El mayor problema con el que nos
encontramos los seres humanos al llegar a la vida es, sin ninguna duda, la
falta de conocimiento: No sabemos de dónde venimos, no sabemos adónde vamos, no
sabemos que hemos venido a hacer aquí, y
por no saber, ni tan siquiera sabemos lo que somos.
Esta falta
de conocimiento no sería problema, si aquellos que nos entrenan para nuestra
vida de adultos estuvieran en posesión de él y nos lo enseñaran, pero no es
tal. Nuestros padres y educadores tampoco saben ni lo que son, ni de dónde
vienen, ni adonde van, ni que han venido a hacer aquí y, lógicamente, la enseñanza
que imparten para nuestro crecimiento, a pesar de su buena voluntad, es lo poco
que ellos saben, es lo que a ellos les han enseñado y eso es pura y llanamente
una pequeña porción, menos de lo mínimamente imprescindible, para poder
sobrellevar nuestra vida física, con más o menos dignidad.
La enseñanza
que recibimos es para el desarrollo de la vida física y material, pero no
recibimos ninguna enseñanza para el desarrollo y control de nuestras emociones,
no nos enseñan a amar, no nos enseñan a valorar y a respetar al resto de seres
humanos, y ni tan siquiera recibimos las herramientas necesarias para hacer
frente a tantos y tantos conflictos emocionales con los que nos vamos a
encontrar a lo largo y ancho de nuestra vida.
El resultado de nuestra educación y
de nuestra enseñanza, está a la vista, es de sobra conocido por todos, es ni
más ni menos, que el reflejo de la misma sociedad de la que formamos parte, y
nuestra sociedad está enferma, corrompida y carente de valores, es una sociedad
materialista cuya bandera es el dinero, una sociedad en la que prima la
apariencia: una buena figura, una cara tersa y sin arrugas, una casa rodeada de
jardín, el auto último modelo, el celular y la tablet de última generación, los
del norte mirando por encima del hombro a los del sur, los blancos creyéndose
superiores a los negros, los hombres tratando de dominar a las mujeres, los
magnates del mundo capitalista esclavizando y explotando a los integrantes del
tercer mundo, intolerantes con el diferente, juzgando los unos a los otros, haciendo
del engaño el “modus operandi”, desconociendo que es el respeto, viendo pasar
por delante de la puerta el hambre y la miseria sin ningún tipo de compasión, y
además engañados, manipulados y distraídos por nuestros dirigentes políticos y
religiosos, con la basura de la tele, o con el futbol, o con las procesiones, o
despertando en nosotros un ridículo y patético sentido de patriotismo, a través
de la bandera, de la comida del país o de la hazaña de algún compatriota, y por
si eso fuera poco, también atemorizados por horrendos castigos para aquellos
que mueran en pecado.
¡Pobre ser humano!, con este panorama,
son auténticos héroes todos los que deciden, o mejor decidimos, nacer a este
lado de la vida, sin nadie que nos enseñe, engañados y vilipendiados por los
que tendrían que velar por nosotros, hemos de acercarnos solos a ese
conocimiento, buscando algo que alivie nuestros dolores, buscando algo que
apague la sed de conocimiento, la sed de Amor, la sed de Dios.
Y en el fragor de alguna de las
batallas de la vida, en mitad de un duelo, de una enfermedad o de una depresión,
encontramos algo o a alguien que nos insinúa
que la vida no es lo que estamos viviendo, que esto que vivimos sólo es una
ilusión, que somos mucho más grandes que el cuerpo que nos alberga, y que
tenemos una misión, que no pasa, en absoluto, por ganar más dinero, ni por
tener más poder, sino que se trata de todo lo contrario, de ayudar, de
acompañar, de compartir, de respetar, de amar. Y si teníamos poco, por el
momento dolorosa en el estábamos viviendo, se añade la duda, ¿Será verdad?, ¿Cuál
será esa misión?, ¿Cómo seré de grande?, ¿Dónde puedo conocer todo esto? Y así
se inicia una búsqueda que es posible que dure el resto de la vida, y de
próximas vidas, y se comience a transitar por un camino, que en un principio creíamos
desconocido, pero que según lo transitamos nos sentimos “como en casa”. Sin saberlo
vamos al encuentro de Dios.
Los caminos por los que se inicia la
búsqueda son tantos como personas lo inician y tan diferentes como las personas
que lo transitan. Pero lo importante no es que o a quien se van a encontrar al
final del camino, lo importante es el camino en sí mismo, porque al final del
camino está Dios, pero también lo está en cada milímetro del recorrido, y lo
está porque Dios es el Camino.