El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




domingo, 24 de noviembre de 2024

El Principio de la Sabiduría Profunda

 


El Principio de la sabiduría profunda dice: “Aquello que no tiene origen es el origen de todo lo creado y se encuentra presente y es inseparable en todo lo originado”. Por si alguien no lo ha notado, estamos hablando de Dios.

Este principio es un concepto que se relaciona con la búsqueda de conocimiento y comprensión más allá de lo superficial. A menudo, se asocia con la idea de que la verdadera sabiduría proviene de la reflexión, la introspección y la conexión con aspectos más profundos de la existencia.

En lugar de simplemente aceptar las cosas tal como son, la sabiduría profunda nos invita a cuestionar, explorar y buscar una comprensión más completa del mundo y de nosotros mismos. Es un camino que requiere paciencia, humildad y una mente abierta. Como dijo Sócrates: "Solo sé que no sé nada".

El Principio de la sabiduría profunda sugiere que existe una verdad fundamental y universal que subyace a todas las religiones, filosofías y tradiciones espirituales. Según este principio, a pesar de las diferencias superficiales entre las diversas enseñanzas y prácticas espirituales, todas apuntan hacia una comprensión básica de la naturaleza, de la realidad y del ser humano. Este concepto destaca la unidad oculta de todas las tradiciones espirituales y sugiere que la sabiduría fundamental puede ser encontrada y comprendida por cualquier persona, independientemente de su trasfondo cultural o religioso.

De acuerdo con este principio, en nosotros, los seres humanos, está aquello que no tiene origen. Es decir, la divinidad se encuentra en nuestro interior.


Troglodita

 

 

-    Hoy has conseguido que haya vuelto a perder la paciencia.

-    Cada día parece que encuentras una nueva manera de sacarme de quicio, como si estuvieras buscando, activamente, todas las formas posibles de irritarme.

-    Te había dicho bien claro que teníamos que salir a las 5, pero no, hasta las 5:20 no hemos salido por no sé muy bien que razón, porque excusas nunca te faltan. Y ayer, también me sacaste de quicio porque sabes, desde siempre, que no me gusta la comida muy caliente y me la pusiste ardiendo. Y anteayer porque estaba leyendo y tuve que dejarlo para bajar a recoger un paquete que tú habías pedido. Y así cada día.

-      Mantener la calma contigo se ha vuelto un desafío constante. Parece que tus acciones están diseñadas específicamente para provocarme, y lo siento, pero así es como lo veo.

Pero…, ¿es, realmente, así?     

          ¿Qué pasaría si en lugar de imponer un horario para salir, preguntaras si la hora es conveniente para la otra persona, sobre todo considerando que la salida era para dar un paseo?

          ¿Qué pasaría si ante el plato de comida caliente, esperaras a que se enfriara o soplaras un poquito?

          Es más fácil culpar a otros por nuestras frustraciones y decepciones que asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones y reacciones.

Las miserias con las que convivimos hacen que están salgan a la luz ante todo aquello que en nuestro interior parece contrario a nuestros más íntimos deseos.

Y lo más triste es que no somos conscientes de donde nace la frustración, la decepción, el desencanto, que hace que lleguemos a explotar, sacando sapos de nuestra boca como sale la lava por el cráter en un volcán en erupción.

Todo eso es señal inequívoca de un carácter débil, de vivir la vida desde la dualidad, de tener un escaso conocimiento de uno mismo, de temer salir de la zona de confort o carecer de autocontrol, entre otras muchas sombras con las que podemos llegar a convivir.

La primera pregunta que habría que hacerse es: ¿Por qué reacciono siempre como un energúmeno ante ciertas situaciones? Y, la segunda: ¿Cómo podría mejorar mi respuesta la próxima vez que se presente un conflicto?

Fortalecer el carácter es un proceso continuo que requiere práctica y dedicación. Sin embargo, el primer paso para que eso ocurra es tener claro que se necesita un cambio para dejar de ser un troglodita y, a partir de ahí, buscar información. Seguro que encuentras miles de páginas que te van a dar consejos sobre cómo conseguirlo.


El perdón de Dios

 


Paseando por la ciudad, nos dimos de bruces con la catedral. Surgió de repente, majestuosa y solemne, en medio del bullicio urbano. Sus torres se alzaban desafiando al cielo, como si quisieran rozar las nubes con sus pináculos góticos. La fachada, una sinfonía de piedra tallada, estaba adornada con estatuas de santos y querubines que parecían cobrar vida bajo la luz del atardecer.

La catedral, construida en el siglo XII, es un testimonio del ingenio y la devoción de generaciones de artesanos y fieles. Sus muros de piedra caliza fueron erigidos con esfuerzo titánico, cada bloque colocado con una precisión casi divina. Los vitrales, intrincadamente coloreados, proyectaban un caleidoscopio de luz al interior, bañando las paredes y los bancos en un resplandor casi místico.

