El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
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jueves, 25 de agosto de 2022
miércoles, 24 de agosto de 2022
Diario íntimo de un babau (4) El tiempo
Si como dicen los “maestros” el tiempo no existe, ¿Cómo puede ser que esté ahora sentado en una cafetería haciendo tiempo?
Si diario, ya sé que te hago trabajar sábados y domingos,
pero es cuando dispongo de un poco más de tiempo, y como disfruto más
escribiendo y leyendo que viendo la tele, aquí estoy como un pequeño o gran
dictador ocupando tu fin de semana. Además, creo que hacemos un buen equipo,
como lo pueden hacer las fresas y la nata, las uvas y el queso, el whisky con
hielo o los amantes de Teruel.
Me vas muy bien. Porque, con mi verborrea y mi dispersión,
cuando necesito meditar sobre algún tema, gracias a ti puedo poner sobre el
tapete todas las opciones, y ver así, con una sola mirada, todas las
posibilidades sin quedarme enganchado en la primera parte de la solución, de la
misma manera que se esparcen, boca arriba, las piezas de un puzle para tener
más fácil su resolución.
Son las 10 de la mañana. No hace mucho frío. Estoy en la
terraza, al lado de una de esas estufas de exteriores, de “La Baguette”, que como
dice su publicidad es café, restaurante, panadería, pastelería y mucho más.
Estoy haciendo tiempo hasta las 11:30, hora en la que tengo que recoger a mi
hijo que está haciendo un taller de “legos” a 5 minutos de aquí. Así que
aprovecho esta hora y media para comer un pincho de tortilla y tomar un jugo de
naranja y un chocolate caliente y, por supuesto, para marear a mi diario.
Y si supieran que estoy escribiendo tonterías, aun sería
peor. Claro, ellos no saben que soy un babau.
Esta mañana bajo la ducha pensaba que cada gota de agua
es como un bit de información que penetra, con suavidad, por cada poro de mi
cabeza, hasta depositarse en alguna de las pocas neuronas que todavía se
mantienen activas en mi cerebro. Y es cuando varios bits se depositan en la
misma neurona, que completan una información. Eso ocurre algunas veces y salgo
de la ducha con una o varias ideas en mi cabeza. Unas lógicas, que parecen ser
la respuesta a alguna pregunta que llevaba ya cierto tiempo dando vueltas por
mi cerebro o, la solución de algún problema que, también, se paseaba, con todo
descaro de la cabeza a cualquier punto de mi aura para desequilibrar, con el
miedo, la inseguridad o la duda que genera el problema, mi estado emocional. Y,
otras, no tan lógicas.
Hoy ha sido uno de esos días en los que la idea, más que
solucionar un problema, ha acrecentado aún más mis dudas. Se trata del concepto
“tiempo”. Sali de la ducha con la pregunta: Si no existe el tiempo al otro lado
de la vida y los que están allí nos están viendo de manera permanente, ¿cómo se
computarán nuestros 20, 40, 60 u 80 años? Solo hubo pregunta, no llegó
respuesta.
Pues el tiempo ha pasado volando. Son las 11:15 y tengo
que ir a buscar a mi hijo.
Domingo 21 de agosto 2022
Hoy domingo, sentado, cómodamente, en casa, sigo dándole vueltas
al tiempo.
Una vez hice una canalización con una médium y estuve
hablando con mi padre, que había fallecido hace 40 años y, en la despedida, le
dije “hasta pronto”, a lo que él respondió, “pronto para mí, pero a ti aún te
queda tiempo”.
En 4 ocasiones a lo largo de mi vida he tenido una
experiencia curiosa con el tiempo. Me impresionaron tanto que las recuerdo como
si hubieran ocurrido hace 10 minutos. En ellas estaba haciendo un trabajo, (los
4 eran diferentes), en el que estaba tan concentrado que después de hacer el
trabajo, que yo pensaba que había durado entre 2 y 3 horas, resultó que no
habían pasado ni 15 minutos en el reloj.
Fueron sensaciones extrañas. Cómo si se hubiera detenido
el tiempo. Pero el tiempo no se detuvo. Lo que fue diferente fue el cómputo. Y
pienso que, incluso, el computo podría haber sido más pequeño de los 15
minutos, si la concentración hubiera sido absoluta. Y me pregunto, ¿mi cuerpo,
en ese tiempo, envejeció 3 horas o 15 minutos?
