Si preguntamos a los
papas que desean para ese bebé que está a punto de llegar a la vida,
responderán que lo único que desean es que llegue sano. Ese es el primer deseo que
tenemos todos los padres, y si se les pregunta cómo van a enseñar a vivir a ese
bebé, se escucharán algunas respuestas distintas, pero las más coincidentes
serán que quieren que su hijo sea feliz. Este también es el deseo de todos, la
diferencia entre padres estriba en que es lo que conocen como felicidad.
Hasta aquí todo es
correcto tanto para la sociedad como para el alma. Pero ahora que hablamos de
alma tenemos que recordar que el bebé es un alma, que fuera de ese cuerpo de
bebé no tiene edad y no existe ninguna diferencia con el alma de sus papas ni
de ningún otro ser, esté encarnado o no.
Cuando en la noche la
familia duerme y se encuentran las almas al otro lado de la vida repasando su
vida en la materia, comprueban como va todo, donde están fallando, el porqué de
cada reacción, cómo va el seguimiento de sus planes respectivos, y de su
análisis vuelven con el propósito del alma de enmendar los errores o los fallos
para volver al Plan original, pero al abrir los ojos el cuerpo tiene que
cerrarlos el alma porque vuelve a su confinamiento, y encerrada entre las rejas
del “yo” al alma no le queda más remedio que oír, ver y callar.
El alma del bebé ha
organizado su Plan de Vida, como el resto de almas, y cuando llega a la vida se
encuentra con sus papás, tal como los tres habían planificado, pero se
encuentra con un problema, que no por conocido al otro lado de la vida, sea lo
deseable, y es que la enseñanza para la realización de su principal trabajo,
que es encontrar el camino para volver a Dios que es el Padre Eterno, no solo
no se la van a impartir, sino que todas las enseñanzas van a estar dirigidas a
alejarle aun más de ese camino, todas las enseñanzas van a estar dirigidas a
enseñarle que su Padre Eterno es un Dios vengativo y castigador que le va a
enviar a los infiernos si desobedece de pequeño, o si se masturba de mayor,
todas las enseñanzas van a estar dirigidas a separarle del resto de almas, a
separarle de Dios.
Si el alma del bebé y
de los papas pudieran expresarse en la vida física con la misma libertad que lo
hacen en la vida astral, cambiarían de un plumazo su concepto de felicidad, y
dejarían de buscarla en la materialización de sus deseos para encontrarla en su
interior, en su conexión con el alma, en acallar al “yo” para que hable el
alma, en liberar al alma de su encierro para que sea la que dirija la vida ya
que es ella quien sabe lo que se necesita para conseguir la felicidad.
Para esto hay que dar
un ligero giro a las enseñanzas que va a recibir ese bebé, sin olvidar que
somos dos en uno: “SER y HUMANO”. Por lo que no podemos, ni debemos olvidar que
somos humanos, pero si es imprescindible empezar a recordar que somos espíritus
con el ansia de volver a Dios.
La enseñanza para
desenvolverse en la Tierra ha de mantenerse, con los matices que la educación
comporta según el país o según la creencia. Entre los matices sí que habría que
sustituir la competencia por la colaboración, habría que añadir el respeto,
habría que adecuar la enseñanza a la edad del niño, y recordar que el trabajo de
un niño es jugar y que aprende jugando, respetando siempre su proceso de
desarrollo. Metodologías tipo colegios Waldorf o Montessori, parecen las más
idóneas para esto. Desde luego pagar miles de dólares para escolarizar a un niño en un
colegio en que le enseñan miles de cosas no parece que sea el mejor camino para
llegar a Dios, aunque el colegio sea dirigido por religiosos, ya que ellos son
precisamente los que van a condenar a ese niño a la frustración en la vida y al
infierno en la muerte, si no sigue sus normas.
Pero a la vez que se
realiza la enseñanza para desenvolverse en la materia ha de existir una nueva
enseñanza: la búsqueda interior, la búsqueda de Dios, escuchar al corazón y
vivir desde el alma, a través de la mejor herramienta conocida hasta la fecha: la
meditación, porque enseñar a meditar a un niño con cinco, seis o siete años, es garantizar un adulto mentalmente sano,
es inculcar un hábito que será tan normal como lavarse, almorzar o ver la tele,
es inculcar las creencias de Dios, desde la perspectiva de que Dios es Amor, es
enseñarles desde pequeños que todos somos hermanos, y no enseñarles a competir,
es ayudarles a madurar el carácter, es enseñarles a crecer y no sólo a
envejecer, es enseñarles a amar, es enseñarles realmente a vivir, es enseñarles
a vivir en Dios.
Con muy pocas generaciones el mundo sería mucho mejor. Conseguiríamos hacer un
mundo más equitativo, un mundo en el que no importe ni el lugar de nacimiento,
ni la raza, ni las creencias, ni el sexo. Un mundo en el que todos sus
habitantes tengan las mismas oportunidades de acceso a las riquezas del
planeta, a la educación, a la sanidad. Un mundo en el que todos sintamos
alegría por ver la felicidad de otro ser humano, un mundo en el que sintamos a
nuestro prójimo como nuestro hermano. Un mundo lleno de Amor.