El campanario, con su robusta estructura, albergaba campanas cuyo tañido resonaba a kilómetros de distancia, marcando el paso del tiempo y llamando a los fieles a la oración. En el interior, el aroma a incienso y cera derretida llenaba el aire, mientras que el eco de los pasos reverberaba por las bóvedas y los arcos, creando una atmósfera de reverencia y recogimiento.

Cada rincón de la catedral contaba una historia de fe y perseverancia. Desde los capiteles de las columnas, esculpidos con escenas bíblicas, hasta el altar mayor, donde el oro y la plata relucían bajo la luz de los candelabros, todo hablaba de un pasado glorioso y una dedicación inquebrantable. Así, en medio de la ciudad moderna, la catedral se erguía como un faro de espiritualidad y arte, un lugar donde lo divino y lo terrenal se entrelazaban en perfecta armonía.

Era la hora de la misa y en el altar mayor, un sacerdote, bastante entrado en años, dirigía el oficio, de manera rutinaria. Eran tantas las misas que debía de haber oficiado que no necesitaba leer, todo lo sabía de memoria y lo recitaba como un papagayo repite sus palabras recién aprendidas.

En el púlpito, otro sacerdote daba instrucciones a los pocos fieles que seguían la misa, casi todos tan entrados en años como el oficiante. Fue este sacerdote desde el púlpito quien comenzó la homilía, mientras el oficiante se sentaba como un espectador más para escuchar a su compañero.

"Tienen que pedir perdón a Dios por sus pecados", fue el inicio de una plática que parecía tomar un rumbo demasiado siniestro. Mi hijo, de 10 años, que me acompañaba, me preguntó de inmediato:

—Papá, ¿Dios nos perdona siempre?

—Dios no necesita perdonar, hijo mío —le contesté a mi hijo, como si siguiéramos una conversación que solíamos tener con frecuencia—, porque ya te he dicho en muchas ocasiones que no se ofende nunca, y donde no hay ofensa no es necesario el perdón.

—Y entonces —siguió mi hijo, poniendo cara de extrañeza—, ¿por qué este señor habla de ofensa, de pecado, de infierno y de perdón?

¡Qué difícil me lo estaba poniendo! ¿Cómo le explicaba que todas las religiones eran una asociación de personas con las mismas creencias, que enseñan verdades parciales e interesadas, estando muy alejadas de la Verdad, que solo está en posesión de Dios?

—Pero tenía que intentarlo: Las religiones son, en esencia, intentos humanos de entender a Dios, de dar sentido a lo que está más allá de algo que no podemos entender, porque no lo vemos. A través de ritos, como esta misa, y de enseñanzas, buscan guiar a las personas hacia una vida más espiritual y moral, básicamente, enseñan a actuar con bondad. Sin embargo, estas enseñanzas, a menudo, reflejan interpretaciones humanas de lo divino, influenciadas por las culturas y contextos en los que se desarrollan.

>> El concepto de pecado y perdón es una de esas interpretaciones. Se basa en la idea de que los seres humanos, en su imperfección, a veces actúan de maneras que se consideran contrarias a la voluntad de Dios. La necesidad de pedir perdón surge de la idea de reconciliación, de volver a alinear nuestras acciones y pensamientos con lo que se percibe como divino y correcto.

>>No obstante, algunas personas, como nosotros, creen que Dios, en su infinita sabiduría y amor, no tiene necesidad de perdonar porque nunca se siente ofendido. Según esta creencia, el perdón es más una necesidad humana que divina. Es un proceso de sanación personal. Algo para sentirnos bien con nosotros mismos. Enseñar sobre el pecado y el perdón puede ser una manera de ayudar a las personas a reflexionar sobre sus acciones y motivarlas a mejorar, aunque a veces pueda parecer que nos hacen culpables y nos hace sentirnos mal.

>>No hay que seguir los pasos de una religión.

>> La verdadera espiritualidad, es una búsqueda personal y continua de entender y vivir según lo que uno percibe como divino. En este camino, es crucial cuestionar, aprender y crecer, reconociendo que la Verdad, en su forma más pura, es algo que tal vez nunca comprendamos completamente, pero hacia lo cual siempre nos esforzamos por acercarnos.

No creo que me haya entendido, aunque espero vivir lo suficiente para ir explicándole, cuando la ocasión lo permita, que Dios es Amor y que eso es la misión de nosotros, los seres humanos, en la vida: amar como Él nos ama.


Verdad absoluta, verdades relativas

 




Seguro que ya conoces esta historia, pero, como es corta, permíteme recordártela para centrar el tema de la verdad: Érase una vez seis sabios hombres que vivían en una pequeña aldea.

Los seis eran ciegos. Un día, alguien llevó un elefante a la aldea. Ante tamaña situación, los seis hombres buscaron la manera de saber cómo era un elefante, ya que no lo podían ver.

