feliz en cada
instante, si sientes amor por todo lo que haces, si tu vida es una vida plena,
si has enseñado a tus hijos a ser tan felices como tú, si tu pareja de viaje es
tan feliz como tú, si sientes que cualquier ser humano es tu hermano, si no
sabes lo que es discriminar o criticar, ¡felicidades!, el final de tu
peregrinaje en la materia está próximo.
Si no es así,
¡cambia!, porque si sigues haciendo las mismas cosas, siempre vas a obtener los
mismos resultados. ¡Cambia tu vida!, ¡cámbiala ya!
La observación y la
reflexión sobre la vida es posible que te lleve a pensar que todo en la vida es
ilusión, que todo en la vida es pensamiento, que cada persona vive la vida en
función del color de sus creencias, en función de sus deseos, en función de sus
apegos, en función de sus pensamientos.
Y si no estás convencido
de eso, observa, con un poco más de detenimiento, la vida y las reacciones de
las personas. Ante una circunstancia, cualquiera, del tipo que sea, las
reacciones de las personas, son distintas y en muchas ocasiones opuestas. ¿Por
qué?, si la circunstancia es una, ¿no debería de reaccionarse de la misma
manera?, ¿quién actúa correctamente?, ¿quién se alegra?, ¿quién se ofende? Si
la circunstancia es rosa, ¿por qué unos la ven blanca y otros la ven negra?, y
es posible que, si alguno la ve de su verdadero color, tanto el grupo de los
que la ven blanca, como el grupo de los que la ven negra, le tachen de loco.
¿Qué pasaría si se
viviera la vida sin creencias?, ¿qué pasaría si dejáramos descansar el
pensamiento?, ¿qué pasaría si se aparcaran los deseos?, ¿no crees que lo qué
pasaría sería un respeto absoluto hacia los demás?, ¿no crees que se habrían
acabado las críticas feroces, las inútiles discusiones, los disgustos, los
enfados?, ¿o crees que se vería la vida tal cual es?
Si se abrazara la vida
con total desapego, los partidos políticos tal como los conocemos podrían
desaparecer, dejando lugar a una única entidad que realmente sirviera a todos
los ciudadanos, no solo a los intereses de los ricos y poderosos. Con una
perspectiva de total objetividad, las religiones que dividen y diferencian
podrían ceder su lugar a una filosofía universal que promueva el amor y la
felicidad. En un mundo donde se viviera la vida tal cual es, sin fanatismos, no
habría seguidores acérrimos de equipos deportivos, sino simplemente amantes del
deporte en su esencia más pura.
Si se viviera con un
sentido de hermandad, el hambre y la explotación podrían ser erradicados, y si
se viviera sin aferrarse a los pensamientos, simplemente observando la vida,
podríamos ver el fin de las guerras, los conflictos fraternales y las disputas
vecinales.
Sin embargo, la
realidad es que los deseos personales, los intereses y los pensamientos
subjetivos a menudo prevalecen. La vida se vive desde el prisma de lo que cada
uno considera importante, se vive de acuerdo con lo que cada uno piensa que es
correcto, y se vive en la búsqueda de satisfacer los propios anhelos. Esto,
desafortunadamente, resulta en una existencia marcada por errores,
desigualdades y abusos.
¿Crees que a ti no te
afecta? La realidad es que nos sucede a todos. Te invito a analizar tus
reacciones en todos los aspectos de la vida y a observar si mantienes la
ecuanimidad en cualquier situación: en la familia, en la religión, con amigos,
en el deporte, en la política, etc. Hazlo con honestidad y, en la intimidad de
tu reflexión, encuentra tus respuestas.
Si sientes el impulso
de cambiar, hazlo con acciones, no solo con palabras. Vive la vida de manera
auténtica, observándola tal como es. Tu transformación influirá en aquellos que
te rodean. Es posible que nuestras estructuras actuales, ya sean económicas,
sociales, religiosas, políticas o culturales, no cambien de inmediato. Quizás
no veas el cambio de forma inmediata, pero algo se moverá eventualmente.
Recuerda que las estructuras que tenemos son un reflejo de lo que
colectivamente merecemos. Inicia el cambio en ti mismo y deja que influya en
los demás para merecer algo mejor.
¿Cómo cambiar? Es más
sencillo de lo que parece. Mantén la atención y observa la vida sin etiquetar
ni juzgar. Contempla la vida como lo harías al visitar por primera vez el
Coliseo Romano, Machu Picchu, el Taj Mahal o la Sagrada Familia; con asombro y
sin palabras. Ten presente que cada evento en la vida es único e irrepetible,
al igual que cada segundo. Los monumentos pueden ser visitados más de una vez,
pero en la vida, cada instante es nuevo y no vuelve a ocurrir. Vívelo con esa
consciencia.
Nuestro tiempo en este
mundo es, sin duda, limitado. La incertidumbre de su duración nos acompaña, y
aunque nuestra vida pueda extenderse por décadas, en retrospectiva, parece
transcurrir en un abrir y cerrar de ojos. La transición de la infancia a la
juventud, de la juventud a la madurez, y finalmente a la vejez, ocurre en lo
que parece un instante.
Es esencial reconocer
el valor de cada momento que vivimos. Desperdiciar el tiempo es una falta grave
contra la esencia de nuestra existencia. Cada segundo cuenta y tiene el
potencial de ser aprovechado para el crecimiento, la alegría y la realización
personal. No hacerlo sería ignorar el regalo precioso que es la vida.
Por tanto, seamos
conscientes de la fugacidad de nuestra existencia y actuemos con la intención
de vivir plenamente. Aprovechemos cada oportunidad para aprender, amar y
contribuir al bienestar de los demás y al nuestro propio. En última instancia,
cómo elegimos vivir cada segundo define la riqueza de nuestra vida en su
conjunto.
Vivir conscientemente
significa estar presente en cada momento, apreciando la vida tal como se
presenta, sin filtros ni juicios. Es un desafío constante, pero también una
oportunidad para abrazar la plenitud de la existencia. No permitas que la vida
se deslice entre tus dedos; cada segundo es una oportunidad para estar
plenamente vivo.
Reflexiona sobre tu
vida. ¿Estás viviendo plenamente consciente? Cada vez que te sumerges en el
torbellino de la mente, ya sea por dolor, tristeza, sufrimiento o enfado, dejas
de experimentar la realidad para vivir en tus pensamientos. Incluso al recordar
el pasado, aunque sean momentos felices, te alejas del presente. Pierdes la
esencia de la vida cada vez que juzgas, comparas o criticas. Y cuando tu
contemplación se convierte en opinión, también dejas de vivir el momento.
Los niños, en su
inocencia, viven cada instante al máximo, sin preocuparse por el pasado o el futuro.
Aunque no son conscientes de ello, y a menudo los adultos no lo comprendemos,
ellos son maestros en el arte de vivir el ahora.
La vida, como el río,
fluye constantemente. Sentarse a la orilla de un río y observar cómo el agua se
desliza por su cauce es un recordatorio de que, aunque el agua que pasa frente
a nosotros puede parecer la misma, siempre está cambiando. Si algo flota en el
agua, lo vemos pasar por nuestro campo visual y desaparecer; nunca se detiene.
Así es la vida: un flujo continuo que no se detiene, como el agua que corre por
el río.
Entonces, si la vida
es un flujo constante, ¿por qué tratamos de detenerla? Nos aferramos a sucesos
del pasado, a palabras que nos han dicho, o simplemente a nuestros propios
pensamientos, como si pudiéramos pausar el curso de la vida. Si construyéramos
un desvío en el río, creando un estanque donde el agua pudiera acumularse, con
el tiempo, esa agua se estancaría, se descompondría, volviéndose putrefacta y
maloliente.
De manera similar,
cuando nos estancamos en el pasado o en pensamientos inmóviles, nuestra vida
pierde su frescura y dinamismo. Es como si permitiéramos que nuestras
experiencias y emociones se volvieran obsoletas y tóxicas, en lugar de
permitirles fluir y renovarse.
Vivir plenamente
significa aceptar el flujo constante de la vida, sin intentar detenerlo o
controlarlo. Es abrazar cada momento como único y dejar que el pasado y el
futuro sean como el agua del río: siempre en movimiento, siempre cambiando, y
siempre fluyendo hacia adelante.
Cuando interrumpimos
el flujo natural de la vida, nos desviamos de su curso y experimentamos la
existencia de manera superficial, como espectadores en la orilla, en lugar de
nadadores en su corriente. Esta detención no solo nos priva de la plenitud de
la vida, sino que estamos alimentando nuestro cuerpo físico con la energía
estancada que, como el agua, también se pudre, dando lugar a enfermedades
físicas, mentales y emocionales.
Nuestra percepción de
la vida se vuelve turbia. La experimentamos a través de nuestra aura, empañada
por la inercia, similar a las aguas estancadas; la interpretamos con
pensamientos anclados en el pasado, lo que tiñe nuestra visión de la vida con
tonalidades sombrías; la sentimos a través de emociones que, encadenadas a esos
pensamientos, nos impiden vivir con plenitud.
Para redescubrir la
claridad y la vitalidad, debemos liberarnos de los puntos donde nos hemos
quedado atascados y reintegrarnos al flujo dinámico de la vida. Como corchos
liberados en la corriente de un río, debemos permitirnos ser llevados por la
vida, fluyendo con ella, abiertos a cada nueva experiencia y aprendizaje que
nos ofrece. Solo así podemos vivir auténticamente, en armonía con el movimiento
perpetuo de la existencia.
Rediseñar la vida es
un ejercicio liberador que nos permite deshacernos de las anclas del pasado y
abrirnos a nuevas posibilidades. Sentarse en soledad, con papel y lápiz, y
trazar honestamente el boceto de la vida que deseamos puede ser un acto de
valentía y autoconocimiento. Imagina tu lugar ideal de residencia, el tipo de
vivienda que te acogería, el trabajo que te llenaría de satisfacción, y las
relaciones que nutrirían tu alma. Detalla cada aspecto, desde lo más mundano
hasta lo más trascendental.
Al comparar este
diseño con tu vida actual, podrías descubrir que, bajo las mismas condiciones,
tu existencia parece carecer de incentivos. Sin embargo, la realidad es que
cada instante de vida es una oportunidad única, repleta de potencial y alegría.
Cada momento vivido con plenitud nos acerca más a nuestra esencia más pura, a
esa divinidad interna que no está limitada por el cuerpo o la materia.
Vivir cada segundo con
consciencia es reconocer que estamos en un viaje hacia algo más grande que
nosotros mismos. Es entender que, aunque estemos en el mundo material, no
estamos atados a él. Cada experiencia, cada sincronicidad, cada alegría es un
paso hacia la comprensión de nuestra verdadera naturaleza y hacia la libertad
de ser quienes realmente somos, más allá de las limitaciones físicas.
A partir de ahí, está
en tus manos hacer realidad la vida escrita en el papel. Recuerda que, en la
actualidad, estás viviendo la vida que en algún momento decidiste vivir. Cada
acción genera una reacción. Tu vida de hoy, es fruto de tus acciones del
pasado. Si tu vida actual no coincide con el nuevo diseño, comienza a trabajar,
con valentía, para conseguir esa nueva vida. Olvídate de lo que digan o piensen
los demás. Tu felicidad sólo depende de ti, no de lo que otros digan o piensen.
La vida es perfección,
es un viaje fascinante, es una sucesión de sincronicidades, la vida es “complitud”.
La vida es eso que has elegido, que te has dado, para experimentar, para
aprender, para disfrutar.
El secreto para que
esto ocurra, para que disfrutes, para que sea fascinante tu vida, es la
aceptación, es el no enfrentarte a la vida, es no querer manipularla, es no
querer controlarla, es dejarla que fluya, es dejarla que te empape sin el
paraguas de tus prejuicios. La has elegido tú, has elegido el lugar, has
elegido la familia, has elegido las experiencias con las que vas a vivir, has
elegido el aprendizaje que sobreviene con esas experiencias, lo has elegido
todo, ¿por qué te rebelas?, ¿por qué te cuestionas?, ¿por qué le pones freno a
tu evolución?
Las quejas sobre la
vida son continuas, se la tacha de dura, de aburrida, de corta si alguien la
deja joven, de terrible ante la enfermedad que se alarga demasiado, de injusta,
de patética, etc., y la vida no es nada de eso. La vida es un fiel reflejo de
su protagonista. Si el protagonista es valiente y se atreve con todo, la vida
le dará más coraje por su valentía, y más resoluciones por su osadía; si el
protagonista es alegre, su vida será una fiesta; si el protagonista es un
neurótico, la vida le dará neurosis; si es triste, le dará dolor; si es
amoroso, le dará amor; si es dulce le dará ternura; si es sereno le dará
respeto.
¿Te acuerdas de tu
último enamoramiento? Te cambia la vida, todo está bien, todo es alegría, todo
es perfección, no hay enemigos, y la faz rejuvenece de la sonrisa floja que se
instala en ella. Pero como, desgraciadamente, es posible, que te parezca
imposible tanta felicidad, empiezas a estropearlo, con dudas, con preguntas:
¿Cuánto me quieres?, ¿me querrás toda la vida?, y ¿si el fin de semana que no
nos vemos me olvidas? Este es el verdadero patetismo, no la vida. Negarse a ser
feliz, negarse a vivir, negarse a ser completos.
Recuerda: cada persona
vive la vida que ha decidido vivir, y ni una sola de las circunstancias que la
rodean son por casualidad, porque esta no existe. Cada persona tiene el grado
de felicidad que ha decidido tener, porque nadie la puede dar la felicidad
excepto ella misma. Cada persona tiene el dinero que ha decidido tener, y se va
a boicotear para no tener más durante toda su vida. Cada persona va a tener
soledad o compañía, va a tener paz o estrés, va a tener salud o enfermedad,
según haya sido su decisión.
Repara todas las
goteras que están afectando a tu vida, y sé feliz, no necesitas nada para
serlo, sólo realizar el viaje más corto que te puedas imaginar, “Viajar a tu
interior”.
Puede parecer
increíble, que la vida, ese don tan maravilloso que algunos seres nos hemos
dado, convirtiéndonos durante un breve espacio de tiempo de nuestra eternidad
en humanos, pueda convertirse, a veces, en algo tan duro, tan inaguantable e
insufrible, que bien pareciera que, en vez de ir montados sobre la vida,
disfrutando de su belleza, lleváramos la vida, y no solo la nuestra, sino la
vida de toda la humanidad sobre nuestras espaldas. ¡Y eso pesa!
Algunos podrían pensar
que nada hay en la vida más duro que la propia vida, o mejor los
acontecimientos que en ella se generan cada día, pero si hay algo que puede ser
muchísimo peor y, de hecho, lo es, es la actitud con la que cada uno se
enfrenta a todos y cada uno de los acontecimientos de su vida.
Enfrentarse a la vida
cuando la miseria se pasea por ella, puede ser más o menos duro; enfrentarse a
la vida, cuando la enfermedad ha tomado posesión de la misma vida, puede ser
más o menos angustioso; enfrentarse a la vida cuando la vida ha recibido la
visita de la muerte, puede ser más o menos dramático. La diferencia entre el
más y el menos es la actitud.
De momento, parece que
ha quedado sobradamente demostrado, hace ya tiempo, por experiencias en las
propias vidas y en las vidas ajenas, que tratar de vivir la vida por el lado
más duro no soluciona la miseria y, sin embargo, puede agregar, y de hecho
agrega dolor al dolor, de la misma manera que más angustia no soluciona la
enfermedad o que por mucho dramatismo que le pongamos a la muerte no va a
resucitar al difunto.
No solo es válida la actitud para los tres
casos extremos de miseria, enfermedad y muerte. La actitud hace que varíe
también la percepción de cualquier preocupación, de cualquier dolor, de
cualquier desengaño, de cualquier sufrimiento o de cualquier decepción.
Cualquier
acontecimiento en la vida ocurre en un determinado momento, pero justo al
instante siguiente la vida sigue su ritmo, no se detiene ni por un instante, y
si la vida no se detiene, ¿Por qué la persona se queda anclada en la emoción,
ya sea positiva o negativa, provocada por el acontecimiento?
Sabemos que todo es
energía. El pensamiento es energía, la emoción es energía, la preocupación, que
sólo es un pensamiento repetitivo sobre cualquier tema sin desear llegar a
ninguna conclusión, es como cualquier pensamiento: energía que se va
almacenando en nuestro sistema energético provocando otras energías nada
agradables como son el miedo, la ansiedad, la angustia o la soledad.
Está claro que por
mucho que piense y se preocupe la persona no consigue hacer retroceder ni un
ápice a la vida para deshacer el acontecimiento, por lo tanto, solo hay que
cambiar la actitud hacia cualquier acontecimiento cambiando el proceso de
pensamiento y, de inmediato, cambia la vida. Con ese cambio de actitud, se deja
a un lado del camino el peso cargado, voluntariamente, sobre las espaldas, pero
volver a subirse al tren de la vida.
El cambio de actitud
que se escribe en un minuto y se lee en dos segundos, lleva un poco más de
tiempo adquirir la habilidad necesaria para ponerlo en práctica, pero cuanto
más se tarde, será peor, porque seguiremos añadiendo sufrimiento al
sufrimiento, dolor al dolor, angustia a la angustia y dramatismo al drama.
Cualquier sufrimiento es inútil, porque todavía no se han detectado cuales son
los nudos del dolor que puede desatar el sufrimiento, y, desde luego, no es
porque no se tenga experiencia en sufrir, porque sufrimiento en el mundo hay
toneladas en cada esquina.
Puedes analizar
cuantos sufrimientos te han solucionado problemas. Si no encuentras ninguno, ¿para
qué sufrir? Empieza a trabajar para vivir la vida con una actitud diferente,
porque necesitas un cambio. Recuerda: Si siempre haces las mismas cosas, el
resultado siempre será el mismo. ¿Cómo hacerlo?
Realmente esta es una
de las preguntas del millón, ya que hay tantas maneras de trabajar para un
cambio como personas quieren cambiar, porque cada persona está en un punto del
camino, totalmente diferente a donde se encuentran los demás. Pero si se pueden
dar unas pautas básicas:
En primer lugar:
Conciencia, tienes que ser consciente de donde te encuentras, de lo que tienes
y de lo que te gustaría tener. Quejarse no es suficiente, ya que mientras te
quejas, te aburres o te cansas, no estás siendo realmente consciente de que es
lo que estás viviendo, y es posible que ni tan siquiera sepas que es lo que has
de cambiar, porque no es necesario dar un cambio total y absoluto, lo que pasa
es que el cansancio que te produce “un algo” en tu vida, está interfiriendo en
el total de la vida, no dejando que seas consciente de momentos que podrían ser
felices. Así que comienza por vivir la vida conscientemente para comprobar que
es lo que te desagrada.
En segundo lugar: Ama,
pon amor en todo lo que hagas, todo lo que estás haciendo por obligación, hazlo
con amor: amor a tu pareja, amor a tus hijos, amor a tu trabajo, amor a tu
familia, en resumen: Amor a la vida.
En tercer lugar: El
proceso del cambio. Es seguro que siendo consciente de tu vida y realizando
todo con amor, ya has descubierto que es lo que realmente está interfiriendo en
tu felicidad. Cámbialo, sin miedo. Cuando se realizan las cosas que hay que
hacer, sin miedo, con una confianza absoluta en la vida, en el Universo, en
Dios, la vida fluye con una intensidad desconocida hasta entonces, y se van
sucediendo las situaciones que hacen posible que el camino a la felicidad se
despeje con una velocidad y una facilidad desconocida hasta entonces.
En cuarto lugar:
Acepta, acepta la vida sin condiciones, y esta te irá indicando cual es el paso
siguiente que hay que dar. No preguntes como te lo va a ir indicando la vida.
Lo sabrás, sin más, sólo acepta y déjate llevar.
En quinto lugar: Vive
desde el corazón. El corazón es el pregonero de la vida, desde él van llegando
las informaciones que la vida necesita darte. Se llama intuición, empieza a
seguirla en las pequeñas cosas, sin dejar que tu mente las eche para atrás.
Esas pequeñas cosas pueden ser tan nimias como: coger el paraguas al salir de
casa un día de sol, entrar en un lugar que no habías pensado, ir a recoger a
los niños antes de la hora, etc. Así podrás comprobar cómo lo que antes
llamabas “casualidades”, se multiplican en tu vida, y podrás darle el nombre
correcto “causalidad”, “sincronicidad”.
Así que recuerda, “no
te quejes”, porque todo seguirá igual en tu vida. El camino es: conciencia,
amor, cambio, aceptación y vivir desde el corazón.
1
Encuentro en la neblina
Ángel y
yo terminamos de tomar un café en el puesto de bebidas que
se encuentra en el Parque del Amor, en el distrito de Miraflores de Lima.
Habíamos permanecido durante casi tres horas enfrascados en una conversación atípica,
al menos, para mí, ya que mi interlocutor ponía sobre el tapete aspectos
emocionales que nunca, por mi parte, habían sido objeto de debate, ni tan
siquiera de debate mental.
Las emociones era como si no existieran
en el mapa de mi cuerpo o en el diccionario de mi mente. Yo me sentía bien o
mal, alegre o triste, pero siempre encontraba una razón, convincente, para que
tal cosa ocurriera. Si pasaba algo no previsto era casualidad, si me daba un
golpe en el pie, con una piedra, era mala suerte, si a alguien le tocaba la
lotería, algo que a mí nunca me había pasado, era un golpe de buena suerte y si
me había quedado sin trabajo, como ahora, era porque el dueño de la empresa era
un sinvergüenza, sin escrúpulos.
Todo era debido a la casualidad,
a la buena o mala fe de las personas y a la buena o mala suerte.
Para el miedo siempre había un
motivo real, igual que para la alegría o la tristeza. La felicidad era algo
inexistente, a no ser que se estuviera en posesión de grandes cantidades de
dinero, entonces sí que había suficientes motivos para ser feliz. Estaba
convencido de que eso que decían algunos de que el dinero no da felicidad, era
un eslogan de los pobres para conformarse por su desgracia. Aunque, alguna vez
me llegué a preguntar ¿cómo era posible que una persona inmensamente rica
pudiera no ser feliz y, además, encontrarse triste o deprimida?
Nunca me planteé si Dios estaba
en algún sitio o no. Creía en Él, porque así me lo inculcaron mis padres, pero
no iba más allá de la creencia, no como muchas personas, sobre todo los pobres
y los enfermos, que le rezaban, le rogaban y le pedían que hiciera llegar algo
parecido a una lluvia de dinero o un milagro que les devolviera la salud. Aunque,
la verdad es que no sé para qué le pedían si nunca hacía nada. Pero si a ellos
les tranquilizaba eso, estaba bien. Yo para tranquilizarme miraba el mar.
Y lo que más gracia me hacía
era la tontería del amor. Todos buscando a alguien que les ame para pasar
juntos el resto de la vida. Estaba más que claro que eso no funcionaba porque
había rupturas, maltratos, engaños, silencios, decepciones y hasta asesinatos.
Siempre he creído que lo único que buscan es satisfacer alguna necesidad, ya
sea, física o económica, o para tener compañía, o por un cuestionamiento
social. A mí nunca me ha pasado esa tontería del amor y, por supuesto, sigo
soltero a mis treinta y siete años. Sé que es casi imposible formar una familia
como la que tenía cuando vivían mis padres, porque eran la excepción, así me he
ahorrado disgustos, pérdidas de tiempo, gastos inútiles de dinero, discusiones
y, seguramente, muchas más cosas. Pero, a pesar de mi creencia de que es
imposible formar una familia como la que tuve hasta que murieron mis padres, me
gustaría tenerla y hasta sueño con ella porque, siempre me pareció, cuando
vivían ellos, que los problemas, las preocupaciones, los miedos o cualquiera de
los sinsabores que nos depara la vida se disipan con más facilidad en el seno
de la familia.
Pero sí que hay una regla
inquebrantable que sigo al pie de la letra: El respeto. Es algo que aprendí de
mi padre que siempre me decía: “hijo mío,
eres libre de hacer lo que quieras siempre que no interfieras en la libertad de
los demás. Piensa que lo más importante es respetar a los otros. Piensa en si
eso que vas a hacer, o a decir, te gustaría que te lo hicieran o dijeran a ti y,
después, actúa en consecuencia”. Él me enseñó que el respeto es la
consideración que se ha de tener en el trato a los otros. Y en el término otros
se encuentran todos los seres humanos, pobres y ricos, poderosos y mendigos,
hombres y mujeres, religiosos y ateos, honrados y ladrones, entran hasta los
políticos, en resumen, todos los seres humanos. Esa consideración en el trato
supone, para mí, no juzgar, no criticar, no engañar y ayudar en todo lo
posible.
Soy consciente de que no todo
el mundo me cae bien y de que hay personas peligrosas a las que no conviene
tratar. En esos casos lo que hago es evitarlas.
De alguno de esos temas había
hablado con Ángel o, más bien, escuchado hasta que fui consciente de que era
casi la una de la tarde. Aún tenía que comprar algo para almorzar, ya que a las
tres había quedado con Pablo, uno de mis ex compañeros de trabajo y, gran
amigo, para hablar de la posibilidad de iniciar un negocio entre los dos, por
lo que le dije a mi contertulio que teníamos que dar por terminada nuestra
conversación.
-
Ha sido un placer Antay, -replicó
Ángel- espero que nos encontremos algún otro día.
-
Para mí también ha sido un placer –dije
levantándome y tendiéndole mi mano para la despedida- Hasta otra ocasión, nunca
se sabe.
Le di la espalda para caminar
hasta el semáforo que me permitiría cruzar la pista del Malecón Cisneros y
enfilar la calle Venecia hasta la avenida Grau que me llevaba directo al lado
de mi domicilio en la avenida José Pardo. Pero como el semáforo es de esos que
se tiene que apretar un botón y, esperar para que la luz cambie a verde, en el
tiempo de espera giré la cabeza para ver si mi compañero había iniciado,
también, su retirada y, ante mi desconcierto, no lo vi por ningún lado. No
estaba en el puesto del café, ni se había adentrado en el parque, ni se le veía
por el paseo. Simplemente, había desaparecido.
Mi curiosidad fue mayor que mi
prisa y volví sobre mis pasos. Nada, no había ni rastro de él. Me acerqué a uno
de los camareros que se encontraba detrás de la barra y le pregunte
directamente:
-
Disculpe, ¿sabe por dónde se fue el
señor mayor que estaba aquí conmigo?
-
¿Perdón?, -el camarero puso cara de
extrañeza,
-
Sí, yo estaba aquí hace un momento con
otra persona, me fui hacia el semáforo y no he visto que la otra persona haya
ido a ningún sitio, es como si hubiera desaparecido, -y termine con otra
pregunta- ¿Usted le ha visto?
-
Perdone señor, usted sí que ha estado
aquí, pero ha estado solo tomando su café sentado en aquella mesa mirando el mar.
¿Se encuentra bien? -concluyó el camarero.
No parecía que el camarero me
estuviera gastando una broma pesada en confabulación con Ángel, y no creo que
fuera un tipo de esos despistados que podrían olvidar hasta su nombre. Estaba
claro que no estaba soñando y, si no estaba soñando, y el camarero decía la
verdad, solo podía ser que me hubiera vuelto loco, porque no me explicaba cómo
podía haber desaparecido. Yo estaba completamente seguro de haber estado tres
horas con él.
- Gracias
señor, disculpe,-le dije al camarero que se había separado un poco de la barra,
seguramente, tomando precauciones, pensando que como era un loco, podía ser
peligroso.
Y volví al semáforo. Entonces
fui consciente de que lo único que sabía de él era su nombre. No sabía dónde vivía,
ni si trabajaba o estaba jubilado, no sabía si tenía familia y, ahora, para más
“inri”, el camarero me hacía dudar de que fuera real.
Todo había comenzado en la
mañana. Me había levantado raro, con una especie de ahogo. Había tenido un
sueño extraño:
“Estaba en una boda que resultó
ser la mía. Mis padres estaban sentados en el primer banco de la iglesia y yo
permanecía de pie, delante del altar, esperando a la novia que se estaba
retrasando. Estaba feliz porque al fin iniciaba el camino de algo que ilusionaba
desde que tenía uso de razón: Iba a formar una familia y ya me encargaría yo de
que fuera como la que habían formado mis padres. Éramos una familia feliz.
Como la novia no llegaba salí a
buscarla a la calle. En la puerta me encontré un mendigo que, en
agradecimiento, cuando le di una moneda, me dijo:
-
La novia no va a llegar. Está atorada
en un atasco. No la esperes, ¡vete!
-
No entendía nada, ¿cómo podía ser que
un mendigo me esté contando todo esto como si fuera un mago o un clarividente?-
¿Cómo lo sabe? -le pregunté.
-
Porque he sido yo el que ha ocasionado
el atasco –y repitió- No la esperes, ¡vete!
-
Por
favor –le suplique- deshaz lo que has hecho. Deja que venga.
-
Te estoy haciendo un favor muchacho. Es
la única manera de evitar que sufras más adelante si ella llega a abandonarte
–y volvió a repetir- No la esperes, ¡vete!
-
Te suplico que me permitas tenerla a mi
lado. Quiero vivir una vida de amor –lloraba y suplicaba.
-
Todo lo que conseguía del mendigo era-
No la esperes, ¡vete!
Y desperté con una sensación de
impotencia que me ahogaba. Aunque, también, podría haber sido que la cena de la
noche me hubiera sentado mal, cuando fui consciente de que me fui a la cama sin
cenar. El estómago vacío o el extraño sueño podían ser la razón de mi rareza. Sentía
la necesidad de tomar aire porque me ahogaba en la casa. Tenía que salir, así
que terminé de adecentar el departamento y salí a la calle.
Hacía un día infernal, pero el
aire que respiraba me estaba viniendo bien y hacía que me recuperara del ahogo
que sentía. Bajé por la avenida Pardo hasta el mar y comencé a caminar por el
malecón. A mi derecha se encontraba el Océano Pacífico, aunque hoy estaba
desaparecido debido a la neblina. La idea era hacer una gran vuelta bordeando
el malecón hasta la avenida Larco y subir por ella hasta Pardo, que me llevaba
de vuelta a casa. Un paseo de hora y media que había realizado en muchas
ocasiones.
Pero al comenzar la andadura
por el Malecón Cisneros escuché, casi a mi lado:
- Joven,
por favor, ¿me puedes ayudar?
Yo, que iba mirando al piso, absorto en mis pensamientos, organizando mentalmente mi curriculum para presentarlo a diferentes empresas después de que la empresa, donde había trabajado durante los últimos diez años, cerrara por quiebra, levanté la cabeza buscando al responsable de la petición de ayuda.
Era un hombre mayor, de edad
indefinida. Entre sesenta y ochenta años, podía tener cualquier edad, de,
aproximadamente, un metro ochenta de estatura, cabello blanco y cuidada barba,
también blanca. Con la espalda tan recta que bien parecía que se había tragado
un sable, vestido con un pantalón vaquero y un anorak, ambos negros, y una
camisa blanca, completando su atuendo con una bufanda anudada al cuello.
Estaba apoyado en el muro que
separa el paseo, del acantilado, en el Malecón Cisneros.
Eran las diez de la mañana de
un lunes de agosto. En pleno invierno limeño, la neblina, que impedía ver el
océano, desprendía una garúa más que persistente. Esa era, sin ninguna duda, la
razón por la que en el tramo del paseo donde nos encontrábamos no hubiera más
personas que el señor que demandaba ayuda, un miembro del serenazgo de
Miraflores, bastantes metros por delante de nosotros, aunque a él no le quedaba
más remedio porque estaba trabajando, y yo.
Me acerqué hasta el hombre, que
parecía tener problemas para respirar normalmente, y le pregunté:
-
¿En qué le puedo ayudar, señor?, ¿se
encuentra bien?
-
No, no me encuentro muy bien hijo,
-respondió de manera entrecortada y, tomando una respiración profunda,
continuó- ¿me puedes ayudar a acercarme al banco para sentarme un momento?
Los bancos del paseo se
encontraban tan mojados, en ese momento, por la fina lluvia que estaba cayendo,
que sentarse en ellos era como sentarse encima de un charco, y se lo hice saber
-
Los bancos están muy mojados, señor. Si
se sienta ahí le va a entrar la humedad hasta los huesos.
-
Acércame, por favor, necesito sentarme
un momento. No te preocupes, tengo unas bolsas de plástico,-dijo mientras
sacaba de su bolsillo dos bolsas de supermercado.
Tomé las bolsas mientras me acerqué a él con
el brazo doblado para que se agarrara. Así lo hizo, se agarró a mi brazo y
comenzamos a caminar, lentamente, la poca distancia que nos separaba del banco
más cercano. Coloqué una bolsa en el banco, con él aun agarrado a mi brazo, y
le ayudé a sentarse.
Parecía
aliviado, pero pensé que no podía dejarle allí solo en mitad de la neblina, y
como aún tenía la otra bolsa, que él me había dado, la coloqué en el banco y me
senté a su lado.
-
No, por favor, -protestó- ya te he
entretenido demasiado y tendrás cosas que hacer. A mí se me va a pasar en un
momento, ya me ha ocurrido otras veces, y sé que en unos minutos estaré como
nuevo.
-
No se preocupe por mí, en realidad, no
tengo nada que hacer -y era la pura verdad, porque si estaba caminando por el malecón
con ese tiempo infernal era porque la soledad de la casa me ahogaba.
-
Gracias –respondió, quedando, a
continuación, en silencio tratando de recuperar el ritmo normal de la
respiración.
Respeté su silencio
observándole mientras se reponía. Había algo en él que, no sabría explicar
pero, hacía que me sintiera muy cómodo a su lado. Sus brillantes ojos azules
eran como un imán.
La verborrea de mi pensamiento
encontró, de inmediato, en nuestro silencio, un resquicio para explicar las
razones por las que me sentía cómodo: “llevas tanto tiempo solo que con
cualquier compañía hace que sientas esa comodidad”. Y, también, con la misma
rapidez con la que el pensamiento presentaba sus razones mi yo consciente
comenzaba a rebatirlas. Era un juego que hacía de manera permanente, hablar con
mi pensamiento, supongo que como todo el mundo: “no es cierto que me sienta
cómodo con cualquier compañía, porque entonces también me pasaría con la señora
de la tienda de abarrotes, que está frente a mi casa, donde compro, a veces,
algunas cosas que me faltan, y con ella no solo no me siento cómodo, sino que
hasta me cuesta ser amable. Con este señor, del que ni tan siquiera sé su
nombre, me siento cómodo porque sí”.
-
Como si estuviera leyendo mi
pensamiento mi compañero de banco rompió el silencio- Ya me estoy recuperando.
Por cierto, mi nombre es Ángel.
-
Yo me llamo Antay, -respondí.
-
Es un hermoso nombre inca, ¿sabes qué
significa?, -preguntó.
-
Creo que tiene dos significados, uno
que es de cobre y otro que significa renacer. A mí me quedan bien las dos, para
el físico el cobre, porque no se puede decir que sea muy blanquito y en cuanto
a lo etérico me gusta eso de renacer.
-
Como el ave Fénix, -apostillo Ángel-
que renace de sus cenizas. En realidad, el ave Fénix es un símbolo de fuerza,
de purificación, de inmortalidad y de renacimiento físico y espiritual, de transformación,
regeneración, memoria, serenidad y resiliencia.
-
No conocía tanto, -me excusé con mi
interlocutor- solo sabía que renacía de sus cenizas.
-
La verdad, -siguió Ángel con expresión
pensativa- es que todos los seres humanos somos como él, porque
venimos a la vida a realizar una transformación, una especie de renacimiento
espiritual.
Volvimos al silencio. No
entendía que quería decir. Nunca me había planteado para que nacemos y, por
supuesto, eso de la transformación y del renacimiento, de poco me valía
entender el significado de las palabras, porque no sabía cómo aplicarlas a
nuestra vida como seres humanos.
Aunque no me vendría nada mal,
ahora, ser como el ave Fénix y renacer de mis cenizas. Había estado trabajando
los últimos diez años en una empresa de venta de productos informáticos que,
sin saber cómo, cerró por falta de liquidez. Ninguno nos explicamos la causa,
teniendo en cuenta que la empresa se iba manteniendo bastante dignamente, durante
tiempo, con sus problemas, como muchas empresas. Todo parece indicar que el
dueño, al que cada vez se le veía menos por la empresa, había dilapidado, no
solo, su propio capital, sino que, también, había hipotecado la empresa y la
presión de los acreedores hizo imposible su continuidad. En esa especie de
renacimiento estaba, planificando mi curriculum, cuando me encontré con Ángel.
La garúa había dejado de caer y
supongo que sería por eso por lo que no sentía tanto la humedad, aunque, en
realidad, era como si estuviera sentado sobre algo caliente y subiera una
especie de suave calor que no solo envolvía mi cuerpo sino que entraba en mi
interior calentando cada célula. Hasta toqué la bolsa de plástico, sobre la que
estaba sentado, para ver si era el origen del confortable calor, pero no,
estaba más que fría, estaba helada.
-
Ya estoy bien, -dijo Ángel sacándome de
mis elucubraciones- agradezco infinito tu ayuda. ¿Me permites que te invite a
un café?, nos irá bien para entrar en calor.
-
No tiene que agradecerme –contesté- ha
sido un placer haber servido para algo y…
-
Me interrumpió con una pregunta- ¿Cómo
dices eso de haber servido para algo?, sirves para mucho. No parece que tengas
mucho aprecio por ti mismo.
-
Me sorprendió tanto la pregunta que
solo atiné a decir- No sé.
-
¿Qué me dices del café? –volvió a
preguntar.
-
Si, vayamos nos irá bien.
Nos levantamos del banco. Él
mismo recogió las bolsas de plástico, sobre las que habíamos estado sentados,
para hacer una pelota con ellas y, acercándose a la papelera que estaba junto
al banco, las arrojó en ella.
-
Así que no sabes si te tienes aprecio,
-comentó mientras enfilábamos, caminando lentamente, hacia el Parque del Amor
donde había un puesto de bebidas y podríamos tomar nuestro café.
-
La verdad es que nunca había pensado en
eso de tenerme aprecio a mí mismo. Supongo que sí me debo de apreciar, porque
me gusta vivir bien y no quiero enfermar, -no se me ocurría ningún otro motivo
para justificar el aprecio que me tenía a mí mismo y continué con una pregunta-
¿eso no sería egoísmo?
-
Egoísmo sería si solo te ocuparas de tu
propio interés y, sobre todo, de tu propio beneficio, sin atender las necesidades
del resto. Sería egoísmo si trataras a los demás como si no existieran, o como
si sus preocupaciones no te importaran. La forma más básica de egoísmo es la
búsqueda de la supervivencia del yo. Sin embargo, no solo está relacionado con
la supervivencia biológica, sino también con el logro de los objetivos vitales
y la oportunidad de reafirmar nuestra autenticidad como individuos. No parece
muy egoísta que hayas estado media hora sentado en un banco mojado, con un
extraño, solo por acompañarme. ¿No crees?
-
No sabía que decir- No sé. –parecía
tonto con mis respuestas- Supongo que si usted lo dice tendrá razón. No creo
tener el suficiente conocimiento ni criterio, en esta materia, para valorar si
soy egoísta o no.
-
Ángel detuvo su caminar y volvió a la
pregunta inicial- ¿No sabes si te tienes aprecio?, -y mirándome a los ojos me
lanzó una retahíla de preguntas- ¿Crees en ti?, ¿aprecias tu valía?, ¿te
respetas?, ¿te valoras adecuadamente?, en definitiva, ¿te amas?
No
estaba acostumbrado a conversaciones tan extrañas que entraran a valorar mis
sentimientos o mis emociones. Mis temas de conversación siempre trataban de
asuntos laborales, de política, de futbol, del tiempo o de lo que había hecho
el fin de semana. Tengo treinta y siete años, sigo soltero, sin compromiso, mis
padres murieron hace ya algunos años y no tengo más familia que una tía y unos
primos que están repartidos por el mundo, de los que no tengo noticias hace ya
años. Así que permanezco mucho tiempo en soledad y, por lo tanto, en silencio.
El único que habla de manera permanente es mi pensamiento, con el que discuto, con
bastante frecuencia, pero nunca de asuntos tan profundos como los que me estaba
presentando Ángel.
-
Ya veo –prosiguió Ángel, ante mi
tardanza en contestar- que nunca te has planteado algo como amarte a ti mismo.
Permíteme comenzar por el principio: Estarás conmigo en que hay personas con
las que te sientes muy cómodo y no te importa pasar horas en su compañía,
mientras que hay otras de las que sientes la necesidad de alejarte. ¿Es así?
-
Si, -contesté- es así. Hace un momento hablando
con mi pensamiento llegué a la conclusión de que a su lado me siento muy cómodo
y, sin embargo, con la dueña de la tienda de abarrotes que está delante de mi
casa, si pudiera comprar desde la calle lo haría para no estar cerca de ella.
-
Es lo que le pasa a todo el mundo.
–supongo que entonces cayó en la cuenta de que nos tratábamos diferente y
siguió- Pero, por favor, tutéame. No importa que tenga cuarenta años más que
tú. El respeto va más allá del tratamiento, y yo, aunque te tutee, te puedo
asegurar que siento por ti un respeto infinito.
-
Yo también lo siento por usted. Perdón,
por ti. No sé si me acostumbraré a decirte de tú. –y era cierto. Desde siempre,
tengo la costumbre de utilizar el usted con las personas que me parecen de
mayor edad a la mía.
-
Y dime, -siguió preguntando. Casi me
pareció estar en un examen- ¿Cuál es la persona con las que pasas más tiempo?
-
Esta pregunta era fácil, no tuve que
pensarla- No paso tiempo con nadie. Ahora que no trabajo siempre estoy solo.
Por eso nos hemos encontrado, ha sido una casualidad, porque hoy me asfixiaba
un poco en la casa.
-
Respuesta, doblemente, errónea. Por un
lado, no existe nada casual. Asfixiarte ha sido la espoleta para que salieras,
seguro que teníamos que encontrarnos y, por otro, piensa bien en eso de que
estás solo, -me dijo- piensa bien. ¡Ah!, y tranquilo que no es ningún examen.
¡Qué
curioso!, cuando estábamos sentados en el banco y yo pensaba en que no sabía su
nombre, casi de inmediato, me dijo que su nombre era Ángel y, ahora, cuando
pensaba que parecía un examen, por la cantidad de preguntas extrañas que me
estaba haciendo, me dice que esté tranquilo, que no es ningún examen. ¿Podrá
leer el pensamiento?
-
Realmente no sabía que tenía que
responder- Pues no se me ocurre nada. Por mucho que mire a mí alrededor, ahora
que no trabajo, no paso tiempo con nadie.
-
Sí pasas tiempo con alguien. -dijo
volviéndose a detener y mirándome a los ojos- Contigo. Pasas contigo veinticuatro
horas cada día, desde el instante en que naciste hasta este momento, y seguirás
acompañándote hasta el último segundo de tu vida. Llevas contigo ¿cuántos?,
¿treinta y siete años? ¿Qué te parece?
-
Si, -contesté asombrado- Tengo treinta
y siete años, ¿cómo lo has sabido? y, sí, mirándolo así, es claro que vivo
conmigo.
-
Y ¿qué tal pareja haces contigo?
-
Me hizo gracia la pregunta- Creo que
discutimos, de vez en cuando, pero aún no hemos llegado a las manos.
Habíamos
llegado al puesto de bebidas. Estaba tan solitario como el paseo por el que llegamos
caminando. Su nombre es totalmente adecuado al lugar, se llama “Beso Francés” y
no solo se sirven bebidas, también se puede comer. Nos sentamos allí mismo,
frente al mar, a tomar nuestro café y seguir con nuestra conversación. La
neblina estaba desapareciendo y empezaba a contemplarse el mar. Realmente, esta
zona de Lima, es de una belleza inigualable. Estábamos sentados a unos setenta
metros sobre el nivel del Océano Pacífico, sobre el acantilado que bordea toda
la costa limeña.
Durante
un momento permanecimos en silencio, hasta que Ángel comentó:
-
¡Cuánta grandeza!, y aún hay personas
que no creen en Dios.
-
Si, -contesté, afirmando, también, con
la cabeza, sobre todo por lo de la grandeza, porque el tema de Dios ya eran
palabras mayores.
-
Pero no es momento de hablar de Dios,
-Ángel movió la cabeza como si acabara de despertar- ahora estábamos hablando
de ti y de tu pareja.
-
Es muy graciosa la manera que tienes de
presentarlo, -comenté- de lo que si estoy seguro es de que por mucho que
discutamos no nos vamos a separar nunca.
-
Supongo que hay aspectos de ti que te
gustan y otros que no tanto, ¿es así? –preguntó.
-
Por supuesto, como todo el mundo.
-
Piensa como te sientes cuando estás
inmerso en una situación agradable y la diferencia en tu ánimo cuando la
situación se torna desagradable.
-
Cuando la situación es agradable el
ánimo está por los cielos y cuando es desagradable baja, de inmediato, a los
infiernos, por decirlo de una manera gráfica. –La verdad es que es tan obvio
que no entendía la razón de su pregunta.
-
¿Tienes algún poder para cambiar las
situaciones desagradables?, -me dice que no es ningún examen, pero no para de
hacerme preguntas.
-
No, pero están ahí y, aunque no quiera
verlas, el pensamiento se encarga de recordarlo. O, lo que es peor, la realidad
de la vida. Es mi caso en la actualidad. Sin trabajo, no sé qué va a ser de mí,
no estoy preparado para hacer otras cosas y ni siquiera sé hasta cuando
aguantarán mis escasos ahorros. ¿No es un caso trágico de mala suerte? Esto es
como estar en los infiernos.
-
El infierno no existe, Antay. Es a este
lado de la vida donde se puede encontrar el infierno, ya que el único, el
auténtico y verdadero infierno no está después de la muerte, está ahora, en la
vida. Está en la persona, está en su mente, pues es ella la que va llevando al
ego por los vericuetos del pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la
mente la que, pensamiento a pensamiento, va desgranando ideas, creencias,
desgracias, males, sufrimientos y torturas que hacen que la persona sufra un
verdadero infierno.
>>
Y son esos pensamientos, creencias, males y desgracias las que vive realmente
el ego. El dolor del ser humano, el miedo, la ansiedad o la angustia, solo son
un producto de su mente, porque nada está ocurriendo, solo es su apreciación. ¿Te
parece poco infierno? Cuando el ser humano consiga mantener su mente en
silencio habrá alcanzado la dicha.
>>
Antay, -en el rostro de Ángel apareció un gesto de preocupación- y de la misma
manera que no existe el infierno, no existe la suerte y las coincidencias
tampoco. Todo está programado por nosotros antes de venir a la vida. Lo que no
está programado es la reacción de cada persona ante esos acontecimientos
programados. Y esa reacción depende totalmente del amor que la persona se tiene
a sí misma.
-
Discúlpame Ángel, pero no entiendo nada,
-y era cierto, es como si me estuviera hablando en otro idioma con palabras que
entendía, pero no pasaba de entender las palabras sueltas.
-
Lo sé hijo, lo sé. –dijo Ángel
suspirando- irás entendiendo, pero para allanar el camino y que ese
entendimiento sea más fácil hay una fórmula: el amor hacia uno mismo. Y te
repito que no es egoísmo. Te amas a ti mismo cuando no te juzgas ni te
críticas, cuando aceptas tu valía, tus dones y tus carencias, cuando aceptas tu
físico, tu inteligencia y tu personalidad, cuando no te comparas con otros,
cuando te respetas tanto como respetas a los demás, cuando no permites que los
pensamientos negativos campen a sus anchas.
Tengo
que reconocer que entendía las palabras y su significado, pero si me lo hubiera
explicado en un idioma extranjero hubiera sido lo mismo porque no sabía cómo se
podía llevar a la práctica algo como no juzgarse o criticarse uno mismo. ¡Cómo
no iba a hacerlo cuando hacía algo que no me satisfacía!, ¡cómo no desear ser
tan valioso y tener los dones que tiene otra persona mucho más exitosa que yo!,
¡cómo no ser consciente de mis propias carencias y lamentarme por ello!
Reconozco que si hubiera podido elegir mi físico, mi inteligencia o mi
personalidad, otro hubiera sido el resultado.
-
Eso suena muy bonito, pero ¿cómo se
consigue?, -ya puestos, lo mejor es preguntar por la fórmula.
-
Se consigue con voluntad. Dejando de
lado lo que puedan pensar los demás o lo que esperan de nosotros. Será cuando
sientas ese amor por ti cuando comiences a experimentar la felicidad, la
serenidad y la paz interior y así estarás preparado para amar a los otros. Y tú
no lo vas a tener difícil porque practicas algo que es bastante escaso: el
respeto.
-
Me dio la sensación de que no eran más
que palabras, nada concreto- No sé cómo voy a incrementar el sentimiento de
amor que siento por mí. El amor se siente o no se siente, igual que se pueden
sentir la alegría o la tristeza. Y si para sentir alegría siempre hay un motivo,
igual que lo hay para sentir la tristeza, yo creo que para sentir el amor tiene
que ocurrir lo mismo. Por ejemplo, el amor entre padres e hijos, entre abuelos
y nietos. Pero, ¿a mí mismo?, no parece que
haya motivos. Explícame, por favor –concluí.
-
Partes de una premisa falsa Antay, el
amor no es un sentimiento.
-
No suelo ser muy irónico, pero al
escuchar la afirmación de Ángel sobre el amor, me salió del alma- Si, y ahora
es de noche. -de inmediato fui consciente de mi falta de respeto y añadí-
perdón, Ángel, perdón. Es que es la primera vez que escucho algo parecido y me
resulta, digamos que extraño.
Si mi
pensamiento sobre el amor es que era una tontería y que lo que realmente
buscaban las personas era algo para llenar sus vacíos, ¿cómo iba alguien a
enamorarse de sí mismo o amarse a sí mismo que, supongo, es la misma cosa?,
¿qué vacío se supone que iba a rellenarme yo mismo?
-
¿Sabes lo que es la energía? –preguntó.
-
No sé muy bien, ¿es una fuerza que hace
que funcionen las cosas? –Es curioso, utilizamos palabras y sabemos, más o
menos, cuál es su utilidad pero no sabemos definirlas.
-
Está bien, es una buena definición. Y
¿cuál crees que son esas cosas que funcionan mediante esa fuerza?
-
Supongo que las máquinas, ¿no? –la
verdad es que estaban siendo preguntas muy difíciles.
-
Si, las máquinas y algo más. ¿cómo
crees que funciona tu cuerpo?
-
¿Con energía? –pregunté.
-
Exacto. Tu cuerpo, también, es una
máquina.
-
Y ¿dónde está esa energía? –seguí
preguntando.
-
En ti, en mí, en todos los seres
humanos.
-
Sí, pero ¿en qué lugar se encuentra?
–yo nunca la había visto ni sabía de su existencia.
-
¿Puedes ver el olor de una flor?
-
No –que preguntas tan extrañas me
estaba haciendo, me preguntaba donde querría llegar.
-
No puedes ver el olor de una flor, pero
la hueles. Tampoco puedes ver el viento, pero lo notas en tu cuerpo. No ves el
aire que respiras y vives gracias a él. La energía es igual, no la ves, pero es
tan importante como el aire que respiras. –y concluyó, como siempre con una
pregunta- ¿sabes que es el aura?
-
He oído hablar de ella. Es algo que
rodea a nuestro cuerpo, pero no puedo decir más.
-
Es correcto. Pues en el aura está una
parte de la energía con la que alimentas tu cuerpo. Otra parte llega con tu
respiración y otra con los alimentos. Por lo tanto la calidad de la energía con
la que alimentas tu cuerpo tiene que ver con la calidad de la comida que
ingieres, la calidad del aire que respiras y la calidad de la energía de tu
aura. De las tres eres responsable.
Y
después de su disertación Ángel se quedó tan fresco, dejándome a mí, cada vez,
con más dudas. Espero que esto no llegue muy lejos, porque yo soy feliz en mi
ignorancia y con mi practicismo y no termino de entender muy bien, porque me explica
todo esto y para que me pueda servir. Yo sólo le presté ayuda, sin ningún interés,
sin esperar nada a cambio.
-
Cómo yo seguía con mi pensamiento, sin
responder, Ángel continuó preguntando- ¿sabes de donde procede la energía de tu
aura?
-
No tengo ni idea – y era cierto.
-
Tus pensamientos son energía y esa
energía se almacena ahí, en el aura. En función de cómo sean tus pensamientos
así serán tus emociones y tus sentimientos. Por lo tanto, el amor, el miedo, la
ira, la rabia, la soledad, la tristeza, la alegría y un sinfín de emociones más
son energía, producto de tus pensamientos. ¿Lo entiendes?, ¿me sigues? –y se
quedó mirando mi cara de póker esperando que dijera alguna cosa.
-
Bueno, entiendo lo que dices, pero ¿qué
hago con eso?, no sé para que pueda servirme, -cada vez entendía menos la razón
por la que me contaba esto.
-
Te lo voy a decir en una frase que
decía Buda: “Somos lo que pensamos”. Es decir, que si piensas en el miedo
tendrás miedo y si piensas en la felicidad serás feliz.
-
O sea que si pienso que tengo dinero
seré rico, -esto es lo primero que escuchaba, y aunque a mí no me pareciera muy
coherente, al menos, era agradable de oír.
-
Más o menos, pero deja el tema del
dinero ahora, piensa en que sucedería si te amaras.
-
No sé, -realmente no tenía la menor idea
de que podía pasar.
-
Piensa, por ejemplo, en el amor que
sentías por tus padres. ¿Cuáles eran las consecuencias de ese amor? –y sin
esperar mi respuesta continuó con su exposición- no solo no querías que les
ocurriera nada, sino que deseabas lo mejor para ellos, ¿es así?
Por un
momento pensé en mis padres. Siempre ocupándose de mí, siempre privándose de
cosas que les gustaban para satisfacerme, siempre pendientes el uno de otro y
los dos pendientes de mí. Y yo, en reciprocidad, tratando de satisfacerles para
que estuvieran contentos y orgullosos de mí. Fue un duro golpe su perdida.
Durante mucho tiempo permanecí sumido en una profunda tristeza. La razón de mi
soltería es porque estoy convencido de que nuestra familia era algo especial y
no quiero algo diferente para mi vida.
-
Ángel prosiguió- Tu tenías confianza en
ellos porque les amabas, para ti eran los más guapos, los más listos, se
merecían lo mejor del mundo y solo querías verles felices y contentos, ¿es
correcto?
-
Completamente, -contesté con una cierta
mirada de tristeza.
-
Pues si te amaras a ti mismo, como les
amabas a ellos, serías para ti el más guapo, el más listo, merecedor de lo
mejor del mundo, estarías, siempre, feliz y contento, sin preocupaciones y, no
solo, sin ocuparte de lo que el resto del mundo pudiera pensar de ti, sino de
lo que tu creerías que ellos esperan de ti.
-
¿Seguro que eso no es egoísmo?,
-insistí.
-
No hijo. Estar bien no tiene precio. No
es cuestión de suerte y no depende de tener más o menos posesiones, no depende
de otros, ni tan siquiera de la salud. Solo depende de uno mismo. –se mantuvo
unos instantes en silencio para continuar- Y, además, si estas perfecto podrás
dar lo mejor de ti, porque si estas mal, con miedo, con alguna preocupación, no
te podrás dar al ciento por ciento, no trabajarás dando lo mejor de ti, no
estarás completamente presente con las personas con las que interactúas, porque
estarás pensando en tu problema, y serás tú quién necesite ayuda para salir de
la situación caótica en la que te pudieras encontrar.
Estaba
comenzando a entender la filosofía de Ángel. Cada uno depende de sí mismo y
depende para todo, para estar bien y para estar mal. Era la primera vez que
escuchaba algo parecido. Tenía toda la lógica del mundo.