Creo que, con una atención del ciento por ciento, a lo
que va ocurriendo en la vida, el tiempo, en el reloj, sería “0”. ¿Envejeceríamos?
Meditando en el silencio, en la nada, también me ha
pasado, pero no ha sido, para mí, tan llamativo como en esas 4 ocasiones,
porque ellas han sido en la vida de cada día, no haciendo un inciso para sentarme
a meditar.
Yo sé que una atención completa, de manera permanente, es
imposible. Pero sería magnifico conseguirla en el quehacer de cada día. Sería
burlar a la materia. Y sin materia no hay tiempo.
En fin, ya ves, diario, en que ocupo mi pensamiento.
Cosas de ser un babau.
¿Regresión?, ¿qué es?
Capítulo III, parte 4. NOVELA "Ocurrió en Lima"
-
Casi de inmediato volvió a la sala-
Pues me han dado fiesta el resto de la tarde. Mi paciente ha cambiado la visita
y ya no tengo más.
-
Lo siento –supongo que debía de ser
incómodo que diez minutos antes de una cita la anulen.
-
No te preocupes, estoy acostumbrada.
Estas cosas pasan con más frecuencia de la que te imaginas. ¿Por dónde íbamos
cuando sonó el teléfono?
-
Hablabas del libre albedrío. Pero no
quiero molestarte más. Creo que es hora de irme, haciendo uso de mi libre
albedrío, valga la redundancia. Mi trabajo ha terminado, aunque no he hecho
nada, porque la computadora funciona correctamente.
-
No me molestas y ya has oído que tengo
toda la tarde libre. Pero si tienes otras cosas que hacer, espera que te pago
–parecía decepcionada.
-
No me debes nada. La computadora estaba
bien y ha sido un placer tomar el té contigo. Además, somos vecinos, no he
venido de lejos, vivo a dos cuadras de tu casa –mi pensamiento, que no pierde
una sola ocasión para mortificarme, dijo de inmediato: “Pues si trabajas por tu
cuenta y regalas todas las visitas vas a pasar mucha hambre”.
-
No, por favor. No puedo aceptarlo, es
tu trabajo.
-
Indhira, soy muy terco. No te voy a
cobrar.
-
De acuerdo, pero hagamos un
intercambio. Yo te hago una terapia a cambio. ¿Qué te parece?
-
Está bien, pero no se me ocurre que
puedes hacerme. Yo me siento bien –y era cierto. Aunque mi pensamiento, de
inmediato, encontró su razón: “Tienes miedo”.
-
Podemos hacer una regresión –fue la
respuesta de Indhira.
-
Disculpa mi ignorancia, pero no sé qué
es una regresión –en realidad, era la primera vez que escuchaba la palabra. Sé
que regresar es volver, pero no se me ocurría asociarla a nada de lo que
pudiera hacer Indhira.
-
La regresión es una técnica que se
utiliza para hacer que una persona recuerde acontecimientos de otras vidas –e
Indhira continuó con su explicación- se puede realizar como terapia para entender
el origen de traumas o problemas psicosomáticos o, también, como curiosidad.
-
¿Cómo se llega a esos recuerdos? –tengo
que reconocer que me daba un poco de respeto hurgar en otras vidas, si es que
esas existían.
Se me ocurre pensar que somos como
conejillos de indias correteando en una gran jaula que se llama Tierra, pero
sin saber cómo hemos llegado aquí ni adónde nos dirigimos en nuestras
correrías. Aunque creamos que si sabemos tras qué corremos. Lo podemos llamar
felicidad, estabilidad, tranquilidad y, para conseguirlo, vamos tras el dinero,
que es lo que consideramos primordial para vivir esa felicidad, de la misma
manera que los conejillos de indias van tras los ramos de apio.
Esto que parece una enseñanza esencial,
¿cómo puede ser que no lo enseñe nadie? Y, como nadie nos enseña, en lugar de
aprender a amar, nos dedicamos a lo contrario, permitiendo que a nuestro
alrededor exista el hambre, la desigualdad, el miedo, la guerra, el odio, la
envidia o la enfermedad, solo por mencionar alguno de los males con los que
convivimos en nuestra sociedad.