– Ya lo sé -dijo uno de ellos-. ¡Palpémoslo!

– Buena idea -dijeron los demás-. Así sabremos cómo es un elefante.

Dicho y hecho. El primero palpó una de las grandes orejas del elefante. La tocaba lentamente hacia delante y hacia atrás.

– El elefante es como un gran abanico -dijo el primer sabio.

El segundo, tanteando las patas del elefante, exclamó: “¡es como un árbol!”.

– Ambos estáis equivocados -dijo el tercer sabio y, tras examinar la cola del elefante exclamó-. ¡El elefante es como una soga!

Justamente entonces, el cuarto sabio que estaba palpando los colmillos bramó: ¡el elefante es como una lanza!

– ¡No!, ¡no! -gritó el quinto-. Es como un alto muro (el quinto sabio había estado palpando el costado del elefante).

El sexto sabio esperó hasta el final y, teniendo cogida con la mano la trompa del elefante dijo: “estáis todos equivocados, el elefante es como una serpiente”.

– No, no. Como una soga.

– Serpiente.

– Un muro.

– Estáis equivocados.

– Estoy en lo cierto.

– ¡Que no!

Los seis hombres se ensalzaron en una interminable discusión durante horas, sin ponerse de acuerdo sobre cómo era el elefante.

 

Para defender las diferentes creencias

se dictan leyes, se aprueban constituciones,

se abren infiernos y se cierran conciencias.

Cuando todo lo que hay que hacer es

abrir el corazón y colocarse en el lugar del otro.

 

Una creencia solo es un pensamiento al que consideramos como verdad.

          Desde bien pequeños comenzamos nuestra colección de creencias, y las vamos archivando en nuestro interior para tenerlas disponibles durante el resto de nuestra vida.

         Estamos coleccionando algo que nosotros consideramos que es verdad, pero que su verosimilitud no ha sido certificada por ningún organismo competente, y en base a esa consideración podemos llegar incluso a matar por la defensa de ese pensamiento.

         Las creencias, del tipo que sean, solo son un pensamiento. Ninguna es verdad, porque la auténtica verdad solo es una y, ninguno de los que nos movemos por la vida física estamos en posesión de esa Verdad. Puede ser que alguno posea entre su colección de creencias una minúscula parte de la Verdad, pero al mezclarse con el resto de sus creencias puede distorsionarse hasta esa minúscula parte.

        Desgraciadamente, para defender las diferentes creencias se dictan leyes, se aprueban constituciones, se abren infiernos y se cierran conciencias, cuando todo lo que habría que hacer sería abrir el corazón y colocarse en el lugar del otro.

        Los que hoy promueven una guerra, es posible que en su próxima vida tengan que defender una paz. Los que hoy maltratan movidos por los celos, es posible que en su próxima vida sean maltratados. Los que hoy venden desunión, es posible que en su próxima vida tengan que pagar un alto precio para volver a unir. Es necesario recordar que existe una ley denominada “La Ley de la Causa y el Efecto”, que no entiende de creencias, que está regida solo y exclusivamente por la Verdad, y que la frase “Con la vara que mides te medirán”, la define perfectamente.

         Solo hay un Dios: Único para todos. Solo hay una Verdad: Todos somos hermanos. Solo hay un país: La Tierra. Solo hay una religión: El Amor. Con esta pequeñísima porción de Verdad se acabarían las guerras, el sufrimiento, la desigualdad y el dolor. Con esta pequeñísima porción de Verdad no ocuparíamos espacio en nuestra mente para archivar creencias inútiles y maquinar movidos por ellas, y así podríamos usar el espacio vacío para desarrollar esta parte de Verdad a ver si así conseguíamos ampliarla entre todos.

Si la Verdad solo es una y está en poder de la Divinidad, los miles o millones de verdades que nos venden es claro que no llegan a ser ni una minúscula parte de la verdad.

Y si esto pasa con la Verdad Absoluta, ¿qué no pasará con las relativas verdades de los hombres? Cada ser humano está en posesión de “su verdad” y, para él, esa verdad es única, es real, es auténtica, y podría llegar a matar para defenderla.

Ante esto, es obvio que no todos vemos la misma realidad, y si a esa realidad la recubrimos con las verdades personales, pasándola por el filtro de nuestros valores, nuestras creencias, nuestros intereses y nuestros recuerdos, lo que nos queda es una visión bastante sesgada de la realidad de los otros. Quedarse anclado en la propia perspectiva contribuye a limitar, todavía más, “la verdad del otro”, ya que ni se ve, ni se entiende esa verdad, puesto que lo que se ve es la interpretación de la verdad.

Esto da lugar a malentendidos, discusiones, enfados, desencuentros, errores de interpretación, equivocaciones, disgustos e indignación.

