El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 20 de septiembre de 2022

Quinta dimensión

 Domingo 18 de septiembre 2022

 

No hace mucho contaba que hay días en los que amanezco, especialmente, triste, (fue el lunes día 12. Lo he buscado), y lo achacaba a dos factores. Decía que uno, podrían ser problemas sin resolver, por preocupaciones o por mucho estrés acumulado a lo largo de un periodo de tiempo, y otra, que en esa doble vida que tenemos al dormir, sucede algo, en alguna proyección astral, que hace que al despertar mantengamos la emoción o el pensamiento que teníamos en nuestro sueño.

Existe un estudio que dice que cuando nos ocurre algo que podemos catalogar como malo se lo contamos a 8 personas, sin venir a cuento. Y cuando nos ocurre algo bueno se lo contamos, solamente, a 3 y, eso, si la conversación lo requiere.

Pues bien, yo soy como todos y, aunque hablo poco, (mi esposa dice que muy poco), tengo una ligera tendencia a contar más lo malo, que me ocurre, que lo bueno.

Pero, también, me ocurren cosas buenas. A veces siento, una sensación de plenitud, de serenidad y de amor, sin medida. Es una sensación que suele durar mucho más tiempo que la tristeza con la que amanezco algunos días. Lo cual es normal, porque en cuanto siento la tristeza me siento a meditar para erradicarla, lo antes posible, y con esta sensación, de plenitud, lo único que hago es disfrutarla. Casi ni me muevo, para que no desaparezca.

Con esta sensación de plenitud no despierto, como ocurre con la tristeza. Suele aparecer después de haber realizado una terapia, a veces, después de haber recibido una noticia o de haberla visto en la tele, que me haya tocado la fibra de la compasión y, más aun, si me siento identificado por pensar en como se podría sentir esa persona.

La noticia lo mismo puede ser, alegre o triste, porque alguien haya ganado un premio o porque haya perdido a un ser querido. Cualquier noticia puede hacer que sienta la misma emoción que la persona protagonista del suceso.

Hay que tener en cuenta que soy un babau y me emociono hasta con los dibujos animados.

Pues, cuando me pasa esto, doy gracias al cielo y pido que se alargue en el tiempo. Puede durar entre media hora y unas tres horas. No soy consciente de que haya durado más. Si me ocurre a media mañana a la hora del almuerzo ya ha desparecido y, si pasa en horas de la tarde a la hora de cenar ya no la siento.

Bien es cierto que, aunque desaparezca el “clímax”, el estado emocional subsiguiente es de una serenidad total.

Achaco el advenimiento de esa sensación al aumento de vibración en mi campo energético, bien sea porque la meditación en la sanación haya sido muy intensa o por la expansión de mi chakra cardiaco debido a la compasión o el amor aparecidos al identificarme con el personaje de la noticia.

Creo que hoy tengo una respuesta convincente, (al menos para mí). En esos momentos estoy vibrando en la quinta dimensión.

Los seres humanos vivimos en la tercera dimensión. Sin embargo, todos los que tenemos conciencia de lo que somos, (energía, un alma, hijos de Dios), en ocasiones, con más frecuencia de la que nos podemos imaginar, ingresamos en la cuarta dimensión, con lo cual es mucho más fácil traspasar, de vez en cuando, el umbral de la quinta e incluso más allá.

Algunas de las señales de que se está en la quinta dimensión son esos momentos de inmensa alegría, de serenidad y paz interior, sin saber de dónde vienen.

Una vez ahí es cuestión de intentar mantenerse. Supongo que volvemos atrás por nuestra propia programación, por nuestros recuerdos, en definitiva, por nuestra mente.

Sé que tengo que confiar más en mi saber interior. Ese que todos tenemos y que se manifiesta como una vocecita que a todos nos habla, pero la ilusión de creer que somos el cuerpo nos impide movernos con plena libertad.

Sayri, no te digo a ti, porque eres una extensión de mi propio pensamiento, pero si alguien se asomara a esta ventana le recomendaría que intentara conseguir ese estado.

Una vez conseguido solo querrá mantenerlo, que es lo que yo deseo con cada uno de los átomos de mi cuerpo.

Alegrarse con la felicidad de otros y/o sentir compasión por sus desgracias es una buena manera para cambiar la vibración. Es casi tan efectiva como la propia meditación. 

Mirando al pasado

 


Capítulo IX. Parte 3. Novela "Ocurrió en Lima"

        Una pregunta martilleaba en mi mente, ¿había merecido la pena haber salido huyendo ante cada posible relación, para vivir en esa asfixiante soledad?

