No es fácil la comprensión mutua cuando cerramos al otro las puertas de nuestro corazón y no le concedemos, ni por un instante, la posibilidad de ver, de vivir, de tocar lo que está sintiendo. Llega el desencuentro cuando vemos al otro y le miramos extrañamente, como si el conocimiento que creemos tener de esa persona hasta un determinado momento, sea lo único que cuenta. Es como si su libertad dependiera de nosotros, de si aceptamos o no sus decisiones, su camino. Cuando todo eso ocurre podemos hacer daño, mucho daño al otro. Pero más aún es el daño infinito que nos hacemos a nosotros mismos cerrando completamente nuestro corazón instalados en la mente que juzga, prejuzga, critica y sentencia la vida del otro. En definitiva, boicoteamos nuestra propia vida alimentando un rencor, que más pronto o más tarde, afectará a nuestro ser emocional, físico y mental.
Si no paramos está rueda llegará el día en que, incomprensiblemente para nosotros, nos empieza a fallar todo, el trabajo, la salud, las relaciones y apenas nos soportamos a nosotros mismos. Y entonces, nos lamentamos preguntándonos, una y otra vez, porque nos pasa esto o aquello “si no hemos hecho nada”. Quizá es ese no hacer nada lo que ha nos llevado a ese estado.
Todo esto define hasta dónde puede llegar la incomprensión humana.
Lamentablemente vemos, demasiado a menudo, en los medios de comunicación, como el desprecio sin motivo, el prejuicio, la ignorancia puede incluso llegar a materializarse con la muerte física del otro, sin razón, sin motivo, porque sí, sencillamente porque no está de acuerdo conmigo. Y aunque pueda parecernos que nosotros jamás haríamos nada parecido, hay que tener claro que cada acción contra el otro siempre empieza por una incomprensión. La transformación del amor en odio, que está alimentado por la propia infelicidad e insatisfacción, y que nos lleva a la rabia y a la ira incontrolada, sólo depende de uno mismo.
La parte positiva y el mayor aprendizaje que podemos hacer es que somos libres de elegir, a cada momento, amar, rectificar y ser honestos empezando por uno mismo. Si elegimos vivir sin respeto, en la ignorancia más absoluta, nuestras acciones, palabras y hechos alimentaran cada día más, nuestra propia muerte. No la física, que es una liberación, sino la muerte de levantarse cada día con un fardo de rabia, dolor y sufrimiento vano. Podemos llegar a hacer mucho daño, intencionadamente o no, en nombre de “nuestra razón” pero nada comparado con la destrucción que nos infringimos a nosotros mismos con esas acciones.
Si estás viviendo alguna situación que te provoca sufrimiento, ya sea de rechazo o de desprecio, en definitiva, estás recibiendo desamor absoluto porque alguien decidió que eso era lo que te merecías, no te olvides de dar gracias desde tu corazón. No tiene mérito querer a quien te quiere, sino amar de corazón a aquellos que no te respetan, te ignoran, e incluso te calumnian. Dar gracias porque también son nuestros maestros y nos enseñan a Amar.
Amar es no tener que perdonarle porque no te sientes ofendido, amas a su ser de Luz, a su alma y no a su cuerpo o a su actitud, que es pasajera aunque dure toda una vida. Y, aún más importante, si en ti no cabe ni la ira ni la rabia, no alimentarás el rencor ni la amargura, serás feliz a pesar de.
¿Comprenderemos algún día que amar, ofrecerse a Dios, a través de los demás no está reservado a unos cuántos? ¿Comprenderemos que cumplir con un ritual religioso, como puede ser una boda, una comunión, un bautizo, una misa, por ejemplo, no significa absolutamente nada sino vivimos día a día el Amor que Dios nos ofrece?
¿Tan locos estamos todos aquellos que sí creemos que la vida es un parpadeo, que estamos de paso y que hemos venido para algo más que para seguir cuatro reglas que no nos satisfacen?
Trabajar para el amor es sencillo. Tan solo es ser consciente cada día de que no estamos solos, y dar gracias repetidamente por ello. Y si las espinas del camino nos hacen derramar algunas lágrimas recordar que, verdaderamente sólo el Amor de Dios es eterno y sólo en Sus manos caminamos hacia la plenitud.
Entrada publicada por Elisenda Julve.