La adolescencia
Considero que mi adolescencia fue
una etapa de mi vida muy……. emotiva, porque por una razón que aun no comprendo,
deseaba ser niña eternamente. Por eso jugué con muñecas hasta casi los catorce
años.
La estancia en el colegio fue muy
agradable, siempre sobresalía por mis altas notas y aunque hoy parezca difícil
de creer, conseguí una beca para la universidad.
Creo que estaba catalogada como
inteligente, pero parece que me servía muy poco para la vida, porque era muy
introvertida, en fin, supongo que nada es perfecto.
Fui una adolecente normal, la que creyó
haber encontrado el príncipe azul una y otra vez, la que se ilusionaba con el más
guapo, a la que le encantaba cantar, algo que sigo haciendo hoy, aunque con
cierta dificultad. Pero me encanta cantar, y
lo hago siempre que estoy
inspirada.
En conclusión una niñez muy
divertida que pasé jugando, y una adolescencia que no se si catalogar de normal,
porque ¿Que es normal?, tenía otra visión de la vida completamente distinta de
la que tengo hoy, quizás equivocada, quizás muy banal, pero supongo que antes
de nacer escogí a los diecinueve tener esta prueba tan inmensa. Porque si hay
algo de lo que estoy segura es que esto
no es un castigo o brujería.
Es una enfermedad gracias a la cual
tengo otra visión de la vida, quizás un poco mejor que antes, quizás no, no lo sé.
Así comenzó la enfermedad
El mal de mi cuerpo tuvo un inicio
paulatino, no fue de golpe. Se inicio
con un leve temblor en la mano izquierda ante una emoción, un fuerte miedo, una
alegría, en definitiva, con una emoción, ya fuera esta positiva o negativa. Bastaba
cualquier cosa emotiva. Analizando creo que tuve una predisposición porque
nadie tiembla a la mínima emoción.
¿Dónde nos quedamos? ¡Ah!, si, acabé
el colegio, cosa que mucha gente no creería si no me conociera de toda la vida.
Ingrese a la universidad en la
facultad de educación. Los tres
primeros semestres fueron prácticamente normales. Había aprendido a
disimular lo que era un temblor casi imperceptible, pero al temblor se le
agregó otro síntoma: Empecé a sentir un peso de una tonelada en la cabeza, eso
comenzó a afectar a mi postura. Todos me decían: ¿Estás mal?, y yo decía
simplemente: Estoy resfriada. El caso es que ya no tenía fuerzas para caminar,
ni para comer. Tenía verdadera obsesión por los cursos y por las tareas, y a
pesar de que me sentía muy mal, me presionaba a mí misma, nunca pensé que se
trataba de algo así.
Para rematar, casi lo olvido: Sufría
de ataques de pánico. La primera vez fue horrible: Ocurrió en el aula de la
universidad. Es posible que yo estuviera acostumbrada a aulas pequeñas, ya que
toda la vida estuve en colegios pequeños, y cuando llegue a la universidad, se
acabo la pequeñez, todo eran auditorios grandes con más de cien alumnos. Recuerdo
que fue en una clase de historia crítica del Perú. No sé qué tema era, pero el
docente hizo un comentario algo así como “de este aula no sale nadie” y cerró el
aula con llave. En ese momento me entró un miedo brutal. No sé cómo
explicarlo, tendrías que sentirlo. Yo juraba que iba a ocurrir un terremoto o
algo parecido. Me ahogaba y sudaba. Afortunadamente nadie se dio cuenta, porque
era de vital importancia en esos tiempos. La apariencia entonces era
importante, bueno y hoy también.
Así es como me deje dominar por el
miedo. Suena horrible, pero es verdad, cada vez que entraba en un aula con
mucha gente entraba en pánico y más si cerraban la puerta. Leyendo supe que
tenia claustrofobia, o sea miedo a estar en ambientes cerrados. Según iba
apareciendo el miedo me preguntaba ¿Por qué? Hasta ese entonces solo se lo
había contado al psicólogo de la universidad, un joven sin experiencia que me
dio pastillas, más específicamente “ansiolíticos” algo que me dio el doble de
ansiedad.
Como siempre los padres son los
últimos en enterarse, supongo que estaban muy ocupados con sus trabajos, no los
culpo, no podría, nadie nace sabiendo, y no eran adivinos, ya bastante tengo
que agradecerles por darme la vida.