 Poco duró la oscuridad y la pregunta, porque una nueva visión ocupó el espacio donde estaba instalada la oscuridad.

Estaba en la sala comedor de una modesta casa en la que, aparte de la citada sala, contaba con una especie de cocina y una habitación con dos camastros. Se notaba la falta de lujos. Podría
hablarse de pobreza, sin embargo, la falta de dinero no era en nada comparable a la soledad que había sentido con anterioridad. Me sentía pobre o, mejor diría, sin dinero, pero era feliz.

A mi lado, comiendo una sopa en la que, de vez en cuando, aparecía flotando un garbanzo, se encontraban, una mujer y dos niños de no más de diez años.

Por la ropa que llevábamos debíamos estar, por el siglo XIV o XV, en algún lugar de Europa y, en Helena, la mujer que reía con las gracias de nuestros hijos, me pareció reconocer a Indhira.

Llevábamos casados doce años, a pesar de mi cojera. No había muchos trabajos bien remunerados para un tullido como yo, pero eso no fue obstáculo para que Helena y yo nos enamoráramos, perdidamente, el día que apareció ante mí, con unos zapatos para que los arreglara. Era mi oficio, zapatero remendón.

Nuestros hijos de 6 y 10 años eran felices, como nosotros.

En ningún momento tuvo mi esposa ningún género de duda ni por mi defecto físico, ni por mi oficio, ni por mi pobreza. Y yo tampoco. Nos enamoramos y nos casamos a pesar de la oposición de su familia que ilusionaba para ella un marido de alta alcurnia que la sacara a ella y a la familia de la pobreza. En nuestra historia pudo más el amor.  

Desapareció la visión y me encontré, de nuevo, sumergido en la nada. Parecía que, ahora, el intervalo era mayor, dándome tiempo a analizar cada una de las dos situaciones en las que me había contemplado.

Visto desde la objetividad que otorga la distancia, elegiría, sin ninguna duda, la vida del tullido, sin dinero, pero lleno de amor y felicidad, antes que la vida sin sobresaltos del hombre sin problemas económicos, pero triste y solitario, durante toda su vida. Aunque, con la idiosincrasia de la sociedad, con que nos encontramos los seres humanos al llegar a la vida, y con sus enseñanzas, muchos apostarían por la vida del hombre mayor, recluido en la residencia, antes que apostar por la vida de un tullido, pobre de solemnidad y zapatero remendón.

En la composición satírica más célebre de Francisco de Quevedo, “Poderoso caballero es don Dinero”, escrito en el siglo XVI, se hace una exposición y reconocimiento irónico del poder del dinero, que trastorna los valores morales y que induce a las personas a cualquier cosa para poseer riqueza. En la actualidad, tiene una vigencia absoluta o aún mayor que en su época. Vivimos para el dinero.

¡Qué diferente sería la vida si nos enseñaran a ser felices antes que enseñarnos a ganarnos la vida! Porque de tanto enseñarnos a ganar la vida del cuerpo, perdemos la vida del alma, sin remedio.

Y, sin embargo, entiendo que es necesario el dinero, pero las enseñanzas tendrían que mantener un equilibrio entre aquello que necesita el cuerpo y lo que necesita el alma. No podemos olvidar que, sobre todo, somos un alma viviendo una experiencia humana.

Nada más llegar a esa conclusión, una nueva situación apareció ante mí. Estaba en alta mar en una rústica barca, acompañado por otro marinero, de más edad, que era quien manejaba el timón y daba las órdenes de lo que había que hacer.

-    Hijo, echa la red. Este es un buen sitio –dijo el patrón que, por la manera de dirigirse a mí, estaba claro que era mi padre.

Estuvimos pescando toda la noche echando y recogiendo la red. Cuando el sol comenzaba a hacer su aparición, por el horizonte, mi padre puso rumbo a la costa. Había finalizado nuestra jornada laboral

Al llegar a la playa nos esperaba una mujer. Era mi madre. De nuevo me pareció reconocer a Indhira en su mirada. Éramos una familia feliz que vivía en armonía. Yo ya estaba casado y mi esposa, embarazada de nuestro primer hijo, nos esperaba en la casa.

Al poco de nacer nuestro hijo mi padre falleció y mi madre siguió viviendo con nosotros, hasta su muerte, con casi cien años de vida.

