El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 15 de abril de 2011

Sin prisa, pero sin pausa

            Siempre he creído que allí donde llega una persona puede llegar cualquier otra, y  que lo que una persona consiga puede conseguirlo cualquiera. Sin embargo, la realidad nos demuestra que no siempre es así, ya que cada persona tiene su propia velocidad, cada persona dejó su vida anterior en un punto del camino diferente a todas las demás, cada persona tiene una maduración distinta de su carácter; cada persona ha elegido que quiere aprender, como lo quiere aprender, y cuando lo quiere aprender; y ante esto, solo cabe dar las instrucciones necesarias para conseguir cosas, sabiendo de antemano que unas personas van a seguirlas y otras no, y que entre las personas que las sigan algunos conseguirán resultados importantes con pocos días de práctica, y otros no, y de estos últimos también habrá un porcentaje muy importante que al no conseguir resultados inmediatos renunciarán a la práctica.
            Este es uno de los males que aquejan a nuestra sociedad, las prisas. Queremos conseguir todo en poco tiempo, pero sin embargo, no nos importa pasarnos las horas muertas delante de la tele, viendo nada y aprendiendo menos.
            Siempre hay un momento en nuestra vida en el que suena el despertador del alma, ese es el momento elegido por nosotros y por los seres con los que planificamos nuestra vida, para retomar el camino de retorno a casa. Ese despertador no es una alarma normal, es un encuentro, una situación, un libro, una circunstancia de la vida, o cualquier otra causa, en la que se van a dar las condiciones adecuadas para hacerse preguntas; para sentir una especie de vacío, que algo, no sabemos qué, nos anima a llenar.
Nosotros no somos, en ese momento, conscientes, de que sólo estamos retomando nuestra evolución en el mismo punto donde la habíamos dejado en nuestra encarnación anterior, y que esa alarma sólo es el momento de la partida. ¿Cómo ha de hacerse? Existen tantas maneras como seres. No existe una fórmula mágica. Pero si se puede tener una cierta certeza de si la fórmula elegida es la correcta o no: ¡Sólo hay que sentir!
Cuando se ha elegido la manera correcta de retomar el camino, la sensación es de serenidad y alegría interior. No existen nervios, ni ansiedad, ni dudas, ni miedos. A partir de aquí, se ha de añadir una buena dosis de paciencia y seguir el rumbo, sin prisas. ¿Para qué correr?, ¿Para llegar adónde? No hay meta, no hay final, sólo hay camino, por lo tanto no hay prisa, se trata de recorrer el camino, en paz y con alegría. Si hemos invertido muchas vidas y una buena parte de la presente para llegar al punto donde nos encontramos, ¿dónde quedan las prisas? Como dice el refrán: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Cada cosa lleva su tiempo. No podemos parar la mente en un instante, cuando lleva toda una vida torturándonos con sus pensamientos circulares; no podemos aparcar la crítica en un segundo, cuando es el deporte nacional; no podemos amar sin condiciones de la noche a la mañana, cuando nos hemos pasado la vida exigiendo amor a cambio del nuestro; no podemos recorrer a pie mil kilómetros en una hora, por mucho que corramos. Cualquier camino, por largo que sea, necesita, para recorrerlo, de un movimiento constante.
Sin embargo, aunque digamos que no hay fórmulas concretas y no hay metas, sí que hay una fórmula muy eficaz que nos va a permitir adentrarnos en atajos, aún menos angostos y más cómodos que el propio camino. La fórmula es la atención y el atajo el amor.
Para transitar por el camino que nos acerca a Dios, no es necesario sentarse como un yogui en meditación profunda, no es necesario convertirse en un asceta y vivir una vida de soledad en la montaña, no es necesario practicar el sacerdocio en ninguna religión, no es necesario dedicar la vida exclusivamente al servicio de los demás. Estas pueden ser fórmulas para ciertas personas, pero no para la inmensa mayoría de nosotros. Lo que la inmensa mayoría necesitamos sólo es vivir una vida normal, siendo conscientes de ella, es decir, vivirla con atención cada segundo. Esto significa que no hemos de darle vueltas a nada de lo que haya sucedido en el segundo anterior, ni esperar ni desear nada en el segundo siguiente. De esta manera, no va a anidar en nosotros el sufrimiento, ni el dolor, ni la crítica, ni el orgullo,  ni la rabia, ni el miedo. Todo esto, siendo conscientes de nuestros tropiezos y nuestras caídas, para volver a levantarnos en cuanto seamos conscientes de que hemos caído. Poco a poco, sin prisas.
De esta manera, al no estar pendientes nada más que de la propia vida, va a ser muy fácil para nosotros conectar con nuestra esencia. Nuestra esencia es el Amor. El Amor es nuestro atajo. El Amor es nuestra vida.

2 comentarios:

  1. Tus palabras me llegan al corazón, te hecho de menos, hecho de menos las meditaciones de los viernes, las introducciones que hacias antes de la meditación, hecho de menos hablar contigo, sentir tu sabiduría.Algún día nos volveremos a ver, seguro, lo se.Un abrazo fuerte de Aurora

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  2. Siento que nuestros tropiezos y nuestras caidas son para hacernos mas conscientes de nosotros mismos y de nuestra vida,y esos tropiezos y caidas por decirlo de alguna manera es lo que nos hace mas fuertes y mas sabios y busquemos mas nuestro camino ,que aprenderiamos si todo fuera siempre igual.un abrazo grande

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