En la actualidad habitamos el planeta
unos siete mil quinientos millones de personas. Todos creciendo, todos
evolucionando, todos encaminando nuestros pasos, aunque no seamos conscientes
de ello, hacia Dios.
No sé si me quedaré corto o me pasaré
de largo, si calculo que una quinta parte de la población, es decir, unos mil
quinientos millones de personas podrían terminar su andadura en la Tierra, si
no hay ningún milagro que cambie el rumbo actual de la sociedad, lo cual no
parece muy factible por muchas puertas energéticas que se abran, entre diez y
veinte vidas más. Por supuesto que habrá maestros que estarán en su última
vida, y que habrá otros que les faltará menos de diez, lo sé. Lo que estoy presentando
son grandes números, que tampoco sé si son correctos o no, pero para la
exposición que pretendo, tampoco es necesario afinar al cien por cien.
Son muchas las personas que no saben
que hacen en la Tierra, son muchas las que no saben que están completando una
andadura que comenzó hace millones de años, son muchas las que no saben de dónde
vienen, (aunque a decir verdad, exactamente, no lo sabemos ninguno), son muchas
las que no saben que están trabajando para volver a Dios, son muchas las
personas que nunca han oído hablar de meditación, de energía o de Karma, aunque
el no saber nada de esto no es sinónimo de que falten más o menos vidas, de que
se esté más o menos cerca de Dios, ya que el trabajo principal a realizar en la
Tierra es aprender a amar, y hay personas que aman por encima de cualquier
cosa, sin tanto adorno como yo le pudiera estar poniendo. Pero si que parece,
que todos los que en un principio están un poquito más adelante en ese
aprendizaje, aunque sólo sea teórico, si son conscientes de esos términos.
Soy optimista y me gusta pensar que
todos los que estamos leyendo esto, somos conscientes de los términos que exponía
en el párrafo anterior, y que estamos en ese pelotón de cabeza al que le quedan
esas diez o veinte etapas para concluir esta carrera. Me gusta pensar que todos
nosotros tenemos claro que estamos unidos, que somos lo mismo, y que “cuando
uno gana ganan todos y cuando uno pierde pierden todos”.
Nuestro trabajo, por lo tanto, es doble. Por
un lado tenemos por delante nuestro propio crecimiento, nuestra propia
evolución, nuestro propio aprendizaje, pero estamos obligados a realizar otra
tarea, la tarea de la enseñanza, con una única asignatura, enseñar cual es el
objetivo de la vida, enseñar cómo llegar a Dios, ya que de Él partimos y a Él
hemos de retornar. Cada uno en el aula que le corresponde, los habrá dictando
sus clases en el salón de guardería, los habrá en la primeria, otros en la
secundaría, otros en el instituto, otros en la universidad, otros dictando maestrías,
o escribiendo libros para abarcar un auditorio mayor.
Lo que sí parece cierto es que hasta
ahora nuestro trabajo de difusión está encaminado a los adultos. Para ellos son
las clases de yoga, las meditaciones, los cursos, los talleres, las
conferencias y los libros, de la misma manera que para ellos son las pláticas
en las terapias de sanación.
Está bien, pero hemos de abarcar más,
hemos de empezar con los niños. Trabajando con los niños ganamos veinte o
treinta años, y aunque parece que la vida es corta, da para mucho, y en treinta
años se puede adelantar mucho. Para enseñar a meditar a un adulto, por ejemplo,
hay de conseguir, en primer lugar, derribar las barreras de los hábitos, de las
creencias, del estrés, de los rechazos, de los miedos, del que dirán, de su
falta de tiempo, de su falta de voluntad, de su poca paciencia, de su falta de madurez,
de la debilidad de su carácter y de los millones de excusas que va a plantear
su mente que no quiere perder el control. Enseñar a meditar a un niño con
cinco, seis o siete años, es garantizar un adulto mentalmente sano, es inculcar
un hábito que será tan normal como lavarse, almorzar o ver la tele, es inculcar
las creencias de Dios, no desde la perspectiva enfermiza, negativa y destructiva
de las religiones, sino desde la perspectiva de que Dios es Amor, es enseñarles
desde pequeños que todos somos hermanos, y no enseñarles a competir, es ayudarles
a madurar el carácter, es enseñarles a crecer no a envejecer, es enseñarles a
amar, es enseñarles realmente a vivir.
El que aprende desde niño, va a llevar
como bandera el respeto, la tolerancia, la igualdad, la libertad, la paz y el
amor durante toda su vida, formara una familia, también mentalmente sana bajo
los mismos principios, sus amigos serán como él, y sus hijos un calco del
padre.
Enseñando a los niños estaremos
ayudando a que la humanidad evolucione más rápidamente, y que en menos tiempo
muchos más seres alcancen la “iluminación”.
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