El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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martes, 25 de marzo de 2014

¡Que ironía!


La gran mayoría de la gente se muere sin haber vivido nunca.
Madre Teresa de Calcuta.
 
Si la muerte no fuera el preludio a otra vida,
la vida sería una cruel burla.
Mahatma Gandhi.
 
El miedo es al amor de la misma manera que la oscuridad es a la luz. Si queremos acabar con la oscuridad lo único que tenemos que hacer es encender la luz.  Si queremos acabar con el miedo, también, lo único que hemos de hacer es encender el amor, es activar el amor. La diferencia estriba en que para encender la luz con dar al interruptor es suficiente, y para activar el amor, no hay interruptor a la vista.
Y mientras no activemos nuestro amor, vamos a seguir con nuestros miedos: miedo al rechazo, miedo a la soledad, miedo al amor, miedo a la vida, miedo al miedo. Los seres humanos tenemos miedo a casi todo, porque no sabemos amar, que es el antídoto del miedo. Pero existen miedos que son realmente una ironía de la vida. Uno de ellos es el miedo al rechazo. Los seres humanos tenemos tan poca fe en nosotros mismos, que necesitamos reafirmarnos constantemente, buscando siempre la validación externa, buscando la aprobación del exterior. Entregamos nuestro poder al primero que pasa cerca de nosotros, y esperamos de él que nos diga lo guapos que somos, y lo bien vestidos que vamos, y lo inteligentes que parecemos, etc., etc. Pero como casi siempre, el primero que pasa por delante de nosotros, y el segundo, y el tercero, y el que hace el número quinientos, es tan débil de carácter como nosotros mismos y también va buscando la aprobación externa. En lugar de alabarnos, lo que normalmente suele hacer es criticarnos. Somos especialistas en ver nuestros defectos reflejados en el otro, y rápidamente los criticamos sin ser conscientes de que estamos agrandando nuestros propios defectos. ¡Qué ironía!
 
El caso es que nuestra vida se ha construido se ha construido, de manera inconsciente, (siempre estamos en piloto automático), sobre ese miedo. Cuando vivimos desde la mente, que es nuestra manera habitual de vivir, y la mente es nuestro centro, en lugar del corazón, estamos encogidos por el miedo y eso nos hace estar constantemente a la defensiva, siempre nos falta algo, siempre tenemos necesidad de más: Más amor, más dinero, más poder, más aceptación, más atenciones. Y como lo normal es que no lo recibamos, no nos queda más remedio que ser infelices.
Pero el súmmum de todos nuestros miedos es el miedo a la muerte. No hay un miedo más generalizado, y me atrevería a decir que más natural, que el miedo a la muerte. A pesar de las creencias religiosas, en las que nos prometen el cielo, el jardín del Edén, la reencarnación o la resurrección de los muertos, tenemos miedo a morir.
Son varias las razones de este miedo: La incertidumbre de cuando y como será, el desconocimiento de si pasará algo después o no, el temor que causa pensar en dejar a nuestros seres queridos, la identificación con el cuerpo y el miedo a perderlo.
Pero esta es otra ironía. Tenemos miedo a la muerte, pero no cuidamos la vida. Tenemos miedo a perder el cuerpo, y lo deterioramos permanentemente. Tenemos miedo a perder a nuestros seres queridos, y no les damos nuestro amor de manera permanente.
No sabemos vivir y, sin embargo, no queremos morir. ¡Qué ironía!
Volvamos al principio. Para eliminar todos nuestros miedos, solo hemos de activar el amor, y el amor se activa llegando a la comprensión de lo que somos: un alma. El amor se activa cuando tomamos conciencia de nuestra divinidad, cuando tomamos conciencia de nuestra condición natural, en la que no existe el tiempo, sin pasado, sin futuro, existiendo eternamente en el presente. De esa manera podríamos observar a nuestro propio cuerpo, cumpliendo su papel divino en esta película de la vida en la materia.