Me empezaba a doler la espalda por estar tanto tiempo acostado en el sofá, que, por cierto, no era demasiado cómodo, cuando una nueva visión apareció ante mí. Y no era un hombre. Era mujer. Era una monja que residía en un monasterio en algún lugar de España. Era una comunidad de monjas, allá por el siglo XI. Era la monja más joven del monasterio y, con harta frecuencia, recibía amorosas reprimendas de la madre superiora.

Todas las reprimendas eran ocasionadas por mi ímpetu de juventud que, a pesar de los votos prometidos a Dios de pobreza, castidad y obediencia, mi tendencia natural de rebeldía, ante las injusticias, me llevaban al despacho de la madre superiora con demasiada frecuencia.

Yo pensaba que mi pecado no era tan grave. Me escapaba del monasterio solo para llevar comida a los pobres que, en aquella época, eran mayoría en la población.

He de reconocer que las reprimendas de la madre superiora eran tan suaves que más parecían darme permiso para nuevas escapadas.

La madre superiora volvía a ser Indhira.

La visión avanzó, como una película, a cámara rápida, por toda la vida de aquella monja, que sobrevivió, por pocos años, a la madre superiora. Fue, también, una vida tranquila llena de amor hacia Dios y extrapolaba ese amor ayudando a los más necesitados. 

Sentí como Ángel levantaba su mano de mi frente y, de inmediato, volvió la oscuridad.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Meditación: Relajación de Buda (Eliminar tensión y estrés)




Siempre hay una salida. ¡No te preocupes, ocúpate!



            

        Una preocupación es un proceso mental, proceso en el que la mente permanece, casi de manera constante, dando vueltas a un mismo tema, con ínfimas variaciones, y sin querer encontrar una solución.

Es claro que la mente no quiere encontrar ninguna solución, porque si la encontrara, en ese momento, se acabaría la preocupación, y la mente dejaría de tener el control.

En los momentos de preocupación, la persona no tiene ningún poder sobre sí misma, ya que todo el poder lo ostenta, en ese momento, la mente.

La preocupación se alimenta por sucesos acaecidos en el pasado, por problemas presentados en el presente, o por la incertidumbre sobre deseos del futuro.

En cualquiera de los tres casos, la preocupación consume una gran cantidad de energía, afecta de manera negativa al sistema nervioso, mantiene a la persona irritable y malhumorada, y a la mente ocupada hasta el extremo de nublarse completamente,  perder la capacidad de raciocinio, encontrándose fuera de la realidad.

No es necesario decir que darle vueltas y más vueltas a un suceso pasado, no cambia en absoluto dicho suceso, no hay vuelta atrás, no tenemos poder para retroceder en el tiempo. Lo hecho, hecho está. En este caso solo queda la aceptación, asumir el hecho, e integrar la enseñanza.  De la misma manera, obsesionarse con lo que pueda pasar en un futuro, no va a llevar a la persona a buen puerto, y posiblemente afecte negativamente en la consecución del deseo, sobre todo si el pensamiento va encaminado en una dirección negativa. Recordar que energías iguales se atraen.

Para la preocupación generada por problemas del presente, se ha de tener en cuenta que siempre hay una salida para los problemas, por lo que no hay que preocuparse. Mientras dure la preocupación va a ser imposible encontrar esa salida. Es imprescindible que se limpie y se aclare la mente para que pueda dedicarse a la búsqueda de la solución.

No se trata de hacer caso omiso a los problemas. Así es claro que no se van a resolver, de la misma manera que tampoco se van a resolver con la preocupación.

Lo que se ha de hacer es buscar la calma y la serenidad interior para analizar las distintas posibles soluciones y aplicar la mejor para solucionar el problema.

¿Cómo encontrar la calma? La calma se puede conseguir mediante la meditación y mediante la oración, entregando el problema a Dios y pidiéndole iluminación en la búsqueda de la solución. Siempre llega, aunque no lo parezca, o que la solución que llegue no nos agrade. Mientras la persona no se encuentre en meditación o en oración, la mente va a seguir con su proceso de preocupación, por lo que es bueno ocuparla, cuanto más tiempo mejor, en pensamientos conscientes de “alta frecuencia”. Estos pensamientos tienen una doble función: Por un lado, ocupan a la mente impidiendo el proceso de la preocupación, y por otro incrementa el nivel de energía en la persona y limpia las energías negativas generadas por los pensamientos de “baja frecuencia” de la preocupación.

Estos pensamientos de “alta frecuencia” son del tipo: “Yo Soy el alma”, “Yo Soy paz”, “Yo Soy amor”, Yo Soy……. con todo lo bueno que deseas para ti.