-
Se puede llegar a través de hipnosis
–respondió Indhira, sacándome de mis pensamientos- pero yo lo hago son una
simple relajación.
-
Indhira, no te rías de mí, pero creo
que tiene razón mi pensamiento. Me da un poco de miedo –no me quedó más remedio
que reconocerlo.
-
No hay razón para tener miedo, te lo aseguro
–lo decía seria y de manera convincente- Vamos a estar conversando, como ahora,
solo que estarás acostado en la camilla y algo más relajado que ahora porque,
en realidad, pareces un poco tenso y eso que te has ido soltando. Si necesitas
ir asimilándolo podemos hacerla otro día, no hace falta que sea hoy.
-
Si, gracias. Creo que necesito
asimilarlo –sentí un gran alivio de no hacerla en ese momento- ¿Cuándo te va
bien?
-
¿Qué haces el sábado?, porque yo tengo
todo el día libre.
-
Yo tengo libre cada día, estoy sin
trabajo. Me parece bien el sábado, ¿a qué hora te va bien? –creo que me estaba
envalentonando.
-
Teniendo en cuenta que necesitamos
entre dos y dos horas y media, ¿qué te parece a las nueve y media?
-
Pues no se hable más, a las nueve y
media me tienes aquí –hoy es miércoles, así que tengo dos días para hacerme a
la idea.
-
Perdona –dijo Indhira- no quiero
meterme donde nadie me llama, pero ¿cómo puede ser que no tengas trabajo cuando
la informática, hoy, la necesita todo el mundo?
-
Porque la empresa donde trabajaba cerró
y aun no encuentro nada –no le comenté sobre mi falta de fe, ¿para qué?
-
¡Ah!, creía que te dedicabas de manera
independiente. ¿Por qué no lo haces?
-
Es una idea que me ronda la cabeza e,
incluso tu llamada me pareció una especie de señal de que tenía que hacerlo.
Sí, tengo que pensarlo ya, porque no me apetece mucho tener un jefe –mientras
decía esto me daba la sensación de que en mi interior ya estaba tomada la
decisión, solo tenía que llegar a la parte consciente.
Aun
estuvimos hablando dos horas más. En ese tiempo, dos desconocidos, que se
sueltan y se sienten cómodos, que fue lo que nos ocurrió a nosotros, pueden
hablar de muchos temas. Ella supo de mí que estaba soltero, que vivía solo en
un departamento y que le tenía miedo al amor, como ella dedujo. Yo no estaba,
para nada, de acuerdo con sus deducciones y tuvimos un extenso intercambio de
opiniones sobre el tema. Al final, creo que ella tenía razón y que tenía mucho
miedo a comprometerme.
Indhira
tiene treinta años. Nacida en Lima, es psicóloga y mientras estudiaba en la
universidad Mayor de San Marcos fue realizando los cursos y talleres de masaje,
de maestría Reiki, de terapeuta de Sat Nam Rasayan y de terapeuta de
regresiones. Al finalizar la carrera, en lugar de poner un despacho como
psicóloga, puso en centro de terapias y masajes.
Vive
sola, desde hace cinco años, después de mantener una relación de tres años que
terminó de manera abrupta cuando llegó a casa y se encontró a su pareja en la
cama con una amiga suya de la infancia. Desde entonces no ha vuelto a tener, no
solo una relación, sino que, ni tan siquiera, una sola cita. En su caso, ella
misma reconoce que tiene pánico a comenzar una nueva relación y que no pasa por
su cabeza ni una sola vez. Lleva cinco años sola y dice que se ha acostumbrado
a ser la dueña de sus tiempos. Los domingos va a almorzar a casa de sus padres
que, también, viven en Lima y se reúne toda la familia que, además, de sus
padres la componen un hermano mayor, casado con dos hijos, y una hermana casada
que, en la actualidad, está embarazada. Indhira es la pequeña.
Eran
las seis cuando salía de su casa. Ya había caído la noche sobre Lima. La
computadora no había vuelto a presentar ningún fallo. Esta era otra cosa
extraña para añadir al curriculum de Ángel, ya que parece que el fallo solo se
produjo para que Indhira y yo nos conociéramos. ¿Habría sido él el responsable
de la falla de la computadora? Ese hombre es especial.
En la
salida dejamos el formulismo de darnos la mano y nos dimos un casto beso en la
mejilla, quedando emplazados para el sábado a las nueve y media de la mañana.