lunes, 6 de enero de 2014

Yo Soy inmortal


            Todo en la vida es elección, y en cada elección, y en cada paso que damos, lo único que queremos conseguir, ya sea de manera consciente o inconsciente, es la felicidad.
Aunque pudiera dar la sensación que las elecciones tomadas no deben ser muy correctas, teniendo en cuenta que son muy pocas, o ninguna de manera permanente, las personas que dicen vivir la felicidad, frente a un elevadísimo número que confiesan tener una vida de sufrimiento.
            ¿Es problema de elección?, ¿Cambiaría algo eligiendo de manera distinta? No. La elección siempre es correcta, todas las elecciones que hacemos son necesarias para nuestro aprendizaje. “Todo está bien”. El problema es cuestión de enfoque y de creencia. Creemos que consiguiendo materializar nuestros deseos vamos a conseguir la felicidad, y eso no va a ocurrir nunca, porque nada de lo que se encuentra fuera de nosotros nos va a dar una felicidad permanente. Podemos conseguir un estado de euforia y de alegría, más o menos intenso, más o menos duradero, cuando conseguimos la realización de alguno de nuestros deseos, pero no será permanente, ya que irá disminuyendo con el tiempo o desaparecerá cuando la mente nos presente un nuevo deseo para conseguir.
            Sufrimos debido a nuestros errores, y nuestro mayor error es la ignorancia. La causa de nuestro sufrimiento y de nuestra insatisfacción, es debida a que nos hemos olvidado que somos realmente. Somos seres inmortales, somos divinos, somos eternos, somos a imagen y semejanza de Dios, y nos comportamos como si fuéramos mortales, como si tuviéramos fecha de caducidad, como si Dios solo fuera un algo al que nos dirigimos para pedir alguna cosa, para culpabilizar de nuestras desgracias o para pedir explicaciones de porque llegan a nosotros las desgracias, a nosotros, que siempre hacemos el bien.
            Este comportamiento erróneo, provocado por nuestra propia ignorancia, es la verdadera causa de nuestro sufrimiento, de nuestro miedo al dolor, de nuestro miedo a la enfermedad y de nuestro miedo a la muerte. Hemos de destruir la creencia de que somos seres caducos, y conectar con la verdadera esencia del alma, con nuestra inmortalidad, con nuestra divinidad, con nuestra unión con todo lo creado.
            Dios es eterno, y cuando encontremos nuestra propia eternidad, hablemos encontrado a Dios, y entonces ya no necesitaremos correr detrás de ningún placer externo, porque el gozo divino anidará dentro de nosotros. Al encontrar a Dios ya no necesitaremos seguir buscando.
 

jueves, 26 de septiembre de 2013

Reencarnación,...... ¿Y?