Los
seres humanos se pasan la vida cargando sus penas, sus dudas, sus miserias, sus
miedos y los descargan sobre todo aquel que se cruza en su camino, que en la
primera pausa que haga, para tomar aire, en el relato de sus penas, va a
comenzar a relatar las suyas propias, porque, prácticamente, todos están en la
misma situación, todos embarcados en el mismo barco, todos librando las mismas
batallas.
-
Ángel, ¿por qué me estás contando todo
esto?, –y no pude resistirme sin hacer un comentario- solo somos dos
desconocidos.
-
Si, tienes razón, es posible que me
esté poniendo un poco pesado. Tómalo como una compensación o un intercambio por
tu buena acción. Disculpa si te estoy haciendo sentir un poco incómodo.
No sé
por qué, pero no le creí. Tuve la sensación de que pedía disculpas como si me
hablara del tiempo. Además, si antes dijo que todo está programado, estaba
claro que este encuentro entraba en esa programación y si estaba programado el
encuentro, lo lógico es que, también, lo estuviera el tema a tratar.
-
No me siento incómodo Ángel, me siento
raro, porque nunca antes había hablado de estos temas. Son desconocidos para
mí, aunque empiezo a entender lo que me explicas. Y me pregunto cómo
incrementar el amor por uno mismo, aparte de la voluntad que decías antes que,
por cierto, tampoco sé cómo aplicar.
-
Primero: Graba a fuego, en tu mente y
en tu corazón, esta frase: “Todo está bien”. Y aplícala siempre, para ti y para
los demás. Sobre todo, para ti que vas a iniciar el trabajo de incrementar el
amor. Acuérdate de
esto: Todo tiene su momento, todo ocurre cuando tiene que ocurrir, todo está
bien. El ser humano, lo que tiene que hacer es aceptar la vida, es aceptar su
vida.
-
No
entendía nada y pregunté- Entonces, ¿eso quiere decir que hemos de permanecer
sentados esperando que vaya pasando la vida?
-
No hijo
mío, -contestó Ángel- eso no quiere decir que te quedes sentado de brazos
cruzados sin hacer nada esperando que la vida siga, no. Eso quiere decir que se
han de tomar decisiones, y aceptar las consecuencias, y si no te gustan, pues
cambia a otras decisiones, pero sin lamentarte de las anteriores, ni
permaneciendo ansioso, para ver los resultados de las nuevas.
-
Y ¿lo
que no está bien?, por qué no todo está bien. No está bien por ejemplo que un
loco te apunte con un arma y te robe todo lo que llevas encima.
-
Lo que
no está bien, también está bien –concluyó Ángel-. Nadie gana nada por mantener
en su mente, la rabia, el rencor, la ira, el odio, porque nada cambia, todo
sigue igual, y esas emociones afectan negativamente a la persona que las siente,
mientras que aquel que ha hecho el mal sigue tan feliz. Tú perdona al ladrón y
luego pon en conocimiento de la ley el hecho, pero sin esperar el veredicto de
la justicia.
>> La vida no es nada
tangible. La vida es para ti y si no estás, para ti, no hay vida. No hay
una vida en la que todos los seres humanos están inmersos, como los peces están
en el agua. La vida es un continuo de tiempo que nunca se detiene y, aunque
parezca que van sucediendo acontecimientos que, se alargan en el tiempo y, van dejando
a las personas atadas a sus consecuencias, no es tal. Sí que van ocurriendo
eventos, pero suceden en un instante y no llevan un lastre que les deje
amarrados a los efectos. El amarre lo realiza el pensamiento que se queda dando
vueltas y vueltas a eso que él mismo califica como bueno o malo, perdiéndose la
vida que sigue pasando por delante.
>> Y, mientras tanto, el pensamiento,
regodeándose con la alegría o apenándose por la desgracia, va generando esa
energía que se va acumulando en el aura.
-
Pero
eso es muy difícil, -No me quedó más remedio que quejarme.
-
Nadie
ha dicho que sea fácil.
>> Sigo con los puntos
para incrementar el amor por uno mismo. Segundo: Destierra las frases “no sé”, “no
puedo”, “no tengo”.
>>
Recuerda: Dios puede hacer lo que quiera, cualquier cosa, por imposible que
pueda parecer al entendimiento de los hombres. Pero si tú niegas el milagro con
“no sé” o “no puedo”, Dios, con su infinito amor hacia ti, no va a ir en tu
contra y darte eso que pides 10 minutos y niegas 20 horas.
>>
En esos momentos, en los que no sabes qué hacer con tu pensamiento o, cuando él
solo se va a cualquier acontecimiento pasado o cualquier sueño de futuro, vete
repitiendo en tu interior “yo sé”, “yo puedo”, “yo tengo”. Así se lo pones más
fácil a Dios.
>>
Estarás conmigo que para tener un cuerpo atlético haces deporte, o para saber
más de cualquier materia estudias, o cuando tienes sueño te acuestas y duermes.
Nadie va a conseguir músculos para ti, ni va a estudiar para que tú aprendas,
ni va a dormir para que a ti se te quite el sueño. Entonces, ¿por qué depositas
la consecución de tu felicidad en otros, por ejemplo, una pareja, en lugar de
tratar de conseguirla por ti mismo, como en los casos anteriores?
>>
La felicidad es un estado interior. Es un estado de serenidad y de paz. Y nada
que provenga del exterior va a hacer que lo consigas. Conseguirás alegría o
euforia, pero será algo pasajero, mientras la felicidad, la auténtica felicidad
es un estado permanente y se llega a ella cuando aceptas cada una de las
situaciones que se van presentando.
- Todo lo
que dices suena muy bien Ángel, pero ya me dirás como se consigue.
- Viviendo
el momento presente. Sabiendo que todo está bien. No preocupándote o sufriendo
por un pasado que ya pasó o por un hipotético futuro que no sabes si llegará.
>> Sigo con el cuarto
punto: Nunca te juzgues ni te critiques. Recuerda “todo está bien”. Si eres
consciente de que has hecho algo mal, no te recrimines, porque no lo hiciste de
mala fe. Eso en ti no cabe. Que sea un aprendizaje para que no vuelva a pasar.
>> ¿Qué ganas con
fustigarte por algo que ya pasó?, no puedes volver atrás. Aprende de la
experiencia para que no la vuelvas a repetir.
-
Pero el pensamiento es muy tenaz y por
mucho que yo no quiera volver a ese suceso, el pensamiento me va a llevar una y
otra vez. ¿Qué hago?, -Necesitaba algo concreto. No parecía de mucha utilidad
el decir que eso sea un aprendizaje y ya está.
-
Cada vez que aparezca el pensamiento
devolviéndote al pasado tienes que cambiar ese pensamiento, y lo puedes hacer
generando un pensamiento consciente contrario al pensamiento que te arrastra al
pasado. Puedes evadirte de ese pensamiento cantando. Puedes repetir
pensamientos positivos conscientes, como, por ejemplo, Yo Soy paz, Yo Soy amor.
¿Lo entiendes? -quiso saber Ángel.
-
Si. Entiendo.
>> Quinto: Los demás no
tienen la culpa de lo que te va sucediendo en la vida. Ni tan siquiera de la
pérdida del empleo.
>> Recuerda también esto: “todo pasa por algo,
para todo existe una razón, aunque pase inadvertida”.
>> Y a partir de aquí, vive con atención para no
repetir nunca más frases como las anteriores y aplica tu voluntad para ir
mejorando. En menos tiempo del que te imaginas notarás cambios importantes en
ti. ¿Qué opinas?
-
Me parece lógico. Me parece difícil.
Pero nunca me han asustado las dificultades y soy muy terco, además, de
constante. Voy a hacerlo, pero si en un lapso prudencial de tiempo no noto esas
mejoras, te buscaré y te diré que te has equivocado.
-
Perfecto, -y concluyó- sé que lo
lograrás.
Fue
entonces cuando fui consciente de la hora y nos despedimos, sin fijar un nuevo
encuentro.
2
Complitud
El
mismo día del encuentro tuve una reunión con Pablo, ex compañero de trabajo y
uno de mis pocos amigos, para tratar la posibilidad de iniciar un negocio
juntos, pero fuimos conscientes de que no podíamos, casi ni pensarlo, con el
poco dinero de que disponíamos, ya que, juntando los ahorros de los dos, no
teníamos ni para alquilar el local y, endeudarnos con un préstamo, para algo
que no sabíamos cómo iba a funcionar, no nos parecía lo más lógico a ninguno de
los dos. Así que descartamos la idea y los dos coincidimos en que lo mejor
sería iniciar la búsqueda de trabajo en alguna empresa del sector informático,
por ser el ramo conocido por nosotros. Y a eso estoy dedicado una buena parte
de mi tiempo. Buscando empresas y enviando o entregando, personalmente, el
curriculum.
Sin
embargo, creo que me falta fe. No me veo trabajando en ninguna empresa haciendo
el trabajo que hacía. Cuando dejo el curriculum algo en mi interior implora
para que no me den el trabajo. Está claro que si no consigo cambiar esa falta
de fe no voy a conseguir que ninguna empresa me contrate. En realidad, creo
que, aunque sea muy bueno en mi trabajo, me gustaría cambiar de actividad o
hacer algo relacionado con la informática, pero de manera diferente. Podría,
por ejemplo, diseñar páginas web o reparar computadoras en casa, sin tienda,
sin taller, sin jefe. Sin embargo, cuando hablo conmigo mismo, para concretar a
qué me gustaría dedicarme, no tengo respuestas claras.
También
hice algo que no había hecho, y que parecía necesario, un presupuesto de gastos
para saber cuánto tiempo podía subsistir con mis ahorros. El resultado fue
esperanzador. Podía aguantar sin tener ingresos durante los próximos 12 meses. Hay
que tener en cuenta que mis únicos gastos son, por un lado, los derivados de la
alimentación y limpieza, en el supermercado y, por otro, los gastos fijos de la
casa, agua, luz, gas, teléfono y mantenimiento. El pequeño departamento, donde
vivo, es de mi propiedad y no genera más gastos que el mantenimiento. Soy un
poco huraño y mi diversión es la lectura y alguna película romántica en la tele,
por lo que mis gastos extraordinarios se reducen a la mínima expresión.
Sin embargo, encontrarme sin trabajo y
sentir en mi interior la falta de fe para conseguirlo, hacía que, de vez en
cuando, me embargara la tristeza, la frustración y la impotencia y, en medio de
ese estado, que podría calificar como deplorable, sobre todo por no estar
acostumbrado a él, comencé a pensar que la vida era un escenario lleno de injusticias.
Pensaba que no merecía vivir una situación como esa, y menos una carestía de
dinero, como en la que me encontraba inmerso, cuando siempre, durante toda mi
vida, la generosidad había sido mi bandera.
Bien es cierto que nunca ayudé a nadie
pensando en ninguna recompensa, pero, ahora, sí que venía a mi mente recordando
la tontería de que “por cada céntimo que se da se recibe diez veces más”. Estaba
más que claro que solo era una bonita frase con la que algunos podrían
encontrar alivio en su pobreza.
Recordé, entonces, un comentario que mi
madre siempre decía cuando se presentaba algún acontecimiento difícil: “Dios se
encarga”. No recuerdo que Dios se encargara de solucionar a allanar el camino
por el que transitábamos entonces. Y, ahora, tampoco, ya que pasaba el tiempo
y, por supuesto, Dios no terminaba de encargarse. No le recriminaba a Dios,
pero sí que me preguntaba ¿por qué?, ¿por qué de la nada me había quedado sin
trabajo?
Cuando veía pedir limosna a ancianos o
a mamás con niños, o cuando veía a personas rebuscando en las basuras que
esperaban, a las puertas de los edificios, ser recogidas por el personal de
limpieza de la municipalidad, algo para comer o vender, llegaba a la
comprensión de que, a fin de cuentas, yo era un afortunado porque tenía una
casa donde vivir y comía cada día, a pesar de no tener ningún ingreso.
Pero vivir así, cada día, era como una gota
que va cayendo inexorable en el vaso, con lo que este no solo se iba a llenar,
sino que comenzaría, más pronto que tarde, a rebosar.
Para completar las enseñanzas de Ángel
comencé a buscar por internet artículos sobre el amor y la energía y, entonces,
fui consciente de que estaba muy relacionado con la espiritualidad.
Nunca había leído nada parecido. Sabía
algo, muy poco, de religión, lo que había ido aprendiendo en el colegio, pero
nunca alguien me había hablado de espiritualidad. Según iba saltando de una
página a otra me topé con escritos de los autores de la espiritualidad en los
que afirmaban que Dios vivía en el interior del ser humano y que no era
necesario levantar los ojos al cielo para implorar un milagro, ya que con
recogerse hacia el interior, hacia el corazón, era suficiente, ahí estaba Dios.
- ¿Hay
alguien ahí?
- Si –me
pareció escuchar-, estoy contigo –aunque no fueron palabras, ya que fue más un
pensamiento que apareció muy rápido, casi de inmediato, después de formular la
pregunta.
- Y ¿por
qué no te siento? –pregunté, embargado por la tristeza, sin ser consciente de
que podía haber entablado una conversación con, no sabía muy bien si podía ser
Dios o con una parte de mi mente que se encargaba de pensamientos elevados.
- Imagina
que un mediodía de verano, cuando más luce el sol, te encierras en un cuarto
sin ventanas y cierras la puerta, ¿verías el sol?, ¿sentirías su calor?
- No
–contesté-, todo sería oscuridad.
- Pues
eso es lo que te ocurre a ti. Estas en un cuarto sin ventanas con la puerta
cerrada. Tu pena, tu tristeza, tu rabia y tu dolor, son como esa oscuridad y te
envuelven, por completo, sin dejarte, ya no digo disfrutar, sino, ni tan
siquiera ser consciente de que, en el exterior, hay algo más que tu tristeza,
hay vida.
>>Estás encogido, echado en el
suelo, creyendo que estás siendo apaleado por la vida, cuando la realidad es
que si te levantas y sales de tu oscuridad verás lucir el sol –concluyó.
- Sí,
claro. Suena muy bonito. Pero la vida, esa que dices, es una auténtica
desgracia, porque es mi vida y soy yo el que cada día tiene que sufrir
esperando que no me falte la comida y llegue una llamada ofreciéndome trabajo –y
lo dije con tristeza, sin rabia, como justificando la razón de mi oscuridad.
- ¿Sabes
que a Mi Hijo no solo le faltó la comida, sino que le quitaron la vida?
- Si,
tienes razón, perdón –entonces fui consciente de mi egoísmo y me sentí mal.
- No te
sientas mal, hijo mío. No añadas más oscuridad a tu vida. Te voy a decir lo que
tienes que hacer:
>>Ha estado muy bien que hoy te
hayas sentado a meditar porque así has podido establecer contacto conmigo. Pero
no es suficiente porque yo, a fin de cuentas, siempre estoy aunque tú no me
sientas. Tan importante como sentirme a mí, sería aceptar la vida.
- ¡Cómo
se nota que tú no tienes que comer cada día ni pagar ningún recibo! –surgió mi
ironía.
- Tú eres
mi familia y el resto de seres humanos también, pero no puedo intervenir para
darte ni un mendrugo de pan porque tú has elegido, exactamente, que comer, como
comer y cuando comer.
- Yo no
recuerdo haber elegido nada –En ese momento pensé que me estaba comenzando a
cansar de una conversación tan ridícula.
- No es
ridícula nuestra conversación.
Sentí como se me subían los colores.
“¡Qué vergüenza!, pensé, pero… si no he dicho nada como sabe mi pensamiento.
Bueno, en realidad, no he dicho ni una sola palabra, en ningún momento. Todo ha
sido un pensamiento hablando con otro pensamiento, por lo tanto, no tendría que
extrañarme que el pensamiento que responde lo haga, no solo, al pensamiento que
habla, sino al pensamiento que piensa”. Porque somos cuatro, un pensamiento que
piensa, otro que habla, otro que contesta y yo.
- Y
siguió Dios, o el pensamiento que habla, con su exposición- Hiciste una primera
elección para venir a la vida, pero podemos olvidarnos de esa porque, para ti,
es muy lejana, Podemos recordar otras más cercanas: Cada día eliges. Cada día
tomas decisiones Y esas decisiones tienen unas consecuencias. Y esas
consecuencias es lo que estás viviendo.
>>La vida, tu vida, lo has oído
no hace mucho, es como un río. El agua siempre fluyendo, nunca se detiene.
Pero, a veces, por cualquier circunstancia, el agua deja de correr y se
estanca. Entonces se pudre y huele mal.
- ¡Oh!,
cómo se nota que eres Dios. Lo has descrito muy bien. Mi vida está detenida creo
que hace mucho tiempo y huele muy mal.
- Pues
eres tú el que la ha detenido. Eres tú el que con tus pensamientos ha puesto
una barrera infranqueable para que tu vida no avance.
>>Empieza aceptando la vida. No
te quejes, no te lamentes. Da las gracias por lo que tienes, sea poco o mucho.
Ayuda, dentro de tus posibilidades a otros que lo necesitan más que tú.
- ¿Y si
hago eso y la vida no cambia? –La verdad es que tenía todas las dudas del
mundo. En realidad, eran más que dudas, no me creía nada.
- Si
haces eso esperando que tu vida cambie, no va a cambiar. Hazlo porque sí. Si lo
haces porque sí, sin esperar que cambie, cambiará. Y, además, te encontrarás
conmigo cada día.
- Te
repito, ¡cómo se nota que eres Dios! Perdona si te digo, con todo respeto, que estoy
haciendo muchas cosas para que mi vida cambie y no cambia, ¿cómo va a cambiar
sin hacer nada?, ¿cómo no voy a quejarme cuando veo como disminuyen mis
ahorros?, ¿cómo no voy a lamentarme por mi mala suerte? Y ¿qué gano con
encontrarme contigo?, nada va a cambiar por mucho que hables.
- Eres
libre de hacer lo que te parezca. Pero podrías intentarlo. ¡Acepta tu vida con
alegría! Reflexiona sobre esto.
Después de eso, el silencio. Volví a
quedarme solo sintiendo mi respiración y como un payaso se me ocurrió decir
“Gracias”.
Pero… “¿a quién doy las gracias?”, pensé.
“Es como un chiste, hablo conmigo y me lo agradezco porque… supongo que no
habrá sido Dios, o ¿sí?”.
¡Qué curioso!, de no existir, para mí,
la reflexión sobre sentimientos o emociones me he encontrado, sin saber cómo,
en el lapso de una semana, con dos trabajos que parecen ser importantes: Amarme
a mí mismo y aceptar la vida.
Supongo que se podrán realizar las dos
al unísono ya que en la aceptación de la vida se tiene
que encontrar integrada la aceptación a uno mismo y, aceptarme a mí ya es una
forma de amarme.
A mi pensamiento o a Dios no le había
prometido nada, pero a Ángel sí que le dije que las dificultades no me
asustaban y que iba a intentarlo. Como no sabía muy
bien por donde comenzar, para
aprender a amarme, decidí hacerlo en las partes visibles de mi anatomía, es
decir, en mi aspecto físico.
Y cambié el modelo. Me comencé a
comparar con quien era más bajo, menos atractivo y menos inteligente que yo. El resultado fue espectacular. Comencé
a sentirme orgulloso de mi aspecto. Teniendo en cuenta que había nacido en Cusco
y, seguro que por mis venas corre sangre inca, medir un metro setenta y dos
centímetros parece una altura más que considerable. Lo que se espera de un
descendiente de los incas es que sea moreno de ojos oscuros, y hubiera podido
explicar muy mal mi ascendencia de haber salido blanquito, de cabello rubio y
con ojos azules. Más que descendiente de los incas hubiera parecido
descendiente de los vikingos. Si estaba orgulloso de mis padres, también, tenía
que estarlo de los genes que hicieron que fuera tal como soy. En ese momento
pensé en algo que había dicho Dios, y era que yo había hecho una primera
elección antes de venir a la vida. Por lo tanto si yo era moreno y con ojos
negros debía de haberlo elegido. Me sigue pareciendo una tontería, pero…
En
cuanto a la inteligencia, estaba claro que nunca iba a ganar un Nobel, en
ninguna especialidad, pero cuando me sentaba delante de una computadora esta no
tenía ningún secreto para mí, ni en cuanto al software, ni en lo que respecta
al hardware. ¿Para qué necesitaba más? era suficiente.
Fui
consciente de que compararme con los demás siempre hacía que me sintiera
frustrado, triste, infeliz y, además, generaba en mí un sentimiento de envidia
que no podía ser bueno para mi estabilidad emocional.
Un
nuevo pensamiento comenzó a hacerse un lugar en mi mente, comenzando con una
pregunta: “¿Si tanto me gusta compararme, por qué no lo hago conmigo mismo?,
¿por qué no retarme a ser mejor cada día?, ¿por qué no trato de vencer mis
propios miedos, que es algo consustancial conmigo?
Este
sería un nuevo trabajo, además de aceptar la vida, y vivir con atención, ahora,
tenía que observarme para comprobar de donde procedían mis miedos para
erradicarlos. ¡Tremendo trabajo!
Pero
mis pensamientos antiguos trataban de engañarme y llevarme a su terreno con
demasiada frecuencia. Sin ser consciente de cómo llegaban esos pensamientos, estos
se encargaban de ir disparando dardos venenosos que iban dejando su poso: “Lo
único que estás intentando es engañarte a ti mismo para estar bien, pero esa no
es la realidad. La realidad es que te gustaría ser rubio, con ojos azules y
eres moreno con ojos negros”. Recordé entonces que este pensamiento era
exactamente igual al pensamiento sobre el dinero muy arraigado en mí: “El dicho
de que el dinero no da la felicidad es solo un slogan para que los pobres se
conformen con su mala suerte”.
De
nuevo recordé las palabras de Ángel: “Como decía Buda: Somos lo que pensamos.
Es decir, que si piensas en el miedo tendrás miedo y si piensas en la felicidad
serás feliz”.
Ahora
no solo lo entendía, sino que lo estaba comprobando en mí mismo. Mi propio pensamiento me estaba boicoteando, trataba de
desequilibrarme y, bastantes veces, lo conseguía. Debía permanecer muy
atento y, una vez consciente del pensamiento, poner la voluntad para cambiarlo.
¡Era un ingente trabajo!, porque cuando menos lo esperaba ya estaba el
pensamiento diciéndome muy bajito al oído: “Ese que acaba de pasar es más alto
que tú. La verdad es que no eres tan alto”. Y cuando pasaba uno más bajito, se
callaba, el muy…, a pesar de que pasaban un buen número de personas más bajas
que yo.
Me preguntaba ¿por qué sería el
pensamiento tan malvado?, ¿por qué solo llegaban esos pensamientos malignos y
no aparecía ningún pensamiento contrario, algo más benévolo, sobre algo que me
hiciera sentir bien?, ¿de dónde procedían? Si es Dios quien habita en nuestro
interior y no el demonio, todos los pensamientos deberían ser positivos,
creados por Él y, sin embargo, todos son negativos, como si fuera el mismo
Lucifer quien ocupara nuestro corazón.
Hasta el momento no había sido
consciente de lo perverso del pensamiento porque mi actitud, cuando aparecía, era
seguirle la corriente, darle conversación, seguir sus normas y, así, parecía
que nos llevábamos bien. Solo discutíamos de alguna nimiedad, porque en las
cuestiones importantes él guiaba y organizaba mi vida.
Con el
incipiente trabajo que estaba realizando sobre mi inteligencia y mi aspecto
físico empecé a ser consciente de algunas cuestiones relativas a mi pensamiento:
No sé
dónde pueden estar con anterioridad, ni por qué extraña circunstancia aparecen
en mi cerebro.
Pero,
si yo no soy responsable, ¿quién lo es? Buscando información sobre si los
pensamientos ya moran en algún lugar en nosotros o se van generando de manera
espontánea, llegue a un libro que lo explica, al menos para mí, de manera
clara. Artur Powell explica en sus libros “El cuerpo mental” y “El cuerpo
astral”, que los pensamientos son como nubecillas de energía que moran en el
cuerpo mental que es la tercera capa del aura y que se activan para deslizarse,
a través del aura, hasta el cerebro, para su manifestación.
Las
razones para la activación de los pensamientos pueden ser muy variadas, la
visión de un cuadro, escuchar una canción, una conversación entre dos personas,
el encuentro con algún conocido, etc. A partir del momento en que aparece ese
pensamiento es donde comienza la responsabilidad de la persona para mantenerlo
en el cerebro o eliminarlo.
La
manera de eliminar un pensamiento es quitándole la energía, y se le quita la
energía cuando, de manera consciente se cambia de pensamiento. Este es un acto
de la voluntad
La segunda es que podía estar de
compadreo con el pensamiento durante un buen rato y necesitaba de toda mi
atención para darme cuenta de que me estaba llevando, una vez más, a su terreno
y terminar la conversación. Era cuando el pensamiento me arrastraba tras de sí,
cuando me empezaba a sentir mal emocionalmente.
Dice Artur Powell que “el pensamiento repetido en una determinada acción,
la hace a esta inevitable”. Ahí fui consciente de la fuerza del pensamiento
y de lo que decía Ángel de que el miedo atrae al miedo. Ahora, aun lo tengo más
claro. De mucho pensar que soy bajito, acabaré sintiéndome una pulga.
Podía estar en un estado de
tranquilidad absoluta hasta que aparecía algún pensamiento amargo y,
rápidamente, cambiaba mi estado emocional. Por lo tanto, para estar bien solo
tenía que erradicar los pensamientos negativos.
Y, además, cuando un pensamiento se
repite, una y otra vez, deja de ser la simple nubecilla que es, para convertirse
en algo con entidad propia que se denomina “entidad de pensamiento”.
La entidad de pensamiento es como un
pequeño diablillo, porque tiene vida propia y una única finalidad: quiere
vivir. Para eso va a tratar de descargarse en el cerebro cuantas más veces
mejor, ya que cada vez que se manifiesta se genera la energía que, a él, le
mantiene con vida. Estas son las obsesiones que tenemos todos los seres
humanos, en mayor o menor medida.
La tercera era, efectivamente, la
atención. Si era capaz de no iniciar la conversación con el pensamiento, este
no solo no tenía tanto poder, sino que lo perdía por completo y desaparecía si
yo, de manera consciente, iniciaba un nuevo pensamiento. Era un trabajo
agotador.
Y, por último, estaba la voluntad como
decía Ángel. Voluntad para mantener la atención en los pensamientos conscientes
deseados, para evitar que llegaran los no deseados.
Llevaba
diez días, con más pena que gloria, pero no desfallecía. Si alguien lo había
conseguido, yo, con mi terquedad, estaba convencido de que, también, podría.
No
había vuelto a sentarme a meditar desde el día de mi conversación con Dios.
Creo que me asustaba, un poco, la idea de volver a encontrarme con Él, o con lo
que fuera. En realidad, no sabía que había pasado.
Hoy ha
amanecido un día soleado. Es sorprendente, casi milagroso, porque no es normal
que en agosto luzca el sol en Lima y, menos, a primera hora de la mañana. La
característica principal del otoño, del invierno y parte de la primavera en
Lima es la
humedad, la neblina, la garúa matinal y los vientos fríos.
Un día
soleado hay que aprovecharlo y, por eso, he decidido tomarme un día de descanso
en mi trabajo de buscar trabajo. Así que una vez finalizada la rutina diaria de
la casa, lavar los platos del desayuno y poner la lavadora, decidí salir a la
calle para aprovechar un día tan magnífico y darme un baño de sol.
El sol
calentaba. Era un placer sentirlo en la cara.
No
estaba seguro, al salir de casa, de si hacer un paseo largo o recortar el paseo
habitual ya que debido a que la temperatura era muy agradable inicie mi
recorrido a ritmo lento, tan lento que me parecía estar desfilando en una
procesión y, a ese paso, el paseo de siempre podía durar cuatro horas.
Mi
pensamiento, que no deja pasar ni una oportunidad para mortificarme, trajo a mi
cerebro las procesiones a las que me llevaban mis padres, en Cusco, cuando era
niño. Y digo para mortificarme porque era capaz de unir en un solo pensamiento o
en dos pensamientos consecutivos, mi indiferencia hacia Dios con los momentos,
tan agradables y tan llenos de amor, vividos con mis padres. ¡Es curioso!,
después de años de no pensar en Dios, ni una sola vez, ahora estaba llegando a
mi pensamiento con demasiada frecuencia.
El Lunes Santo era el día más significativo,
para nuestra familia, porque procesionaba el Taytacha de los Temblores. (Taytacha
es el nombre en quechua con que se nombra a Dios, a los santos, sacerdotes,
abuelos y padres). Mi madre era una ferviente devota del Señor de los
Temblores. Es una imagen, sin ningún valor artístico, de un Cristo Negro
crucificado, que ocupaba un espacio poco llamativo en la Catedral de Cusco y se
le conocía como el Señor de la Buena Muerte. Pero el último día de marzo de 1650
todo cambió para el Señor de la Buena Muerte. Ese día, tras un fuerte terremoto
que acabó con la vida de más de cinco mil personas, los fieles cusqueños
sacaron en procesión a este Cristo y, según cuenta la historia, en ese momento
pararon las réplicas o temblores. Así, el Señor de la Buena Muerte fue
bautizado con su nuevo nombre, el Taytacha de los Temblores.
Caminaba,
lentamente, por la berma central de la Avenida Pardo, recordando aquellos días
de mi infancia en la Plaza de Armas de Cusco y hasta me permití hacerle una
petición al Taytacha, supongo que en recuerdo de mi madre, que nunca hablaba
directamente a Dios, sino a través del Cristo. Le pedí fuerza para llevar a
buen término la tarea, en la que me había embarcado, de dominar el pensamiento y,
de paso, ya que Él estaba rondando en mi pensamiento, que me permitiera llegar
a la empresa idónea para conseguir un nuevo puesto de trabajo y, puestos a
pedir, ¿por qué no aparecía alguna mujer con la que poder formar una familia?
Por pedir que no quede.
Iba
absorto en mis pensamientos. Pensamientos que me atrevería a calificar como
conscientes ya que, por voluntad propia, iba pasando del Lunes Santo al Corpus
Christi, pasando del Taytacha, que procesionaba el lunes, a las quince imágenes
de santos y vírgenes, que procesionaban el día del Corpus, procedentes de las
distintas parroquias cusqueñas para saludar, en la Catedral, al Cuerpo de
Cristo, cuando me sentí, sorprendentemente, bien. Por un momento tuve la
sensación de encontrarme en una especie de pasadizo luminoso, que conectaba la
parte del paseo por la que llegaba con la parte del paseo que me esperaba con
el siguiente paso.
En
realidad, no era ningún pasadizo. Solo es una forma de llamarlo. Porque el
paseo no había cambiado, ni de forma, ni de luminosidad, ni de temperatura, no,
era el mismo. La diferencia consistía en mi percepción. Me sentía como
expandido, como más grande, unido con todo lo que estaba a mi alrededor. Es
como si yo mismo formara parte del árbol, del banco, de la persona que paseaba
un perrito delante de mí, incluso era como si formara parte del perrito y,
hasta de los coches que pasaban tocando el claxon, como siempre. Yo era uno con
todo o ¿todo era uno conmigo?
En ese
instante recordé la frase de Ángel: “todo está bien”, y yo sabía que todo
estaba bien. Estaba bien el paseo, los recuerdos de la niñez, estar desocupado,
vivir solo, todo era tal cual debía ser. Estaba completo, no me faltaba ni me
sobraba nada, ni altura, ni kilos, ni dinero, ni inteligencia. Todo estaba en
el lugar y en la forma correcta, pero no es porque lo pensara, es porque lo
sabía, como supe, también, en ese instante que todo es así porque tiene un
propósito.
Por lo
tanto, si todo tiene un propósito, ¿por qué preocuparse?, ¿por qué sufrir?,
¿por qué desear? En el estado en que me encontraba, que incluso me atreví a
llamarlo como de “complitud” sabía que todo estaba en el lugar correcto, yo
incluido.
No sé
cuánto tiempo permanecí en ese estado, podía haber durado un segundo o varios
minutos, no sé. Me sacó de él una pelota que pegó en mis piernas y los gritos
de unos niños que me pedían que les devolviera la pelota, aunque, cada uno la
pedía para sí. Al final, lancé la pelota a la nada para que todos corrieran y
la agarrara el más rápido.
Pasé a
un punto de reflexión después del estado de complitud. Pensaba que había sido
un estado muy agradable pero no tenía la menor idea de cómo llegar a él.
¿Tendría que pensar en el Taytacha?, ya que fue pensando en Él como llegué a mi
pasadizo particular.
En mi
reflexión no me dio tiempo para más, ya que escuché que alguien me llamaba.
- Antay.
Sentado
en el banco, al que yo estaba a punto de llegar, con un periódico en la mano,
resguardado de los rayos del sol, bajo las ramas de uno de los enormes árboles
que jalonan la berma de la Avenida Pardo, se encontraba Ángel.
- ¡Hola
Ángel! –le dije tendiéndole mi mano- ¿Cómo estás?, es un placer volver a verte.
- Igualmente
Antay –dijo levantándose del banco y apretando mi mano-¿Te apetece sentarte?,
se está muy bien a la sombra.
- Si,
¿por qué no? –él se sentó nuevamente y yo a su lado, como el primer día que nos
conocimos, bajo la garúa, en un día, por completo, opuesto al de hoy.
- No
esperé ni un segundo para preguntarle por su misteriosa desaparición del puesto
de bebidas- ¿Qué pasó el día que nos encontramos por primera vez?,
desapareciste como por arte de magia y, para colmo, el camarero me hizo creer
que no existías y que yo había estado solo tomándome el café.
- Le
costaba trabajo hablar por las carcajadas que estaba soltando- Estaba en el
baño y cuando salí me contó lo que te había dicho y la cara que pusiste.
Disculpa que me hiciera gracia entonces y, ahora, también, ya ves. Perdona.
- No te
preocupes, - le dije- pero sí, he pensado en eso todos estos días. Yo sabía que
no estaba loco y estaba seguro de haber estado contigo. Supongo que el camarero
debe de ser un chistoso.
- Si,
seguro que lo es, -y cerrando el tema de su desaparición prosiguió- Te estaba
viendo venir y ha habido un momento que parecía que habías sufrido una especie
de transformación, hasta que los niños te golpearon con la pelota, ¿te ha
pasado algo?
- Si, o
no, no lo sé –no sabía cómo explicarlo- ha sido como si de repente me hubiera
expendido y yo mismo fuera el árbol, el banco, el jardín o la pelota. Ha sido
extraño, increíble y maravilloso. Lo he definido como “complitud”.
- No creo
que exista esa palabra, la palabra correcta seria completitud, pero queda muy
bien para resumir lo que me has contado y, ¿has tenido alguna sensación más?
–se interesó Ángel.
- Sí, he
tenido la sensación de que todo estaba en su lugar, donde tiene que estar,
porque todo tiene un propósito, pero ahora que he vuelto a la normalidad y te
lo estoy contando no sé, muy bien, que estoy diciendo, -y seguí como si
estuviera hablando conmigo o con mi pensamiento- vamos que no entiendo nada,
porque un propósito, ¿un propósito? ¿de qué? Entonces si la vida tiene un
propósito, este ¿se consigue solo o habrá que hacer algo para completarlo?
- Es
correcta tu percepción, todo tiene un propósito, todo es como tiene
que ser y una vez que se entiende y se integra eso en la vida, esta resulta un
verdadero paseo de paz y serenidad. El propósito de la vida es aprender a amar
como Dios nos ama, es decir, de manera incondicional. Lo hablamos el primer día. Decía San
Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si
callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges,
corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor
arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.
- Eran
muchas las cuestiones que no entendía y se las lancé todas a Ángel como si
fuera una ametralladora- ¿Cómo era posible llegar a ese
estado?, ¿existe alguien que viva en ese estado de manera permanente?, ¿qué
quiere decir que todo tiene un propósito?, ¿quién ha hecho la programación?,
¿por qué existen propósitos tan opuestos?, ¿para qué hacerlos?, ¿qué pasa si no
se cumplen?, a fin de cuentas, todos nos morimos y después ni propósito ni
nada, porque se acabó. Y una curiosidad más, ¿por qué sabes todas estas
cosas?
- Contestaré
a todas tus preguntas, pero, para que lo entiendas, tengo que hacerlo siguiendo
un orden. -se detuvo y mirándome a los ojos dijo- De lo primero que tengo que
hablarte es de Dios y yo sé que no te consideras muy amigo Suyo.
- ¿Qué
tiene que ver Dios en todo esto? -cada vez entendía menos y ¿por qué sabía
Ángel que yo no me consideraba amigo de Dios si no se lo había dicho?
- Todo
-respondió de manera enigmática, y continuó- ¿sabes quién eres?, ¿sabes cómo
has llegado a la vida?, ¿para qué has nacido?, ¿sabes qué pasa cuando mueres?
Como en el encuentro anterior me sentía
muy cómodo al lado de Ángel, pero, como entonces, me daba la sensación de ser
un alumno de párvulos sentado al lado del director del colegio. Me sentía
pequeño y no hacía falta que me comparara. Era evidente su sapiencia y mi total
desconocimiento. Me hablaba de temas desconocidos para mí, pero que, por alguna
extraña razón, entraban hasta el más recóndito rincón de mi cuerpo. No tenía
duda de que me hablaba de temas importantes, aunque no los había necesitado en
toda mi vida y, es posible, que no los necesitara nunca, pero algo en mi
interior resonaba cuando Ángel hablaba.
- Y una
vez más pasó, contestó a mi pensamiento- No tienes que sentirte pequeñito
porque no sepas de estos temas. Yo no sé de informática y aquí me tienes, tan
feliz, hablando con un experto. Cada uno es bueno en algo, pero nadie es bueno
en todo. Lo importante es conocer la propia valía y la valía de los demás. La
misión del portero, en un equipo de futbol, es evitar que metan goles en su
portería y la misión del delantero es, la contraria, meter el balón en la red.
Pero, a ambos, junto a los nueve compañeros restantes, les darán la copa si
ganan el campeonato. Los once son importantes. Cada uno en su lugar en el
campo. Así es la vida. Todos a la vez, esos jugadores, el resto del mundo y
nosotros, también, somos importantes. Cada uno ocupando un espacio en el
Universo.
- Ángel,
antes de hablarme de Dios háblame de ti. ¿Quién eres?, porque estoy convencido
de que puedes leer mi pensamiento. Cuando pensaba en que no sabía tu nombre lo
primero que dijiste fue como te llamabas. Acertaste mi edad sin que yo te
dijera nada. Me tranquilizaste diciendo que no estabas haciéndome un examen
cuando era eso lo que estaba pensando, en ese mismo momento, sabes sin que yo
te lo comentara que Dios me es indiferente y, ahora, cuando pensaba que era
como un parvulito sentado con mi director me hablas de que cada uno es bueno en
algo, pero que nadie lo es en todo. ¿Quién eres? –creo que me salió un bonito
discurso.
- Antay,
hijo mío, -contestó Ángel- te voy a contestar lo que quieres saber, aunque no
es la realidad. Solo soy un viejo observador de la vida que ha recorrido cada
una de las estaciones por las que tú estás pasando ahora. Soy un profesor de
yoga jubilado y, sobre todo, soy un meditador. Y de la meditación no se jubila
nadie, como no te vas a jubilar de mirar, escuchar, dormir o pensar. Ha sido en
mis horas de meditación cuando he ido recibiendo la información que te estoy
dando ahora. No, perdona, no la he ido recibiendo, la he ido recordando, porque
esa información ya estaba en mí, como lo está en ti. ¿Qué crees que te ha
pasado hace un momento?, pues que has recordado que formas parte de un Todo y
que lo que sucede es lo correcto porque forma parte de una planificación, -y
concluyó- ¿Estás satisfecho?
- No sé.
Porque me has dicho al principio que esto que me has contado no es la realidad.
Dime la verdad, cuéntame la realidad –contesté con una ligera molestia.
- Yo soy
un hijo de Dios, como tú. Soy una parte de la Energía Divina, como tú. Soy un ser
espiritual que ha decidido tener una experiencia humana, como tú, para recordar
quien soy, como tú. Soy eterno, como tú.
- Déjame
que te hable de Dios y así lo entenderás. De Dios sería suficiente con que te
dijera que “Dios Es”, y lo Es desde siempre. Pero, ¿cómo empezó todo? Como para
nosotros es casi inconcebible que algo no tenga principio o fin podemos decir
que al principio de los tiempos había Nada y esa Nada era Dios. Fue a partir de
esa Nada, es decir de Dios, que comenzó la Creación. Por lo tanto, todo,
absolutamente todo, procede de Dios, tú y yo incluidos. Todos los seres humanos
somos lo mismo, somos hermanos, todos hijos de Dios. Cada uno de nosotros somos
como un átomo de la Energía Divina. Ese átomo o chispa de energía vive al otro
lado de la materia y seguirá haciéndolo hasta que se encuentre preparado para
volver a unirse a Dios. –aproveché una pausa en el relato de Ángel para hacerle
un resumen de lo que yo estaba entendiendo.
- Permíteme
que te haga un resumen para ver si lo voy entendiendo. Dios no es, ni ha sido
una persona como Jesús, Buda o Mahoma. Dios es la Energía Suprema de la que
procede todo. -¿es correcto?
- Así es. –corroboró Ángel.
- Entonces
al otro lado de la vida está Dios y todos los que han vivido o vivirán en la
materia.
- No. Dios
no está al otro lado de la vida. Dios Es, Dios Está. Está aquí y allí. Está a
este lado de la materia y está al otro. Al otro lado están todos los que han
vivido o vivirán en la materia, pero están en Dios. De la misma manera que la
luz de una vela está en la luz del Sol. Iluminadas por el Sol puede haber
miles, millones de velas.
>> Y nosotros en la materia,
también, estamos en Dios, porque Dios lo es Todo. ¿Lo entiendes? –quiso saber.
- Lo
entiendo. Entonces todos existimos desde siempre y vamos a vivir para siempre
de forma independiente o formando parte de Dios. -sin embargo, había algo que
no entendía y así se lo hice saber a Ángel.
>> Hay algo que no entiendo muy
bien. ¿Por qué cuando una persona tiene una experiencia cercana a la muerte,
cuando vuelve a la vida nos habla de lo bien que se está al otro lado y de la
sensación de amor que ha sentido y, sin embargo, nosotros en el cuerpo no
sentimos ese amor ni esa sensación de cercanía con Dios como lo sienten ellos?
Se supone que, si todos vivimos en Dios, tanto al otro lado de la vida como en
este lado, todos deberíamos de sentir ese amor. ¿Por qué no lo sentimos?
- Por un
tema de energía, -respondió Ángel- La vibración cuando estamos en el cuerpo es
mucho más baja y no somos capaces de apreciar la sutileza de la energía que nos
envuelve. Aunque, en realidad, no hay un lado y otro lado de la vida. Lo que
pasa es que el alma, lo que somos, vibra diferente con materia que sin materia.
>> Este es, justamente, el
trabajo que se ha de realizar cuando se está encarnado en un cuerpo. Primero, llegar
a entender, de manera intelectual, que todos somos hermanos, hijos de un mismo
Padre, para, a continuación, comenzar a percibir esa realidad que se ha
comenzado a entender. A eso se llega incrementando la cantidad de amor.
- ¿Ese es
el objetivo de la vida?, ¿es lo mismo que el propósito que yo tuve claro hace
un momento?
- Exacto
–sentenció Ángel-, lo sentiste hace un momento. Solo tienes que recordar que
formas parte de un Todo, que todos somos lo mismo y que, por lo tanto, hemos de
amar a todos como a nosotros mismos. Ese es el único propósito de la vida. ¿Te
suena la frase, ama al prójimo como a ti mismo?
- Sí que
me suena, pero el que seamos incapaces de aceptarnos tal como somos es una
prueba inequívoca de que no nos amamos. Así que si no nos amamos y tenemos que
amar a todos como a nosotros mismos, lo tenemos mal.
Mientras Ángel movía la cabeza
afirmativamente, con una mueca de tristeza en su cara, mi pensamiento realizó
un repaso de los grandes conflictos armados, de los millones de desplazados por
la guerra y el hambre, de los millones de niños que mueren por desnutrición, de
la violencia familiar, del nefasto reparto de la riqueza, de la hipocresía de
las religiones, de los dirigentes psicópatas, de la intolerancia a todo lo que
es diferente. Aunque no hace falta desplazarse a un país en conflicto para
vivir todo eso, ya que en el nuestro tenemos un poco de todo: políticos corruptos,
machismo, falta de respeto hacia todo lo que se mueve, hambre, racismo, pobreza
extrema, trabajo precario, corrupción en cualquier estamento oficial, falta de
servicios básicos, inseguridad ciudadana.
- Termine
mi pensamiento en voz alta- El mundo, en estos últimos tiempos, parece haberse
vuelto loco.
- En
estos últimos tiempos no Antay –me corrigió Ángel-, en el cuento del Paraíso Terrenal
recuerda que Caín mató a su hermano y solo fue por envidia, es decir, solo fue
por un pensamiento. Pensamiento producido por una falta de amor. Por eso te
comentaba en nuestro primer encuentro que tienes que aprender a amarte. ¿Cómo
lo llevas? –preguntó.
- Creo
que lo llevo bien porque he comenzado a cambiar mi modelo de comparación
mientras aprendo a no compararme con nadie.
- Es
perfecto ese trabajo. Está muy bien compararte con un modelo menos demandante,
pero, como tú bien dices, lo importante es no compararse. Lo importante es
aceptar lo que eres.
- Ahora
que hablas de aceptar, hace unos días me ocurrió algo curioso. Me senté a
meditar para ver si eran ciertos los beneficios de la meditación que acababa de
leer y creo que estuve hablando con Dios. ¿Tú crees que me estoy volviendo
loco? –estaba seguro que Ángel, con la sabiduría que parece almacenar, era la
persona idónea para que opinara sobre mi posible conversación con Dios.
- No
creo, en absoluto, que te estés volviendo loco. Si tú crees que hablaste con
Dios, es seguro que sí hablaste con Él, y ¿sobre qué trató la conversación?
- Sobre la aceptación. Me acordé de ti y se me
ocurrió pensar que aceptarse uno mismo es una prueba de amor. Si me acepto es
que estoy satisfecho conmigo. ¿Qué opinas? –pegunté a Ángel, buscando su
aprobación.
- Me
parece perfecto. Así funciona. La aceptación es una
prueba de amor.
>> Y ahora puedo contestar a tus
preguntas. Preguntabas como se llega de manera consciente a ese estado que tú
has denominado como complitud. Se llega cuando detienes el pensamiento, cuando
te desidentificas del “Yo”.
>> No hay nadie que viva en ese
estado de manera permanente. Pero si hay personas que llegan a él. Se puede
conseguir en la meditación.
>> Tú fuiste consciente de que
todo tiene un propósito que es aprender a amar, como Dios nos ama, y para eso
se organiza la vida. Cada uno de la manera que estima conveniente, porque cada
alma sabe, antes de venir a la vida, que es lo que necesita para alcanzar la
meta del amor.
>> Y si no se consigue en la
vida, se repite. Por eso nacemos y morimos unas cuantas veces.
>> Pero mientras se trabaja para
lograr el objetivo máximo, que ya sabes que es aprender a amar, como Dios nos
ama, nos programamos otros pequeños trabajos que no son otros que cerrar los
círculos que se mantienen abiertos de otras vidas.
>> Esos círculos son las causas
pendientes. Pagar lo que debes o cobrar lo que te deben a ti. Te pongo un
ejemplo muy claro: Alguien que mate a una persona tiene que recibir algo
similar o equivalente para que el círculo se cierre.
- Pensando
en tu ejemplo, se me ocurre pensar que ese círculo no se va a cerrar nunca. En
esta vida me matan a mí, en la siguiente vida mato yo, y volvemos para que me
vuelvan a matar y seguiríamos así indefinidamente. No se acaba nunca.
- Por
supuesto que se acaba, -respondió Ángel con una sonrisa- Se acaba cuando se
perdona. Si en esta vida te toca matar a ti, pero en lugar de hacerlo perdonas
a la persona que te hace el daño, ahí se acaba y se cierra el círculo.
- Entiendo.
Todo se basa en amar y perdonar. El único propósito de la vida es ese: amar y
perdonar.
- Aun voy
a ir un poco más allá, -me anunció Ángel- Si amas no necesitarás perdonar, porque
nunca te sentirás ofendido. Y si no hay ofensa, no es necesario el perdón. Por
lo tanto puedes reducir el propósito de la vida a un solo concepto: amar.
>> La programación final la
conocen las almas, por eso encarnan, por su afán para aprender a amar, cuanto
antes, para disfrutar del gozo de unirse a Dios. Y las programaciones para ir
cerrando círculos pendientes las organizan, de manera independiente, cada alma,
de acuerdo con las almas involucradas en el círculo que tratan de cerrar.
>> No son propósitos opuestos,
solo que cada alma tiene sus propios temas pendientes. Y si no se cumple el
propósito, no pasa nada, volverán a la vida, una vez más, para poder
cumplirlos. Las veces que sean necesarias.
>> ¿Lo tienes más claro?
- Creo
que sí, aunque sigo sin tener muy claro para que puede servirme en la vida.
- Para
ser feliz. Cuanto más te acercas al amor más felicidad sientes en tu interior.
>> Y cambiando de tema, ¿te
importa si vamos caminando por donde tú venías? Tengo que recoger unas cosas en
una tienda delante del Parque Kennedy –esto último lo dijo ya levantándose del
banco.
- No, no
me importa. Te acompaño –y comenzamos a caminar hasta el parque.
Subíamos lentamente, ahora, hablando de
nimiedades, del tiempo y del cambio de ministros que había ocurrido dos días
atrás. Estas sí que eran conversaciones normales, como las que estaba
acostumbrado a mantener, y no como la que habíamos tenido hasta levantarnos del
banco.
Al llegar a la altura del edificio
donde está mi departamento le dije a Ángel que ya me quedaba en casa. Nos
despedimos sin más, como la vez anterior.
No había dado ni diez pasos hacia el
portal de mi casa cuando me crucé con Álvaro, un vecino de mí mismo bloque.
- ¿Qué
tal Antay?, ¿disfrutando de esta mañana tan magnífica? –fue su saludo.
- Si
–contesté- un día así hay que aprovecharlo.
- Y
siempre solo, ¿no te aburres?
- No me
aburro, estoy acostumbrado, pero hoy no he estado solo, he estado conversando
con un amigo –No sé porque lo dije. Supongo que para justificar mi soledad.
- ¡Ah!,
como te he visto subir solo por el paseo pensé que habías salido solo. Bueno te
dejo, que me esperan –y se alejó dejándome pensativo.
¿Cómo puede ser que me haya visto
solo?, si hasta medio minuto antes de encontrarme con él estaba con Ángel. ¡Qué
extraño! Miré para ver por dónde estaba Ángel y no le vi por ningún lado. Otra
vez había desaparecido y, ahora, no había baño. Y seguro que Álvaro no estaba
haciendo un chiste. Es como si Ángel después de dejar mi compañía desapareciera
sin más y, lo más sorprendente es que parecía que fuera invisible a los ojos de
los demás. ¿Me estará volviendo loco la soledad?
3
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la vista atrás
Estaba
finalizando el mes de agosto con más pena que gloria. No había vuelto a salir
el sol, lo cual es normal, porque en el hemisferio sur, agosto es el mes más
frío del invierno. No me había contactado ninguna de las empresas en las que
había entregado mi curriculum. En mis salidas, escasas, todo hay que decirlo,
no me había vuelto a encontrar con Ángel.
El
trabajo de aceptación de las situaciones que se iban presentando en mi vida y la
atención a mis pensamientos, para desarrollar el amor hacia mí, es posible que
avanzara demasiado despacio para mi gusto. Ni tan siquiera sabía si estaba
obteniendo resultados positivos. Hay que tener en cuenta que vivía solo y que
me relacionaba poco, por lo que era difícil encontrar diferencias con alguna
situación anterior.
Pero yo
seguía intentándolo.
Ya no
me comparaba con nadie y eso hacía que me sintiera más tranquilo, menos
agresivo con la vida y conmigo mismo. No sé cuánto podía haber avanzado en el
auto amor y, tampoco creo que nadie pudiera hacer una medición, que yo sepa no
existe un medidor de amor. Tendría que ser yo mismo el que calibrara la
cantidad de amor que había en mí o estaba logrando desarrollar.
Pero sí
tenía claro que planteaba mi futuro con algo más de tranquilidad, sin
infravalorarme y, sobre todo, sin ansiedad. Cada vez se presentaba con más
frecuencia el pensamiento de intentar ser mi propio jefe, trabajando desde casa
en la reparación de computadoras y en el diseño de programas y páginas web. Yo
iba dejando que ese pensamiento se pasease por el cerebro, sin intervenir, como
esperando que tomase fuerza o que algo en mi interior saltara de júbilo y
gritara: “¡Sí, ese es tu futuro!”.
Lo que no había hecho era
sentarme a meditar. Supongo que, en realidad, tenía miedo de volver a
encontrarme con Dios. No por el hecho de que fuera Él, sino porque tendría que
replantearme la creencia, que yo tenía sobre Dios, de que nunca parece que haga
o resuelva nada.
Sin embargo, ahora lo debía de
estar pensando con una sola neurona, porque era un pensamiento con muy poca
fuerza, ya que yo mismo después de la conversación con Ángel en la que me
explicó que Dios, sencillamente, Es, y que, no solo, es el Creador, sino que mantiene
todo lo creado, me sentía más tolerante sobre la idea de Dios. Ya que, si todos
vivimos en Él, parece que su trabajo ya no es tan inútil.
Unir este pensamiento con la
sensación de “complitud”, que sentí paseando el último día que me encontré con
Ángel, generaba en mí interior una sensación de serenidad que no me abandonaba
desde entonces. Todo esto unido, hacía que me sintiera diferente, más
tranquilo, más en paz, menos aburrido de la vida. ¡Faltaba ver cuánto iba a
durar ese estado!
Estaba planchando, paseando por
estos pensamientos, cuando comenzó a sonar el celular. Mire la pantalla y no
apareció ningún nombre. Era un número que no figuraba en mi lista de contactos.
-
Hola –contesté, esperando que al otro
lado surgiera alguna voz tratando de venderme cualquier tontería.
-
Hola, ¿eres Antay? –preguntó una voz de
mujer.
-
Sí. ¿con quién hablo? –si se hubiera
presentado me habría ahorrado la pregunta.
-
Si, disculpa. Mi nombre es Indhira. Soy
masajista y terapeuta y, un paciente mío, un señor mayor que se llama Ángel, me
dio tu número, porque tengo un problema en la computadora y él me dijo que te
llamara que eres un experto en computadoras, -¡vaya!, pensé, parece que el
encuentro con Ángel ha servido para algo tangible.
-
Perdona, conozco a Ángel, pero no soy
consciente de haberle dado mi número –y era verdad.
-
Sí, es cierto, tuvo que buscarlo en las
redes. Y lo hizo delante de mí. Bueno, la pregunta es si podrías pasar por mi
domicilio para mirar mi computadora y, también, cuanto me costaría la visita.
-
A lo mejor esta era la respuesta al
pensamiento de ser mi propio jefe que se paseaba por mi cerebro, desde hacía
días, pero necesitaba saber dónde vivía- ¿Cuál es tu dirección?
-
Estoy en Miraflores en la cuadra once
de Pardo –contestó.
-
¿Qué te parece ciento cincuenta soles por
la visita? y darte un diagnóstico o repararla, si se puede, en el momento
–Supongo que no sería un precio excesivo.
-
Me parece perfecto. ¿Cuándo puedes
pasarte?, si fuera esta tarde a primera hora sería genial.
-
¿A las tres?, -tenía todo el tiempo del
mundo, por lo que fue muy fácil satisfacer a mi interlocutora.
-
Es una buena hora. Pero se puntual,
porque a las 4 tengo un paciente –claro, ella no sabía que yo era el paradigma
de la puntualidad. Ya sé que soy un peruano atípico, pero…
-
Siempre soy puntual. Pásame la
dirección completa por WhatsApp. Nos vemos a las tres.