Con la mente en calma, va a ser muy fácil encontrar la mejor solución. ¡Ah! y si el problema no parece tener solución, no le des vueltas y aprende a convivir con eso que llamas problema.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Buscando la espiritualidad

             


            Los seres humanos nunca hemos vivido realmente de acuerdo a la enseñanza recibida. La enseñanza de los Grandes Seres y de los Grandes Maestros han servido, por un lado, para editar libros y más libros con sus enseñanzas, y para producir películas y más películas sobre sus vidas y, por otro lado, para que algunos hombres, más avispados, vivan a expensas de esas enseñanzas, atemorizando a todos con castigos realmente malvados, impropios de alguien que es el adalid del amor.

 Los seres humanos no vivimos de acuerdo a lo que sabemos ni po­nemos en práctica los conocimientos adquiridos: No dejamos que la Luz llegue a nosotros, estamos controlados por los deseos, la ambición, la codicia y la carne, en vez de escuchar la voz interior, esa voz que nos acerca a nuestra esencia espiritual. Esencia espiritual que da la sensación de haberse perdido y encontrarse solo en los libros.

              La espiritualidad se habla, pero no se vive. La espiritualidad se busca, sin tener una idea clara de lo que realmente significa, por eso no se encuentra. Nos emocionan miles de frase hermosas que aparecen en las redes sociales, sin ser capaces de aplicar en nuestra vida ni uno solo de esos sabios consejos, pero los reenviamos, y los compartimos, creyendo, que así vamos a conseguir vivir la espiritualidad. Pero por muchas veces que las compartamos, seguimos con nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestras dudas, nuestra ansiedad, nuestra frustración por no cumplirse nuestros deseos. Porque cuando realmente se vive la espiritualidad, todo eso desaparece.

              Donde buscamos la espiritualidad no la vamos a encontrar, no está en nada que se encuentre en el exterior, ni en libros, ni en películas, ni en cursos, ni en conferencias, ni en las cocinas, ni en las salas de yoga, ni en las iglesias.  La espiritualidad no es necesario buscarla porque ya habita en nosotros, somos seres espirituales.

              Somos seres espirituales viviendo durante una temporada, una experiencia humana. Experiencia en la que estamos atrapados desde hace muchas vidas, y de la que tratamos de salir, está claro que, sin éxito, ya que, si consiguiéramos salir, se acabaría para siempre nuestra experiencia dentro del cuerpo. Se acabaría el sufrimiento.

              Para darnos de bruces con nuestra esencia espiritual, sólo es necesario bucear en nuestro interior. Y para entrar dentro de nosotros es imprescindible el silencio, el silencio mental, y para conseguir ese silencio tenemos que meditar. De poco sirve, el practicar de vez en cuando, ha de ser algo que tenga continuidad en el tiempo, ha de llegar a convertirse en nuestra actividad más importante.

Trata al otro como tú mismo quieres ser tratado, colócate en sus zapatos antes de criticarle, ayúdale cuando lo necesite, perdónale cuando sientas que te ha ofendido. Sabrás que estás muy cerca de la espiritualidad cuando nunca te sientas ofendido. Así no tendrás que perdonar, porque donde no existe ofensa no es necesario el perdón.

A fin de cuentas, no somos este cuerpo, al que le dedicamos muchas horas de nuestro día, somos el alma, somos ese espíritu con el que queremos volver a conectar.

¿Ha sido vivida la vida?

 



Capítulo IX. Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima"

     Una vez en casa, Ángel me hizo acostar en el sofá. Me pidió una banca pequeña o, algo parecido, para sentarse, de manera que pudiera poner, sus manos en mi cabeza sin forzar la espalda. Como no había niños en la casa no tenía asientos pequeños por lo que habilitamos una caja resistente con mantas encima, para que fuera, un poco más, cómodo.

Sus instrucciones fueron sencillas. Me dijo que cerrara los ojos, que llevara la atención a la respiración y me dejara llevar sin sorprenderme, ni asustarme, por nada de lo que pasara. Lo normal, me dijo, es que te sientas como si estuvieras viendo una película en el que el protagonista eres tú. Me dijo, también, que no hablara hasta el final, a no ser que necesitara decir algo que yo considerara muy importante Mientras respiraba, suave y lentamente, sentí una de sus manos tocando, suavemente, mi frente. De inmediato comencé a sentir una especie de vibración, como una corriente eléctrica de baja intensidad, recorriendo mi cuerpo en oleadas, que circulaban de la cabeza a los pies. Solo había respiración, silencio y oscuridad.