            Cada vez es mayor el número de personas que creen en una vida anterior y posterior a la vida física. Si, cada vez es mayor el número de personas que creen en la reencarnación. Y creen por infinidad de razones, si preguntamos la razón, es posible que encontremos tantas respuestas como personas. Sin embargo, en el fondo de todas las razones subyace el miedo a la muerte. Es un alivio pensar que todo va a seguir, de alguna manera, después de la muerte del cuerpo.
            Y según vamos leyendo y aprendiendo, o recordando, cosas sobre la reencarnación y sobre la muerte, no es que termine de desaparecer el miedo a la muerte, pero parece que se atenúa bastante.
            Además hay algunas técnicas, como las regresiones que nos pueden ayudar a recordar acontecimientos de vidas pasadas, nos pueden ayudar a comprender el posible origen de traumas, de problemas emocionales, o de la causa de relaciones conflictivas con otras personas. Pueden ayudarnos a entender el porqué de nuestro carácter, e incluso, de alguna manera, más o menos sutil, la razón  o la misión de la vida.
            Todo esto está bien, porque con esas técnicas se pueden arreglar algunos problemas que se arrastran, como una pesada losa, en la vida de la persona. El reconocimiento de que un problema tiene su origen en una vida anterior, es un alivio, y puede llegar a sanar el problema.
            Pero, es posible, que no puedan solucionarse, con ese método, todos los problemas de la persona, y sobre todo algunos problemas emocionales, que pueden existir por una acumulación de las actuaciones realizadas en muchas vidas, ni por supuesto puede solucionarse la inmadurez de un carácter, que también es causa de hábitos que se han ido forjando por acciones repetidas en cada vida.
            Por lo tanto hay que buscar otra técnica. Es bueno saber con qué herramientas contamos. Y la herramienta más importante de la que disponemos es la propia vida. Ya sabemos que gran cantidad de nuestros problemas tienen su origen en vidas pasadas, sabemos que estamos en la vida atados a la Ley del Karma, pero la solución a todo eso, ha de encontrarse en la vida actual, es en ella donde podemos aprender a amar de manera definitiva, es en ella donde vamos a pagar deudas pendientes, es en ella donde hemos de perdonar, es en ella donde podemos eliminar malos hábitos, es en ella donde podemos crecer, evolucionar y terminar de construir nuestro carácter. Podemos utilizar otros cientos o miles de vidas para realizar ese trabajo, pero, también es cierto que se puede conseguir en una sola vida. ¿Por qué no en la vida actual?
            Es igual haber vivido una, cien, mil o un millón de vidas, porque de la única que tenemos conciencia es de la vida actual. Por lo tanto podemos dejar de elucubrar con otras vidas y centrarnos en la vida que estamos viviendo. Es en ella donde hemos de realizar cualquier acción que nos acerque a la Iluminación, cualquier acción que nos acerque a Dios.   
           

sábado, 4 de mayo de 2013

Devachan: La morada de los ángeles


            El Devachan es la morada de los ángeles, y no es un lugar, es un estado de conciencia. Loa ángeles no necesitan de un espacio físico donde vivir, porque no tienen cuerpo. Los ángeles son energía, son una chispa divina, una chispa eterna e indestructible, su vida es conciencia, por lo tanto, su morada, no es ni más ni menos que un estado de conciencia.
            Al igual que los ángeles, los seres humanos también somos una chispa divina, una chispa divina eterna e indestructible, por lo tanto nuestra vida no se circunscribe a la vida en el cuerpo, va más allá, llega a la eternidad, como los ángeles. Como escribía Manly Palmer Hall autor canadiense sobre el ocultismo, la mitología y las religiones, que vivió en los últimos años del siglo XX: “Si hay una chispa divina en cada ser humano, no hay razón para presumir que Dios en la Naturaleza vive para siempre, pero en el ser humano está siempre muriendo”.
            Efectivamente, el ser humano solo deja en la Tierra lo que distingue su humanidad: el cuerpo físico, pero el Ser, esa chispa divina, es indestructible y vive para siempre.
            Es curioso que la gran mayoría de seres humanos, de una forma u otra crean en esta eternidad, porque creen en la inmortalidad del Alma y, sin embargo, tienen miedo a la muerte. El miedo a la muerte sólo es una muestra de que su creencia en la inmortalidad del Alma es intelectual, y no está integrada en el Ser, es una muestra de la desconexión que el ser humano tiene con su Alma.
            Cuando el ser abandona su parte de humano, es decir, abandona el cuerpo, bien podríamos decir que estamos más vivos que nunca porque al perder la identificación con el cuerpo físico, no tiene las limitaciones que este impone.
            Liberados de oír, ver y sentir a través de los órganos del cuerpo físico, el ser experimenta dentro de sí un poder que le permite la comprensión total de cualquier situación.
            Y después de un paso más o menos largo por los planos astral y mental inferior, según la evolución del ser, este entra en lo que va a ser su morada hasta una nueva encarnación: el plano causal o Devachan, la morada de los ángeles, el cual es un estado del Ser en el que se siente una inmensa felicidad, nada comparado a la persona más feliz sobre la Tierra.
            En este plano, sólo le basta al Ser con pensar en algún lugar para encontrarse allí de inmediato. Le basta con pensar con alguien muy querido, para encontrarse de inmediato en su presencia. Los malentendidos son imposibles. Es un mundo de luz donde el Ser asimila y transmuta en facultades las experiencias y aprendizajes de su última vida en la Tierra.
            La duración de su estadía en este plano está condicionada por sus necesidades evolutivas. Pronto la imperiosa necesidad de una nueva vida lo llevará de nuevo a la Tierra dentro de un cuerpo.
            Este plano es lo más cerca que el ser humano se encuentra de la Divinidad, en tanto en cuando prosigue su crecimiento, hasta que se de por concluido su aprendizaje en la Tierra.
            Es apasionante. 
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