-
Gracias, hasta la tarde.
Desconectamos
la llamada y el primer pensamiento que llegó a mi mente fue: “Esto tiene que
ser la respuesta al pensamiento de trabajar por mi cuenta, porque no le
encuentro otra explicación. Que un señor, al que he visto en dos ocasiones, se
haga un masaje con una persona que tiene la computadora estropeada y se acuerde
de mí, no puede ser algo casual. Además, tal como dijo Ángel, el primer día que
nos encontramos, la casualidad no existe, todo tiene una razón”.
Siguiendo
la conversación con mi pensamiento, nos hizo gracia a ambos, (al pensamiento y
a mí), de que Ángel era como Google para estos temas esotéricos: “Ángel dice,
Ángel piensa, Ángel opina”. No tenía la necesidad de consultar en Google, con
recordar lo que había dicho Ángel, sobre el tema en cuestión, era suficiente.
A las tres
en punto estaba tocando el timbre de la casa de Indhira, después de pasar el
filtro de los guardias de seguridad del edificio y de haber confirmado ella que
esperaba mi visita.
Cuando
la puerta se abrió apareció ante mí una mujer joven, que debería rondar la
treintena, morena, con el cabello recogido en una cola, ojos oscuros que hablaban
sin palabras, solo por la luz que desprendían, iluminando un rostro expresivo y
sereno, con una nariz griega, ni grande ni pequeña y unos labios gruesos y
carnosos que sonreían al unísono con sus ojos. Podría decir que tenía una cara
simpática y agradable, que era bonita, sin llegarme a parecer de una belleza
extraordinaria.
El
tiempo pareció detenerse durante unos segundos y, en ese corto espacio de
tiempo, todo dejó de existir a mí alrededor. Fue como si me sumergiera en ella
y, por alguna extraña razón, me pareció conocerla desde siempre.
-
Hola Antay, soy Indhira, un placer
conocerte –dijo tendiendo su mano.
Y ahí
estaba yo, delante de ella, con cara de tonto integral, extendiendo mi mano
para tomar la suya, sin saber que decir porque me había parecido perder hasta
el habla.
-
Ella me miraba, sonriente y expectante,
esperando alguna reacción por mi parte, hasta que pude decir, no sin esfuerzo-
Hola.
Un millón de pensamientos se
pasearon por mi cerebro: “Pero ¿qué es lo que me pasa?, yo que no había hecho
caso a otras mujeres más hermosas que Indhira, que andaban detrás de mí, estaba
ahora en un estado emocional deplorable con la sola visión de su rostro. Yo, el
hombre que tenía por bandera que el amor era una tontería, me había quedado sin
palabras en presencia de una mujer. No me había pasado nunca. ¿Me estaré
haciendo mayor?”
Mientras caminaba tras ella
hacia la sala, donde se encontraba la computadora, tome una respiración
profunda, para recuperar mi centro, y al llegar donde se encontraba la
computadora ya me había recuperado en un porcentaje importante.
- Por fin
pude hilar una frase corta, pero completa- ¿Cuál es el problema?
Me informó del problema y que
este había comenzado a manifestarse ayer, justo con la visita de Ángel, y que
seguía con el problema ya que la había vuelto a probar antes de que yo llegara
y seguía fallando.
Encendí la computadora y como
tenía una clave de acceso le indiqué que la introdujera. Lo hizo y la
computadora, ¡oh milagro!, funcionaba a la perfección sin manifestar la falla
de la que Indhira me había hablado.
-
Te prometo que ha estado fallando hasta
este preciso momento –trataba de justificarse Indhira.
-
No sufras. Estas cosas pasan.
Esperaremos un rato a ver si se calienta y la encendemos y apagamos unas
cuantas veces para asegurarnos de que no falla –le dije para tranquilizarla.
-
¿Te apetece un té mientras esperamos?
-me ofreció, un poco más tranquila.
-
Si, gracias.
Se fue a preparar el té
mientras yo me quedé solo con la máquina. La sala debía ser su cuarto de
trabajo. Tendría unos veinte metros cuadrados. Había en ella una mesa donde se
encontraba la computadora, una bandeja con hojas en blanco, un portalápices con
bolígrafos de casi todos los colores, dos agendas, una que se veía muy usada,
que pensé sería la de las visitas y otra, más nueva, que supuse sería donde
ella anotaba sus cosas. Descansaban, también, en la mesa, una lampara, la
imagen de un Buda pequeño, un reloj digital y una figurita de la Virgen María.
A la derecha de la mesa,
tocando a una ventana que daba a la zona interior del edificio, había una
estantería de metro y medio de ancho y que llegaba casi hasta el techo en el
que se encontraban una buena cantidad de libros. Todos con títulos raros, sobre
energía, sanación, religión, vidas pasadas y, algunos temas más, todos muy en
la línea de lo que habla Ángel. No se veía ningún best-seller del momento o
novelas, más o menos famosas. En la estantería central había una impresora. Un
sillón detrás de la mesa y dos sillas delante, que serían para las visitas y,
al otro lado de la sala una camilla, también, con una silla en un costado, a la
cabecera de la camilla.
-
¿Quieres azúcar? –preguntó entrando en
la sala con una bandeja en la que descansaban dos tazas, un azucarero, un plato
con galletas y un paquete de servilletas.
-
No, gracias. Lo tomo sin azúcar. Es que
soy muy goloso y tengo tendencia a que todo el dulce se me vaya a la barriga, así
que paso del dulce cuando soy consciente –no sé por qué le explicaba mi vida.
Mi
pensamiento que no pierde ni una sola oportunidad para mortificarme encontró,
de inmediato, la explicación a mi verborrea: “Es que te gusta y estás nervioso
y hablando se te pasan los nervios”. Teniendo amigos como mi pensamiento,
¿quién necesita enemigos?, y, también, de inmediato, respondí al pensamiento:
“No estoy para nada nervioso. Sí que me impresionó cuando abrió la puerta y, no
sé la razón, porque si es bonita pero no es de una belleza que quite la
respiración”.
-
Haces bien en reprimirte de tomar
azúcar, no es buena para el organismo –y prosiguió- pero puedes comer galletas,
no tienen azúcar, son integrales.
-
Gracias –contesté.
Era
curioso. A pesar de lo que opinaba mi pensamiento no sabía que más decir. A
ella supongo que le debía de ocurrir algo parecido, porque durante unos
segundos, que a mí me parecieron siglos, permanecimos en silencio.
-
Por fin ella rompió el silencio- Y ¿de qué
conoces a Ángel? –preguntó.
-
Pues, aunque parezca raro, no le
conozco. Bueno si, nos hemos encontrado dos veces este mes por la calle. La
primera me pidió ayuda porque se ahogaba y la segunda fue, unos días después,
aquí en Pardo. En las dos ocasiones estuvimos conversando más de dos horas.
Tengo que reconocer que fueron conversaciones un poco extrañas, ya que hablaba
de emociones y sentimientos que nunca habían sido temas de mis conversaciones.
En realidad, de él no se casi nada. Supongo que él sabe mucho más de mí, y no
porque yo le haya contado. Es que me da la impresión, te voy a decir algo que
parece tonto, que lee mi pensamiento. Y las dos veces que nos encontramos, en
su despedida, pasaron cosas extrañas, aunque, no sé si será mi imaginación.
-
¿Qué pasó? –se interesó Indhira.
Le
conté como fueron mis dos encuentros con Ángel y su misteriosa desaparición en
las dos ocasiones y, sobre todo, que tanto mi vecino como el camarero parecían
no haberle visto, a pesar de que el mismo Ángel quisiera hacerme creer que
había estado en el baño del puesto de bebidas, que por cierto, no sé si hay
baño. Tendré que comprobarlo.
-
Si, parece un hombre especial
–corroboró ella y prosiguió- pero es un hombre encantador. Y te puedo asegurar
que es de carne y hueso porque le hice un masaje, aunque, bien es cierto, que
no lo necesitaba. No tenía ni una mínima contractura.
-
Sí que es encantador. Y tú, exactamente,
¿qué haces? –de algo tenía que hablar.
-
Hago masajes, terapias de sanación y
regresiones –y aclaró- aunque, con lo que más cómoda me siento es en la sanación.
Sin embargo, vivo gracias a los masajes. Porque por cada persona que viene a
hacer terapia de sanación hay ocho que vienen a hacerse un masaje.
-
Si les pasa lo que a mí, lo entiendo.
Porque sé lo que es un masaje pero lo otro, para mí, es del todo desconocido.
Lo poquísimo que sé de estos temas…, que no sé muy bien si llamarlos
¿esotéricos?, es por lo que me ha hablado Ángel en los dos encuentros que
tuvimos. Supongo que tú conectarías con él a la perfección.
-
Si –contestó- realmente sí.
Y así
seguimos nuestra conversación, mientras tomábamos el té y las galletitas, que
estaban deliciosas a pesar de no contener azúcar, e íbamos probando si la
computadora seguía funcionando bien o volvía a las andadas.
Indhira
me habló de la sanación y, como me ocurría con Ángel, la escuchaba sintiendo
que sus palabras activaban algo en mi interior que no era del todo desconocido.
Ángel empezó diciendo que el amor no era un sentimiento, sino que era una
energía, para concluir en que todo es energía. Y, ahora, Indhira me explicaba que
la enfermedad son bloqueos energéticos y que eliminando esos bloqueos, que solo
son energía enferma y contaminada, se consigue la sanación de la persona,
siempre que no haya hecho mella en el cuerpo físico. Lo que sí me sorprendió es
que dijera que todos los seres humanos podemos intervenir en la sanación de
cualquier otra persona.
-
¿Quieres decir que yo, que desconozco
estos temas, también podría hacer sanación? –estaba, realmente, sorprendido de
sus palabras.
-
Sí. Todos podemos, porque todos somos
canales de energía. La diferencia está en como de grande es el canal. Cuanto
más grande es el canal más energía pasará.
-
¿Qué canal? –no tenía ni la más remota
idea de qué me estaba hablando.
-
El canal eres tú. Es tu campo
energético, es la energía que te envuelve –explicó.
-
¿Cómo se agranda el canal? –tengo que
reconocer que cada vez escuchaba cosas más extrañas.
-
Mira, podría hablarte de energía o de meditación
o de un montón de cosas más, pero la
verdad es que todo se resume en una sola palabra: “amor”. Cuando más amor tiene
la persona, más grande es, energéticamente, y más energía pasa a través de ella,
con lo que su “poder” de sanación, también, será mayor –y terminó con una
pregunta- ¿me explico?
-
Si, te explicas muy bien. Supongo que
ese amor del que hablas es el mismo amor del que me hablaba Ángel, el amor
incondicional.
-
Así es. Ese es el único amor que
existe. El que decimos sentir los seres humanos es una mezcla de amor y apego
–terminó la frase con una expresión de tristeza reflejada en su rostro.
-
¡Qué mal lo tenemos los seres humanos! –expresaba
mi pensamiento en voz alta- El mundo que podría ser un paraíso, es, en
realidad, un verdadero infierno, al menos, para muchas personas. Tú que recibes
a mucha gente ¿conoces a alguien que ya sea capaz de amar de esa manera?
-
Hasta ayer no conocía a nadie, pero,
ahora, me atrevería a decir que Ángel, si no ha llegado a amar al cien por cien
de esa manera, debe de estar cerca, muy cerca.
-
Parece que me entró la vena filosófica-
En treinta y siete años nadie me había hablado, hasta ahora, de que va la vida
y para que estamos aquí. Y, debo de haber tenido suerte, porque habrá personas
que lleguen a viejos sin haberlo escuchado ni una sola vez. ¿Por qué?, ¿no te
parece injusto? Estas cosas hacen que me reafirme en la “injusticia” divina. No
todos los seres humanos tenemos las mismas oportunidades. ¿Qué pasará con
ellos?
-
Lo mismo que contigo –respondió
Indhira- tendrán que volver hasta que aprendan a amar. Si en esta vida no
aprenden sobre eso, porque nadie se lo enseña, es porque no es su momento. El
tuyo parece que sí. Tu trabajo será aprovecharlo. Y puedo asegurarte que Dios
nada tiene que ver en esto.
-
¿Estás segura de que Dios no interviene
en nada?
-
Sí. Todo lo que nos ocurre solo es de
nuestra responsabilidad –y prosiguió sentenciando, como si hablara ex cátedra-
somos nosotros, los seres humanos, los que antes de venir a la vida realizamos
nuestra programación y, una vez acá, en la materia, nos encontramos con otro
hándicap, el libre albedrío. Y le digo hándicap porque, en muchas ocasiones, no
decidimos nosotros, lo hace nuestra mente.
En ese
momento comenzó a sonar el celular de Indhira.
-
Disculpa, tengo que contestar. Es mi
próximo paciente –y salió de la sala para poder hablar con tranquilidad.
Faltaba
un cuarto para las cuatro. Volví a la computadora para comprobar que seguía
funcionando de manera correcta, y me preparé para irme en cuanto apareciera
Indhira. Pensaba en lo último que ella había comentado sobre los momentos para
aprender o no, y recordé cuando, en mi paseo, me sentí unido a todo lo creado y
llegué a la conclusión de que todo tiene un propósito.
-
Casi de inmediato volvió a la sala-
Pues me han dado fiesta el resto de la tarde. Mi paciente ha cambiado la visita
y ya no tengo más.
-
Lo siento –supongo que debía de ser
incómodo que diez minutos antes de una cita la anulen.
-
No te preocupes, estoy acostumbrada.
Estas cosas pasan con más frecuencia de la que te imaginas. ¿Por dónde íbamos
cuando sonó el teléfono?
-
Hablabas del libre albedrío. Pero no
quiero molestarte más. Creo que es hora de irme, haciendo uso de mi libre
albedrío, valga la redundancia. Mi trabajo ha terminado, aunque no he hecho
nada, porque la computadora funciona correctamente.
-
No me molestas y ya has oído que tengo
toda la tarde libre. Pero si tienes otras cosas que hacer, espera que te pago
–parecía decepcionada.
-
No me debes nada. La computadora estaba
bien y ha sido un placer tomar el té contigo. Además, somos vecinos, no he
venido de lejos, vivo a dos cuadras de tu casa –mi pensamiento que no pierde
una sola ocasión para mortificarme dijo de inmediato: “Pues si trabajas por tu
cuenta y regalas todas las visitas vas a pasar mucha hambre”.
-
No, por favor. No puedo aceptarlo, es
tu trabajo.
-
Indhira, soy muy terco. No te voy a
cobrar.
-
De acuerdo, pero hagamos un
intercambio. Yo te hago una terapia a cambio. ¿Qué te parece?
-
Está bien, pero no se me ocurre que
puedes hacerme. Yo me siento bien –y era cierto. Aunque mi pensamiento, de
inmediato, encontró su razón: “Tienes miedo”.
-
Podemos hacer una regresión –fue la
respuesta de Indhira.
-
Disculpa mi ignorancia, pero no sé qué
es una regresión –en realidad, era la primera vez que escuchaba la palabra. Sé
que regresar es volver, pero no se me ocurría asociarla a nada de lo que
pudiera hacer Indhira.
-
La regresión es una técnica que se
utiliza para hacer que una persona recuerde acontecimientos de otras vidas –e
Indhira continuó con su explicación- se puede realizar como terapia para
entender el origen de traumas o problemas psicosomáticos o, también, como
curiosidad.
-
¿Cómo se llega a esos recuerdos? –tengo
que reconocer que me daba un poco de respeto hurgar en otras vidas, si es que
esas existían.
Se me ocurre pensar que somos como
conejillos de indias correteando en una gran jaula que se llama Tierra, pero
sin saber cómo hemos llegado aquí ni adónde nos dirigimos en nuestras
correrías. Aunque creamos que si sabemos tras qué corremos. Lo podemos llamar
felicidad, estabilidad, tranquilidad y, para conseguirlo, vamos tras el dinero,
que es lo que consideramos primordial para vivir esa felicidad, de la misma
manera que los conejillos de indias van tras los ramos de apio.
Esto que parece una enseñanza esencial,
¿cómo puede ser que no lo enseñe nadie? Y, como nadie nos enseña, en lugar de
aprender a amar, nos dedicamos a lo contrario, permitiendo que a nuestro
alrededor exista el hambre, la desigualdad, el miedo, la guerra, el odio, la
envidia o la enfermedad, solo por mencionar alguno de los males con los que
convivimos en nuestra sociedad.
-
Se puede llegar a través de hipnosis
–respondió Indhira, sacándome de mis pensamientos- pero yo lo hago son una
simple relajación.
-
Indhira, no te rías de mí, pero creo
que tiene razón mi pensamiento. Me da un poco de miedo –no me quedó más remedio
que reconocerlo.
-
No hay razón para tener miedo, te lo aseguro
–lo decía seria y de manera convincente- Vamos a estar conversando, como ahora,
solo que estarás acostado en la camilla y algo más relajado que ahora porque,
en realidad, pareces un poco tenso y eso que te has ido soltando. Si necesitas
ir asimilándolo podemos hacerla otro día, no hace falta que sea hoy.
-
Si, gracias. Creo que necesito
asimilarlo –sentí un gran alivio de no hacerla en ese momento- ¿Cuándo te va
bien?
-
¿Qué haces el sábado?, porque yo tengo
todo el día libre.
-
Yo tengo libre cada día, estoy sin trabajo.
Me parece bien el sábado, ¿a qué hora te va bien? –creo que me estaba
envalentonando.
-
Teniendo en cuenta que necesitamos
entre dos y dos horas y media, ¿qué te parece a las nueve y media?
-
Pues no se hable más, a las nueve y
media me tienes aquí –hoy es miércoles, así que tengo dos días para hacerme a
la idea.
-
Perdona –dijo Indhira- no quiero
meterme donde nadie me llama, pero ¿cómo puede ser que no tengas trabajo cuando
la informática, hoy, la necesita todo el mundo?
-
Porque la empresa donde trabajaba cerró
y aun no encuentro nada –no le comenté sobre mi falta de fe, ¿para qué?
-
¡Ah!, creía que te dedicabas de manera
independiente. ¿Por qué no lo haces?
-
Es una idea que me ronda la cabeza e,
incluso tu llamada me pareció una especie de señal de que tenía que hacerlo.
Sí, tengo que pensarlo ya, porque no me apetece mucho tener un jefe –mientras
decía esto me daba la sensación de que en mi interior ya estaba tomada la
decisión, solo tenía que llegar a la parte consciente.
Aun
estuvimos hablando dos horas más. En ese tiempo, dos desconocidos, que se
sueltan y se sienten cómodos, que fue lo que nos ocurrió a nosotros, pueden
hablar de muchos temas. Ella supo de mí que estaba soltero, que vivía solo en
un departamento y que le tenía miedo al amor, como ella dedujo. Yo no estaba,
para nada, de acuerdo con sus deducciones y tuvimos un extenso intercambio de
opiniones sobre el tema. Al final, creo que ella tenía razón y que tenía mucho
miedo a comprometerme.
Indhira
tiene treinta años. Nacida en Lima, es psicóloga y mientras estudiaba en la
universidad Mayor de San Marcos fue realizando los cursos y talleres de masaje,
de maestría Reiki, de terapeuta de Sat Nam Rasayan y de terapeuta de
regresiones. Al finalizar la carrera, en lugar de poner un despacho como
psicóloga, puso en centro de terapias y masajes.
Vive
sola, desde hace cinco años, después de mantener una relación de tres años que
terminó de manera abrupta cuando llegó a casa y se encontró a su pareja en la
cama con una amiga suya de la infancia. Desde entonces no ha vuelto a tener, no
solo una relación, sino que, ni tan siquiera, una sola cita. En su caso, ella
misma reconoce que tiene pánico a comenzar una nueva relación y que no pasa por
su cabeza ni una sola vez. Lleva cinco años sola y dice que se ha acostumbrado
a ser la dueña de sus tiempos. Los domingos va a almorzar a casa de sus padres
que, también, viven en Lima y se reúne toda la familia que, además, de sus
padres la componen un hermano mayor, casado con dos hijos, y una hermana casada
que, en la actualidad, está embarazada. Indhira es la pequeña.
Eran
las seis cuando salía de su casa. Ya había caído la noche sobre Lima. La
computadora no había vuelto a presentar ningún fallo. Esta era otra cosa
extraña para añadir al curriculum de Ángel, ya que parece que el fallo solo se
produjo para que Indhira y yo nos conociéramos. ¿Habría sido él el responsable
de la falla de la computadora? Ese hombre es especial.
En la
salida dejamos el formulismo de darnos la mano y nos dimos un casto beso en la
mejilla, quedando emplazados para el sábado a las nueve y media de la mañana.
Estaba
muy confundido. No estaba seguro de que es lo que había pasado cuando me
encontré con Indhira. Se paralizó el mundo, incluidos mis pensamientos, ya que
fue como si toda la energía se concentrara en mis ojos para poder escudriñar,
con total atención, a través de su mirada y sumergirme en su interior. Yo sabía
que no la conocía de nada, sin embargo, la sensación era de familiaridad. Era
como ese amigo al que no ves desde que se acabó el colegio y, un día, al
reencontrarle es como si no hubiera pasado el tiempo.
“Pero
tampoco la conoces del colegio”, terció mi pensamiento que no perdía
oportunidad de martirizarme y, siguió: “puede ser que la conozcas de otra vida.
Búscala el sábado cuando hagas la regresión”. Parece que mi pensamiento sabía
más de regresiones que yo.
Me
apetecía caminar, antes de volver a casa, y aproveché que tenía que comprar
algo de comida para dar un paseo hasta un súper lo suficientemente alejado para
poder pasear, al menos tres cuartos de hora.
En el
paseo hice un repaso de mi encuentro con Indhira. Tenía claro que me había
impresionado. Había estado muy cómodo con ella y hasta me hacía ilusión saber
que en dos días íbamos a volver a encontrarnos. Aunque sentía un cierto temor
por el tema de la regresión, me tranquilizaba su comentario de que era como
mantener una conversación.
Lo que
sí tenía claro era el asunto laboral. Estaba decidido: iba a trabajar por mi
cuenta y por intentarlo no perdía nada. Solo necesitaba un teléfono para que
las personas pudieran contactarme y para que esas personas pudieran saber de mi
existencia decidí hacer una página web y anunciarme, también, en las redes
sociales. En cuanto llegara a casa me ponía manos a la obra.
Así
fue. Una vez en casa, a la vuelta del súper, me puse en la tarea de
confeccionar la página. Era sencilla y al mediodía del jueves estaba concluida
y colgada en la red. Ahora solo faltaban los clientes.
Me
sentía expectante por la llegada del sábado, aunque no sabría muy bien decir si
era por la regresión o por volver a ver a Indhira.
-
“Eres un falso” -se apresuró a
sentenciar mi pensamiento-. ”Sabes muy bien que solo es por Indhira y que si
pudieras no hacer la regresión, sería un alivio para ti”.
-
“No es cierto” -ya estaba otra vez a la
gresca con mi pensamiento, “Podría no volver a ver a esa chica y no pasaría
nada, seguro que no pensaría en ella ni un minuto, el tema es que hemos quedado
para el sábado y es normal que piense”.
-
“Está bien” -concluyó el pensamiento-,
“si quieres engañarte, es problema tuyo, mejor sería que reconocieras que te
gusta y, por cierto, ya es hora de que te guste una mujer, estaba empezando a
creer cosas extrañas, debes de ser el único hombre del mundo que con treinta y
siete años solo haya hecho el amor en dos ocasiones y, de eso, hace tanto
tiempo que ya no te debes acordar”.
-
“Se acabó” -le dije al pensamiento y,
de inmediato me puse a tararear una canción para que el pensamiento no tuviera
ni un solo resquicio por el que imponer su dictadura.
El
sábado a las nueve y media en punto estaba tocando el timbre en la casa de
Indhira.
-
¿Seguro que eres peruano? –fue la
pregunta de Indhira mientras nos saludábamos con un beso en la mejilla.
-
Sí, estoy seguro. Si seguimos mi árbol
genealógico creo que podríamos llegar a los incas o, más atrás, a la
civilización de Chavín o la de los Mochicas de Moche.
-
Pues será interesante ver si en la
regresión apareces como un inca. ¿Estás hoy más tranquilo?, ¿tienes claro que
quieres hacerla? –preguntó Indhira.
-
Creo que estoy totalmente tranquilo y,
sí, quiero hacerla. Estoy expectante, como un niño que va al colegio por
primera vez –y concluí manifestando una ligera ansiedad- ¿Qué saldrá?
-
No lo sabemos –respondió Indhira- Ten
en cuenta que son recuerdos del alma y es ella, el alma, quien decide que vas a
recordar. En realidad, el alma va a permitir que recuerdes aquello que sea
importante para el momento que estás viviendo en tu vida actual. Esto es como
cuando pides algo a Dios o a quien sea santo de tu devoción, nunca te conceden
lo que pides, sino aquello que necesitas y, claro, como no es lo que tú querías
va a pasar desapercibido y no vas a aprovecharlo. Que no nos pase en esta
regresión. Todo será importante.
>>En
la primera parte te iré acompañando con mi voz para conseguir que te relajes,
cuanto más, mejor. Y después ya te induciré a la regresión. No tengas ningún
miedo. Vete contándome todo, sea lo que sea, aunque te encuentres hablando con
el pato Donald, porque no sabemos cuáles son los mecanismos del alma para que
consigas recordar algún momento importante.
>>La
regresión puede ser a través de sensaciones. Es lo más normal, pero esas
sensaciones pueden ser muy nítidas, teniendo la certeza sobre los episodios que
se van viviendo. Puede ser pictórica que es como si vieras una película, escenas
de la película o, incluso, como si estuvieras viendo fotografías. También puede
ser intuitiva que, al principio, sabes cosas de manera intuitiva, pero según
avanza la regresión las intuiciones son más definidas. En todos los casos puede
ser sinestésica, que es cuando los episodios van acompañados de sensaciones
como frío, dolor, calor, tristeza, etc., pero no, necesariamente, siempre.
>>
Todas las escenas pueden ser vistas desde dos perspectivas: como si fueras el
protagonista o como si el protagonista fuera una tercera persona, pero
reconociéndote en alguno de los personajes de la historia.
>>
Y te repito, cuéntamelo todo, porque mientras tú estás viviendo tu historia yo
estoy aquí, viendo esta sala y no podré acompañarte si no sé qué está pasando.
>>
¿Lo tienes claro?, ¿tienes alguna duda?
-
Antes de contestar hice una respiración
profunda- Si, lo tengo claro, no tengo ninguna duda, o las tengo todas, no sé,
pero, tampoco sé que preguntar. Empecemos.
-
Mejor vete antes al baño, -me
recomendó- que no tengamos que interrumpir la sesión.
A la
vuelta del baño, me acosté boca arriba en la camilla. Me tapó mientras
comentaba que en la relajación la temperatura del cuerpo baja unos grados y
podía quedarme helado.
-
¿Quieres que grabemos la sesión?,
porque la memoria es muy traicionera y puedes olvidar la mitad. Así queda
grabado y podrás recordarlo cuando te apetezca.
-
Si, por favor, grábala.
Indhira
se sentó en la silla al lado de la cabecera de la camilla y comenzó a hablar
muy suave, casi como un susurro. Con el tono justo para que pudiera escucharla
sin dificultad.
Me
indicó que llevara la atención a mi respiración y respirara por la nariz, de
manera lenta y suave, llevando la respiración al abdomen para que, sintiera
como subía, en la inhalación, y como bajaba al exhalar. Mientras decía que
fuera llevando la atención a cada parte de mi cuerpo sintiendo como con cada
exhalación iba llegando la relajación a mi cuerpo.
Tengo
que reconocer que me perdí en las indicaciones. Empezó indicándome que
comenzara llevando la atención a los pies para seguir subiendo hasta la cabeza.
Sin embargo, no había llegado a mis tobillos y ya me había perdido. Sentía su
voz como si fuera una dulce melodía, mientras yo permanecía atento a mi
respiración y a las sensaciones de mi cuerpo.
Al
final de la relajación volví, otra vez, a sus indicaciones. Justo cuando decía
que me visualizara o me sintiera paseando por un jardín. En el jardín había un
arco de piedra que, después del paseo, me indicó que atravesara.
- Pasa al
otro lado –me dijo- Sabes que al otro lado del arco te vas a encontrar en un
momento de otra vida. En ese momento, de esa otra vida, que tu alma va a
permitir que recuerdes. Pasa sin miedo, tranquilamente.
>>
¿Has pasado?, ¿estás en el otro lado?
-
Tardé en contestar porque en un
principio lo veía todo, absolutamente, oscuro y, en realidad, no tenía ninguna
sensación, hasta que me pareció sentir que estaba caminando por una playa- Si,
ya he pasado.
-
¿Qué sensaciones tienes?
-
Es como…, paz…, tranquilidad…, es una
playa.
-
¿Hay gente en la playa?
-
No
-
Y tú ¿Qué haces?
-
Estoy paseando por la orilla sin
zapatos.
-
¿Cómo vas vestido?
-
Con un pantalón corto y una especie de
polo
-
¿Eres hombre o mujer?
-
Soy mujer.
-
¿Sabes que haces en esa playa?
-
Solo estoy paseando, nada más.
-
¿No se ve a nadie en ningún punto?
-
No
-
¿Cómo está el mar?
-
Tranquilo. Es un día soleado…, es
bonito.
-
Voy a contar hasta tres y cuando llegue
a la cuenta de tres vas a retroceder un poco en esa sensación, para ver cómo
has llegado a la playa y de dónde vienes, para ver qué es lo que has ido a
hacer ahí.
>>
1…, 2…, y 3. Ya estás en ese otro momento, que te va a permitir entender por
qué estás ahora en esa playa.
>>
¿Qué sensaciones tienes?
-
Es como estar en una casa…, de madera…,
sentada en una silla al costado de una mesa.
-
¿Cómo es la casa?
-
Es de madera…, parece pequeñita.
-
¿Es como una casa actual?
-
Parece más antigua…, como una casa de
campo.
-
¿Eres la misma mujer?
-
Sí.
-
¿Cómo vas vestida?
-
Con una falda más larga…, con un gorrito.
-
¿Tienes conciencia de si vive alguien
más en esa casa?
-
No.
-
Voy a contar hasta tres y, cuando
llegue a la cuenta de tres, va a ser la hora del almuerzo y, si hay más gente
en la casa, vais a estar todos sentados alrededor de la mesa y así podrás ver
quien hay contigo.
>>
1…, 2…, y 3. Es la hora del almuerzo, ¿tienes la sensación de estar almorzando?
-
Sí, tengo la sensación de estar con más
gente en la mesa…, con un hombre que tiene barba y la barba es como más
pelirroja…, parece como si trabajara en el campo…, con algo relacionado a la
leña y hay un bebé pequeño o pequeña…, como en una sillita de madera para bebé.
-
Ese hombre de la barba ¿es algo tuyo?
-
Si…, parece ser mi esposo.
-
Y ¿el bebé?
-
Es hijo mío o hija mía…, no sé muy bien
si es niño o niña.
-
¿Te recuerda ese hombre, no por el
aspecto físico, sino por la sensación y, si puedes verle los ojos, por la
mirada, a alguien de esta vida actual?
-
No.
-
Y ¿el bebé?
-
Siento como que el bebé todavía no
viene, pero quiero que venga.
-
Y ¿quién está en la sillita de madera?,
o no está todavía.
-
Si está…, si está…, Lucia. Es la bebé.
Es una bebé que se llama Lucia
-
¿Qué sensación tienes de familia?,
¿sois felices?
-
Si, la amo muchísimo.
-
Y ¿a tu esposo?
-
También. A él le amo muchísimo y yo
quiero que venga.
-
¿Quién quieres que venga?
-
El bebé.
-
¿Estás embarazada?
-
No –la respuesta fue como sorprendida,
porque no entendía el porqué de la pregunta.
-
¿De dónde tiene que venir?
-
No lo sé. –y lo dije con rotundidad.
-
Voy a contar hasta tres, y a la cuenta
de tres, el bebé que tiene que venir va a llegar.
>>
1…, 2…, y 3. Ya estás en ese momento. ¿Qué sensaciones tienes?
-
De mucha ternura –y lo dije llorando
por la sensación de amor tan infinita que sentía en mi interior.
-
¿Está el bebé?
-
Sí.
-
¿Cómo se llama?
-
No lo sé.
-
¿Te recuerda alguien de esta vida?
-
A mi mamá.
-
Tu esposo ¿Está contento con el bebé?
-
Si…, él como que me acompaña
-
¿Él hace el trabajo en el campo con la
leña y tú te dedicas a los niños y a la casa?
-
Sí.
-
Avanza, avanza un poco en esa vida,
hasta que lleguemos a una situación importante, para entender porque tu alma ha
elegido, en primer lugar, que vivas ese recuerdo.
>>
Voy a contar hasta tres y, a la cuenta de tres, habrás avanzado hasta ese
momento que es importante que recuerdes para esta vida actual.
>>
1…, 2…, y 3. Ha pasado el tiempo. ¿Cuánto crees que ha pasado?
-
¿Diez años?
-
¿Seguís teniendo dos niños o tenéis
más?
-
Hay dos más
-
¿Cómo son los niños?
-
Traviesos…, juguetones.
-
Los dos nuevos ¿te recuerdan a alguien
de esta vida?
-
El segundo es mi abuelo que era sabio.
-
¿Seguís siendo felices?
-
Sí.
-
¿Aparece alguien más en la casa? o
¿solo estáis los niños y vosotros?
-
Solamente nosotros.
-
Voy a contar hasta tres y, cuando
llegue a la cuenta de tres, vas a seguir en esa vida, más adelante, en algún
momento importante, algo que nos indique porque tu alma ha elegido esa vida.
>>
1…, 2…, y 3. Ya ha pasado el tiempo, ¿cuánto ha pasado?, ¿qué sensación tienes?
-
Como tiempo de tribulaciones. Como con
la sensación de que las cosas no están bien. Como que la sociedad ya no es tan
armoniosa como antes y tengo que protegerlos y defenderlos de la gente que, por
alguna razón, están haciéndoles daño y vulnerando sus derechos.
-
¿A quién?
-
A la gente…, a los más débiles.
-
¿Quién eres tú, en esa vida, para
defender a la genta a la que están vulnerando sus derechos?
-
Soy una mujer común, pero que se ha
alzado. No soy de ninguna alta sociedad ni nada, pero que quiere alzar su voz.
-
¿Ya no vivís en la casa de madera?
-
No. Ya veo más como un centro de ciudad…,
con más gente…, más gris…, más piedra.
-
¿Qué derechos vulneran de la gente?
-
Es como que los más altos, los que
tienen más dinero, no sé…, los fuerzan a
trabajar y no les pagan lo justo. Me molesta cuando hacen daño a los más
débiles.
-
Tú ¿cómo los defiendes?
-
No confrontando a los más altos, pero
como que agrupándolos y diciéndoles que juntos podemos hacer algo.
-
¿Te escuchan?
-
Sí. Siento que me ven como una líder.
-
Cuando te llaman, ¿cómo lo hacen?, ¿cuál
es tu nombre?
-
No sé.
-
¿Tu esposo interviene en la lucha
contigo?
-
No lo veo.
-
Y ¿tus hijos?
-
Yo los trato de proteger…, no
involucrarlos tanto.
-
¿Son mayores ya?
-
Sí. Jóvenes, pero ya adultos.
-
Avanza un poco más en esa vida a ver
como se soluciona esa confrontación que hay con los poderosos y si os lleva a
algún sitio práctico o no. Puedes avanzar tu sola. Avanza en esa lucha.
-
Siento que de alguna manera me anulan
pero dejo algún legado.
-
¿Te anulan los poderosos?
-
Sí. Como que no vivo para ver lo que
pasó, pero dejo algún legado para ellos.
-
Vamos a ir al momento de tu muerte, a ver
como se produce. Voy a contar hasta tres y, cuando llegue a la cuenta de tres,
estarás en ese momento.
>>
1…, 2…, y 3. Te estás muriendo. ¿Qué sensaciones tienes?
-
No ha sido una muerte natural.
-
¿Cómo ha sido?
-
Veo que me están enterrando, es como si
me hubieran golpeado o torturado antes, y ahora quieren enterrarme.
-
Y tú ¿cómo lo ves si estás muerta?, ¿estás
viendo tu cuerpo?
-
Si, lo estoy viendo.
-
¿Desde dónde?
-
Desde un poco más arriba.
-
¿Quién está contigo allá arriba?
-
Mi esposo.
-
¿Ha muerto antes?
-
Si porque está conmigo
-
Tus hijos ¿siguen abajo?
-
Sí, me da pena.
-
Sigue subiendo en el sitio donde estés,
hasta que te encuentres con alguien.
>>
Voy a contar hasta tres. Cuando llegue a la cuenta de tres estarás en el punto adónde
vas después de haber dejado tu cuerpo.
>>
1…, 2…, y 3. Estás al otro lado de la vida ¿cómo te sientes?
-
Muy feliz –me siento eufórico- me estoy
reencontrando con varias almas compañeras.
-
¿Compañeras de esa vida que acabas de
abandonar?
-
De vidas pasadas, de varias. Las estoy
viendo…, me están recibiendo…, me abrazan, como que me dan la bienvenida. Me
felicitan porque he hecho algo bueno en esa vida. Porque aprendí es esa vida y
es lindo volver a reencontrarme con ellos conscientemente.
-
¿Entre esas almas hay alguien que
destaque, que tú conozcas más por ser familia, que tengas más afinidad?
-
Veo nuevamente a mi esposo…, mi papá es
un alma sabia también.
-
¿Está en ese momento contigo allá
arriba?
-
Sí. Mi mama también.
-
¿Los de esta vida actual como Antay?
-
Sí.
-
¿Qué te dicen?
-
Que lo he hecho bien..., Que estamos
creciendo juntos..., Que nos estamos acercando cada vez más arriba. Y que están
felices de estar juntos.
-
¿Piensas ahora, que estás ahí, en los
hijos que has dejado abajo?
-
Después de una larga pausa- Los amo…,
Quiero protegerlos, pero estoy tranquila en el sitio en que estoy..., De alguna
manera, confío en que los puedo bendecir,
desde arriba, y que ellos cumplirán su misión.
>>
Tengo la sensación de un dolor físico en el lado derecho del pecho.
-
¿Ahora mismo?
-
Sí.
-
Es posible que sea de cuando te dieron
los golpes.
-
Sí, creo que sí.
-
Ahora quiero que pidas hablar con tu
Maestro. Pide verle. Pide hablar con él. Maestro o Maestra.
-
Sí.
-
¿Está?
-
Sí.
-
Pregúntale quien es.
-
No dice quién es, pero se parece a
Jesús. Tiene muchísima luz y me extiende sus brazos. Muchísima luz.
-
Pregúntale cuál es tu misión, pregúntale
que es lo que has venido a hacer como Antay, ahora que estás allá arriba.
-
He venido a ayudar a los demás.
-
Pregúntale como.
-
No tengo que hacer grandes cosas.
Elegir a los más desprotegidos, a los más vulnerables y tratar de cubrir sus
necesidades, en lo que pueda, con mucho amor, con mucha entrega
-
Pregúntale si eso es algo que estás
haciendo en tus últimas vidas.
-
Sí…, sí, trato de hacerlo
-
Pregúntale si hay algo que pueda
decirte que sea bueno para ti saber que no sepas.
>>
Es tu Maestro, está al lado de Dios, y lo sabe todo. Lo que pueda decirte te lo
va a decir, pregunta. Y si quieres que quede grabado dilo en voz alta.
-
Que no importa que me equivoque, igual
me ama y sabe que voy a estar luchando siempre. Que no sea tan duro que igual
me ama y que una parte del aprendizaje es equivocarse. Y, sobre todo, que no
tenga miedo, porque el miedo solo es falta de amor.
-
Cuando creas que no quieres preguntarle
más, dale las gracias.
-
Hay algún familiar o algún amigo de
esta vida que ya no esté y que te gustaría saludar.
-
A mi mamá.
-
Habla con ella. Si hay algo que no le
dijiste aquí, díselo ahora.
-
Que siempre fue mi mejor amiga. Le doy
gracias por el corto tiempo que disfrutamos acá, que fue mi valioso. Sé que
siempre está conmigo, que siempre me guía. Siento como me abraza ahorita.
-
¿Hay algo que quiera decirte para
ayudarte en el camino de esta vida?
-
Me dice que sea feliz. Que viva feliz.
Ella quiere eso para mí. Y me dice que para conseguir esa felicidad me ayudará
volver a creer, firmemente, en Dios.
-
¿Hay algo más que quieras hacer ahí
arriba?
-
¿Quiero preguntarle al que fue mi
esposo si nos vamos a volver a encontrar y de qué manera?
-
Pregúntale. Y pregúntale, también,
cuantas veces os habéis encontrado.
-
Me viene a la mente el número cuatro.
-
Estas en un sitio donde te pueden
explicar que tiene que ver ese número cuatro. Vuelve a pedir a tu maestro, a tu
mama o a tus guías, porque aparece el número cuatro en tu mente.
-
Nadie dice nada
-
Pide otra vez hablar con Jesús, con tu
Maestro, para preguntarle si has coincidido con Él en la tierra como hombre
-
Si
-
¿Quién eras?, pregúntaselo.
-
Era un hombre. Vestido con túnica marrón
en un lugar como desértico, con tierra, con mucho sol. No me dice quién era y
se va…, desapareció.
-
¿Quieres permanecer ahí más rato o
bajamos a ver otra vida en la Tierra?
-
Quiero seguir aquí. Se está muy bien.
Se acerca alguien…, también con mucha luz.
-
¿Puedes ver quién es?
-
Sí. ¡Oh!, es Ángel.
-
¿Te dice alguna cosa?
-
Bendito seas hijo.
>>
Te amo, te protejo…, tienes que dejar pasar las luchas internas entre hacer lo
que crees que se espera de ti y lo que te hace feliz…, haz siempre lo que te
hace feliz, porque si haces eso, eso es lo correcto…, Dios te ama tanto que no
te imaginas todo lo que tiene para ti..., la experiencia humana es para
aprender, pero no tienes que perder de vista tu esencia espiritual.
>>
¿Cómo tengo que ayudar a los demás?
>>
Ya lo estás haciendo. Recuerda no hacer a los demás lo que no quieres para ti. Te
amo y te bendigo.
>>
Se ha ido. Me he quedado solo.
-
Es momento de volver Antay.
>>
Vuelve a sentir que estás pasando por el arco de piedra que atravesaste al
principio, pero ahora haciendo el camino de vuelta, para volver al jardín.
Paséate por él y piensa que todo lo que ha pasado solo es un recuerdo. Tu vida
es esta que estás viviendo.
>> Haz tres respiraciones profundas alargando la inhalación…, comienza a mover suavemente las manos y los pies y cuando te apetezca puedes abrir los ojos.
4
¿Qué es
la vida?, una ilusión
Tardé casi media hora en
recuperarme, físicamente, de la regresión y poder hablar con Indhira. Al
finalizar, me sentía pesado como una piedra y, completamente, pegado a la camilla.
Indhira respetaba mi silencio.
Mis ojos estaban brillantes por las lágrimas que parecían querer brotar al
exterior. Aun sin decir una palabra, me senté en la camilla mirando a Indhira
de una manera diferente. Había tenido una experiencia extraordinaria y había
sido gracias a ella.
-
¿Tú crees que esto puede haber sido
cierto y que yo haya sido la mujer que aparecía en la historia?, y sobre todo
¿es posible que haya hablado con Jesús, con mi mamá y con Ángel?, ya decía yo
que era un hombre extraño –es que parecía demasiado increíble.
-
Indhira me contestó con otra pregunta-
¿Tú eres capaz de inventarte una historia como esa?
-
No –y era cierto. Nunca fui un buen
contador de historias y mucho menos inventadas.
-
Yo no sé si es cierto o no. Yo solo te
escuchaba. Pero, también, sentiste el dolor en el pecho, de cuando te mataron,
y la ternura de tener el bebé. Una regresión puede cambiarte la vida y, en tu
caso, que ha sido extraordinaria, mucho más.
-
Y estar con mi mamá, con Ángel y con
Jesús. ¡Ha sido increíble!, ¿tú crees que eso es posible?
-
Todo es posible Antay. Todas las
personas que han muerto y ya no tienen cuerpo no se han ido a ningún sitio.
Están aquí, solo están vibrando en otra sintonía. En el momento que nosotros,
elevamos la vibración que, en condiciones normales, es muy baja, podemos estar
en sus mismas condiciones y tener acceso a ellos.
>>
En el estado de relajación en el que estabas tú vibración se hizo mucho más
sutil. Y, también, pasa cuando meditas. Con la facilidad que tienes para
relajarte si meditaras tendrías experiencias muy parecidas a la que has tenido
hoy.
-
Solo he meditado una vez y ya me ha
pasado.
-
¿Qué me dices?, ¿cuéntame?
-
Teniendo en cuenta que Indhira no iba a
pensar que estaba loco, le conté mi experiencia en la única meditación que
había hecho. Le hablé de mi conversación con Dios y de los consejos que Él me
dio sobre la aceptación, sobre la programación de la vida y su recomendación
para que meditara cada día. Y ya que estaba contando mis experiencias
intangibles decidí soltarme, de una vez, y contarle mi experiencia de
“complitud” o, de unidad con todo lo creado.
Según
iba hablando Indhira iba abriendo tanto los ojos que parecía que iban a salirse
de sus órbitas.
Cuando
finalicé mi relato, permaneció, un momento, en silencio, como asimilando todo
lo que había oído, hasta que al final dijo:
-
Antay, ¿eres consciente de todo lo que
me has contado?, ¿eres consciente de todas las experiencias que has tenido en
menos de un mes?
>>
Hace veinte días tú no habías escuchado hablar sobre sanación, energía,
regresiones, reencarnación ni meditación. Y en tan pocos días has tenido
experiencias que hay personas que las buscan desde hace años y que se van a
morir y no las van a experimentar en toda su vida.
-
No, no soy consciente de si lo que me ha
pasado es importante o no. A mí me asusta. Con decirte que no me he vuelto a
sentar a meditar para no encontrarme con Dios, ¡en caso de que fuera Él!,
¡claro! Es que me da un poco de miedo.
>> ¿Por qué me pasa a mí
que lo desconozco y no lo busco y no les pasa a los que lo buscan?
-
Antes de comenzar la regresión te decía
que cuando pedimos algo a Dios nunca nos conceden lo que deseamos, sino lo que
necesitamos. Si has tenido estas experiencias es porque las necesitas en este
momento.
-
¿Para qué necesito todo esto? –la
verdad es que necesitaba entenderlo y no parece que nadie pudiera explicármelo.
-
Yo no lo sé. Pero, puedes estar seguro
de que, antes de venir a la vida, tú lo planificaste.
-
Sí. Tengo claro que todo tiene un
propósito, según sentí en mi experiencia de unidad con todo. Pero una cosa es
saberlo, otra integrarlo y entenderlo, porque la triste realidad es que no
entiendo nada.
-
Todo es cuestión de creencia Antay. No
vas a saber nada con la certeza que tiene un científico después de experimentar
con éxito sus teorías. El experimento eres tú mismo. Ya te está pasando y no lo
crees. ¿Qué tiene que pasar para que creas?
-
No lo sé Indhira, no lo sé.
Nos
quedamos en silencio como esperando que el Espíritu Santo llegara a nosotros,
como un día lo hizo con los apóstoles de Jesús, y nos aclarara todas las dudas.
Pero no, el Espíritu Santo no iba a venir, teníamos que ser nosotros solos. Lo
que sí había llegado era la hora del almuerzo, porque sin ser conscientes de
cómo iba pasando el tiempo, era la una de la tarde.
Tenía
que comenzar a despedirme de Indhira y no me apetecía. Mi pensamiento dio en la
diana: “Te gusta y te sientes atraído por ella. Por eso te cuesta tanto trabajo
despedirte”. “Si, es verdad”, le di la razón al pensamiento. Y este, por fin,
me presentó una idea genial “¿Por qué no la invitas a comer?”. “Claro, tienes
razón”, le respondí a mi pensamiento.
-
Indhira –comencé mi discurso- ya que te
has dedicado a mí toda la mañana, en justa compensación, te invito a almorzar.
-
Me parece bien. Acepto –había sido más
fácil de lo que pensaba- Dame diez minutos que me cambio de ropa y nos vamos.
No
tardó diez minutos, fueron treinta los que estuve esperando. Mientras esperaba
hice un rápido repaso de mis experiencias a lo largo y ancho de mi vida.
Podía
dividir mi vida en tres etapas, como si fueran tres vidas distintas dentro de
la misma vida:
Una
infancia feliz con mis padres, en Cusco, en la que correteaba con mis amigos
cada día a la salida del colegio. Recuerdo las misas de los domingos en la
catedral. La devoción de mi mamá y la aceptación de mi papá, porque no lo podía
llamar transigencia, era una aceptación total, porque respetaba, al ciento por
ciento, las opiniones y las actitudes de su esposa y lo hacía por amor, no para
evitar encontronazos o discusiones. Recuerdo los paseos después de la misa y el
pollo con papas que comíamos en algún restaurante. Las navidades llenas de
magia, de ilusión y misterio, igual que las fiestas de Halloween, disfrazado de
algún personaje de moda, con mi calabaza llena de dulces. Fue una etapa mágica,
en la que no tenía que preocuparme por lo que tenía que hacer al día siguiente
ni, tan siquiera, al segundo siguiente. Todo era presente. Podría incluir la
adolescencia en la misma etapa de felicidad, etapa que finalizó, de manera
abrupta, cuando en el penúltimo año de la secundaria nos trasladamos a Lima. La
razón que dieron mis padres era que en Lima habría más oportunidades de trabajo
y yo tendría más universidades para elegir. Ahí se acabó el presente. Tenía que
pensar en el día de mañana. Algo que ha permanecido hasta este momento.
En esa
época no me cuestionaba la existencia de Dios. Estaba claro que tenía que estar
con nosotros y Le veía en las lágrimas que, a veces, se le escapaban a mi madre
cuando se encontraba frente al Taytacha de los Temblores.
La
segunda parte de mi vida no fue ni tan ilusionante ni tan mágica. Finalicé la
secundaria y la universidad. Y fue en la universidad, en el último semestre de
carrera, cuando conocí a la persona que yo pensé, en un principio, que podía
ser mi media naranja. La mujer con la que podía compartir mi vida. Con ella
aprendí a besar y fue con ella con la que tuve las dos únicas relaciones
íntimas que mi pensamiento me arroja encima, como si de un jarro de agua fría
se tratara, en cuanto tiene ocasión. Pero no llevábamos ni tres meses de amor,
cuando, de la noche a la mañana, desapareció de mi vida, apareciendo en la vida
de un cantante que ya comenzaba a tener una cierta fama. Fue cuando aprendí que
no existen las medias naranjas y que solo existen naranjas enteras que tienen
que aprender a amarse, a través del respeto, de la comprensión, de la paciencia
y de la renuncia a ciertos caprichos.
Lo pasé
muy mal durante una larga temporada y, en esas largas noches en las que
permanecí en vela, me prometí a mí mismo que nunca más iba a sufrir por culpa
de una relación, que se suponía que era justo para lo contrario, para ser
feliz. Hay que tener en cuenta que el modelo de familia, (la nuestra), y de
matrimonio, (mis padres), que yo tenía, era, no solo difícil de superar, sino
difícil de igualar. A partir de entonces, nunca más tuve una relación, y hace
de eso algo más de quince años. Sin embargo, ahora estoy esperando a Indhira,
en lo que parece ser mi primera cita, desde entonces. Y, además, espero con una
mezcla de nerviosismo e ilusión.
La
tercera parte de mi vida ha sido de lo más insulso. Solo trabajar y realizar
las labores de la casa. Mi única diversión ver alguna película de la tele. Ni
una sola cita. Con la soledad como única compañera desde la muerte de mis
padres, que se fueron jóvenes, con cincuenta y dos y cincuenta y cinco años, en
un intervalo de seis meses. De eso hace cinco años y, así hasta ahora. ¿Estaré
comenzando una cuarta etapa en mi vida? Desde luego, no parece la continuación
de nada, sino un cambio de rumbo total. Sin trabajo fijo y tratando de llevar a
la práctica una nueva manera de ganarme la vida. Recibiendo información sobre
la vida, muy diferente de la que conocía, desde varias fuentes y, sin
cuestionarme casi nada, a pesar de ser una información difícil de probar.
Volviendo a confiar en Dios e, incluso, conversando con Él. Y, para colmo,
esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso
del amor es una tontería.
-
Indhira, desde el pasillo, me sacó de
mis pensamientos, acercándose a la sala donde estaba esperándola- Disculpa,
creo que me he pasado un poco de los diez minutos prometidos.
Se
había cambiado la ropa blanca con la que la había visto en las dos ocasiones, y
que debía de ser su uniforme de trabajo, por un tejano, un jersey y un anorak
rojo. Se había soltado la melena que, también, en las dos ocasiones, llevaba
recogida. Y se había maquillado. El resultado era espectacular.
-
Tenía que decírselo. Tenía que saber
que me gustaba y mucho- Pues ha merecido la pena la espera. Estás preciosa.
-
Gracias. Eres muy amable. ¿Nos vamos?
-
Vámonos –y mientras bajábamos en el
ascensor le pregunté- ¿te apetece comida criolla?
-
Su respuesta me dejó sin habla- Lo
importante es la compañía. El tipo de comida es lo de menos. Podríamos ir a
comer una hamburguesa y seguro que me sabría a gloria.
-
O sea, que podemos ir adonde me apetezca.
-
Sí. Donde tú decidas estará bien.
Fuimos
al “Señorío de Sulco” que es un restaurante, que está a diez minutos de la casa
de Indhira, donde había comido en otras dos ocasiones. No tuve ninguna duda del
lugar elegido porque, además de la cercanía de donde nos encontrábamos, la
comida era excelente. Es cierto que es un poco caro, pero la calidad y el
servicio lo merecen. Fue justo por el precio por lo que Indhira puso algún
reparo, aunque con no mucha convicción.
Fue la
comida más agradable que recuerdo, desde hace, por lo menos, diez años. Más
atrás creo que no puedo, ni debo, remontarme porque llegaría a la adolescencia
y a la niñez y las situaciones no son comparables. No puedo comparar el
recuerdo de las comidas de los domingos con mis padres y esta comida. Era la
ilusión de entonces frente a la expectación de ahora. Era la tranquilidad de la
reunión familiar frente al nerviosismo de lo desconocido. Era la rutina de los
domingos frente a la incertidumbre de un solo día.
La
comida y la sobremesa se alargaron durante tres horas. Hablamos de casi todo lo
que pueden hablar dos desconocidos, que sienten que no lo son tanto, porque, en
más de una ocasión, los dos coincidimos en que teníamos la sensación de
conocernos desde siempre. La primera vez que comentamos nuestra familiaridad me
quede en silencio, mirándola a los ojos, intentando encontrar en ellos la
huella de nuestra supuesta afinidad ancestral.
-
Indhira moviendo una mano delante de
mis ojos me sacó de mi abstracción- ¿Dónde estás?
-
Estaba intentando, escudriñando en tu
mirada, a ver si te encontraba en el hombre de la barba que era mi esposo en la
vida que recordé en la regresión. Porque aquel parece que fue un buen
matrimonio.
- Hubiera
sido bonito ¿verdad?, -comento Indhira. Siendo, ahora, ella la que se quedó
pensativa.
Mientras
yo me quedaba embelesado perdido en su mirada, ella se distraía pensando en lo
bonito que sería habernos encontrado como pareja en alguna vida anterior. Solo
faltaba saber quién sería el primero de los dos en romper el velo que nos
mantenía separados, cuando estaba claro que lo que los dos sentíamos era la
necesidad de romper esa separación y dejar que fluyera la magia.
