Todos los
seres humanos necesitamos algo o alguien en quien creer, algo a lo que
aferrarnos, para tener así a quien pedir ayuda en nuestros momentos duros, y también
para tener a quien culpar si no se solucionan los problemas.
Nuestra
necesidad de creer en algo no es porque si, es porque un día decidimos dejar
nuestro lugar en el cielo, permitirme que lo diga así, para nacer en la Tierra.
Unos vinieron con alegría, otros con temor, pero a fin de cuentas, haya sido
nuestra venida como haya sido, aquí estamos, revestidos con un ropaje curioso,
un cuerpo físico. Somos los cuidadores de nuestro cuerpo físico, unos lo cuidan
con más acierto que otros, y es con él con el que nos desplazamos en este mundo
de materia para realizar el trabajo que cada uno haya decidido hacer en su
vuelta a la vida física.
Gracias a
nuestro ropaje, gracias a nuestro cuerpo, podemos vivir experiencias gloriosas,
podemos besar, podemos acariciar, podemos llorar y reír, pero también nos
encontramos con dos graves inconvenientes: por un lado, nos identificamos con
él, nos creemos que somos ese cuerpo, sin ser conscientes de que somos capaces
de cambiar de ropa con más frecuencia de la que nos pensamos, nos apegamos al
cuerpo, olvidándonos de que somos seres infinitos. Y por otro lado, una parte
de ese ropaje, la mente está permanentemente atraída por el miedo, por el
dolor, por la culpa, por la negatividad.
Pero en la
conciencia de todos nosotros subyace la fuente primigenia, nuestro verdadero
origen, nuestra divinidad, nuestra infinitud. Y es esta conciencia la que nos
hace anhelar el contacto con nuestra fuente, la que nos hace creer en algo
superior, porque cuando contactamos con nuestra propia creencia, sentimos la
seguridad del hogar.
Casi todos creemos en Dios. Aunque
creer en Dios, que por un lado serena y alegra la conciencia, por otro lado
deja indiferente o llena de dudas a la mente. Todos los seres humanos,
acostumbrados a identificarnos con el cuerpo, acostumbrados a identificarnos
con la materia, necesitamos la imagen de ese Dios en quien creemos, y podemos
preguntarnos ¿Quién es Dios?, ¿Qué cara tiene?, ¿Cuándo fue la última vez que
se paseó por la Tierra?
No hemos de tener ninguna duda. No
hemos de buscar la imagen de Dios, porque la imagen de Dios es Todo. Porque Dios
Es. Dios Es el aire ……. y el agua, Dios Es la tierra ……… y el fuego, Dios Es
cada montaña ………. cada planta ………. cada criatura ………. Dios Es tú………. Dios Es
yo………. Dios Es Amor………. Es Comprensión………. Es Compasión………. Es Misericordia.
Conectar con
Dios depende de nosotros mismos, de nuestra propia elección. En la vida podemos
elegir el miedo o el amor. El miedo hace que las cosas se estanquen y se
bloqueen, mientras que el amor hace que todo se expanda y crezca, hace que
vivamos la gloria divina. El miedo separa y aísla, mientras que el amor es
unidad. Mientras que el miedo nos separa de Dios, el amor no une y nos
identifica con Él.
Por lo
tanto, todo lo que tenemos que hacer en la vida es desprendernos del miedo y
empezar a amar. Pero comenzando por el principio, amándonos a nosotros mismos.
Es imprescindible llenarnos de amor hacia nosotros para poder repartir después
ese amor hacia los demás. Y si no somos capaces de amar, hemos de aprender a
disolver que es aquello que lo impide.
Para disolver los bloqueos que nos
impiden amar podemos llevar la atención
al corazón y respirar desde él. Es una buena manera de aliviar el corazón
de energías negativas, para dejar paso a la energía del amor que es su energía
natural, y que por las propias críticas mentales se ha bloqueado. Por lo tanto
cada vez que te sientas temeroso, cada vez que te sientas triste, cada vez que
te sientas infeliz, cada vez que te inunden las dudas, respira desde el
corazón. Tienes que conseguir que la mente permita a tu corazón ser de nuevo el
líder y el guía de tu vida.
Cuando
llegamos a vivir desde el corazón, y dejamos que nuestra vida sea guiada por él,
que es lo mismo que permitir que la vida sea guiada por Dios, llegamos al entendimiento
de que sólo hay un mandamiento: “Amaté y ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Sólo, hay un camino: “El que dicta el corazón”. Sólo hay una ley: “La ley del
Amor”. Quien sigue esta ley, no puede matar en nombre de Dios, no puede pasar
al lado del hambre y la miseria sin que tiemble su ser, sabe que el color de la
piel solo es una cualidad del cuerpo, como la altura o el color del pelo; quien
sigue esta ley no discrimina por razón de sexo o tendencia sexual, de la misma
razón por la que no se discrimina porque a uno le gusta la manzana y a otro el
melocotón; quien sigue esta ley no discrimina por el tipo de creencia. Quien
sigue esta ley, no juzga, no critica; sólo respeta, sólo permite, sólo ayuda. Quien sigue esta ley, vive en Dios.