Las cosas no siempre son lo que parecen. En la vida hay situaciones que simplemente suceden, sin que nosotros tengamos absolutamente ningún control sobre ellas, y la única opción que existe cuando esto ocurre es aceptarlas.

Muchas de las situaciones a las que nos enfrentamos, por lo general, no las podemos elegir, pero lo que si podemos escoger en todo momento es cómo respondemos ante ellas, y esta respuesta va a estar condicionada, en gran medida, por la perspectiva desde la que observamos las mismas. Ya que no podemos cambiar la situación, lo que nos queda es modificar la perspectiva hacia la misma por otras que nos permitan enfrentarla de manera más efectiva y menos traumática.

Cuando ampliamos nuestras perspectivas, automáticamente ampliamos nuestra capacidad de acción, ya que esto nos permite elegir alternativas que antes, a pesar de estar disponibles, no éramos capaces de observar.

Para una misma situación pueden existir multitud de perspectivas, las cuales, por si mismas, no son correctas o incorrectas, de hecho, no es adecuado clasificarlas de este modo, la distinción verdaderamente importante que hay que realizar es si el punto de vista actual que tenemos sobre una situación trabaja a nuestro favor o en nuestra contra. Cualquier perspectiva que ayude a crecer, a desarrollarse, a superar retos y alcanzar metas será una buena perspectiva y cualquiera que incapacite o limite será una mala perspectiva que debe de ser cambiada.

Por lo tanto, podemos cambiar el color del cristal, aunque si lo hacemos corremos el riesgo de escorarnos hacia otro lado. Mejor sería ponernos unas gafas multicolores, unas gafas con los suficientes colores que nos permitan:

Ponerse en el lado del otro.

No dar importancia a las cosas que carecen de ella.

Aceptar todas las situaciones.

Tolerar todo lo que se presente.

Sentir como propio el hacer ajeno

No opinar, no juzgar, no criticar.

Aceptar razones que no conocemos.

Sentir que todo es relativo.

Mirar con los ojos del alma.

Saber que todo está bien.


martes, 22 de octubre de 2024

Atalaya

 


La vida que contemplo ahora, cargado de tiempo, desde mi particular atalaya, es una obra, “casi”, completa en la que alcanzo a tener una vista panorámica de caminos recorridos y de paisajes vividos.

Digo “casi” completa porque hasta el último suspiro no se habrá completado la magna obra de mi vida. Hasta entonces, esto que parece ser un tiempo de reflexión y sabiduría, donde cada arruga podría contar una historia y cada cana es un testimonio de fortaleza, solo es un punto y seguido en el intrincado camino que estoy recorriendo desde hace muchos, muchos años.

          Me cuesta trabajo recordar el vasto horizonte lleno de promesas y posibilidades de aquel joven de 20 años, en el que cada amanecer era como una hoja en blanco en la que con un lápiz en la mano estaba listo para ir diseñando mi destino. Todo era lejano, casi inalcanzable, pero lleno de sueños que rebosaban dormido y, sobre todo, despierto.

          Aunque, también, tengo el recuerdo borroso, la perspectiva que tenía ante mi en el hombre de 40 años, era la de una vida que se asemejaba más a un jardín en plena floración, donde algunas plantas habían crecido con fuerza, otras habían necesitado poda, y algunas semillas aún esperaban germinar. Las experiencias habían ido dejando marca, y la visión parecía más pragmática y enfocada. Con un equilibrio entre las ambiciones y las realidades, y habiendo aprendido valiosas lecciones de los errores del pasado, aunque, ahora, dudo que esas lecciones hayan sido puestas en práctica.

          Y aquí estoy, como decía al principio, cargado de tiempo, apreciando, como un gran tesoro, cada minuto de silencio y soledad. No me atrevo a sentenciar que lo entiendo todo de la vida, por eso digo que “entendiendo casi todo”: las pequeñas locuras de los jóvenes para ser foco de atención del sexo contrario, las miserias del poder en el que las personas en posiciones de autoridad actúan de manera egoísta y sin empatía, las obsesiones de algunos, las irritabilidades de otros, puedo ignorarlo, sin juzgarlo, porque, me parece, no estoy muy seguro, que alguna vez pasé por esas mismas estaciones.

          A estas alturas puedo asegurar que me queda poco tiempo, pero, aun así, por poco que sea, me sigue pareciendo mucho. Pero, todo está bien.

         


domingo, 22 de septiembre de 2024

Vivo o sobrevivo

 


Conversaciones con el Maestro

 

No sé muy bien si estoy viviendo, o solo me estoy moviendo por la vida

 

-    Kunturi, hoy te siento, especialmente, triste.

-    Tienes razón Maestro.

>> Estoy muy triste. ¡Que terrible es el pensamiento! Le he dejado volar, a su antojo, y ha impregnado en mi conciencia la sensación de que no tengo vida, de que no sé muy bien si estoy viviendo o simplemente me estoy moviendo a lo largo de los días, como una hoja arrastrada por el viento.