Magia
era la palabra. Más que familiaridad, lo que estaba ocurriendo era magia. Solo
éramos conscientes el uno del otro. No éramos conscientes del tiempo que iba
transcurriendo, ni de la comida que íbamos ingiriendo. Podíamos haber tenido en
el plato la suela de un zapato y la habríamos comido sin ser conscientes de
ello.
A la
salida del restaurante, los dos, al unísono, nos fuimos a la izquierda, hacia
el malecón, cuando, para ir a la casa de Indhira, deberíamos haber tomado el
camino de la derecha. Seguimos conversando mientras paseábamos, sin rumbo fijo.
El objetivo, inconsciente, parecía claro: alargar el momento.
Creo
que Dios nos hizo un regalo. Al poco de entrar en el restaurante salió el sol.
Y ese sol, cuando salimos de la comida, estaba a punto de hacer su ingreso en
el mar para descansar de las cuatro horas que había estado visible para los
limeños. Las puestas de sol, a la orilla del mar, en esta ciudad, son pura
magia, como el momento que Indhira y yo estábamos viviendo sin ser conscientes.
El cielo y el mar estaban teñidos de un rojo anaranjado, mientras el sol que
irradiaba hermosura seguía cayendo mansamente dentro del mar. A los pocos
minutos de su desaparición el color del mar cambió a un color grisáceo que se
iba moviendo en la cresta de cada ola. Y nosotros, apoyados en el muro
contemplábamos, en un reverente silencio, el espectáculo que Dios nos estaba
brindando.
Ya era de noche cuando, también, de manera inconsciente
iniciamos el camino de regreso. Los silencios ya eran algo más largos.
Desconozco cuales serían sus pensamientos, pero si conocía mi pensamiento
consciente: “Me gusta esta mujer. Me siento cómodo con ella y me gustaría
repetir, pero….”. Y, como en mí conviven tres, mi pensamiento consciente, el
inconsciente y yo, sin perder ni un segundo, el pensamiento inconsciente
interrumpió al consciente para manifestarse: “Si le insistes para repetir el
encuentro te va a decir que sí”, con una agilidad digna del mejor
contorsionista, el pensamiento consciente hizo callar al inconsciente con su
teoría: “y, entonces te verás involucrado en una relación. Se acabaron los
tiempos para ti porque tendrás que compartirlos con ella. Tendrás muchos más
gastos como este que has tenido hoy. Se acabaron tus días de silencio y tus
películas románticas en la tele. Y, es muy posible, que tengas que enfrentarte
a situaciones en las que tengas que dar incómodas explicaciones por algo que no
terminarás de entender. En fin, ¡tú sabrás lo que haces!”. Tenía que dar la
razón a mi pensamiento consciente y, eso fue lo que hice. La decisión estaba
tomada: “En cuanto nos despidamos, será para siempre”.
Y así,
mientras Antay se perdía en sus pensamientos, Indhira, también, iba perdida en
los suyos.
Pensaba:
“Hacía mucho tiempo que no había pasado un día tan agradable y, todo, gracias a
Antay. De la misma manera, también, hacía tiempo que nadie me había
impresionado tanto como este hombre. Tengo que reconocer que me gusta y mucho.
Y parece que yo, también, le gusto a él. Sin embargo, está tan aterrado ante la
idea de tener una relación que no sé si será capaz de concertar una segunda
cita. Intentaré ayudarle”.
Así,
acompañados los dos, por sus propios pensamientos llegaron a la puerta de la
casa de Indhira.
Estaba
a punto de darle las gracias por el día tan increíble que había pasado.
Apasionante, por la regresión en la mañana y, extraordinario, por la comida y
el paseo en la tarde, cuando Indhira se me adelantó:
-
Gracias Antay. Hacía mucho tiempo que
no pasaba un día tan genial como este de hoy. En realidad, no me acuerdo de si
alguna vez he estado tan a gusto.
¡Qué
manera de estropear el discurso que tenía preparado! Y, ahora, ¿Qué le digo? No
puedo decirle que lo que quiero es estar con ella. Se acabaría mi forma de
enfrentar la vida. Tampoco puedo decirle que me gusta porque se acabaría mi
libertad, aunque no la use para nada. ¡No!, no puedo involucrarme en una
relación que podría llevarme, otra vez, al sufrimiento.
-
Gracias a ti Indhira. Para mí, también,
ha sido increíble. –ya solo me faltaba rematar el día y lo hice con una gran
estupidez, de la que soy muy consciente, pero…- Cuando sepas de alguien
que necesite un informático, dale mi
número. Yo daré el tuyo a los que encuentre contracturados por la calle.
Me
pareció que ella se quedaba con cara de sorpresa, con cara de no entender nada.
No le di tiempo para nada más. Me acerqué a ella, nos dimos un beso en la
mejilla y mientras Indhira permanecía inmóvil frente al portal de su casa yo me
perdía por la alameda de la avenida Pardo, camino de mi casa.
Pero,
¿qué me pasaba?, ¿por qué estas sensaciones?, yo solo hice una regresión, un
almuerzo, un paseo y disfrutar de una puesta de sol en invierno. Nada más. No
había una razón lógica para sentirme tan desamparado y solitario como me sentía
ahora.
“Mañana
será otro día”, pensé.
5
El tiempo
es ahora
Amaneció
un domingo más en la historia de mi vida. Y como el anterior y el anterior y un
sinfín de ellos más, en mi aburrida vida, lo iba a pasar acompañado por mí
mismo. Pero ese domingo yo no era el mismo que los domingos anteriores. Tenía
sensaciones extrañas. ¿Sería esa tontería del amor? No, no podía ser. Solo es
que estaba un poco impresionado por la belleza de Indhira, por su trabajo, por
su conversación, por las virtudes que parece que atesora, por su alegría, en
fin, que estaba impresionado con Indhira. El caso es que la noche anterior tardé
en dormirme pensando en ella y en mi burda despedida. No sé si soñaría con
ella, porque no lo recuerdo, pero sí que fue mi primer pensamiento en la mañana.
Tenía
que dejar de pensar en ella porque no me llevaba a ningún sitio y mantener el
pensamiento y la emoción, que acompañaba a ese pensamiento, me daba la
sensación de que no era bueno para mi estabilidad emocional. Esto se pasará con
el tiempo, pensaba, porque el tiempo puede con todo.
Me
levanté sin ganas de cocinar y, como el día anterior el almuerzo fue de cinco
tenedores, decidí sacar del congelador unas lentejas congeladas. Estaban
exquisitas. Cuando cocino lo hago para varios días y voy congelando, así
siempre tengo reservas. Tengo que confesar que soy un excelente cocinero.
En
realidad, no solo no tenía ganas de cocinar, no tenía ganas de nada. Me
encontraba un poco apático. Indhira seguía dando vueltas por mi pensamiento a
pesar de haber puesto música y de ir tarareando las canciones que iba
escuchando.
Tenía
que probar otro remedio y me senté a meditar.
Las
instrucciones dicen que hay que mantener la espalda recta, pero es un poco
incómodo para mí, teniendo en cuenta que no estaba acostumbrado, así que
transgrediendo las normas me senté en el sofá y me recosté hacia atrás. Eso sí,
los pies los tenía bien apoyados en el piso.
Comencé
como la vez anterior a llevar la atención a la respiración. Conseguía mantener
la atención dos respiraciones y, a la tercera, en vez de sentir el aire
entrando por la nariz, sentía a Indhira entrando por mi cabeza, acomodándose tanto,
en mi interior, que no había manera de sacarla de mi pensamiento con la
exhalación.
Cantar
no me había funcionado y la meditación tampoco. Fue, entonces, cuando mi
pensamiento me sugirió una combinación de ambas, meditar cantando.
Se me ocurrió cantar el Ave María mientras
intentaba mantener la atención en la respiración. Y funcionó. Al cabo de un
tiempo, que no sé si fue mucho o poco, me encontré solo respirando, sin cantar
y sin dejar espacio para que entrara Indhira.
-
Con un poco de miedo se me ocurrió
preguntar- ¿Sigues ahí?
-
No había terminado de pensar la
pregunta, cuando llegó la respuesta de inmediato- Siempre estoy.
-
Tengo miedo –tenía que abrirme y ser
honesto.
Si era
Dios yo ya sabía que lo sabe todo de todos y en todo momento y, si era mi
pensamiento, por supuesto que sabía de mi miedo. Pero como por la conversación
anterior me daba la impresión que no es muy parlanchín y dice solo lo que a Él
le interesa, que supongo que es lo que necesito saber, traté de llevar la
conversación al tema que me ocupaba. Incluso si preguntando directamente era
muy parco en las respuestas, pensé que si andaba con rodeos aun sería peor. Por
eso sentí o pensé, aunque, en realidad, no sé muy bien si fue una sensación o
un pensamiento, que lo mejor sería abrir las puertas de mi corazón y de mi
mente.
-
Lo sé –realmente era muy escueto en sus
respuestas.
-
Tenía miedo de meditar por no
encontrarme contigo y hoy se ha activado un miedo antiguo, tengo miedo de tener
una relación para no sufrir cuando se acabe.
-
Encontrarse conmigo no parece tan malo,
o ¿sí? –preguntó.
-
Tienes razón, no es malo. Es agradable
y serena el ánimo.
-
En cuanto al miedo a tener una
relación, respóndete a estas preguntas, ¿y lo que me pierdo?, ¿y si no se
acaba? Te puedo dar una idea, trabaja para que siempre sea como el primer día.
Se puede hacer. Solo tienes que vivir con atención, trata a tu pareja como si
fueras tú mismo, que todo tu trabajo sea hacerla feliz, hacer que se sienta
bien, que se sienta importante.
-
Y si a pesar de todo eso se va, ¿qué?
–supongo que como es Dios ya tendría conocimiento de mi fracaso anterior.
-
Pues la dejas ir con respeto, con
generosidad y con amor. Porque, como se supone que la sigues amando, vas a
desear, siempre, lo mejor para ella. Y si ella cree que separándose de ti va a
ser feliz, ayúdala a que lo consiga.
-
Para hacer eso que dices hay que ser
una persona muy centrada emocionalmente.
-
No, mi querido Antay, solo hay que
amar.
>>
Por si no lo has escuchado nunca ya te lo digo yo ahora: El miedo es lo
contrario del amor. Quien teme es porque no ama. ¡Ámate!, ama a los demás y al miedo no le quedará espacio porque todo
estará ocupado por el amor. Es como cuando le das al interruptor de la luz, no
queda espacio para la oscuridad.
>>
En nuestro encuentro anterior te decía que tenías que aceptar la vida. Añade
una nueva consigna, vive con atención.
>>
Tu problema es que siempre has estado en un sitio queriendo o pensando estar en
otro.
>>
Tienes que vivir un minuto tras otro sin pensar en que pasará más allá del
minuto. Tienes que vivir ahora, ser feliz ahora, sufrir ahora, si fuera
necesario. Pero, estropear un momento agradable, pensando que ese momento
podría llevarte a otro momento de sufrimiento, no parece algo muy sensato.
>>
Reflexiona Antay, reflexiona –y se acabó la conversación.
Me
quedé solo con mi respiración y el silencio.
Seguí
sentado escuchando el silencio que me envolvía. Era como si hubiera entrado en
una especie de círculo, que podría denominar sagrado, porque sentía que era un
lugar vetado hasta para los pensamientos. Ni tan siquiera sentía la
respiración. Solo sentía el silencio.
Mi cuerpo
fue quien decidió, después de una hora de permanecer en ese estado, que era
suficiente meditación y lo hizo haciéndome sentir un terrible dolor de espalda.
Necesitaba ponerla recta y, en ese momento, se acabó la meditación.
Era el
momento de seguir los consejos de Dios y reflexionar.
La
reflexión me llevó de inmediato a Indhira y mi pensamiento aprovechó la
coyuntura:
-
Llámala -gritó como si estuviera loco- y
le puedes decir que te sentó mal la puesta de sol y por eso saliste corriendo
como un furtivo. Como es buena chica y la impresionaste no lo tendrá en cuenta.
-
¿Tú crees que la impresioné? –ya
estaba, de nuevo, conversando con mi pensamiento.
-
Si no la hubieras impresionado no
habría ido a almorzar contigo ni te hubiera aguantado cuatro horas más –a
veces, como ahora, mi pensamiento inconsciente, ese que no se sabe de donde aparece,
tiene más claridad que mi propio pensamiento consciente, y continuó- ¿Por qué
no haces recuento de todo lo que te has perdido por culpa de ese miedo? Por
esta chica merece la pena arriesgarse y dejar de lado tu miedo.
-
Creo que tienes razón, es especial –y
seguí razonando con mi pensamiento- pero ¿sabes algo?, el miedo no es ese sentimiento
que me impulsa a creer que algo irá mal, no, es más una creencia de que esto
del amor es una quimera.
-
Pues será una quimera, pero tú lo estás
pasando fatal y, eso que solo has estado un día con ella. Llámala ya y deja de
darle vueltas.
6
Indhira
Indhira
fue la última de los hermanos en llegar a la casa de sus padres para la comida
familiar del domingo. En realidad, no le apetecía ir, pero tenía que hacerlo y
aparentar que se encontraba fantástica porque alegar que no se encontraba bien
hubiera sido el prólogo de infinitas preguntas y presiones para que contara la
causa de su desastroso estado emocional.
Lo que
menos se espera de ella, la psicóloga y terapeuta, que siempre está en su
centro y sirve de paño de lágrimas al resto de la familia, es un bajón
emocional.
Y,
además, no existía una razón lógica para encontrarse en tan lamentable estado.
Ella misma era consciente de la falta de argumentos. Todo lo que le había
pasado era que un hombre, que parecía encantador, se había despedido casi sin
decir “adiós”, después de haber estado juntos durante doce maravillosas horas.
Se fue sin intentar concertar un segundo encuentro ni darle tiempo a Indhira a
que lo intentara ella. No pudo ser, no hubo posibilidad.
Antes
de llegar a casa de sus padres dio un paseo para recuperarse y compró unos
dulces para el postre.
Su
refugio fueron sus sobrinos, Fiorella de doce años y Gabriel de ocho. Estuvo
correteando con ellos en el jardín mientras su padre, su hermano y su cuñado se
tomaban una cerveza hablando de futbol o política, que eran sus temas
favoritos, y su madre y Fiorella, su cuñada, terminaban de preparar la comida.
Naihara
su hermana, embarazada de seis meses, sentada en una tumbona la observaba
jugando con los niños y, en un momento que Indhira se sentó a descansar a su
lado le preguntó a bocajarro:
-
Estás rara, ¿qué te pasa?
-
Nada, estoy como siempre.
La
conexión entre las hermanas siempre había sido muy especial, como si fueran
gemelas. Sentían cada una el estado emocional de la otra solo con tenerla
cerca.
-
Podrás engañar a los otros o disimular
delante de ellos, pero ya sabes que a mí no puedes ocultarme nada. Lo veo en
tus ojos. Mientras sonríes tus ojos tienen una tristeza que no había vuelto a
ver desde que rompiste con Alberto. ¿Qué te pasa? –insistió Naihara.
-
Está bien, pero no cuentes nada a
nadie, porque no hay una razón lógica, y ni yo misma entiendo cómo puedo estar
así por una nimiedad.
>>
Es algo extraño. El miércoles por la mañana vino un señor mayor para que le
hiciera un masaje. Masaje que, por cierto, no necesitaba porque estaba mejor
que tú y que yo. Al finalizar el masaje fui a buscar algunas recomendaciones
sobre alimentación que tengo en la computadora y la computadora no funcionaba.
Él me dio el número de celular de un técnico informático que conocía.
>>
Llamé al técnico, en cuanto se fue el señor, y esa misma tarde, a las tres,
Antay llegó a mi casa.
>> Antay es de la edad de Giuliano, tu esposo. Es
guapo, amable, respetuoso, inteligente, delicado, y lleno de miedo.
- ¡Vaya!,
parece que estamos llegando al meollo. Ya veo que te impresionó el técnico.
- Sí.
Mucho. Pero espera. Cuando llegó yo creí que era mudo y loco, porque se me
quedó mirando fijamente, sin apartar la mirada y sin decir nada. Yo con la mano
extendida diciendo “Soy Indhira, encantada de conocerte”, y él mudo como un
muerto sin apartar la mirada. Al final pudo decir “Hola”.
>>
Si no llega a ser porque era recomendado por Ángel, el señor al que le hice el
masaje, que era un dechado de cortesía, hubiera cerrado la puerta y le hubiera
dado con ella en las narices.
>>
Le dije que me siguiera a la sala de terapias y allí, delante de la computadora,
parece que se recuperó de la impresión de verme y comenzó a hablar y a
comportarse como lo que es, un caballero.
>>
Pero, ¡oh, sorpresa!, la computadora funcionaba a la perfección. Estuvimos
tomando un té durante casi una hora, porque a las cuatro yo tenía una terapia,
esperando a ver si la computadora volvía a fallar. Nunca más falló.
>>
Diez minutos antes de las cuatro me llama el paciente para cambiar la hora, con
lo que Antay y yo seguimos conversando hasta las seis. Se me pasó el tiempo
volando. No había estado tan cómoda y relajada desde hace mucho tiempo. Es un
buen conversador y, sobre todo, un gran escuchador.
>>
A la hora de irse, me dice que no me cobra nada porque no había hecho nada. Por
un momento me sentí mal, y se me ocurrió hacer un trueque. Le haría una terapia
a cambio. Así podría volverle a ver. Me apetecía infinito. Yo había quedado tan
impresionada con él como él conmigo, pero creo que de eso no se dio cuenta.
Aunque es especial, no deja de ser hombre y estas cosas no las captan como
nosotras. Al final quedamos para el sábado, ayer, a las nueve para hacer una
regresión.
>>
Hicimos una regresión preciosa y al terminar me invitó a almorzar. Le dije que
sí. Se volvió a impactar cuando aparecí arreglada. Y estuvimos juntos hasta las
nueve de la noche. Paseando por el malecón, viendo la puesta de sol. Fue un día
increíble. Conectamos desde el primer minuto y seguimos conectados, con una
sensación de familiaridad como si nos conociéramos de toda la vida. En los
silencios nos perdíamos uno en la mirada del otro.
- Muy
bien, ¿no?, ¿dónde está el problema?
- En la
despedida.
- ¿Qué
paso?, ¿le dio la locura y tuviste que llamar al serenazgo?
- No. Le
dio miedo. ¿Qué digo miedo?, le dio terror.
>>
Al llegar a casa, abajo, por supuesto, después de decirle yo que había sido un
dia encantador, me dice que para él, también, fue un día increíble, que nunca
había estado tan cómodo y tan bien, me da las gracias, y me dice que si conozco
a alguien que necesite un informático le dé su número que él dará el mío a
quien necesite un masaje, me da un beso de despedida, en la mejilla, se da la
vuelta y se va.
>> Y allí me quedé yo, con cara de tonta, sin
entender nada, absolutamente nada.
>>
No le puedo sacar de la cabeza, ni a él ni a la situación. He dormido fatal y
sigo fatal. No iba a venir, pero no tenía justificación.
- Ese
comportamiento ¿tú crees que fue por miedo?
- Más que
miedo, es terror. Solo ha tenido una relación en su vida, hace quince años, que
duró tres meses. Le plantó yéndose con otro de la noche a la mañana. Su teoría
es que si no tiene una relación no le van a dejar y no va a sufrir, supongo que
por eso no quiere involucrarse.
- Pues no
sabe lo que se pierde.
- Ya. No
sé qué tengo que hacer.
- Chiki,
parece mentira que digas eso, precisamente tú.
>>
¿Qué le dirías a una persona que llegara a tu consulta con esa historia?
- Que no
pensara. Que no le diera vueltas inútiles en la cabeza y que se dejara guiar
por lo que siente y actuara en consecuencia.
- Y eso
¿quiere decir?
- Que si
le apetece llamarle que lo haga, porque si no hace nada ya tiene el “no”, por
lo tanto que busque el “si”. Que no se quede con la duda. Si él no hace caso ya
tiene la respuesta, pero yo creo que sí la haría caso.
- Pues ya
sabes que hacer. ¿Cuándo le llamarás? –quiso saber su hermana.
- Esperaré
unos días. Quiero ver como evoluciona esta fiebre, porque si es pasajera, se
habrá acabado el mal casi antes de empezar.
- Tú eres
la dueña de tus tiempos. Ahora cambia la cara y vamos a la mesa que nos están
esperando.
La
reunión familiar resultó tan agradable como de costumbre. La comida estaba
exquisita, al piqueo que preparó su cuñada le siguió el cebiche que su mamá
hacia como nadie, cerrando con los dulces que trajo Indhira.
Después
de la comida la familia se fue poniendo al tanto de las noticias de cada uno de
sus miembros. Por supuesto, Indhira no contó nada de su maravilloso sábado.
Desearon
un feliz viaje a su papá que el lunes viajaba a Bogotá, en su viaje trimestral,
para visitar las oficinas que la inmobiliaria, de la que es el dueño, tiene en
Colombia.
Una
semana cada tres meses viajaba para visitar la delegación que estaba operando
en Colombia desde hacía tres años. Al padre de Indhira le gustaría ampliar el
negocio abriendo más oficinas en otros departamentos de Colombia, pero su edad,
sesenta y ocho años, hacía que se lo pensara, teniendo en cuenta que cuando él
se jubilara nadie de la familia iba a seguir al frente de la empresa, por lo
que el trabajo de toda su vida tendría que cedérselo a una persona desconocida, fuera de la familia.
7
Los caminos del Señor
Si algo le molestaba a Claudia, asistente personal del señor Moretti, dueño y presidente de Inmobiliaria Moretti, era tener que molestarle en los días en los que, como hoy, no había acudido a la oficina por estar viajando. Cada tres meses viajaba una semana a Bogotá para asistir a una reunión de trabajo, con el personal de la empresa de Colombia, y hoy era el día del viaje. Pero no le quedaba más remedio que llamarle.
La
aplicación informática de la empresa, que llevaba algunos días lenta y con
fallas intermitentes, hoy no funcionaba y Ramón, el técnico informático que
realiza el mantenimiento, estaba en la clínica con una pierna rota.
-
Hola Claudia –respondió el señor
Moretti- supongo que no me llama para desearme buen viaje.
-
No señor, -dijo Claudia- ya me
gustaría. Tenemos un problema grave.
-
¿Qué pasa? –inquirió el señor Moretti.
-
Que no se carga la aplicación.
-
Bueno, llame a Ramón, el técnico.
-
Ya le he llamado. Me ha contestado su
esposa. Ramón está en la clínica con la tibia y el peroné rotos. Le intervienen
mañana y va a estar, por lo menos, tres meses con licencia médica. Y me ha
comentado su esposa que después de la operación está pensando en jubilarse. Así
que tendremos que buscar otro técnico. ¿Le busco?
-
Claro. No pierda ni un minuto, ¡hágalo
ya!, ¿lo sabe el señor Arana, el director de operaciones?
-
Seguro que ya sabe que no se carga la
aplicación, pero no hemos hablado.
-
Pues infórmele y que se haga cargo del
problema. Usted busque a un técnico. Acabo de embarcar. Les llamaré en tres
horas y media, en cuanto aterrice en Bogotá.
Claudia
no conocía a ningún técnico informático, porque Ramón se había encargado de
todo lo referente a la informática, durante los últimos diez años, y no habían
necesitado otro. Su dedicación y su trabajo habían sido exquisitos.
Tampoco
quiso perder tiempo preguntando, a unos y a otros, si conocían algún
informático, por lo que comenzó a buscar. Los tres primeros con los que
contactó no podían ir de inmediato. El más rápido no podría hasta el día
siguiente, por la tarde, así que siguió buscando. En su búsqueda llegó a Antay.
-
Hola –contestó Antay a la vista de un
número desconocido.
-
Buenos días. ¿Estoy llamando a Antay
Llica, soluciones informáticas?
- Si, dígame, en que puedo servirle
–Antay abrió los ojos como platos ante lo que parecía la primera llamada de su
nuevo negocio. Bueno, la primera no. En realidad era la segunda.
- Le llamo de Inmobiliaria Moretti. No nos
carga la aplicación y necesitamos un experto que, además, pueda venir de
inmediato.
- ¿Dónde están ubicados?
-
Estamos en San Isidro en la calle Los
Libertadores.
-
Puedo llegar en media hora. Deme la
dirección completa.
Faltaban
cinco minutos para la media hora prometida cuando Antay hizo su entrada en la
inmobiliaria. Después de informarse de si se había realizado algún cambio de
software y si se había instalado algún equipo nuevo se puso manos a la obra.
Encontró una falla en la última actualización que se había realizado en la aplicación
y en poco más de una hora consiguió que la aplicación comenzara a funcionar
correctamente y, según comentó Claudia, iba más rápida que antes.
Mientras
Antay trabajaba en la reparación del problema, Claudia llamó al jefe de
operaciones tal como le había pedido el señor Moretti.
- Señor Arana, supongo que ya sabe que no
funciona la aplicación –le comentó Claudia.
-
Si Claudia, ahora iba a llamarla.
-
El señor Moretti me dijo que le
informara y que usted se hiciera cargo del problema, pero ya no hace falta,
porque he encontrado un técnico que ya ha detectado cual es el origen del
problema y está reparándolo.
-
Y ¿Ramón?, ¿por qué no ha venido él?
-
Porque está en la clínica con una
pierna rota. Cuando el técnico finalice le hago una llamada.
-
Gracias Claudia.
Antay
permaneció una hora más en la oficina revisando que todas las máquinas
funcionaran correctamente.
-
Señora Claudia, ya está todo
funcionando de manera correcta. Si no necesita más me retiro. Ya les enviaré la
factura y si vuelven a tener problemas ya sabe dónde encontrarme.
-
Espere, no se vaya todavía. Revise la
computadora de mi jefe que últimamente ha tenido problemas. Él dice que va muy
lenta.
-
Vamos a verla.
Claudia
acompañó a Antay hasta el despacho del señor Moretti.
El
despacho del señor Moretti era tan grande como todo su departamento. La
computadora se encontraba en una mesita lateral adosaba al escritorio que estaba
repleto de carpetas, que parecían bien organizadas, en pequeños montones, un
soporte para celular y tablet, un cargador, un organizador de accesorios con lápices,
bolígrafos y tacos de notas, una lámpara de mesa, un teléfono y un conjunto de
cuatro marcos para fotos. Frente al escritorio una estantería llena de libros y
a la derecha, separada por una mampara de cristal, lo que debía de ser una sala
de juntas, con una mesa redonda y seis sillas a su alrededor.
Antay
se sentó en el sillón para acceder a la computadora que había encendido Claudia
introduciendo la clave de acceso.
Cuando
se sentó se fijó en las fotos de los cuadros. En una estaba el que supuso que
era el señor Moretti con su esposa, en la siguiente una pareja con dos niños,
una pareja sola en la tercera y en la última una chica sola. Cuando observó las
fotografías, con algo más de atención, comprobó que la chica que aparecía sola
era Indhira. Fue entonces cuando Antay fue consciente de que estaba trabajando
en la empresa del padre de Indhira.
Sabía
por la conversación que mantuvo, el sábado anterior, con Indhira, que su padre
tenía una empresa y que le iba muy bien, pero no sabía que fuera una
inmobiliaria.
Dejando
a un lado los pensamientos sobre la fotografía se centró en la computadora del
señor Moretti. Era mucho más sencillo que el problema de la aplicación y en poco
tiempo estuvo solucionado.
Le
estaba diciendo a la señora Claudia que estaba listo cuando la llamada de un
teléfono interrumpió su conversación y escuchó como la señora Claudia le decía
a su interlocutor que la aplicación ya funcionaba correctamente y no solo eso,
sino que, también, estaban solucionados los problemas de su computadora. Claudia
se dirigió a él:
-
Es el señor Moretti, mi jefe, y quiere
hablar con usted –dijo mientras le pasaba el teléfono.
-
Mi nombre es Antay. Dígame señor.
- Gracias señor Antay. Ya me ha dicho
Claudia que ha solucionado todo a la perfección y en un tiempo record. Le estoy
muy agradecido y me gustaría saludarle personalmente la próxima semana que
vuelvo a la oficina. ¿Podría pasarse por la oficina el martes?
-
El martes está bien, ¿a qué hora le
parece? –preguntó Antay.
-
En la mañana a cualquier hora antes del
mediodía.
-
Correcto, pasaré a las diez.
- Me parece bien. Gracias nuevamente y
hasta el martes. Páseme, por favor, a Claudia.
Antay
le pasó el teléfono a Claudia que salió del despacho para finalizar la llamada.
A su vuelta, Antay estaba listo para abandonar la empresa.
-
Si le parece bien les enviaré la
factura por e-mail.
- Si, muy bien -le respondió Claudia-. Muchas gracias, de nuevo, nos ha salvado el día o la semana, porque no sé qué hubiera pasado de no haber contactado con usted.
-
De una manera u otra se habría
solucionado. Ha sido un placer. Nos veremos el martes que he quedado con su
jefe.
8
Encrucijada
Antay salió de la inmobiliaria pensando en lo
pequeño y lo irónico que es el mundo. Desde el miércoles pasado, que conoció a
Indhira, toda su vida emocional y su pensamiento giraban a su alrededor y,
podría decir que su trabajo, también, ya que las dos únicas actuaciones
laborales habían sido para ella y la empresa de su padre.
Su pensamiento quiso intervenir
en la conversación que Antay mantenía consigo mismo: “A pesar de que Ángel dice
que la casualidad no existe, esto ha sido lo que sea que sustituye a la casualidad,
pero a lo grande”. “Si, esta vez no me queda más remedio que darte la razón,
porque ha sido increíble”. “Y si, como dice Ángel, todo está programado, está
ha sido una programación espectacular. ¡Es una pena no tener acceso a esas
programaciones, caso de ser ciertas!”.
No había recorrido ni una
cuadra cuando me pareció que la persona que caminaba delante de mí no era otro
que Ángel. Aceleré al paso para darle alcance y pude comprobar que, en efecto,
era Ángel que no pareciera ir a ningún lugar por la lentitud de su caminar.
-
Ángel, -llamé cuando estaba a punto de
llegar a su altura.
-
Se volvió, como sorprendido al escuchar
su nombre– Hola Antay, es un placer verte, ¿cómo estás?
-
Hola Ángel, estoy bien –dijo Antay
contestando a la pregunta de su interlocutor- y tú, ¿cómo vas?, hace tiempo que
no nos encontramos.
-
Es cierto. Justamente hoy me he
levantado pensando en ti. ¿Cómo va tu trabajo de amor y aceptación?
-
Yo diría que bien, aunque ayer tuve un
mal día. Fue tan malo que me senté a meditar y…, volví a hablar con Dios.
-
¿De qué trató la conversación?
-
Bueno, conversación poca, Él habla y yo
escucho. ¡Como contigo! Me habló del amor y de la atención. Empiezo a tener
claro que el pilar de todo este tinglado de la vida es el amor.
-
Puedes estar bien seguro de eso. ¿Qué
pasó para que te sentaras a meditar?
Teniendo
en cuenta que Ángel era como mi confesor y, además, como me lo había encontrado
en la regresión, le conté todas mis peripecias con Indhira, incluidos el
ridículo del primer encuentro, mi lastimosa despedida del sábado, y mi penoso
estado emocional.
-
Y como no podía dejar de pensar en
ella, lo intenté meditando. Mejoré algo y, del todo, cuando recibí la llamada
de una empresa para un trabajo y resultó ser la empresa del padre de Indhira. De
ahí vengo. Es como si los hados se hubieran puesto de acuerdo para mantenerla
en mi mente. Tuve que reparar, también, la computadora en el despacho de su
padre y, allí, delante de mí estaba la foto de Indhira.
>>
No entiendo cómo puedo estar pensando de manera permanente en ella, si solo
estuvimos juntos un día. Es de locos, y tampoco entiendo tanta casualidad o, lo
que sea, ya sé que tú me has dicho que no existe la casualidad. Pero no sé cómo
llamar a esto.
-
No le llames nada, ¿qué más da?,
¿cambia algo porque le des un nombre?
>>
Los seres humanos tenemos la costumbre de querer darle nombre a todo, de querer
entender todo, de querer saber, pero las cosas pasan con nombre o sin nombre,
entendiéndolas o no. Con la energía que se gasta tratando de ponerle nombre o buscando
una explicación, a todo lo que sucede en la vida, se pierde la vida y se
escapan los detalles porque la mente está ocupada eligiendo que nombre ponerle
a eso que se le está escapando a la persona de las manos.
-
Sí. Tienes razón, pero es lo que hemos
hecho siempre, es lo que nos han enseñado y lo que vamos a enseñar a las
siguientes generaciones. ¿Cómo se puede cambiar esa dinámica?
-
Aceptando lo que es, sin más. Recuerda
que “todo está bien”. Ya estás trabajando en ello.
-
Estaba aceptándome yo, pero ya veo que
tengo que abrir el abanico a todo.
-
A todo y a todos -parece que Ángel dio
por concluido el tema porque pasó a preguntarme- ¿Qué piensas hacer con
respecto a Indhira?
-
Esperar. Puede ser que en el proceso de
espera, con el paso del tiempo, se vaya diluyendo el pensamiento y ya estará.
-
¡Ah!, y si no se te pasa, ¿qué?
-
¡Se pasará! –ni yo mismo estaba seguro
de lo que estaba diciendo.
-
Es cierto que no existe la casualidad,
que todo es debido a tu planificación de la vida.
-
¿Quiere eso decir que todo esto que me
está ocurriendo es programado por mí y, supongo, que por Indhira, para estar
juntos?
-
Puedes estar completamente seguro de que
ha sido programado por vosotros –sentenció Ángel, y continuó- Ahora, eso de que
sea para estar juntos o no, ya son palabras mayores. Lo único que se puede
saber es que algo tenéis que aprender de la situación. -sentenció Ángel.
-
Pues entonces con mi otra relación ¿fue
igual?, o ¿no?
-
Fue igual, todo está programado. Una
enseñanza más. -Ángel era como un lorito de repetición con la historia de la
programación de la vida.
-
Somos como una hormiga. En cualquier
momento puede venir un gigante, pisarnos y, adiós Antay. Si todo está
programado no sé qué hacemos aquí –empezaba a cargarme tanta teoría
indemostrable.
-
Sí que hacemos, y mucho –trataba de
convencerme Ángel- tenemos libertad para reaccionar ante las situaciones
programadas y no programadas de la vida.
-
¡Ah!, ¿programé algo para sufrir? -a
ver ahora que decía Ángel.
-
Programaste para aprender, que es la razón
por la que se realizan todas las programaciones en la planificación de la vida.
Tu sufrimiento, como cualquier sufrimiento, es opcional. Tú decidiste sufrir,
con una duración que, también, tú decidiste y con unas consecuencias, (tu
miedo), que tú mismo, también, has decidido.
>>
Míralo, ahora, desde otra perspectiva: Programaste una relación para aprender a
amar, para aprender a dejar ir, para aprender a perdonar y, en lugar de eso,
decidiste temer, decidiste mantener en el pensamiento a la otra persona, sin
soltarla, porque aún no la has dejado que se vaya, y no has sabido perdonar,
porque estás lleno de ira.
-
Claro, y no sabemos porque esta nueva
programación. ¿Para volver a sufrir?
-
Por supuesto que lo sabemos. Para
seguir con tu aprendizaje del amor. Pero no podrás avanzar ni un milímetro si
antes no te liberas del miedo.
>>
Míralo de esta manera: Las cosas van y vienen. De lo que se trata es de
disfrutar lo que tenemos, en cada momento. ¿Estás disfrutando?
-
Claro que no estoy disfrutando, estoy
pasándolo mal –estoy seguro de que no hacía falta que dijera como me
encontraba, mi cara reflejaba mi desastroso estado.
-
Y, ¿por qué estás pasándolo mal? –Ángel
metía el dedo en la llaga como si quisiera hacer más daño.
-
Porque me gustaría estar con ella y no
estoy –parecía claro, no había necesidad de preguntar.
-
¿Por qué no estás con ella? –este
hombre cuando se pone pesado no hay quien lo gane. Creo que estoy empezando a
cansarme de esta conversación.
-
No estoy con ella porque me gusta
demasiado, porque puedo enamorarme y no quiero sufrir si un día se acaba la
relación. Tengo experiencia en eso.
-
¡Ah!, ¡vaya! Y para no sufrir un día,
que no sabes si llegará, ya empiezas a sufrir ahora. Lo que estás diciendo es
de locos.
>>
En primer lugar no sabes si te vas a enamorar. No sabes si se va a enamorar
ella. En caso de que os enamoréis los dos no sabes si estaríais juntos. En caso
de que estuvierais juntos no sabes si sería para siempre o se acabaría algún
día. En caso de que se acabara, ¿quién te dice que no sea porque tú lo decidas?
>>
Es una locura el sufrimiento que te estás infringiendo ahora.
>>
Tienes que decidir qué quieres hacer con tu vida y ponerte a ello.
>>
Imagina que estás en un punto desde el que parten varios caminos. De hecho,
cada minuto de vida nos encontramos en una encrucijada y tenemos que decidir
qué camino tomar. Siempre tenemos varias opciones que se pueden agrupar en dos:
Las que nos hacen felices y las que nos causan sufrimiento.
>>
Para tomar las opciones que nos hacen felices tenemos que escuchar la voz del
corazón. Para las otras solo tenemos que seguir los dictados de la mente.
>>
A pesar de lo que te he dicho de la programación de la vida, cada persona es
absolutamente libre de elegir. Y nadie, ni el mismo Dios, sabe que camino vas a
elegir. Lo que sí sabe es lo que te vas a encontrar al final de ese camino.
>>
Cuando alguien tiene un momento de sufrimiento puede estar seguro que está
tomando una decisión desde la mente. Y no digo equivocada, porque ninguna
decisión lo es. En cada camino que se elija y en cada decisión que se tome hay
un aprendizaje.
>>
La prueba la tenemos en ti. Ahora estás, emocionalmente, muy mal, ¿por qué?,
porque has tomado una decisión proyectándote a un hipotético futuro, ¿desde
dónde?, desde tu mente que es la que recuerda una ruptura de hace unos cuantos
años y te dice que cada relación va a terminar en lo mismo.
>>
Por lo tanto, parece fácil deducir que lo que quieres hacer con tu vida es
seguir solo. ¿Es así?
-
No. Me gustaría tener una familia –lo
decía en serio-. Me encantaría tener una familia.
-
¿Cómo lo vas a conseguir si cada vez
que alguna persona despierta algo en ti sales corriendo por si un día decide
dejarte?
-
No sé. Tienes razón. Tengo que sacarme
este miedo que me paraliza. Pero no sé cómo hacerlo.
-
Tienes que superar la ruptura que
tuviste tiempo atrás.
-
Sí, pero recuerda que la ruptura fue
por un abandono –quise aclararle a Ángel, que lo que pasó fue que me cambiaron
como a un cromo, de la noche a la mañana. Hoy salía conmigo y al día siguiente
ya estaba con el otro.
-
Sea lo que sea, es como una espina,
clavada en ti, que entra más profundo, abriendo la herida y haciendo que
sangre, cada vez que estás o piensas en otra persona que te gusta. Tienes que
sacar esa espina. Mientras no lo hagas te va a seguir pasando lo mismo y vas a
sufrir, cada vez, porque te recuerda la ruptura y es como si estuvieras
rompiendo en ese momento. Para la mente todo es presente. Pueden pasar
cincuenta años y tú puedes seguir sintiendo la misma rabia, el mismo dolor y el
mismo sufrimiento. Tienes que sacar esa espina –concluyó Ángel.
-
Yo no sé cómo hacerlo. Debe de estar
bien clavada la espina porque es un amargo recuerdo que no me abandona.
-
Tienes que perdonar.
-
¿Qué? –este hombre estaba loco, ¿cómo
se puede perdonar una cosa así?
-
Recuerda que todo es energía. La rabia,
la ira y el odio también lo son. Tu ex pareja está viviendo tan feliz y tú, sin
embargo, llevas años recordándola dedicándole tu rabia. Esa rabia lo único que
hace, como bien puedes comprobar en ti, es no dejarte vivir feliz. Solo sufres
y lo pasas mal.
-
¿Tengo que buscarla y decirle que la
perdono?, ¿no es un poco loco?
-
No, para nada. Como la rabia que hay en
ti es energía, solo tienes que sacar esa energía.
-
¿Cómo se hace eso? –tenía la suficiente
fe en Ángel para intentar seguir sus consejos.
-
Cuando te sientes a meditar piensa en
ella. Imagínate que está delante de ti. Imagina un rayo de luz que llega a tu
cabeza y baja hasta tu corazón. Deja que ese rayo salga de tu corazón y llegue
al suyo mientras repites en silencio: Yo te perdono todo lo que me has hecho.
Yo te bendigo con paz y con amor. Te deseo lo mejor. Vete en paz.
>>
Haz eso dos o tres veces cada día durante varios días, o semanas, o meses, o
años.
-
¿Hasta cuándo?
-
Hasta que el recuerdo no te haga daño.
>>
Sacando la rabia se irá el miedo que tienes a comenzar una relación. Estarás
aprendiendo a amar. Pero no se aprende a amar de la noche a la mañana. Los
seres humanos solo venimos a la vida a aprender a amar y para eso necesitamos
muchas vidas. Hasta entonces, hasta que sepas amar, tienes que guiarte por las
sensaciones.
-
¡Qué fácil es decirlo! El sábado tuve
dos sensaciones. Una que me gustaría volver a ver a Indhira y la otra que mejor
no lo hiciera porque podría sufrir. ¿Cómo sé cuál es la buena?
-
La que no te hace sufrir Antay. Y
cuando eres consciente de que has tomado la decisión equivocada, como parece
este caso, solo tienes que rectificar.
-
Bien. Rectifico y la llamo y ¿si no
quiere saber nada de mí? Volveré al punto de partida.
-
Sí, es cierto, pero lo harás desde otra
perspectiva, ya no te sentirás mal por el papelón que hiciste en la despedida,
como ahora. No será por tu miedo. En ese caso solo tienes que aceptar la
situación y será más fácil porque ya no tendrás la duda de que habría pasado.
Habrás vencido al miedo. Y vencer al miedo te acerca al amor.
Seguimos
caminando en silencio y así llegamos cerca de mi departamento.
-
¿Te apetece comer algo en el
restaurante que está al lado de tu casa?, te invito. Así te ahorras cocinar.
-
Pues sí. Acepto.
Observando
como hablaba con el camarero, sobre el plato del día, se fueron las dudas sobre
si le podían ver el resto de personas.
-
Ángel, hice una regresión el sábado y
apareciste tú.
-
¡No me digas! –Ángel parecía
sorprendido- y ¿qué pasó?
-
Me volviste a hablar del amor. Me
dijiste que no tenía ni idea de lo mucho que Dios me ama y de todo lo que tenía
preparado para mí. ¿Cómo puede ser que estuvieras en este lado y al otro lado
simultáneamente?
-
¿No estabas tú? Si estabas tú ¿por qué
no podía estar yo? –era una formulación lógica.
-
Si claro, tienes razón. Pero ante un
hecho de esas características se me ocurren algunas preguntas:
>>
Dando por sentado de que fue real y que no fue una invención de mi mente, ¿cómo
puede ser que estuviéramos en dos formas diferentes, encarnados y sin cuerpo?,
¿cómo se puede obviar o transcender el tiempo?
-
Supongo que recuerdas lo que hablamos
de la energía.
-
Si, lo recuerdo –como no sabía muy bien
cómo funciona eso de que somos energía, no podía entender por qué comenzaba la
explicación volviendo a la energía.
-
Perfecto. Cuando conversábamos sobre la
energía decíamos que todo lo es. Sabes que la energía son átomos vibrando. En
función de la vibración de esos átomos así será la calidad de la energía.
>>
¿Sabes cuál es la energía más sutil o, si quieres que lo diga de una manera más
entendible, la de mejor calidad?
-
¿Dios? –fue más por deducción que otra
cosa.
-
Es correcto. Entre nosotros y Dios
existen muchas calidades de energía. Si consigues elevar tu vibración estás
elevando tu nivel de percepción y tu poder personal, en cuanto a temas
espirituales se refiere.
>>
En cada nivel de energía hay un conocimiento y un poder de sanación.
Dependiendo del grado de vibración que consigas tendrás acceso a ese
conocimiento y a ese poder de sanación.
>>
Se eleva la vibración de tu campo energético en relajación, meditando, orando,
absorto, observando una puesta de sol, el crepitar del fuego o el batir de las
olas. Es decir, sin pensamientos. Por eso en la regresión pudiste establecer
contacto con otras entidades, porque tu nivel de vibración era mucho más sutil
que es lo mismo que te ocurre cuando meditas.
>>
Y después, está el tema del tiempo. El tiempo es un concepto ligado a la
materia y, por lo tanto, a energías de baja vibración. Más allá de la materia
no existe el tiempo, por eso se puede tener acceso, en una regresión, a otros
momentos de otras vidas, porque sin materia todo es presente.
-
Pero yo seguía teniendo cuerpo. ¿Qué
vibración es la que se hace más sutil?, -la verdad es que no entendía mucho.
-
La de la energía que te envuelve, es
decir, tu aura. Tu aura está formada por nueve capas que corresponde cada una a
un plano diferente. Eso es lo que se expande. Lo mismo pasa con los sueños o
los viajes astrales. Por eso, una vez que la vibración vuelve a ser la que
tienes normalmente, al despertar o terminar una meditación, todo se olvida en
un instante. ¿Entiendes un poco más? –quiso asegurarse Ángel.
-
Creo que sí, pero me surge otra duda: Si
no existe el tiempo al otro lado de la materia ¿Cómo se van presentando las
distintas situaciones programadas?
-
Normalmente no se programan las
situaciones con fecha y hora. Se programan por cumplimientos, por avances, por
aprendizajes. Es decir, cuando haya ocurrido un determinado evento se va a
presentar el siguiente. Y eso puede pasar en un intervalo de un minuto o de cincuenta
años. ¿Lo entiendes?
-
Sí. Entiendo, entonces, que yo programé
un mes de agosto muy completo, con eventos muy seguidos. O, mejor dicho, más
que un mes de agosto, un tiempo después de equis tiempo sin trabajo. Me
encuentro contigo, me pones en contacto con Indhira. Trabajo para su papá y,
aquí estoy otra vez hablando contigo.
-
¿Te apetece hacer otra regresión? –me
sorprendió la pregunta de Ángel.
-
Sí, pero no entiendo.
-
Pronto lo entenderás. ¿Me invitas a un
café en tu casa? –este hombre no dejaba de sorprenderme.
-
Sí. Vamos.
9
¿Ha sido vivida la vida?
Una vez en casa, Ángel me hizo acostar en el
sofá. Me pidió una banca pequeña o, algo parecido, para sentarse, de manera que
pudiera poner, sus manos en mi cabeza sin forzar la espalda. Como no había
niños en la casa no tenía asientos pequeños por lo que habilitamos una caja
resistente con mantas encima, para que fuera cómodo.
Sus instrucciones
fueron sencillas. Me dijo que cerrara los ojos, que llevara la atención a la
respiración y me dejara llevar sin sorprenderme, ni asustarme, por nada de lo
que pasara. Lo normal, me dijo, es que te sientas como si estuvieras viendo una
película en el que el protagonista eres tú. Me dijo, también, que no hablara
hasta el final, a no ser que necesitara decir algo que yo considerara muy
importante Mientras respiraba, suave y lentamente, sentí una de sus manos
tocando, suavemente, mi frente. De inmediato comencé a sentir una especie de
vibración, como una corriente eléctrica de baja intensidad, recorriendo mi
cuerpo en oleadas, que circulaban de la cabeza a los pies. Solo había respiración,
silencio y oscuridad.
No
había pasado mucho tiempo cuando la oscuridad que me envolvía comenzó a abrirse
como lo hace el telón en un teatro o los párpados al despertar en la mañana y
apareció ante mí una especie de urbanización, con forma circular. La podía ver
desde lo alto, como si volara en un avión a baja altura.
Era un
complejo formado por un edificio central grande, con una sola planta, que
parecía ser el acceso principal. Adosado a él y adosadas entre sí había una
treintena de casas pequeñas formando un círculo que se cerraba con otro
edificio, más grande que las casas, pero algo más pequeño que el edificio
central, justo enfrente del primero, encarado a una de las zonas montañosas de
Lima.
El
complejo se encontraba vallado, con una distancia de, al menos, cincuenta
metros entre la valla y las edificaciones, cubierto de un césped, que parecía, desde
mi visión, cuidado con esmero. En la parte interior del círculo, que formaba
todo el complejo, había una especie de parque con una fuente central, bancos,
estratégicamente colocados, bajo los árboles para resguardar de los rayos del
sol a sus posibles ocupantes y jardines con zonas de paseo entre los setos
sembrados de flores.
En la
entrada del complejo podía leerse “Residencia cielo y tierra”. Era una
residencia para adultos mayores. En el edificio central estaba la recepción, la
dirección, la sala de visitas, la sala de televisión, la sala de cine, la
biblioteca, la capilla y el salón comedor. Las casas adosadas eran todas
iguales de no más de treinta metros cuadrados, con una habitación, un baño y
una sala de estar pequeña con una tele, una mesita y dos sillones. En la otra
edificación que cerraba el círculo, se encontraba la zona médica, compuesta por
los despachos médicos, la sala de enfermeras, el consultorio y la zona de
recuperación.
Estaba
contemplando todo el complejo, vacío, sin gente, cuando, de repente todo cobró
vida. Personas iban y venían, paseaban por el jardín y observé sentado en un
banco a un señor de unos setenta y cinco años, solo, leyendo un libro.
Estaba
claro que yo no tenía ningún poder en la visión que estaba teniendo, porque
cuando quise dejar de mirar al señor que parecía ser yo mismo, con mucha más
edad, la visión permaneció enfocada en él. Es decir, en mí. La visión era más
que una simple visión, ya que podía sentir las emociones que en ese momento
estaba sintiendo yo mismo, sentado en aquel banco.
Estaba
triste, muy triste. Sentía la soledad en cada célula de mi cuerpo. Había
consumido la vida sin haber conseguido formar la familia con la que había
fantaseado desde siempre, sobre todo, cuando mis recuerdos volaban hasta la
edad en la que aun vivían mis padres y rememoraba los gratos momentos que
habíamos vivido los tres juntos.
Era el
mediodía. El sol iluminaba en lo alto y calentaba con fuerza. Debía de estar próxima
la Navidad porque todo el complejo aparecía adornado con motivos navideños y los
típicos villancicos sonaban, uno tras otro, en la recepción y en el comedor de
la residencia.
Llevaba
allí casi ocho años. Hasta el día en que me rompí una cadera había seguido viviendo
solo y trabajando por mi cuenta y, con mucho éxito, lo que me había permitido,
tener un importante ahorro que, ahora, me estaba siendo muy útil para vivir en
un complejo de la categoría como en el que me encontraba.
Toda la
vida la había pasado solo. No había conseguido formar una familia. El miedo al
fracaso había sido más fuerte que el sueño de conseguir un hogar como el que
había disfrutado en vida de mis padres.
Con la
cadera rota, recién operada, solo me quedaban dos opciones, contratar una o
varias personas para que me atendieran o ingresar en una residencia. Opté por
lo segundo. No noté ninguna diferencia de cuando vivía solo en mi departamento.
Incluso, diría que, físicamente, me encontraba mejor, porque no tenía nada que
hacer, sin embargo, en cuanto a las emociones se refiere, me sentía solo, muy
solo. Nadie me visitaba. Nunca salía a comer con nadie en días señalados. Solo
esperaba, pacientemente, el día de la muerte. No tenía otra cosa que hacer,
salvo pensar en la inutilidad de mi vida. ¿Para qué había servido?, ¿cuál había
sido el objetivo de mi vida?
Pensaba,
desde mi atalaya, manteniendo la visión de mí mismo sentado en aquel banco,
derrotado, apagado, triste y solo, en las enseñanzas de Ángel y en mi propia
experiencia de “complitud”: “Si la vida tiene un propósito, y su cenit es
aprender a amar como Dios nos ama, estaba claro que mi vida había sido en vano,
porque poco podía haber avanzado en mi asignatura del amor, viviendo en la
soledad en que había vivido. Y el responsable de tal despropósito no era otro
que yo mismo. No podía culpar a nadie. Mi mente, con mi anuencia, se había
pasado la vida imaginado escenas truculentas, en las que, paralizado y
sobrecogido por el miedo, había ido descartando cualquier opción de una posible
felicidad y con ella mi propio aprendizaje del amor, por el miedo al fracaso,
al abandono, al rechazo y a la soledad.
¡Que
paradoja!, he pasado la vida solo por miedo a la soledad, he pasado la vida
sufriendo por miedo al sufrimiento, he vivido una vida de fracaso por miedo a
fracasar, he pasado la vida rechazando por miedo al rechazo.
Cuando
la tristeza del hombre sentado en el banco de la residencia comenzaba, también,
a embargarme, volvió a caer el telón y desapareció la visión tal como había
llegado.
Una
pregunta martilleaba en mi mente, ¿había merecido la pena haber salido huyendo
ante cada posible relación, para vivir en esa asfixiante soledad?
Poco
duró la oscuridad y la pregunta, porque una nueva visión ocupó el espacio donde
estaba instalada la oscuridad.
Estaba
en la sala comedor de una modesta casa, en la que aparte de la citada sala
contaba con una especie de cocina y una habitación con dos camastros. Se notaba
la falta de lujos. Podría hablarse de pobreza, sin embargo, la falta de dinero
no era en nada comparable a la soledad que había sentido con anterioridad. Me
sentía pobre o, mejor diría, sin dinero, pero era feliz.
A mi
lado, comiendo una sopa en la que, de vez en cuando, aparecía flotando un
garbanzo, se encontraban, una mujer y dos niños de no más de diez años.
Por la
ropa que llevábamos debíamos estar, por el siglo XIV o XV, en algún lugar de
Europa y, en Helena, la mujer que reía con las gracias de nuestros hijos, me
pareció reconocer a Indhira.
Llevábamos
casados doce años, a pesar de mi cojera. No había muchos trabajos bien
remunerados para un tullido como yo, pero eso no fue obstáculo para que Helena
y yo nos enamoráramos, perdidamente, el día que apareció ante mí, con unos
zapatos para que los arreglara. Era mi oficio, zapatero remendón.
Nuestros
hijos de 6 y 10 años eran felices, como nosotros.
En
ningún momento tuvo mi esposa ningún género de duda ni por mi defecto físico,
ni por mi oficio, ni por mi pobreza. Y yo tampoco. Nos enamoramos y nos casamos
a pesar de la oposición de su familia que ilusionaba para ella un marido de
alta alcurnia que la sacara a ella y a la familia de la pobreza. En nuestra
historia pudo más el amor.
Desapareció
la visión y me encontré, de nuevo, sumergido en la nada. Parecía que, ahora, el
intervalo era mayor, dándome tiempo a analizar cada una de las dos situaciones
en las que me había contemplado.
Visto
desde la objetividad que otorga la distancia, elegiría, sin ninguna duda, la vida
del tullido, sin dinero, pero lleno de amor y felicidad, antes que la vida sin
sobresaltos del hombre sin problemas económicos, pero triste y solitario,
durante toda su vida. Aunque, con la idiosincrasia de la sociedad, con que nos
encontramos los seres humanos al llegar a la vida, y con sus enseñanzas, muchos
apostarían por la vida del hombre mayor, recluido en la residencia, antes que
apostar por la vida de un tullido, pobre de solemnidad y zapatero remendón.
En la
composición satírica más célebre de Francisco de Quevedo, “Poderoso caballero
es don Dinero”, escrito en el siglo XVI, se hace una exposición y
reconocimiento irónico del poder del dinero, que trastorna los valores morales y
que induce a las personas a cualquier cosa para poseer riqueza. En la
actualidad, tiene una vigencia absoluta o aún mayor que en su época. Vivimos
para el dinero.