Estaba
muy confundido. No estaba seguro de que es lo que había pasado cuando me encontré
con Indhira. Se paralizó el mundo, incluidos mis pensamientos, ya que fue como
si toda la energía se concentrara en mis ojos para poder escudriñar, con total
atención, a través de su mirada y sumergirme en su interior. Yo sabía que no la
conocía de nada, sin embargo, la sensación era de familiaridad. Era como ese
amigo al que no ves desde que se acabó el colegio y, un día, al reencontrarle
es como si no hubiera pasado el tiempo.
“Pero
tampoco la conoces del colegio”, terció mi pensamiento que no perdía
oportunidad de martirizarme y, siguió: “puede ser que la conozcas de otra vida.
Búscala el sábado cuando hagas la regresión”. Parece que mi pensamiento sabía
más de regresiones que yo.
Me
apetecía caminar, antes de volver a casa, y aproveché que tenía que comprar
algo de comida para dar un paseo hasta un súper lo suficientemente alejado para
poder pasear, al menos tres cuartos de hora.
En el
paseo hice un repaso de mi encuentro con Indhira. Tenía claro que me había
impresionado. Había estado muy cómodo con ella y hasta me hacía ilusión saber
que en dos días íbamos a volver a encontrarnos. Aunque sentía un cierto temor
por el tema de la regresión, me tranquilizaba su comentario de que era como
mantener una conversación.
Lo que
sí tenía claro era el asunto laboral. Estaba decidido: iba a trabajar por mi
cuenta y por intentarlo no perdía nada. Solo necesitaba un teléfono para que
las personas pudieran contactarme y para que esas personas pudieran saber de mi
existencia decidí hacer una página web y anunciarme, también, en las redes
sociales. En cuanto llegara a casa me ponía manos a la obra.
Así
fue. Una vez en casa, a la vuelta del súper, me puse en la tarea de
confeccionar la página. Era sencilla y al mediodía del jueves estaba concluida
y colgada en la red. Ahora solo faltaban los clientes.
Me
sentía expectante por la llegada del sábado, aunque no sabría muy bien decir si
era por la regresión o por volver a ver a Indhira.
-
“Eres un falso” -se apresuró a
sentenciar mi pensamiento-. ”Sabes muy bien que solo es por Indhira y que si
pudieras no hacer la regresión, sería un alivio para ti”.
-
“No es cierto” -ya estaba otra vez a la
gresca con mi pensamiento, “Podría no volver a ver a esa chica y no pasaría
nada, seguro que no pensaría en ella ni un minuto, el tema es que hemos quedado
para el sábado y es normal que piense”.
-
“Está bien” -concluyó el pensamiento-,
“si quieres engañarte, es problema tuyo, mejor sería que reconocieras que te
gusta y, por cierto, ya es hora de que te guste una mujer, estaba empezando a
creer cosas extrañas, debes de ser el único hombre del mundo que con treinta y
siete años solo haya hecho el amor en dos ocasiones y, de eso, hace tanto
tiempo que ya no te debes acordar”.
- “Se acabó” -le dije al pensamiento y, de inmediato me puse a tararear una canción para que el pensamiento no tuviera ni un solo resquicio por el que imponer su dictadura.
En la Página NOVELA "Ocurrió en Perú", puedes leer completos los capítulos I, II y III.
martes, 23 de agosto de 2022
domingo, 21 de agosto de 2022
Aprender de los maestros
Capítulo III, parte 3. "Ocurrió en Lima"
-
¿Quieres azúcar? –preguntó entrando en
la sala con una bandeja en la que descansaban dos tazas, un azucarero, un plato
con galletas y un paquete de servilletas.
-
No, gracias. Lo tomo sin azúcar. Es que
soy muy goloso y tengo tendencia a que todo el dulce se me vaya a la barriga,
así que paso del dulce cuando soy consciente –no sé por qué le explicaba mi
vida.
Mi
pensamiento que no pierde ni una sola oportunidad para mortificarme encontró,
de inmediato, la explicación a mi verborrea: “Es que te gusta y estás nervioso
y hablando se te pasan los nervios”. Teniendo amigos como mi pensamiento,
¿quién necesita enemigos?, y, también, de inmediato, respondí al pensamiento:
“No estoy para nada nervioso. Sí que me impresionó cuando abrió la puerta y, no
sé la razón, porque si es bonita pero no es de una belleza que quite la
respiración”.