>> Hoy he sentido que mi existencia, es como un río que fluye sin cesar, y me siento como un corcho flotando, sin control, en mitad de la corriente, dejándome llevar, sin luchar contra las turbulencias.

>> Me siento embargado por una implacable compañera: la rutina. Que me envuelve con su monótono abrazo. Cada día es igual y, para colmo, esta rutina no es la que yo había imaginado para esta etapa de mi vida. ¿Es esto vivir? ¿O es, simplemente existir, como el engranaje en una máquina que sigue girando sin cuestionar su propósito? ¿Estoy siguiendo un guión preestablecido?

>> Nunca he sabido cual es la razón de mi vida, aunque como un iluso, en muchas etapas de mi vida he creído, (al final todo es, solo, una creencia), que era como una especie de guía espiritual para enseñar el camino que lleva a Dios. Pero no. Al final ha resultado que solo soy un pobre soñador al que la vida está despertando a base de cachetadas.

-    Hijo mío, no eres iluso ni soñador. Más pareces un buscador. Siempre haciendo preguntas, siempre buscando respuestas. Pero a menudo, la claridad se escapa entre tus dedos, como el agua que se desliza por las rendijas de una roca.

>> Deja de preguntarte si esto que vives es la vida y vive. En la intensidad de los momentos está revelada la verdad. Cuando te sumerges en una risa compartida, cuando sientes el calor de un abrazo sincero, cuando contemplas un atardecer que tiñe el cielo de colores imposibles, ahí está la vida. No en las tareas mecánicas, sino en los destellos de emoción y conexión.

>> Es tu decisión saborear cada bocado de vida, abrazar con pasión, aprender con avidez, amar con valentía. Es en esas elecciones donde vas a encontrar las respuestas a tus preguntas. Es en los pequeños detalles: una sonrisa, una melodía, una mirada cómplice, donde está la vida. Y en esos momentos, cuando el corazón late con fuerza y la mente se aquieta, es cuando sabes que estás vivo.

>> Deja de preguntarte para que has nacido y vive. Deja de preguntarte cuando es tu misión en la vida y vive. Deja de pedir milagros y hazlos tú.

 


lunes, 26 de agosto de 2024

La mano de Dios

 


Con que facilidad sentimos la mano de Dios cuando las circunstancias que se van concatenando en nuestra vida, están alineadas con nuestros deseos. Sin embargo, no están sencillo sentirla cuando los acontecimientos que van llegando a nuestra vida son contrarios a nuestras expectativas, pudiendo parecer que estamos siendo castigados por la vida y abandonados de la mano de Dios.

¿Quiere eso decir que Dios aparece y desaparece como el Guadiana? El Guadiana es un río bastante único debido a su característica de “río perdido”, donde parte de su curso fluye subterráneamente y luego reaparece en la superficie. O, ¿quiere decir que Dios nos va premiando, ignorando o castigando?

Esta percepción de la presencia divina puede ser influenciada por nuestras propias expectativas y emociones. Cuando todo va bien, es fácil atribuirlo a una intervención divina favorable. Pero cuando enfrentamos dificultades, podemos sentirnos abandonados o castigados. Sin embargo, la presencia de Dios es constante, independientemente de nuestras circunstancias. La metáfora del Guadiana puede ilustrar cómo, a veces, la presencia divina puede no ser evidente en ciertos momentos de nuestra vida, pero eso no significa que no esté ahí. En lugar de ver los desafíos como castigos, podríamos interpretarlos como oportunidades para crecer y fortalecer nuestra fe.

Tengamos en cuenta que Dios Es y siempre Está.

martes, 30 de julio de 2024

Adiós Perú, hola Catalunya

 


El 28 de julio, el día de la patria peruana, sentía en mi corazón, más que escuchar por los oídos, con los ojos húmedos por la emoción, con la ilusión en mi mente y el alma partida en mil pedazos, el himno del Perú.

"Somos libres, seámoslo siempre".

Con las maletas en la puerta y los pasaportes en la mano, volvíamos a casa.

Han sido casi 14 años de lucha, de ilusión, de felicidad, de nostalgias, de emociones encontradas. Han sido 14 años de vida.

Gracias Perú. Gracias a las peruanas y peruanos que hemos encontrado en el camino. Gracias.

Se abre una nueva etapa, no exenta de incertidumbre, pero.... ¡hágase la voluntad de Dios!

sábado, 22 de junio de 2024

Eres tú

 


Cuidado con lo que piensas, cuidado con lo que sientes, cuidado con lo que dices, cuidado con lo que haces.

Imagina que la persona que está delante de ti, eres tú misma.

Piensa, siente, habla y haz lo que te gustaría que pensaran, que dijeran y que sintieran de ti, y que hicieran para ti.


