La gran mayoría de la gente se muere sin
haber vivido nunca.
Madre Teresa de Calcuta.
Si la muerte no
fuera el preludio a otra vida,
la vida presente sería
una burla cruel.
Mahatma Gandhi
¿Cómo
puede ser que muchos líderes religiosos, (no todos afortunadamente), a los que
se les supone más cerca de Dios que ningún otro mortal atemoricen a todo el que
quiere escucharles, y a los que no quieren también, con los castigos más
atroces a todos los que mueren en pecado?
Y
todo esto, encima de lo que ya tienen la inmensa mayoría de los mortales, el miedo a perder algo que creen real como es
su cuerpo, miedo a perder sus posesiones, miedo a perder a su familia.
¡El cuerpo nos parece tan real!, ¡Qué
ironía! El cuerpo nos parece real, tenemos verdadero pavor a perderlo, tenemos
verdadero pavor a morir y, sin embargo, no lo cuidamos. Descuidamos
completamente nuestro cuerpo, alimentándolo de manera inadecuada, llenándolo de
toxinas, deteriorándolo antes de tiempo, y cuando se acerca el momento crucial
de la vida que es la muerte, nos aferramos al cuerpo con uñas y dientes porque
no queremos morir.
¡No sabemos vivir y, sin embargo, no
queremos morir!
Es
una suerte que no sepamos cuando va a ser el día de nuestra muerte, porque más
de uno se suicidaría antes para no sufrir viendo acercarse la fatídica fecha. ¡Uf,
que burros somos!
¡Es
curioso!, acudimos a videntes, a magos, a gurús, y a todo aquel que tenga
alguna tontería que contarnos para saber cosas sobre nuestro futuro, y somos
incapaces de trabajar en nosotros para forjar el futuro que queremos. Creemos
que ese futuro que deseamos va a llegar por arte de magia.
Entre las muchas tonterías que
escuchamos, se cuela alguna que no lo parece tanto, aunque supongo que como no
la creemos, la dejamos pasar como si no la hubiéramos escuchado, no nos
interesa, y es aquella en la que en vez de prometernos “el oro y las huríes del
harén”, nos conminan a trabajar para forjar nosotros mismos nuestro futuro,
partiendo de nuestra propia esencia, partiendo de la comprensión del “Ser” que realmente
somos, eternos e inmortales.
¡Abramos nuestros oídos!, ¡Abramos
nuestro corazón!, para llegar cuanto antes a la comprensión del alma que somos,
y así la conciencia y la divinidad, que es nuestra condición natural, sin
tiempo, sin pasado ni futuro, eternamente existiendo en el presente, podremos
observar con dicha a nuestro propio cuerpo, cumpliendo su papel divino en esta
película que es la vida, realizando ejercicios a cada instante que lejos de
sumirlo más en la amnesia, le permitan, acercarse aquí y ahora a la verdad,
única, inalterable y divina.
¡Somos Hijos de Dios, eternos,
atemporales, sin espacio y sin tiempo! Y entonces la muerte será esperada con
la tranquilidad del que sabe que pronto va a realizar el regreso a casa, a “su
casa”.
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