No había pasado mucho tiempo cuando la oscuridad que me envolvía comenzó a abrirse como lo hace el telón en un teatro o los párpados al despertar en la mañana y apareció ante mí una especie de urbanización, con forma circular. La podía ver desde lo alto, como si volara en un avión a baja altura.

Era un complejo formado por un edificio central grande, con una sola planta, que parecía ser el acceso principal. Adosado a él y adosadas entre sí había una treintena de casas pequeñas formando un círculo que se cerraba con otro edificio, más grande que las casas, pero algo más pequeño que el edificio central, justo enfrente del primero, encarado a una de las zonas montañosas de Lima.

El complejo se encontraba vallado, con una distancia de, al menos, cincuenta metros entre la valla y las edificaciones, cubierto de un césped, que parecía, desde mi visión, cuidado con esmero. En la parte interior del círculo, que formaba todo el complejo, había una especie de parque con una fuente central, bancos, estratégicamente colocados, bajo los árboles para resguardar de los rayos del sol a sus posibles ocupantes y jardines con zonas de paseo entre los setos sembrados de flores.

En la entrada del complejo podía leerse “Residencia cielo y tierra”. Era una residencia para adultos mayores. En el edificio central estaba la recepción, la dirección, la sala de visitas, la sala de televisión, la sala de cine, la biblioteca, la capilla y el salón comedor. Las casas adosadas eran todas iguales de no más de treinta metros cuadrados, con una habitación, un baño y una sala de estar pequeña con una tele, una mesita y dos sillones. En la otra edificación que cerraba el círculo, se encontraba la zona médica, compuesta por los despachos médicos, la sala de enfermeras, el consultorio y la zona de recuperación.

Estaba contemplando todo el complejo, vacío, sin gente, cuando, de repente todo cobró vida. Personas iban y venían, paseaban por el jardín y observé sentado en un banco a un señor de unos setenta y cinco años, solo, leyendo un libro.

Estaba claro que yo no tenía ningún poder en la visión que estaba teniendo, porque cuando quise dejar de mirar al señor que parecía ser yo mismo, con mucha más edad, la visión permaneció enfocada en él. Es decir, en mí. La visión era más que una simple visión, ya que podía sentir las emociones que en ese momento estaba sintiendo yo mismo, sentado en aquel banco.

Estaba triste, muy triste. Sentía la soledad en cada célula de mi cuerpo. Había consumido la vida sin haber conseguido formar la familia con la que había fantaseado desde siempre, sobre todo, cuando mis recuerdos volaban hasta la edad en la que aun vivían mis padres y rememoraba los gratos momentos que habíamos vivido los tres juntos.

Era el mediodía. El sol iluminaba en lo alto y calentaba con fuerza. Debía de estar próxima la Navidad porque todo el complejo aparecía adornado con motivos navideños y los típicos villancicos sonaban, uno tras otro, en la recepción y en el comedor de la residencia.

Llevaba allí casi ocho años. Hasta el día en que me rompí una cadera había seguido viviendo solo y trabajando por mi cuenta y, con mucho éxito, lo que me había permitido, tener un importante ahorro que, ahora, me estaba siendo muy útil para vivir en un complejo de la categoría como en el que me encontraba.

Toda la vida la había pasado solo. No había conseguido formar una familia. El miedo al fracaso había sido más fuerte que el sueño de conseguir un hogar como el que había disfrutado en vida de mis padres.

Con la cadera rota, recién operada, solo me quedaban dos opciones, contratar una o varias personas para que me atendieran o ingresar en una residencia. Opté por lo segundo. No noté ninguna diferencia de cuando vivía solo en mi departamento. Incluso, diría que, físicamente, me encontraba mejor, porque no tenía nada que hacer, sin embargo, en cuanto a las emociones se refiere, me sentía solo, muy solo. Nadie me visitaba. Nunca salía a comer con nadie en días señalados. Solo esperaba, pacientemente, el día de la muerte. No tenía otra cosa que hacer, salvo pensar en la inutilidad de mi vida. ¿Para qué había servido?, ¿cuál había sido el objetivo de mi vida?

Pensaba, desde mi atalaya, manteniendo la visión de mí mismo sentado en aquel banco, derrotado, apagado, triste y solo, en las enseñanzas de Ángel y en mi propia experiencia de “complitud”: “Si la vida tiene un propósito, y su cenit es aprender a amar como Dios nos ama, estaba claro que mi vida había sido en vano, porque poco podía haber avanzado en mi asignatura del amor, viviendo en la soledad en que había vivido. Y el responsable de tal despropósito no era otro que yo mismo. No podía culpar a nadie. Mi mente, con mi anuencia, se había pasado la vida imaginado escenas truculentas, en las que, paralizado y sobrecogido por el miedo, había ido descartando cualquier opción de una posible felicidad y con ella mi propio aprendizaje del amor, por el miedo al fracaso, al abandono, al rechazo y a la soledad.

