Seguro que ya conoces esta
historia, pero, como es corta, permíteme recordártela para centrar el tema de
la verdad: Érase una vez seis sabios hombres que vivían en una pequeña aldea.
Los seis eran ciegos.
Un día, alguien llevó un elefante a la aldea. Ante tamaña situación, los seis
hombres buscaron la manera de saber cómo era un elefante, ya que no lo podían
ver.
– Ya lo sé -dijo uno de ellos-.
¡Palpémoslo!
– Buena idea -dijeron los demás-. Así
sabremos cómo es un elefante.
Dicho y hecho. El
primero palpó una de las grandes orejas del elefante. La tocaba lentamente
hacia delante y hacia atrás.
– El elefante es como un gran abanico
-dijo el primer sabio.
El segundo, tanteando
las patas del elefante, exclamó: “¡es como un árbol!”.
– Ambos estáis equivocados -dijo el
tercer sabio y, tras examinar la cola del elefante exclamó-. ¡El elefante es
como una soga!
Justamente entonces,
el cuarto sabio que estaba palpando los colmillos bramó: ¡el elefante es como
una lanza!
– ¡No!, ¡no! -gritó el quinto-. Es como
un alto muro (el quinto sabio había estado palpando el costado del elefante).
El sexto sabio esperó
hasta el final y, teniendo cogida con la mano la trompa del elefante dijo:
“estáis todos equivocados, el elefante es como una serpiente”.
– No, no. Como una soga.
– Serpiente.
– Un muro.
– Estáis equivocados.
– Estoy en lo cierto.
– ¡Que no!
Los seis hombres se
ensalzaron en una interminable discusión durante horas, sin ponerse de acuerdo
sobre cómo era el elefante.
Para defender las diferentes creencias
se dictan leyes, se aprueban
constituciones,
se abren infiernos y se cierran
conciencias.
Cuando todo lo que hay que hacer
es
abrir el corazón y colocarse en el
lugar del otro.
Una creencia solo es
un pensamiento al que consideramos como verdad.
Desde bien pequeños
comenzamos nuestra colección de creencias, y las vamos archivando en nuestro
interior para tenerlas disponibles durante el resto de nuestra vida.
Estamos coleccionando algo que nosotros consideramos que es verdad, pero
que su verosimilitud no ha sido certificada por ningún organismo competente, y
en base a esa consideración podemos llegar incluso a matar por la defensa de
ese pensamiento.
Las creencias, del tipo que sean, solo son un pensamiento. Ninguna es
verdad, porque la auténtica verdad solo es una y, ninguno de los que nos
movemos por la vida física estamos en posesión de esa Verdad. Puede ser que
alguno posea entre su colección de creencias una minúscula parte de la Verdad,
pero al mezclarse con el resto de sus creencias puede distorsionarse hasta esa
minúscula parte.
Desgraciadamente, para defender
las diferentes creencias se dictan leyes, se aprueban constituciones, se abren
infiernos y se cierran conciencias, cuando todo lo que habría que hacer sería
abrir el corazón y colocarse en el lugar del otro.
Los que hoy promueven una
guerra, es posible que en su próxima vida tengan que defender una paz. Los que
hoy maltratan movidos por los celos, es posible que en su próxima vida sean
maltratados. Los que hoy venden desunión, es posible que en su próxima vida
tengan que pagar un alto precio para volver a unir. Es necesario recordar que
existe una ley denominada “La Ley de la Causa y el Efecto”, que no entiende de
creencias, que está regida solo y exclusivamente por la Verdad, y que la frase
“Con la vara que mides te medirán”, la define perfectamente.
Solo hay un Dios: Único para todos. Solo hay una Verdad: Todos somos
hermanos. Solo hay un país: La Tierra. Solo hay una religión: El Amor. Con esta
pequeñísima porción de Verdad se acabarían las guerras, el sufrimiento, la
desigualdad y el dolor. Con esta pequeñísima porción de Verdad no ocuparíamos
espacio en nuestra mente para archivar creencias inútiles y maquinar movidos
por ellas, y así podríamos usar el espacio vacío para desarrollar esta parte de
Verdad a ver si así conseguíamos ampliarla entre todos.
Si la Verdad solo es
una y está en poder de la Divinidad, los miles o millones de verdades que nos
venden es claro que no llegan a ser ni una minúscula parte de la verdad.
Y si esto pasa con la
Verdad Absoluta, ¿qué no pasará con las relativas verdades de los hombres? Cada
ser humano está en posesión de “su verdad” y, para él, esa verdad es única, es
real, es auténtica, y podría llegar a matar para defenderla.
Ante esto, es obvio
que no todos vemos la misma realidad, y si a esa realidad la recubrimos con las
verdades personales, pasándola por el filtro de nuestros valores, nuestras
creencias, nuestros intereses y nuestros recuerdos, lo que nos queda es una
visión bastante sesgada de la realidad de los otros. Quedarse anclado en la
propia perspectiva contribuye a limitar, todavía más, “la verdad del otro”, ya
que ni se ve, ni se entiende esa verdad, puesto que lo que se ve es la
interpretación de la verdad.
Esto da lugar a
malentendidos, discusiones, enfados, desencuentros, errores de interpretación,
equivocaciones, disgustos e indignación.
Las cosas no siempre
son lo que parecen. En la vida hay situaciones que simplemente suceden, sin que
nosotros tengamos absolutamente ningún control sobre ellas, y la única opción
que existe cuando esto ocurre es aceptarlas.
Muchas de las
situaciones a las que nos enfrentamos, por lo general, no las podemos elegir,
pero lo que si podemos escoger en todo momento es cómo respondemos ante ellas,
y esta respuesta va a estar condicionada, en gran medida, por la perspectiva
desde la que observamos las mismas. Ya que no podemos cambiar la situación, lo
que nos queda es modificar la perspectiva hacia la misma por otras que nos
permitan enfrentarla de manera más efectiva y menos traumática.
Cuando ampliamos
nuestras perspectivas, automáticamente ampliamos nuestra capacidad de acción,
ya que esto nos permite elegir alternativas que antes, a pesar de estar
disponibles, no éramos capaces de observar.
Para una misma
situación pueden existir multitud de perspectivas, las cuales, por si mismas,
no son correctas o incorrectas, de hecho, no es adecuado clasificarlas de este
modo, la distinción verdaderamente importante que hay que realizar es si el
punto de vista actual que tenemos sobre una situación trabaja a nuestro favor o
en nuestra contra. Cualquier perspectiva que ayude a crecer, a desarrollarse, a
superar retos y alcanzar metas será una buena perspectiva y cualquiera que incapacite
o limite será una mala perspectiva que debe de ser cambiada.
Por lo tanto, podemos
cambiar el color del cristal, aunque si lo hacemos corremos el riesgo de
escorarnos hacia otro lado. Mejor sería ponernos unas gafas multicolores, unas
gafas con los suficientes colores que nos permitan:
Ponerse en el lado del otro.
No dar importancia a las cosas que
carecen de ella.
Aceptar todas las situaciones.
Tolerar todo lo que se presente.
Sentir como propio el hacer ajeno
No opinar, no juzgar, no criticar.
Aceptar razones que no conocemos.
Sentir que todo es relativo.
Mirar con los ojos del alma.
Saber que todo está bien.