-
Haces bien en reprimirte de tomar
azúcar, no es buena para el organismo –y prosiguió- pero puedes comer galletas,
no tienen azúcar, son integrales.
-
Gracias –contesté.
Era
curioso. A pesar de lo que opinaba mi pensamiento no sabía que más decir. A
ella supongo que le debía de ocurrir algo parecido, porque durante unos
segundos, que a mí me parecieron siglos, permanecimos en silencio.
-
Por fin ella rompió el silencio- Y ¿de
qué conoces a Ángel? –preguntó.
-
Pues, aunque parezca raro, no le
conozco. Bueno si, nos hemos encontrado dos veces este mes por la calle. La
primera me pidió ayuda porque se ahogaba y la segunda fue, unos días después,
aquí en Pardo. En las dos ocasiones estuvimos conversando más de dos horas. Tengo
que reconocer que fueron conversaciones un poco extrañas, ya que hablaba de
emociones y sentimientos que nunca habían sido temas de mis conversaciones. En
realidad, de él no se casi nada. Supongo que él sabe mucho más de mí, y no
porque yo le haya contado. Es que me da la impresión, te voy a decir algo que
parece tonto, que lee mi pensamiento. Y las dos veces que nos encontramos, en
su despedida, pasaron cosas extrañas, aunque, no sé si será mi imaginación.
-
¿Qué pasó? –se interesó Indhira.
Le
conté como fueron mis dos encuentros con Ángel y su misteriosa desaparición en
las dos ocasiones y, sobre todo, que tanto mi vecino como el camarero parecían
no haberle visto, a pesar de que el mismo Ángel quisiera hacerme creer que
había estado en el baño del puesto de bebidas que, por cierto, no sé si hay
baño. Tendré que comprobarlo.
-
Si, parece un hombre especial
–corroboró ella y prosiguió- pero es un hombre encantador. Y te puedo asegurar
que es de carne y hueso porque le hice un masaje, aunque, bien es cierto, que
no lo necesitaba. No tenía ni una mínima contractura.
-
Sí que es encantador. Y tú,
exactamente, ¿qué haces? –de algo tenía que hablar.
-
Hago masajes, terapias de sanación y
regresiones –y aclaró- aunque, con lo que más cómoda me siento es en la
sanación. Sin embargo, vivo gracias a los masajes. Porque por cada persona que
viene a hacer terapia de sanación hay ocho que vienen a hacerse un masaje.
-
Si les pasa lo que a mí, lo entiendo.
Porque sé lo que es un masaje, pero lo otro, para mí, es del todo desconocido.
Lo poquísimo que sé de estos temas…, que no sé muy bien si llamarlos
¿esotéricos?, es por lo que me ha hablado Ángel en los dos encuentros que
tuvimos. Supongo que tú conectarías con él a la perfección.
-
Si –contestó- realmente sí.
Y así
seguimos nuestra conversación, mientras tomábamos el té y las galletitas, que
estaban deliciosas a pesar de no contener azúcar, e íbamos probando si la
computadora seguía funcionando bien o volvía a las andadas.
Indhira
me habló de la sanación y, como me ocurría con Ángel, la escuchaba sintiendo
que sus palabras activaban algo en mi interior que no era del todo desconocido.
Ángel empezó diciendo que el amor no era un sentimiento, sino que era una
energía, para concluir en que todo es energía. Y, ahora, Indhira me explicaba
que la enfermedad son bloqueos energéticos y que eliminando esos bloqueos, que
solo son energía enferma y contaminada, se consigue la sanación de la persona,
siempre que no haya hecho mella en el cuerpo físico. Lo que sí me sorprendió es
que dijera que todos los seres humanos podemos intervenir en la sanación de
cualquier otra persona.
-
¿Quieres decir que yo, que desconozco
estos temas, también podría hacer sanación? –estaba, realmente, sorprendido de
sus palabras.
-
Sí. Todos podemos, porque todos somos
canales de energía. La diferencia está en cómo de grande es el canal. Cuanto
más grande es el canal más energía pasará.
-
¿Qué canal? –no tenía ni la más remota
idea de qué me estaba hablando.