El baile de la vida

 


En un rincón olvidado del universo, donde las estrellas susurran secretos y los árboles danzan al ritmo del viento, existe un lugar llamado "El Jardín de las Decisiones". En este jardín, las almas se reúnen para aprender, crecer y descubrir el verdadero significado del éxito.

Allí, un joven llamado Aiden caminaba entre los senderos de flores vibrantes. Su corazón estaba lleno de preguntas y anhelos. ¿Qué es el éxito? ¿Cómo se alcanza? ¿Por qué algunos parecen tenerlo mientras otros luchan en vano?

Un día, Aiden se encontró con un anciano sabio sentado junto a un estanque de aguas cristalinas. El anciano sonrió y le dijo: "El éxito no se persigue, querido Aiden. Es como el baile de las hojas en otoño: cuando dejas de resistirte, cuando te entregas al flujo de la vida, es entonces cuando experimentas la verdadera danza".

Aiden frunció el ceño. "Pero ¿Cómo puedo dejar de perseguir el éxito? Todos me dicen que debo esforzarme, trabajar duro, alcanzar metas".

El anciano se río suavemente. "La vida no es una carrera, Aiden. Es un vals. Imagina que eres una hoja flotando en el aire. Si te aferras a la rama con todas tus fuerzas, te perderás la belleza del descenso. Pero si confías en el viento, si te dejas llevar, descubrirás que el éxito está en la gracia de la caída".

Aiden reflexionó sobre las palabras del anciano. Comenzó a observar su propia vida. ¿Cuántas veces había luchado, resistiéndose a los giros y vueltas? ¿Cuántas veces había manipulado su destino en busca de logros externos?

Decidió soltar. Dejó de forzar las cosas. Se permitió fluir con la corriente. Y entonces, algo mágico sucedió. Las oportunidades llegaron sin esfuerzo. Las puertas se abrieron. El éxito, en lugar de ser una meta distante, se convirtió en una melodía que resonaba en su interior.

Aiden aprendió que el verdadero éxito no se mide en títulos, riquezas o reconocimientos. Se encuentra en la paz interior, en la conexión con otros seres, en la capacidad de amar y ser amado. El éxito es vivir auténticamente, sin miedo a los fracasos ni a las expectativas ajenas.

Así, en el Jardín de las Decisiones, Aiden continuó su danza. Bailó con las estrellas, abrazó los momentos de quietud y se dejó llevar por la música de su alma. Y en cada giro, encontró el éxito que había estado buscando: la plenitud de vivir en armonía con la vida misma.


Pensamientos

 


Todo nuestro mundo, toda nuestra vida y todo lo que experimentamos están hechos de pensamientos. Tenemos pensamientos buenos, pensamientos malos y pensamientos neutros.

Nuestra mente está en un diálogo permanente, a veces, cuestionándolo todo, juzgándolo todo, culpabilizándonos a nosotros mismos y a nuestro entorno, atemorizándonos; otras veces, alabándonos, viendo la bondad en los demás y expresando compasión y ternura. Por lo tanto, nuestra mente, y por extensión nuestra vida, está llena de claroscuros; nada es puramente luminoso ni completamente oscuro.

Si aceptamos que somos lo que pensamos y que nuestra vida está moldeada por nuestros pensamientos, entonces tenemos una herramienta poderosísima para ser felices, estar alegres, demostrar ternura y ser compasivos. Solo necesitamos permitir los pensamientos positivos.

Además, si reconocemos que somos los únicos responsables de nuestros pensamientos y que nadie más nos obliga a pensar de cierta manera, no deberíamos culpar al vecino por nuestro dolor o desdicha. Solo nosotros somos responsables de nuestro sufrimiento.

 


viernes, 21 de junio de 2024

Un propósito mayor

 


Puede parecer que estamos solos con nuestras circunstancias, o que nuestro destino depende de una decisión a la que no tenemos alcance, o que las cosas que hacemos cada vez salen de mal en peor.

A pesar de nuestros ruegos, las situaciones no cambian. No parece haber una salida.

Pero no es así. Cada acontecimiento, por nimio que nos parezca esta perfectamente organizado y planificado, por nosotros, antes de llegar a la vida.

A veces, enfrentamos situaciones desafiantes o dolorosas, pero solo son  parte de nuestro viaje hacia el amor incondicional. El aprendizaje y el crecimiento personal a menudo ocurren en medio de las dificultades. Es como si estuviéramos escalando una montaña en un videojuego y cada paso tiene un propósito: completar el nivel.

Es justamente esa desastrosa situación la que habíamos previsto para conseguir avanzar en nuestro peregrinaje hacia el amor incondicional. Algo que no es material y que, una vez conseguido, hará que cambie, por completo, la situación.

En cuanto al tiempo que va a durar la adversidad que nos envuelve, no es solo una cuestión de cronología. El aprendizaje y la evolución espiritual no están atados a un reloj. A veces, el camino puede sentirse solitario y desértico, pero no estamos solos, porque Dios está con nosotros en todos los jugares y durante todo el tiempo.