¡Qué paradoja!, he pasado la vida solo por miedo a la soledad, he pasado la vida sufriendo por miedo al sufrimiento, he vivido una vida de fracaso por miedo a fracasar, he pasado la vida rechazando por miedo al rechazo.    

Cuando la tristeza del hombre sentado en el banco de la residencia comenzaba, también, a embargarme, volvió a caer el telón y desapareció la visión tal como había llegado.

Una pregunta martilleaba en mi mente, ¿había merecido la pena haber salido huyendo ante cada posible relación, para vivir en esa asfixiante soledad?

viernes, 16 de septiembre de 2022

¿Por qué no eres feliz?

          

            


Si alguien nos pregunta, ¿por qué no soy feliz?, y le respondemos diciendo que “porque no quieres”, es posible que seamos lapidados como si hubiéramos retrocedido dos mil años en el tiempo.

         ¿Cómo es posible que alguien pueda decir a otra persona que, si no es feliz es porque no quiere, cuando lo que busca cada ser humano, casi con desesperación es, precisamente eso, la felicidad?

Y la busca en cada nueva relación que inicia, en cada número de lotería que juega, en cada oposición que prepara con esmero, en cada curriculum que rellena con mimo, en cada moneda ahorrada para las próximas vacaciones, o en cada reunión familiar o con amigos. En fin, parece que cada actividad “extraordinaria” del ser humano está encaminada a conseguir la felicidad. Y digo extraordinaria, porque la rutina diaria es, justamente, lo que parece que le separa de la felicidad: El trabajo, la relación de pareja o cumplir los compromisos, solo por mencionar alguna de las rutinas.

         Pero…, ¡Oh!, que pocos parecen conseguirla.

         ¿No será que no saben realmente lo que es la felicidad?, o ¿no será que no saben dónde buscar?, o ¿no será que confunden la felicidad con la euforia?

         Aunque, es posible que lo hayan leído un millón de veces, y que se lo hayan comentado otro millón, lo recuerdo una vez más: “La felicidad es un estado interior”.

Eso quiere decir, que todo aquel que asocie su felicidad a la consecución de sus deseos, y crea que la felicidad está fuera, esperándole en forma de naranja, “de media naranja”, en forma de fajo de billetes, en forma de un diploma conseguido por su hijo, en forma de “Ferrari”, en forma de palacete veraniego, unido todo eso a una salud de hierro personal y de sus seres queridos, está abocado a la infelicidad, al sufrimiento, al dolor, a una vida anodina, a una vida de ansiedad esperando no sabe muy bien qué.

         Porque piensen por un instante, si hoy les toca una millonada a la lotería, que les hace inmensamente felices, pero mañana contraen una enfermedad grave, puede que incluso terminal ¿dónde quedaría la felicidad de los millones conseguidos?

         Asociar la felicidad a estímulos externos, la hace caduca porque en un instante pueden cambiar las condiciones externas y verse de nuevo abocados a la infelicidad. Han de conseguir ser felices con la pobreza y con los millones, con la buena salud y con la enfermedad, con la pareja y con el abandono.

         Lo que denominan felicidad, después de conseguir que les toque la lotería, es un momento de euforia y, podríamos definir como abatimiento encontrarse cara a cara con la enfermedad grave.

         La euforia es la cresta de una onda, y el abatimiento el valle. Entre la cresta y el valle, en el centro, se encuentra la felicidad. Y ese centro está en el interior del ser humano. Ahí hay que llegar, porque es en él donde se encuentra la felicidad.

 

         Ese centro es el chakra cardíaco del ser humano. Es el centro del amor, de la compasión, de la dulzura, de la ternura, de la misericordia, y se encuentra alejado de euforias y abatimientos.

         Es feliz quien “Ama”, no quien cree que ama. Digamos solo que es “Amar”, y sabrán que amar, es…, otra cosa, que suele llevar directo a la infelicidad. “Amar” es dar, es entregarse, es no juzgar, es no criticar, es compartir, es ayudar, es libertad. Quien “Ama” no entiende de celos, ni de envidias, ni de egoísmos, ni de proyecciones personales. Quien “Ama” siempre se coloca en el lugar del otro. Quien “Ama”, lo hace para siempre, en la vida y al otro lado de la vida.