¡Que
diferente sería la vida si nos enseñaran a ser felices antes que enseñarnos a
ganarnos la vida! Porque de tanto enseñarnos a ganar la vida del cuerpo, perdemos
la vida del alma, sin remedio.
Y, sin
embargo, entiendo que es necesario el dinero, pero las enseñanzas tendrían que
mantener un equilibrio entre aquello que necesita el cuerpo y lo que necesita
el alma. No podemos olvidar que, sobre todo, somos un alma viviendo una
experiencia humana.
Nada
más llegar a esa conclusión, una nueva situación apareció ante mí. Estaba en
alta mar en una rústica barca, acompañado por otro marinero, de más edad, que
era quien manejaba el timón y daba las órdenes de lo que había que hacer.
-
Hijo, echa la red. Este es un buen
sitio –dijo el patrón, que por la manera de dirigirse a mí, estaba claro que
era mi padre.
Estuvimos
pescando toda la noche echando y recogiendo la red. Cuando el sol comenzaba a hacer su aparición, por el
horizonte, mi padre puso rumbo a la costa. Había finalizado nuestra jornada
laboral
Al
llegar a la playa nos esperaba una mujer. Era mi madre. De nuevo me pareció
reconocer a Indhira en su mirada. Éramos una familia feliz que vivía en
armonía. Yo ya estaba casado y mi esposa, embarazada de nuestro primer hijo,
nos esperaba en la casa.
Al poco
de nacer nuestro hijo mi padre falleció y mi madre siguió viviendo con
nosotros, hasta su muerte, con casi cien años de vida.
Me
empezaba a doler la espalda por estar tanto tiempo acostado en el sofá, que,
por cierto, no era demasiado cómodo, cuando una nueva visión apareció ante mí. Y
no era un hombre. Era mujer. Era una monja que residía en un monasterio en algún
lugar de España. Era una comunidad de monjas, allá por el siglo XI. Era la
monja más joven del monasterio y, con harta frecuencia, recibía amorosas
reprimendas de la madre superiora.
Todas
las reprimendas eran ocasionadas por mi ímpetu de juventud que, a pesar de los
votos prometidos a Dios de pobreza, castidad y obediencia, mi tendencia natural
de rebeldía, ante las injusticias, me llevaban al despacho de la madre
superiora con demasiada frecuencia.
Yo
pensaba que mi pecado no era tan grave. Me escapaba del monasterio solo para
llevar comida a los pobres que, en aquella época, eran mayoría en la población.
He de
reconocer que las reprimendas de la madre superiora eran tan suaves que más
parecían darme permiso para nuevas escapadas.
La
madre superiora volvía a ser Indhira.
La
visión avanzó, como una película, a cámara rápida, por toda la vida de aquella
monja, que sobrevivió, por pocos años, a la madre superiora. Fue, también, una
vida tranquila llena de amor hacia Dios y extrapolaba ese amor ayudando a los
más necesitados.
Sentí
como Ángel levantaba su mano de mi frente y, de inmediato, volvió la oscuridad.
-
Puedes moverte y abrir los ojos cuando
te apetezca –me dijo Ángel de manera suave.
Permanecí
en silencio, mientras se recuperaba mi cuerpo, tratando de asimilar todo lo que
había contemplado. Aunque estaba seguro de que Ángel me daría una explicación
convincente de todo, quería hacerme mi propia composición de lugar antes de
escucharle a él.
Estaba
claro que había presenciado una analogía entre una vida en soledad, generada
por el miedo, y otras vidas llenas de amor. Fue como presenciar un combate
incruento entre el amor y el miedo. No tenía ninguna duda de que en las
visiones presentadas había ganado el amor.
Después
de casi media hora, que tardé en recuperarme por completo, me senté en el sofá.
-
¿Cómo estás? –me preguntó Ángel.
-
Me molesta la espalda, pero estoy muy
bien. ¿Cómo lo has hecho? –no podía resistirme sin preguntar.
-
Yo no he hecho nada. Solo he estado
sentado a tu lado acompañándote en tu regresión. Ha sido igual que la regresión
que hiciste con Indhira –estaba claro que había hecho algo más que acompañarme.
-
Igual no ha sido, porque con Indhira
tuve sensaciones y ahora ha sido una visión perfecta. Fue como si estuviera
viendo una película. Y, además, la primera visión yo diría que fue de esta vida.
Eso no parece una regresión.
-
Eso fue una progresión –explicó Ángel-
Ten en cuenta que el tiempo está asociado a la materia y, en el estado de
relajación que has conseguido, la vibración de tu campo energético se ha
elevado tanto que has trascendido las leyes de la materia, incluido el
tiempo. En eso sí que he intervenido un
poco. Para ayudar en tu relajación he estado meditando para crear, entre los
dos, un espacio de silencio, un espacio sagrado, para elevar tu vibración algo
más que lo conseguido en la regresión que hiciste con Indhira. Gracias a esa
vibración has podido tener una visión y conseguir una progresión.
-
Si en la progresión he podido ver mi
vida dentro de cuarenta años, ¿es posible que ya la haya vivido? ¿Eso quiere decir que la vida ya ha sido vivida y esto sea
una especie de sueño o de recordatorio? –no se me ocurría otra explicación.
-
¡Uf!,
es difícil de explicar, pero, aunque consiguiera explicarlo, sería imposible de
entender. Pero voy a intentar aclarártelo un poco.
>>
¿Recuerdas que te dije que en la vida nos vamos encontrando en el camino con
diferentes encrucijadas en las que podemos elegir varios caminos?
-
Si, lo recuerdo.
>>
Tú has tenido acceso a una de esas recreaciones. Has visto una en la que si
siguieras, exactamente, el mismo camino por el que estás transitando, en este
instante, el resultado final sería el que tú has visto. Viviendo en una
residencia para personas mayores después de una vida de soledad, atenazado por
el miedo. Pero hay muchas más recreaciones de tu vida –concluyó Ángel.
Tenía
los ojos como platos para tener más canales de entrada a la información que
Ángel me estaba regalando. Me costaba trabajo de creer. Estaba seguro de estar
escuchando una lección magistral.
-
¿Sí?, ¿eso es así?, entonces, ¿podemos
volver a hacerlo para ver las otras recreaciones de mi vida? –pensaba que eso
sería fantástico, poder verlas todas, y así poder elegir la más idónea.
-
Sí, es así –contestó Ángel con una
sonrisa- pero no puedes ver más. Has sido muy afortunado por haber podido ver
una. Te han permitido verla porque necesitabas esa información en este momento
de tu vida.
-
¿Por qué necesitaba esa información?,
¿quién eres? –otra vez me asaltaron las dudas sobre la identidad de Ángel.
-
Bien, ya es momento que lo sepas. Me
han enviado a ayudarte. Pero mi ayuda está casi terminando porque consistía en
abrirte los ojos y, por lo que veo ahora –esto lo decía sonriendo- los tienes
bien abiertos. Para nada más. Ni yo ni nadie va a decirte nunca que tienes que
hacer.
>>
En cuanto a porqué necesitabas esa información, no puedo contestarte nada
concreto. Lo importante es que la información ha llegado a ti. Tú sabrás que
hacer con ella. Recuerda que siempre recibes aquello que necesitas, no lo que
deseas.
Desde
la primera vez que me encontré con Ángel o, mejor, desde la primera vez que me
separé de él, tenía la duda de si sería una persona normal o un ser con poderes
extraordinarios y, ahora me confirma que, en efecto, es un ser espiritual, una
especie de ángel sin alas, un ser sin cuerpo, un ser del otro lado de la
materia, que ha sido enviado para ayudarme.
En realidad,
no estoy sorprendido, salvo por el hecho de que ha venido a ayudarme. ¿Ayudarme
a mí?, ¿por qué?, ¿qué méritos o deméritos habré acumulado?
-
¿Puedo preguntarte algunas dudas que
tengo? –era el momento de despejar todas las dudas que rondaban por mi cabeza
desde la primera vez que nos encontramos.
-
Sí. Antay, puedes preguntar lo que
quieras –respondió, como siempre, con todo el amor y una paciencia infinita.
-
¿Puedes leer el pensamiento?, porque
siempre has estado respondiendo a las preguntas que me iba haciendo en mi
interior.
-
No es que lo lea, es que lo veo, porque
cada pensamiento es energía, igual que lo es cualquier emoción. Por eso sé de tus
dudas y de tus miedos.
-
¿Es posible que solo yo pueda verte?
-
Unas veces sí y otras no.
¡Qué
alivio!, en algún momento creí que me estaba volviendo loco. Aunque esto ya es
bastante locura. No parece muy habitual que se aparezca un ángel para ayudar a
un ser humano. Solo había visto algo parecido en alguna película.
-
¿Por qué has venido a ayudarme?
-
He venido a ayudarte porque lo has
pedido y lo has hecho desde el corazón.
>>
¿Recuerdas el sueño que tuviste el dia que nos encontramos?
-
¿El sueño de mi fallida boda por culpa
del mendigo? –supuse que sería ese porque no recordaba otro sueño.
-
Exacto. Lloraste, pediste, rogaste,
suplicaste. Soy el resultado de tus suplicas.
-
Pero si eso fue un sueño –no entiendo
que tenían que ver mis lágrimas, en un sueño, con la vida real.
-
Toda la vida es un sueño, es una
ilusión. Tú diferencias tu vida consciente de la vida inconsciente dentro del
sueño. Pero para el alma todo es lo mismo. Tu sueño solo fue una manera de
hacer consciente algo que permanece escondido en tu inconsciente.
>>
¿Te has preguntado por qué recordaste este sueño entre los varios que tienes
cada noche? Necesitabas traer a la parte consciente algo que te mortifica
dentro de ti. Hiciste dos trabajos, hacerte consciente de tu deseo de formar
una familia y pedir ayuda, de manera desesperada, para conseguirlo. Y ¡heme
aquí! –es increíble lo poco que conocemos de la vida y de nosotros.
-
Aparte de todo lo que me has enseñado y
que creo está cambiando mi concepción de la vida, lo ocurrido esta tarde con la
progresión y la regresión me hace preguntarme a mí y preguntarte a ti, ya que
estás aquí, ¿mi felicidad depende de Indhira?, ¿solo podré formar una familia
si estoy con ella? –pensaba que algo tendría que ver ella en todo esto,
teniendo en cuenta que apareció en las tres regresiones y que la conocí a la
semana de haber encontrado a Ángel.
-
Yo no te he enseñado nada. Solo te he
recordado algo que conoces desde siempre y que, incluso, has practicado en la materia
en más de una vida.
>> La felicidad es un estado de
paz interior y de serenidad. Es el estado que se consigue cuando se sabe que
“todo está bien”. Te diré más, si trabajas por tu felicidad, aunque sigas toda
la vida solo, la recreación de la progresión que has visualizado sería muy
diferente. Estarías en la residencia, también, solo, pero estarías feliz.
Porque no es necesario tener una familia para ser feliz.
>> Nada ni nadie fuera de ti,
incluso una familia, te va a dar la felicidad, porque todo lo que encuentras
fuera de ti te puede dar momentos agradables, alegres, incluso, momentos de
serenidad, pero nada permanente, porque todo lo que encuentres fuera de ti es
caduco, como la misma vida. Esos momentos pueden durar un día, un mes, un año,
o varios, pero se acabará en algún momento. Y cuando esas sensaciones terminen
aún podrás sentirte peor por la ausencia de algo o de alguien con lo que te
sentías bien. De la misma manera que te ha pasado con tus padres o con la que
fue tu pareja.
>> Lo que tú denominas felicidad
son estados de alegría o de euforia. La felicidad es inherente a la esencia de
la persona. Tienes que dejar de vivir el mundo exterior, que es al que te lleva
la mente, y dejar de identificarte con los momentos agradables o desagradables
que se van presentando. Tienes que encontrar el punto medio, ese punto de
equilibrio, donde no hay euforia, donde no hay tristeza, solo serenidad y paz
interior, sin apegos ni deseos.
>> No puedes buscar la felicidad
utilizando la mente, porque lo primero que hace la mente es juzgar y buscar un
calificativo. Poner un calificativo es comparar con algo conocido. Algo que
permanece en la memoria como bueno o como malo, y la felicidad es un estado
neutro, donde solo existe el instante presente, porque pasado y futuro son
apreciaciones mentales. Cuando se vive con atención el presente no hay
sufrimiento por algo pasado y no existen ficticias esperanzas de que se cumplan
los deseos de mañana, porque vas a vivir el momento.
>> Por lo tanto, la segunda
pregunta de si solo podrás formar una familia con Indhira se contesta por si
sola. No. Podrás formarla con quien quieras.
>> Indhira y tú habéis estado
juntos, en múltiples papeles, en muchas vidas. Por eso, en las regresiones, para
ver la diferencia entre vivir con miedo y vivir con amor es normal que haya
aparecido Indhira. Pero ya te aseguro que has vivido otras muchas vidas felices
con otras almas. En la regresión en la que eras un pescador, sin ir más lejos,
tu mamá era Indhira, pero estabas, felizmente, casado con otra persona. Y en la
vida de monja, Indhira estaba ahí, era la madre superiora, pero nada que ver
con la pareja o la familia.
>> Tú eres el único responsable
de tu vida. Dios, en su infinito amor, te ha dado un don maravilloso que se
llama libre albedrio. Gracias a eso eres el único responsable de tu vida. Serás
feliz o infeliz, por tu propia decisión, porque solo tú eres el artífice de tu
vida.
-
Discúlpame Ángel, las palabras suenan
muy bien, pero de que le vale el libre albedrio a un
hombre que tiene siete hijos, que está sin trabajo y sin dinero para alimentar
a su familia. ¿Cómo va a ser feliz? –Es tan elemental que toda la palabrería
sobre Dios, la felicidad y el libre albedrío se cae por si sola.
- Es
seguro que ese hombre ya está haciendo lo posible y lo imposible para que
puedan comer sus hijos. Y seguro que vive con un dolor en su corazón como si
llevara clavados siete puñales en él, uno por cada hijo. Y, también, es seguro,
que ese dolor le impide dar amor a su familia y que, incluso, se encuentre
siempre de mal humor, vociferando a todos.
¿Qué pasaría si siguiera haciendo lo posible y lo imposible para que
coman sus hijos, pero desde una perspectiva diferente?
- ¿Qué
perspectiva? –veremos por donde sale Ángel ahora.
- Desde
el amor. Porque cuando lo hace desde el mal humor, desde los gritos y desde el
sufrimiento no consigue ni un pan más, ¿para qué le sirve el sufrimiento? Sin
embargo, si lo hiciera desde el amor tampoco conseguiría un pan de más, pero
los que pusiera en la mesa estarían envueltos de amor y no de ira, estarían
envueltos de alegría y no de sufrimiento, estarían envueltos de esperanza y no
de miedo. No gritaría a sus hijos y el amor, con el que les envolvería a todos,
les haría mucho más llevadera la penosa situación por la que atraviesan.
>> Y ya no quiero hablarte de que
está viviendo esa situación por su propia decisión, por su planificación de
vida. Ha sido organizada por él mismo. ¿Con que objetivo?, con el mismo
objetivo por el que se planifican todas las vidas, para crecer, para acercarse
a Dios, para aprender a amar, para dejar de ser un inmaduro espiritual o un
bebé emocional.
-
Creo que necesito un té para digerir
todo esto que me estás enseñando, ¿te apetece otro? –claro, que no sabía si los
que viven al otro lado necesitaban beber, de vez en cuando.
-
Será un placer tomar ese té.
-
En esa recreación que decías, ¿qué pasa
cuando se cambia de rumbo, bien sea en la encrucijada o en el mismo camino?
-
Cambia la recreación de inmediato. De
hecho es lo que ocurre a cada instante. Las personas toman decisiones, cambian
de parecer, avanzan, retroceden. Es el libre albedrio. Y las recreaciones
cambian una, mil y hasta un millón de veces, si fuera necesario, y lo hacen de
manera instantánea.
>>
Cuando un alma llega a la vida hay una sola recreación, coincidente con su Plan
de Vida. Pero eso no dura mucho, porque los padres comienzan a tomar decisiones
que van a afectar a la vida de ese bebé, y empiezan a aparecer nuevas
recreaciones que van variando según van cambiando los planes, primero de los
padres y luego del bebé según va creciendo.
-
Decías que existe una especie de
recreación del proceso de la vida, en cada uno de los posibles caminos
elegibles, con el resultado final. Pero cuando se ha pasado de ese punto de
cruce, ¿qué pasa?, ¿se mantiene la recreación? –la verdad es que todo eran
dudas, entendía lo que me estaba contando pero me costaba asimilarlo.
-
Una vez que se pasa la encrucijada y no
hay vuelta atrás, la recreación desaparece. En realidad, se mantiene mientras
existan posibilidades de que se materialice. Cada recreación es cada uno de los
futuribles que se pueden vivir y, los futuribles, son cada una de las opciones
que el alma tiene una vez que se encuentra en la materia.
>>
Con cada decisión que toma el ser humano se abre un abanico de posibilidades
para elegir. La persona se decide por una y desaparecen las que se habían
abierto, para aparecer otro nuevo abanico de posibilidades. Otra nueva elección
y así toda la vida.
>> ¿Me sigues? –concluyó Ángel.
- Sí,
pero parece muy complicado. Era mucho más sencillo, cuando la culpa la tenía el
vecino y cualquier cosa que pasara era debido a la buena o mala suerte, o a la
casualidad, que parece que también jugaba un papel importante en la vida de
todos. Me has desmontado todas las creencias. Ahora resulta que la culpa es
mía.
>>
Y, ¿por qué con tantas posibilidades y tantos futuribles, a veces, las
situaciones se repiten, una y otra vez, y las desgracias parece que no terminan
de acabar?
- ¿Qué
pasaba cuando en la carrera no aprobabas una asignatura? –a veces las preguntas
de Ángel eran de Perogrullo.
- Pues
que repites la asignatura –no era difícil la respuesta.
- La
vida, querido Antay, es una sucesión de asignaturas y aprendizajes. Cuando has
aprendido pasas al aprendizaje siguiente, mientras tanto tienes que repetirlo,
hasta que lo aprendes. Por eso hay situaciones que se repiten, las veces que
sean necesarias, o que parece que no tienen fin. Y si en esta vida no terminas
de aprender una lección, la vas a repetir en el curso siguiente, es decir, en
una próxima vida.
- ¿De qué
sirve la planificación de la vida? –estaba empezando a entender que pocas
planificaciones debían de cumplirse.
- La
planificación es una guía, es un mapa de ruta. Pero una vez en la vida física,
como el ser humano no es consciente de que es lo que ha venido a hacer,
comienza a seguir los designios de su mente y, se vuelca por completo en la
vida de la materia. Para él no existe otra cosa que la mente.
- ¿Cómo
seguir algo, como la planificación de la vida, si no se conoce? –me parecía tan
obvio- en realidad, no es que no conozcamos nuestra planificación, es que ni
tan siquiera sabemos que existe un Plan de Vida.
- Si,
tienes razón. Pero en lugar de escuchar la voz de la mente solo tienes que
escuchar la voz de la conciencia, que es la voz de Dios. Supongo que alguna vez
has hecho algo, en tu vida, que te ha hecho sentir remordimiento y que has
estado dando vueltas buscando en tu interior una especie de arrepentimiento.
- Sí, más
de una vez.
- Cada
vez que te ocurre eso, no estas siguiendo tu planificación de vida. Actúas en
contra de la vida, en contra de tu programación, en contra de tu alma y en
contra de Dios.
- Y ¿qué
se tiene que hacer?
- Todas
las programaciones tienen una base: el amor. Por lo tanto, solo tienes que respetar
al otro. Amarle. Imaginar que estás tratando contigo mismo y que tienes delante
a Dios.
- ¿Por
qué imaginar que es Dios?, ¿por qué me va a castigar por mi mala acción?
- No hay
malas acciones. Solo hay pensamientos erróneos que te llevan a realizar
acciones equivocadas. Por eso hay que salir de la mente y enfocarse en Dios.
>>
Y cuando pienses en Dios, no creas que es ese Ser que está vigilándote, desde
arriba, para premiarte con el cielo, cuando haces bien, o para enviarte al
infierno, cuando haces mal.
>>
Dios ni premia, ni castiga, ni vigila. Lo único que hace Dios es amarte por
encima de cualquier cosa.
>>
El ser humano viene a la vida, por propia decisión, para encontrarse con Dios.
Pero una vez en la vida eso lo olvida y, en lugar de encontrarse con Dios,
trata de esconderse de Él.
- Ángel,
es normal que eso ocurra. Las religiones nos presentan a Dios como un Ser que
nos ama, sí, pero nos ama para perdonarnos los pecados, cuando nos
arrepentimos, porque si no lo hacemos nos envía al infierno –al menos, esa es
la enseñanza que yo he recibido.
- No
existe el pecado, ni el cielo ni el infierno y Dios ya te he dicho que “Es”.
Eso quiere decir que todo Es Dios.
>>
El pecado no existe, existen pensamientos erróneos. El pecado solo es el
instrumento que utilizan algunas religiones para manipular a sus seguidores y
conseguir que sus adeptos sigan fieles a sus enseñanzas atenazados por el miedo
que les provoca el castigo eterno. El cielo tampoco existe, tal como hacen
creer las religiones. Cuando se deja el cuerpo se está en otro estado
vibracional, pero no se está en un lugar concreto, que se denomine cielo. Y el
infierno tampoco es ese lugar de fuego donde se queman las almas sin llegar a
consumirse. Ya te dije el día que nos conocimos que el infierno, el auténtico y
verdadero infierno, no está después de la muerte, está ahora, en la vida, es la
mente de la persona la única que le hace sufrir sin necesidad de fuego.
>>
Sal de la mente para alejarte de tu infierno particular y escucha el silencio.
Ahí está Dios.
10
El pan
nuestro de cada día
Desde que Ángel se fue de mi casa, permanecí
sentado reflexionando sobre todo lo que había pasado desde que salí de la
empresa inmobiliaria.
¡Qué lejos me parecía que
quedaba la mañana! Había sido un día intenso de emociones y enseñanzas.
Han sido muchas las lecciones impartidas
por Ángel, desde que nos conocimos o, mejor, desde que “ellos” decidieron
enviarle en mi ayuda.
Está claro que los temas de los
que me ha ido hablando Ángel debían de ser necesarios para mi estabilidad
emocional o para mi crecimiento. No sé muy bien cómo llamarle, aunque poco
importa el nombre. Como él dice, ¡qué más da!, lo importante no es el nombre,
es todo lo recibido.
Estoy aprendiendo cuan inútiles
son los miedos emocionales, esos generados por el pensamiento, como mi miedo a
formalizar una relación para evitar un hipotético sufrimiento en caso de una,
también, hipotética ruptura.
Somos increíblemente estúpidos
los seres humanos o, al menos, yo lo era. ¿De cuántos momentos agradables me
habré privado por mi estúpido miedo?, porque la carrera que me he dado para
separarme de Indhira ha sido reciente, pero, ahora, soy consciente de que ha
habido otras muchas huidas en mi vida. Me he pasado la vida cerrando la puerta
a lo que más he deseado, formar una familia, dejando abierta la puerta de enfrente,
para que entrara, con algarabía o de puntillas, la soledad, que es lo que estoy
viviendo y, aunque crea que es algo que estoy disfrutando, la triste realidad
es que me pesa como una rueda de molino atada a mi espalda.
Cuando escuchaba a Ángel hablar
sobre las recreaciones, que se ven desde el otro lado de la vida, se me
abrieron los ojos como platos. Pues bien, creo que aún los tengo igual de
abiertos. Aunque casi se me cierran de golpe cuando escuché el timbre de la
puerta de mi departamento.
No era habitual que alguien
tocara en las puertas de los departamentos sin haber pasado antes por el filtro
de los vigilantes de la entrada del edificio. Solo podía ser algún vecino o
alguien que se hubiera colado de la calle. Lo segundo parecía improbable, ya
que nunca se había colado alguien en el edificio. Tampoco era muy normal que
los vecinos se pasearan por la escalera. Creo que solo la vecina que vivía a la
derecha de mi puerta, una abuelita muy agradable, había tocado la puerta una
vez y eso porque a mí se me habían olvidado las llaves en la parte exterior de
la cerradura y tocó para avisarme.
Me acerqué a la puerta y
pregunté sin abrir:
-
Si, ¿Quién es? –la inseguridad
ciudadana es un problema tan grave en nuestra ciudad que se hace imprescindible
tomar todas las precauciones posibles.
-
Hola –escuché una voz de mujer al otro
lado de la puerta- disculpe, soy su vecina. Me acabo de mudar, me he quedado
sin luz y era para ver si usted podía informarme del lugar donde se encuentra
el interruptor general.
La
nueva vecina debía ser de la puerta izquierda. El departamento estaba vacío
desde hacía más de un año. Ahora entiendo el movimiento y los ruidos de la
semana pasada.
Abrí la
puerta y me encontré con la nueva vecina. Una mujer joven, rondando la
treintena, un poco más baja que yo, media melena rubia, con unos ojos grandes, claros, húmedos y enrojecidos,
como si hubiera estado llorando, y parecía que con algunos kilos de más.
Nada
más abrir, amplió la información que me había dado con la puerta cerrada.
-
Hola, mi nombre es Diana. Disculpa. Me
he mudado hace un par de horas y ahora iba a calentar un poco de comida en el
microondas. Supongo que debe de tener algún problema, porque nada más
enchufarlo se ha ido la luz en toda la casa y no sé dónde está el interruptor
general –todo eso lo dijo casi sin tomar aire, aunque mejor que fuera así,
porque por su aspecto daba impresión de que podría romper a llorar en cualquier
momento.
-
Hola Diana. Mi nombre es Antay.
Bienvenida al edificio. Sí, sé dónde se encuentra el cuadro general, pasa y te
enseño donde está –mientras le hablaba me aparté a un lado para que pudiera
pasar.
-
¿Te importaría acompañarme? –preguntó
con un hilillo de voz.
-
No, al contrario, será un placer.
Espera que recojo las llaves y una linterna para poder iluminar el camino.
Diana
abrió la puerta cediéndome el paso y poder llegar así a la lavandería que es
donde se encontraba el cuadro general.
Había
cajas, sin abrir, repartidas por toda la casa, excepto un par de ellas, en la
cocina, que ya estaban abiertas. En la lavandería, justo delante del cuadro de
los interruptores de la luz, habían colocado una pila de cajas. Era normal que
no lo hubiera encontrado. Moví las cajas, que no tenían un excesivo peso, y
apareció el cuadro ante nosotros con dos interruptores desconectados. Una vez
repuestos no volvieron a saltar por lo que la luz volvió a iluminar casi todo
el departamento. Tenía todas las lámparas encendidas.
-
Gracias –dijo Diana, quedándose
encogida en la lavandería, intentando retener las lágrimas que amenazaban con
salir.
-
La pobre chica lo estaba pasando mal.
Supongo que no sería porque se había ido la luz, y le pregunté –Perdona, ¿estás
bien?
Esa fue
la espoleta. Rompió a llorar de manera desconsolada. No podía ni hablar. Pasé a
la cocina donde había visto una caja de pañuelos, que seguro que ya estaba
utilizando ella, para acercársela.
Allí, apoyada
en una pared de la lavandería, no paraba de llorar. Me atreví a agarrarla de un
brazo para llevarla hasta la cocina. Le acerqué una silla para que se sentara
y, al menos, llorara con más comodidad.
-
Intentaba decir algo, pero era casi
imposible. Después de varios intentos dijo, de manera entrecortada- Perdona,
¿qué pensarás?
-
Además del disgusto que parecía tener,
aún estaba preocupada por lo que yo pudiera pensar- No pienso nada. Tranquila. No
sufras por mí.
Como
parecía que iba para rato me senté yo también, mientras la acompañaba, de
manera silenciosa, en su llanto.
Después
de casi media hora, comenzó a serenarse.
-
¿Puedo hacer algo por ti?, aunque sea
compañía.
-
Gracias –contestó. Y yo permanecí en
silencio esperando que dijera algo más, y continuó- es que me he separado y hoy
es el primer día que estoy sola.
-
Lo único que puedo decirte es que, si
tienes más necesidad de llorar, lo hagas. Alivia mucho. Si quieres hablar,
puedes hacerlo, también alivia y más conmigo que soy un desconocido. Y, si lo
necesitas, puedo hacerte compañía el tiempo que quieras. Vivo solo y, de
momento, estoy sin trabajo, así que tengo todo el tiempo del mundo.
-
Gracias –parecía que se le había
abierto el cielo, hasta esbozó una ligera sonrisa- no me vendría mal un poco de
compañía, si no te importa.
-
No me importa en absoluto. Pero ¿Qué te
parece pasar a mi casa?, aquí sería un poco incómodo. Te invito a cenar y a
tomar un té.
Cuantos
prejuicios tenemos los seres humanos. Diana necesitaba compañía, quería
tenerla, tenía abierta la posibilidad y seguía insistiendo.
-
Es que no quiero molestar.
-
Anda, vamos Diana. No me molestas.
Apaga las luces y vamos –tenía que ser categórico para que no añadiera más
victimismo a lo que parecía una triste historia.
Apagamos
las luces y pasamos a mi casa. En ese momento Diana era como un bebé que
necesita compañía, cariño y una mano que guie sus pasos. Parecía perdida en la
soledad de la vida.
Sentados
en el mismo sofá, en el que, no hacía mucho, había tenido las espectaculares
visiones de otras vidas pasadas y de la progresión de esta misma vida, y con un
té bien caliente ante nosotros, comenzó Diana a relatarme su historia.
Era una
historia como tantas, una triste historia de amor y desamor. Con veintinueve
años de edad, acababa de romper una relación de tres años con el que parecía
ser el gran amor de su vida y que, por boca de su pareja, eran la media naranja
una del otro, eran la complementación perfecta.
Pero
parece que el gran amor y la perfecta complementación, no llegó a durar más de
seis meses. A partir de entonces las risas se tornaron en lágrimas, el amor en
desconfianza, en críticas y en silencios. Durante dos años y medio ambos
pasaban del amor al desamor con una facilidad pasmosa. Nunca hubo engaños con
personas ajenas a la pareja. El único engaño era el que cada miembro de la
pareja se hacía a sí mismo intentando salvar una relación que era insalvable.
Después
de muchos intentos, decidieron de mutuo acuerdo, seguir cada uno su vida por
separado y hoy, fue el día que llevaron a efecto su decisión.
Pero
sea por decisión propia, de mutuo acuerdo, o por decisión de la otra parte, es
duro. Hasta duele físicamente.
-
Recuerdas cuando te dije que al cuerpo
le envuelven varias capas de energía que forman el aura de la persona.
Era la
voz de Ángel, pero ¿cómo podía ser?
-
Como ahora ya sabes quién soy puedo
hablarte sin esperar a encontrarnos. Y quiero aprovechar el sufrimiento de Diana,
para que entiendas la razón de su dolor, que es el mismo que tú sentiste con la
ruptura de tu pareja y el que sienten todas las parejas cuando se separan.
>>
Cuando dos personas se unen para formar una pareja se forma un aura común,
independiente de sus auras individuales. Y, además, se establece una conexión
entre sus chakras.
-
No sé qué son los chakras –era la
primera vez que escuchaba esa palabra.
-
Los chakras son centros de energía que
se encuentran en el aura. Hay cientos de chakras, pero algunos son más
importantes, por su tamaño y por el trabajo que realizan.
>>
La función de los chakras es expulsar la energía gastada, sucia y enferma del
aura de la persona y, a su vez, proveerla de nueva energía. El chakra es como
un embudo con la parte delgada hacia el cuerpo y funciona como un remolino,
dando vueltas a izquierda y derecha. Cuando gira a la izquierda expulsa la
energía y cuando lo hace a la derecha la recibe.
>>
Los chakras más importantes, los que se denominan chakras mayores, se
encuentran a lo largo de la columna, que es coincidente con el canal central
energético que se llama sushamna. Desde la base de la columna hasta la
coronilla están repartidos esos chakras.
>>
Pues bien estos chakras se encuentran unidos entre los dos miembros de la
pareja. Si pudieras verlo sería como una cuerda, que en este caso es energética.
>>
Cuando se separa la pareja, esa conexión se rompe y duele. Y va a doler hasta
que la parte de la conexión rota en cada uno se repare y esa energía sea
absorbida por el chakra correspondiente. Ese proceso puede durar un día, una
semana, un mes, un año o muchos años, depende de la fortaleza mental y
espiritual de la persona.
>>
Por esa razón Diana se siente tan sola y desconsolada, porque está sintiendo
las emociones más negativas de cada chakra.
>>
Antay lo estás haciendo bien.
Ángel
se calló y me quedé pensando en mi teoría de que somos como conejillos
correteando en la superficie de la Tierra sin tener el más mínimo conocimiento
de nada. Y sabiendo “nada” tenemos que dominar a la mente, entender que somos
todos iguales e hijos de Dios, que estamos aquí para aprender a amar y que,
además, ha sido nuestra elección.
¡Claro!, Diana, al igual que yo, de esto no
sabe nada, y es la primera vez que se encuentra sola, sin ninguna esperanza de
que se revirtiera la situación.
Le
ofrecí comer alguna cosa que aceptó y, entonces, hablé, un poco, de mí. No
mucho. Lo justo para que entendiera que su situación era “el pan nuestro de
cada día” y que somos muchos los que pasamos por el mismo trance.
Mi día
había sido intenso. El trabajo en la empresa del padre de Indhira, el encuentro
con Ángel, con las regresiones incluidas, y para rematar el día el encuentro
con Diana. Después de cuatro horas, desde que llamó a mi puerta, me encontraba
un poco cansado y necesitaba dormir, pero ella, que había comenzado a sentirse
mejor, no daba señales de cansancio o de querer pasar a su casa. Supuse que
entrar sola en su casa activaría nuevamente su soledad y le ofrecí quedarse a
dormir en el sofá en el que estaba sentada.
Aceptó
sin dudarlo ni un instante. La tuve que acompañar a su casa, porque no quería
pasar sola, para recoger su pijama y regresamos, ya para dormir.
En diez
minutos estábamos, ella en el sofá y yo, en mi habitación, en la cama. Y en
cinco minutos más dormía como un bebé.
Tuve un
sueño extraño, del que recuerdo pelos y señales, en el que la protagonista fue
una bolsa de basura:
“La bolsa de plástico negra con capacidad para cincuenta litros y que
apenas estaba llena hasta la mitad se encontraba descansando al lado de la
puerta de casa esperando, como cada día, que alguno de los miembros de la
familia la sacara para realizar sus acostumbrados paseos. Primero de la mano de
los dueños de la casa hasta el contenedor y, después, en el tour turístico en
el que se encontraban las bolsas del vecindario hasta, lo que para ellas era,
el balneario de vacaciones, aunque también podrían denominarlo como “el jardín
del Edén” o “el paraíso”, porque allí iban a diseccionarlas completamente para
reciclar a cada uno de los integrantes de la bolsa para su reutilización.
La bolsa se estaba impacientando. Se acercaba la hora en la que el
vehículo que la transportaba solía llegar y, en la casa, no se apreciaba ningún
tipo de movimiento.
No le gustaba el retraso porque cada vez que se retrasaba luego tenía
que estar, durante toda la noche y buena parte del día siguiente, en el
contenedor completamente sola.
¡Ah!, ¡por fin había movimiento en la casa! El esposo se estaba poniendo
los zapatos a la vez que le decía a su esposa:
-
Cariño,
me voy a la reunión del colegio.
-
Llévate
la basura al salir –le dijo su esposa.
-
No
puedo –contestó el esposo- ya voy tarde
-
Pero
si solo es medio minuto cruzar al otro lado –le dijo la esposa un poco molesta-
Di que no te apetece y quedas mejor.
-
Te
he dicho que no puedo –volvió a repetir el esposo levantando la voz.
-
No
es que no puedas –gritó la esposa- lo que pasa que no te sale de las narices
bajarla. Te recuerdo que la basura la hemos hecho los tres. Y siempre la saco
yo sin tener que salir.
-
Pues
no me sale de las narices, ¿vale? -y dando un portazo se fue de la casa,
dejando a la pobre bolsa de basura allí, tirada en el suelo y, lo que es peor,
a su esposa roja de ira.
La bolsa estaba perpleja. El matrimonio había discutido por ella. ¡Ella
que solo era una bolsa de basura!
-
¡Qué
importante debo ser! -pensó la bolsa de basura, cuando discuten por mí- En esta
familia, yo, una bolsa de basura, soy más importante que el amor y el respeto.
Aunque no deben de quererse mucho cuando discuten por mí como si yo fuera la
amante de uno de ellos.
La
esposa tuvo que sacar la bolsa de basura y a cada paso que daba renegaba más y
más de su esposo, mientras el ego de la bolsa de basura se inflaba tanto que
podría haber ido ella sola al contenedor volando. ¡Qué importante soy!, seguía
pensando la bolsa de basura”.
Fue
extraño, pero muy real. Es como si fuera una enseñanza más de Ángel. ¡Es
increíble!, discutimos con la pareja hasta por una bolsa de basura.
Me pareció volver a escuchar la voz de Ángel:
>>
A partir de aquí, solo les queda irse a vivir juntos. Y lo hacen porque vivir
separados les supone un verdadero tormento.
>>
Pero ¿Cuál es el objetivo de la pareja?, está claro que ser felices. Pero
tienen un error de concepto, esperan ser felices con el amor que reciban de la
otra parte. Esperan ser felices cada uno de los miembros de la pareja, pero no
pasa por su cabeza el que sea feliz la otra parte por el amor que uno mismo le
entregue al otro. Los dos quieren recibir, pero no se han planteado que tienen
que dar.
>>
Una cosa está clara, si no tienen en su interior suficiente amor no podrán dar
mucho. Y para dar amor hay que aprender a amar, lo mismo que para respetar hay
que practicar el respeto, ser generoso con uno mismo para poder serlo con los
demás, valorarse uno mismo para valorar al otro, en definitiva, hay que ser
feliz por uno mismo, para ser felices en pareja.
Cuando abrí los ojos, por un momento me asusté porque
sentí movimiento en la cocina, hasta que fui consciente de que Diana estaba en
la casa.
Me asomé a la cocina y la encontré preparando el
desayuno.
-
Buenos
días. Has sido tan amable y me has hecho un favor tan grande que la única
manera que se me ocurrió para compensarte fue preparando el desayuno –me dijo,
y continuó- Nunca entenderás cuanto bien me has hecho con tu compañía. Espero
que no te moleste.
-
Buenos
días. No me molesta en absoluto. Es un placer levantarse y encontrarse el
desayuno preparado –era sincero, aunque mi pensamiento, que había permanecido
en silencio, me decía muy bajito, como si tuviera miedo de que Diana pudiera
escucharle “ten cuidado que hoy te prepara el desayuno y mañana ya veremos a
ver si no se queda a vivir en tu cocina”.
Desayunamos hablando de los planes inmediatos de Diana.
Tenía una semana de fiesta en la empresa en la que trabajaba como
administrativa. En la semana esperaba dejar la casa en condiciones para vivir
lo más cómoda posible. Lo primero era abrir las cajas para ir colocando la ropa
y las cosas que había traído con ella.
-
¿Qué te
parece si paso contigo y probamos el microondas a ver si vuelve a saltar el interruptor?
–pensaba que si no hacíamos eso nos íbamos a encontrar en el punto de partida.
-
Sí. Gracias. Porque estos primeros días
voy a cocinar poco y todo será a base de microondas.
Cuando
terminamos de desayunar Diana insistió en lavar los platos. Cuando terminó
pasamos a su casa.
El
problema del microondas era un cruce en el enchufe con lo que quedó funcionando
en poco tiempo y viendo todo el trabajo que Diana tenía por delante y
observando que su estado de ánimo había vuelto a resentirse, al entrar en la
casa, me ofrecí a ayudarla a abrir cajas mientras ella colocaba lo que yo iba
sacando de las cajas.
Diana
se encargó de pedir unas pizzas para almorzar y no demorar el trabajo que iba a
buen ritmo, por lo que hoy mismo es posible que su departamento estuviera en
perfecto orden, como si hubiera vivido en él toda la vida.
Sacando
unos marcos de fotos de una de las cajas recordé las fotos que el padre de
Indhira tiene en la mesa de su despacho y, entonces, fui consciente de que
llevaba veinticuatro horas sin acordarme de Indhira, ni de mi desastrosa
despedida del sábado anterior. Es cierto que el tiempo lo va curando todo,
porque ya no me parecía tan desastrosa como en un principio.
No cabe
ninguna duda de que nuestro estado emocional está conectado, por completo, al
pensamiento. Un día intenso de trabajo, sin tiempo para pensar, ha sido
suficiente para dejar de lado toda la parafernalia asociada a la mente. No me
he sentido mal por mi actuación con Indhira, ni me he sentido ni bien ni mal
por la impresión que causó en mí, ni tan siquiera le he dado vueltas a la
progresión o a las regresiones realizadas con Ángel, ni me he cuestionado que
estaba haciendo abriendo cajas para Diana, a la que ayer no conocía. ¡Cuánto
poder tiene el pensamiento!
Comenzaba
el trabajo, propuesto por Ángel, de amarme a mí mismo, aprendiendo, primero, a
compararme con otros más bajos, más feos o menos inteligentes que yo y,
segundo, dejando de compararme. Ahora me atrevo a añadir un nuevo punto,
centrarme, con total atención, a lo que sea que esté haciendo, en cada momento.
Es lo que Ángel define como “todo está bien”. Pero, también, he aprendido otra
cosa: Nadie aprende en cabeza ajena. De poco sirven los discursos. Es mucho más
importante un segundo de práctica que toda la teoría del mundo.
A las
siete de la noche el departamento de Diana estaba en perfecto estado de
revista. Nadie hubiera dicho que se había mudado la tarde anterior. Hasta
colgamos algunos cuadros y fotos que le hacían ilusión en el salón y en su
habitación.
Durante unos momentos tuve una
ligera discusión con mi pensamiento. Él insistía en que debía de irme a casa,
haciendo una despedida parecida a la que le había hecho a Indhira. Mi opinión
era diferente. Pensaba que estaba sola y que se sentía desprotegida. No es que
quisiera convertirme en su protector, pero no podía dejarla abandonada sin más.
Ganó mi opción y le ofrecí a Diana
cenar antes de despedirnos. Yo me encargué de pedir algo para la cena.
Estábamos los dos tan cansados que,
una vez terminada la cena, decidí despedirme.
-
¿Estarás bien? –le pregunté mientras me
levantaba para irme a casa.
-
Si, Antay. Muchísimas gracias. Has
hecho hasta bonito el que podía haber sido el peor día de mi vida. Te lo
agradezco infinito. Nunca llegarás a entender el bien que me has hecho. Nunca
lo olvidaré.
-
Bueno, Diana, no exageres. Cualquiera
hubiera hecho lo mismo. Descansa. ¡Hasta mañana!
11
Yo te bendigo
El resto de la semana paso en un santiamén. El
miércoles volví a comer con Diana, esta vez en mi casa. Había hecho suficientes
macarrones y pensando en lo sola que podría encontrarse llamé a su puerta para
invitarla.
-
Hola Antay –me saludó cuando abrió la
puerta. Intentaba sonreír, pero no conseguía más que una extraña mueca- Me
alegro verte –dijo. Y estaba seguro de que era cierto y no un simple cumplido.
-
¿Cómo estás? –pregunté, más por
cortesía que para conocimiento. Estaba claro que no estaba bien.
-
He tenido días mejores –pobrecita,
pensé. Su tristeza, de inmediato, hizo que mi mente viajara a la misma
situación en la que yo llegué a encontrarme por la misma razón. En ese
instante, me hice la promesa de ayudarla en todo cuanto pudiera para que su
dolor fuera lo más corto posible.
-
Te invito a comer. He hecho unos
macarrones exquisitos. ¿Te animas?
-
Sí. Gracias –salió, cerró su puerta y
entró conmigo en mi casa. Nada más entrar dijo- Tengo otro problema. Aún no lo
saben mis padres y aunque sé que se van a alegrar porque nunca les gustó
Rafael, tendré que aguantar el sarcasmo de mi padre y la conmiseración de mi
madre.
-
Creo que tendrías que decírselo ya –le
dije y continué- cuanto antes enfrentes los problemas mejor, porque si no
tendrás un doble sufrimiento. Uno por la separación y otro por tener que
hacerlo público. Por lo menos libérate del segundo.
-
Tienes razón. En cuanto terminemos de
comer llamo a mi madre y se lo cuento.
-
¿Tienes hermanos? –pensaba que un
hermano con el que se llevara bien sería de mucha ayuda en este momento.
-
Tengo un hermano mayor, pero es como si
no lo tuviera. No nos llevamos bien. Y no sé por qué. Nunca hice nada. Para mí
siempre fue mi ídolo, pero parece que no quería admiradores. Siempre me trató
como si fuera un trapo.
Nos
sentamos a almorzar y en un momento de silencio volví a escuchar la voz de
Ángel:
>> Cuando encarnan, todas las almas
tienen los mismos objetivos, que son recordar su divinidad y aprender a amar. Pero
cada alma tiene un recorrido diferente en la materia. Unas han vivido más vidas
que otras, todas con diferentes experiencias, y cada una llega a la materia con
un carácter diferente, en función de las vidas vividas.
>> Los hermanos no tienen por qué
ser, almas afines. Tienen, una vez en la materia, objetivos diferentes y eso
hace que en más ocasiones, de las que fueran de desear, exista entre ellos
rivalidad, celos, envidia, lo que hace que en su subconsciente se vayan
generando razones para la separación.
>> Eligen, ambos, nacer en una
misma familia para limar asperezas que hayan podido tener en vidas pasadas, para
cerrar círculos, pero como ya hemos dicho, al no recordar la razón de su
encarnación, viven desde la mente dándole a esta todo el protagonismo, primando
en ellos los pensamientos erróneos y las caóticas emociones que les embargan.
>> De esta manera desaprovechan
una magnífica oportunidad para avanzar en su aprendizaje del amor y en su
camino hacia Dios, lo que les va a obligar a encontrarse en una próxima vida
para trabajar, también, el desaguisado generado en la vida actual.
>> Todos los círculos deben
cerrarse. No puede quedar en suspenso una mala relación. En el amor no existen
celos, ni envidias, ni egoísmo, ni manipulación. El amor abarca a todos. Si
queda algún cabo suelto es síntoma inequívoco de que aún falta un trecho en el
aprendizaje.
>> ¿Crees tú que alguien pueda
acercarse a Dios llevándose mal con su hermano? Es imposible.
- Descubrí
que si Ángel podía hablarme sin estar presente, yo podía hablarle sin palabras
y le pregunté en el mismo silencio con el que él me hablaba- ¿Qué puede hacer Diana
para cambiar esa relación con su hermano, para que sea armónica?
- Con su
hermano y con cualquiera. No debe entrar al trapo en ninguna ofensa, en ninguna
discusión, en ningún desprecio. Si siente que, en su interior, existe algún
tipo de ira o resentimiento, debe perdonar, de la misma manera que ya te
expliqué y, después de eso, puede bendecirle.
-
Nunca me has hablado de la bendición-
quise aclararle, aunque supongo que no necesitaría tal aclaración.
-
Para bendecir tiene que hacer lo mismo
que para perdonar. Tiene que imaginar que su hermano está delante de ella. Si
medita y lo hace después de la meditación es perfecto, pero si no medita puede
sentarse y hacer tres o cuatro respiraciones, por la nariz, llevando la
respiración al abdomen y manteniendo la atención en la respiración. Puede
imaginar un rayo de luz que llega a su cabeza y baja hasta su corazón. Dejar
que ese rayo salga de su corazón y llegue al corazón de su hermano mientras
repite: Yo te bendigo con paz, con amor, con abundancia, con prosperidad, con
felicidad, con alegría. Yo te bendigo.
>>
En la bendición la energía del chakra cardiaco, que es la sede del amor, de la
ternura, de la compasión, de la misericordia, crece, y puede hacerlo hasta
cuatro o cinco veces. Y eso le pasa tanto a la persona que bendice como a la
persona bendecida. Mientras dura esa expansión del chakra cardiaco, que no va
más allá del tiempo que dure la bendición, la persona se siente en un estado,
casi, de éxtasis. Aunque no sea consciente o no sepa que ocurre, su
inconsciente si lo sabe y sabe que procede, en este caso, de su hermana, y en
el siguiente encuentro, seguro que, la relación es más suave.
Durante
mi conversación con Ángel me había olvidado, por completo, del mundo y, en ese
mundo estaba almorzando con Diana. Fue ella la que me sacó de mi estado.
-
Antay…., Antay… ¿dónde estás?
-
¡Oh! Disculpa Diana, creo que se me fue
el santo el cielo. Estaba pensando que es lo que podrías hacer con tu hermano y
me ha llegado una especie de revelación, ¡tienes que bendecirle!
-
¿Qué? –Diana puso una cara de lo más
extraño.
Le
expliqué lo que segundos antes me había mencionado Ángel, sin decirle la
fuente. No sé por qué, pero me pareció que, todavía, no era el momento.
Como la
conversación derivó a temas más espirituales aproveché para hablarle de la
fuerza del perdón y de la posibilidad de bendecir y perdonar, si es que
guardaba en su interior algún tipo de rabia, de ira o de resentimiento hacia
Rafael, su pareja.
Después
de una larga sobremesa Diana pasó a su departamento con la firme intención de
llamar a su madre y contarle las novedades de su vida.
El
jueves, también comimos juntos, en esa ocasión, en su casa. En el encuentro me
relató la conversación que tuvo con su madre, en la que ante la fuerza y la
determinación de Diana, su madre se sintió tranquila, sin hacer leña del árbol
caído. Habían quedado en que Diana iría el viernes a comer con ellos e insistió
en que nosotros cenáramos el mismo viernes para contarme como fue el encuentro
con sus padres.
Así lo
hicimos. Diana estaba eufórica porque había conseguido pasar el mal trago de
decírselo a sus padres sin que, en ningún momento, su padre hiciera gala de su
sarcasmo ni su madre de la pena. Había conseguido relatar los hechos con total
frialdad, sin que las lágrimas afloraran a sus ojos.
Cuando volví a mi departamento
fui consciente de que volvía, no solo contento por ella sino, también,
orgulloso por cómo había llevado el tema con sus padres.
Me había convertido en tan solo
cinco días en protector de Diana.
-
No ha sido en cinco días –era la voz de
Ángel.
>>
Llevas muchas vidas protegiéndola. Lo has hecho como padre, como hermano, como
pareja y como amigo, en muchas vidas.
>>
Así como ella y su hermano, en esta vida, tienen un círculo que cerrar,
vosotros lo tenéis bien cerrado y vuestros encuentros son para ayudaros, de
manera desinteresada, y para disfrutar de vuestra mutua compañía.
Antes
de que pudiera decir nada Ángel cerró el canal de comunicación.
El
sábado, bien temprano, recibí otra llamada de trabajo. La tercera. La avería
resultó ser más complicada que las anteriores, sobre todo, porque tuve que
llevarme la computadora para reparar y comprobar en casa.
Así que
la tarde del sábado y el domingo los pasé trabajando. Aunque el domingo no lo
hice solo. Diana cuando se enteró que tenía trabajo, trajo comida y, en la
tarde, después de almorzar, mientras yo trabajaba reparando la computadora,
ella se quedó en el sofá viendo una de las películas románticas que a mi tanto
me gustaban.
Terminamos,
casi al unísono, ella de ver la película y yo de reparar la computadora.
Decidimos salir a dar un paseo y comer algo para volver a casa y no tener que
preparar cena.
Fue un
paseo agradable. Como dos amigos, como dos hermanos, sin expectativas por parte
de ninguno de los dos. En el paseo Diana me comentó que el lunes volvía al
trabajo y que su horario era bien demandante. Se iba de casa a las siete de la
mañana y no volvía hasta las siete o las ocho de la noche. Pensé que la
explotaban, porque el horario pactado era de ocho a cinco, con una hora de
descanso para el almuerzo y de las dos o tres horas de más que hacía no cobraba
ni un minuto extra. Todo el tiempo de más lo hacía para tener a los jefes
contentos. ¡Ya podían estarlo!
Una vez
solo en casa, mi pensamiento se puso por su cuenta, a hacer un balance de mi
semana. Fui consciente de que no había pensado en Indhira ni un solo día.
Estaba claro que fue una fiebre pasajera.
12
Otra
vez el miedo
El martes a las diez volví de nuevo a la
empresa del señor Moretti tal como habíamos concertado el día que estuve
solucionando los problemas de la aplicación. La señora Claudia, tan amable como
la primera vez que fui a la empresa, me comentó que su jefe me atendería
enseguida, que estaba con una visita.
Está claro que para lo miedoso
que soy, en cuanto a reflejos se refiere, no se puede decir que fuera muy
rápido, ya que sentado, esperando al señor Moretti, fui consciente de algo que
no me había planteado hasta ahora. ¿Me había citado solo para agradecerme por
mi trabajo?, era extraño. También, es posible que quisiera conocerme para que
me hiciera cargo de las reparaciones de los terminales de su empresa, de manera
prioritaria, ahora que su informático estaba en el hospital pensando en
jubilarse, según me comentó su asistente la señora Claudia. Sea lo que fuere
iba a enterarme en breve.
Estaba enfrascado en mis
pensamientos cuando escuché como se abría una puerta y un taconeo que se
acercaba hasta donde me encontraba. La persona que se acercaba era, nada menos,
que Indhira.
Estaba preciosa y mi corazón
dio un vuelco tan tremendo que pensé que se me saldría por la boca. Estaba
claro que no era una fiebre pasajera como pensaba la noche del domingo. Si
fuera eso me hubiera quedado tan fresco al verla y no fue así.
Estaba llegando adonde yo me
encontraba esperando, cuando fue consciente de quien era la persona que estaba sentada
en la sala de visitas.
-
Antay –exclamó con cara de sorpresa-
¿Qué haces aquí?, ¡no me digas que necesitas un departamento!
-
Hola Indhira, ¿cómo estás?, no, no
vengo a ver ningún departamento. Estoy citado creo que con tu papá.
-
Mi papá, que es tan puntual como tú, me
estaba echando porque tenía una reunión con un informático. No tenía ni idea de
que fueras tú. Nos dijo en casa que ese informático le había salvado de un
problema grave porque Ramón, el informático de toda la vida, estaba en el
hospital y que tu aparición fue casi milagrosa.
-
Supongo que el destino hizo que me
encontraran y que yo no tuviera otro trabajo ese día. Nada milagroso. Aunque
para la persona que tiene el problema si pudiera parecerlo.
-
Tu siempre tan modesto. A ver si nos
vemos y seguimos nuestra charla del sábado pasado, que fue muy agradable.
¡Llámame un día y quedamos, si te parece!
-
Sí que lo haré –le dije convencido.
Mientras
Indhira se separaba de mí para despedirse de Claudia.
-
Señor Llica –era la señora Claudia- el
señor Moretti le espera. No sabía que conocía a la señorita Indhira.
-
El día que vine no sabía que pudiera
estar relacionada con esta empresa–dije a la señora Claudia mientras me
acompañaba al despacho del señor Moretti.
-
Y tanto que está relacionada –dijo
mientras abría la puerta del despacho y me anunciaba- Señor Moretti, el señor
Llica.
-
Adelante –escuché que decía el padre de
Indhira.
La
señora Claudia cerró la puerta y me encontré de nuevo en el despacho en el que
había estado trabajando la semana anterior. El señor Moretti se veía como un
hombre agradable y bonachón. Cabello entrecano, barba blanca arreglada, ojos
idénticos a los de su hija, una sonrisa, que daba la impresión de ser
permanente, iluminando su cara, y una prominente barriga.
-
Antay, es un placer saludarle –dijo
adelantándose hacia mí, extendiendo la mano para estrechar la mía- y quiero
darle las gracias por su magnífico trabajo.
-
El placer es mío señor Moretti
–respondí mientras nos estrechábamos las manos- No tiene que darme las gracias,
solo hice mi trabajo.