La fe y la esperanza de que eso es lo que necesitamos en este momento, nos sostienen incluso cuando todo parece oscuro.

    Recuerda, por tanto, que nuestras circunstancias, decisiones y destino están entrelazados. Aunque no siempre entendamos, completamente, el propósito detrás de cada situación, podemos confiar en que hay un propósito mayor en juego. Así que sigamos avanzando, aprendiendo y buscando ese amor incondicional que transformará nuestra realidad.


BHUMISPARSHA MUDRA

 


BHUMISPARSHA MUDRA

Su significado literal es tocar el suelo.

Se cree que este es uno de los Mudras que ayudó a Buda a alcanzar su iluminación.

Cómo se hace:

Comienza sentándote en cualquier postura meditativa.

Mantén el cuello y la columna cómodamente erguidos.

Descansa ambas palmas cómodamente sobre las rodillas.

Cierra los ojos suavemente.

Observa este espacio oscuro detrás de tus ojos.

Respira más profundamente y por más tiempo. Cada vez que respiras, tu respiración se hace aún más profunda.

Descansa la mano izquierda en el regazo, con la palma mirando hacia arriba, hacia el cielo.

Ahora, mantén la mano derecha sobre la rodilla derecha de tal manera que la palma derecha esté apoyada sobre su rodilla (mirando hacia abajo) y todos los dedos estén tocando la madre tierra.

Sirve para:

Mejora la concentración.

Enseña el rasgo muy necesario de la perseverancia. Si estás apuntando a algo grande en tu vida, la perseverancia es imprescindible.

Mejora la capacidad de mantener la calma y la paz durante más tiempo.

Te hace más conectado a tierra y con los pies en la tierra.

Experimentas claridad en tus pensamientos.

Te sentirás menos estresado y menos ansioso. Mejorará tu salud mental.

Te sientes más conectado con la naturaleza.

Ayuda a establecer una mejor conexión entre los dos hemisferios del cerebro.

Mejora la capacidad del cerebro para hacerlo más productivo.

Es un gran valor para aquellos con demasiado trabajo mental.

Practicar esto puede aumentar la capacidad de retención de memoria.

Duración:

Es recomendado practicarlo entre 40 y 60 minutos diarios.

 


sábado, 15 de junio de 2024

4:55

 


Durante un instante, Rubén, desconcertado, no entendía la razón por la que la conversación que mantenía con su madre terminó de manera abrupta. No es que la charla fuera de una profundidad digna de un premio Nobel. Solo hablaban del tiempo, pero era agradable, sobre todo, teniendo en cuenta que no hablaban desde hacia más de 4 años:

“Todos sabíamos que el invierno había llegado cuando el tío Manolo trabajaba en el taller que tenía debajo de su casa”, le decía Rubén a su madre. Y cuando nombró a su tío, fue como si volviera 50 o 60 años atrás. Su tío Manolo era carpintero y tenía una pierna ortopédica. Era muy divertido verle, en su bicicleta, pedalear con una sola pierna. Utilizaba la bicicleta para todo, para el trabajo y para el asueto, para ir a trabajar y para ir a merendar los domingos por la tarde, a la orilla del río, actividad que realizaba junto a su cuñado, el papá de Rubén, que en su bicicleta cargaba en el asiento trasero a Rubén, su hijo mayor, y delante a Amaru, el pequeño de la casa. El paseo en bicicleta hasta el río era en domingos alternos, porque era una actividad que se alternaba con las tardes de futbol.

La tarde en el río era muy agradable. Siempre iban al mismo lugar. A escasa media hora desde su casa. A un claro entre los árboles a la orilla del rio. Era una zona despejada de árboles, donde la luz del sol iluminaba el verde de la hierba y las flores silvestres. El río, fluyendo creaba un sonido relajante y refrescante. En el aire flotaban los aromas de la vegetación y los pajaritos pasaban trinando sobre sus cabezas. Era un lugar ideal para descansar o simplemente para estar. Rubén no sabía, entonces, lo que era la meditación, pero hoy, sin duda, pensaría que era un lugar ideal para meditar. Sin necesidad de mantras, sin necesidad de técnicas, solo impregnándose de la pureza del aire, del sonido de la naturaleza y de la presencia de Dios en cada brizna de hierba.

Nada más llegar los mayores se sentaban en el césped a hablar de sus cosas, no sin antes dar instrucciones a los chicos de que no se alejaran demasiado, mientras los hermanos correteaban y arrojaban piedras al río. A veces, se descalzaban y entraban al agua. Era muy agradable sentir el frescor del agua en los pies, aunque eso suponía que terminaran mojados y, cuando eso pasaba, que era con mucha frecuencia, se encontraban con los gritos que les dedicaba su madre al llegar a casa. Pero no les importaba mucho, ya estaban acostumbrados.