La carrera de la vida


            En un momento del tiempo, el alma decide su vuelta a la materia para retomar su aprendizaje, en el mismo punto en que quedó al finalizar su encarnación anterior, y se reúne con los Señores del Karma para terminar de organizar la que será la nueva vida: El lugar de nacimiento, la familia, los amigos, los diferentes encuentros, el Karma a liberar, el aprendizaje a recibir o la enseñanza a realizar.
            Y para eso, de la misma manera, que una vez en la Tierra el cuerpo elige el vestido adecuado para salir a la calle, el alma elige la vestimenta adecuada para el trabajo a realizar, y se reviste de materia, con forma de hombre o de mujer.
            Durante mucho tiempo he pensado que era una pérdida de tiempo inútil todo el tiempo que tardábamos en crecer, desde nuestro nacimiento hasta la edad adecuada en la que comenzamos a poder ser conscientes de la vida, pero ahora sé, que ese es también un tiempo de experiencia para el alma, un tiempo de aprendizaje total, un tiempo en el que permitimos a otros, casi siempre nuestros padres, para que liberen parte de su Karma, un tiempo para liberar Karma propio.
            La vida es como una carrera de obstáculos que vamos corriendo por diferentes pistas a la vez. Es como si en una carrera fuéramos el mismo corredor por las diferentes calles, y en cada una de ellas, vamos avanzando en todas las experiencias que el alma ha decidido vivir en la presente vida.
            Cada calle podría tener un nombre, aunque siempre distinto para cada persona: En una calle avanzamos para trabajar la voluntad, en otra la paciencia, en otra el orgullo, en otra……., etc., etc. Y es claro que en todas las pistas no vamos a llegar a la par, podemos avanzar rápidamente en unas y más lentamente en otras, podemos finalizar la carrera en unas y casi no comenzar en otras.
            La carrera finalizada, perdurará por siempre, será un aprendizaje aprendido para toda la eternidad; y aquellas otras que queden pendientes volverán en nuestra mochila en la próxima encarnación. Ninguna va a quedar en el olvido.
            Todos vamos a completar todas las asignaturas, unos antes, otros después. Y teniendo en cuenta los obstáculos con los que nos encontramos, ¿Por qué tratamos de pasarlos todos cuanto antes? 

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Liberación del cuerpo por el proceso de la muerte