El
mundo pareció detenerse en ese mismo instante y volví a escuchar la voz de
Ángel:
-
Antay, cuando alguna persona te dé las
gracias por alguna razón, como ahora, no debes contestar “de nada” porque
cierras la puerta a la energía de la gratitud, que es una energía tan poderosa
como la energía del perdón, de la bendición y del amor.
>>
Al agradecer atraes más de lo mismo por lo que estás agradeciendo. Y, además,
estás generando una energía que te ayuda a disfrutar de los placeres que rodean
tu vida, ya sean grandes o pequeños.
>>
Por lo tanto, agradece por todo. La casa donde vives, la cama donde duermes, la
comida, el agua de la ducha, agradece hasta por el reloj que te despierta cada
mañana. Y cuando digo todo, es todo, hasta lo más nimio.
>>
Ser agradecidos tiene el poder de cambiar el estado de ánimo y hace que las
personas se sientan especiales.
>>
Una buena contestación sería, “ha sido un placer”, “gracias a ti”, “disfruté
con el trabajo”, “encantado”, “cuando quieras”, “con mucho gusto”. Tenlo
siempre presente, porque respondiendo así se produce un efecto multiplicador.
Es como si se pusiera un espejo frente a ti y la imagen se hiciera infinita.
-
El señor Moretti seguía hablando-
Siéntese, por favor, -y continuó- la primera intención, cuando hablé con usted,
era para concretar como lo podíamos hacer, para contar siempre con sus
servicios, ahora que Ramón, el informático que se encargaba de solucionar los
problemas, se jubila. Pero cuando llegué de Bogotá hablé con Ramón, para
interesarme por su salud y de sus intenciones, y cuando le comenté el problema,
con el que usted tuvo que enfrentarse, me dijo que usted debía de ser muy bueno
en su trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que no sabía nada de nuestra
aplicación y por el poco tiempo en que solucionó el problema. Me confesó que a
él le hubiera costado toda la mañana encontrar la falla y, es posible, que
hubiera tenido que pedir ayuda.
>>
Eso me llevó a replantearme mi primera idea que no era otra que ofrecerle ser
el informático principal de la empresa, desde el exterior, es decir, trabajar
como lo hacía Ramón. Llamarle cuando teníamos algún problema.
>>
Pero, permítame, antes, una pregunta: ¿A qué se dedicaba la empresa en la que
trabajaba y cuál era su trabajo?
-
Era una empresa de venta, instalación y
reparación de equipos y aplicaciones informáticas y, también confeccionábamos
páginas web. Y yo era el encargado. El dueño no aparecía nunca.
-
¿Por qué cerró? –seguía preguntando el
señor Moretti.
-
El dueño llevaba una vida muy por
encima de sus posibilidades y todo el dinero que entraba era para costear esa
vida, hasta que reventó la empresa.
-
¿Cuánto tiempo llevaba usted en la
empresa?
-
Diez años.
-
Entiendo. La nueva idea es la
siguiente: Voy a poner en marcha algo que me ronda por la cabeza hace un par de
años, ampliar el negocio. Quiero implementar un departamento de informática que
se encargue, no solo, del mantenimiento de todos los terminales y de las
aplicaciones, de todas las oficinas, sino, también, que se encarguen de
introducir y dar de baja del sistema todas las propiedades. La idea es que los
comerciales se encarguen más del trabajo de campo y de atención de clientes,
liberándoles, en lo posible, de tareas administrativas. Este nuevo departamento
tendría, además, a su cargo la instalación de nuevas aplicaciones en las
oficinas de Colombia, que en la actualidad son ocho en Bogotá, pero tengo
previsto ampliar a otras capitales como Barranquilla, Medellín y Bucaramanga.
>>
¿Qué le parece la idea? –concluyó el señor Moretti.
-
No le puedo decir señor. No conozco el
rubro de la inmobiliaria. Conozco la informática y sé que puedo hacer cualquier
cosa. Pero me parece que una sola persona para todo eso es totalmente
insuficiente.
-
Por supuesto que es insuficiente. He
pensado que el departamento podía iniciar su andadura con seis personas, dos
técnicos de primer nivel y cuatro administrativos, más el director – el señor
Moretti hizo un silencio, supongo que esperando mi opinión.
-
¿A cuántos comerciales tienen que
apoyar los administrativos informáticos?, y ¿cuántas fallas presentan los
equipos? –era imprescindible tener, al menos, esa información para estimar las
personas necesarias.
-
Comerciales son algo más de mil. Las
altas para introducir en el sistema podrían ser, como máximo, unas cien
diarias. El tiempo para introducir cada alta puede variar entre quince minutos
y cuarenta y cinco minutos. Las bajas se dan en un minuto cada una. Y las
averías o problemas de equipos, calcule uno a la quincena, aunque espero que se
reduzcan, ya que al centralizar el trabajo en los administrativos informáticos
se reduciría el parque de terminales, como mínimo, en un cincuenta por ciento.
>>
Mi cálculo ha sido, que para introducir en el sistema cien altas a media hora,
por término medio, son un total de cincuentas horas al día. Si cada administrativo
trabaja ocho horas, diarias, serían necesarias seis personas. Por supuesto, los
técnicos mientras no tengan que realizar reparaciones apoyarían, durante toda
la jornada, al personal administrativo. Esa sería una condición que aparecería
en el contrato.
>>
¿Qué le parece? –y el señor Moretti se quedó esperando mi parecer.
-
Aunque no sabía muy bien donde quedaba
yo en todo el montaje, le di mi opinión- Me parece correcto. Supongo que si
esas personas no fueran suficientes se plantearía su incremento, al menos, en
un administrativo, -y continué- ¿Me cuenta todo esto porque piensa en mí como
uno de los técnicos?
-
No exactamente –y un nuevo silencio del
señor Moretti, mientras me miraba fijamente a los ojos. Es como si fuera
analizando a su interlocutor, (yo en este caso), en los silencios que iba
dejando después de sus preguntas y, sobre todo, de sus respuestas.
-
Alguien tenía que romper el silencio-
Entonces, ¿cómo un administrativo?
-
No. Quiero que sea el director del
departamento. Que lo organice, que busque al personal, que visite todas las
oficinas en Perú, tenga en cuenta que tenemos 60 oficinas, repartidas 30 en
Lima y otras 30 en provincias, que retire los terminales que considere oportuno
y que prepare la operativa con la que vamos a funcionar. Y para todo esto tiene
sesenta días.
>>
¿Está de acuerdo?
-
¿Me permite que me tome un par de días
para pensarlo? –la verdad es que estaba un poco asustado.
-
Sí, me parece correcto. Su despacho y
las oficinas, del que sería su departamento, estarán en la planta de arriba de
este mismo edificio. Todos los viajes son a cargo de la empresa más una
cantidad fija para gastos personales cada vez que viaje. Para los
desplazamientos por carretera, y los desplazamientos en Lima y el Callao,
tendrá vehículo de la empresa. Y contará con un asistente, que también tendrá
que buscar usted mismo, aparte de las otras seis personas. Por supuesto, a
todas las personas, que usted elija, las entrevistará el señor Ramírez, director
de recursos humanos, que tendrá la última palabra en la contratación.
>>
Del sueldo no se preocupe, será generoso y, contará, además, con un incentivo anual
si se cumplen objetivos.
>>
¿Qué le parece si nos encontramos el jueves a esta misma hora? Si su respuesta
es positiva, entre el jueves y viernes preparamos su contrato y el lunes
comenzaría a trabajar.
- Gracias.
Nos encontramos el jueves, -casi no me salían las palabras.
- Pues
nos vemos el jueves –dijo el señor Moretti levantándose y extendiendo la mano,
dando por concluida la entrevista.
Era tal
el estado de nervios en el que me encontraba que no fui consciente de haber
caminado para llegar a casa, pero estaba claro que lo había hecho porque me
encontraba sentado en el sofá de casa. Estaba aterrado ante la idea de fracasar.
No recuerdo haber tenido tanto miedo en toda mi vida.
Mi
pensamiento se había convertido en un ente siniestro que me iba haciendo preguntas,
cada una más truculenta que la anterior: ¿Seguro que estás preparado para
realizar ese trabajo?, ¿qué pasa si aceptas y fracasas?, vas a perder la
tranquilidad con la que vives ahora.
Esto
era igual que con las relaciones, que para no sufrir mejor no involucrarme
emocionalmente, pues para no fracasar en el trabajo mejor no aceptar la oferta.
Si ahora como trabajador independiente podía ganarme la vida, ¿para qué quería
más?
Llevaba
horas tirado en el sofá de casa inmerso en una batalla incruenta con mi pensamiento.
Estaba emocional y mentalmente agotado. Era consciente de la fuerza que el
pensamiento estaba ejerciendo sobre mí, presentando todo tipo de escenas
dramáticas, cada una más truculenta que la anterior y, lo más triste, no es que
me dejara llevar por ellas, sino que me daba perfecta cuenta del infierno
mental y del estado tan lamentable en el que me encontraba.
“¡Basta!,
¡no puedo seguir así!, ¡tengo que hacer algo!”, me grité a mí mismo.
Acostado,
como estaba en el sofá, comencé a cantar el himno a Gurú Ram Das, que era un mantra que había aprendido en mis
escasas incursiones en páginas de espiritualidad.
Cantaba rápido
y con rabia para evitar que la mente tuviera un solo resquicio por el que
deslizar, de manera sibilina, ningún pensamiento.
No habrían
pasado ni diez minutos cuando sonó el timbre de la entrada. Supuse que debía de
ser Diana, pero no me apetecía abrir y comenzar a explicar el absurdo miedo que
me envolvía de la cabeza a los pies, por algo que ella, como todos los
mortales, menos yo, calificaría como positivo, muy positivo. No siempre le
ofrecen a alguien que, además, está sin trabajo, dirigir un departamento en una
empresa solvente.
No me moví del
sofá y seguí recitando el mantra una y otra vez.
La velocidad
con la que recitaba el mantra se iba reduciendo de manera paulatina. La rabia
con la que cantaba llegó a desaparecer y, parece que, se llevó con ella el
miedo que, desde hacía horas, era el rey de mi pensamiento y de mis emociones.
Seguía
cantando con un ritmo lento y una entonación suave.
El
espacio que el miedo había ido desocupando se fue rellenando de una energía
que, a veces, sentía como un escalofrío recorriendo mi columna y que se
ramificaba por brazos y piernas. Sentía esa misma energía vibrando en mi
cabeza.
Y con
un poco de miedo, (hay que reconocer que soy un miedica), me atreví a
preguntar:
- ¿Estás
ahí?, -esperaba encontrar a ese pensamiento mío que se hace pasar por Dios o a
Dios haciéndose pasar por mi propio pensamiento.
Pero
no. Parece que esta vez no estaba. Si era Dios debía de estar disfrutando del
mantra, tanto como yo, y si era el pensamiento debía de haberse adormecido con
el canto, por lo que seguí cantando.
Media
hora más de canto fue suficiente para sentirme otra vez en mi centro, cuando
sentí dentro de mí:
- ¡Vaya,
parece que se ha evaporado todo tu miedo!,- Oh, pensé, parece que no estaba tan
solo como me imaginaba.
- Sí,
pero me ha llevado tiempo
- Y,
ahora, visto desde tu nueva perspectiva opina: Te quedas sin trabajo, estás
destrozado porque no sabes que va a ser de tu vida. Te ofrecen un empleo que
parece magnífico y te asustas. ¡Quién te entienda que te compre Antay!, estás
lleno de contradicciones. Otro cualquiera en tu lugar estaría dando saltos de
alegría y, por supuesto, haría aceptado la oferta en el primer segundo, sin
tener que pensarlo, ¿qué tienes que pensar?
- Tengo
que pensar si estoy preparado para el trabajo que me han ofrecido. ¿Qué pasaría
si no doy la talla?, ¿qué pasaría si fracaso?, sí, tengo mucho miedo.
- El
miedo, Antay, solo es por algo relacionado con el pasado o por las proyecciones
de fututo. Es como tu miedo a tener una relación por si un día esta fracasa. El
miedo solo está en tu mente que no se atreve a salir de sus propios patrones de
pensamiento.
>>
Te sientes cómodo revolcándote en el fango que es tu zona de confort.
>>
Aunque los cambios siempre llevan asociado algo de estrés, en tu caso, el
cambio es el estrés total. Pensar en pasar de la certidumbre, aunque sea un desastre,
como es tu caso, a la incertidumbre, a ti, te produce terror. Y ese terror solo
es el resultado de tus pensamientos. Vives en un permanente “y si…”, y a ese “y
si” le añades la peor de las situaciones. Nunca se te ocurre pensar “y si
triunfo”, “y si soy feliz”, “y si hago un trabajo extraordinario”. ¿Alguna vez
te has planteado pensar lo contrario de lo que piensas habitualmente?
>>
Como el miedo solo es el resultado del pensamiento, lo que tienes que hacer es
vivir en el presente, con total atención. En el presente no hay miedo, porque
no hay fracaso. Donde hay miedo no hay libertad. Vives en una cárcel.
- Sí,
pero aún hay más. Si acepto el trabajo, nunca podré quedar con Indhira. ¿Cómo
voy a llamarla?, se pensará que es por interés al ser la hija de mi jefe.
- Antay.
Ese miedo es más de lo mismo. Te dejo en tu encrucijada, para que puedas tomar
la decisión que consideres mejor para ti. Busca dentro de ti. Ahí está la
respuesta.
- Pues me
tendrás que perdonar, pero por mucho que busco no encuentro nada más que
confusión.
- Eso es
que buscas las respuestas en tu cabeza y no es el lugar adecuado –me preguntaba
para que me hablaba si no daba respuestas concretas y convincentes.
- No me
quedaba más remedio que insistir- ¿Cuál es el lugar adecuado?
- En tu
corazón están todas las respuestas. Ya te he dicho todo lo que te tenía que
decir. Aunque quiero recordarte que, con miedo o sin él, la decisión que tomes
siempre será la acertada. Con cualquiera de las opciones que elijas vas a
aprender. Pero intenta una vez tomada la decisión, sea la que sea, centrarte en
ella, sin preguntar qué hubiera pasado si hubieras elegido lo contrario. Sigue
cantando, te hace bien.
Y Dios
o ese pensamiento superior se callaron, quedándome solo, de nuevo, con mis tenebrosos pensamientos. ¡No entiendo
como todo eso, tan contradictorio, puede morar en mí!
Seguí
cantando. Gurú Ram Das estaba siendo un bálsamo para mí y no quería dejar de
cantar por si volvía el miedo y no podía controlarlo.
Pero
sí, por fin estaba volviendo la serenidad a mi mente. Sin ser consciente había
dejado de cantar permaneciendo, ahora, atento a mi respiración.
Después
de un día atenazado por el pánico, había llegado la paz. Pensé que era un buen
momento para tomar una decisión y, así, como la lava de un volcán sale con
fuerza por la abertura del cráter, llegó a mi garganta la respuesta que estaba
negando con mi miedo: “Voy a aceptar el trabajo. Si el señor Moretti confía en mí,
¿quién soy yo para no creer en mi valía? Solo tengo que ser yo y poner al
servicio de la empresa mi saber, mi voluntad, mi dedicación y mi entrega”.
El timbre
de la puerta hizo que diera por finalizada mi meditación.
Diana,
con cara de preocupación, estaba al otro lado de la puerta.
- Solo
entreabrir la puerta pude escuchar a Diana- estaba muy preocupada, porque antes
vine y me extrañó mucho que no estuvieras en casa, cuando sabía que no tenías
otra cosa que hacer.
- Hola
Diana, gracias por tu interés. Estaba en casa, pero sin mucho ánimo y me estaba
recuperando con una meditación.
- ¿Qué pasó?, ¿fue mal tu reunión de esta
mañana?, -se interesó Diana.
- No, al
contrario. Me ofrecieron ser el director de un nuevo departamento de
informática y me asusté. Pero ya estoy recuperado.
Le
conté a Diana como fue mi entrevista con el señor Moretti. Cuando finalicé se
quedó en silencio, durante un momento, como no entendiendo la razón de mi miedo.
- Y ¿cuál
es el problema?, ¿aspirabas a más? Pasar de no tener trabajo a encontrarte, de
la noche a la mañana, con la dirección de un departamento, en una empresa
importante, no parece que sea un castigo, ¿dónde está el problema, que no
acierto a verlo?, -Diana se quedó callada, con los ojos como platos esperando
mi respuesta.
- Era miedo
Diana.
- Pero
vamos a ver. ¿No eras el encargado en tu antiguo trabajo? Y, además, por lo que
me has contado, prácticamente sin jefe. ¿Cómo vas a fracasar en algo que
dominas a la perfección?
>>Antay,
tú, que me has estado sermoneando, desde que te conozco, diciéndome que me
centre en el presente, que deje de darle vueltas a una relación que ya no
existe y que tampoco me recree en deseos de futuro, ahora, vas tú y ante una
oportunidad única, que no es algo que se presente cada día, te asustas hasta el
punto de pensar en declinar la oferta. No es normal Antay. Tienes que superar
ese miedo y, tienes que hacerlo ya porque pasado mañana tienes que dar una
respuesta y esa respuesta tiene que ser sí. Además, me interesa que aceptes. Yo
quiero formar parte de ese nuevo equipo.
- ¿Sí?,
¿vendrías a trabajar conmigo?
- Con los
ojos cerrados. Confío en ti mucho más que tú mismo. Y para el resto del equipo
podrías contactar con tus antiguos compañeros. Seguro que más de uno está como
tú, sin trabajo.
- Tienes
razón. Hoy es el primer día de mi nueva vida y, también, de la tuya. ¿Vamos a
celebrarlo?
- Vamos.
Una nueva vida
- ¿Qué ha
decidido Antay? –me preguntó el señor Moretti, mientras se adelantaba hacia mí extendiendo
su mano para estrechar la mía, en cuanto entré en su despacho.
- Aceptar
la oferta. Será un placer trabajar para usted, -dije mientras nos estrechábamos
las manos.
- No va a
trabajar para mí, -me rectifico el señor Moretti- va a trabajar para mi
empresa.
- Pues
será un placer de igual manera, -contesté.
- Me he
adelantado, dando por supuesto su respuesta positiva, y ya tenemos preparado su
contrato. Solo falta añadir sus datos personales y podemos firmar hoy mismo.
Mañana puede comenzar a trabajar.
- Gracias,
-contesté- pero quiero que sepa que no ha sido una decisión fácil.
- ¿Qué me
dice?, ¿cuáles han sido sus dudas? –preguntó sorprendido el señor Moretti.
- Más que
dudas ha sido miedo. El primer pensamiento, cuando me ofreció el trabajo, fue
tener miedo a no dar la talla, a no responder a las expectativas que, se
supone, espera de mi trabajo, -me sentí bien contando mis temores.
- Antay,
es bueno ser responsable, pero un exceso de responsabilidad, que puede llevar
al miedo, ya no lo es, -y continuó- su valía está más que demostrada por su
trayectoria laboral y, con esto que acaba de decir me reafirmo en el concepto
que me formé sobre su seriedad y responsabilidad. ¿Se han disipado sus dudas y
desaparecido sus miedos?
- Por
completo señor.
- ¿Sabe?,
el martes por la noche me llamó mi hija para interesarse por su visita a la
oficina. ¡No sabía que se conocieran!, y cuando le expliqué mi plan y mi
ofrecimiento se pasó media hora alabándole y diciéndome que había tomado una
decisión acertada. Parece ser que le ha causado una gratísima impresión.
Me
hubiera gustado que se abriera la tierra y me tragara porque sentí como iban
subiendo los colores a mi rostro y, no podía disimular escondiendo mi cara, así
que allí estaba yo, rojo como un pimiento frente al señor Moretti que esbozó
una ligera sonrisa y comentó:
- ¡Vaya! Ya
veo que la grata impresión ha sido por parte de ambos, -y cerrando el tema con
mucha delicadeza dijo- Indhira es una gran chica. Vamos a ver al señor Ramírez,
nuestro director de recursos humanos.
La oficina de recursos humanos se encontraba en la planta superior, justo al lado del espacio que ocuparían las nuevas oficinas de informática.
El
señor Ramírez era un señor bajito, regordete y calvo. Un espléndido bigote
adornaba su cara en la que destacaba, además del bigote, unos grandes ojos
negros que parecían escudriñar todo. Era un hombre, que debía rondar la
sesentena, afable, educado, respetuoso y servicial.
Durante
dos horas permanecí con el señor Ramírez repasando el contrato y completándolo
con la información de mis datos personales. Allí me enteré cual sería mi
sueldo, ¡cinco veces mayor que el que tenía en mi antiguo trabajo!
Mientras
el señor Ramírez bajaba al despacho del señor Moretti para que este firmara el
contrato, pasé al que sería mi despacho. Había una antesala en la que se
ubicaría mi asistente. Estaba claro que nadie iba a pasar a mi despacho sin que
antes la persona que estuviera en dicha antesala le diera su visto bueno. Una
vez pasado ese filtro se llegaba al que iba a ser mi despacho. Era una sala de
unos 15 metros cuadrados con un gran ventanal que daba a la calle. Delante del
ventanal se encontraba la mesa, un sillón, que parecía muy cómodo, y una
estantería repleta de carpetas, todas iguales, rotuladas en el canto con el
nombre de cada una de las oficinas que la empresa tenía repartidas por todo el
país. No faltaba ningún detalle, teléfono, lápices, hojas de papel, en fin,
todo lo que se puede necesitar en una oficina, excepto computadora.
- Las
computadoras, tanto la suya como la de todo su departamento, serán las que
ustedes vayan retirando de las oficinas, -era la voz de Claudia, la asistente
del señor Moretti- que entraba en ese momento en la sala.
>>
Saliendo de su despacho a la derecha están las oficinas que ocupará su
personal, vamos a verlas, si le parece.
- Sí,
vayamos, gracias, -y salí tras ella para terminar que conocer el espacio que
ocuparían las personas de mi nuevo departamento.
El espacio parecía muy acogedor. Equipado con
mamparas de un metro de altura, podían trabajar, de manera cómoda, 15 personas.
En la
misma planta se encontraba una sala de juntas con capacidad para 20 personas,
baños separados, de hombres y mujeres, y una sala de descanso equipada con una
especie de cocina en la que había un microondas, una cafetera y una maquina
dispensadora de agua fría, natural y caliente.
- Cuando
el señor Moretti encargó el microondas, -comentó Claudia- todos pensamos que
era un gasto inútil y, sin embargo, es una de las piezas que más se utiliza.
Nos viene muy bien para calentar la comida los días que estamos agobiados de
trabajo y no nos da ni tiempo de salir a comer o para los que prefieren
calentar la comida que traen de casa en lugar de comer en cualquier cafetín.
- Antay,
-escuchamos al señor Ramírez- ya está todo listo. Bienvenido a la empresa. Si
le parece, pase a mi despacho y le explico todo lo que necesita saber y las
dudas que pueda tener.
- Si,
vamos. Gracias, -y a la asistente del señor Moretti- Gracias señora Claudia por
enseñarme la oficina.
El
señor Ramírez me explicó cómo funcionaba la empresa y contestó a todas mis
preguntas. Para finalizar me entregó una identificación, un celular de la
empresa, las claves para acceder a las aplicaciones, mi dirección de e-mail y
la llave de la entrada, que según dijo tenían todos los directores.
- Puede
comenzar mañana mismo. Si piensa salir a visitar oficinas, que no sea el lunes
porque a las 10 tenemos reunión de dirección. Ha sido convocada por el señor
Moretti para presentarle a usted, explicar a los demás directores cuáles serán
sus funciones y para que usted nos conozca a todos. Las reuniones y cualquier
otra información corporativa se avisan por e-mail.
>>
Me dijo el señor Moretti que usted mismo se encargará de su personal. Según los
vaya reclutando que vengan con su curriculum a recursos humanos. Les haremos
una entrevista. Serán, si no estoy equivocado, un asistente, dos técnicos y
cuatro administrativos, ¿es correcto?
- Si, así
es. Si le parece yo mismo les iré acompañando.
- Me
parece perfecto. Pues nuevamente le doy la bienvenida. Ha entrado en una muy
buena empresa. Hasta mañana. Como tenemos las oficinas contiguas nos veremos
con frecuencia. ¡Ah!, una cosa más, si necesita una computadora hasta que
empiecen a retirar las sobrantes de las oficinas le puedo prestar una.
- No
gracias, traeré la mía. ¿Podría quedarme ya a trabajar y ver algunas cosas en
mi despacho?, ¡para qué voy a esperar a mañana si no tengo otra cosa que hacer!
- Por
supuesto. Desde este momento puede entrar y salir cuando quiera. Eso sí, su
asistente siempre tiene que saber dónde está por si se le necesita para algo.
Pasé a
mi despacho para comprobar la información que aparecía en las carpetas. Era
completísima. Después supe que cada movimiento se registra y se envía copia a
todas las direcciones para que mantengan la información actualizada. Supuse que
esta información también aparecería en alguna de las aplicaciones de la
empresa, ya que si no era así sería uno de nuestros primeros trabajos
extraordinarios a realizar. Si se estaba creando un departamento informático,
se supone que todo debería estar informatizado.
Estuve
el resto de la mañana revisando información y programando el orden en que
visitaría las oficinas. El viernes quería visitar la que parecía más importante
y que se encontraba muy cerca de la oficina principal, para preparar desde
allí, la operativa, contando con la información, de primera mano, que me
pudieran facilitar. Quería, además, comenzar a retirar computadoras, cuando fui
consciente de que no podía hacerlo hasta que no estuviera operativo mi
personal.
Tenía
que acelerar todo el proceso y no esperar dos meses para tener clara la operativa
de trabajo.
- Antes
de marchar, cerca de las tres de la tarde, pasé por el despacho del señor
Ramírez. El señor Moretti me dijo que tenía dos meses para preparar la
operativa y comenzar a trabajar, pero quiero hacerlo ya, comenzando de manera
paulatina, oficina por oficina. Es posible que la operativa de trabajo yo la
voy a tener mañana mismo que voy a visitar la oficina “Uno de San Isidro”. Pero
para eso necesitaré personal trabajando. ¿Podría comenzar alguno?, por ejemplo,
mi asistente y un técnico o administrativo.
- Por
supuesto que sí. Es usted el único responsable de su departamento. Lo que haga
estará bien hecho, mientras no se demuestre lo contrario, ¡claro!
- Gracias.
¡Hasta mañana!
Como
todavía no tenía asistente pasé por el despacho de la señora Claudia para
informarla de mi visita a la oficina “Uno de San Isidro”, y me fui para casa.
Camino
de casa iba pensando en que, después del almuerzo, iba a llamar a todos mis ex
compañeros para ver si les interesaba el trabajo. No creía que todos hubieran
conseguido ocuparse.
Había experimentado que es vivir en el
infierno y, no había necesitado bajar a las calderas de Pedro Botero, lo había
vivido aquí, en la vida. No había necesitado morirme.
Puedo decir bien alto, por la
experiencia vivida, que el verdadero infierno está en la persona, está en la
mente, pues es ella la que va llevando al ego por los vericuetos del
pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la mente la que, pensamiento a
pensamiento, va desgranando ideas, creencias, desgracias, males, sufrimientos y
torturas, que hacen que la persona sufra un verdadero infierno.
Son esos pensamientos, creencias, males
y desgracias las que vive realmente la persona. Pero para mí eran reales. El
dolor que yo he sufrido, el miedo, la ansiedad o la angustia, solo han sido un
producto de mi mente, porque nada está ocurriendo, solo es mi apreciación.
Ahora tengo claro que cuando consiga mantener la mente en silencio habré
alcanzado la dicha.
Si los seres humanos consiguiéramos
invertir la tendencia de nuestros pensamientos se invertiría nuestra vida.
Pasaríamos de ser infelices y de vivir atenazados por el miedo, como me ha
pasado a mí, a vivir, si no la felicidad, si un estado de serenidad que debe de
ser un estado muy próximo a la felicidad. Cambiaríamos la tristeza por la
alegría y la ansiedad por la paz interior.
Desde luego, no es una tarea fácil que
una persona pueda cambiar el pensamiento, pero tampoco es imposible. Si yo lo
he conseguido, al menos de momento, que soy el paradigma del miedo, puede
conseguirlo cualquiera. Mis herramientas han sido la meditación, la atención,
la oración y el canto de mantras. Espero conservarlas para no volver a las
andadas.
El
timbre de la puerta me sacó de mis elucubraciones. Pensé que solo podía ser
Diana.
- Cuéntame
–fue lo primero que dijo en cuanto abrí la puerta.
- Pues ya
está hecho. He estado trabajando en mi nuevo despacho hasta las tres de la
tarde, -y fui consciente de que se lo contaba con una ilusión que hacía mucho
tiempo que no había sentido.
Detallé
a Diana como había transcurrido el día, sin omitir nada.
- Estás
exultante, -me comentó.
- Sí. Y
tú, ¿quieres cambiar de trabajo?, -tenía que empezar a reclutar el personal
para el departamento.
- Sí, me
apetece mucho, ¿crees que podrá ser?, -preguntaba esperanzada.
- Por
supuesto. Tienes que llevar tu curriculum en persona para que te hagan una
entrevista y supongo que no tendrás ningún problema. Yo te acompañaría. La
oficina de recursos humanos está al costado de la nuestra. ¿De qué quieres
trabajar?
- No sé,
¿qué puestos hay?
- Puedes
ser mi asistente o trabajar de administrativa introduciendo datos.
- Me
apetece más ser tu asistente, ¿qué tengo que saber?
- Tienes
que estar en contacto conmigo y con los técnicos, cuando salgamos de la
oficina, para saber dónde estamos por si nos necesitan. Serás mi voz en el
departamento cuando yo no esté y cuando esté, también, porque organizarás mi
agenda y contactarás con las distintas oficinas para temas que puedan surgir.
Tendrás que manejar todas las aplicaciones de la empresa. Y, posiblemente, un
sinfín de tareas más que irán surgiendo.
- Me
encanta, -parece que ya éramos dos los que estábamos ilusionados.
- ¡Ah!, y tu sueldo estará equiparado al de los
técnicos y, supongo, que será el triple de lo que ganas ahora.
- Pues aún
me encanta más.
- Perfecto,
empieza a preparar el curriculum y el lunes, si puedes, te vienes conmigo a
primera hora. ¿Cuándo podrías empezar?
- Al otro
lunes. En una semana. Y si no me cuentas más, paso a mi depa a preparar el
curriculum.
- Mientras
lo preparas, voy a llamar a mis antiguos compañeros a ver si les puede
interesar. Cuando finalice las llamadas, paso a buscarte y, vamos a comer una
pizza para celebrarlo, te invito.
- Acepto
la invitación. Pasa cuando estés. Hasta luego, -y se fue dejándome solo.
En la
antigua empresa trabajábamos diez personas. Todos responsables y cumplidores de
su trabajo, desde los técnicos de primera línea hasta el personal de
administración y ventas. Cualquiera de ellos sería un buen fichaje.
Mi
intención era contactar con ellos, desde Pablo, con el que ya me reuní para
intentar iniciar un negocio juntos, que no pudo ser por falta de capital y que,
además de ser mi mejor amigo de la empresa, yo lo consideraba el más valioso
técnicamente, hasta tener cubierto el cupo de las seis plazas que necesitaba el
departamento.
Al
final contacté con los diez porque la mitad habían conseguido trabajo o habían
decidido tomarse una temporada sabática, como fue el caso de Alba que estaba
embarazada y había decidido junto con su esposo disfrutar su estado y dedicarse
al bebé cuando naciera, o de Alex, otro extraordinario técnico, que aprovechó
el quedarse sin trabajo para sustituir a sus padres en el negocio familiar. Por
su parte, Ramón, Ferrán y Doménica habían conseguido un trabajo en el que se
sentían satisfechos y no les apetecía cambiar otra vez, aunque Ferrán me
comentó que Karla, su esposa podría estar interesada. A Karla la conocía por
los encuentros y comidas de empresa que hacíamos, con bastante frecuencia,
todos los compañeros, por venir acompañando a su esposo.
Pablo y
Belén, como técnicos, y Patricia, Esteban y Raúl, como administrativos, se
mostraron muy interesados y quedé con todos ellos, más Karla, en reunirnos el
domingo por la tarde, en mi casa, para informarles a todos de lo que yo sabía,
que tampoco era demasiado.
Y con
la satisfacción de estar dando pasos de gigante, en lo que sería el equipo de
trabajo, pasé a buscar a Diana para ir a cenar nuestra pizza de celebración.
El
viernes, a las ocho de la mañana, estaba entrando en la oficina “Uno de San
Isidro”. María, la persona responsable de la oficina, ya estaba al corriente de
mi visita porque en la tarde anterior la señora Claudia, la asistente del señor
Moretti, la había informado de mis intenciones de comenzar mi “tournée” en su
oficina.
María
es, una mujer menuda y vivaracha, de unos cincuenta años, que parecía tener en
su cabeza todas las propiedades que habían captado sus agentes.
Me puso
al corriente, de manera clara y detallada, del funcionamiento de la oficina y,
por ende, de todas las oficinas, puesto que todas funcionaban igual salvo los
pequeños matices que podrían tener al ser dirigidas por personas diferentes.
Fue de una ayuda inestimable ya que la operativa de toda la empresa se gestó en
esa oficina en un solo día. Eso sí, un día largo, porque María y yo salíamos de
la oficina a las diez de la noche, después de un pequeño descanso a media
tarde, descanso que María aprovechó para dar instrucciones a su esposo para la
cena de este y de sus dos hijos adolescentes.
María
no solo tenía las propiedades de sus agentes en la cabeza, también me dio la
impresión de manejar, además de la oficina, su casa con una diligencia digna de
encomio. En ese momento supe que iba a ser una magnifica y estrecha
colaboradora.
De los
siete terminales con que contaba la oficina convinimos, María y yo, que podía
retirar cuatro, con la promesa, por mi parte, de comenzar el miércoles, de la
próxima semana, a introducir y dar de baja las propiedades que generaran los
agentes de la oficina.
Establecimos
como sería la comunicación con el departamento de informática y nos emplazamos
para un nuevo encuentro 10 días después con el objetivo de realizar un
seguimiento de la gestión.
Con el
ingente trabajo que tenía por delante no pude permanecer en casa, sin ir a
trabajar el sábado, a pesar de ser un día feriado.
Cuando
llegué, a primera hora de la mañana, instalé las cuatro computadoras retiradas
de la agencia “Uno de San Isidro”.
Instalé
la mía, la que utilizaría mi asistente y las otras dos para Pablo y Belén, los
dos técnicos. Dejándolas operativas para todas las aplicaciones y dejando
escritas, en la tapa, sus claves de acceso. Solo tendrían que encenderlas y
comenzar a trabajar.
Acababa
de sentarme en mi despacho, para preparar el plan de acción de la próxima
semana, cuando una voz desde la entrada hizo que pegara un bote que casi toco
en el techo, con el corazón saliéndose por mi boca.
- Buenos
días, Antay, ¿qué hace trabajando en feriado?, a este ritmo, de los dos meses,
le va a sobrar mes y medio para estar a pleno rendimiento, -era el señor
Moretti asomado a la puerta de mi despacho.
- Buenos
días señor. Me ha dado un susto de muerte. No esperaba a nadie, -dije una vez
recuperado del susto.
- Disculpe,
no era mi intención asustarle. ¿Qué tal le fue con María?, -se interesó el
señor Moretti.
- Muy
bien. Es una mujer, además, de muy eficiente, encantadora, -le expliqué como se
había desarrollado la reunión de trabajo y le hice un resumen de nuestros
planes- Ya hemos establecido el método de trabajo y hemos quedado en reunirnos
en 10 días para hacer seguimiento. Introduciremos las variaciones que
consideremos necesarias para implantarlas en toda la empresa. Me traje cuatro
computadoras, que ya he dejado instaladas.
- Estupendo.
Creo que vamos a tener que poner a la venta las computadoras que sobren, que me
imagino que serán unas cuantas, ¿Qué le parece?
- Si ya
había pensado en comentarle. Una vez recogidas todas, limpiaremos la
información, podemos dejar unas cuantas de reserva y el resto podremos
venderlas. Por cierto, le comenté al señor Ramírez la posibilidad de adelantar
la contratación de parte del personal ya que el próximo miércoles, quedé con
María que, empezaríamos a trabajar nosotros desde aquí. Lo ideal sería que
comenzaran, lo antes posible, la persona que sea mi asistente y, al menos, uno
de los técnicos. Me dijo que no había ningún problema.
- Por
supuesto que no lo hay. Tiene toda la confianza.
- Gracias.
Espero no defraudarle.
- Póngase
de acuerdo con el señor Ramírez. Tiene instrucciones para facilitarle el
trabajo. Y si no quiere más, me retiro y le dejo trabajar.
- No
señor, nada más.
- Hasta
el lunes. Acuérdese que a las 10 tenemos comité de dirección.
- Hasta
el lunes señor.
Una vez
solo, seguí con mi trabajo de organización de visitas para la siguiente semana
y, yo mismo, por mail, informé al señor Arana, director de operaciones, al jefe
de operaciones de Lima Centro y a los responsables de las oficinas que pensaba
visitar.
Hice un
receso para almorzar en casa, teniendo en cuenta la cercanía de la oficina a mi
domicilio y, volví en la tarde para adelantar el trabajo de la siguiente
semana. Quería visitar las 30 oficinas de Lima y Callao en dos semanas y, en
tres semanas más las oficinas de provincias, con lo que a principios de
noviembre estaríamos funcionando a pleno rendimiento. Para el viaje a Bogotá
tendría que hablar con el señor Moretti.
Cuando
llegué a casa, en la noche, estaba más que satisfecho por el trabajo realizado
y con una cierta ansiedad esperando la reunión del domingo con mis ex compañeros
y la reunión del lunes para mi presentación en las oficinas.
Un domingo diferente
Desde que
el martes Indhira hablara con su padre, Antay era el pensamiento recurrente que
daba vueltas y vueltas en su mente, sin hacer ningún amago de desaparecer. ¿Habría
aceptado la oferta? No había querido llamar a su padre para preguntarle, ya
que, si nunca se había interesado por ningún empleado de su padre, no quería
dar demasiadas pistas de lo interesada que estaba en Antay.
Aunque
pensaba que lo mejor que podía hacer era sacar a Antay de la cabeza, porque, a
pesar del encuentro que tuvieron en las oficinas de la empresa de su padre,
seguía sin llamarla.
Contaba
los días que faltaban para la comida familiar del domingo. Los cinco días le
parecieron una eternidad, pero por fin había llegado.
Indhira
se encontró con su hermana Naihara unos metros antes de la casa de sus padres.
- ¿Vienes
sola?, -preguntó Indhira a su hermana al ver que no la acompañaba Giuliano, su
esposo.
- Si,
Giuliano está en Arequipa, por cuestiones de trabajo hasta el martes, -le informó
su hermana- y tu ¿qué?, ¿cómo vas de amores?
- Voy
igual. Pero no te lo pierdas, va a trabajar en la empresa de papá.
- ¡Qué me
dices!
- El
martes fui a ver a papá a su oficina y me encontré con Antay. Fue un encuentro
fugaz y le dije que me llamara, pero nada, ni así. Por la noche llamé a papá y
me contó que le había ofrecido ser el director de un nuevo departamento de
informática que quiere poner en marcha en la empresa. Supongo que hoy nos dirá
algo. Quiere ampliar el negocio.
- ¡Este
hombre!, -contestó Naihara a su hermana- tendría que estar jubilado y, en lugar
de eso, amplia el negocio. Se morirá sentado en su despacho. Y tú, ¿por qué no
llamas a Antay?, con la excusa de que papá te ha contado que le había ofrecido
trabajo.
- Quería
esperar a ver que nos cuenta papá hoy. ¿Entramos?
El
padre de Indhira beso a sus hijas, interesándose por cómo les había ido la
semana y extrañado por la ausencia de su yerno preguntó por él a Naihara. Pero
no decía nada de lo que a Indhira le interesaba. No le quedaba otra que armarse
de paciencia hasta que su padre decidiera hablar de lo que estaba haciendo en
la empresa. Lo contaría después de la comida, pensó Indhira, porque siempre
informaba a la familia de las cosas importantes de la empresa a la hora del
café.
Estuvo
jugando con sus sobrinos en el jardín hasta la hora del almuerzo. Y fue,
después del almuerzo, cuando su padre decidió, por fin, explicar las novedades
de la empresa.
- Escucharme
que quiero contaros algo de la empresa. -¡ya era hora, pensó Indhira!- Vuestra
madre me ha dado el consentimiento para que haga una ligera ampliación del
negocio.
>> Vamos a expandirnos en Colombia
abriendo oficinas en tres ciudades, y he pensado que, para descargar a los
comerciales de tareas administrativas y tengan más tiempo para dedicarse a los
clientes, sería bueno un apoyo administrativo e informatizado desde la oficina
de Lima. Para eso estamos implementando una sección de informática con 8
personas. Por cierto Indhira, el director del nuevo departamento es tu amigo.
- No es
mi amigo papá, solo es conocido. Le vi un día y nada más, -se justificó
Indhira.
- Pues
para ser solo conocido te interesaste mucho el otro día. Y él, cuando le dije
que te interesaste y que le hiciste mucha publicidad, se puso rojo como un
tomate. ¿Seguro que solo es conocido?
- Anda
Chiqui, no sabía que tenías un amigo especial. Cuenta, cuenta, -dijo María, su
mamá.
- Que no
es especial mamá, que no es ni amigo, -cuando dijo eso Indhira sintió que algo
en su interior se retorcía. Para ella estaba claro que era más que un conocido.
- Pues no
estaría mal que fuera algo más. Es joven, es atractivo, es educado, responsable
y trabajador. Así tendría alguien de la familia dirigiendo la empresa, -terció
el papá.
- Papá,
por favor, -rogó Indhira.
- Ya está
hija, disculpa. Pero tengo que reconocer que hemos hecho un gran fichaje. Firmó
el contrato el jueves y ya se quedó a trabajar. El viernes visitó una oficina y
estuvo en ella desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche y, ayer
sábado, a pesar de ser feriado estuvo todo el día en la oficina. Y esta mañana
me ha llamado Arana, el director de operaciones, y me ha comentado que le ha
enviado un correo con el cronograma de visitas de la próxima semana. Vamos, una
joya.
Al
final Indhira, ante la insistencia de la familia, tuvo que contar parte de su
corta historia con Antay, aunque pasando por alto la bochornosa despedida.
A media
tarde los hijos de Rafael y María comenzaron a despedirse. Naihara e Indhira se
fueron juntas y en la despedida Naihara le dijo a su hermana:
- Chiqui,
no esperes que te llame. Llámale tú con la disculpa de lo que nos ha contado
papá. Y le das la enhorabuena por el nuevo trabajo. No dejes que se escape, por
lo menos prueba a ver qué pasa.
- No sé
lo que haré. Ya te diré.
Mientras
sucedía esto en la casa de la familia Moretti, al departamento de Antay fueron
llegando sus antiguos compañeros.
A las 4
de la tarde ya habían llegado todos, incluidos Ferrán, el esposo de Karla que
vino a acompañarla y, también, Diana que había pasado, justo después del
almuerzo, para tomar café con el que sería, además de vecino, su nuevo jefe.
El
departamento no estaba acostumbrado a tantas visitas y, por supuesto, no estaba
preparado. Antay pensó, en algún momento, que hasta las paredes estarían
asombradas ante tantas personas. Nunca habían sido más de tres en la casa. Para
poder sentarse todos, Diana tuvo que pasar a su departamento por cuatro sillas.
Cuando
todos estuvieron instalados, con un café o un té ante ellos y, después de darse
las novedades acaecidas desde que no se veían, Antay explicó, con todo lujo de
detalles, del nuevo departamento que se estaba implementando en la
inmobiliaria. Refirió a sus compañeros como había sido todo el proceso, desde
que le avisaron para solucionar los problemas que tenían con la aplicación de
la empresa, hasta sus tres primeros días de trabajo.
- En el
nuevo departamento seremos 8 personas. Diana será mi asistente y mi segunda en
todos los temas que no sean técnicos. Pablo y Belén seréis los técnicos para
solucionar los problemas informáticos de todas las oficinas, y son 60,
repartidas por todo el país, más la oficina central y las oficinas de Colombia,
por lo que, con frecuencia, tendréis que desplazaros, tanto en Perú como a
Colombia.
>>
Como somos muy buenos y tendremos pocos problemas técnicos, mientras estéis en
la oficina, vuestro trabajo será el mismo que los administrativos informáticos,
Patricia, Esteban, Raúl y Karla, introducir propiedades y darlas de baja.
>>
La semana que viene, dos de vosotros ya tendríais que comenzar a trabajar,
porque el miércoles comenzamos nuestra andadura y me gustaría que en un mes,
como máximo, estemos a pleno rendimiento.
>>
¿Qué os parece?
- Háblanos
de las condiciones, -dijo Patricia.
- El
horario es de 8am a 5pm, de lunes a viernes, con una hora para almorzar. Si
alguien quiere llevar el almuerzo de casa tenemos una sala de descanso con
microondas, cafetera y máquina expendedora de agua. El horario del sábado es de
8am a 2pm, sin pausa para el almuerzo. Pero si alguno quiere hacer fiesta el
sábado puede hacerlo, siempre que no tengamos una excesiva carga de trabajo,
recuperando las horas de lunes a viernes.
- ¿Dónde
están las oficinas donde trabajaremos?, -ahora era Karla la que preguntaba.
- En San
Isidro en la calle Los Libertadores. Caminando está a 20 minutos de aquí.
- Y ¿qué
sabes del sueldo?, -Pablo, como siempre, tan práctico.
- El sueldo de los administrativos informáticos es el
doble de lo que ganábamos en nuestro antiguo trabajo y el de los técnicos el
triple.
- ¡Wau!,
me apunto, -dijo Pablo.
Se
apuntaron todos.
- ¿Quién
puede comenzar esta semana que entra?, tendríais que ser dos. Dos más la
siguiente semana y los dos restantes la siguiente.
Quedaron
de acuerdo en que Pablo y Patricia podrían comenzar de inmediato. A continuación,
lo harían Diana, Belén y Esteban, quedando para incorporarse la última semana
Karla y Raúl.
- Preparar
el curriculum de inmediato. Tener en cuenta que la última palabra la tiene el
director de recursos humanos. Yo solo os acompaño.
>>
Las entrevistas del lunes no sé a qué hora las realizareis, porque tenemos una
reunión a las 10am y el director de recursos humanos asiste. Yo os espero a las
8am en la puerta de la oficina
>>
¿Alguna duda? ,-concluyó Antay.
- Ninguna
-dijo Belén- No sé si hablo en nombre de todos, pero gracias por acordarte de
nosotros. Siempre fuiste un gran compañero, un gran amigo y un gran encargado.
Y, parece que lo sigues siendo. Esperamos que seas un gran director. Vamos a
dar la vida por ti.
-
Gracias Belén, gracias a todos. Ya
contaba con eso. Y, ahora, a trabajar.
Desde
que Indhira llegó a su casa mantuvo una lucha incruenta consigo misma. Todo su
ser, excepto su mente, quería llamar a Antay. Sin embargo, su mente la estaba
boicoteando presentándola las más escabrosas situaciones según se iba acercando
a la decisión de llamarle:
- Ten en
cuenta que tiene terror a comenzar una relación. -era el argumento de su mente.
- Y ella
misma le iba rebatiendo las razones a su mente- Sí, pero hay que tener en
cuenta que él lo pasó muy mal.
- Y,
¿tú?, -seguía su mente- ¿no lo pasaste mal?
- Pero es
diferente, -se defendía Indhira- yo estaba más preparada.
- Ante
una ruptura pocas personas están preparadas. Lo importante es como se recupera
y, este pobre chico aún no se ha recuperado. Y si no se ha recuperado, con el
tiempo que ha pasado, no se va a recuperar nunca. No va a ser feliz porque
siempre va a estar esperando que termines con él, –son terribles las mentes
presagiando desgracias.
Pensaba
que llevaba en la misma situación dos semanas porque, aunque habían ocurrido
muchos acontecimientos, la realidad era que solo habían pasado quince días
desde el maravilloso sábado que pasaron juntos Antay y ella. Estaba decidido,
le iba a llamar, a pesar de lo que pronosticaba la agorera de su mente, e iba a
ser ahora.
Eran
casi las 8 de la noche. Antay acababa de despedir a Diana y a sus compañeros
cuando sonó su celular. En la pantalla apareció el nombre de Indhira.
- Sin
pensarlo dos veces respondió a la llamada- Hola Indhira, ¿cómo estás?
- Hola
Antay, -escuchó la voz de Indhira que sonaba tranquila y tan alegre como la
recordaba- estoy bien, creo que tengo que felicitarte, o ¿no?
- Supongo
que lo dices por el trabajo en la empresa de tu papá, -algo tenía que decir,
porque no había otra razón de la que ella tuviera conocimiento. Y, tampoco
podía saber de otra razón, porque no la había.
- Sí, lo
digo por eso, -y continuó Indhira- hoy, como cada domingo he comido con mis
papás y mi papá nos ha contado los cambios en la empresa, en la que tú pareces
ser la estrella.
- Bueno,
más que la estrella, yo diría que el nuevo, -contestó Antay.
- Siempre
tan modesto, ¿cómo te sientes?
- Estoy
muy contento. Si me hubieran dicho que eligiera un lugar para trabajar y un
trabajo dentro de esa empresa habría elegido algo así, sin dudarlo. En realidad,
más que contento estoy exultante.
>>
Ahora mismo, acaban de salir de mi casa mis antiguos compañeros, a los que les
he explicado como es el nuevo departamento, para ver si les interesaría
acompañarme en una aventura tan apasionante y todos han aceptado.
- Me
alegro infinito. Mi papá está encantado y alucinando porque ya has trabajado
tres días, incluido ayer que era feriado.
- No
tiene mérito. Ya sabes que no tengo mucho que hacer. Trabajar, para mí, es un
buen entretenimiento, -ya estaba bien de hablar de mí, pensó Antay, y cambió el
tema de conversación- y a ti, ¿cómo te va?
- Cómo
siempre. Haciendo terapias y masajes, -le contestó Indhira- Tenemos que vernos,
un día, para tomar un café y me cuentas las impresiones de tu nuevo trabajo con
más tranquilidad.
El
mundo pareció detenerse para Antay mientras su pensamiento hacia un escáner de
la situación: “Sales corriendo como una gallina, que solo te faltó cacarear. Te
la encuentras tres días después, te dice que la llames y no lo haces. Su papá
te cuenta que, cuando la explicó que te había ofrecido el trabajo, hizo una
publicidad impagable de ti y hoy, te llama, con el cuento de felicitarte, y te
vuelve a insistir para ir a tomar un café. Está claro que no le eres
indiferente. Di que sí, que ahora es buen momento”.
- Indhira,
¿has cenado?, -ya está bien de esconderse, pensaba Antay esperando la
respuesta.
- No,
¿por qué?, -por primera vez la voz de Indhira parecía sonar con menos
seguridad. Seguro que no esperaba la pregunta.
- ¿Te
apetece una pizza en la pizzería que está entre tu casa y la mía?
Indhira
pareció pensárselo, porque la respuesta no fue inmediata. No sabía que podía
pasar. Lo que no le apetecía, en absoluto, era que, después de tener una cena
agradable, Antay saliera corriendo como la última vez. Pero por probar no
pasaba nada.
- Si, ¿no
encontramos allí en media hora? –contestó Indhira.
- Perfecto,
allí nos vemos.
Antay
tenía sensaciones contrapuestas. Se sentía contento por haber dado el paso para
volver a encontrarse, nervioso por lo que podría pasar y asustado por lo de
siempre.
Aunque
seguro que le tocaría esperar, por algunos minutos, salió de casa y se dirigió
a la pizzería. Solo estaba a 5 minutos de su casa.
Al
entrar se encontró, cenando, en la primera mesa, cercana a la puerta, a todos
sus compañeros que, no hacía mucho, habían estado en su casa. Hasta Diana
estaba con ellos, lo cual le pareció fantástico porque era la única desconocida
del equipo.
Nada
más verle, le ofrecieron sentarse con ellos.
- No
sabíamos que ibas a bajar a comer algo. Siéntate con nosotros, -le invitó Belén.
- Me vais
a perdonar, pero no voy a cenar solo, espero a una amiga, -les explicó un poco tímidamente.
- Diana,
que conocía parte de la historia de Indhira por sus conversaciones, abrió unos
ojos como platos e inició una pregunta que dejó en suspenso- ¿No me digas que
vas a cenar….?
- Si, -le
respondió Antay poniéndose rojo como un tomate.
- ¡Por
fin!. Me alegro, ¡que te vaya muy bien!, -Diana parecía, ciertamente, contenta
por el que ya consideraba su amigo.
- Bueno,
os dejo. Me voy a aquella mesa del fondo para no sentiros mucho, -y se fue sin
esperar ningún comentario.
Antay
sabía que iba a ser el centro de las conversaciones de sus compañeros y no se equivocó,
porque, de vez en cuando, se volvían a mirarle y más cuando Indhira entró, en
la pizzería, que se quedó casi delante de la mesa que ellos ocupaban, buscando
con la mirada donde podía estar Antay.
- Si
estás buscando a Antay, está en la mesa del fondo –informó Pablo con una mirada
pícara.
- ¿Cómo
sabes que busco a Antay? –se extrañó Indhira.
- Es que
es amigo nuestro y, al entrar, no ha querido sentarse con nosotros porque
esperaba a una amiga, y supusimos que eras tú –ahora fue Ferrán quién daba las
explicaciones.
- Ya le
veo. Gracias –y se dirigió hacia Antay con una sonrisa en la cara.
Antay,
que se puso en pie, esperando su llegada, pensó que iba a tener que agarrarse a
la mesa para no caerse por el estado de nervios que se apoderó de él nada más
verla entrar en el local.
- Se
dieron un beso de bienvenida y mientras se sentaban Indhira inició la
conversación- Te veo muy bien, te sienta bien el nuevo trabajo.
- A Antay
le costaba trabajo articular palabra, se había quedado como la primera vez que
se encontró frente a ella. Después de unos segundos, que a él le parecieron
siglos pudo decir, -Gracias. Sí que me sienta bien, pero tú no has cambiado de
trabajo y sigues tan estupenda.
- Seguro
que son tus ojos, -y fijándose que desde la mesa de la entrada solo hacían que
mirarles siguió- aunque tendríamos que preguntar a tus compañeros que no nos
quitan ojo.
- Han
estado esta tarde en mi casa. Van a entrevistarse con el director de recursos
humanos, y si no hay nada en contra serán los integrantes del nuevo equipo de
informática.
- Pues
entonces les iré conociendo poco a poco.
- Antay
pensó que ya era momento de iniciar una nueva conversación que parecía
necesaria- Indhira, tengo que pedirte disculpas por mi grotesca despedida del
sábado.
- No
tienes que pedir disculpas, nunca sabemos cuáles son las razones de los demás
por las que llegan a tomar determinadas decisiones. Si que fue un poco extraña,
sobre todo después del día tan agradable que pasamos, pero seguro que tenías
tus razones. No me sentí ofendida, solo extrañada.
- Sí que
tenía mis razones, -lo mejor sería contar la realidad de mis emociones- estaba
aterrado.
- Indhira
puso cara de no entender- ¿Por qué estabas aterrado?
- Porque
me gustas Indhira. Cuando te vi la primera vez me quedé tan impresionado que no
me salían las palabras, ¿supongo que fuiste consciente?, -Indhira hizo un gesto
afirmativo con la cabeza, pero sin intentar decir nada, lo que permitió que
Antay pudiera seguir con su discurso.
>>
Desde ese día hasta el sábado que hicimos la regresión, tenía emociones encontradas,
una que no quería hacer la regresión porque me daba miedo, ya que era algo
desconocido para mí y no sabía que me podía encontrar. Siempre me ha gustado
saber cómo es el terreno que piso, me gusta no perder el control.