Con mi mami enterada del asunto,
viajamos a Arequipa era el año 2002, fue la primera vez que visite a un
neurólogo.
No dio ningún diagnostico, me saco
un electroencefalograma, y en conclusión me dijo que tenía alterado el sistema extra
piramidal del cerebro. Ahí me enteré de cuál era el área que controla los
movimientos del cuerpo.
Allí el médico, creo yo, cometió un error al recetarme una pastilla anti
párkinson cuando yo solamente tenía un leve temblor, ese fue un error de ambos,
yo por tomarla al pie de la letra y el neurólogo por recetarme algo que
despertó el mal del Parkinson que tal
vez me hubiera dado a los cincuenta años, lo adelanto ahora, entiendo que eso
fue parte del plan divino para mi.
Comencé a tomar la pastilla de
manera continuada. Al inicio mi cuerpo lo aceptaba bien, sin problemas, me
ponía ágil, no temblaba ni un pelo y hasta me ponía eufórica pero eso era por un
máximo cinco horas, luego volvía el temblor con más fuerza, así lo sentía yo no
sé otras personas como lo verían desde el exterior. Con el tiempo, la pastilla
me hacia efecto durante menos tiempo, así que me pregunté a mi misma: ”¿Es esta
la forma en la que quieres vivir, siempre
pendiente de cuánto tiempo va a durar la
dichosa pastilla?”.
Era incomodo estar así en la
universidad, disimulando, salir de clases apurada para ir al baño a tomar la
pastilla, no salía de mi casa sin pastillas y a decir verdad tenia muchísima
vergüenza de que me vieran temblando y es que se supone que esta enfermedad era
más propia de los viejitos que no de alguien tan joven.
Así es como mi vida se convirtió en
un infierno. Muy pocas veces me exponía en público, lo evitaba, aunque no sé
realmente por que iba a la universidad porque la facultad de educación era una
auténtica exposición.
El profesor de lecto escritura
nos dijo que fuéramos a un colegio a hacer prácticas. Fui al colegio de en el
que trabajaba un tío mío. El era profesor de primaria, justo la especialidad
que yo había escogido.
Con los niños me sentí de maravilla,
es una época que recuerdo siempre, me sentí toda una profesora, revisaba
cuadernos, dejaba tareas, escribía en la pizarra y por supuesto con la ya
famosa pastilla azul, para los mal pensados, les aclararé que no estoy hablando
del viagra. La pastilla que tomaba para el Parkinson es azul, estuve cuatro
meses en el colegio, recuerdo que en esa fecha estaba cerca el día del Cusco y
tuvimos que enseñar una danza a los niños de nivel primario, la danza era
Majeño.
Ahí es cuando decidimos mis padres
y yo que iba a tomarme un descanso, sin saber que este descanso seria para
siempre.
La
vida sin pastillas
Esta es otra parte muy dura de mi
vida. Había tomado la pastilla durante casi un año y medio, era totalmente dependiente
de ella, tanto física, como psicológicamente. Sin la pastilla me sentía
acomplejada, insegura, tímida, etc., y físicamente sin fuerzas, débil, obviamente
temblorosa, torpe al caminar y no sé si eran las pastillas o sus reacciones
adversas, sentía la cara dura como si tuviera una máscara pegada al rostro,
razón por la cual no se me entendía ni
pio.
Todo comenzó un buen día, en el que
ya harta de ser dependiente de una droga, porque eso era, así me sentía, además
es cierto, toda pastilla es una droga, el cuerpo pide más altas dosis cada vez
y eso estaba ocurriendo conmigo. Inicie con un cuarto de pastilla tres veces al
día y termine con una y media al día.
Cada vez hacia menos efecto y duraba
menos tiempo. Comencé a sentir las reacciones adversas, movimientos
involuntarios, el temblor se podía controlar pero esos movimientos eran
incontrolables, resulto que el remedio fue peor que la enfermedad.
Todo somos dependientes de algo, conscientes
o inconscientes, eso lo digo saliendo un poco del tema: algunos lo son del
televisor, otros de los chocolates, otros de cosas más complicadas como
relaciones amorosas complicadas, y otras a echar la culpa a otros de sus
errores y así sucesivamente podría escribir toda la tarde.
Pero yo no quería ser dependiente de algo más,
puedo ser dependiente de mi mami, pero otra cosa es una pastilla, mi mama nunca me va fallar.