La muerte es el único hecho que podemos predecir con absoluta seguridad y, sin embargo, la mayoría de los seres humanos se niega a considerarlo, hasta que se enfrentan a la muerte de un modo inminente y personal.
La mente del ser humano está tan poco desarrollada, que el temor a lo desconocido, el terror a lo no familiar, y el apego a la forma, han provocado una situación, en la que uno de los acontecimientos más benéficos en el ciclo de vida es visto como algo que debe ser evitado y postergado el mayor tiempo posible.
La muerte, es una de las actividades que más hemos practicado. Hemos muerto muchas veces y moriremos muchas más. Muerte es, esencialmente, cuestión de conciencia. En cierto momento estamos conscientes en el plano físico; en otro, nos retraemos a otro plano y estamos allí activamente conscientes.
En la medida en que nuestra conciencia se identifica con el aspecto forma, con la materia, la muerte continuará manteniendo su antiguo terror. Tan pronto nos reconozcamos como almas y hallemos que somos capaces de enfocar a voluntad nuestra conciencia y nuestro sentido de percepción, en cualquier forma o plano, o en cualquier dirección dentro de la forma de Dios; la muerte ya no existirá, ya no conoceremos la muerte.
La muerte para el ser humano medio es un fin desastroso, pues implica la terminación de todas las relaciones humanas, la cesación de toda actividad física, la ruptura de todos los signos de amor y afecto, y el tránsito, (involuntario y disconforme), a lo desconocido y temido. Nos creemos que es lo mismo que salir de una habitación iluminada y agradable, cordial y familiar, donde están reunidos nuestros seres queridos, y pasar a la noche fría y oscura, solo y aterrorizado, sin saber lo que vendrá y sin ninguna seguridad.
Las personas olvidan por lo general que todas las noches, durante las horas de sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro lugar. Olvidan también que han adquirido ya la facilidad de dejar el cuerpo físico, aunque aún no pueden conservar en la conciencia del cerebro físico los recuerdos de esa muerte y el consiguiente intervalo de vida activa, y no relacionan la muerte con el sueño.
Después de todo, la muerte es sólo un intervalo más extenso en la vida de acción en el plano físico; nos vamos “al exterior” por un periodo más largo. Pero el proceso del sueño diario y el proceso de la muerte ocasional son idénticos, con la única diferencia que en el sueño el hilo magnético o corriente de energía, a través del cual corren las fuerzas vitales, se mantiene intacto, y constituye el camino de retorno al cuerpo. Con la muerte, este hilo de vida se rompe. Cuando esto ha ocurrido, la entidad consciente no puede volver al cuerpo físico denso, y al faltarle a ese cuerpo el principio de coherencia, se desintegra.
El temor a la muerte está basado en:
El terror, en el proceso final del desgarramiento en el acto de la muerte.
El horror a lo desconocido y a lo indefinido.
La duda respecto a la Inmortalidad.
El pesar por tener que abandonar a los seres queridos o ser abandonado por ellos.
Las antiguas reacciones a las pasadas muertes violentas, arraigadas profundamente en el subconsciente.
El aferrarse a la vida de la forma, por estar principalmente identificados con ella en la conciencia.
Las viejas y erróneas enseñanzas referentes al cielo y al infierno, siendo ambas, perspectivas desagradables para cierto tipo de personas.