-
El canal eres tú. Es tu campo
energético, es la energía que te envuelve –explicó.
-
¿Cómo se agranda el canal? –tengo que
reconocer que cada vez escuchaba cosas más extrañas.
-
Mira, podría hablarte de energía o de
meditación o de un montón de cosas más, pero la verdad es que todo se resume en
una sola palabra: “amor”. Cuando más amor tiene la persona, más grande es,
energéticamente, y más energía pasa a través de ella, con lo que su “poder” de
sanación, también, será mayor –y terminó con una pregunta- ¿me explico?
-
Si, te explicas muy bien. Supongo que
ese amor del que hablas es el mismo amor del que me hablaba Ángel, el amor
incondicional.
-
Así es. Ese es el único amor que
existe. El que decimos sentir los seres humanos es una mezcla de amor y apego
–terminó la frase con una expresión de tristeza reflejada en su rostro.
-
¡Qué mal lo tenemos los seres humanos!
–expresaba mi pensamiento en voz alta- El mundo que podría ser un paraíso, es,
en realidad, un verdadero infierno, al menos, para muchas personas. Tú que
recibes a mucha gente ¿conoces a alguien que ya sea capaz de amar de esa
manera?
-
Hasta ayer no conocía a nadie, pero,
ahora, me atrevería a decir que Ángel, si no ha llegado a amar al cien por cien
de esa manera, debe de estar cerca, muy cerca.
-
Parece que me entró la vena filosófica-
En treinta y siete años nadie me había hablado, hasta ahora, de que va la vida
y para que estamos aquí. Y, debo de haber tenido suerte, porque habrá personas
que lleguen a viejos sin haberlo escuchado ni una sola vez. ¿Por qué?, ¿no te
parece injusto? Estas cosas hacen que me reafirme en la “injusticia” divina. No
todos los seres humanos tenemos las mismas oportunidades. ¿Qué pasará con
ellos?
-
Lo mismo que contigo –respondió
Indhira- tendrán que volver hasta que aprendan a amar. Si en esta vida no aprenden
sobre eso, porque nadie se lo enseña, es porque no es su momento. El tuyo
parece que sí. Tu trabajo será aprovecharlo. Y puedo asegurarte que Dios nada
tiene que ver en esto.
-
¿Estás segura de que Dios no interviene
en nada?
-
Sí. Todo lo que nos ocurre solo es de
nuestra responsabilidad –y prosiguió sentenciando, como si hablara ex cátedra-
somos nosotros, los seres humanos, los que antes de venir a la vida realizamos
nuestra programación y, una vez acá, en la materia, nos encontramos con otro
hándicap, el libre albedrío. Y le digo hándicap porque, en muchas ocasiones, no
decidimos nosotros, lo hace nuestra mente.
En ese
momento comenzó a sonar el celular de Indhira.
-
Disculpa, tengo que contestar. Es mi
próximo paciente –y salió de la sala para poder hablar con tranquilidad.
Faltaba
un cuarto para las cuatro. Volví a la computadora para comprobar que seguía
funcionando de manera correcta, y me preparé para irme en cuanto apareciera
Indhira. Pensaba en lo último que ella había comentado sobre los momentos para
aprender o no, y recordé cuando, en mi paseo, me sentí unido a todo lo creado y
llegué a la conclusión de que todo tiene un propósito.
En la página NOVELA "Ocurrió en Lima" puedes leer completos los capítulos I, II y III.
viernes, 19 de agosto de 2022
Indhira
Capítulo III, (parte 2), de la novela "Ocurrió en Lima"
Desconectamos
la llamada y el primer pensamiento que llegó a mi mente fue:
“Esto tiene que ser la respuesta al
pensamiento de trabajar por mi cuenta, porque no le encuentro otra explicación.
Que un señor, al que he visto en dos ocasiones, se haga un masaje con una
persona que tiene la computadora estropeada y se acuerde de mí, no puede ser
algo casual. Además, tal como dijo Ángel, el primer día que nos encontramos, la
casualidad no existe, todo tiene una razón”.
Siguiendo
la conversación con mi pensamiento, nos hizo gracia a ambos, (al pensamiento y
a mí), de que Ángel era como Google para estos temas esotéricos: “Ángel dice,
Ángel piensa, Ángel opina”. No tenía la necesidad de consultar en Google, con
recordar lo que había dicho Ángel, sobre el tema en cuestión, era suficiente.