Los días de futbol se iban al estadio caminando. No podía ser de otra manera, porque a la salida del partido comenzaba un peregrinaje por todos los bares que iban encontrando en el camino. El camino del estadio a casa era largo, tan largo que llegaban a casa de noche. Los mayores muy alegres y los niños muy aburridos, esperando con ansiedad el próximo domingo para ir al río.

          En esos pensamientos estaba Rubén cuando observó unos números rojos, en lo alto del techo, separados por dos puntitos que parpadeaban con una frecuencia constante. Rubén se quedó perplejo mirando los números 4:55, cuando comprendió todo. Estaba en su cama. Había estado soñando con su madre y los números eran el reflejo de la hora del reloj que descansaba en la mesita de noche.

          “Son curiosos los sueños”, pensó Rubén, “soñar con mi tío, que murió hace más de 40 años, y con mi madre, que se la llevó la pandemia, en abril del 2020”.

          Rubén se incorporó lentamente, sintiendo el peso de la nostalgia y la tristeza. El reloj seguía marcando las 4:55, como si quisiera mantenerlo atrapado en ese momento onírico. La habitación estaba sumida en la penumbra, solo iluminada por la luz de la luna que se filtraba por las cortinas.

          Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Afuera, la ciudad dormía, ajena a sus pensamientos y recuerdos. Recordó a su madre, su risa cálida y su ternura. La pandemia se la había llevado de un día para otro, sin despedidas ni abrazos finales. Rubén se preguntó si ella también había soñado con él en algún momento, desde el lugar en que se encontraba ahora. O ¿le veía siempre sin necesidad de soñar?.

Decidió bajar al salón y prepararse una taza de té. Mientras el agua hervía, miró el reloj de pared que colgaba en la cocina. Las manecillas marcaban las 4:55. ¿Era una coincidencia o algo más? ¿Había algún mensaje oculto en esos números persistentes?

Se sentó en la mesa de la cocina, sosteniendo la taza caliente entre sus manos. Cerró los ojos e intentó recordar más detalles del sueño. Su madre estaba allí, sonriendo, pero su tío también aparecía, con su característico sombrero y su risa estruendosa. ¿Qué significaba todo eso?

Rubén decidió escribirlo. Abrió su cuaderno y comenzó a plasmar las imágenes y emociones que aún flotaban en su mente. Las palabras fluían, y pronto se dio cuenta de que no solo estaba recordando el sueño, sino también honrando a quienes ya no estaban.

El reloj seguía marcando las 4:55 cuando Rubén terminó su relato. Se sintió más ligero, como si hubiera compartido una carga con el papel y la tinta. Quizás los números rojos en el techo no eran solo una coincidencia. Tal vez eran un recordatorio de que los sueños y los recuerdos podían converger en un instante, como las manecillas de un reloj.

Y así, Rubén decidió que seguiría escribiendo. No solo para él, sino también para su madre y todos los que se habían ido al otro lado. Porque en esas historias, en esas palabras, encontraría un consuelo y una conexión que trascendía el tiempo y la distancia.


viernes, 14 de junio de 2024

Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda

 


En el pequeño pueblo de La Florida, había un hombre al que todos llamaban "El Tonto Lalo". Durante el día, Lalo caminaba por las calles con su sombrero desgastado y una sonrisa torcida, saludando a todos con un amable "¡Buenos días!" que a menudo era recibido con risas y burlas. Los niños lo seguían, imitando su andar desgarbado, mientras que los adultos sacudían la cabeza, preguntándose en voz alta cómo alguien podía ser tan simple.

Sin embargo, lo que los habitantes de La Florida no sabían era que, bajo la luz de la luna, Lalo se transformaba en un héroe anónimo. Con la oscuridad como su cómplice, dejaba canastas de comida en las puertas de las familias necesitadas, reparaba los tejados dañados mientras los dueños dormían y tejía mantas calientes para los ancianos que tiritaban en sus camas.

Nadie sabía quién era el misterioso benefactor, pero las especulaciones llenaban el aire cada mañana cuando los aldeanos encontraban las sorpresas que les esperaban. "Debe ser un ángel", decían algunos. "O quizás un rico señor de la ciudad vecina", sugerían otros. Pero nunca se les ocurrió que el tonto Lalo, el hazmerreír del pueblo, podría tener la astucia y la bondad para realizar tales actos.

La historia de Lalo es un recordatorio de que a menudo subestimamos a las personas basándonos en apariencias y primeras impresiones. En La Florida, Lalo era mucho más que el tonto del pueblo, era su guardián silencioso, su héroe oculto, cuya única recompensa era el conocimiento de que había hecho del mundo un lugar un poco mejor, una buena acción a la vez.

Y a Lalo no le importaba que nadie supiera que el ángel del que hablaban era él. Él ya se sentía feliz con el trabajo realizado, no necesitaba reconocimiento.