         “Amar” de manera incondicional es una facultad del corazón, (del chakra cardíaco), mientras que amar como hacemos los seres humanos, mezcla de apego y deseo es una proyección de la mente.

         Por lo tanto, si quieren ser felices, si quieren permanecer en el centro, alejados de euforias y abatimientos, han de viajar al corazón, han de llegar a su centro, han de “Amar”.

No hay tiempo sin materia



Capítulo VIII, parte 4. NOVELA "Ocurrió en Lima" 

Seguimos caminando en silencio y así llegamos cerca de mi departamento.

-    ¿Te apetece comer algo en el restaurante que está al lado de tu casa?, te invito. Así te ahorras cocinar.

-    Pues sí. Acepto.

Observando como hablaba con el camarero, sobre el plato del día, se fueron las dudas sobre si le podían ver el resto de personas. 

-    Ángel, hice una regresión el sábado y apareciste tú.

-    ¡No me digas! –Ángel parecía sorprendido- y ¿qué pasó?

-    Me volviste a hablar del amor. Me dijiste que no tenía ni idea de lo mucho que Dios me ama y de todo lo que tenía preparado para mí. ¿Cómo puede ser que estuvieras en este lado y al otro lado simultáneamente?

-    ¿No estabas tú? Si estabas tú ¿por qué no podía estar yo? –era una formulación lógica.

-    Si claro, tienes razón. Pero ante un hecho de esas características se me ocurren algunas preguntas:

>> Dando por sentado de que fue real y que no fue una invención de mi mente, ¿cómo puede ser que estuviéramos en dos formas diferentes, encarnados y sin cuerpo?, ¿cómo se puede obviar o transcender el tiempo?

-    Supongo que recuerdas lo que hablamos de la energía.

-    Si, lo recuerdo –como no sabía muy bien cómo funciona eso de que somos energía, no podía entender por qué comenzaba la explicación volviendo a la energía.

-    Perfecto. Cuando conversábamos sobre la energía decíamos que todo lo es. Sabes que la energía son átomos vibrando. En función de la vibración de esos átomos así será la calidad de la energía.

>> ¿Sabes cuál es la energía más sutil o, si quieres que lo diga de una manera más entendible, la de mejor calidad?

-    ¿Dios? –fue más por deducción que otra cosa.

-    Es correcto. Entre nosotros y Dios existen muchas calidades de energía. Si consigues elevar tu vibración estás elevando tu nivel de percepción y tu poder personal, en cuanto a temas espirituales se refiere.

>> En cada nivel de energía hay un conocimiento y un poder de sanación. Dependiendo del grado de vibración que consigas tendrás acceso a ese conocimiento y a ese poder de sanación.

>> Se eleva la vibración de tu campo energético en relajación, meditando, orando, absorto, observando una puesta de sol, el crepitar del fuego o el batir de las olas. Es decir, sin pensamientos. Por eso en la regresión pudiste establecer contacto con otras entidades, porque tu nivel de vibración era mucho más sutil que es lo mismo que te ocurre cuando meditas.

>> Y después, está el tema del tiempo. El tiempo es un concepto ligado a la materia y, por lo tanto, a energías de baja vibración. Más allá de la materia no existe el tiempo, por eso se puede tener acceso, en una regresión, a otros momentos de otras vidas, porque sin materia todo es presente.

-    Pero yo seguía teniendo cuerpo. ¿Qué vibración es la que se hace más sutil?, -la verdad es que no entendía mucho.

-    La de la energía que te envuelve, es decir, tu aura. Tu aura está formada por nueve capas que corresponde cada una a un plano diferente. Eso es lo que se expande. Lo mismo pasa con los sueños o los viajes astrales. Por eso, una vez que la vibración vuelve a ser la que tienes normalmente, al despertar o terminar una meditación, todo se olvida en un instante. ¿Entiendes un poco más? –quiso asegurarse Ángel.

-    Creo que sí, pero me surge otra duda: Si no existe el tiempo al otro lado de la materia ¿Cómo se van presentando las distintas situaciones programadas?

-    Normalmente no se programan las situaciones con fecha y hora. Se programan por cumplimientos, por avances, por aprendizajes. Es decir, cuando haya ocurrido un determinado evento se va a presentar el siguiente. Y eso puede pasar en un intervalo de un minuto o de cincuenta años. ¿Lo entiendes?

-    Sí. Entiendo, entonces, que yo programé un mes de agosto muy completo, con eventos muy seguidos. O, mejor dicho, más que un mes de agosto, un tiempo después de equis tiempo sin trabajo. Me encuentro contigo, me pones en contacto con Indhira. Trabajo para su papá y, aquí estoy otra vez hablando contigo.