Pero la muerte no existe. Sólo es una entrada en una vida más plena. Sólo es una liberación de los obstáculos del vehículo carnal.
Para los seres no evolucionados, la muerte es un sueño y un olvido, porque la mente no está bastante despierta para reaccionar, y el archivo de la memoria está prácticamente vacío.
Para los demás, la muerte es la continuidad en su conciencia del proceso de la vida, y lleva a cabo los intereses y tendencias de esa vida. Su conciencia y sentido de percepción son los mismos e invariables. No percibe mucha diferencia, y a menudo no se da cuenta que ha pasado por la muerte.
Para el perverso y cruel egoísta, el criminal y esos pocos que viven únicamente para el aspecto material, se produce una situación denominada “atados a la tierra”. Los vínculos, que han forjado con la tierra, y la atracción hacia ella, de todos sus deseos, los obliga a permanecer cerca de la misma y de su último medio ambiente terreno. Tratan desesperadamente por todos los medios posibles, de ponerse en contacto y volver a penetrar en él.
En contadisimos casos, un gran amor personal por quienes han dejado, o el incumplimiento de un deber reconocido y urgente, mantienen a quienes poseen bondad y belleza, en semejante situación.
Para el ser evolucionado, la muerte es la entrada inmediata en una esfera de servicio y de expresión a la que ya está muy acostumbrado, percibiendo enseguida que no es nueva. En las horas de sueño ha desarrollado un campo de servicio activo y de aprendizaje. Ahora sencillamente funciona en él durante las veinticuatro horas, (hablando en términos de tiempo del plano físico), en vez de las breves horas de sueño en la tierra.
Otro temor que induce a la humanidad a considerar la muerte como una calamidad es el que ha inculcado la religión teológica, particularmente los Protestantes fundamentalistas y la Iglesia Católica Romana: el temor al infierno, la imposición de castigos, comúnmente fuera de toda proporción a los errores cometidos durante una vida, y el terror impuesto por un Dios iracundo.
Le dicen al hombre que debe someterse y que no hay escapatoria posible. Como bien sabéis, no existe un Dios iracundo ni un infierno. Sólo existe un gran principio de amor que anima a todo el universo; existe la Presencia de Cristo, indicando a la humanidad la realidad del alma y que somos salvados por la vivencia de esa alma, y que el único infierno que existe es la tierra misma, donde aprendemos a trabajar por nuestra propia salvación, impulsados por el principio de amor y de luz e impelidos por el ejemplo de Cristo y el anhelo interno de nuestra propia alma.
A medida que las erróneas ideas enseñadas por la iglesia vayan desapareciendo, será eliminado, de la mente del ser humano, el concepto del infierno y reemplazado por la comprensión de la Ley del Amor, que hace al ser humano lograr su propia salvación en el plano físico, lo cual conducirá a corregir los males cometidos durante sus vidas en la tierra. La energía del Amor, lo puede todo.
El actual temor a la muerte debe ceder su lugar a una inteligente comprensión de la realidad y ser sustituido por el concepto de continuidad, que niega toda interrupción, y acentuar la idea de que existe una vida, una Entidad consciente, que adquiere experiencia en muchos cuerpos.
La muerte constituye, actualmente para el ser humano, un momento de catastrófica crisis: La cesación y fin de todo lo amado, lo familiar y lo deseable, la irrupción en lo desconocido e incierto, y la abrupta terminación de todos los planes y proyectos. No tiene importancia cuánta fe pueda haber en los valores espirituales, ni como sea de claro el razonamiento de la mente acerca de la inmortalidad, ni tampoco la evidencia que tenga, (por sus estudios y lecturas), de la supervivencia y eternidad; siempre existe una duda, el reconocimiento de la posibilidad de que todo termina y la negación y fin de toda actividad, de todas las reacciones cardíacas, de todo pensamiento, emoción, deseo, aspiración y de las intenciones enfocadas alrededor del núcleo central del ser del hombre. El anhelo y la determinación de sobrevivir y el sentido de continuidad, todavía dependen, aun para el creyente más ferviente, de una probabilidad, de una base inestable y del testimonio de otros, que en realidad nunca han vuelto para contar la verdad.
El instinto de autoconservación tiene su raíz en un innato temor a la muerte; mediante la presencia de ese temor, la raza ha luchado hasta alcanzar el presente punto de longevidad y resistencia. Las ciencias que conciernen a la preservación de la vida, al conocimiento médico en la actualidad, y a las proezas de la comodidad de la civilización, todo, ha surgido de este temor básico. Todo, ha tendido hacia la conservación del individuo y su persistente condición de ser. La humanidad persiste, como raza y reino de la naturaleza, y el resultado de la tendencia a ese temor, trae la reacción instintiva de la unidad humana a la propia perpetuación.
Es necesaria una reflexión serena para que el tema de la muerte pueda configurarse en vuestra mente con más firmeza y sensatez, tratando de obtener un nuevo ángulo sobre el tema de la muerte, procurando cambiar el temor por lo que es el propósito y la belleza de la transición.
Después de eso, trataremos un día del proceso de la muerte tal como lo registra el alma.
(Es un extracto del libro “La muerte una gran aventura” de Alice Bailey)