A las
tres en punto estaba tocando el timbre de la casa de Indhira, después de pasar
el filtro de los guardias de seguridad del edificio y de haber confirmado ella
que esperaba mi visita.
Cuando
la puerta se abrió apareció ante mí una mujer joven, que debería rondar la
treintena, morena, con el cabello recogido en una cola, ojos oscuros que
hablaban sin palabras, solo por la luz que desprendían, iluminando un rostro
expresivo y sereno, con una nariz griega, ni grande ni pequeña y unos labios
gruesos y carnosos que sonreían al unísono con sus ojos. Podría decir que tenía
una cara simpática y agradable, que era bonita, sin llegarme a parecer de una belleza
extraordinaria.
El
tiempo pareció detenerse durante unos segundos y, en ese corto espacio de
tiempo, todo dejó de existir a mí alrededor. Fue como si me sumergiera en ella
y, por alguna extraña razón, me pareció conocerla desde siempre.
-
Hola Antay, soy Indhira, un placer
conocerte –dijo tendiendo su mano.
Y ahí
estaba yo, delante de ella, con cara de tonto integral, extendiendo mi mano
para tomar la suya, sin saber que decir porque me había parecido perder hasta
el habla.
-
Ella me miraba, sonriente y expectante,
esperando alguna reacción por mi parte, hasta que pude decir, no sin esfuerzo-
Hola.
Un millón de pensamientos se
pasearon por mi cerebro: “Pero ¿qué es lo que me pasa?, yo que no había hecho
caso a otras mujeres más hermosas que Indhira, que andaban detrás de mí, estaba
ahora en un estado emocional deplorable con la sola visión de su rostro. Yo, el
hombre que tenía por bandera que el amor era una tontería, me había quedado sin
palabras en presencia de una mujer. No me había pasado nunca. ¿Me estaré
haciendo mayor?”
Mientras caminaba tras ella
hacia la sala, donde se encontraba la computadora, tome una respiración
profunda, para recuperar mi centro, y al llegar donde se encontraba la
computadora ya me había recuperado en un porcentaje importante.
-
Por fin pude hilar una frase corta,
pero completa- ¿Cuál es el problema?
Me informó del problema y que
este había comenzado a manifestarse ayer, justo con la visita de Ángel, y que
seguía con el problema ya que la había vuelto a probar antes de que yo llegara
y seguía fallando.
Encendí la computadora y como
tenía una clave de acceso le indiqué que la introdujera. Lo hizo y la
computadora, ¡oh milagro!, funcionaba a la perfección sin manifestar la falla
de la que Indhira me había hablado.
-
Te prometo que ha estado fallando hasta
este preciso momento –trataba de justificarse Indhira.
-
No sufras. Estas cosas pasan.
Esperaremos un rato a ver si se calienta y la encendemos y apagamos unas
cuantas veces para asegurarnos de que no falla –le dije para tranquilizarla.
-
¿Te apetece un té mientras esperamos?
-me ofreció, un poco más tranquila.
-
Si, gracias.
Se fue a preparar el té
mientras yo me quedé solo con la máquina. La sala debía ser su cuarto de
trabajo. Tendría unos veinte metros cuadrados. Había en ella una mesa donde se
encontraba la computadora, una bandeja con hojas en blanco, un portalápices con
bolígrafos de casi todos los colores, dos agendas, una que se veía muy usada,
que pensé sería la de las visitas y otra, más nueva, que supuse sería donde
ella anotaba sus cosas. Descansaban, también, en la mesa, una lampara, la
imagen de un Buda pequeño, un reloj digital y una figurita de la Virgen María.
A la derecha de la mesa,
tocando a una ventana que daba a la zona interior del edificio, había una
estantería de metro y medio de ancho y que llegaba casi hasta el techo en el
que se encontraban una buena cantidad de libros. Todos con títulos raros, sobre
energía, sanación, religión, vidas pasadas y, algunos temas más, todos muy en
la línea de lo que habla Ángel. No se veía ningún best-seller del momento o
novelas, más o menos famosas. En la estantería central había una impresora. Un
sillón detrás de la mesa y dos sillas delante, que serían para las visitas y,
al otro lado de la sala una camilla, también, con una silla en un costado, a la
cabecera de la camilla.