- Supongo
que eres consciente de que es imposible tenerlo todo controlado, -interrumpió
Indhira.
- Lo soy
y he podido comprobarlo en mí mismo. He tenido un mes de locura y, en este
tiempo, no he controlado nada, he sido como una hoja movida por el viento.
>>
Déjame seguir, -dijo Antay haciendo una señal con la mano, viendo que Indhira
tenía intención de seguir con el tema del control- y la otra emoción era la
ilusión que me hacía volver a verte.
>>
La regresión fue algo increíble y el resto del día, de lo mejor que recuerdo en
los últimos años.
>>
Tuve la impresión de que tu día, también, fue bastante bueno, -Indhira volvió a
afirmar con la cabeza, sin intentar interrumpir a Antay, que siguió-. Eso me llevo a pensar que si te pedía una
segunda cita ibas a aceptar y, después, una tercera y una cuarta. Podía ser muy
fácil para mí enamorarme de ti y, ahí, empezó el problema. ¿Qué pasaba si me
enamoraba de ti y yo te era indiferente? o ¿qué pasaba si iniciábamos una
relación y un día decides terminarla? No lo resistiría. Ante eso, para no
sufrir porque se acabe una relación algún día, lo mejor es no iniciarla.
>>
Esa fue mi razón. Mi tonta razón. Hoy han podido más las sensaciones que tengo
hacia ti que el miedo, -Indhira iba a decir algo, pero Antay volvió a hacer una
seña con la mano para que esperara- Déjame decirte algo más, para que entiendas
como se mueven mis emociones. Cuando tu papá me ofreció el trabajo, el día que
tú me viste en la empresa, estuve un día entero enfermo de miedo. Estuve a
punto de declinar la oferta porque tenía miedo de no cumplir las expectativas.
- Antay, me alegro de que hoy hayas vencido al miedo.
Yo también quedé impresionada por ti y llevas quince días en mi mente. ¿Tú
sabes lo que te puedes perder en la vida por el miedo?
- Sí, soy
consciente. Sé que puedo perder la vida, no la vida física, pero si tener una
vida emocional anodina. ¿Te crees que me gusta tener miedo?, no me gusta y
trato de combatirlo. De momento llevo dos victorias. Una aceptar el trabajo,
del que estoy encantado y, la otra victoria, estar aquí contigo.
- Aunque
es el mismo miedo, -dijo Indhira- uno es de corto recorrido y el otro de larga
duración.
>>
Me explico, el miedo a aceptar el trabajo se tenía que ir en un día y lo
conseguiste mientras que el miedo a iniciar una relación para no sufrir porque
se acabe algún día tiene mucho más recorrido.
>>
Pero imagínate que la relación dura diez años. Tendrías 10 años de felicidad y
unos días o, pueden ser meses, de sufrimiento. Pero si no vences al miedo, es
posible que no sufras ni un solo día, pero te privarás de 10 años de felicidad.
Es tu elección.
- Tienes
toda la razón. ¿Sabes?, hice otra regresión con Ángel.
- No, y
¿cómo fue?, -se interesó Indhira.
Antay
le relató a Indhira la progresión en la que se vio sentado en el jardín de una
residencia de lujo, para adultos mayores, esperando la muerte, después de una
vida material, exitosa en cuanto a la cuestión laboral y económica, se refiere,
pero triste y solitaria y, por encima de todo, llena de demonios dirigidos por pensamientos
de miedo ocupando, un día tras otro, su espacio mental lo que le empujó a vivir
en soledad, solo por el miedo a comprometerse para evitar el posible sufrimiento
a que se vería abocado si algún día esa relación llegaba a su fin.
A
Indhira se le heló la sangre en las venas. “¿Le estaba contando Antay que su
vida iba a terminar en solitario? ¿Quería eso decir que la vida ya ha sido
vivida y que lo único que hacemos en la materia es recordar esa vivencia, como
si despertáramos de un sueño e intentáramos recordarlo? Si fuera así, la que va
a sufrir soy yo, porque me estoy enamorando de él”.
- No pudo
menos que interrumpir a Antay- ¿Quieres decir que tu vida va a ser así?, ¿me estás
diciendo que la vida ya ha sido vivida?, ¿cómo pudiste vivir esa situación?
- No. Mi
vida no sabemos cómo va a ser, dependerá de mis decisiones, como la tuya y la
de todos, porque la vida no ha sido vivida. Me dijo Ángel que lo que viví fue
una recreación de cómo sería mi vida de seguir por el mismo camino. En función
de las decisiones que vamos tomando va cambiando la recreación de cómo sería,
por completo, la vida. Tomamos una decisión y, de inmediato, cambia la
recreación de esa vida.
>>
Pero creo que antes tienes que saber algo. Ángel no es solamente el nombre de
la persona que conocemos, es también la definición de lo que es, es su
identidad. Es un ángel que ha aparecido en mi vida para ayudarme, según dijo, a
cumplir un deseo que, parece ser, está muy arraigado en mí, pero que soy
incapaz de materializar.
>>
Por eso aparecía cuando más lo necesitaba y desaparecía como si se evaporara.
- Indhira
no pudo contenerse- ¡O sea, que organizó todo para que nos conociéramos!
- Parece
ser que sí, así fue. Por eso tu computadora solo falló para que me llamaras.
Ese mismo día decidí anunciarme como técnico y la señora Claudia encontró mi
número para solucionar el problema de la empresa de tu papá y, ya ves, lo que
siguió.
- Esto es
de locos. Si lo veo en una película no me lo creo. ¿Será que tenemos que estar
juntos?, -Indhira no cabía en sí de gozo, aunque trató de no dar excesivas
muestras de ello.
- No
necesariamente. Será lo que nosotros decidamos, -dijo Antay pensativo con la
mirada perdida.
>> Déjame que te cuente como
fueron las regresiones. El hecho de que Ángel sea un ángel, hizo posible el
poder vivir una progresión. Yo me acosté en el sofá, él me puso sus manos en la
cabeza y mi vida apareció ante mí como una película. Fue diferente a la
regresión que hice contigo porque en aquella todo eran sensaciones y en esta
fueron imágenes.
>> Después de la progresión me vi
en tres vidas diferentes. En las tres aparecías tú. Parece ser que hemos
coincido en bastantes vidas. En una era un hombre tullido, que trabajaba de
zapatero, casado con alguien que parecías ser tú. Nos amábamos con locura y
teníamos dos hijos. Éramos muy pobres, pero inmensamente felices.
>> En otra vida me vi como una
monja en un convento, era muy joven y un poco díscola, que recibía reprimendas
diarias, con mucho amor, de la madre superiora, que resultaste ser tú.
>> Y en la última visión era un
pescador que trabajaba con mi padre. Estaba felizmente casado, con alguien que
no eras tú, porque tu papel en esa vida era el de ser mi madre.
- Por lo
que veo he sido una constante en tu vida,- comentó Indhira.
- Di
mejor que ha sido una constante, de uno en la vida del otro. Según Ángel hemos
coincidido en muchas vidas y, alégrate, no tenemos temas pendientes.
- Y
¿cuáles han sido tus conclusiones después de una experiencia tan apasionante?,
-quiso saber Indhira.
- Que el
amor ha sido el ingrediente que hizo que en las vidas que pude visualizar fuera
una persona feliz y en la única de las vidas recordadas que el ingrediente es
el miedo, la vida actual, no parece que vaya a tener un final feliz si sigo por
el mismo camino.
>>
De hecho, tanto la progresión como las regresiones, solo fueron para que fuera
consciente de la fuerza que tienen tanto el amor como el miedo, el uno para la
felicidad y el otro para el sufrimiento.
En ese
momento tuvieron que interrumpir su conversación porque los compañeros de
Antay, que habían finalizado su cena, se acercaron para despedirse. Antay hizo
las presentaciones y cuando les comentó que Indhira era la hija del que podría
ser su nuevo jefe parece que se impresionaron y se comportaron más
delicadamente.
- Y ¿Qué
deseo es ese que eres incapaz de materializar y que necesita de la ayuda de un
ángel?, -la curiosidad estaba matando a Indhira y tuvo que hacer la pregunta.
- Deseo
tener una familia.
Los dos
se quedaron pensativos, rompiendo Antay el silencio con un comentario.
- ¿Sabes?,
a veces, en los momentos en los que dejo volar mi pensamiento, pienso en que
estaría bien poder ver a través de un agujero como sería mi vida dentro de 5 o
10 años. Así podríamos saber, de antemano, si las decisiones tomadas son
acertadas o no.
- Si,
-afirmó Indhira riendo- sería una gran cosa. Aunque aún así seguro que nos
equivocaríamos más de una vez.
En otro tiempo
Antay se despertó con una musiquita que comenzó muy suave y que fue aumentado de volumen, aunque, sin llegar a ser estridente.
Le
costó un tiempo descubrir que la musiquita procedía de su celular, y no
entendió la razón, porque no era consciente de haber puesto la alarma, en la
noche, cuando se acostó, ya que nunca lo hacía, a pesar de que a las 7:30 había
quedado con Diana para poder llegar a las 8 a la oficina, junto con Pablo y
Patricia, que les estarían esperando, para que, los tres, entregaran su
curriculum y mantuvieran la reunión con el señor Ramírez.
Sacó la
mano del edredón, aun con los ojos cerrados, para mirar el celular. Cuando lo tuvo
en su mano y, abrió los ojos, pudo comprobar que marcaba las 4:30am. ¿Por qué
tan temprano?
Una
ligera claridad se filtraba a través de las cortinas pero…., entraba desde el
lado contrario. ¿Cómo podía ser que la claridad entrara por la derecha cuando
la ventana estaba en el lado izquierdo? “¿Me habré acostado al revés?”, pensó
Antay. Se incorporó y no entendió nada. Estaba acostado de manera correcta.
Entonces fue consciente de que la habitación era, por lo menos, el triple de
grande de lo que es su habitación. Y la cama, también, era enorme. No estaba ni
en su habitación ni, por supuesto, en su cama. Pero, ¿dónde estaba? Y, además,
no estaba solo. Había una mujer acostada a su lado, y esa mujer era… ¡Indhira!
La
mente de Antay trabajaba a marchas forzadas. “Anoche después de la pizza
acompañé a Indhira a su casa y quedamos en que la llamaría un día de la siguiente
semana, sin determinar cuándo. Fue un encuentro agradable en el que los dos, de
manera más o menos clara, insinuamos que nos gustábamos y que iba a ser muy
fácil para ambos llegar un poco más lejos, pero no pasó nada más. La dejé en el
portal de su casa y yo volví a la mía y, estoy seguro de haberme acostado en mi
cama. ¿Estaré soñando?”
- Cariño,
como no te des prisa, vais a perder el avión, -fue lo primero que dijo Indhira
nada más abrir los ojos y ver a Antay sentado en la cama sin hacer ademán de levantarse
y vestirse.
- ¿Qué
avión?, -preguntó Antay confundido, no entendiendo nada.
- Amor,
en media hora pasa a buscarte Pablo. Vais a Miami, ¿no te acuerdas?, ¿seguro
que estás despierto?
- Sí,
estoy despierto, -balbuceó Antay.
- Pues
mientras te vistes te preparo un café. Te he dejado el terno, la camisa y la
corbata preparados en el closet. No tardes en bajar.
“¿Adónde
tengo que bajar?”, pensó Antay. Mientras tanto Indhira había salido de la cama.
Estaba preciosa con un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes que se
pegaba a su cuerpo como una segunda piel.
La vio
ponerse una bata que le llegaba a medio muslo y desapareció corriendo por una
de las puertas que se veían en la habitación. “Debe de ser donde está la
escalera para bajar a ese lugar donde tengo que ir”, seguía Antay con sus
elucubraciones.
Supuso
que la otra puerta debía de ser la del cuarto de baño y hacia allí se encaminó.
En efecto, por esa puerta se llegaba al cuarto de baño, pero después de pasar
por un closet enorme en el que se veía ropa de mujer colgada a la izquierda y
ropa de hombre a la derecha. El espacio para la ropa de hombre era la mitad
porque una parte estaba ocupada por cajones donde estaba guardada la ropa
interior, algo que descubrió Antay buscando un bóxer y un par de calcetines. Sin
mucho trabajo localizó el terno que le había mencionado Indhira y pasó al
cuarto de baño. Tenía que ducharse. Era su rutina matinal.
El
cuarto de baño era más grande que la habitación de su casa o, al menos, de la
habitación donde se había acostado en la noche. Cuando entró para ducharse pudo
comprobar que era una bañera con hidromasaje. “¡Caray, que bien vivo!”, fue el
siguiente pensamiento de Antay. Cuando estaba en la ducha, Indhira asomó la
cabeza. Hizo ademán de taparse, aunque no fue necesario porque Indhira solo le
dijo:
- Date
prisa, cariño. Y acuérdate de pasar a dar un beso a los niños, seguro que María
ya está despierta esperándolo, parece que te huele.
“¿Niños?”,
se preguntó Antay. “Este sueño está llegando muy lejos y es ¡tan real!”
Terminó
de ducharse, se vistió y salió de la habitación para buscar la habitación de
los niños. De las cinco puertas que había, aparte del dormitorio de donde había
salido, en lo que parecía la segunda planta de una casa, dos de ellas estaban
abiertas. Supuso que una sería la habitación de los niños. Entró en la primera
y se encontró con un niño durmiendo, plácidamente, de no más de cuatro años. Le
besó en la frente, le metió los pies dentro de la cobija, le arropó y salió de
la habitación pensando: “Pues debe haber otra porque el niño no creo que se
llame María”.
Entro
en la otra habitación que tenía la puerta abierta y se encontró a María
acostada pero con los ojos abiertos.
- Te
estaba esperando papi, -dijo la niña. Morena, con unos ojos negros enormes. Parecía
una copia de Indhira en pequeño.
- Me voy
María, -le dijo Antay posando los labios en su mejilla.
- Te amo
papi, - y mientras le devolvía el beso continuó- ¿nos traerás un regalo?
- Seguro
que sí. Ahora duerme, que es muy pronto.
Bajó
por las escaleras que se encontraban en la parte opuesta a donde estaban las
habitaciones de los niños, sin saber qué es lo que se encontraría, aunque
supuso que era una casa de dos pisos y si arriba se encontraban las
habitaciones, lo más probable es que abajo estuviera la cocina y alguna sala.
No se
equivocó. Encontró la cocina, sin dificultad. Era enorme, con una isla en su mitad,
donde Indhira estaba tomándose un té. Nada más llegar escuchó una señal
acústica y se iluminó una pantalla adosada en una pared, apareciendo una imagen
que resultó ser la de su amigo Pablo.
- Ya sale,
-dijo Indhira contestando por el interfono- es Pablo, pero déjame decirte antes
que estás guapísimo. Te amo.
- Que se
dé prisa, -se escuchó la voz de Pablo- tenemos el tiempo justo.
- Creo
que nunca me voy a acostumbrar a los viajes, -la voz de Indhira sonaba triste-
llámame en cuanto puedas. Tienes la maleta y la computadora en la entrada. Te
he puesto ropa para un día más por si tenéis que quedaros.
- Ya
está. Nos vamos, -anunció Antay dejando la taza vacía del café sobre la mesa.
Indhira
se colgó de su cuello y acercó su boca a la de Antay. Para él era su primer
beso y sintió que perdía el mundo de vista, ese mundo nuevo en el que se
encontraba. Fue como si ellos dos fueran los únicos habitantes del planeta. Con
gusto no se hubiera despegado de ella.
Fue un
largo y apasionado beso.
- Te
amo,- susurró Indhira en su oído cuando se separaban.
- Yo
también te amo. Estoy loco por ti,-y era verdad. Para él era como despedir al
miedo que le había acompañado durante toda su vida.
Agarró
la maleta y la computadora y salió en busca de Pablo que le esperaba aguantando
la puerta del taxi en el que había llegado a buscarle.
Era el
mismo Pablo que él conocía, pero con, al menos, 10 kilos de más.
En la
calle fue consciente de que salía de una casa que estaba a escasos metros de la
empresa del padre de Indhira.
- Pablo,
creo que me he vuelto loco, -fue lo primero que dijo una vez acomodado con su
amigo en el taxi.
- ¿Qué te
has vuelto qué?, -preguntó Pablo con cara de no entender nada de lo que su
amigo le decía.
- Escucha
bien lo que te voy a decir y tú mismo me dirás si estoy loco o no, -Pablo le
miraba sin decir nada esperando lo que Antay tenía que decirle.
>>
Para mi ayer fue domingo, -comenzó diciendo Antay.
- Antay,
-le cortó su amigo Pablo- ayer fue domingo para todos y hoy lunes. Por lo que
veo no te has levantado loco sino gracioso.
- Si,
Pablo sí. Espera y veras.
>>
El domingo que yo viví ayer fue el domingo en que nos encontramos en mi casa
para hablaros del nuevo trabajo en la inmobiliaria. El mismo domingo que
cenamos una pizza, vosotros todos juntos y yo con Indhira. Y después de
acompañar a Indhira a su casa me acosté en mi departamento y en mi cama.
>>
Y esta mañana he amanecido en esta casa, desconocida, durmiendo con Indhira,
con dos niños, que supongo que son mis hijos y yendo ahora al aeropuerto para
viajar a Miami a no sé qué hacer.
>>
¿Qué opinas?, ¿estoy loco o no?, -y se calló esperando el comentario de Pablo.
- Antay
eso que relatas ocurrió hace 7 años, -la cara de Pablo me recordó a la cara del
camarero en el puesto de bebidas del Parque del Amor, cuando le pregunté por
Ángel, después de su primera desaparición, y me dijo que yo había estado solo
tomando el café, tomando distancia por si estaba tratando con un loco.
- O sea
que si estoy loco, -y tratando de tranquilizar a su amigo siguió- pero,
tranquilo, no soy peligroso. Solo que se han borrado 7 años de mi memoria. ¿Qué
ha pasado en estos 7 años?
- ¿Seguro
que no me estas gastando una broma?, -quiso asegurarse Pablo.
- Te
aseguro que no. No recuerdo nada. Cuéntame que ha pasado en este tiempo a ver
si recuerdo algo.
- En
cuanto al trabajo todo fue según lo previsto por ti. En un mes estábamos a
pleno rendimiento.
>>
Tú empezaste a salir con Indhira y, en mayo del año siguiente, os casabais. Al
año nació María, una niña que está loca por ti y tú por ella. Dos años después
nació Alexis que es una copia tuya. María es una copia de Indhira.
>>
Poco antes de nacer Alexis, tu suegro se jubiló dejándote al frente de la
empresa y un año después me ofreciste ser tu gerente general. Nos va muy bien.
Hemos doblado el capital de la empresa y hoy tenemos una reunión en Miami para
tomar posesión de una inmobiliaria con lo que nuestra expansión ya no es solo
en Perú, Brasil y Colombia. Vamos a conquistar a los EE.UU.
- No
recuerdo nada. Y ¿la casa donde vivo?
- Fue el
regalo de boda de tu suegro. ¿De verdad no recuerdas nada?
- Nada.
Nada de nada.
- Pues no
pareces loco, pareces tan centrado como siempre, pero sin recuerdos.
- ¿Siguen
trabajando en la empresa todos nuestros compañeros?, -se interesó Antay.
- Todos.
Diana es tu asistente personal porque la señora Claudia se jubiló cuando lo
hizo tu suegro. Y, además de ser tu asistente es mi esposa. Tú fuiste el
padrino de nuestra boda hace tres años.
>>
El departamento de informática se ha triplicado y la directora es Belén. El
resto de directores son los que estaban. Nos aceptaron muy bien, primero a ti
y, después, a mí, y todos formamos un gran equipo.
>>
¿Sabe Indhira que no recuerdas nada de estos 7 años?, -quiso saber Pablo.
- No. Me
levanté tan confundido que no hubiera sabido que decir. Creo que en Miami voy a
ir a que me visite un neurólogo, ¿qué te parece?, -le preguntó a Pablo.
- Creo
que es lo mejor. Yo te acompañaré si quieres, -se ofreció su amigo.
- Gracias.
¡Si no hubiera sido por ti!, -Antay se quedó, por unos momentos, pensativo-
Imagina que este viaje lo hubiera tenido que hacer yo solo. Si no sé adónde vamos, ni a quien vamos a ver, ni lo
que tengo que decir. Estoy perdido del todo.
- No te preocupes.
De hecho, solo tienes que sonreír y firmar. Casi toda la negociación la he
llevado yo personalmente. Este es mi cuarto viaje. Venimos hoy porque ya está
todo hecho y bendecido. Vamos a estar aquí dos días. Hoy para firmar y mañana
para reunirnos con los directivos. Tenemos que darles seguridad de que van a
seguir todos ellos y los cambios, que se darán, se los iremos anunciando con
tiempo.
>>
Por cierto, hemos llegado hasta aquí sin haber decidido quien manejará esta
parte de la empresa, afincado aquí. Siempre decías que más adelante y aquí
estamos y, ahora, para más inri, no te acuerdas.
- ¿Alguna
vez pensamos en alguien?, -seguro que Pablo estaba al tanto de una decisión tan
importante.
- Bueno,
yo me había postulado. Pero cuando hablábamos del tema siempre me dabas largas.
- ¿Vas a
dejar de ser Gerente General para ser Gerente o Director de las oficinas en
Miami?, -aunque no me acordara de nada era de cajón que era un descenso en su
trayectoria laboral.
- En
realidad, ya sabes, ¡ay no, perdón, que no te acuerdas de nada! Bueno que lo
que quiero es irme de Lima
- Y
¿Diana?, porque me has dicho que estáis casados y que es mi asistente. ¿Dejaría de ser mi asistente?, -no entendía
como pensaba él venir a Miami dejando a Diana en Lima.
- Es que
no recuerdas nada Antay, pero…, no estamos muy bien, -la cara de Pablo se puso
triste y hasta se humedecieron sus ojos.
- ¿Ya no
la amas?, -preguntó intrigado Antay.
- La amo
con locura y ella a mí, pero el trabajo está matando nuestro matrimonio, -Pablo
se detuvo unos instantes que Antay respetó esperando que continuara- nos vemos
poco y a mí me gustaría tener hijos. Ella dice que también quiere, pero no hace
nada. No lo recuerdas pero tuvo un aborto y el ginecólogo nos dijo que si
queremos hijos tendría que tomárselo con calma, sin el estrés del trabajo. Pero
no quiere dejar de trabajar. Dice que, todavía, la necesitas. Aunque yo creo
que debe estar enamorada de ti.
- No
digas tonterías Pablo. El domingo pasado cuando coincidimos en la pizzería no
lo estaba, porque aunque nos conocíamos solo desde hacía dos semanas, estas
fueron intensas, pero nuestra relación fue la de dos hermanos. Yo ya estaba
suspirando por Indhira.
>>
Pues la tendré que despedir en cuanto lleguemos a Lima, y así no tienes que ir
a Miami, -sentenció Antay.
- ¿Estás
loco?, ¡oh!, perdón, no quise decir eso, -Pablo fue consciente de su
comentario, justo en este momento en el que hasta Antay dudaba de su cordura.
- Pues
algo hay que hacer. Hablaré con ella. No podéis separaros. –Antay recordó cómo
conoció a Diana, para él hace 15 días, aunque hayan pasado 7 años, y lo mal que
lo pasó.
- No se…,
no sé, -repitió Pablo pensativo- dejemos el tema de momento. Tú tienes que
recordar otras cosas.
El
trayecto hasta el aeropuerto se les hizo más corto que nunca. Bien es cierto
que el tráfico, tan caótico siempre en Lima, es más liviano a las 5 de la
mañana.
- Tienes
que poner un mensaje a Indhira, -le indicó Pablo- siempre lo haces antes de
embarcar y al aterrizar.
- Gracias,
ahora lo hago.
Cuando
Antay buscó en su celular a Indhira miró todos los mensajes escritos y,
efectivamente, ahí estaban todas las conversaciones que habían mantenido por
WhatsApp durante un tiempo. Buscó un mensaje de un viaje anterior, para ver
cómo se dirigía a su esposa, y así escribir en la línea como lo hacía
normalmente.
- Amor,
ya estamos en el aeropuerto. El trayecto fue rápido, no había casi tráfico.
Llegamos con tiempo de sobra. Embarcamos en media hora. Te extraño. Te amo con
locura.
Aunque
casi había copiado un mensaje anterior. La última parte en la que decía que la
amaba con locura, era cierta. Era lo que, realmente, sentía en ese momento, y
que no se diferenciaba mucho de lo que sintió el sábado que salió corriendo
como una gallina. La diferencia es que ahora no había miedo.
Aunque
no supiera como había llegado a donde se encontraba ahora, se sentía bien. No
recordaba haberse encontrado tan bien en mucho tiempo. Si para alcanzar este
estado se habían tenido que borrar de su memoria los últimos 7 años, lo daba
por bien empleado.
En las
cinco horas y media que duró el viaje, Pablo siguió poniéndole al día de los
temas que él consideraba importantes, referentes, no solo a la empresa, sino de
los temas personales de los que Pablo tenía conocimiento, que eran los
concernientes al funcionamiento en público, de su relación familiar. Por lo que
estaba escuchando de su relación con Indhira y con los niños, eran la envidia
de familiares y conocidos.
Se
sentía feliz de lo que estaba escuchando porque, parece ser, que había
conseguido tener una familia como siempre había deseado.
Nada
más desembarcar del avión puso un muevo mensaje a su esposa:
- Cariño,
ya hemos llegado. Nos vamos al hotel a dejar las maletas y a comer algo rápido
porque a las 3 nos esperan.
- Indhira,
que estaba pendiente del celular, contestó de inmediato- Papá llamó hace un
rato para saber si habíais llegado. Está como loco de contento con esta
operación. Dice que el domingo, en lugar de almorzar en su casa, nos invita a
toda la familia, al completo, a un restaurante para celebrarlo. Tener cuidado.
Te amo.
- Yo también te amo. Te llamo a la noche.
Diana,
que fue la que reservó el hotel, hizo un gran trabajo porque el hotel se
encontraba justo enfrente de las oficinas donde celebrarían la reunión. Dejaron
las maletas en la habitación y bajaron al comedor a almorzar. En el almuerzo
Pablo terminó de ponerle al corriente de con quien se iban a reunir, de lo que
iban a tratar y de lo que tenía que decir. Si no existía ninguna complicación,
que no tenía por qué haberla, según le dijo Pablo, una vez que firmaran, la
empresa que ahora dirigía sería un tercio más grande.
La
reunión se realizó tal como había pronosticado Pablo. Se sintió tan cómodo y
tan metido en su papel de presidente que, no solo se limitó a sonreír sino que,
participó activamente en los temas generales, con bastante acierto, mientras que los asuntos concretos los manejó
Pablo con verdadera maestría.
Finalizada
la reunión concretaron una visita de trabajo y una reunión con todos los
directores para el día siguiente.
A las
siete de la noche volvieron al hotel. Quedaron en ponerse ropa cómoda y
encontrarse en el hall del hotel para salir a dar un paseo y cenar. Pero antes
de separarse para ir cada uno a su habitación Antay le preguntó a su amigo.
- Pablo, ¡ayúdame!,
voy a llamar a casa. ¿Cómo trato a Indhira?, ¿por su nombre o le digo amor,
cariño, mi vida, amor mío?, -cuando hable con ella, que al menos la llame como
lo hago siempre.
- Pues
usas todas, menos el nombre y decir amor mío. Usas, con frecuencia amor, cariño
y mi vida. Cuando tienes que decir su nombre la llamas Chiqui, que es como la
han llamado siempre en su familia. Nunca Indhira.
- Gracias
Pablo, -y se separaron yendo cada uno a su habitación
Ya en
la habitación Antay pensó que tenía ante sí una prueba de fuego. Tenía que
llamar a Indhira y no podía centrarse en lo que habían sido las únicas tres
ocasiones en que habían estado juntos, porque siete años dan para mucho, para
mucha complicidad, para mucha familiaridad, para mucho entendimiento, para
muchos secretos, para entenderse sin palabras, para conocer el estado emocional
del otro solo por el tono de la voz y Antay no tenía experiencia en esa
relación. Para él era nuevo, era el primer día, y no tenía un punto de apoyo
que le sirviera de soporte, ni con ella ni con los niños.
- Pero
tenía que hacerlo, así que presionó el botón que abría, por primera vez en el
día, la puerta del miedo. Porque tenía miedo de lo que pudiera pasar en la
conversación, aunque tenía pensado decir que se le habían borrado 7 años de su
memoria en caso de no saber que decir. –Hola amor, -escucho la voz de Indhira
al otro lado del teléfono, -¿cómo ha ido?
- Ha ido
muy bien, cariño. Pablo ha hecho un gran trabajo. Está hecho. Ya puedes decir a
tu papá que reserve la mesa para el domingo, -esperaba que sonara familiar.
- Me
alegro tanto. Por papá y por ti. Le llamaré en cuanto colguemos, -¡bien!,
parecía que la entrada había sido lo habitual.
- Pensó
que tenía que interesarse por ella y los niños- ¿Qué tal tu día?, y ¿los niños?
- Los
niños están aquí saltando como locos esperando decirte algo. Espera que te los
paso y luego seguimos porque, si no, no nos van a dejar hablar,-te paso a
Alexis.
- Hola
papi. Quiero que me traigas un coche, ¿lo harás?, di que sí.
- Si,
cariño, te llevaré un coche.
- Gracias
papi. Adiós.
- Y, casi
de inmediato escuchó a María- Papi te amo.
- Yo,
también te amo. Y tu ¿qué quieres?, ¿otro coche?
- No
papi, un coche no. Tú ya sabes. Un beso, que mami quiere el teléfono, -y se
fue.
- Cariño,
no te gastes dinero, -era la voz de Indhira- los estás malcriando.
- ¿Yo
solo?, -preguntó Antay de manera inocente.
- Bueno
los dos, -concedió Indhira- pero tú más. Otra cosa, ¿cómo está Pablo?
- ¿Por
qué lo preguntas?, -la intuición de Antay le decía que la relación entre Pablo
y Diana estaba a punto de reventar e Indhira sabía tanto o más que él.
- Ha
venido Diana a casa. Llorando, hecha polvo. Están a punto de romper. No
entiendo, como puede ser, con lo enamorados que se les veía, -a Indhira se le
notaba preocupada.
- Algo
hemos hablado. A Pablo le gustaría tener hijos, pero para eso Diana tendría que
llevar una vida más sedentaria y, para llevar una vida más sedentaria, tendría
que dejar de trabajar y parece ser que no quiere. Pablo insiste en que quiere
hacerse cargo de las oficinas de aquí, de Miami y, así desaparece de Lima, no
se separan, pero tampoco están juntos.
- Tendríamos
que hablar con ellos, -Indhira siempre tratando de ayudar. Parece ser que no había
cambiado en estos 7 años.
- Si,
cariño, lo haremos, -aunque la memoria de los últimos 7 años seguía siendo un
misterio, por el cariño que sentía por Pablo y por Diana, tenían que hacer
algo.
- ¿Todo
ha ido bien?, ¿volvéis el miércoles?, es que te extraño.
- Yo,
también, te extraño, mi amor. Si no hay complicaciones mañana, que no tiene por
qué haberlas, volvemos pasado, según lo previsto.
- Como
los niños ya empiezan a ser mayores tenemos que pensar en dejarlos con mis
papás, y me voy contigo cuando salgas. Te extraño demasiado, -le encantaba lo
que estaba escuchando de su esposa- cariño, te dejo que está llorando el niño.
Te amo.
- Aunque
sea por mensaje dime que le ha pasado. Te amo.
Cuando
llegó al hall del hotel, Pablo ya estaba esperándole.
- ¿Cómo
fue la llamada?, -se interesó Pablo nada más verle aparecer.
- Fue
bien, sin problemas. Gracias a ti.
Salieron
a la calle y se fueron a caminar por el paseo marítimo, que estaba muy cerca de
donde se encontraban.
Nada
más salir del hotel Antay recibió un mensaje de su esposa en el que le
informaba que los llantos de Alexis solo fueron por una disputa con su hermana.
- Cuando
le explicó a Pablo el contenido del mensaje éste comentó- Son dos niños que se
llevan muy bien y se defienden el uno al otro, siempre, en cualquier ocasión.
Supongo que cuando están solos dejan salir sus diferencias.
- Tendrás
razón. Tú sabes de ellos mucho más que yo, -le contestó Antay.
Caminaron
durante un par de horas, conversando, casi todo el recorrido, de las
peculiaridades de la empresa, que se suponía que conocía Antay, su presidente,
pero que no recordaba, en absoluto. Pablo le fue poniendo el corriente de las
grandes y las pequeñas cosas. Sin comentar más de su tema personal.
Siguieron
conversando mientras cenaban una pizza y, un poco antes de las 11 de la noche,
se retiraban a sus habitaciones, no sin antes establecer su plan para el día
siguiente.
- Pablo,
-le dijo Antay a su amigo- mañana voy a ver si puedo visitar a un neurólogo,
porque no hace falta que vaya contigo a la oficina, o ¿sí?
- En absoluto,
-contestó Pablo- casi serias un estorbo, pero ¿no quieres que vaya contigo?
- No,
gracias, ¿para qué vas a venir? Tengo una falta de memoria selectiva, pero me
desenvuelvo bien. ¿A qué hora te parece que quedemos para el almuerzo?
- A las 2
estaría bien, -le dijo Pablo.
- Perfecto.
A las 2 en el hall. Hasta mañana, -se despidió Antay camino de su habitación.
Una vez
solo, Antay hizo un repaso al día tan extraño que había vivido. ¿Cómo podía
haberse borrado de su mente una etapa importante de su vida? y, sin embargo,
permanecer incólumes los recuerdos de su vida de miedo, de duda e indecisión.
Por lo que le había contado Pablo, desde que comenzó a trabajar en la empresa
de su suegro, fue todo lo contrario a lo que él recordaba, decidido, valiente,
resolutivo y amoroso, como esposo y como padre. Eso le gustaba. Y fue esa parte
importante de su vida, la parte en la que había conseguido dominar sus
temores, la que había desaparecido.
“¡Qué curioso!”, pensó. “Es como si la mente no consintiera mi valentía y estuviera
boicoteándome. A ver si mañana tengo la suerte de poder visitar a un
especialista que me explique la situación”.
Y con
esos pensamientos se durmió. Había sido un día largo, además de extraño.
Eran
las 8 de la mañana cuando Antay abrió los ojos a un nuevo día. Miró con
curiosidad la habitación para ver si era la habitación de su antiguo
departamento de soltero. Pero no. Era la habitación del hotel. Lo que había
vivido el día anterior había sido real, no había sido un sueño. Por un lado, se
decepcionó, porque en algún lugar de su interior tenía una ligera esperanza de
que hubiera sido un sueño y, por otro lado, se alegró, porque le gustaba en que
se había convertido.
Bajó a
desayunar y aprovechando que el día era soleado y agradable decidió hacerlo en
la terraza exterior del hotel. Con un bol de frutas frente a él, comenzó a
buscar, con su celular, algún neurólogo que le pudiera visitar y resolver así
el enigma de su pérdida de memoria.
- No tuvo
tiempo de buscar mucho porque sintió que alguien le llamaba- Antay, ¡Que
alegría verte!
- Miró
hacia su derecha, de donde procedía la voz y se encontró con Ángel. La
sorpresa, unida al trabajo que comenzó a realizar su pensamiento preguntándose
cómo podía aparecer allí, 7 años después y, nada menos que en Miami, le impidió
levantarse- ¿Ángel?, ¿qué haces aquí? -dijo extendiendo el brazo para estrechar
su mano.
- Podría
decirte que estoy de vacaciones, pero no sé si te lo creerías. Estoy muy bien,
y tú, ¿qué tal?, -preguntó Ángel.
- También,
muy bien, -seguro que Ángel sabe de mi situación, pensó Antay- siéntate conmigo
y tómate un café o desayuna si no lo has hecho, puedes hacerlo.
- Gracias,
me tomaré un café, -dijo Ángel mientras tomaba asiento frente a Antay- y ¿qué
hacías, que te he visto muy ensimismado con tu celular?
- Estaba
buscando un neurólogo para ver si podía visitarme en el día de hoy, -explicó a
Antay.
- ¿Es por
el tema de tu memoria? O, mejor, de la falta de memoria, -“ya me parecía que lo
sabía, como no podía ser de otra manera” pensó Antay.
- Sí,
-contesté.
- Pues no
vayas al neurólogo. No tienes ninguna enfermedad. Solo es algo temporal,
-confesó Ángel.
- ¿Me lo
vas a contar todo?, o ¿tendré que ir preguntando por partes?
- Todo no
podré contártelo, pero si puedo contar una parte, hasta donde tengo
autorización, -y dicho eso se quedó callado esperando algún comentario por
parte de Antay.
- Te lo
agradezco. Puedes empezar cuando quieras. Yo no tengo prisa, porque si ya no
tengo que ir al neurólogo, ese era todo mi trabajo de hoy.
- Ha sido
necesario que pasara esto, que perdieras tu memoria, de la noche a la mañana,
para que fueras consciente de lo que significa vivir con miedo y de lo que se
consigue cuando lo que domina la vida es el amor.
>>
En los últimos 7 años has vivido en piloto automático, sin ser muy consciente de
la diferencia entre tu vida anterior, hasta que conociste a tu esposa y
comenzaste a trabajar en la empresa, que estás dirigiendo con tanto acierto, y
tu vida actual.
>>
Eso es un peligro para ti porque, ante cualquier revés de la vida, volverías a
caer en las garras del miedo sin saber cómo afrontar las situaciones que
podrían presentarse.
- Perdona
que te interrumpa, -cortó Antay a Ángel- ¿quiere eso decir que, en estos
últimos años, estoy viviendo una especie de bonanza que se va a terminar en
algún momento?
- Todo es
susceptible de cambio, Antay, y lo importante es estar preparado para afrontar
cualquier posible cambio, -y siguió Ángel:
>>
En este momento eres muy consciente de tu vida anterior y de la actual, porque
están muy juntas. Es como si estuvieran superpuestas, lo cual es normal, porque
para ti solo tienen un día de diferencia. Así puedes ser consciente de la
diferencia que existe entre vivir el miedo y vivir el amor.
- La
verdad es que de mi vida actual solo soy consciente del día de ayer, de hoy y
de lo que me ha contado Pablo. Pero, a pesar de no acordarme, en absoluto, de
los últimos 7 años de mi vida, tengo una paz y una serenidad que en mi vida
anterior hubiera sido difícil de conseguir. Y no entiendo como no estoy muerto
de miedo y lleno de ansiedad, por no poder controlar nada, con lo que a mí me
gusta tener, con respecto a mi vida, todo controlado.
- Este
era el objetivo, -confesó Ángel- que fueras consciente de las dos situaciones.
>>
¿Qué te parece dar un paseo?, creo que tienes que comprar un regalo a tus hijos,
-me recordó Ángel, aunque, no era necesario porque era algo que ocupaba mi
mente.
- Sí. Es
algo que me preocupa, porque no les conozco y no sé qué comprar. Alexis quiere
un coche y María me dijo que yo ya sé. ¡Ya me gustaría saber!
- Bueno,
alégrate, aquí estoy yo para ayudarte.
En ese
momento fui consciente de la perfección de nuestra planificación de vida. No me
han dejado solo ni un momento. Primero Pablo y ahora Ángel, velando por mí.
Pablo, sin ser consciente de nada pero, actuando como un auténtico amigo y
Ángel en su papel de ángel, (valga la redundancia).
Entiendo
que es un minucioso plan, aunque sigo sin entender porque me pasan a mí estas
cosas. Pero como Ángel dijo una vez, para qué entender y darle nombre a las
situaciones que se van presentando. Lo mejor es vivirlas, disfrutarlas y
aprovecharlas al máximo para sacar de ellas el mayor aprendizaje posible.
- Gracias,
no sé qué hubiera sido de mí, sin Pablo y sin ti.
Como
dos amigos, se fueron caminando, parecía que sin rumbo fijo, sin embargo, no
habían caminado 15 minutos, cuando Ángel le indicó a Antay una tienda de
juguetes en la que podría comprar los regalos para sus hijos.
Ángel
hizo más que mostrarle la tienda. Le dijo que coches comprar a Alexis y cuál
era el regalo que María daba por sentado que conocía su papá. Era un cuaderno
para colorear mandalas, al que acompañó con los lápices para colorear ya que,
según le dijo Ángel, estaba terminando los que tenía en casa.
Siguieron
caminando hasta el paseo marítimo. Hasta las 2 que había quedado con Pablo,
para almorzar, tenían tiempo, de sobra, para disfrutar de la ciudad.
- Aunque
no ha salido en tus conversaciones con Pablo, te cuento que tu esposa y tú
estáis trabajando en un proyecto para ayudar a niños desprotegidos a través de
una organización benéfica que vais a financiar con el 10% de las ganancias de
la empresa y con aportes de otras empresas y particulares. En la labor de
encontrar aportantes se encuentra volcada tu esposa y su familia, aprovechando
los contactos de tus suegros, -esto que me estaba contando Ángel era de mi
agrado.
- ¿Está
muy avanzado el proyecto?, -ya que él había sacado el tema, lo normal es que me
ponga al corriente.
- Sí que
lo está, -comentó Ángel- Indhira será el rostro visible de la organización.
- Me
encanta esto que me estás recordando. Y, ¿todos están de acuerdo?
- Todos.
Como dice tu suegro, “Es pecaminoso que
tengamos tanto y haya niños pasando hambre”. Y todos se han puesto a
colaborar. Tu suegra y tus cuñadas, también, están aportando un trabajo
valioso. Además de la búsqueda de aportantes que está muy avanzada, estáis en
la fase de autorizaciones y legalización del proyecto. Después solo quedará
contratar el personal e iniciar el trabajo.
- Háblame
más del tema, por favor, -le supliqué a Ángel.
- Hace 6
meses se le ocurrió a Indhira cuando comprasteis un hotel. A todos les pareció
genial la idea y comenzasteis a preparar el hotel para poder albergar a los
niños con todos los servicios necesarios.
>>
La prioridad de un país debería ser el cuidado de sus niños. La formación
intelectual y emocional, el cuidado de su salud y sentar las bases para
procurar su felicidad tendría que ser el primer punto del programa de cualquier
político. Sin embargo, no es así, por eso iniciativas como la vuestra, que
cubran las deficiencias que existen en este país y, en muchos más, con relación
a los niños, son vitales para su desarrollo como seres humanos. Con vuestro trabajo vais a tocar fibras que perdurarán en
el ser de cada niño y esa es una labor muy necesaria en la etapa por la que
atraviesa el planeta.
- Ya
estaba Ángel hablándome de temas ininteligibles para mí- ¿Qué tiene que ver el
planeta con nuestra Fundación? y, ¿qué quieres decir con eso de la etapa por la
que está atravesando el planeta?
- Tiene
que ver todo Antay. Permíteme darte una explicación, muy sucinta, para que
puedas entender, un poco más, este tinglado de la vida.
>> De la misma manera que
cuando un niño, que ya camina y habla, llega a una determinada edad, que pueden
ser 3, 4 o 5 años, comienza a asistir a un colegio, las almas que por primera
vez van a encarnar lo hacen en lo que podríamos denominar, también, su colegio.
Y van a permanecer en él hasta que finalicen sus estudios que, como ya te he
comentado en otras ocasiones, es el aprendizaje del amor.
>> El primer colegio de
esas almas es el planeta Tierra. No hay otro planeta, en nuestro Sistema Solar,
preparado para acoger a esas almas que, provistas de un determinado cuerpo, de
la misma manera, que los niños visten su uniforme, asisten gozosas a la
aventura de su colegio, que no es otra que la aventura de vivir.
>> La Tierra es el primer
colegio. Hay más colegios, pero este es el único que puede albergar a la
estructura que alberga las almas: el cuerpo humano. Todas las formas de vida
compuestas por la energía densa y pesada, que es la materia, se encuentran
conviviendo en el planeta: plantas, animales y humanos.
>> Las plantas, la
primera forma de vida, reaccionan por estímulos de la naturaleza, sol, lluvia,
día o noche.
>> Los animales, con una
evolución superior a las de las plantas, reaccionan por instintos.
>> Y los seres humanos,
que son la cima de la Creación en este planeta, reacciona de varias maneras:
Algunos seres humanos, muy primitivos, reaccionan en un 90% por instintos como
los animales y un 10% por emociones. Según van evolucionando se va reduciendo
el porcentaje instintivo y va creciendo el emocional. Piensa en ti, por
ejemplo, como el miedo ha condicionado tu vida en su totalidad. Te has movido
por emociones, que recuerda que son energía, pero todas muy densas, hasta
llegar a dónde estás ahora, en que tu energía es más sutil, por lo que te estás
separando más de los animales e, incluso, separando, también,0 de un humano
normal, que solo se mueve por energía bajas.
>> Pero los seres humanos
han de seguir evolucionando a algo, que podríamos denominar superhumano, y
llegar a un porcentaje de reacción instintiva, muy pequeño, porque no hay que
olvidar que el hombre es un “animal” racional, por lo que el instinto va a
permanecer con él. Como ejemplo, piensa en que pasa cuando acercas la mano al
fuego. La separas de inmediato, solo debido al instinto de conservación, sin
que aparezca para nada la racionalidad o la emoción. También, reaccionan en un
bajo porcentaje a las emociones de baja energía y comienzan a reaccionar con la
energía del amor.
>> En ese momento, el
alma que comenzó su camino de aprendizaje, movido por sus instintos, está
preparado para dar un salto en su aprendizaje del amor. No volverá a encarnar
en la Tierra. Otros planetas le esperan para completar su formación.
>> Pero la Tierra,
además, de ser el colegio para las almas primerizas, es también un buen
semillero en el que los seres de oscuridad vienen a buscar adeptos.
- Perdona
que te interrumpa Ángel, pero no se que son los seres de oscuridad.
- Es
cierto Antay, nunca te he hablado de ellos.
>> Los ángeles son seres
espirituales creados por Dios por una libre decisión de su voluntad divina. Son
seres de Luz, inmortales, dotados de inteligencia y voluntad. La misión de los
ángeles es amar, servir y dar gloria a Dios, ser sus mensajeros, cuidar y
ayudar a los hombres. Dios creó a los ángeles como espíritus puros, todos se
encontraban en estado de gracia
>> Entre los ángeles, Dios
creó un espíritu poderoso, inteligente y hermoso, que era el jefe entre los
ángeles. Se llamaba Lucifer, que significa “el que brilla”. Pero Lucifer
también tenía libre albedrío, y podía hacer sus propias elecciones.
>> La belleza, sabiduría
y poder de Lucifer, todas las cosas buenas creadas en él por Dios, le llevaron al
orgullo. Su orgullo le hizo rebelarse contra Dios, pero nunca perdió ninguno de
sus poderes y habilidades. Desde entonces está dirigiendo una revuelta cósmica
contra su Creador para ver quién será Dios.
Su estrategia es reclutar a la humanidad para unirse a él, tentándolos a
la misma elección que él hizo, independizarse de Dios y desafiarlo.
>> Lucifer y los ángeles
rebeldes que le siguieron, convertidos en lo que llamamos demonios, fueron
confinados a un estado eterno de tormento en donde nunca más podrán ver a Dios.
No cambiaron su naturaleza, siguen siendo seres espirituales y reales. Su
actividad en el mundo busca apartar a los hombres de Dios mediante engaños e
invitaciones al mal. Quieren evitar que lo conozcan, que lo amen y que alcancen
la felicidad eterna. Es un enemigo con el que se tiene que luchar para acercarse
a Dios.
>> Estos seres de
oscuridad se encuentran organizados en jerarquías, tal y como fueron creados en
un principio, subordinados los inferiores a los superiores.
>> Aprovechan la débil
voluntad del hombre, su inclinación hacia lo fácil y su facilidad para actuar
con miedo, para evitar que los seres humanos eleven su vibración y no hay nada
mejor que el miedo para que eso ocurra. Son muy astutos, disfrazan el mal de
bien.
>> El miedo tiene una
frecuencia de vibración larga y lenta, activando solo ciertos puntos de la
cadena de ADN, mientras que el amor tiene una frecuencia alta y muy rápida,
impactando en muchos más puntos y, por ende, extrayendo mayor energía y
potencial del ADN.
>> Aunque sea difícil de
creer, por todos los desastres que envuelven al planeta, la Tierra está
realizando su ascenso a la quinta dimensión. La quinta dimensión no es un
lugar, es un estado de conciencia y el estado de conciencia tiene que ver con
la calidad de la energía, es decir, con la vibración. Las bajas vibraciones
corresponden a las dimensiones bajas y se asciende a otra dimensión según se va
incrementando la vibración.
>> Los seres humanos se
mueven entre la tercera y la cuarta dimensión. En la tercera dimensión o tercer
nivel de conciencia, se percibe el mundo, y a uno mismo, a partir de tres
referencias: anchura, altura y profundidad, es decir, quien vive en la tercera
dimensión valora todo aquello que puede ver, tocar y experimentar, o lo que es
lo mismo, valora el mundo físico.
>> Al incrementase la
vibración de la persona, esta asciende a la cuarta dimensión. En ella, a las
referencias anteriores, ancho, alto y profundo, se incorpora la parte
espiritual, por lo que la persona puede verse a sí misma, a parte de un cuerpo
con unas necesidades específicas, con un añadido afectivo y emocional. La
vibración de la Tierra corresponde a esta categoría, por lo que los seres
humanos que habitan en ella, al estar impregnados con su energía tienen una
facilidad añadida para llegar a ese nivel, si es que aún no han llegado a él.
>> El siguiente peldaño o
nivel de conciencia es la quinta dimensión. Quien vibre en esa sintonía es
capaz de percibir que todas las cosas están unidas por una fuerza universal, el
Amor. Se deja a un lado la sensación de individualidad y se adentra en la
sensación de unicidad. Todos somos Uno, hijos de un mismo Padre.
>> A esta vibración es a
la que se está llevando al planeta, y digo que se está llevando porque no lo
puede hacer solo y, para eso, necesita de las vibraciones de sus habitantes y
de la ayuda de los Seres de Luz.
>> Los habitantes del
planeta, no son de mucha ayuda, ya que no parece que haya muchos que estén
vibrando en la sintonía cercana a la quinta dimensión, por lo que casi todo el
trabajo lo tienen que realizar los Seres de Luz. Cuando lo consigan será de
gran ayuda para que todos los que estáis encarnados y para los que vayan a
encarnar puedan llegar a esa vibración más fácilmente, porque cuando la Tierra
consiga vibrar en la energía de la quinta dimensión, será mucho más fácil para
los seres humanos alcanzar ese estado de unidad con Todo, de unidad con todos y
de unidad con Dios, que son los atributos de la quinta dimensión.
>> A pesar de que la
Tierra cambie su vibración, podrán seguir habitándola seres de tercera y cuarta
dimensión. Posiblemente, un poco, incómodos, al principio, porque tendrán que
vivir en una energía más sutil que la suya propia, pero podrán acostumbrarse
sin grandes problemas.
>> Sin embargo, hay quien
no quiere que la Tierra ascienda. Los seres de la oscuridad no desean ese
cambio porque no quieren que los seres humanos se acerquen a su Origen, es
decir, a Dios y, para eso, ponen todas las trabas que pueden para que eso no
suceda.
>> De la misma manera que
hay seres de mucha luz encarnados, también hay encarnados seres oscuros que son
los hacen el trabajo sucio, y para que puedan influenciar en muchas personas
suelen ocupar puestos de poder, bien sea político, económico, religioso o
social.
>> Por eso, cualquier
iniciativa que ayude a los seres humanos a conseguir vivir el amor, es una
ayuda inestimable para ayudar a los Seres de Luz en su trabajo de lograr el
ascenso de la Tierra a la quinta dimensión. Vuestro trabajo se encentra
encaminado en esa línea, porque va, no solamente a cuidar físicamente a los
niños, sino, también, a enseñarles a discernir sus emociones y, sobre todo, a
incentivar el amor en ellos mismos.
- No
sabía que decir ante todo lo que acababa de enseñarme Ángel- No tengo palabras.
¡Que perdidos estamos los seres humanos!, y más pensando que el señor al que
podemos votar, o el líder de cualquier religión, el empresario que mueve miles
de millones o el famoso que influye en muchas personas, bien podrían ser un ser
de oscuridad que envuelve la maldad en papel de regalo. ¿Qué hacer?
- Amar
Antay, amar.
>>
Y, cambiando de tema, ¿qué tal tu encuentro con Pablo que es amigo tuyo desde
hace mucho tiempo? –se interesó Ángel.
- Uno de
los atributos de la amistad es la lealtad y Pablo ayer me pareció de una
lealtad inquebrantable. Gracias a él estoy capeando, con bastante dignidad, mi
falta de memoria. No sé lo que pasará mañana cuando esté en casa con Indhira y
con los niños. Pero no tengo miedo. Si no soy capaz de controlar la situación
le contaré a Indhira la verdad sobre mi estado.
- Si,
-reconoció Ángel- es un gran amigo. Y, en cuanto a tu situación en casa, creo
que saldrás airoso de la situación. Hablarle a tu esposa de tu falta de memoria
solo depende de ti. Haz lo que creas que debes de hacer.
- Dios te
oiga, -y, de inmediato, caí en la cuenta de con quién estaba hablando- ¡uy!,
perdón ya sé que te oye.
- Y a ti
también te oye. Dios escucha siempre y escucha a todos.
Por un
momento seguimos caminando en silencio hasta que recordando a Pablo y a Diana
le comenté a Ángel:
- Me
gustaría poder ayudar a Pablo. Parece que no está pasando por su mejor momento.
- ¿En su
matrimonio?, -no sé por qué preguntaba Ángel, seguro que lo sabía todo.
- Sí.
Creo que les amo a los dos, tanto a él como a Diana y por lo que me ha
comentado están pasando por una crisis. Imagínate que él se quiere venir a
trabajar a Miami dejando la gerencia de la empresa. En mis condiciones actuales
creo que no tengo la información necesaria para poder ayudarles, ¿Qué opinas?
- Que no
necesitas más información que la que tienes. En realidad, se aman pero, les
falta diálogo. El diálogo en la pareja es como el agua para las plantas. De la
misma manera que la planta necesita el agua para vivir, la pareja necesita el
diálogo para mantenerse viva, para mantener la ilusión, para saber uno de las
necesidades de otro.
>>
En esta pareja los dos quieren lo mismo, un hijo, pero no parece que estén
dispuestos a trabajar por lo que desean. Esperan que llegue del cielo como
llega el agua de la lluvia.
- Eso es
lo triste, que se aman y están dispuestos a echarlo todo por la borda. Cuando Pablo
me contaba la historia, le dije que en cuanto llegáramos a Lima despediría a
Diana y así se acababa el problema, ¿qué te parece?, -quise saber la opinión de
Ángel.
- No
parece una buena idea. Creo que lo mejor sería que hablaras con Diana, que es
algo que nadie ha hecho y escuchar que tiene que decir, para saber cuáles son
sus sueños, y que espera hacer para conseguirlos. Seguro que así tendrás la
información completa. Y a ti te va a hacer mucho caso.
Teniendo
en cuenta que había quedado con Pablo para almorzar caminamos de vuelta al
hotel. Había sido una mañana agradable en la que pude entender la razón de mi
estado.
- Antes
de llegar, Ángel me hizo un recordatorio. ¿Recuerdas que te dije cuando te
hablaba de las condiciones para incrementar el amor por uno mismo, el día que
nos encontramos en el Malecón, por primera vez, bajo la garúa?
- Creo
que una de las cosas que dijiste fue que tenemos que vivir con atención, ¿te
refieres a eso?
- Correcto.
Porque esa es la razón de que estemos ahora aquí, tú sin memoria y yo
recordándote sucesos.
