El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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domingo, 12 de enero de 2025

Fragilidad

 




El 20 de febrero de 1994. Carl Sagan publica uno de los libros más importantes de divulgación científica: “Un punto azul pálido”. Esta obra se basaba en la imagen tomada el 5 de febrero de 1990 del Voyager 1 en la que se veía la Tierra desde 6.000 millones de kilómetros, la más lejana de la historia.

La instantánea, considerada por la NASA como una de las más importantes de la historia, lejos de quedarse en una anécdota, comenzó a verse como un reflejo de la presencia del humano en el universo: ínfima. Con un tamaño de apenas “0,12 píxeles”, la Tierra no se veía más que como un punto sin importancia dentro de un vasto campo de estrellas. Su brillo sin particularidad y su presencia irrelevante, convirtieron la fotografía, casi, en un tratado filosófico:

En “Un punto azul pálido” escribía Carl Sagan: “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida”.

Si. En ese punto azul, en la inmensidad del cosmos, donde las estrellas pueden relatar historias de eternidad, vive el ser humano: un ser pequeño, frágil y vulnerable que, sin embargo, se cree el centro del universo.

La fragilidad humana es un delicado entramado de emociones, recuerdos, deseos y miedos, que se despliega en cada suspiro y en cada latido. Suspiros y latidos que pueden concluir en un instante, sin previo aviso, porque el ser humano nunca sabe cuando será el último día de su viaje en ese punto azul que le lleva, parece, a ninguna parte.

Pero no es así. Aunque viaja con la Tierra, no es esta la que le está llevando, es el propio ser humano el vehículo y su corazón el conductor. El ser humano sí que está realizando un viaje: El viaje de vivir. Con un destino, para él, desconocido, con una duración desconocida, con compañeros de viaje desconocidos, con situaciones desconocidas.

Y cada amanecer, para cada ser humano, que llega a ese nuevo día, es una página en blanco que espera ser escrita, olvidándose de su fragilidad y vulnerabilidad, guiado por ¿su corazón?, ¿por las estrellas?, ¿por su ego?, trata de avanzar a través de la incertidumbre.

La fragilidad humana no es solo física. Es cierto que puede desaparecer en cualquier momento, sin embargo, mientras está presente, con mucha facilidad, sus corazones pueden romperse, las mentes pueden nublarse y los sueños pueden desvanecerse ante los embates del destino, llenando de nubarrones su existencia. Esa es mayor fragilidad.

En los momentos más oscuros, cuando el peso de la existencia parece insoportable, es cuando la luz interior brilla con más intensidad. La fragilidad humana es un recordatorio constante de nuestra humanidad compartida. Nos muestra que, a pesar de nuestras debilidades, tenemos la capacidad de levantarnos, de sanar y de crecer. Cada cicatriz es una marca de resiliencia, cada lágrima una prueba de nuestra capacidad para sentir y perseverar.

Así, la fragilidad humana no es una debilidad, sino una fortaleza oculta. Nos recuerda que somos seres de carne y hueso, sí, pero también de sueños, de valor, de fortaleza y esperanzas. En cada gesto delicado, en cada acto de compasión, revelamos la esencia misma de nuestra humanidad: un ser que, a pesar de su fragilidad, posee una capacidad infinita para amar, crear y transformar el mundo que lo rodea.

Porque a pesar de ser más pequeños que un grano de arena y de nuestra fragilidad, tenemos un destino y una misión que cumplir: Amar, crear y transformar el mundo que nos rodea.