-    ¿Te apetece hacer otra regresión? –me sorprendió la pregunta de Ángel.

-    Sí, pero no entiendo.

-    Pronto lo entenderás. ¿Me invitas a un café en tu casa? –este hombre no dejaba de sorprenderme.

-    Sí. Vamos. 

miércoles, 14 de septiembre de 2022

La fuerza del perdón



 Capítulo VIII, parte 3. NOVELA "Ocurrió en Lima"

         Me gustaría tener una familia –lo decía en serio-. Me encantaría tener una familia.

-    ¿Cómo lo vas a conseguir si cada vez que alguna persona despierta algo en ti sales corriendo por si un día decide dejarte?

 -    No sé. Tienes razón. Tengo que sacarme este miedo que me paraliza. Pero no sé cómo hacerlo.

-    Tienes que superar la ruptura que tuviste tiempo atrás.

-    Sí, pero recuerda que la ruptura fue por un abandono –quise aclararle a Ángel, que lo que pasó fue que me cambiaron como a un cromo, de la noche a la mañana. Hoy salía conmigo y al día siguiente ya estaba con el otro.

-    Sea lo que sea, es como una espina, clavada en ti, que entra más profundo, abriendo la herida y haciendo que sangre, cada vez que estás o piensas en otra persona que te gusta. Tienes que sacar esa espina. Mientras no lo hagas te va a seguir pasando lo mismo y vas a sufrir, cada vez, porque te recuerda la ruptura y es como si estuvieras rompiendo en ese momento. Para la mente todo es presente. Pueden pasar cincuenta años y tú puedes seguir sintiendo la misma rabia, el mismo dolor y el mismo sufrimiento. Tienes que sacar esa espina –concluyó Ángel.

-    Yo no sé cómo hacerlo. Debe de estar bien clavada la espina porque es un amargo recuerdo que no me abandona.

-    Tienes que perdonar.

-    ¿Qué? –este hombre estaba loco, ¿cómo se puede perdonar una cosa así?

-    Recuerda que todo es energía. La rabia, la ira y el odio también lo son. Tu ex pareja está viviendo tan feliz y tú, sin embargo, llevas años recordándola dedicándole tu rabia. Esa rabia lo único que hace, como bien puedes comprobar en ti, es no dejarte vivir feliz. Solo sufres y lo pasas mal.

-    ¿Tengo que buscarla y decirle que la perdono?, ¿no es un poco loco?

-    No, para nada. Como la rabia que hay en ti es energía, solo tienes que sacar esa energía.

-    ¿Cómo se hace eso? –tenía la suficiente fe en Ángel para intentar seguir sus consejos.

-    Cuando te sientes a meditar piensa en ella. Imagínate que está delante de ti. Imagina un rayo de luz que llega a tu cabeza y baja hasta tu corazón. Deja que ese rayo salga de tu corazón y llegue al suyo mientras repites en silencio: Yo te perdono todo lo que me has hecho. Yo te bendigo con paz y con amor. Te deseo lo mejor. Vete en paz.

>> Haz eso dos o tres veces cada día durante varios días, o semanas, o meses, o años.

-    ¿Hasta cuándo?

-    Hasta que el recuerdo no te haga daño.

>> Sacando la rabia se irá el miedo que tienes a comenzar una relación. Estarás aprendiendo a amar. Pero no se aprende a amar de la noche a la mañana. Los seres humanos solo venimos a la vida a aprender a amar y para eso necesitamos muchas vidas. Hasta entonces, hasta que sepas amar, tienes que guiarte por las sensaciones.

-    ¡Qué fácil es decirlo! El sábado tuve dos sensaciones. Una que me gustaría volver a ver a Indhira y la otra que mejor no lo hiciera porque podría sufrir. ¿Cómo sé cuál es la buena?

-    La que no te hace sufrir Antay. Y cuando eres consciente de que has tomado la decisión equivocada, como parece este caso, solo tienes que rectificar.

-    Bien. Rectifico y la llamo y ¿si no quiere saber nada de mí? Volveré al punto de partida.

-    Sí, es cierto, pero lo harás desde otra perspectiva, ya no te sentirás mal por el papelón que hiciste en la despedida, como ahora. No será por tu miedo. En ese caso solo tienes que aceptar la situación y será más fácil porque ya no tendrás la duda de que habría pasado. Habrás vencido al miedo. Y vencer al miedo te acerca al amor.