>>
La vida es atención. Cuando pierdes la atención estás perdiendo la vida. Dios
no quiere que seas ingeniero, ni que trabajes mucho. Dios quiere que te
diviertas, que trates a todos como si fueran Él. Y si no puedes conseguirlo
imagina que eres tú a quien tratas. Permanece atento. De esa manera tendrás muy
claro de dónde vienes, para no volver sobre tus pasos. Recuerda que vienes del
miedo y le has vencido gracias al amor. No lo olvides.
>>
Nos encontraremos en Lima con tu memoria intacta. Feliz viaje de regreso a
casa.
Coincidiendo
con las últimas palabras de Ángel llegábamos a la puerta del hotel, a la que,
también, llegaba Pablo, en ese mismo momento. Y cuando me volví para despedirme
de Ángel ya no tuve tiempo. Había desaparecido.
- Nada
más llegar a la altura de mi amigo, antes de cualquier otra cosa, preguntó-
¿Has ido al neurólogo?, ¿qué te ha dicho?
- No
Pablo, no he ido, -y como no me apetecía contarle nada de Ángel me inventé una
ligera mentira- llamé a un conocido de Lima y me dijo que no parecía nada
grave. Que esperara unos días que seguro que recuperaba la memoria tan de
inmediato como la había perdido y si en 10 días no me vuelve, entonces sí, me
dijo que fuera a visitarle. Y le he hecho caso, porque a pesar de no recordar nada,
me siento muy bien.
- Si,
-ratifico Pablo- se te ve normal. Esperemos que todo vuelva a la normalidad
cuanto antes.
A Pablo
se le veía contento y me explicó que, la razón era que, los mandos de la
empresa que acabamos de adquirir, habían aceptado la situación con total
apertura y parecían dispuestos a colaborar en los cambios que teníamos previsto
implantar.
- Pablo
insistía- Solo falta saber quién va a dirigir la empresa aquí en Miami. Hasta
entonces, les he dicho que funcionen normalmente y, ante cualquier duda, que me
llamen de inmediato.
- Pablo,
-le dije- no sé si en las condiciones que me encuentro puedo tomar decisiones
acertadas, pero he tomado una. No quiero desprenderme de ti. No vas a ser tú.
No puedo, ni quiero dejarte ir. No solo eres mi mejor amigo, eres una parte muy
importante para la empresa.
- ¿Seguro
que no quieres volver a pensarlo?
- No
Pablo. Tu relación con Diana no se va a solucionar porque salgas corriendo. Yo
podría hablarte, largo y tendido, sobre eso. La primera vez que salimos Indhira
y yo, me fui corriendo como una gallina. De eso me acuerdo como si estuviera
ocurriendo en este momento y ya ves ahora donde estamos. Hablaremos para
encontrar soluciones al problema.
>>
Pero, permíteme volver sobre el tema del mando aquí en Miami. Creo que tenemos
que dejarlo solucionado ya. ¿Qué pasa si nombramos a uno de los directores como
gerente?
- ¡Qué
curioso!, -dijo Pablo- para este tema es como si no hubieras perdido la
memoria, porque es algo que siempre lo has dejado ir, que fuera alguien de aquí.
Si estás empeñado en que no sea yo, creo que es una buena opción.
- Lo que
yo no puedo es decidir quien pueda ser. Ya sabes, mi memoria, -comenté a manera
de chiste.
- Podría
ser Peter, Peter Gardner. No solo es el más antiguo. Es el más competente y los
demás le aceptarían sin problemas, -por fin Pablo había entrado en razón
proponiendo una persona sin insistir más en ser él mismo. Su amistad y lealtad
está fuera de toda duda.
- ¿A qué
hora tenemos mañana el vuelo?
- A
mediodía, ¿por qué?, -preguntó Pablo con cara de extrañeza.
- Podemos
citar hoy a Peter aquí, en el hotel, a las 5, para ofrecerle el puesto y
convocamos una reunión mañana con los directores para presentarle. La reunión
podría ser a las 8. En menos de una hora podemos estar de nuevo en el hotel
para recoger las maletas e ir al aeropuerto. ¿Qué te parece?
- Me
parece perfecto. Llamo a Peter y que él mismo se encargue de convocar la
reunión de mañana.
La
tarde pasó más rápida de lo que podía parecer. No tuvieron tiempo de hablar de
ningún otro tema que no fuera del trabajo. Al poco de finalizar el almuerzo
llegó Peter, su nuevo gerente de Miami. Ya había convocado a todos sus
compañeros para las 8 de la mañana del siguiente día. Cuando Antay le ofreció
la gerencia la aceptó en el primer segundo, y pasaron el resto de la tarde
hablando de trabajo.
Peter
cenó con sus jefes y al finalizar la cena, Pablo y Antay subieron a sus
habitaciones y Peter se fue a su domicilio quedando para encontrarse en la
reunión del dia siguiente.
- Hola
amor, -escuchó la voz de Indhira cuando esta contestó la llamada.
- Hola
cariño. ¿Qué tal tu día?, ¿cómo lo han pasado los niños?, -esperaba ser
coherente con lo que había sido en esos 7 años perdidos en el algún confín de
su mente.
- ¡Uf!,
mi día extrañándote. Cada vez te echo más de menos cuando te vas y debería ser
al contrario ¿verdad?
- ¿Por
qué debería ser al contrario?, -se interesó Antay.
- Porque
ya nos tenemos muy vistos, -le explicó Indhira.
- Yo
nunca me voy a cansar de mirarte y de estar contigo. –no tenía nada que ver la
memoria en este comentario. Era verdad, en este momento.
- ¡Qué
lindo eres!, ¡Cuánto te quiero!
- Y yo a
ti. Y, también a los niños, ¿cómo han estado?
- Revoltosos,
como siempre. Y extrañándote. Ya están acostados. ¿Cómo os ha ido?, ¿volvéis
mañana?
- Nos ha
ido genial. Ya hemos nombrado al gerente y Pablo no ha insistido más en ser él,
es un gran amigo. En cuanto llegue voy a hablar con Diana.
- Sí, es
una gran idea, a ti te hará más caso. Eres como un hermano mayor, al que
escucha más que a nadie. ¡Qué bien que ya lo hayáis resuelto todo!
- Sí,
todo listo. Mañana tenemos otra reunión en las oficinas a las 8am, pero en
media hora habremos acabado porque solo es para presentar al nuevo gerente y ya
nos volvemos al hotel a por las maletas y al aeropuerto. Ese es el plan de
mañana.
>>
Nunca te imaginarias con quien he estado tomando un café.
- ¿Con
quién?, -se interesó Indhira.
- Con
Ángel.
- ¿Con
Ángel?, yo creí que había desaparecido, para siempre, después de 7 años. Y ¿qué
te contó?
- Pues
volvió a aparecer. Me habló de vivir con atención, pero ya te contaré. Te dejo
que estoy un poco cansado. Me voy a acostar.
- Espera,
que tengo una buena noticia. La Asociación ya tiene todos los permisos. Podemos
comenzar a trabajar. -A Indhira se le notaba muy emocionada.
- Sí que
es una gran noticia. Mañana me cuentas todo.
- Si,
mañana nos ponemos al día. Descansa cariño. ¡Hasta mañana!, ¡te amo!
- Yo,
también, te amo. ¡Hasta mañana!
Desperté
a las 6 en la habitación del hotel. Supongo que, en algún recóndito lugar, en
mi interior, todavía albergaba la esperanza de estar viviendo un sueño. Y,
entonces, fui consciente de que me alegraba de que no lo fuera. Me gustaba la
vida que estaba viviendo. Con un gran trabajo, que no hubiera imaginado ni en
mis mejores expectativas. Casado con una mujer a la que amaba con locura, pero
teniendo en cuenta que no recordaba nada, debía amarla desde el primer momento
en que la conocí. Y pensar que, si hubiera seguido escuchando al miedo que me
atenazaba, no hubiera vivido este tiempo de matrimonio que, según me ha
relatado Pablo, ha sido feliz.
Pero
aún tengo más razones para no desear despertar en mi antiguo departamento, mis
dos hijos. Es cierto que ahora no los conozco, en absoluto, pero estoy seguro
que cuando recupere la memoria descubriré el amor que siento por ellos. Se me
llena el pensamiento, el corazón y todo mi ser cuando pienso en “mi familia”,
porque era algo por lo que he estado suspirando toda la vida de la que soy
consciente y, ahora, la tenía.
Bajé al
comedor para desayunar y, justo en ese momento, también llegaba Pablo.
Pasamos
el desayuno conversando sobre las peculiaridades de las personas que
completaban con nosotros el equipo de dirección de la empresa, a los que se
supone que conocía, pero que no recordaba en absoluto, excepto al señor
Ramírez, director de recursos humanos, del que guardo memoria por haberle
conocido antes de mi lapso de memoria.
Cuando
llegamos a la reunión ya estaban todos los asistentes con cara de sorpresa,
como preguntándose ¿qué hacemos aquí?
Tomé la
palabra, para explicarles el motivo de la reunión, y en cuanto anuncié que su
compañero el señor Gardner había sido el elegido para la gerencia, pude
comprobar en el rostro de todos los asistentes una especie de alivio y una alegría
contenida que, supongo, saldría a la superficie en cuanto Pablo y yo dejáramos
la reunión, que fue lo que hicimos, en media hora. Regresamos al hotel a
recoger las maletas para desplazarnos al aeropuerto. El avión que nos llevaría
de vuelta a Lima tenia previsto su despegue a las 12:45.
16
Hogar, dulce hogar
Después
de dejar a Pablo en su domicilio seguí, hasta casa, con el mismo taxi que
tomamos en el aeropuerto. Eran casi las 8 de la noche cuando llegué a casa.
Aproveché que estaba solo para, antes de entrar, echar un vistazo a mi
desconocida vivienda.
Era una
casa de dos plantas, ubicada a dos cuadras de las oficinas de la empresa. Un
enrejado protegía el frontis de la casa y se completaba la protección con
cámaras de vigilancia estratégicamente instaladas. La casa, pintada de un color
crema, estaba separada unos 10 metros de las rejas y todo ese espacio estaba
cubierto de un cuidado césped, excepto un pasillo que comunicaba con la entrada
de la vivienda y otro que daba acceso a lo que debía ser la cochera. Todas las
ventanas, también, se encontraban protegidas con rejas, dos en la primera
planta y tres en la segunda. El lado izquierdo estaba adosado a otra casa, de
similares características, (después me enteré que era el domicilio de mis
suegros), y en el lado derecho había un espacio de 3 metros hasta el edificio
contiguo que era un edificio de apartamentos de 5 plantas. Ese espacio,
también, parecía sembrado de pasto, aunque había una especie de pasillo adosado
a la casa que aparecía enlosado.
No era
consciente de tener ninguna llave, por lo que no tuve más remedio de tocar el
timbre de la puerta.
- Ya te
abro cariño, -escuché la voz de Indhira- siempre haces lo mismo con las llaves.
Escuché
el zumbido de la apertura y no había terminado de empujar la reja, cuando de la
puerta de la casa salieron dos niños corriendo mientras gritaban: “papi, papi,
llegaste”. Indhira observaba, sonriente, la escena, apoyada en el quicio de la
puerta.
No me
dio tiempo a pensar como hacer con los niños para que, tanto ellos como
Indhira, no encontraran mi actuar de manera extraña, porque en un instante les
tenía, a los dos, agarrados a mis piernas. Solté la maleta y la cartera y me
agaché para abrazarles a ellos. Ellos me llenaban de besos y mi reacción
instintiva fue la misma, besarles mientras les apretaba contra mí.
- Niños,
soltar a papá que estará cansado. Dejarle que, al menos, entre en la casa, -la
voz de Indhira sonaba divertida.
Entré
en la casa con los niños, bailando a mi alrededor, y nada más cerrar la puerta
de la casa besé a mi esposa, lo que para mí era el segundo beso, mientras la
apretaba contra mí. Los niños abrazados a nuestras piernas reían mientras
preguntaban, de manera insistente, si les había traído un regalo.
- Separando
su boca de la mía Indhira dijo bajito en mi oído- cada vez besas mejor, eres un
maestro. Si no fuera por lo que te extraño te dejaría que te fueras de viaje
dos días a la semana solo para recibirte como ahora.
- Te amo,
cariño, te amo, -en toda mi vida, de la que tengo memoria, no recuerdo haber
sentido esta sensación de amor tan infinita.
- Y yo a
ti -contestó Indhira- cada día más. Estoy loca por ti.
Al final, deshicimos, los cuatro, nuestro
abrazo. Me senté cargando a cada uno de los niños en mis rodillas,
preguntándoles que habían hecho en los 3 días que no nos habíamos visto, para
ver si se merecían el regalito que les había traído de mi viaje.
El
momento que estaba viviendo era algo mágico, algo con lo que había estado
soñando, dormido y despierto, durante toda la vida. No me importaba no recordar
cómo había llegado hasta este instante. Estaba ahí, estaba gozando el momento y
era suficiente. Y cuando este pensamiento de gozo pasó por mi mente, entendí
que no era necesario darles nombre a las situaciones, ni darles vueltas a los
acontecimientos, hasta retorcerlos, para exprimir cada instante analizando las
palabras o los hechos. Entendí que existía ese momento mágico, ese momento único,
ese momento de vida, ¿para qué más?, y cualquier distracción me habría alejado
del infinito gozo del momento. Por fin había entendido que la felicidad es
vivir el momento. Porque lo había escuchado por boca de Ángel o de Dios, si es
que era Él quien hablaba en mis meditaciones, o por las palabras de mi
pensamiento superior. Pero es mucha la diferencia que existe entre escucharlo y
vivirlo en carne propia.
¿Qué
habría pasado si me hubiera puesto a investigar, rebuscando en los cajones de
mi perdida memoria, para tratar de recordar cómo se habrían dado los pasos
hasta llegar al momento presente? Es fácil conocer la respuesta: No estaría
disfrutando el momento, porque estaría ocupado en otros menesteres inútiles,
como serian el tratar de descifrar el cómo, el porqué, el cuándo. En eso es en lo
que he estado ocupado toda la vida, al menos, la vida que recuerdo.
Me
decía Ángel, tomando el desayuno en Miami, que necesitaba la pérdida de memoria
para poder comparar entre la vida de miedo, que malviví durante 20 años, y la
vida de amor que estoy viviendo ahora, aunque no la recuerde. Por primera vez
no estoy de acuerdo con él. Y no estoy de acuerdo porque el objetivo inicial de
la pérdida de memoria puede haber sido ese, pero mi aprendizaje es otro. Mi
aprendizaje no es comparar la vida de miedo y la vida de amor. Mi aprendizaje ha
sido ir más allá del miedo. ¿Por qué mi miedo?, ¿porque viajaba al pasado o al
futuro, sin quedarme anclado en el momento presente? Si hubiera vivido el
instante no podía haber miedo, porque nada ocurría en cada uno de esos
instantes para que el miedo tuviera razón de ser. No me habían abandonado ni
había fracasado en el trabajo, vivía y comía cada día, tenía donde vivir. Por
lo tanto, si hubiera vivido con atención y hubiera disfrutado de cada instante,
no habría surgido el miedo y ya no sería necesario compararlo con estos
momentos de amor.
Esta
es, sin ningún genero de duda, la verdadera enseñanza
de la vida. Vivir con atención el presente, el ahora, que es lo único real
dentro del sueño que es la vida.
¡Gracias
memoria perdida que me has servido para disfrutar de este primer encuentro con
mi esposa y mis hijos y poder ser consciente, en mi totalidad, con cada una de
las células de mi cuerpo, del magnífico momento!
Fue un
momento familiar perfecto en el que, en ningún instante, fui consciente de que,
para mí, era el primer encuentro con los que eran mi esposa y mis hijos.
Parecía que era algo que hacíamos de manera habitual.
Los
niños se volvieron locos de alegría con sus regalos. Los coches de Alexis
completaban su colección de coches antiguos y María saltaba con su cuaderno de
mandalas en una mano y los lápices de colores en la otra.
Después
de una maravillosa hora de risas y alegría acostamos a los niños.
Por
primera vez estaba a solas con Indhira, sin prisas. Era ese momento, cuando los
niños duermen, en el que las parejas consolidan su amor, explicándose, no solo
lo obvio de su jornada, sino, también, sus emociones, sus sentimientos, sus
dudas, sus expectativas y sus miedos.
- Iba a
explicarle a Indhira mi pérdida de memoria. Lo tenía claro- ¿Sabes para qué
hizo su aparición Ángel en Miami?
- Ya me
dijiste, -contestó Indhira- para recordarte lo importante que es vivir con
atención.
- No sé
muy bien si esa era la verdadera razón. La verdad es que cuando apareció yo
estaba buscando la consulta de algún neurólogo.
- ¿Un
neurólogo?, ¿para qué?, -preguntó Indhira con cara de preocupación.
- Estoy
sin memoria. No me acuerdo de la última parte de mi vida y lo que me dijo Ángel
es que estaba bien y lo que me estaba ocurriendo era algo pasajero, parece ser,
que programado por “ellos”.
- ¿Qué te
estaba ocurriendo?, ¡no me asustes!, -Indhira seguía preocupada.
- Escucha
cariño y no te asustes.
>>
El lunes cuando me levanté lo hice en una cama desconocida, en una habitación
que no era la mía, en una casa extraña, durmiendo contigo, yo que creía estar
soltero y, con dos hijos, a los que veía por primera vez, siendo, además, el
presidente de la empresa de tu papá.
>>
El último recuerdo que tengo fue nuestra cena en la pizzería, cuando nos
encontramos con Pablo, Diana y el resto de compañeros que luego comenzaron a
trabajar en la empresa en el nuevo departamento de informática.
>>
Lo primero que me dijo Ángel fue que no hacía falta que fuera a un neurólogo
porque no tenía ningún problema físico.
>>
Debe de ser una cuestión espiritual.
- Y
ahora, ¿has recuperado la memoria o sigues igual?, -se interesó Indhira con la
misma cara de preocupación.
- Sigo
igual.
- ¿Cómo
lo has hecho en la reunión?, y ¿el regalo de los niños, que ha sido justo lo
que querían?, y, ¿estar aquí?, si no llegas a decirme, no había notado nada
raro. Estás como siempre.
- Pablo
me ha puesto al corriente, primero de lo más importante para la reunión y,
después, para la empresa. Incluso, me explicó como había sido mi vida contigo,
de lo que él conocía, en estos años.
>>
Los regalos ha sido cosa de Ángel que estuvo conmigo, toda la mañana, y me dijo
que querían los niños y estar aquí ha sido fácil, porque te amo con locura y he
sentido que a los niños también. Esto es lo que siempre había soñado: Tener una
familia como la que tenemos.
>>
Me temo que hasta que me vuelva la memoria, que será cosa de días, según me
comentó Ángel, vas a tener que hacer uso de toda tu paciencia y no dejarme
solo, porque habrá personas que han aparecido en este tiempo que se supone que
conozco y no sabré ni su nombre. Por ejemplo, tu familia. Solo conozco a tu
papá de dos reuniones, pero a nadie más y me tendrás que ayudar en el trato con
ellos.
>>
A no ser, que les contemos lo que te estoy contando a ti. ¿Qué te parece todo?
- Y,
desde que te levantaste el lunes, ¿te acuerdas de todo?, -Indhira seguía
preocupada.
- Me
acuerdo de todo. Igual que de mi vida anterior. Se ha borrado mi memoria desde
la noche en que estuvimos cenando en la pizzería hasta que me desperté el
lunes. Eso está en blanco, para mí no existe. Pero, ¿qué hacemos?
- No lo
sé. Pensemos. -Indhira estaba tan confundida, además de preocupada, como lo
estaba yo el lunes cuando desperté sin memoria- Al resto de la familia los
veremos el domingo en el almuerzo, pero papá seguro que mañana te visita en la
oficina. Está como loco con esta ampliación y querrá conocer los detalles.
- Solo
dime como le trato y como le llamo, porque del tema de la ampliación creo que
no tendré problemas para ponerle al día. Además, Pablo estará pegado a mí toda
la mañana. Ya hemos quedado en eso.
Para no
preocupar a la familia decidimos no contarles nada. Si todo iba a ser como
había pronosticado Ángel, de que en unos días volvería a recuperar la memoria,
no merecía la pena hacerles partícipes de algo que, según Indhira, iba a ser
motivo de preocupación.
En las
siguientes horas mi esposa me fue poniendo al día de todo lo que, se supone,
tenía que saber. Me habló de todos y cada uno de los miembros de la familia. De
sus nombres, de su aspecto, de sus gustos, de sus aficiones, del grado de
afinidad y complicidad que cada uno de ellos tenía conmigo. Parece ser que la
afición de Giuliano, mi cuñado, por la informática había hecho que fuera el más
cercano a mí de toda la familia. Con los demás me llevaba muy bien, según
Indhira. Tenía fama de escuchador
silencioso, por lo que si hablaba poco y escuchaba mucho estaría en mi papel.
Mientras
Indhira hablaba contándome los pormenores de todo lo que, se supone, debía de
saber me daba la sensación de viajar de una persona a otra instalado en la
melodía de su voz. Me sentía enamorado. La amaba como no recuerdo haber amado,
ni tan siquiera a mis padres, porque el amor que sentía por ella era un amor
completo, un amor total. Sentí curiosidad por conocer nuestra historia, aunque
no tuviera necesidad de recordarla.
- Cariño,
¿cómo comenzamos a salir?, ¿qué pasó después de la cena que hicimos el domingo
donde yo me disculpé por haber salido corriendo como una gallina la semana
anterior?
- No
volviste a cacarear. -dijo Indhira sonriendo- ¿Recuerdas que al despedirnos el
domingo quedamos para llamarnos el sábado?
- Si que
lo recuerdo. Es lo último que recuerdo. Nuestra despedida, llegar a casa y
acostarme. Hasta ahí llega mi memoria.
>> Te encontré diferente,
más serio, más seguro de tu mismo, más calmado, sabiendo que es lo que querías
y como hacer para conseguirlo y, sobre todo, sin un ápice de miedo. Esto no te
lo dije entonces. Te lo estoy diciendo ahora por primera vez. ¡Es curioso!,
ahora que pienso en ese día, me pareciste como eres ahora.
>> Recuerdo que te dije,
como si estuviera pasando en este instante, “¿Qué pasó para que me llamaras?” y
contestaste: “Con un día ha sido suficiente para saber lo que quiero. No
necesito una semana para pensarlo y tampoco quiero perder tiempo en
pensamientos inútiles. Quiero estar contigo. Pienso en ti de manera
permanente”.
>> A mí, que me pasaba lo
mismo, se me caía la baba. Comimos nuestra pizza y cuando llegamos a mi casa te
invité a subir con la disculpa de tomar un té. Aceptaste y nada más cerrar la
puerta del departamento, no sé si fuiste tú, si fui yo, o fuimos los dos al
unísono, el caso es que nos besamos. Una vez, dos, tres, cientos de veces.
Salías de mi departamento a las 7 de la mañana para ir a trabajar.
>>
Desde entonces nos vimos cada día. Cenábamos en tu casa o en la mía, incluso, los
días en que no viajabas y no salías de la oficina, pasaba a buscarte para ir a
almorzar. Y mi papá encantado cada vez que nos veía juntos.
>>
El primer día que pasé a buscarte mi papá ya supo que salíamos y le pareció muy
bien. Eso me lo decía los domingos en el almuerzo familiar y, además, tenía a
toda la familia ya un poco cansada de ti, porque solo hacía que hablar de tus
cualidades humanas y laborales.
>>
A mediados de octubre, cuando llevábamos saliendo un mes, comenzamos a pasar
los fines de semana juntos. Pero era muy duro, para los dos, no estar más
tiempo juntos de lunes a viernes y, un mes después, decidimos ir a vivir
juntos. Nos fuimos a mi departamento que era más grande que el tuyo.
>>
El primer domingo de vivir juntos viniste al almuerzo familiar a casa de mis
padres y te presenté oficialmente a toda la familia. Todos quedaron encantados.
>>
Y en mayo del siguiente año, decidimos casarnos. Esta casa es el regalo de boda
de mis padres, y nos venimos a vivir en ella después de un viaje de novios,
maravilloso, por media Europa. Llegaron los niños que nos unieron aún más y
hasta hoy, que estoy más enamorada de ti que el primer día.
- A pasar
de no acordarme de nada, te puedo asegurar que, también, estoy loco por ti.
>> ¿Por qué tu hermano o
tu cuñado no se han hecho cargo de la empresa?
- Bueno,
Hernán, ya sabes que…, ¡ay! no, que no sabes nada. Hernán es como un sabio
despistado. Es químico y trabaja en un laboratorio farmacéutico. Y si le
sientas detrás de una mesa a manejar personas y le sacas de sus pócimas, se
muere. Y Giuliano es economista y le encantan los números. Trabaja en un banco.
>>
Así que solo quedabas tú. Y te lo has ganado a pulso porque has entrado en el
negocio de la inmobiliaria como si hubieras nacido en ella y, en materia
laboral mi papá se enamoró de ti desde el primer día.
- Háblame
de la Fundación.
- Ya está
todo en regla. Podemos comenzar cuando queramos.
- Pues no
esperemos, ¿qué necesitamos?
- Contratar
al personal. El edificio está listo.
- Además
del trasvase de fondos que hagamos desde la inmobiliaria ya estamos contactando
con empresas y particulares para recaudar más fondos. Los contactos de mi papá
están siendo determinantes. Creo que ya tenemos el presupuesto cubierto para el
primer año.
17
De
vuelta al trabajo
Ahora, sin memoria, cada día, para mí,
era nuevo. Había pasado, con nota, el viaje y la reunión en Miami, así como el
encuentro con Indhira y con los niños. Pero hoy me esperaba otra prueba de
fuego. Mi primer día en la empresa. Y no era precisamente el último asistente
que pudiera preguntar, a cualquiera que pasara por mi lado, como se hacía
alguna cosa, donde estaba la fotocopiadora o como se llamaba la persona que
ocupaba uno u otro despacho. Era el presidente.
Nada más llegar subí directo a mi
despacho. No quería encontrarme con nadie a quien se supondría que tendría que
saludar de determinada forma y no conocer nada de la persona. Quería
encontrarme con Pablo, lo antes posible.
En una sala frente a mi despacho estaba
Diana. La encontré desmejorada. Incluso más que el primer día que la conocí
recién separada de su pareja.
-
Aunque, en la actualidad, no sabía cómo
era nuestro trato, me acerqué a ella. La abracé dándole un beso, como saludo, a
la vez que le preguntaba- ¿cómo estás?
-
Hola Antay, estoy bien, como siempre.
¿Qué tal vuestro viaje? -Me dió gusto saber que el trato parece ser el mismo
que conocía.
-
Muy bien. Tu hiciste un gran trabajo
porque el hotel no podía estar mejor y, además, muy cerca de las oficinas. ¿No
te ha contado Pablo? -la pregunta ya la hice con toda intención porque era una
manera de saber cómo iba su relación.
-
No me ha contado mucho. Ya sabes que
habla poco y, últimamente, aun habla menos. -sus ojos brillaron hasta el punto
que pensé que no podría aguantar las lágrimas. Pero si, pudo aguantarlas.
-
Creo que tenemos que hablar. -esperaba
no haber metido la pata, porque, aunque pareciera que nuestra relación seguía
por los derroteros de confianza de antaño, no sabía si esta relación había
variado.
-
Si, me irá bien. -fantástico, pensé. La
relación sigue como recordaba.
-
¿Ha venido Pablo? -era muy importante
para mí empezar el día con su presencia a mi lado.
-
Si, está esperándote en tu despacho.
-fue un alivio escuchar su respuesta.
-
Gracias Diana.
En
efecto, Pablo estaba en el despacho que ya conocía cuando estuve en las
entrevistas con mi suegro. ¡Qué cosas tiene la vida!, ahora era mi despacho.
-
¿Cómo te fue en casa? -Se interesó
Pablo, en cuanto aparecí por la puerta, hablándome en voz baja para que Diana
no se enterara de nuestro secreto.
-
Me fue bien. Le conté todo. Me pareció
que tenía que saberlo. Será mi apoyo para las reuniones familiares. Entre ella
y tú espero salir airoso de este momento tan delicado.
Estábamos
planeando, Pablo y yo, hacer una visita por todos los departamentos de la
empresa, haciendo como si pasáramos por allí, para ir viendo a todas las
personas que trabajaban con nosotros. Así, contándome, antes de entrar, quien
era cada uno podía conocerlos, ya que no era un buen plan que Pablo me
acompañara de manera permanente hasta que retornara mi memoria.
No
tuvimos tiempo de planificar mucho porque mi suegro hizo su entrada en el
despacho, con cara de satisfacción, para interesarse por la nueva adquisición
de Miami.
-
Antay, gracias, estás haciendo realidad
mis sueños. Contarme todo, contarme como fue.
Pablo
le puso al corriente de todos los pormenores, haciendo hincapié en la nueva
capacidad operativa de la empresa. Mi suegro estaba más que satisfecho y, más
cuando le dijimos que ya teníamos personal haciendo trabajo de campo en
Santiago de Chile y en Buenos Aires, para ver si se podía realizar la misma
operación que en Miami.
Antes
de despedirse nos pidió que le permitiéramos hacer una visita por todos los
departamentos para saludar a los conocidos y, nos pidió que le acompañáramos,
con lo cual el plan que estábamos planificando con Pablo se podía llevar a
cabo, sin levantar ninguna sospecha, ya que estábamos acompañando al dueño de
la empresa.
Con la
visita de mi suegro y nuestra tournée por las oficinas llegó la hora del almuerzo.
Pablo se fue porque tenía una reunión con unos clientes y yo, aprovechando que
me había quedado solo llamé a casa para decirle a Indhira que no iría a
almorzar, que lo haría con Diana, porque me parecía un buen momento para
hacerlo, sin perder más tiempo.
-
Me acerqué a la mesa de Diana- Te
invito a almorzar.
-
Pero no podemos estar mucho tiempo
fuera, por si llama alguien.
-
¿No hay nadie que pueda ocupar tu lugar
mientras almorzamos?, porque seguro que tardaremos más de una hora.
-
Si, le puedo decir a Roxana que venga a
mi lugar mientras estamos fuera.
-
¿Quién es?, ¿la conozco?, -no me sonaba
su nombre, en absoluto, y en la visita guiada que hice con Pablo no recordaba a
ninguna Roxana.
-
Supongo que no la conoces. Lleva un mes
en la empresa. Entró en recursos humanos, pero no ha estado allí nunca porque
está apoyando al asistente de Pablo que ya sabes que lleva una temporada con
problemas por la enfermedad de su mamá.
-
¿Nos podemos fiar de ella?, -si era tan
nueva en la empresa tenía mis dudas.
-
Nos podemos fiar por completo. Es muy
buena en su trabajo. La llamo que suba y nos vamos.
A los
10 minutos apareció Roxana y Diana le informó de los aspectos más importantes a
tener en cuenta.
-
Señor Llica, -preguntó Roxana cuando
estábamos a punto de subir al ascensor- si hay alguna llamada importante ¿le
llamo al celular?
-
Solo si es de vida o muerte Roxana. Lo
dejo a tu elección, lo que hagas estará bien.
Le dije
a Diana que prefería ir a algún restaurante donde no fuera personal de la
empresa para que no nos molestaran y estuvimos caminando durante casi media
hora hasta que encontramos un restaurante con muy buen aspecto y, lo
suficientemente, alejado de la empresa.
-
Creo que hace tiempo que no hablamos,
-inicie la conversación.
-
No hablamos desde que comenzamos a
trabajar en la inmobiliaria. Parece que hace un siglo. -contestó Diana, con una
cierta nostalgia.
-
¿Te acuerdas de las conversaciones que
teníamos cuando nos conocimos?
-
Ya lo creo que me acuerdo. ¡Me ayudaste
tanto! Si no hubiera sido por ti, es posible que todavía estaría lamentando mi
ruptura.
-
Que exagerada y dramática que eres
Diana.
-
No exagero ni un ápice, tu ayuda fue
milagrosa.
-
Pues, ahora, no se si necesitarás un
milagro, pero no te veo muy bien, -decidí lanzarme a fondo- y Pablo, tampoco
parece que esté en su mejor momento. En Miami me dijo que quería quedarse de
gerente allí. ¿Qué pasa?, ¿no estáis bien? Os quiero a los dos y me gustaría
que estuvierais felices y contentos.
-
No estamos muy bien, -contestó Diana
con tristeza- ya llevamos tiempo mal. Desde el aborto no levantamos cabeza.
Todo son discusiones o silencios. Y ya hace un año. Es agotador vivir así.
-
¿Por qué?, ¿puedo saberlo?, ¿puedo
ayudarte? Te quiero como a una hermana y quiero que estés bien.
-
Los dos queremos tener un hijo, pero
parece que los tiempos de cada uno son diferentes. -Las lágrimas empezaron a
salir, mansamente, de los ojos de Diana mientras seguía- A él le gustaría que
fuéramos a buscarlo ya y yo, sin embargo, quiero esperar un poco más. No estoy
del todo repuesta de la decepción de la perdida que tuve. Y eso él no lo
entiende y como no lo entiende no lo admite. Cree que no me quiero quedar
embarazada porque el doctor nos dijo que tenía que llevar una vida de menos
estrés y Pablo considera que no hago nada.
>>
Es cierto que no hago nada, ¿para qué lo voy a hacer, si no quiero quedarme
embarazada?
-
Pero ¿lo habéis hablado?, -pensaba que
era lo mínimo que tenían que hacer.
-
No. Tal como estamos desde el aborto,
es imposible hablar.
-
Diana, el matrimonio es una cosa de
dos.
>>
No sé si esto te lo tengo que decir a ti, a él o a los dos juntos, pero, en
fin, te lo digo a ti, ahora, y siempre puedes utilizarlo para cuando converses
con él. Porque es imprescindible que tengáis una conversación. Si no lo hacéis,
el amor, que decís que os tenéis, aunque, perdona lo que te voy a decir, no lo
demostráis, se va a terminar del todo.
>>
Tienes que ser, totalmente, transparente. Decirle, de una manera clara, lo que
me acabas de decir, que quieres tener un hijo pero que quieres esperar un poco
más y que cuando consideres que es el momento reducirás tu ritmo de trabajo.
Comparte con él como te sientes. Y así, abriendo tus emociones, podrás
experimentar el amor en una dimensión mayor.
>>
Creo que los dos habéis llegado a un punto es el que os es difícil poneros en
el lugar del otro. Y tenéis que hacerlo. Él no puede frustrarse por las
circunstancias, no debe enojarse contigo y mucho menos culparte, y tú, tampoco
puedes hacerlo. No tenéis culpa ninguno de los dos. Sois dos seres con un mismo
deseo, (tener un hijo), pero visualizando un periodo de tiempo diferente para
la satisfacción del deseo, lo cual hace que las emociones diferentes choquen
como dos trenes que circulan en dirección contraria por la misma vía.
>>
¿Qué opinas?
-
Que tienes razón. Esta noche voy a
hablar con él. Pero…, no sé si sabré vivir sin trabajar. Supongo que trabajando
media jornada en un puesto que no fuera tan estresante, como ser tu asistente,
estaría bien, pero, es una lástima, porque no existe ese puesto en la empresa.
-Por fin salió a la luz la otra preocupación de Diana.
-
Es cierto que en la empresa no tenemos
un puesto parecido, aunque podríamos crearlo. Pero creo que no hace falta. Se
me está ocurriendo algo, que tendría que hablar con Indhira. ¿Qué te parece ser
su asistente en la Fundación? Necesita ayuda y con media jornada, podría ser
suficiente y, de ser necesario, podrías trabajar desde casa.
-
¡Oh!, sería ideal, -los ojos de Diana
se iluminaron- y tú, ¿Quién estaría contigo?
-
No sé, -lo que Diana no sabía es que
ahora no conocía a nadie de la empresa, con lo que, difícilmente, podría dar un
nombre.
-
Ya lo tengo, -se la veía satisfecha-
Roxana.
-
Pues no se hable más. Tenemos trabajo.
Esta noche tú hablas con Pablo y yo hablo con Indhira.
Diana
aparecía mucho más tranquila cuando volvimos a la oficina después del almuerzo.
La
tarde pasó rápida y cuando me di cuenta había anochecido y solo quedábamos en
el edificio Pablo y yo.
-
Me pareció un buen momento para hablar
con Pablo, ahora que tenía mucha más información que en nuestra conversación en
Miami- Pablo hoy he almorzado con Diana y hemos estado hablando.
-
¿Qué te ha dicho?, -quiso saber mi
amigo.
-
Bueno, eso mejor te lo cuenta ella,
porque me parece que no habéis tenido mucha conversación sobre el tema.
>>
Te digo algo que la dije a ella, que el matrimonio es cosa de dos, que hay que
cuidarlo cada día y que sería dramático que el amor que os profesáis se
perdiera por falta de dialogo o, lo que es peor, que se convierta en odio o en
ira.
>>
Ponte en sus zapatos. Piensa en cómo te sentirías tú, no solo física sino
emocionalmente, si hubieras perdido al hijo que llevabas en tu interior. Y,
aunque no te pusieras en sus zapatos, si practicaras eso de que la amas, ya no
habría razón para estar mal. Porque alguien que ama lo único que desea es la
felicidad del ser amado.
>>
Tienes que ver siempre lo mejor de ella, buscar que fue lo que hizo que te
enamoraras de ella y recordar esos primeros momentos. Enfócate en lo que amas y
no en lo que te molesta.
>>
En las discrepancias, como ahora, tenéis que hablar, para que no se enfríe el
amor. Así no habrá nada que te moleste, pero si aun así lo hubiera, tienes que
aceptarlo, pero no recriminarle por ello.
>>
No solo ella ha cambiado en algo. Tú, también lo has hecho. Acepta sus cambios
como has aceptado los tuyos.
>>
Solo tú eres responsable de tus emociones. Diana no es responsable de ellas y
su trabajo, por si no lo sabes ya te lo digo yo ahora, no es hacerte feliz. Tú
debes ser feliz por tu mismo y, cuando lo consigas, llevarás esa felicidad a la
pareja.
>>
Tu frustración y tu enojo son emociones tuyas. Busca la razón en tu interior,
pero no culpes a Diana. Comparte con ella tus miedos, tus deseos, tus
sentimientos.
>>
Tu trabajo es abrazarla, es apoyarla, es comprenderla, es escucharla. Que seas
el pilar sobre el que ella pueda apoyarse.
>>
Hablar, con humildad, con respeto, con paciencia, con tolerancia, con
confianza. Así será fácil para los dos llegar a un acuerdo. Nadie es perfecto.
- Cuando
terminé mi discurso permanecimos en silencio durante un momento, silencio que
rompió Pablo- Ahora sé por qué te quiero desde hace ya tanto tiempo, -Y eso lo
decía levantándose y dándome un abrazo- Gracias.
La
llegada en la noche a casa fue, como el día anterior, cuando llegué de viaje,
una fiesta. El beso y el abrazo de mi esposa, con los niños revoloteando a
nuestro alrededor, mientras se quitaban la palabra entre ellos para contarme
los acontecimientos del día. Jugar los cuatro sentados en el piso de su sala de
juegos. Dar de cenar a los niños, acostarles y leerles un cuento. Esto debía de
ser lo más parecido a estar en el cielo. Todo era amor, felicidad y alegría.
Con los
niños durmiendo, volvía otro momento mágico en el que Indhira y yo podíamos
hablar de cómo había sido nuestro día.
-
¿Cómo ha ido la visita de mi papá?, -se
interesó Indhira.
-
Ha ido muy bien. Además, me ha venido
de perlas porque ha querido pasar por todos los departamentos para saludar al
personal. Le hemos acompañado Pablo y yo, y mientras él iba saludando Pablo me
iba diciendo el nombre de todos y lo que hacían.
-
Y el almuerzo con Diana, ¿qué tal?,
supongo que habrás aprovechado para hablar con ella.
-
Si. Hemos hablado y de la conversación
ha salido una idea en la que tu intervienes.
>>
A Diana le gustaría trabajar media jornada en algún lugar que no sea tan
estresante como estar de asistente conmigo, y a mí se me ha ocurrido que podría
ser tu asistente para liberarte un poco y puedas seguir teniendo tiempo para mí
y los niños. ¿Qué te parece?
-
Es una idea magnífica, -Indhira parecía
encantada con la idea- yo iba a proponerte algo parecido. Pues puede comenzar
cuando quiera porque empezamos a funcionar ya.
-
Esperemos a ver cómo les va a ellos en
la conversación que mantengan. En cuanto estén de acuerdo en que quieren hacer,
una semana más para que forme a la persona que la sustituya y empieza contigo.
-
¿Has pensado en quien la puede
sustituir?
-
¿Tu crees que mi memoria da para eso?
Ella misma ha propuesto a una persona que entró hace un mes, se llama Roxana.
-
La conozco. Es amiga de mi hermana. De
hecho, postuló a la empresa porque Nahiara le habló de la vacante. -y siguió
Indhira poniéndome al corriente de lo que conocía de la vida de Roxana- Al
contrario que a Diana, a Roxana le irá bien estar ocupada y si el trabajo la
absorbe, mejor, porque hace casi seis meses que perdió a su esposo, de la noche
a la mañana, de un infarto fulminante y necesita distraer la mente.
Seguimos
nuestra conversación mientras preparábamos la cena. Como mi memoria anterior se
mantenía intacta seguía siendo el excelente cocinero que era, por lo que yo
llevaba la iniciativa en la cena.
Hablamos
de los niños, contándome ella anécdotas desde su nacimiento hasta ahora. No me
importaba no recordar las historias que Indhira me contaba porque escuchar su
relato con el amor que lo hacía me parecía tan apasionante como haberlas vivido
en primera persona. Cuando recupere mi memoria será una doble satisfacción. Una
por recordar la anécdota y otra por saber como la había vivido Indhira.
Organizamos
los primeros pasos a dar para el inicio de la Fundación, y siguió con anécdotas,
ahora de su familia, teniendo en cuenta que en dos días me iba a encontrar con
todos ellos en la comida familiar de los domingos.
Tener
de lazarillo a Indhira me hacía sentir seguro y no me causaba ansiedad el
encuentro con la familia que, de hecho, era la única experiencia que me faltaba
en mi nueva vida sin memoria.
Y
después de todo eso, el placer de acostarme con Indhira, amarnos en la
distancia corta, sentir sus besos, disfrutar las caricias, gozar su cuerpo, percibir
la mutua protección en los abrazos, mientras nos decimos quedamente al oído,
“te amo”.
Cuando llegué al despacho Diana ya se
encontraba en su puesto de trabajo. Lucia muy diferente de la Diana con la que
había estado conversando en el almuerzo el día anterior. Sonriente se levantó,
de inmediato, en cuanto aparecí por la puerta del ascensor.
-
¿Podemos hablar?, -preguntó en cuanto
llegué a su altura.
-
Por supuesto, pasa al despacho.
-parecía por su aspecto que sería una conversación agradable.
-
Ayer seguí tus consejos y estuve hablando
con Pablo. Gracias a ti hemos aclarado malentendidos, creencias erróneas y
pensamientos inútiles. Nos dimos cuenta de cuanto nos amamos y de que queremos
las mismas cosas. Solo nos faltaba que coincidieran nuestras fechas y lo hemos
hecho. -concluyó Diana, satisfecha, sin que la sonrisa desapareciera de su
rostro.
-
Me alegro infinito por vosotros. -y era
verdad. Ahora mismo, con mi pírrica memoria, eran las dos personas a las que
más amaba después de mi familia.
-
Gracias. ¿Has hablado con Indhira?, porque
si mantienes la oferta de trabajar para la Fundación y ella ha aceptado, creo
que quiero hacerlo ya.
-
Indhira está encantada con tu
colaboración. Así que solo nos queda decirle al señor Ramírez que Roxana
ocupará tu lugar. Le diré que lo haga efectivo ya y así puedes iniciar su
instrucción. En cuanto esté preparada puedes empezar con Indhira que, por
cierto, hoy pasará a buscarme para el almuerzo y podíais aprovechar para
comenzar a concretar aspectos del nuevo trabajo.
Fue un
día tranquilo, sin sobresaltos. Tuve que pedir ayuda, en una ocasión, a Pablo
porque recibí una llamada de Buenos Aires relacionada con la ampliación de la
empresa y mi memoria no llegaba a tanto. Almorcé con Indhira que pasó a
recogerme y tal como habíamos hablado con Diana, aprovecharon para intercambiar
ideas de cómo sería su colaboración en la Fundación.
Habían
pasado ya 5 días desde que desperté sin memoria y no notaba ningún indicio de
que fuera a recuperarla. Ángel me dijo que era cuestión de días, pero sin
concretar. Así que solo me quedaba ir aprendiendo todo aquello que mi mundo
daba por sentado que sabía.
Pensaba,
a veces, que, si esto me hubiera pasado en mi antigua vida, en esa en la que
cualquier cambio, ya fuera grande o pequeño, me hacía sentir un pánico que me
impedía, incluso respirar, como el que tuve cuando mi suegro me ofreció el
puesto de director del departamento de informática, estaría muerto de miedo
acurrucado en un closet con la puerta bien cerrada. Sin embargo, ahora estaba
tan feliz. ¿Cómo habría sido mi vida en estos últimos 7 años para sentir un
cambio tan brutal como del que estaba siendo consciente?
18
Todo
vuelve a la normalidad
Todavía
era de noche cuando desperté. Saqué el brazo y alargué la mano para mirar la
hora en el celular. Eran las 4:44 de la madrugada. Mi
pensamiento, aun torpe a esta hora, me recordó que, alguna vez leí
en alguna de las páginas de espiritualidad que frecuentaba aquella época, hace
ya 7 años, en aquellos días de agosto en los que solía frecuentar la compañía
de Ángel, que encontrarse con el número 444 significa que los ángeles están
cerca de mí para ayudarme en todo aquello que pudiera necesitar y que por eso
no hay que preocuparse.
Volví a
cerrar los ojos y a meter el brazo dentro de la sábana. Aun me faltaban casi
dos horas para levantarme. Como no era normal que me despertara tan temprano
agudicé el oído para ver si los niños hacían algún movimiento. Podía ser que me
hubiera despertado por alguno de ellos. No se escuchaba ningún ruido, todo era
silencio. Sentí un ligero escalofrío y me acerqué a Indhira buscando cobijo. Pero…,
no estaba.
Abrí
los ojos para tratar de ubicarla cuando fui consciente de que no estaba
acostado en nuestra cama. Estaba…, estaba en mi antigua cama, en mi antigua
habitación. “Que sueño tan tonto”, pensé, sin embargo…, ¡parecía tan real!
La mente tiene, a veces, razonamientos
extraños y, el mío fue: “Si vuelvo a cerrar los ojos, posiblemente, dejaré de
soñar este sueño, sin sentido, y cuando despierte ya se habrá esfumado”, por lo
que cerré los ojos acurrucándome, lo más cómodo posible, para volver a dormir
dentro de este extraño sueño.
Pero no
conseguí dormir y, además, podía escuchar, con toda nitidez, el ruido de los
carros que pasaban. En mi casa, donde vivo, en la avenida de Los Libertadores
no hay tráfico en la noche, mientras que donde vivía antes, en la avenida Pardo
siempre hay movimiento.
Me
levanté, con un nudo en el cuello. Pensé: “A ver hasta dónde llega este absurdo
sueño”. Realmente estaba en mi antigua habitación. Miré por la ventana y, en
efecto, estaba en mi antiguo departamento.
Empecé
a caminar por todo el departamento para ver si encontraba algo extraño, algo
diferente, que me diera alguna pista de lo que estaba pasando. Hice más, me
pellizqué y sentí el pellizco, abrí el caño en el lavabo del cuarto de baño,
metiendo mi mano bajo el agua y sentí como se mojaba. Estaba siendo un sueño
demasiado real.
Recorrí
todo el piso y todo era conocido, no había nada extraño. En el congelador de la
refrigeradora había comida ya cocinada que, se supone, yo había guardado, recordaba
perfectamente que ese era mi proceder habitual. Cocinar y congelar para no
tener que cocinar cada día. Miré la fecha de un paquete de jamón inglés y la
fecha marcada era de hace 7 años.
Fue
entonces cuando fui consciente de que no estaba soñando. ¡Estaba despierto! Me
senté en el sofá para tratar, primero de ubicarme y, después, para encontrar
alguna explicación.
“A ver,
Antay, tranquilo”, me dije a mí mismo. “Anoche cuando llegamos de Cieneguilla
de la comida familiar, dimos de cenar a los niños, les acostamos, Indhira y yo
comimos algo de fruta, porque estábamos un poco llenos del almuerzo, y nos fuimos
a la cama. Y despierto, ahora, en mi antiguo piso”.
Es como si me hubiera pasado lo contrario al
día que desperté sin memoria, encontrándome con que estaba casado con Indhira,
que teníamos dos niños y que era el presidente de la empresa de mi suegro.
Pero
ahora ha sido al revés. Vuelvo a despertar en mi antiguo piso, aunque recordando
todo lo que he vivido desde el día que desperté sin memoria para viajar a
Miami.
¿Qué
vida es la real?, ¿la vida que tenía ayer o esta de ahora, que parece una
continuación o un comienzo de la parte de vida que estaba borrada de mi memoria?,
o ¿no está borrada? y, sencillamente no ha existido. Pero yo he besado y
abrazado a mis hijos, he hecho el amor con Indhira, he viajado con Pablo a
Miami, me he encontrado con Ángel después de 7 años, o ¿no eran 7 años y solo
eran unos días?, he hablado con Diana sobre el problema que tenía con Pablo.
Espera…, y todo eso, ¿no sería un sueño? No, no puede haberlo sido, ha sido muy
real, entonces…, ¿qué ha sido?, ¡ah!, ya sé…, puede haber sido una de esas
recreaciones de las que me hablaba Ángel. Pero si es una recreación quiere
decir que no voy a volver a ver a mis hijos. Ya les extraño.
¡Necesito
ayuda!, Ángel, ¿dónde estás?, siempre apareces cuando te apetece, pero no
cuando te necesito. ¡Necesito respuestas!
- Si
necesitas respuestas es que no has entendido nada sobre la aceptación. -me
pareció escuchar la voz de Ángel en mi cabeza, o ¿era mi propio pensamiento?
- Fuera
Ángel o fuera mi propio pensamiento seguí la conversación- Creí que lo había
entendido todo, pero esto es muy fuerte. ¿Qué está pasando?, ¿Cuál es, en
realidad, mi vida? -no era una pregunta lo que le estaba haciendo, era una
súplica.
- No
tengo nada que decirte. No existe algo fuerte o débil. Es la mente la única que
califica cualquier situación.
>>
¿Cambia la situación porque sepas lo que está pasando? Recuerda: Todo está
bien.
>> ¿Has pensado, alguna vez, que es la
vida? No hay una vida. Hay miles de millones de vidas, una por cada uno de los
habitantes del planeta. Si tu no estás, para ti, no hay vida. Por lo tanto, la
vida, tu vida, es lo que a ti te sucede. Y lo que a ti te sucede tienes que
aceptarlo si quieres ser feliz.
>>
Estás donde tienes que estar.
Recordé,
entonces, el momento en el que mis hijos estaban sentados en mis rodillas, el
día que llegué de viaje. En ese momento fui consciente de lo importante que es
vivir con atención aceptando el momento. Lo único que hice fue disfrutar el
momento sin preguntar que estaba pasando. Eso es lo que tengo que hacer ahora.
Está
claro que mi vida, en este instante, es esta. ¿Para qué saber por qué me está
pasando esto?, ¿qué me importa donde voy a despertar mañana? Sin embargo, a
pesar del estado de aceptación en el que me encontraba, no podía por menos de
pensar en Indhira y, sobre todo en los niños, en mis hijos. Porque a Indhira
seguro que la iba a volver a ver y, si podía ser hoy mejor que mañana, pero a
los niños no los volvería a ver, o ¿sí? Si siguiera en esta vida, sin volver a
saltar a ningún otro momento, si lo que viví fue una recreación, es posible que
vuelva a encontrarlos en un par de años. ¡Ojalá sea así!
El
único problema, ahora, es que no tengo a nadie que me indique el camino como me
pasaba en la vida que tenía ayer.
“Tengo
que centrarme”, pensé. “Todo parece indicar que hoy es el lunes, después del
domingo en que estuve reunido con mis antiguos compañeros. Si es así…, tengo
que ir a mi nuevo trabajo acompañando a Diana, Pablo y Patricia para que
presenten su curriculum y yo tendré mi primera reunión del comité de dirección,
que ha sido programada para presentarme”.
Acababa de salir de la ducha cuando sonó el
timbre de la puerta. “Solo podía ser Diana”, pensé.
- Un
momento, ya abro, -grité desde el interior. Tenía que vestirme.
- En
efecto, cuando abrí, allí estaba Diana.
- Disculpa,
he llamado un poco antes porque me he quedado sin café. ¿Me invitas?
- Si.
Prepáralo tú misma mientras termino de vestirme.
- ¿Cómo
te fue ayer con Indhira?, -preguntó Diana desde la cocina y, siguió- se ve una
chica muy linda y encantadora.
Poco se
podía imaginar Diana que, mientras ella y el mundo dormían, para mí y, supongo
que, para el mundo, habían pasado siete años, aunque no tuviera memoria de
ellos, y una semana, que tengo muy presente y que no creo que olvide mientras
viva y, de la misma manera que avanzamos esos años, los hemos retrocedido.
- No
podía decir nada a Diana excepto lo que contesté- Me fue muy bien.
- ¿Te
disculpaste?, te veo bien, ¿habéis vuelto a quedar?, -En tan poco tiempo, Diana
se había convertido en una gran amiga. Casi como la hermana que nunca tuve.
- Me
disculpé y quedamos en que nos llamaríamos el sábado. Pero no voy a esperar al
sábado. La voy a llamar hoy. -cuando hablábamos esto lo hacíamos tomando ya
nuestro café.
Por
primera vez en mucho tiempo, quizás por primera vez en mi vida, estuve,
totalmente, presente, siendo consciente de todos y cada uno de los minutos del
día.
Al
llegar, con Diana, a la puerta de la empresa, ya nos estaban esperando Pablo y
Patricia. Los acompañé al despacho del señor Ramírez, de recursos humanos,
mientras yo pasaba a mi oficina.
Poco
antes del comienzo de la reunión de dirección asomó Diana por la puerta del
despacho. Había finalizado su entrevista. Estaba exultante cuando me dijo que
el lunes de la siguiente semana comenzaba a trabajar. Pablo y Patricia se
habían ido a tomar un café porque el señor Ramírez no les podía atender hasta
el mediodía, por culpa de la reunión de mi presentación.
La
reunión, que duró un par de horas, fue muy agradable. Allí conocí a los que ya
eran mis nuevos compañeros de trabajo y, todos celebraron que hubiera personal
informático especializado en la empresa. Parece ser que era el talón de Aquiles
de todos ellos.
Seguía
siendo consciente
Cuando
estas consciente el tiempo no se hace ni largo ni corto. Es una sensación
extraña a la que no estaba acostumbrado. Todo era presente. Fue como la mañana
en la que paseando me sentí parte de todo, no por sentirme en el mismo estado
de pertenencia sino por el estado de presencia. Todo era presente
Y en
ese presente, a las 7 de la noche, me pareció que era buen momento paras dejar
de trabajar.
- Desde
la misma oficina llamé a Indhira- Hola Antay, -contestó- ¡que sorpresa!, pensé
que habíamos quedado en hablar el sábado.
- Sí, lo
sé. Pero, si no te importa podríamos vernos de nuevo en la pizzería y cenar una
pizza. -No me importaba lo que ella pudiera pensar. Es lo que me apetecía hacer
y si a ella no le apetecía con decir que “no”, estaba solucionado.
- Si que
me apetece. ¿Nos vemos allí en media hora?
- Te
espero.
- ¿Qué
pasó para que me llamaras?, -preguntó Indhira en cuanto nos encontramos.
- Con un
día ha sido suficiente para saber lo que quiero. No necesito una semana para
pensarlo y tampoco quiero perder tiempo en pensamientos inútiles. Quiero estar
contigo. Pienso en ti de manera permanente.
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