En nuestra
vida en la materia, casi todos los seres humanos nos movemos bajo los mismos parámetros,
motivados por nuestras creencias y por nuestros deseos, sin embargo, esto no es
al cien por cien en todos los aspectos de nuestra vida. En la vida material si
es así, pero no lo es en la vida espiritual.
Me explico:
Creemos que para tener una casa hay que tener dinero, lo cual es cierto, por lo
tanto, si tenemos el deseo de poseer una casa nuestras acciones irán
encaminadas a la consecución del dinero necesario: trabajar más, ahorrar más,
pedir un préstamo o incluso los hay que podrían robar para conseguirlo. Sin
embargo, hay un ejemplo claro de que en nuestra vida espiritual no es así:
Creemos en Dios, sabemos que Dios es Amor, todos queremos el Amor, pero no
movemos ni un dedo para acercarnos a Dios, ni para tener ese Amor, con el
resultado que todos conocemos, y que es lo que hay en nuestra sociedad por la
falta de Amor: guerras, hambre, corrupción, asesinatos, engaños, y un largo
etcétera que lo único que demuestra es que en nuestra sociedad no existe la
característica que nos define como “humanos”, ya que estamos regidos,
sencillamente, por la animalidad, por los instintos y por los deseos
materiales.
Reflexionando
sobre esto, me hago cruces de cómo los seres humanos que estamos en posesión de
la formula de la felicidad, no solo no la aplicamos, sino que hacemos todo lo
contrario, hasta llegar, en algunos casos a enfermar de tristeza, aunque ya es,
por sí sola, suficiente enfermedad la tristeza.
En la
actualidad, vivimos una paradoja: Tenemos una mente racional, que tiene la
capacidad de pensar, evaluar, entender y actuar de acuerdo a ciertos principios
para satisfacer algún objetivo o finalidad y, sin embargo, pensamos, evaluamos,
entendemos y actuamos en contra de nuestros objetivo primordial, el objetivo de
ser felices.
Los seres humanos podemos usar la razón
para evaluar la mejor manera de alcanzar un determinado objetivo, aunque
también podemos tomar decisiones o idear comportamientos donde la racionalidad
no parece el principal factor. Estas decisiones o comportamientos, adjetivadas
a veces como "irracionales" en realidad esconden frecuentemente
aspectos de racionalidad limitada, animalidad o aspectos de imitación social
otras veces. Algunas conductas humanas parecen completamente "irracionales”.
Sobre todo las referidas a los aspectos espirituales del ser humano.
Somos una máquina perfecta que actúa
de manera imperfecta. Nuestra mente que es de una perfección sublime, elabora
productos que son vomitivos en el noventa por ciento de los casos.
¿Siempre habrá sido igual o en algún
momento, después de nuestra creación habremos sido realmente racionales al cien
por cien, para conseguir nuestros objetivos más importantes: la paz, la
serenidad, la alegría, la felicidad y el amor?
Si nos atenemos a la historia que
conocemos, desde nuestra vida en las cavernas hasta nuestros días, si, no hay
duda, siempre ha sido así. Pero parece ser, según afirman los teósofos que somos
la cuarta y quinta raza, (la palabra raza aquí no tiene nada que ver con los cuatro
grandes grupos étnicos en que se suele dividir la especie humana). O mejor,
para no confundirnos con la palabra raza, usaremos la segunda acepción que
utiliza Arthur Powell en su libro “El Sistema Solar”, “etapa evolutiva”.
Según Arthur Powell “a través de todas las fases de nuestro
Sistema hay un principio fundamental que se repite una y otra vez en muchos
niveles diferentes. Este principio debe captarse claramente porque es el hilo
de Ariadna para todo el laberinto y comprende las siete grandes etapas de la
Involución y la Evolución.
En nuestro actual período global, las siete Razas-Raíces son las
siguientes:
Primera Raza-Raíz. Esta se llama Raza Etérica porque no poseía cuerpos
más densos que el etérico. Esta raza desapareció de la Tierra hace tiempo.
Segunda Raza-Raíz. Esta es la Raza hiperbórea: tenía cuerpos físicos, y
ocupaba un continente, llamado Plaksha, en el Norte del globo. También
desapareció de la Tierra.
Tercera Raza-Raíz. Esta, la Raza Lemuriana, ocupaba el continente de
Lemuria o Shálmali, como se la denomina en historia antigua. Hablando a grandes
rasgos, éste fue un gran continente del Pacífico, en el Mar del Sur. La raza es
la negroide, y algunos de sus descendientes todavía existen, aunque en la
actualidad muy mezclados con progenies de razas posteriores.
Cuarta Raza-Raíz. Esta, la Raza Atlántica, habitaba el Continente de la
Atlántida, o Kusha, en su mayor parte desaparecido debajo del Océano Atlántico.
La mayoría de los habitantes actuales de la Tierra pertenece hoy en día a esta
raza.
Quinta Raza-Raíz. Esta es la Raza Aria, e incluye en la actualidad a los
miembros más avanzados de los habitantes de la Tierra.
Sexta Raza-Raíz. Esta Raza aún no existe, aunque aparecerá dentro de
poco. Está destinada a ocupar un nuevo continente, que ya empezó a surgir,
fragmento a fragmento, en el Pacífico.
Séptima Raza-Raíz. Esta Raza seguirá a la sexta, y será la última que
aparecerá en la Tierra en este ciclo o ronda. Nada se sabe todavía del
continente que ocupará aunque a veces se le dé el nombre de Pushkara”.
Sobre las etapas de Involución y
Evolución a que hace referencia Arthur Powell: “Durante tres etapas el Espíritu desciende en la Materia: la Vida
involuciona en la Forma; la cuarta etapa es la del conflicto entre el Espíritu
y la Materia, entre la Vida y la Forma; durante las tres etapas restantes el
Espíritu asciende: la Vida evoluciona a través de (y desde) la Forma”.
Por lo tanto, parece que no somos así
desde la Creación, hemos ido primero involucionando hacia la materia desde la
Chispa Divina que somos, encontrándonos ahora en un punto álgido, punto de
conflicto entre el Espíritu y la materia, lo cual explica nuestro irracional
comportamiento. Para que una vez superado el conflicto, se eleve el Espíritu
hacia Dios.
Pero esto no debe conformarnos. “Ah,
estamos en la etapa de conflicto, es normal sufrir”, no, porque en algún
momento el Espíritu ha de vencer a la materia. Es seguro que millones y
millones de los que ahora pueblan la Tierra no están preparados para eso, pero
otros muchos si, y lo realmente triste es que de todos los que están
preparados, (los que estáis leyendo esto lo estáis), no den un salto
cualitativo en su vida para vivir la vida del Espíritu.
Pienso que una buena manera de
conseguirlo es vivir como si el Alma ya hubiera vencido a la materia, amando,
respetando a todos, ayudando a quien lo necesita, tolerando las diferencias,
comprendiendo las razones de los otros. A fin de cuentas la batalla entre el
Espíritu y la materia la hemos de ganar cada uno de nosotros, nada nos va a ser
dado, por muchas puertas energéticas que se abran, el trabajo es únicamente nuestro.